DIRECTORIO FRANCISCANO
Documentos franciscanos oficiales

LA VISITA CANÓNICA:
UN TIEMPO PARA DISCERNIR Y EVALUAR

Fr. José Rodríguez Carballo, Min. Gen.
Encuentro de los Visitadores
(Roma, Curia general, 13-XI-2006)

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Mi exposición comprenderá dos partes. Ante todo hablaré de los objetivos de la Visita Canónica y del papel del Visitador, mientras que en la segunda parte indicaré los grandes temas que se han de tener presentes en la Visita, partiendo de dos acontecimientos que centran nuestra atención en estos momentos, después de la celebración del Capítulo general extraordinario.

I. LA VISITA CANÓNICA Y LA FIGURA DEL VISITADOR
EN LA MENTE DE SAN FRANCISCO
Y EN NUESTRA LEGISLACIÓN

La Visita canónica está regulada por el Código de Derecho Canónico (cf. CIC 628), por nuestras Constituciones generales (cf. CCGG 213) y Estatutos generales (cf. EEGG 155), por los Estatutos para la Visita Canónica y Presidencia del Capítulo provincial (EVC), así como por otros documentos de la Iglesia. Según estos documentos, es al Ministro a quien corresponde realizar la Visita Canónica, personalmente o por medio de Delegados (cf. EVC 1). La Visita puede ser ordinaria o extraordinaria, general o provincial, total o parcial (EVC 2,1-2). En vuestro caso la Visita es ordinaria, pues se realiza en el momento establecido; es general, pues es convocada por el Ministro general; y es total, pues es a todos los hermanos de la Entidad y a todas sus casas.

Aun cuando la Visita que vais a realizar, por ser Visita canónica, tiene connotaciones jurídicas particulares, sin embargo, también esta Visita ha de realizarse dentro del espíritu que Francisco indica para la visita a los hermanos.

1. LA VISITA CANÓNICA
EN LA MENTE DE SAN FRANCISCO

San Francisco consideraba la visita a los hermanos como una de sus principales obligaciones. Y, cuando ya no podía visitarlos a causa de la "enfermedad y debilidad" de su cuerpo (2CtaF 3), optó por escribir cartas y enviar mensajeros para seguir sirviéndoles y suministrándoles "las odoríferas palabras" de su Señor (2CtaF 2).

Consciente de la importancia de tales visitas y de tal servicio o ministerio, escribe en la Primera Regla: "Todos los hermanos que son constituidos Ministros y siervos de los otros hermanos, distribuyan a éstos en las provincias y en los lugares donde estén, visítenlos frecuentemente y amonéstenlos y anímenlos espiritualmente" (1 R 4,2). Esta misma advertencia se encuentra en la Segunda Regla, con algunos matices que me parecen importantes: "Los hermanos que son Ministros y siervos de los otros visiten y amonesten a sus hermanos, y corríjanlos humilde y caritativamente" (2 R 10,1).

Del contexto en que se encuentran estos textos podemos sacar algunas indicaciones importantes sobre el tiempo, los objetivos y el modo de realizar la visita a los hermanos, tal como la quería san Francisco.

En cuanto al tiempo, la Visita debe ser lo más frecuente posible. Es importante notar como en la Primera Regla se dice que los Ministros y siervos visiten "frecuentemente a los hermanos". Esta anotación temporal desaparece en la Segunda Regla, probablemente porque el número de los hermanos aumentaba considerablemente y la Orden tenía cada día una mayor expansión geográfica. Pero, a pesar de dicha omisión, nada nos autoriza a pensar que el pensamiento de Francisco cambiara. En la vida de Francisco es clara la importancia dada a la persona, lo que implica, por parte de los Ministros y siervos, ser siempre cercanos a los hermanos, y visitarlos con frecuencia.

El objetivo de la visita es doble: uno positivo y otro negativo. Este doble objetivo Francisco lo expresa con los verbos y expresiones siguientes: servir, suministrar las odoríferas palabras de mi Señor, animar, amonestar, corregir.

Es importante subrayar que el primer objetivo de la visita es evangelizar a los hermanos, comunicándoles "las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es el Verbo del Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida (Jn 6,64)" (2CtaF 3). Ahora bien, teniendo en cuenta el texto de Pablo (cf. 2 Cor 2,14-15) sobre el que se basa el de Francisco, el Ministro, o el hermano que visita a los otros hermanos, está llamado a revelar la presencia de Cristo entre los hermanos, siendo él mismo buen olor de Cristo, para conseguir de los demás otro tanto. La visita a los hermanos es, pues, en primer lugar un medio privilegiado para evangelizar, en la medida en que el Ministro o Visitador se deje evangelizar.

Este mismo aspecto de la Visita, que hemos llamado positivo, aparece en el término animar, usado también en este contexto por Francisco. En la Visita, los Ministros y siervos han de animar, es decir: han de comunicar aliento, a fin que los hermanos vivan según el espíritu (cf. 1 R 5,7), en obediencia a la voluntad del Señor (cf. SalVir 15). En otras palabras, la visita ha de impulsar a los hermanos al crecimiento en la vida del espíritu, y "estimularlos a progresar en todo, de lo bueno a lo mejor (CCGG 213)" (EVC 3).

Pero dado que Francisco es muy consciente de la presencia del pecado en la fraternidad, no puede dejar de señalar otros objetivos de la visita, que buscan la conversión del hermano: amonestar y corregir. Ni el Ministro ni su mensajero, el Visitador, pueden ser indiferentes ante el pecado del hermano, sino que han de amonestar y corregir a los hermanos que hayan pecado (cf. CCGG 213).

