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CÁNTICO DE
ZACARÍAS: |
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COMENTARIO AL CÁNTICO DE ZACARÍAS El Evangelio según San Lucas nos dice que en tiempos de Herodes el Grande, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, casado con una mujer llamada Isabel. Los dos eran justos ante Dios. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada. Una vez que oficiaba en el templo de Jerusalén, le tocó a él entrar en el santuario a ofrecer el incienso, y se le apareció el ángel del Señor, que le dijo: -No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo y le pondrás por nombre Juan. Él irá delante del Señor para prepararle un pueblo bien dispuesto. Zacarías replicó al ángel: -¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo y mi mujer es de edad avanzada. El ángel le contestó: -Yo soy Gabriel, y Dios me ha enviado para darte esta buena noticia. Pero mira: te quedarás sin poder hablar hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras. Al cumplirse los días de su servicio en el templo, volvió a casa. Días después concibió su mujer, y cuando Isabel estaba de seis meses, el ángel Gabriel fue enviado también a María de Nazaret para anunciarle que concebiría y daría a luz al Hijo del Altísimo: ¡el misterio de la Anunciación y Encarnación del Verbo! También le dijo el estado de buena esperanza de su pariente. Luego, María marchó presurosa a visitar a su prima Isabel, entre ellas se cruzaron saludos proféticos y bienaventuranzas, María entonó su "Magníficat" y permaneció allí unos tres meses. A Isabel se le cumplió el tiempo y dio a luz un hijo. A los ocho días fueron a circuncidarlo y lo llamaban Zacarías, pero la madre y luego el padre, éste escribiéndolo en una tablilla, dijeron que se tenía que llamar Juan. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua a Zacarías y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos y todos se preguntaban: -¿Qué va a ser este niño? Entonces Zacarías, lleno del Espíritu Santo, profetizó diciendo: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel...», el Benedictus, así llamado por ser la primera palabra del texto latino. En este cántico, que está lleno de citas y resonancias del Antiguo Testamento portadoras de la espera y la esperanza mesiánicas, pueden apreciarse dos partes: la primera, vv. 68-75, es un himno de alabanza y acción de gracias a Dios, salvador de su pueblo; la segunda, vv. 76-79, es una visión profética del Precursor, en la que se declara la misión a que está destinado. Zacarías comprende en aquellos momentos lo que está sucediendo y por ello da gracias: Dios va a redimir y liberar a su pueblo como lo redimió y liberó antaño de la esclavitud de Egipto; va a hacer realidad las promesas de Alianza hechas a Abrahán; y aquel niño, Juan, será el profeta que prepare la entrada del Señor que hará de su pueblo un pueblo libre que le sirva en santidad y justicia (BJ).
HIMNO DE ZACARÍAS: «BENEDICTUS» Con el nacimiento del Bautista se cumple de manera visible el mensaje del ángel a Zacarías. Al ir a circuncidar al niño, la gente propone que le impongan el nombre de su padre, pero Isabel, la madre, sin duda por lo que su esposo le habría contado de la aparición del ángel, resuelve que se llamará Juan, y otro tanto sentencia el padre, que estaba sordo y mudo, escribiéndolo en una tablilla cuando se lo preguntan por señas. Inmediatamente Zacarías vuelve a hacer uso del lenguaje y sus primeras palabras son el cántico de alabanza divina. La impresión producida por la visible intervención divina es un temor sagrado, «quedaron sobrecogidos», y la noticia se extiende por los alrededores. Lo sucedido en la circuncisión del niño da que pensar a cuantos se enteran y es interpretado como señal de su predestinación para alguna misión extraordinaria: «¿Qué va a ser de este niño?». El evangelista añade un comentario que confirma la opinión del pueblo: la mano de Dios, símbolo de su protección y su providencia, actúa de manera visible desde un principio en la vida de aquel niño, venido al mundo ya en tan milagrosas circunstancias. El himno de Zacarías muestra grandes semejanzas de ideas y sentimientos con el Magníficat. Al igual que éste, también el Benedictus se mueve totalmente dentro de la mentalidad del AT, quedando en el límite entre el Antiguo Testamento y el Nuevo. El