DIRECTORIO FRANCISCANO
SANTORAL FRANCISCANO

9 de julio
BEATA MARÍA DE JESÚS CRUCIFICADO PETKOVIC
(1892-1966)
Fundadora de las Hijas de la Misericordia

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La madre María de Jesús Crucificado nació en Croacia y murió en Roma. De joven ingresó en la Tercera Orden Secular de San Francisco, y con la Regla y la espiritualidad franciscana fundó la Congregación de las Hijas de la Misericordia para la educación de la juventud femenina.

Nació el 10 de diciembre de 1892 en Blato, en la isla de Korcula (Croacia). Era la sexta de los ocho hijos de Antonio y María Petkovic. Sus padres llevaban una vida ejemplar y educaron cristianamente a todos sus hijos. Muy pronto María mostró su inclinación a la piedad y a la misericordia. Al ver los sufrimientos, el hambre y las penurias de la gente, decidió esforzarse por proteger a los pobres, «hermanos elegidos y amados por el Señor», como solía llamarlos.

El 8 de septiembre de 1906, día de la Natividad de la Santísima Virgen, con ocasión de la visita pastoral del obispo, María entró a formar parte de la asociación de Hijas de María, de la que fue secretaria y luego presidenta. Leyendo las palabras de Jesús al joven rico, el 21 de noviembre sucesivo, sintió la vocación a entregarse totalmente a Cristo. Desde ese momento renovó cada día su promesa de amor al Señor. Luego entró a formar parte de la Tercera Orden Secular de San Francisco y cuando Dios le inspiró dar vida a un instituto religioso femenino quiso darle la Regla y la espiritualidad franciscana.

Impulsada por su vivo deseo de ayudar a los necesitados, y siguiendo las orientaciones del obispo de Dubrovnik, monseñor Josip Marcelic, en el día de la Anunciación del año 1919 fundó la congregación de Hijas de la Misericordia, para «la educación e instrucción de la juventud femenina». El mismo obispo, en 1928, la erigió canónicamente como instituto de derecho diocesano. Al inicio la madre Petkovic dudaba entre la clausura y la actividad apostólica, pero optó por esta última, inspirada por las palabras de san Francisco: «No vivir sólo para sí mismo, sino también para el bien del prójimo».

El 6 de diciembre de 1956 la congregación llegó a ser de derecho pontificio y fueron aprobadas sus Constituciones.

La madre María de Jesús Crucificado Petkovic trató de transmitir a sus religiosas la profunda devoción que sentía desde niña hacia Jesucristo crucificado. En una carta, escrita el 31 de agosto de 1953, a todas las Hijas de la Misericordia, las invitaba a «seguir a Cristo, escuchar a Cristo, humillarse en Cristo, sufrir silenciosamente en Cristo, arder en Cristo, perdonar en Cristo, amar en Cristo, sacrificarse en Cristo (...). Para quien ama al dulcísimo Jesucristo, nuestro Señor, será dulce incluso la palabra "sufrir" por amor a él. Sufrir, porque no hay verdadero amor sin sacrificios y sufrimientos por la persona amada. Cristo con la cruz y el sufrimiento ha salvado al mundo entero».

Era una mujer fuerte en las adversidades, tierna en sus afectos, pero sobre todo profundamente enamorada de Jesús crucificado, al que dedicó toda su vida y su obra. Sintió durante toda su existencia esta constante presencia del Crucificado. Lo tenía siempre ante sus ojos, y en su corazón, por eso afloraba continuamente a sus labios. Las principales virtudes que practicó y recomendó eran las que brillaban en Cristo crucificado: la pobreza, la humildad, la abnegación, hasta el sacrificio total de sí por el prójimo, sintetizado en una palabra: amor.

La madre Petkovic experimentaba una grandísima alegría en su servicio a los pobres, marginados y despreciados, porque reconocía en ellos el rostro de Jesús doliente. Por eso, nunca se cansaba de exhortar a las hermanas a que mostraran con su conducta y sus sacrificios que en ellas se había encarnado el amor, la bondad y la misericordia de Dios.

Sacaba su fuerza espiritual de la oración. Su vida se puede resumir en dos palabras: «Oración y apostolado». Desde el inicio, la oración constituyó el alma y el gran dinamismo de su amplia actividad. El «estar» con el Señor plasmaba el «ir» a los hermanos. La unión íntima con Dios se prolongaba en la comunión con el prójimo.

Sentía un profundo aprecio por las directrices y los consejos de los pastores de la Iglesia, ante los cuales siempre se manifestó muy dócil y obediente. En especial seguía con fidelidad las indicaciones del obispo y del Romano Pontífice. En una carta circular explica a sus religiosas el significado de la Regla y de las Constituciones: «Son la palabra y la ley de nuestro Señor... La Regla santa, el libro de la vida, el camino de la cruz, la llave y el vínculo de la amistad eterna».