Finalmente, Francisco es muy claro sobre el modo de realizar el servicio de visitar a los hermanos. El Ministro y siervo, o quien realice en su nombre la visita a los hermanos, ha de usar con ellos de ternura y vigor; caridad y, a la vez, claridad. Así lo manifiesta claramente Francisco cuando afirma que el Ministro o Visitador ha de realizar su servicio con humildad, sin soberbia o vanagloria (cf. 2 R 10,7), sin "turbarse o airarse por el pecado o el mal del hermano" (1 R 5,7), con familiaridad y benignidad (cf. 2 R 10,5), y siempre movido por la caridad y el amor al hermano (cf. Adm 11,2; 25); pero, al mismo tiempo, está llamado a realizar este servicio "diligentemente" (2 R 5,5), amonestando y corrigiendo cuando sea necesario (cf. 1 R 10,1), recordando que tendremos que rendir cuentas al Señor si un hermano se pierde por nuestro silencio (cf. 1 R 4,6).

2. LA VISITA EN LOS ESTATUTOS
PARA LA VISITA CANÓNICA

Según los Estatutos para la Visita Canónica y la presidencia del Capítulo provincial, en consonancia con las indicaciones que nos vienen dadas por Francisco mismo, la Visita es un momento de evaluación de la actividad del gobierno provincial o custodial, y de la vida de las Entidades y de los hermanos (cf. EVC 1); es decir, la Visita tiene como primer objetivo "hacer verdad" -verificar- las actividades y la vida de los hermanos, particularmente la vida fraterna (cf. EVC 26), a la luz de las prioridades de la vida franciscana (cf. EVC 26-32).

Esta evaluación concretamente comporta: confortar, amonestar y, cuando fuese necesario, corregir a los hermanos; conocer las condiciones de vida de los hermanos, personal y económica, y sus iniciativas más importantes, estimulándolas si se juzgan buenas; promover la formación inicial y permanente en las siguientes dimensiones: científica, ministerial y profesional; estimular la participación activa de los hermanos en las actividades de la Orden, lo que supone desarrollar el sentido de pertenencia a la misma; procurar que los hermanos observen lo que prescriben nuestras leyes y las de la Iglesia; y estimularlos a pasar de lo bueno a lo mejor (EVC 3,1). De lo dicho, bien se puede deducir que nada de lo que se refiera a la vida de los hermanos en su triple dimensión: humana, cristiana y franciscana, y a las actividades de los mismos, ha de considerarse ajeno a la Visita.

3. AUTORIDAD Y DEBERES DEL VISITADOR

Mientras dura la Visita, el Visitador es delegado del Ministro general o provincial (cf. EVC 2,2), y "representa al Ministro y actúa en su nombre" (EVC 8,1). Por tanto, el Visitador goza de "potestad delegada" (cf. EVC art. 11) y tiene el derecho de ordenar, dirigir, ejecutar y corregir, según el derecho común y propio, todo lo que considere necesario "para utilidad de los hermanos y de las Provincias" (EVC 11,2). Sin embargo no puede interferir en los asuntos ordinarios de gobierno (EVC 12,1), ya que durante la Visita no se altera la potestad ordinaria del Ministro provincial o del Guardián (cf. EVC 12,2). La autoridad del Visitador, si es también Presidente del Capítulo, como en vuestro caso, "termina treinta días después de la conclusión del Congreso capitular" (EVC 17).

En cuanto a los deberes del Visitador -además de preparar con esmero la Visita y el Capítulo, en estrecha colaboración con el Ministro provincial y el Definitorio de la Provincia-, pienso que se pueden sintetizar en las siguientes palabras: evaluar rectamente, cerciorarse, controlar, averiguar atentamente, confortar, proponer, amonestar y corregir. Para ello debe asumir su servicio con solicitud, tomándose el tiempo necesario, sin prisas (cf. EVC 14), para poder preguntar a los hermanos con caridad y benignidad, escucharles con familiaridad (cf. EVC 22,3) y discernir con serenidad, teniendo en cuenta el bien de los hermanos (cf. EVC 9,1; 11,2). En cuanto a su comportamiento, los EVC recuerdan que cuando corrija debe hacerlo humilde y caritativamente (EVC 3,1), y en todo momento debe actuar con benignidad, familiaridad (EVC 3,1), prudencia y mucha discreción (obligación del secreto) (cf. EVC 11,2; 33), comportándose siempre con sencillez en el trato con los hermanos y en el uso de las cosas (EVC 14,1). Para poder ser lo más imparcial posible en su "juicio", el Visitador "procure conocer el fundamento de lo que escucha y qué pruebas lo apoyan" (EVC 22,3).

II. LA VISITA CANÓNICA A LA LUZ
DEL CAPÍTULO GENERAL EXTRAORDINARIO

Acabamos de celebrar un Capítulo que desde su convocatoria ha querido ser un Capítulo abierto, en cuanto que ahora toca a las Provincias y demás Entidades el poner en práctica las orientaciones que el Capítulo general extraordinario nos ha ofrecido. La celebración de los capítulos electivos que van a celebrar las Entidades que visitaréis puede ser una ocasión verdaderamente propicia para que el Capítulo general extraordinario continúe, y que cuanto en él se ha vivido y experimentado sea revivido en cada uno de los Capítulos que se celebrarán durante el año 2007.

Deseo, pues, que las llamadas que nos hizo el Capítulo, y las orientaciones prácticas que de él salieron, sean tenidas muy en cuenta durante la Visita y en la celebración de los Capítulos provinciales y custodiales. Para ello ofrezco una breve síntesis de las llamadas que, a mi juicio, el Espíritu nos lanzó en ese acontecimiento de gracia que hemos vivido en la segunda quincena de septiembre y en los primeros días de octubre.

1. LLAMADAS DEL CAPÍTULO

1. Vida de fe

Nuestra vocación y misión son inseparables de la fe: "La vida de la fe es la fuente absoluta de nuestra alegría y de nuestra esperanza, de nuestro seguimiento de Jesucristo, de nuestro testimonio en el mundo" (El Señor nos habla en el camino [en adelante, Shc] 18).