tema central del himno de Zacarías lo forman la misericordia de Dios y su fidelidad a su alianza. Al igual que el Magníficat es también el Benedictus, en su mayor parte, una compilación de pensamientos tomados del AT, de la que tampoco en este caso resulta una simple y hábil sucesión de reminiscencias vétero-testamentarias, sino una nueva unidad. También como en el Magníficat, sus pensamientos son, aunque no en la misma medida, afirmaciones de carácter general, distinguiéndose de aquél en su referencia expresa a la persona y la futura misión redentora de su destinatario (Juan el Bautista, vv. 76-77). Una diferencia con el Magníficat suponen también los rasgos judíos nacionalistas de su primera mitad (vv. 67-75). La primera parte del himno (vv. 68-75) ensalza, al igual que el cántico de María, las grandes obras redentoras de Dios, que alcanzan su punto culminante en la misión del Mesías. La segunda (vv. 76-79) se vuelve al recién nacido hijo de Zacarías, cantando en proféticas palabras la tarea para la que Dios le ha destinado. Mientras que el Magníficat procede en su ideario de lo individual a lo general, de la persona de María «a la plenitud de la actuación divina», en el himno de Zacarías encontramos un orden inverso, lo cual radica, tanto en un caso como en el otro, en la situación respectiva de la persona que lo pronuncia. Zacarías queda lleno de Espíritu Santo, como antes Isabel (v. 41), en el momento de desatarse su lengua, y pronuncia su cántico en aquel estado de inspiración profética (v. 67). V. 68. El himno comienza con las alabanzas dirigidas a Dios usuales en muchos salmos del AT y oraciones posteriores judías. La actuación de la misericordia, esto es, de la bondad y la indulgencia divinas, constituye el contenido único de la primera mitad del himno; la glorificación de Dios por la oración de los hombres puede consistir solamente en la sonora proclamación agradecida de sus obras. Los pensamientos se mantienen dentro del horizonte de la elección de Israel por parte de Dios como pueblo suyo. En previsión de la época de la salvación mesiánica, dada ya como presente, se refiere como un hecho que Dios ha visitado misericordioso a su pueblo en la opresión (cf. vv. 71 y 74), y lo ha redimido. La visita de Dios consiste en la misión del Mesías. V. 69. «Un poder (o fuerza) salvador», literalmente «un cuerno de salvación» -el cuerno es aquí, como muchas veces en el AT, símbolo de la fuerza-, levantado por Dios, libertador poderoso, es el Mesías, que según la promesa del AT y las esperanzas judías surgiría de la estirpe del siervo de Dios, David. El contenido de lo que contempla aquí Zacarías como realizado o a punto de realizarse, era pronunciado con palabras semejantes en forma de súplica cotidiana por los piadosos judíos en la oración de las dieciocho bendiciones: «Haz brotar pronto el vástago de David, tu siervo, y levanta su cuerno con tu ayuda. Alabado seas, Yahvé, que haces brotar el cuerno de la salvación». V. 70. Con la misión del salvador mesiánico ha dado Dios cumplimiento a las promesas hechas por boca de sus santos profetas. La expresión «desde antiguo» sería literalmente «desde los primeros tiempos», lo cual es una exageración retórica, ya que las promesas hechas a la casa de David no se remontan más allá de David mismo. V. 71. Los versículos siguientes, 71-75, describen con más detalle la época de la salvación mesiánica. El v. 71 da una explicación del concepto «cuerno de salvación», «poder salvador» o «fuerza de salvación»; los enemigos y los que los odian son aquí, dentro del punto de vista vétero-testamentario judío en que va concebido todo el pasaje, los enemigos políticos y los opresores de Israel, quienes como enemigos del pueblo de Dios lo son también de Dios mismo. El v. 74 es, con todo, una prueba de que tales palabras no pueden ser entendidas como un grito de venganza. VV. 72-75. La redención concedida por Dios a la generación de entonces es también, por la relación que con sus antepasados la une, una prueba de la «misericordia» divina con sus padres y de la fidelidad de Dios a su alianza. Al enviar al redentor mesiánico, cumple Dios la alianza, el pacto hecho una vez con los patriarcas. Dios cumple así el juramento bajo el cual prometió una vez al protopatriarca de Israel, Abrahán, para él y su descendencia, una posesión del país, libre del poder de sus enemigos. El fin de