La fama de santidad, de la que gozó durante su vida, se confirmó también después de su muerte, acontecida en Roma el 9 de julio de 1966.

Las Hijas de la Misericordia cuentan hoy (2003) con 429 religiosas, que trabajan en doce países de Europa y América. Se dedican a la educación de los niños y la juventud, a la asistencia a las personas ancianas y enfermas, y al apostolado parroquial.

Fue beatificada en Dubrovnik (Croacia) por Juan Pablo II el 6 de junio de 2003, siendo la primera mujer de la Iglesia croata beatificada en los tiempos recientes.

[L´Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 13-VI-03]

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De la homilía de Juan Pablo II
en la misa de beatificación

(6-VI-2003)

3. «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?» (Mc 10,17). Es la pregunta que también sor María de Jesús Crucificado hizo a su Señor desde que, siendo joven, colaboraba en la parroquia de Blato, en la isla de Korcula, y se prodigaba al servicio del prójimo en las asociaciones del Buen Pastor y de las Madres católicas, así como en la cocina popular.

La respuesta resonó nítidamente en su corazón: «¡Ven y sígueme!». Así, conquistada por el amor de Dios, eligió consagrarse para siempre a él, realizando la aspiración de entregarse totalmente al bien espiritual y material de las personas más necesitadas. Luego fundó la congregación de las Hijas de la Misericordia de la Tercera Orden Regular de San Francisco, con la misión específica de «difundir y propagar, mediante las obras de misericordia espirituales y corporales, el conocimiento del Amor divino». No faltaron dificultades, pero sor María siguió adelante con indómita valentía, ofreciendo sus sufrimientos como actos de culto y sosteniendo a sus hermanas con la palabra y con el ejemplo. Durante cuarenta años gobernó con sabiduría materna su instituto, abriéndolo al compromiso misionero en diversos países de América Latina.

4. La figura de la beata María de Jesús Crucificado me lleva a pensar en todas las mujeres de Croacia, tanto en las que están casadas y son madres felices, como en las que están marcadas para siempre por el dolor de la pérdida de un familiar en la cruel guerra de la década de 1990, o por otras amargas desilusiones sufridas.

Pienso en ti, mujer, porque con tu sensibilidad, generosidad y fortaleza «enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas» (Carta a las mujeres, 2). Dios te ha confiado de modo especial las criaturas, y por ello estás llamada a convertirte en un apoyo importante para la existencia de toda persona, en particular en el ámbito de la familia.

El ritmo frenético de la vida moderna puede llevar al ofuscamiento e, incluso, a la pérdida de lo que es humano. Nuestro tiempo, tal vez más que cualquier otra época de la historia, necesita «el "genio" de la mujer, que asegure en toda circunstancia la sensibilidad por el hombre» (Mulieris dignitatem, 30).

Mujeres croatas, conscientes de vuestra altísima vocación de "esposas" y "madres", seguid mirando a toda persona con los ojos del corazón, salid a su encuentro y acompañadla con la sensibilidad propia del instinto materno. Vuestra presencia es indispensable en la familia, en la sociedad y en la comunidad eclesial.

5. De modo particular, pienso en vosotras, mujeres consagradas como María Petkovic, que habéis acogido la invitación a seguir con corazón indiviso a Cristo, casto, pobre y obediente.

No os canséis de responder fielmente al único Amor de vuestra existencia. En efecto, la vida consagrada no es sólo compromiso generoso de un ser humano; es, ante todo, respuesta a un don que viene de lo alto y que se debe acoger con plena disponibilidad. Que la experiencia diaria del amor gratuito de Dios a vosotras os impulse a entregar sin reservas vuestra vida al servicio de la Iglesia y de los hermanos, poniéndolo todo, presente y futuro, en sus manos.

6. «Jesús, fijando en él su mirada, lo amó» (Mc 10,21). Dios dirige una mirada llena de ternura a quien desea cumplir su voluntad y caminar por sus sendas (cf. Sal 1,1-3). En efecto, cada uno, según su vocación propia, está llamado a realizar, en sí y en torno a sí, el proyecto de Dios. Con este fin, el Espíritu del Señor reviste al hombre fiel a Dios «de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia» (Col 3,12). Sólo así se puede edificar la ciudad terrena a imagen de la ciudad celestial.

Que vuestra comunidad cristiana crezca y se fortalezca en el perdón recíproco, en la caridad y en la paz: esta es la oración que hoy el Papa eleva al Señor por todos vosotros.

«Y todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por medio de él a Dios Padre» (Col 3,17).

A él la gloria por los siglos de los siglos.

[L´Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 13-VI-03]

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