Ya lo hacía notar en mi Informe al Capítulo, Con lucidez y audacia (en adelante, Cla), cuando afirmaba: "Es el momento de ejercitarnos en la fe, de movernos desde la fe, de vivir de la fe". Sólo la fe, en efecto, logrará ponernos en camino, pues sólo desde ella podremos "asumir el Evangelio como Buena Noticia, pasar a la otra orilla, vivir el presente con audacia y osadía evangélicas. Sin fe, nada de esto es posible. Sin fe, el peligro de instalarnos, de repetirnos, de anular los sueños más profundos, de perder poco a poco la alegría que brota de la pasión en la vivencia de nuestra vocación y misión, es más que una posibilidad" (cf. Cla 8). Por otra parte, el trabajo de los capitulares sobre mi Informe subrayó con fuerza la necesidad de la fe para superar la crisis en que parece estar la vida religiosa en general y la nuestra en particular. En este contexto se hizo notar como la verdadera crisis que vivimos es crisis de fe, que luego se transforma también en crisis de autenticidad.

Si la fe es esencial para comprender nuestra vida y misión, no es extraño que el Capítulo afirme que las relaciones fundamentales de nuestra vida con el mundo, con Dios, con los hermanos, son construidas desde la fe (cf. Shc 15). La fe, "en una circularidad permanente" con la vida, nos permite una interpretación adecuada de la propia existencia y de la existencia de los demás, con todo lo que ello comporta: las experiencias de cada uno, el contacto humano con la realidad dolorosa y esperanzadora de cada persona, de cada pueblo y con la naturaleza (cf. Shc 11).

En relación con uno mismo, la fe es la que permite que el Señor entre en nuestras vidas, como entró en la vida de la Samaritana (cf. Shc 17), y nos reconcilie con nuestra propia historia, curándonos "de nuestras enfermedades, de los lastres heredados" (Shc 18). La fe es la que permite al Señor conducirnos, "cada vez más profundamente", hacia un manantial que saciará definitivamente nuestra sed (cf. Shc 17). Y una vez saciada la sed que nos atormenta, la fe nos permite responder a la misión a la que el Señor nos envía (cf. Shc 18), empujándonos a ser apóstoles para los demás. Y la historia se repite: la sed saciada, como en el caso de la Samaritana, es ahora nuestro mensaje (cf. Shc 17).

En relación con los demás, afirma el documento final del Capítulo, la fe en el Dios, Uno y Trino, es lo que nos hace salir de nosotros mismos para ir al encuentro de los otros, para "entregar y entregarnos gratuitamente" (Shc 22). La fe, "la fe en un Dios que es Padre de todos" es la que nos permite reconocer al otro como hermano (cf. Shc 26), y en cada hermano, "en la diversidad de personalidades, reconocer un don entregado a nuestras vidas para entrar en relación de amor gratuito, desinteresado, con él" (Shc 23).

Finalmente, en relación con la realidad que nos rodea, la fe nos permite tener una mirada nueva sobre ella (cf. Shc 19). La fe no nos oculta la dramática realidad y el dolor de nuestra gente, el sufrimiento de "rostros y nombres concretos ligados a nuestras vidas cotidianas, rostros y nombres amados", que luchan contra "las fuerzas culturales, sociales y políticas que buscan imponerse", obstaculizando no sólo la fe, "sino también la confianza fundamental en los otros"; "pueblos enteros que todavía reclaman los derechos básicos de alimento, techo, educación y trabajo; pueblos enteros que se ven obligados a emigrar sin la promesa de un verdadero cambio para sus vidas". La fe no nos oculta ni nos ahorra nada de eso, pero nos hace ver esa realidad desde otra óptica y, sobre todo, nos lleva a compartir su misma suerte (cf. Shc 5). La fe no nos ahorra las preguntas existenciales que, ante el dolor de la humanidad y el caos de nuestro tiempo, se plantean muchos de nuestros contemporáneos (cf. Shc 6), pero nos permite vivir la realidad desde una perspectiva nueva: "desde una relación profunda con Dios, con su Palabra, en una comunión entrañable con la Iglesia" (cf. Shc 14).

Pero la fe de la que habla el Documento final del Capítulo, como toda fe que es auténtica, "implica todo lo que somos, nuestra historia, nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestras emociones, introduciendo a toda la persona en una obediencia a la Palabra, cargada de futuro" (Shc 18). Consciente de que una fe así no se alcanza de una vez por todas, El Señor nos habla en el camino habla de la necesidad de dar a la persona un "equipamiento básico" en el campo de la fe (cf. Shc 16), proporcionar una adecuada "educación en la fe" (Shc 27) tanto durante la formación inicial como durante la permanente; habla de la "urgencia" de "la personalización de la fe" (Shc 16). E intentando provocar una profunda reflexión, el documento final del Capítulo nos lanza una pregunta que es bueno que nos "atormente" y nos "persiga": ¿Tendremos esa fe, esa fe que nos lleva a ver la propia realidad, la realidad de los demás y de la historia, desde una óptica nueva? (cf. Shc 27).

No tengáis miedo, queridos hermanos Visitadores, en llevar al hermano a preguntarse sobre su fe. Recordad que durante la Visita "os ha sido confiado el cuidado de las almas de los hermanos" (cf. 1 R 4,6; EVC 3,2).

2. Construir fraternidad

La fraternidad, con todo lo que ella implica, ha acaparado gran parte de la atención de los hermanos capitulares. El Capítulo reconoció la fraternidad como uno de los dones que el Señor nos hace, y que nosotros estamos llamados a acoger con gratitud y celebrar con gozo (cf. Shc 27); pero también insistió en que la fraternidad es una realidad que hemos de construir (cf. Shc 27) y cuidar diariamente. En este contexto, El Señor nos habla en el camino, afirma: "El recíproco intercambio de experiencias nos ha convencido de que nuestra fraternidad necesita de una delicada atención de nuestra parte" (Shc 31).

¿Por qué este cuidado? El documento final del Capítulo, sin caer en la casuística, llama la atención sobre tres factores que deberían atraer nuestra atención al tratar de la fraternidad: las divisiones, la tentación de pararnos en el camino y la tentación de huir de la fraternidad.

