DIRECTORIO FRANCISCANO
SANTORAL FRANCISCANO

23 de julio
BEATAS CATALINA DEL CARMEN CALDÉS
Y MICAELA DEL SACRAMENTO RULLÁN (†1936)

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El domingo día 28 de octubre de 2007, en la plaza de San Pedro, tuvo lugar la solemne beatificación de 498 mártires de la persecución religiosa en España en la década de 1930. Entre ellos figuran dos obispos, 24 sacerdotes diocesanos, 462 miembros de institutos de vida consagrada, un diácono, un subdiácono, un seminarista y siete laicos. Estos mártires fueron beatificados porque respondieron a la persecución con un testimonio de amor y perdonando a los que los mataban. Y perdón, reconciliación y diálogo fueron las palabras clave de los diversos momentos de la beatificación. Presidió la celebración, en nombre del Papa, el cardenal José Saraiva Martins, cmf, prefecto de la Congregación para las causas de los santos.

Entre estos beatos se encuentran 22 franciscanos de la Provincia de Castilla encabezados por el beato Víctor Chumillas (16 de agosto), 7 franciscanos de la Provincia de Granada encabezados por el beato Félix Echevarría (22 de septiembre), y dos hermanas de las Franciscanas Hijas de la Misericordia, sor Catalina Caldés y sor Micaela Rullán (23 de julio).

A la hora del Ángelus, después de la ceremonia de beatificación, el Santo Padre pronunció las siguientes palabras:

«Queridos hermanos y hermanas:

Esta mañana, aquí, en la plaza de San Pedro, han sido proclamados beatos 498 mártires asesinados en España en la década de 1930. Doy las gracias al cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las causas de los santos, que ha presidido la celebración, y dirijo mi saludo cordial a los peregrinos que han venido para esta feliz circunstancia.

La inscripción simultánea en el catálogo de los beatos de un número tan grande de mártires demuestra que el testimonio supremo de la sangre no es una excepción reservada solamente a algunas personas, sino una posibilidad real para todo el pueblo cristiano. En efecto, se trata de hombres y mujeres diversos por edad, vocación y condición social, que pagaron con la vida su fidelidad a Cristo y a su Iglesia. A ellos se aplican bien las palabras de san Pablo que resuenan en la liturgia de este domingo: "Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe" (2 Tim 4,6-7). San Pablo, detenido en Roma, ve aproximarse su muerte y hace un balance lleno de agradecimiento y de esperanza. Está en paz con Dios y consigo mismo, y afronta serenamente la muerte, con la certeza de haber gastado toda su vida, sin escatimar nada, al servicio del Evangelio. (...)

Damos gracias a Dios por el gran don de estos testigos heroicos de la fe que, movidos exclusivamente por su amor a Cristo, pagaron con su sangre su fidelidad a él y a su Iglesia. Con su testimonio iluminan nuestro camino espiritual hacia la santidad, y nos alientan a entregar nuestras vidas como ofrenda de amor a Dios y a los hermanos. Al mismo tiempo, con sus palabras y gestos de perdón hacia sus perseguidores, nos impulsan a trabajar incansablemente por la misericordia, la reconciliación y la convivencia pacífica. Os invito de corazón a fortalecer cada día más la comunión eclesial, a ser testigos fieles del Evangelio en el mundo, sintiendo la dicha de ser miembros vivos de la Iglesia, verdadera esposa de Cristo. Pidamos a los nuevos beatos, por medio de la Virgen María, Reina de los mártires, que intercedan por la Iglesia en España y en el mundo; que la fecundidad de su martirio produzca abundantes frutos de vida cristiana en los fieles y en las familias; que su sangre derramada sea semilla de santas y numerosas vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras. ¡Que Dios os bendiga!».