la obra redentora divina era el procurar a su pueblo libertad frente al poder de enemigos externos. Pero el aspecto político de tal libertad no era su fin único ni primero, sino sólo condición previa de la libertad religiosa, que es la que debe dar a Israel la posibilidad de «servir» a Dios sin cesar, libre de todo temor de guerra o de opresión, como su pueblo santo, en piedad y justicia auténticas, esto es, en el fiel cumplimiento de su voluntad. Este servicio divino aquí referido es algo más que simple culto, es un servicio que incluye también una actitud moral, que, según el carácter de la ética bíblica, consiste en la obediencia a Dios y a su ley. A pesar de que Zacarías espera del Mesías la liberación política de su pueblo, falta en su ideal mesiánico todo rasgo guerrero o simplemente imperialista. También en el profeta Zacarías del AT aparece el Mesías como príncipe «manso», pacífico, cuya misión es instaurar el reino eterno de la paz en medio de un mundo impío. Los rasgos característicos de su reino son la justicia y la piedad auténtica, lo cual es uno de los pensamientos centrales de las esperanzas de redención del AT, como lo prueban los profetas más antiguos, Isaías y Sofonías. V. 76. Con el v. 76 vuelve Zacarías su atención a la figura de su propio hijo, anunciando en palabras proféticas la misión para la que ha nacido. El versículo enlaza con la promesa de Gabriel a Zacarías de Lc 1,15-17. Este niño será llamado (esto es, será) profeta del Altísimo, que, según la profecía de Malaquías, preparará el camino al «Señor», esto es, Dios (no el Mesías), que viene misericordioso al encuentro de su pueblo. V. 77. El v. 77 declara más en detalle en qué consiste este preparar los caminos. El Bautista debe instruir al pueblo sobre la verdadera naturaleza de la redención, llevarle a la convicción de que la salvación consiste en el perdón de los pecados y no en cosa otra alguna, siendo, pues, de carácter puramente religioso y no político. En este punto, el v. 77 sobrepasa claramente al v. 71 y al v. 74, pero sin ir más allá tampoco de la línea de la futura predicación del Bautista (cf. Lc 3,3). VV. 78-79. La frase que sigue («Por la entrañable misericordia...»), colocada simplemente a continuación de lo anterior, apenas puede ser puesta en relación lógica con el «perdón de los pecados», sino más bien con el contenido total de los vv. 76b-77, dando como motivo de la obra redentora divina allí referida la «misericordia», cuya más grandiosa revelación es su visita de gracia al pueblo por medio del «Oriente [Sol naciente] de lo alto». Con los testimonios más antiguos, hay que suponer como texto originario el futuro «visitará». Precisamente este cambio entre pasado y futuro, con la tensión que lleva consigo, concuerda con la situación del himno, en el que se expresa la seguridad sobre la presencia de la época mesiánica, pero sin conocer aún su verdadera revelación y despliegue. De suyo sería posible, en lugar de la traducción «Oriente», la de otros nombres, pero parece preferible la traducción «el Oriente», es decir, el sol en su salida, entendiéndolo como designación figurada del Mesías, quien, como «sol de justicia» (Mal 3,20), se aparecerá a los que yacían en las tinieblas del alejamiento de Dios producido por el pecado, para mostrarles el camino de la salvación. Zacarías se incluye a sí mismo, como lo prueba la expresión «nuestros pasos», en el número de los que yacían en las tinieblas. De importancia para el enjuiciamiento, tanto del himno de Zacarías como del Magníficat, es la observación de que en ambos va entendida la venida del Mesías exclusivamente como revelación de la gloria divina, sin que se haga referencia alguna a su pasión y a su muerte, hecho que no sería explicable si ambos himnos hubieran sido compuestos en círculos judeocristianos o fueran cánticos judíos rehechos por mano cristiana. [Extraído de Josef Schmid, El Evangelio según san Lucas. Barcelona, Ed. Herder, 1968, pp. 83-91] CATEQUESIS DE JUAN PABLO