Sobre las divisiones, el documento final empieza constatando que "vivimos en un mundo herido por la fragmentación y las divisiones", para poner luego el dedo en la llaga al afirmar: "Estas divisiones no son algo ajeno a nuestra propia vida fraterna" (Shc 31; Cla 46). La tentación de huir de la fraternidad, causada muchas veces por las "situaciones y conflictos que han herido nuestra confianza mutua" (Shc 16) -con una fuerte presencia del individualismo en nuestra vida y misión, y la falta de fe horizontal o confianza en los hermanos-, ha sido denunciada en muchas ocasiones (cf. Shc 15; Cla 49). Finalmente la tentación de pararnos apareció en el Capítulo como algo más que una tentación meramente hipotética. En diversas ocasiones se constató entre los hermanos la presencia del caminar monótono y rutinario, la falta de esperanza en el futuro, la resignación, el pesimismo y el desencanto. Todo ello, como tuve ocasión de denunciar en mi Informe al Capítulo, y como bien reconocieron los capitulares, son síntomas bien palpables de la crisis que estamos viviendo y manifestación de la misma (cf. Cla 20).

Para salir al paso de estas situaciones, que ponen en peligro el crecimiento de la vida fraterna, el documento final del Capítulo señala algunos medios que me parece muy oportuno y fundamental tener presentes durante la Visita Canónica.

Contra las divisiones en el seno de nuestra fraternidad, el Capítulo invita a cultivar entre nosotros "ritos de perdón mutuo y caminos de comunión" (Shc 31), "procesos de reconciliación y de recuperación en fraternidad" (Shc 51); invita a desarrollar "una cultura de acompañamiento fraterno, de corrección, de perdón y de reconciliación" (Shc 53). Pero, sobre todo, el documento final del Capítulo insiste en la necesidad del diálogo profundo y auténtico, así como en la necesidad de crear "espacios comunes de diálogo, compartiendo nuestras historias, celebraciones y fiestas" (Shc 50).

En el campo del diálogo, El Señor nos habla en el camino comienza por ponernos en guardia contra una posible ilusión: pensar que podemos dialogar con el mundo, si no hay un diálogo con Dios: "No podemos hablar con el mundo si no somos capaces de entablar un diálogo entre nosotros mismos en el calor de la verdad y de la fe, si no somos capaces de dialogar íntimamente con el Dios que se revela" (Shc 36). Pero, al mismo tiempo, el documento final del Capítulo deja igualmente claro que sólo una fe/confianza en los demás nos permitirá un real acceso a la fe en el Dios de la vida (cf. Shc 16). Ambas, la fe en Dios y la fe/confianza en los demás, "están íntimamente relacionadas entre sí" (cf. Shc 15).

Por otra parte, conscientes de que nuestras crisis en la fraternidad se deben en gran parte a la dificultad de comunicarnos (cf. Cla 42) y de hablar juntos, de manera justa y verdadera, sin reservas y con total confianza -en el calor de la verdad y de la fe-, a partir de nuestras pobrezas, el documento El Señor nos habla en el camino, pide en repetidas ocasiones apostar decididamente por una comunicación profunda y auténtica, que toque nuestra historia vocacional y nos permita profundizar juntos en nuestro seguimiento de Cristo y nuestra fe en Dios (cf. Shc 50-51), llegando así, a tener "una experiencia más profunda del gozo de nuestra vocación" (Shc 53); pide que nos acerquemos y caminemos con el "otro", que pronunciemos una palabra auténtica que venga del corazón, y, con un lenguaje renovado desde lo esencial, que comuniquemos la verdad de nuestro ser: ofreciendo lo que uno es, lo que uno tiene, "su verdad sin restricciones", como hizo la Samaritana con Jesús (cf. Shc 17). Finalmente, El Señor nos habla en el camino pide que fortalezcamos la práctica del diálogo, que creemos espacios comunes de diálogo y comunión, momentos y modos diversos de intercambio mutuo, momentos para compartir y celebrar la vida en todas sus dimensiones (cf. Shc 11. 32. 50), y que evaluemos continuamente las formas en las que nos comunicamos (cf. Shc 50).

Sólo una comunicación así podrá lograr que recuperemos la fe/confianza en los otros, permitiéndonos fiarnos unos de otros, acogernos unos a otros, estimularnos recíprocamente, corregirnos cuando sea necesario y amarnos en todo momento (cf. Shc 15). Sólo una comunicación así nos permitirá restaurar la fe básica y fundamental en el otro, cuando la hayamos perdido, y reconstruir el tejido fundamental de la confianza mutua (cf. Shc 16), construyendo una verdadera fraternidad en la que todos nos sintamos solidarios de la "suerte" de los demás, hasta hacer de nuestras comunidades espacios, como dicen nuestras Constituciones Generales, dentro de los cuales se pueda alcanzar una verdadera madurez humana y cristiana (cf. CCGG 39).

Contra la tentación de huir de la fraternidad, el Capítulo nos recordó que ningún camino fraterno, aun el más tortuoso, es inútil. Nos recordó que sólo quien acepta, con humildad y en comunión con los demás, las "heridas" de la vida fraterna, podrá mantenerse joven y con la mirada dirigida hacia lo esencial. Nos recordó que para acoger el camino de Emaús de los otros es necesario medirse desde el comienzo con la verdad del propio caminar y, sobre todo, convertir el corazón, la mirada y la mentalidad ante el otro. Nos recordó, en fin, que la vida fraterna comporta aceptar y compartir nuestra propia humanidad, por herida que esté, pues sólo quien es capaz de hacer verdad en sí mismo, podrá acoger al otro con sus límites y debilidades. El satisfecho de sí mismo nunca podrá ser un hermano.

Pero todo será posible si fomentamos en nosotros y entre nosotros el deseo de estar con él a lo largo de todo el camino; si le permitimos entrar en nuestro espacio vital y quedarse con nosotros, entregándole todo lo que somos y tenemos, como Dios se ofrece a nuestra humanidad (cf. Shc 17); si mantenemos viva la "nostalgia" de su presencia, y si, como él, nos hacemos peregrinos y forasteros, en los caminos de la humanidad herida (cf. Shc 55).