[Cf. L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, del 2-XI-07]

FRANCISCANAS HIJAS DE LA MISERICORDIA
MÁRTIRES DE BARCELONA (23-VII-1936)

La Congregación de las Franciscanas Hijas de la Misericordia fue fundada en septiembre de 1856, en Pina (Mallorca), por el sacerdote Gabriel Mariano Ribas y su hermana María Josefa, que al vestir el hábito religioso cambió el nombre de pila por el de Sor Concepción de San José. Desde sus orígenes fue una institución sencilla, pobre y humilde, que tenía la mirada puesta en las aldeas y pueblos pequeños de la isla de Mallorca, que se nutría mayormente de vocaciones provenientes del campo mallorquín y que luego volvían al campo, o tal vez a las ciudades, para servir a los pobres y ancianos, cuidar a los enfermos en sus casas o en dispensarios, educar a los pequeños o cuidar de ellos en guarderías, colaborar en las parroquias, etc. La Congregación estuvo siempre vinculada a la Tercera Orden Franciscana, a la que pertenecían sus fundadores.

Las beatas Catalina y Micaela eran dos religiosas Franciscanas Hijas de la Misericordia, mallorquinas las dos, destinadas al barrio del Coll de Barcelona, donde atendían a enfermos y a niños, martirizadas a las afueras de la ciudad por los milicianos el 23 de julio de 1936.

En lo alto de la barriada de Vallcarca, de la ciudad de Barcelona, hay un santuario dedicado a «Nuestra Señora del Coll», y no muy lejos de allí, en el mismo camino del santuario, había un humilde convento de cuatro religiosas Franciscanas Hijas de la Misericordia, de origen mallorquín, entre las que se encontraban, cuando estalló la guerra civil española (18 de julio de 1936), sor Catalina Caldés y sor Miquela Rullán. Allí, el 20 de julio, dos días después del levantamiento contra la República, alrededor de las tres de la tarde, se presentó un grupo de milicianos anarquistas. Ante sus preguntas, ellas se identificaron abiertamente, no ocultando ni su condición religiosa ni su misión. Después de ciertas divagaciones, los milicianos se llevaron a sor Micaela y a sor Catalina a la sede del comité de la FAI (Federación Anarquista Ibérica), donde las tuvieron encerradas durante tres días. Fueron torturadas y recibieron un trato cruel, vejatorio y denigrante.

El día 23, las obligaron a subir a un camión, junto a otras dos religiosas y un religioso, y se las llevaron a la montaña, a un descampado por donde pasaba la carretera que sube al Tibidabo, la Rebassada. Allí los milicianos descargaron sobre ellos una lluvia de balas. Sor Micaela murió en el acto; a sor Catalina, malherida entonces, la remataron poco después. Estos confesores de la fe eran personas sencillas, sin ambiciones; vivían en el anonimato de una barriada obrera, en la periferia de Barcelona, los religiosos dedicados al servicio de los fieles que acudían a la humilde capilla, las religiosas Franciscanas entregadas al cuidado de los enfermos a domicilio y a la guarda y educación de los pequeños mientras sus padres trabajaban. Murieron mártires, dando testimonio de su fe a través de una muerte violenta.

BEATA CATALINA DEL CARMEN CALDÉS SOCÍAS

Catalina Caldés Socías nació el 9 de julio de 1899, en Sa Pobla (Mallorca), en el seno de una familia de profundas raíces cristianas; era la segunda de los cuatro hijos que tuvieron los esposos Miquel Caldés y Catalina Socías. Fue bautizada el mismo día de su nacimiento en la parroquia de San Antonio y a los pocos meses recibió la confirmación. Estudió en el colegio de las Hermanas Franciscanas Hijas de la Misericordia, fundadas medio siglo antes en Pina (Mallorca), y siguió luego en contacto con ellas hasta que el 13 de octubre de 1921 vistió en Pina su característico hábito azul, profesando el 14 de octubre de 1922. Su primer destino fue Lloseta (Mallorca), donde enseñó las primeras letras a los párvulos y ayudó en las tareas domésticas. Tuvo otros destinos en Mallorca y uno en Ciutadella (Menorca), donde ejerció su labor a favor del seminario y desde donde fue trasladada a Barcelona, a la pequeña comunidad del Coll, donde, decidida y alegre, se entregó a servir a los enfermos y a cuidar con ternura maternal a los niños pequeños. Según los testigos, sor Catalina se hacía notar por su bondad, su sencillez y su ternura con los niños.

