DIRECTORIO FRANCISCANO

Documentos Pontificios


S. S. Juan Pablo II

DISCURSO AL CAPÍTULO GENERAL DE LA
TERCERA ORDEN REGULAR DE SAN FRANCISCO (TOR)

Roma, sábado 17 de junio de 1995

 

La Tercera Orden Regular de san Francisco celebró en Roma su Capítulo general de 1995, en el que fue elegido nuevo Ministro general el padre Buenaventura Medili. El 17 de junio, el Papa recibió en audiencia a los capitulares y les dirigió en italiano el discurso que ofrecemos a continuación, traducido al español y tomado de L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 23-VI-1995.

Amadísimos hermanos de la Tercera Orden Regular de san Francisco:

1. Me alegra acogeros en el curso de vuestro Capítulo general, durante el cual habéis elegido como ministro general al padre Bonaventura Medili, a quien felicito y expreso mis mejores deseos, a la vez que le agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Extiendo mi cordial felicitación al nuevo consejo, deseándole un fructuoso servicio a la Orden y a la Iglesia.

«Paz y bien» es el saludo característico de la gran familia franciscana y con esa expresión, ya popular, quiero dirigirme yo también a cada uno de vosotros y a todos los miembros de vuestra benemérita Orden. Tomando pie de este saludo, deseo invitaros a mantener siempre fija vuestra mirada en el seráfico Francisco, aprendiendo de él a vivir en la conversión diaria al Dios vivo, a fin de responder así a la llamada divina con la ofrenda generosa, total y definitiva de vuestra vida.

Sed testigos creíbles

2. Siguiendo idealmente las huellas de los penitentes de Asís, amadísimos hermanos, continuad caminando en el mundo de hoy invitando a los hermanos a la conversión y anunciando a todos los hombres y mujeres la paz del Señor. A esta tarea, típica de vuestro instituto, debéis prepararos con la oración, el estudio y la santidad de vida, conscientes de que el mundo, cansado de tantos maestros, quiere encontrar testigos creíbles, es decir, capaces de enseñar y dar esperanza con su existencia coherente y generosa.

Existe también otro lugar donde el Señor quiere que seáis fieles intérpretes de su bondad y dispensadores de su amor misericordioso: el confesonario. Dedicaos con particular generosidad a estos encuentros de perdón y reconciliación, que acercan la misericordia divina a la miseria humana. Sabed conjugar, en un justo equilibrio, la firmeza y la comprensión, la claridad y la paciencia, sin renunciar nunca a proponer la verdad evangélica en su plena integridad.

Sed atentos compañeros de viaje de nuestros contemporáneos y ofrecedles la lozanía del mensaje poético de la creación que el santo de Asís supo vivir precisamente por la gracia de la reconciliación extendida a toda la realidad que lo rodeaba.

Con este espíritu salid al encuentro de quien sufre o de quien está pasando por una prueba: el enfermo, el encarcelado, el joven sin trabajo, el anciano abandonado y el oprimido por las injusticias y las violencias.

La acción misionera

3. Amadísimos hermanos, mientras están a punto de concluir veinte siglos de cristianismo, ¡cuán actual resulta la invitación del Resucitado a «ir por todo el mundo y proclamar la buena nueva a toda la creación!» (cf. Mc 16,15). Junto al compromiso, siempre necesario, del primer anuncio de la fe, se siente ahora con particular urgencia la necesidad de la nueva evangelización, especialmente en los países que ya desde hace siglos son protagonistas de una rica tradición cristiana.

Vuestra contribución a esa obra misionera es providencial y puede aprovechar una experiencia secular, valorada por un pasado en el que vuestra Orden se ha comprometido en difundir por doquier el Evangelio. En efecto, al inicio de la era moderna, siguiendo la oleada de los grandes descubrimientos geográficos, los terciarios regulares, junto con los exploradores, recorrieron los mares para llegar a tierras y poblaciones desconocidas.

Su esfuerzo por entrar en diálogo con las poblaciones locales y el compromiso de difundir el mensaje evangélico en la lengua y según las categorías culturales y las costumbres del lugar fue, y es aún hoy, ejemplar. Con este estilo de servicio fiel a Dios y al hombre es preciso perseverar también hoy en la acción misionera que, en las diversas partes del mundo, os hace apóstoles del Señor.

El compromiso ecuménico

4. Un compromiso especial en la perspectiva del tercer milenio, ya cercano, es ciertamente el compromiso ecuménico. Se trata de un camino aún largo y arduo, pero ya irrenunciable. Cuanto más se entreguen los creyentes a la causa del Evangelio, tanto más fácilmente se podrán superar en ese camino los elementos de división (cf. encíclica Ut unum sint, 1).

En el campo ecuménico, vuestra Orden siempre se ha distinguido por la promoción del octavario de oración por la unidad de los cristianos. Esa práctica providencial, aprobada en 1909 por mi venerado predecesor san Pío X, la habéis difundido en Italia con recursos e iniciativas apropiadas. Os exhorto a perseverar en ese esfuerzo con nuevo impulso.

5. Amadísimos hermanos, en estos días estáis haciendo un atento examen de los aspectos que caracterizan vuestro carisma con el fin de proyectar la Orden hacia el futuro, ya en el umbral del tercer milenio cristiano.

Fidelidad al carisma

Dar espacio a la creatividad sin traicionar la tradición consolidada, favorecer la apertura a formas originales de concretización de la Regla sin arriesgados malentendidos, permitir que lo nuevo reafirme lo antiguo y esto justifique y sostenga la novedad, constituye el programa contenido en el tema elegido para vuestro capítulo: «Fratres tertii ordinis regularis sancti Francisci tertio adveniente millenio».

Ciertamente, el trabajo de verificación, profundización, análisis y programación es delicado pero, sin duda, necesario para la fidelidad al carisma que habéis sido llamados a encarnar en una situación histórica en continua y rápida evolución. En esa empresa espiritual podéis contar con la intercesión de vuestro santo fundador y con la de san Antonio de Padua, cuyo octavo centenario de nacimiento se celebra este año. Su actividad de grande y preparado evangelizador, unida a la obra caritativa hacia los necesitados, hace de él un maestro digno de imitar y de su vida una estupenda página de historia de salvación a la que es preciso referirse constantemente.

Os guíe y proteja siempre la santísima Virgen María, tan amada por san Francisco. Y también yo os acompaño con mi oración, valorada por una especial bendición apostólica, que de corazón imparto a los presentes y a todos los frailes de la Tercera Orden Regular.

[Selecciones de Franciscanismo, vol. XXIV, núm. 72 (1995) 326-328]

Giotto: San Francisco y Santa Clara

 


Volver