Contra la tentación de pararnos a la vera del camino, el Capítulo fue todo él una llamada a continuar el camino de renovación/refundación emprendido por la Orden en estos últimos años, sintiéndonos constantemente "mendicantes de sentido" -los tiempos actuales son más tiempos de preguntas que de respuestas (cf. Cla 121)-, en profunda comunión con el rostro de los pobres, que "tienen la fuerza de orientarnos en nuestras búsquedas"(Shc 5).

En un momento como el nuestro de cambio de época, puede que nuestros ojos, como los de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,16), estén cerrados y no veamos con la claridad que desearíamos cómo responder a los signos de los tiempos, a través de los cuales el Espíritu nos sigue interpelando constantemente (cf. Sdp 6). Puede que, cargados como estamos de tantos interrogantes aparentemente sin respuesta, fatigados por tantos cansancios acumulados y llenos de incertidumbres ante nuestro futuro (cf. Shc 7), nuestra decepción sea tan grande como la de Cleofás y su compañero, hasta llegar a confesar, como ellos, nuestra profunda frustración: "nosotros esperábamos" (cf. Lc 24,21). En cualquier caso lo importante es ponernos en camino, nos recuerda el Capítulo, confiando en que el Señor camina con nosotros y guía nuestros pasos, aunque de momento no estemos en condiciones de reconocerlo, mientras seguimos implorando "al alto y glorioso Dios que ilumine las tinieblas que nublan el corazón del mundo y las tinieblas del nuestro propio" (Shc 8; cf. OrSD). Sólo el mantenernos en camino podrá asegurarnos "una mejor comprensión de la propia vocación" (Shc 10).

Lo más importante en estos momentos es que nos sintamos "hermanos en camino" y "que nos presentemos a los demás con la verdad de nuestra búsqueda, con la verdad de nuestras preguntas, con la verdad de nuestros miedos e incertidumbres" (Cla 121). Sólo poniéndonos en camino, y con la confianza puesta en el Señor de la historia, nos iremos "desvistiendo poco a poco del desencanto, así como del pragmatismo superficial, y de los fáciles idealismos, para habitar en la tensión esperanzadora del Reino, atmósfera fecunda del seguimiento" (Shc 9).

A este respecto -la necesidad de mantenernos en camino-, es muy significativo que el documento final del Capítulo tenga como título El Señor nos habla en el camino, y que los términos más repetidos en él son los que hacen referencia a: caminar, buscar, evaluar y discernir. También me parece altamente significativo que el mismo documento final reconozca que "el pasaje bíblico de los discípulos de Emaús nos ha guiado como paradigma del viaje que queremos emprender en los distintos caminos de nuestro mundo" (Shc 8). Nuestra condición de "forasteros y peregrinos" nos lleva a sentirnos siempre en camino, conscientes de que, como dice el poeta, "se hace camino al andar".

Después de ponernos en guardia contra algunas actitudes que, de darse, mortificarían seriamente la vida fraterna, el documento final del Capítulo nos presenta otros medios que pueden ayudar a prevenir los problemas a los que hicimos referencia, y a potenciar la comunión en la vida fraterna. Según el Capítulo, los medios principales son los siguientes:

  • la atención a la madurez psíquica de los hermanos, "porque muchos problemas en las relaciones fraternas remiten a nuestra fragilidad humana" (cf. Shc 31);

  • el "acompañamiento y cuidado materno" (Shc 32), particularmente en los "primeros diez años" después de la profesión solemne (Shc 53), y en el momento del envejecimiento (Shc 55); momentos particularmente delicados, en los que se requiere una especial ayuda en el camino y la perseverancia vocacionales;

  • la "educación en la fe" (Shc 27), desde el momento en que "la relación fraterna no nace primariamente de nuestra buena voluntad o de nuestra virtud, sino del don de Dios", que para acogerlo necesita de la fe en un "único Padre que nos convoca a la hermandad"(Shc 26; cf. Cla 54);

  • el Capítulo local. Éste es presentado como "un buen instrumento para compartir la fe y la fraternidad" (Shc 31), un instrumento adecuado para el diálogo, la escucha y el conocimiento y la práctica de nuestra vocación (Shc 53), y, en cuanto tal, un buen instrumento para un discernimiento en la vida de la comunidad y el crecimiento de ésta (Shc 52; cf. Cla 40);

  • nuevas formas de encuentro y de celebración de la vida. El Capítulo, consciente de la necesidad de "compartir juntos las alegrías y las dificultades de ser hermanos" (Shc 31), nos invita a la creatividad, a imaginar "nuevas formas de encuentro que expresen y celebren el gozo de nuestra vocación" (Shc 53). Consciente, también, de que la celebración de la vida en todas sus dimensiones es imprescindible para cuidar y potenciar la vida fraterna, nos pide que busquemos y cultivemos "momentos y modos diversos" que nos permitan dicha celebración (cf. Shc 32). La metodología de Emaús es, sin duda, uno de los métodos propuestos y más recomendados por el Capítulo para compartir y celebrar la vida, en cuanto es "escuela de fraternidad" (Shc 51), "camino y método" que nos debe guiar en el futuro (Shc 39; cf. 40-47);

  • finalmente, el documento final del Capítulo insiste, particularmente en las orientaciones prácticas, en la necesidad de la formación permanente como instrumento privilegiado para cuidar, construir y potenciar la comunión de vida en fraternidad (cf. Shc 16. 53. 54. 56. 57. 59).

