DIRECTORIO FRANCISCANO
La Oración de cada día

Decimocuarta Estación
JESÚS ES SEPULTADO

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Vía crucis de Juan Pablo II

(Viernes Santo de 2000)

«Fue crucificado, muerto y sepultado...». El cuerpo sin vida de Cristo fue depositado en el sepulcro. La piedra sepulcral, sin embargo, no es el sello definitivo de su obra. La última palabra no pertenece a la falsedad, al odio y al atropello. La última palabra será pronunciada por el Amor, que es más fuerte que la muerte. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24).

El sepulcro es la última etapa del morir de Cristo en el curso de su vida terrena; es signo de su sacrificio supremo por nosotros y por nuestra salvación. Muy pronto este sepulcro se convertirá en el primer anuncio de alabanza y exaltación del Hijo de Dios en la gloria del Padre.

«Fue crucificado, muerto y sepultado (...); al tercer día resucitó de entre los muertos».

Con la deposición del cuerpo sin vida de Jesús en el sepulcro, a los pies del Gólgota, la Iglesia inicia la vigilia del Sábado Santo. María conserva en lo profundo de su corazón y medita la pasión del Hijo; las mujeres se citan para la mañana del día siguiente del sábado, para ungir con aromas el cuerpo de Cristo; los discípulos se reúnen, ocultos en el Cenáculo, hasta que haya pasado el sábado.

Esta vigilia acabará con el encuentro en el sepulcro, el sepulcro vacío del Salvador. Entonces el sepulcro, testigo mudo de la resurrección, hablará. La losa levantada, el interior vacío, las vendas por tierra, será lo que verá Juan, llegado al sepulcro junto con Pedro: «Vio y creyó» (Jn 20,8). Y, con él, creyó la Iglesia, que desde aquel momento no se cansa de transmitir al mundo esta verdad fundamental de su fe: «Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de todos los que han muerto» (1 Cor 15,20).

El sepulcro vacío es signo de la victoria definitiva, de la verdad sobre la mentira, del bien sobre el mal, de la misericordia sobre el pecado, de la vida sobre la muerte.

El sepulcro vacío es signo de la esperanza que «no defrauda» (Rm 5,5). «Nuestra esperanza está llena de inmortalidad» (Sb 3,4).

Pausa de silencio

Oremos: Señor Jesucristo, que por el Padre, con la fuerza del Espíritu Santo, fuiste llevado desde las tinieblas de la muerte a la luz de una nueva vida en la gloria, haz que el signo del sepulcro vacío nos hable a nosotros y a las generaciones futuras y se convierta en fuente viva de fe, de caridad generosa y de firmísima esperanza.

A ti, Jesús, presencia escondida y victoriosa en la historia del mundo, honor y gloria por los siglos. Amén.

Vía crucis de Gerardo Diego

Fue un José el primer varón
que a Jesús tomó en sus brazos,
y otro José en tiernos lazos
le estrecha de compasión.
Con grave, infinita unción
el sagrado cuerpo baja
y en un lienzo le amortaja.
Luego le da sepultura
y una piedra en la abertura
de la roca viva encaja.

Como póstuma jornada
de tu vía de amargura,
admiro en la sepultura
tu heroica carne sellada.
Señor, ya no queda nada
por hacer. Señor, permite
que humildemente te imite,
que contigo viva y muera,
y en luz no perecedera,
que como Tú resucite.

La última estación describe en tercera persona el descendimiento y posterior sepultura del Señor, gracias la oficiosa mediación de José de Arimatea.

El poeta, llegado este momento definitivo, cambia el registro de su voz para proclamar en primera persona que todo ha concluido y no hay más que hacer. Y con muy buen criterio, concorde con Cristo, reclama para sí su parte de vida y de muerte, como equipaje necesario para resucitar "con luz no perecedera" con él y como él.- [Fr. Ángel Martín, ofm]

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