II 1. Habiendo llegado al final del largo itinerario de los salmos y de los cánticos de la Liturgia de Laudes, queremos detenernos en la oración que, cada mañana, marca el momento orante de la alabanza. Se trata del Benedictus, el cántico entonado por el padre de san Juan Bautista, Zacarías, cuando el nacimiento de ese hijo cambió su vida, disipando la duda por la que se había quedado mudo, un castigo significativo por su falta de fe y de alabanza. Ahora, en cambio, Zacarías puede celebrar a Dios que salva, y lo hace con este himno, recogido por el evangelista san Lucas en una forma que ciertamente refleja su uso litúrgico en el seno de la comunidad cristiana de los orígenes (cf. Lc 1,68-79). El mismo evangelista lo define como un canto profético, surgido del soplo del Espíritu Santo (cf. Lc 1,67). En efecto, nos hallamos ante una bendición que proclama las acciones salvíficas y la liberación ofrecida por el Señor a su pueblo. Es, pues, una lectura «profética» de la historia, o sea, el descubrimiento del sentido íntimo y profundo de todos los acontecimientos humanos, guiados por la mano oculta pero operante del Señor, que se entrelaza con la más débil e incierta del hombre. 2. El texto es solemne y, en el original griego, se compone de sólo dos frases (cf. vv. 68-75; 76-79). Después de la introducción, caracterizada por la bendición de alabanza, podemos identificar en el cuerpo del cántico como tres estrofas, que exaltan otros tantos temas, destinados a articular toda la historia de la salvación: la alianza con David (cf. vv. 68-71), la alianza con Abraham (cf. vv. 72-76), y el Bautista, que nos introduce en la nueva alianza en Cristo (cf. vv. 76-79). En efecto, toda la oración tiende hacia la meta que David y Abraham señalan con su presencia. El ápice es precisamente una frase casi conclusiva: «Nos visitará el sol que nace de lo alto» (v. 78). La expresión, a primera vista paradójica porque une «lo alto» con el «nacer», es, en realidad, significativa. 3. En efecto, en el original griego el «sol que nace» es anatolè, un vocablo que significa tanto la luz solar que brilla en nuestro planeta como el germen que brota. En la tradición bíblica ambas imágenes tienen un valor mesiánico. Por un lado, Isaías, hablando del Emmanuel, nos recuerda que «el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló» (Is 9,1). Por otro lado, refiriéndose también al rey Emmanuel, lo representa como el «renuevo que brotará del tronco de Jesé», es decir, de la dinastía davídica, un vástago sobre el que se posará el Espíritu de Dios (cf. Is 11,1-2). Por tanto, con Cristo aparece la luz que ilumina a toda criatura (cf. Jn 1,9) y florece la vida, como dirá el evangelista san Juan uniendo precisamente estas dos realidades: «En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres» (Jn 1,4). 4. La humanidad, que está envuelta «en tinieblas y sombras de muerte», es iluminada por este resplandor de revelación (cf. Lc 1,79). Como había anunciado el profeta Malaquías, «a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en sus rayos» (Ml 3,20). Este sol «guiará nuestros pasos por el camino de la paz» (Lc 1,79). Por tanto, nos movemos teniendo como punto de referencia esa luz; y nuestros pasos inciertos, que durante el día a menudo se desvían por senderos oscuros y resbaladizos, están sostenidos por la claridad de la verdad que Cristo difunde en el mundo y en la historia. Ahora damos la palabra a un maestro de la Iglesia, a uno de sus doctores, el británico Beda el Venerable (siglo VII-VIII), que en su Homilía para el nacimiento de san Juan Bautista, comentaba el Cántico de Zacarías así: «El Señor (...) nos ha visitado como un médico a los enfermos, porque para sanar la arraigada enfermedad de nuestra soberbia, nos ha dado el nuevo ejemplo de su humildad; ha redimido a su pueblo, porque nos ha liberado al precio de su sangre a nosotros, que nos habíamos convertido en siervos del pecado y en esclavos del antiguo enemigo. (...) Cristo nos ha encontrado mientras yacíamos "en tinieblas y sombras de muerte", es decir, oprimidos por la larga ceguera del pecado y de la ignorancia. (...) Nos ha traído la verdadera luz de su conocimiento y, habiendo disipado las tinieblas del error, nos ha mostrado el camino seguro hacia la patria celestial. Ha dirigido los pasos de nuestras obras para hacernos caminar por la senda de la verdad, que nos ha mostrado, y para hacernos entrar en la morada de la paz eterna, que nos ha prometido». 