Indicando estas mediaciones para cuidar nuestra vida fraterna, el Capítulo recoge algunos medios indicados ya por Francisco y otros indicados más recientemente por la misma Iglesia y por la misma Orden. Sobre la necesidad del perdón mutuo, Francisco lo expresa en repetidas ocasiones, pero con más fuerza, si cabe, en la Carta a un Ministro (vv. 9-12). Sobre el cuidado materno, es bien conocido como Francisco privilegia la imagen de la madre para caracterizar la calidad de las relaciones entre hermanos (cf. 2 R 6,7-8). La atención a la madurez psíquica, sabemos cuánto sea necesaria, pues su falta dificulta, y no poco, la vida fraterna (cf. RFF 106. 188). Finalmente, señalando la importancia del acompañamiento durante toda la vida, especialmente de los ancianos y de los más jóvenes (cf. Shc 54-55), el Capítulo se sitúa en perfecta sintonía con nuestra Ratio formationis, que señala el acompañamiento como "piedra angular" de la pedagogía franciscana (cf. RFF 92-104).

En todo este proceso, El Señor nos habla en el camino no olvida el papel importante que desempeñan los Ministros y Guardianes (cf. Shc 51), por lo cual pide que las experiencias y las actividades de formación permanente sean elaboradas de forma que "estimulen a quienes están en puestos de animación en el ámbito local y provincial", para que puedan acompañar adecuadamente a los hermanos "durante toda su vida", particularmente en lo relacionado con el cuidado de su vocación (cf. Shc 54). Tampoco olvida a los formadores, para los cuales pide que se desarrollen "iniciativas provinciales, interprovinciales y de Conferencias", que les entrenen en la "dimensión humana y especialmente franciscana de nuestra vocación" (Shc 54).

3. Características de nuestras fraternidades

El Capítulo, además de hacer una fuerte llamada a construir la fraternidad, dio algunas indicaciones importantes a la hora de poner manos a la obra, y señaló las siguientes características que deberán distinguir nuestras fraternidades. En concreto, el Capítulo habló de la necesidad de seguir creciendo en fraternidades de iguales, en fraternidades internacionales e interculturales, y en fraternidades en estrecha relación con la familia franciscana.

Fraternidad de iguales, formada por hermanos clérigos y hermanos laicos, con los mismos derechos y las mismas obligaciones. El Capítulo, en diversas ocasiones y a través de voces que nos llegaron desde distintas "regiones" y situaciones, ha subrayado la importancia de este valor de nuestra forma de vida para poder ser realmente "signum fraternitatis", pidiendo que se haga todo lo posible para que, a todos los efectos, venga reconocida jurídicamente dicha igualdad. El documento capitular se hace eco, y justamente, de esta petición cuando afirma: "Sentimos la necesidad de subrayar la igualdad de todos los hermanos que tienen la misma vocación de ser Hermano Menor, respetando, al mismo tiempo, los distintos dones y valores de la vocación ministerial de los hermanos" (Shc 60).

Para asegurar el principio que ya aparece en las Constituciones de que "todos los hermanos, en virtud de la profesión, son enteramente iguales por lo que se refiere a derechos y obligaciones religiosas" (CCGG 3,1), y que yo recordé en mi Informe al Capítulo (cf. Cla 99), El Señor nos habla en el camino, llama nuestra atención sobre la necesidad de revisar nuestras actividades de evangelización, de tal modo que nuestra evangelización, "superando las estructuras que se centran principalmente en el ministerio sacerdotal", se dirija "hacia otros lugares y trabajos que refuercen la prioridad de la fraternidad como signo, y la igualdad de laicos y clérigos en la misión" (Shc 60; cf. 53). También insiste en la necesidad de que la formación para la misión, inicial y permanente, asegure este principio, de tal modo que "se haga visible la igualdad entre hermanos laicos y clérigos" (Shc 60).

Fraternidades internacionales e interculturales, signo de la riqueza de nuestra común Fraternidad, que no sólo hemos de custodiar, sino también favorecer y potenciar en todas sus expresiones. Sólo así podremos ser signos creíbles en un mundo profundamente dividido.

Para potenciar la vivencia de fraternidades internacionales e interculturales, el Capítulo recordó que hemos de potenciar, en primer lugar, el sentido de pertenencia a la Fraternidad universal, superando provincialismos y particularismos (Shc 57). Por otra parte, dado que el sentido de pertenencia a la Fraternidad universal y la "superación de barreras", de la que tanto se habló durante el Capítulo, han de considerarse parte integral del crecimiento en fraternidad, es necesario que esta dimensión entre de lleno en la formación inicial y permanente, creando estructuras comunes que favorezcan estrategias de cooperación entre las distintas Entidades y entre diversas culturas (cf. Shc 57).

Fraternidad en estrecha relación con la Familia franciscana. Nuestra vocación y misión hemos de vivirla en la complementariedad. La colaboración, especialmente a niveles locales, es un imperativo para cada uno de nosotros. Es, pues, de desear que la celebración del VIII Centenario de la fundación de nuestra Orden y del nacimiento del carisma franciscano favorezca la colaboración entre todos/as los seguidores de Francisco.

De este Capítulo general extraordinario, estoy convencido de que la fraternidad, como elemento fundante y fundamental de nuestra vida, ha salido reforzada y clarificada. Al igual que la comunión de vida en fraternidad configuró la vida y misión de Francisco y de sus primeros compañeros, así también la vida en fraternidad ha de configurar nuestra vida y misión, de tal modo que ya no podemos hablar de vida franciscana sin la comunión de vida en fraternidad, ya no podemos hablar de misión franciscana sin pensarla y vivirla como misión desde y en fraternidad. Todos estos aspectos han de ser tenidos muy en cuenta a la hora de evaluar "la vida de la Provincia, de las Entidades y de las Casas de la Orden, así como la vida de los hermanos" (EVC 1), pues de ello depende, en gran parte, la significatividad de la vida de los hermanos.

4. En el mundo y en la Iglesia, como menores
y siendo solidarios con los menores

Para los seguidores de Francisco la "minoridad" no es algo opcional, sino una dimensión esencial de nuestra vida, un elemento que califica nuestra fraternidad. Afirma el documento final del Capítulo: "No es suficiente decir que somos hermanos, somos Hermanos Menores" (Shc 28). A este respecto el documento final nos pone en guardia contra dos peligros: uno que ve la "minoridad" como una simple opción social, el otro que ve la "minoridad" sólo como una opción espiritual.