En julio de 1936 Sor Catalina formaba parte desde hacía seis años de la comunidad de religiosas franciscanas situada en la calle Santuari, número 18, en el barrio del Coll, de Barcelona. La comunidad centraba sus tareas en la guardería infantil y en el cuidado de los enfermos con total desinterés. Subsistía gracias a los donativos. Sor Catalina dejó muy buenos recuerdos por donde quiera que pasó. Hizo siempre el bien en la penumbra. Se encontraba sirviendo de enfermera a domicilio cuando en la calle se proferían amenazas y griteríos anticlericales. Aunque le aconsejaron que no se moviera y habrían podido esconderla, prefirió reunirse con sus Hermanas para compartir con ellas el sufrimiento de aquellos momentos inseguros y regresó al convento vestida de seglar.

El día 20, ella y Sor Miquela fueron arrestadas por los milicianos y, junto con otras dos religiosas de la Compañía de Santa Teresa, fueron llevadas ante el Comité del barrio. Allí sufrieron malos tratos y las peores vejaciones, según algunos testigos. Luego se las llevaron a una carretera de las afueras, y en la Rebassada fueron fusiladas junto con el Hno. Pau Noguera, Misionero de los Sagrados Corazones, y la señora Prudencia Canyelles, el día 23 de julio de 1936 por la tarde. Sor Catalina no murió en el acto, por lo que, durante la noche, con grandes esfuerzos, pudo llamar a la puerta de una casa conocida, pidiéndoles un vaso de agua. Le dieron un vaso de leche y una silla para sentarse en el jardín ya que, por temor a represalias, no la dejaron entrar en la casa. Esta familia llamó a un pariente miliciano para que la acompañara al Hospital Clínico para curarla. De hecho la recogió, pero en el camino de la Vall de Hebrón los milicianos acabaron con su vida. Tenía 37 años de edad.

BEATA MICAELA DEL SACRAMENTO RULLÁN RIBOT

Miquela Rullán Ribot nació en la villa de Petra (Mallorca) el 24 de noviembre de 1903 y recibió el bautismo al día siguiente. Desde pequeña frecuentó el parvulario que las Hermanas Franciscanas Hijas de la Misericordia tenían en el pueblo y siempre tuvo muy clara su vocación de dedicarse a los más pequeños, una vocación a ejercer la misericordia, manifestando así el amor de Dios que nos ha sido revelado en Jesucristo. Tuvo que emigrar a Valencia con sus padres por unos años y luego regresó a Mallorca, a Palma, concretamente. De nuevo frecuentó a las franciscanas, colaboró en la catequesis, junto con sus amigas confeccionaba prendas y juguetes para donar a los más necesitados. No le importaron los comentarios que desató su decisión de entrar en la vida religiosa. Tampoco cambió de opinión cuando algunos le aconsejaban que entrara en otra congregación de mayor abolengo. Precisamente por su humildad y simplicidad escogía a las franciscanas, explicaba ella a quien le planteaba alternativas.

El 14 de abril de 1928 ingresó como postulante en las Franciscanas de Pina, y, después del año de prueba, el 16 de octubre de 1929 emitió la primera profesión. Al poco de hacer su profesión perpetua, el 16 de octubre de 1935, fue destinada a la comunidad del Coll, en una barriada periférica de Barcelona. Tanto al despedirse de Palma como al llegar a Barcelona, Miquela expresó el presentimiento de su muerte cercana.

El día 20 de julio de 1936 se hallaba en el convento cuando fue arrestada por los milicianos, junto con Sor Catalina. Ambas, en compañía de dos teresianas y un Misionero de los Sagrados Corazones, iniciaron el penoso calvario hacia el fusilamiento, que tuvo lugar el 23 de julio de 1936, al anochecer, en una curva de la carretera que conduce al Tibidabo. Tenía 32 años de edad.

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