5. Por último, citando otros textos bíblicos, Beda el Venerable concluía así, dando gracias por los dones recibidos: «Dado que poseemos estos dones de la bondad eterna, amadísimos hermanos, (...) bendigamos también nosotros al Señor en todo tiempo (cf. Sal 33,2), porque "ha visitado y redimido a su pueblo". Que en nuestros labios esté siempre su alabanza, conservemos su recuerdo y, por nuestra parte, proclamemos la virtud de aquel que "nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable" (1 P 2,9). Pidamos continuamente su ayuda, para que conserve en nosotros la luz del conocimiento que nos ha traído, y nos guíe hasta el día de la perfección» (Omelie sul Vangelo, Roma 1990, pp. 464-465). [Audiencia general del Miércoles 1 de octubre de 2003] EL «BENEDICTUS», HIMNO DE ZACARÍAS Cuando fueron a circuncidar al hijo de Isabel y de Zacarías, querían ponerle el nombre de su padre, pero intervino la madre diciendo que se iba a llamar Juan; hay que suponer que ella sabría por su marido que el ángel había dicho que se tenía que llamar así. Preguntaron a Zacarías por señas, pues había quedado sordo y mudo, cómo quería que se llamase su hijo, y él confirmó por escrito lo dicho por su mujer y antes por el ángel. En el momento de escribir el nombre de «Juan», Zacarías recupera milagrosamente el habla. Y en este momento pronuncia el Benedictus, como acción de gracias y profecía de la suerte del hijo. Un temor religioso había sobrecogido a los vecinos y todos se preguntaban: «¿Qué va a ser este niño?». El evangelista Lucas confirma el juicio de los testigos: la mano de Dios, símbolo de poder y protección, se había posado desde el principio sobre el niño. Al par del Magníficat, el Benedictus reviste la índole del AT, sobre todo de los Salmos, en cuanto a la forma. Las ideas están en el puente, entre el AT y el NT. Es un verdadero himno con frases del AT (mosaico). Es himno individual, porque Zacarías habla en nombre propio, y es himno nacional, porque celebra los beneficios de Dios a su pueblo. En la segunda parte habla de la misión particular del niño a favor de todo el pueblo. Lucas nos advierte que Zacarías ha entonado el Benedictus «lleno del Espíritu Santo» (v. 67); hay que darle, pues, el valor que se da a todos los profetas. Zacarías «profetizó». Es un himno esencialmente religioso y no político. La redención que se menciona debe concebirse puramente espiritual, y las frases que pueden sonar en sentido humano-político (vv. 71 y 74) deben interpretarse en sentido figurado y en el plano espiritual. La redención que profetiza Zacarías viene del Espíritu Santo y debe referirse a la salvación que ha profetizado María en el Magníficat. En el v. 70 alude a las promesas hechas por los «santos profetas», los cuales anunciaron la redención mesiánica. Trata de la promesa hecha a Abrahán y del servicio de Dios en santidad (vv. 73-75). En el v. 77, la salvación implica la remisión de los pecados, y la obra del Mesías coincide con la luz y la paz (v. 79). La intención directa apunta, pues, al plano espiritual; cualquier sentido temporal que pudiera haber en Zacarías es secundario y debe tenerse como condición colateral y subordinada. La misión del Bautista se considera en su relación con el Mesías. El v. 76 alude a Malaquías 3,1, que habla del precursor del Mesías que entrará visible y personalmente en su templo. El tema central del Benedictus es la alabanza de Yahvé, que empieza a realizar sus viejas promesas ahora en el presente, con motivo del nacimiento de Juan. En la primera parte, bien definida (vv. 68-75), la realización de las promesas está relacionada con la concepción de Jesús (v. 69), fuerza salvadora de la casa de David, que Zacarías conocía por Isabel y María. En la segunda (vv. 76-79), se relaciona con la misión personal de Juan. La realidad presente de la redención empezada tiene, pues, dos puntos de apoyo: la concepción de Jesús y el nacimiento de Juan. En cuanto al número de estrofas del himno no existe uniformidad entre los estudiosos; sin embargo, todos convienen en admitir dos partes bien definidas: primera, vv. 68-75, la salvación mesiánica; segunda, vv. 76-79, el Precursor. Zacarías profetizó, dice el v. 67, no sólo en cuanto predice el futuro de su hijo, sino, principalmente, en cuanto que habla lleno del Espíritu Santo, es decir, en nombre de Dios y por virtud divina. El Espíritu Santo tiene el sentido personal que tiene generalmente en Lucas y en Hechos. V. 68. El sentido del verso parece ser optativo (bendito sea), más bien que afirmativo (bendito es). Visitar tiene sentido figurado. En el AT Dios visita siempre que interviene para ayudar o castigar. Aquí se trata de una visita