El Señor nos habla en el camino, en relación con la minoridad, recuerda en primer lugar que la minoridad para Francisco no es una simple categoría sociológica. El Poverello tomó el término "menor" del Evangelio (cf. Shc 28). Y tanto para él como para nosotros en cuanto Hermanos Menores, el "paradigma de la minoridad no es otro que el de Cristo" (Shc 29). Nuestra opción por ser "menores" nace, pues, de la contemplación de Cristo Jesús que "no retuvo ávidamente su condición divina, sino que se despojó de su rango, asumiendo la condición de siervo" (Flp 2,6-11).

Sin embargo, esta dimensión cristológica no impide, ni mucho menos -nos recuerda también el documento final-, que la minoridad se exprese en categorías sociales. A este respecto El Señor nos habla en el camino añade: "La minoridad es la forma concreta que cualifica nuestra relación fraterna y la práctica de nuestros ministerios", ordenados o no, pues "todos somos Hermanos Menores" (Shc 28).

La minoridad, por tanto, debe marcar nuestro estilo de vida, "ad intra", con los hermanos de la fraternidad, y nuestra misión, "ad extra", con toda humana criatura. Así lo afirma claramente el documento final del Capítulo: La minoridad "marca no sólo nuestra relación entre los frailes, sino de una manera más amplia, con toda humana criatura. Nos sentimos y somos realmente Hermanos Menores de todo hombre y mujer, de acuerdo con el estilo con el que Francisco envía a sus hermanos por el mundo: no promuevan disputas ni controversias, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios (1 R 16,6)", con las implicaciones concretas que se siguen para nuestra misión "entre los laicos, en relación con la mujer, en nuestra manera de vivir en la Iglesia, en el necesario diálogo interreligioso, en nuestra relación con la creación, en fin, en toda nuestra misión como menores entre los menores de la tierra" (Shc 30).

Por otra parte, la voz de los "menores" y, por tanto, de los "sin voz", se hizo muy presente en el aula capitular. El documento capitular recoge esa presencia y nos invita a caminar con ellos, haciendo nuestras sus alegrías y sus penas (cf. Shc 5). Esto exige, no sólo escucharles y defender sus derechos, sino ser solidarios con ellos y compartir su misma vida. Es en este contexto en el que se entienden las palabras del documento final del Capítulo: "Nuestra opción fundamental hoy -leemos en El Señor nos habla en el camino- es la de vivir el Evangelio como menores entre los menores" (Shc 33).

De este modo, la minoridad que se inició con la contemplación de Cristo que se hace "menor" y "el contacto con la realidad dolorosa y esperanzadora de cada persona" (cf. Shc 11), termina necesariamente con una opción de vida y misión: "menores entre los menores de la tierra" (Shc 30).

Al invitar a pasar de la contemplación a la vida, o, si queremos, de la "ortodoxia" a la "ortopraxis", el documento capitular es coherente con un principio que sienta como punto de partida: "Ante todo la vida", la experiencia, el contacto humano con la realidad (cf. Shc 10-11). "La teoría ilumina la vida, pero no puede nunca sustituirla" (Shc 10). Ninguna teoría, por hermosa que sea, podrá ahorrarnos la necesidad de pasar por el camino de la experiencia, de la cercanía a la realidad histórica, a la escucha de la Palabra y su traducción inmediata a la vida, como hizo Francisco, quien, "después de escuchar el Evangelio, no tarda en cambiar su forma de vestir. Necesita practicar la palabra escuchada, aunque sea de modo parcial y material" (Shc 11). Habiendo escuchado la voz de los "menores" (cf. Shc 5), ahora nuestra minoridad ha de ser vivida y expresada a través de la comunión con los menores, "los pobres y crucificados de esta tierra", "representantes" del Cristo pobre y crucificado (cf. Shc 9), a quien hemos prometido seguir.

En la Visita se ha de tener muy presente la vivencia de la minoridad y pobreza, no sólo en sus aspectos de austeridad y pobreza, sino también en cuanto comunión afectiva y efectiva con los "menores" de la tierra. ¿Dónde estamos? ¿Con quiénes estamos? ¿Con quiénes nos identifican? Todas estas preguntas hemos de ponérnoslas los hermanos. La Visita, con el capítulo que le sigue, son una buena ocasión para dar una respuesta a dichas preguntas y tomar las opciones en la dirección justa.

5. Renovar la evangelización en sus formas y estructuras

El tema de la misión fue otro de los temas importantes en este Capítulo. No podía ser menos, pues todos reconocemos en la misión un elemento integrante de la vocación franciscana desde sus orígenes. Hablar de evangelización es, por tanto, hablar de nuestra vocación y de nuestra razón de ser en la Iglesia y en el mundo. Al mismo tiempo todos somos conscientes de que el mayor reto del tercer milenio es la evangelización en todas sus formas, y todos sentimos, al mismo tiempo, la urgencia de refundarla y renovarla en sus formas y estructuras.

El Capítulo no oculta esta necesidad. Por este motivo El Señor nos habla en el camino, teniendo en cuenta que "nos encontramos inmersos en un cambio de época, con nuevos paradigmas y categorías" (Shc 33), nos invita a la "lucidez y audacia" para llevar a cabo "una seria revisión de nuestra misión [...], y ensayar caminos inéditos de presencia y testimonio" (Shc 33), buscando nuevas formas de evangelización (cf. Cla 74) más en consonancia con cuanto exige nuestra vida de Hermanos Menores.

Todo ello exige, como nos recuerda el Capítulo, "un permanente discernimiento y una evaluación constante de nuestra vida" (Shc 35), una "revisión crítica continua [...] de nuestros actuales ministerios" (Shc 58), de tal modo que podamos "reencontrar el centro de nuestra misión", y desde ahí podamos "abrazar la liminaridad" y "habitar la marginalidad" (cf. Shc 33), creando nuevos espacios y asumiendo riesgos "que den un testimonio fehaciente de la realidad de nuestra vocación y misión", como "Fraternidad-en-misión al servicio de la Iglesia y del mundo" (Shc 58).