de misericordia, que coincide con «la redención de su pueblo». La visita por antonomasia fue la de la liberación de Egipto (Ex 3,16). La redención de Babilonia es la segunda visita solemne (Jer 29,10). La tercera visita es mesiánica (Ez 34,11-24). V. 69. Una fuerza, literalmente "un cuerno". En la literatura apocalíptica, «cuernos» son los reinos y los reyes con su poder. Se habla del cuerno de David (Sal 131,17). En la oración cotidiana «Shemone esre», la bendición 15 de la recensión babilónica menciona el cuerno del Mesías, el cuerno de la salvación. Esta oración la recitaba a diario Zacarías. Concretamente se refiere a Jesús Mesías salvador, que ha sido ya concebido. En la casa de David puede ser una alusión al origen davídico de María (Lagrange). Ciertamente alude al origen davídico del Mesías encarnado, como realización de las promesas. V. 70. Este verso es un paréntesis, que interrumpe el v. 69, que se ha de unir con el 71. El Salvador potente que ahora envía Dios tiene una historia larga de promesas divinas. No es un hecho fortuito. Desde antiguo... Nótese el color tan acentuado que tiene David y el eco tan vivo de la promesa hecha por Natán (2 S 7,5-16). Esta promesa se mantuvo muy viva principalmente por la liturgia (cf. Sal 88 y 131). La realización plena de esta promesa la tenemos en la resurrección de Cristo (Hch 2,30). V. 71. Este verso continúa el v. 69. La salvación: en abstracto equivale al concreto: Salvador, al cuerno de salvación. Nuestros enemigos corresponde, por la ley del paralelismo, a todos los que nos odian. Se enfrenta poder con poder. El poder del Salvador con el poder de los enemigos. Tal vez alude a Sal 105,10. La obra del Mesías se concibe dentro de la historia bíblica. La liberación de Israel del Faraón, de Babilonia, enemigos clásicos del pueblo, es tipo de la obra del Mesías. Los vv. 74 y 77 deciden la interpretación a favor del sentido espiritual. VV. 72-73. Estos versos se unen gramaticalmente. El juramento y la santa alianza son el objeto de «recordar». Dios se acuerda cuando realiza o cumple una promesa. Modo de hablar antropológico. La redención se debe, como antes en María y luego en Pablo, a la gracia y «misericordia» de Dios. De David nos remontamos a Abrahán, el primer patriarca de las promesas. VV. 74-75. Aquí tenemos explicado el objeto de la redención y salvación: servir a Dios en santidad y justicia (observancia de los preceptos de Yahvé). La libertad de los enemigos no es fin, sino condición para el servicio y santidad. Este aspecto de la alianza con Abrahán se ha ido iluminando a través de los siglos. La obra del Mesías es definitiva. V. 76. Aquí empieza la segunda parte. Este niño recién nacido será (= te llamarán) profeta del Altísimo, como el ángel había anunciado (v. 17). Hacía tiempo que no había profeta en Israel. Conforme a la profecía de Malaquías 3,1, su oficio será preparar al Señor el camino para entrar en su pueblo. El Señor: puede ser el Mesías o Dios. No es fácil distinguir. Malaquías 3,1, aquí aludido, habla del Mesías. En Lc 1,17 más bien se habla de Dios. Este sentido cuadra aquí mejor. Ir delante puede tener un sentido figurado, equivalente a «preparar». Juan preparó los corazones del pueblo para reconciliarle con su Dios. V. 77. Este verso se propone como fin de la misión de Juan. V. 78. Este verso parece que se debe unir con la misión del niño y nos da el motivo general de toda la economía de la salvación, que empieza ahora. El motivo es siempre el mismo: la misericordia o gracia de Dios (cf. v. 54). La misericordia afecta principalmente al futuro: nos visitará. ¿De quién es esta visita? El sujeto es una luz de la altura, «el sol que nace de lo alto». Los LXX llaman dos veces al Mesías luz, oriente. El sol es «el oriente»; por eso algunos lo identifican con él y apelan a Mal 3,20. En la literatura sinagogal, «Oriens ex alto» es lo mismo que el Mesías de Dios, don divino de Dios. El Mesías se presenta aquí como en el cuarto evangelio: viniendo de parte de Dios. La visita del Mesías es como la visita del propio Dios. V. 79. Este verso alude a Is 9,1 («El pueblo que andaba a oscuras vio una gran luz»), citado por Mt 4,16 (cf. Sal 106,10-14). La iluminación es figura de la redención y salvación, de la obra mesiánica de vida. Por eso se contrapone a las tinieblas y a la muerte. Aquí tenemos un contacto con el evangelista Juan. Nuestros pasos... Zacarías se cuenta entre los beneficiarios de la obra del Mesías. El camino de la paz: es el camino que lleva a la paz, a los bienes mesiánicos de la promesa (cf. Jn 12,35; Ef 5, 8). [Juan Leal, en La Sagrada Escritura. Nuevo Testamento. Evangelios, de la BAC (207), Madrid 1964, pp. 565-569] EL CÁNTICO DE ZACARÍAS (Lc 1, 67-79) Zacarías interpreta con su cántico la hora de historia de la salvación que ha sonado con Juan. El cántico brota del repertorio propio de aquel tiempo. El espíritu de Dios ilumina a Zacarías sobre la misión de su hijo y sobre el futuro que con él se anuncia. Alaba a Dios con palabras antiguas, dotadas de nuevo contenido. La primera parte del cántico es un salmo escatológico que ensalza los grandes hechos de Dios en la historia de la salvación (Lc 1,68-75). La segunda parte es un cántico natalicio que formula parabienes por el día del nacimiento y anuncia la misión del niño (Lc 1,76-79). 67Entonces Zacarías,
padre de Juan, lleno del Espíritu Santo, profetizó diciendo:
68Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha
visitado y redimido a su pueblo, 69suscitándonos una
fuerza de salvación Cuatro de los cinco libros de los Salmos se cierran con estas palabras: «Bendito el Señor, Dios de Israel» (Sal 40,14; 71,18; cf. 88,53; 105,48). Todos los salmos proclaman las obras de Dios en la creación y en la historia de la salvación. La respuesta humana a las obras divinas no puede ser sino la alabanza de Dios. Lo que se anuncia con el nacimiento de Juan, es remate y coronamiento de todos los grandes hechos de Dios, que como Dios de Israel actúa en la historia, se ha escogido a Israel entre todos los pueblos como pueblo de su propiedad, lo ha guiado en forma especial y lo ha destinado a ser una bendición para todos los pueblos. El profeta habla del futuro, como si ya estuviese presente. Dios quiere intervenir en la historia de su pueblo aportando la salvación por medio del Mesías venidero, quiere enviar un poderoso salvador (cuerno de salvación) y preparar la obra redentora. Con el nacimiento de Juan se ha acercado el tiempo de la salvación, su venida ha adquirido tal certeza, que se considera ya presente. Van a cumplirse las promesas proféticas del tiempo pasado, que anuncian el rey soberano y Mesías de la estirpe de David. «El Señor ha jurado a David una promesa que no retractará: "A uno de tu linaje pondré sobre tu trono"... Porque el Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella: "Ésta es mi mansión por siempre, aquí viviré, porque la deseo... Haré germinar el vigor de David, enciendo una lámpara para mi Ungido"» (Sal 131,11ss.). Visitación, redención, salvación, soberano de la casa de David: todo da a entender que se cumplen los grandes anhelos y esperanzas. Juan es el precursor del portador de la salvación. 71Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; 72realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza... El Mesías salva a Israel de la opresión de sus enemigos y de todos los que lo odian. La salvación que realizó Dios en su pueblo cuando lo liberó de la esclavitud de Egipto, se cumple ahora de manera mucho más grandiosa. «Increpó (Dios) al Mar Rojo, y se secó, y los hizo pasar entre las olas como por tierra seca. Los salvó de las manos de los que los aborrecían y los sustrajo al poder del enemigo» (Sal 105,9-10). Cuando alborea el tiempo mesiánico, también los padres de Israel, los antepasados del pueblo israelita, experimentan la misericordia; porque todavía viven y se interesan por las suertes de su pueblo. «Vuestro padre Abrahán se llenó de gozo con la idea de ver mi día; lo vio, y se llenó de júbilo» (Jn 8,56). Ahora se realiza la alianza que concluyó Dios con Abrahán. «He aquí mi pacto contigo: "Serás padre de una muchedumbre de pueblos... Te daré pueblos, y saldrán de ti reyes... Mi pacto lo estableceré con Isaac... Y se gloriarán en tu descendencia todos los pueblos de la tierra"» (Gn 17, 4.6.21; 22,18). El Mesías es la realización de todas las promesas e instituciones, de todas las esperanzas y ansias de la antigua alianza. Él es aquel a quien miran los que ya murieron y viven en el otro mundo, los que todavía viven y los que han de venir. Él es el centro de la humanidad. ...73y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. 74Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, 75le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días. Dios habla a Abrahán: «Por mí mismo juro... que por no haberme negado tu hijo, tu unigénito, te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de las orillas del mar, y se adueñará tu descendencia de las puertas de sus enemigos» (Gn 22,16-17). Todo lo que obliga moralmente a los hombres a cumplir sus promesas, todo esto se dice de Dios: hizo promesas, cerró un pacto de alianza, incluso pronunció un juramento. Con el envío de Cristo cumple Dios aquello a que se había obligado. Los suspiros y clamores de los hombres no resuenan en el vacío. Dios los oye y los satisface en Cristo, que no es solamente el centro de todas las esperanzas humanas, sino también el centro de todos los designios divinos relativos a los hombres. Cuando Israel es sustraído al poder de sus enemigos, queda libre para dedicarse al servicio de Dios. Puede servir a Dios en su presencia y con ello cumplir su misión sacerdotal que tiene que desempeñar entre los pueblos; porque Dios les dijo: «Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa» (Ex 19,6). El Mesías procura al pueblo de Dios espacio y libertad para celebrar el culto divino. Pero este espacio libre lo rellena también con la adoración de Dios del final de los tiempos (cf. Jn 4,2-26). «Ante todo, recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres: por los reyes y por todos los que ocupan altos puestos, para que podamos llevar una vida tranquila y pacífica con toda religiosidad y dignidad» (1 Tim 2,1-2). El servicio y culto divino consiste en santidad y justicia. El alma de la acción litúrgica es la entrega a la voluntad de Dios, una conducta santa. «Ofrece a Dios sacrificios de alabanza y cumple tus votos al Altísimo. E invócame en el día de la angustia; yo te libraré, y tú cantarás mi gloria» (Sal 49,14-15). 76Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, 77anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados. 78Por la entrañable misericordia de nuestro Dios... Juan es profeta de Dios y el que prepara el camino al Señor. «He aquí que voy a enviar mi mensajero...» (Mal 3,1). «Una voz grita: "Abrid una calzada en el desierto..."» (Is 40,3). Jesús sobrepuja a Juan, como el Hijo del Altísimo sobrepuja al profeta del Altísimo, y el Señor, al que le prepara el camino. El que viene es Dios mismo. El judaísmo tardío ve el futuro reino de Dios en estrecha relación con el reino futuro del Mesías. En Jesús viene Dios... La preparación del camino se efectúa mediante el don del conocimiento de la salvación. El pueblo de Dios conoce la salvación porque la experimenta prácticamente. Dios se la da a conocer al otorgársela (Sal 97,2). Ahora bien, la salvación consiste en el perdón de los pecados. Aquel a quien se le perdonan los pecados se ve liberado y rescatado de un poder que ata más que las manos de los enemigos y de los que odian (Lc 1,17). El tiempo de salvación para el que Juan prepara es el tiempo de la misericordia de nuestro Dios. La acción reveladora de Dios en los últimos tiempos es exuberancia de su corazón misericordioso. Para el final de los tiempos se aguarda que Dios envíe su misericordia a la tierra. Ahora se cumple esto. «El Señor es compasivo y de mucha misericordia» (Sant 5,11). ...nos visitará el sol que nace de lo alto, 79para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz. Por la misericordia de Dios, viene la «aurora de lo alto», el Mesías. «Yo, Yahvé... te he puesto para luz de las gentes, para abrir los ojos de los ciegos, para sacar de la cárcel a los presos, del fondo del calabozo a los que moran en tinieblas» (Is 42,6-7). El Mesías, el sol de la salud, trae a los hombres salvación, trae redención a los oprimidos por el pecado y por la muerte. «El pueblo que andaba en tinieblas, vio una luz grande; sobre los que habitaban en la tierra de sombras de muerte resplandeció una brillante luz» (Is 9,1). La Iglesia reza el cántico de Zacarías cada mañana cuando al salir el sol se disipan la noche y las tinieblas. Lo reza también junto al sepulcro. En efecto, sobre toda la noche de la muerte brilla la aurora de lo alto, Cristo, que con su resurrección venció el señorío del pecado y de la muerte, y trae la restauración de todo en un nuevo universo (Ap 21,3-4). [Alois Stöger, El Evangelio según san Lucas. Barcelona, Ed. Herder, 1970, pp. 63-68]
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