A este respecto todo esto está exigiendo de nosotros "un proyecto de evangelización con clara identidad franciscana". Lo recordé y pedí en el Capítulo (cf. Cla 79), y lo recuerda y pide también el documento final del Capítulo (cf. Shc 34). Un Proyecto que una e integre vocación, vida fraterna y misión, desde la minoridad, pues, como recuerda El Señor nos habla en el camino, "la vida de fe en comunidad es nuestro principal signo en el mundo" (Shc 34; cf. 49; Cla 75). Nuestro empeño por conseguir esta unidad entre vocación, vida fraterna y misión, está exigiendo estrategias de "cooperación" y de "intercambio" entre las Entidades" (Shc 57).

Con ello el documento final del Capítulo nos está pidiendo que prestemos mucha atención a la fragmentación que con frecuencia caracteriza nuestras vidas, y, al mismo tiempo, afirma que en la aplicación de las "orientaciones" que nos llegan del Capítulo nos jugamos la unidad de nuestra vocación, nuestra vida en fraternidad y nuestra misión. Es decir, nos jugamos nuestro presente y nuestro futuro.

Por otra parte, nuestra evangelización y misión ha de hacerse siempre en un clima de colaboración entre nuestras Entidades (cf. Shc 59), y en colaboración con los laicos y los obispos, "para proteger y reforzar la dimensión específicamente franciscana de nuestra vocación al servicio de la Iglesia y del mundo" (Shc 58).

La evangelización -"llenar la tierra con el Evangelio de Cristo" (1 Cel 97)-, en estos momentos, sin embargo, pasa necesariamente por el diálogo: "La misión adquiere hoy la forma de diálogo [...], como presencia en medios fronterizos y conflictivos, como acción en los nuevos areópagos, como actividad intelectual y cultural, y como intercambio de experiencia interreligiosas" (Shc 36).

En un mundo, como el nuestro, en el que la globalización, la postmodernidad y el pluralismo religioso han multiplicado las fronteras, nosotros, en cuanto seguidores de Jesús y a ejemplo de Francisco, estamos llamados a ir al encuentro del "otro", a "pasar a la otra orilla", a ser cruzadores de fronteras (cf. Shc 36), ya sean fronteras geográficas, sociales, culturales, políticas o religiosas, y, desde la lógica del don y una espiritualidad que en el Capítulo ha sido llamada espiritualidad de presencia, kenosis, armonía y totalidad-integridad, sin excluir a ninguno y abrazando a todos, estamos llamados a trabajar por una sociedad sin fronteras ni excluidos. Todo esto presupone la "fe en Dios", pero también "una notable confianza humana" y una constante actitud de aprendizaje frente al otro, "sin dejarnos encerrar en las fronteras creadas por las ideologías de turno", pues sólo así podremos transformarnos "en un faro de esperanza, en una oferta generosa de fe y de comunión" (Shc 37).

Para que este diálogo sea posible, el Capítulo general extraordinario recordó la necesidad de "entender, asumir y practicar los principios de la inculturación y de la interculturalidad" (Shc 38; cf. 57), como consecuencia del reconocimiento de la realidad carismática, plural y diversa de nuestra misión. Al mismo tiempo, sin embargo, queremos y hemos de trabajar por mantener una profunda unidad que nace y se alimenta en la medida en que fundamentemos nuestras vidas "en el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, en obediencia, sin propio y en castidad" (Shc 38). Es en el seguimiento de Cristo donde recobraremos la unidad de una Fraternidad-en-misión, y es desde él que obtendremos las fuerzas necesarias para enfrentarnos a las dificultades propias de la misión: "Sólo siguiendo las huellas de nuestro Señor Jesucristo, de su vida, pasión, muerte y resurrección, encontraremos la fuerza y la lucidez para afrontar, en una perspectiva del don, la realidad personal, comunitaria y social, marcadas siempre por la finitud y el pecado" (Shc 24). Sin olvidar que conocer, actualizar y transmitir el patrimonio filosófico y teológico de nuestros maestros, puede ser un instrumento muy válido, dada su actualidad, para cualificar nuestro diálogo/misión con el mundo (cf. Shc 12. 56).

2. LAS ORIENTACIONES PRÁCTICAS

Como ya he dicho, el Capítulo ha querido siempre ser un "Capítulo abierto". Por este motivo, en la segunda parte del documento final, El Señor nos habla en el camino, encontramos "orientaciones prácticas" cuyo objetivo es el de ofrecernos "senderos para el futuro". Estas orientaciones tocan aspectos muy concretos de nuestra vida: fe y relaciones fraternas (cf. Shc 50-51), cuidado de nuestra vocación (cf. Shc 52-56), interdependencia, internacionalidad e interculturalidad (cf. Shc 57), fraternidad-en-misión (Shc 58-60). Toca ahora a cada Entidad llevar a la vida concreta de los hermanos dichas "orientaciones prácticas", conscientes de que en ello nos jugamos el sentido profundo del Capítulo y su fruto.

Sin embargo, como bien reconoce el documento El Señor nos habla en el camino, no se trata de aplicarlas todas al mismo tiempo, ni tampoco de aplicarlas uniformemente en toda la Orden. No todas las Entidades han hecho el mismo camino, ni todas viven las mismas situaciones. Formando todos una fraternidad (cf. CCGG 1,1), somos diversos, y esta diversidad, "que caracteriza nuestra Orden" (Shc 49/2), ha de ser respetada, en cuanto "es noticia de un Dios siempre fecundo" (Shc 4). Por tanto, la puesta en práctica de estas orientaciones "deberá revestir formas diferentes y diversos grados de aplicación en las distintas regiones de la Orden" (Shc 49/2). Toca, pues, a cada Entidad discernir aquellas que considere más adecuadas para su crecimiento, teniendo en cuenta que hay "formas múltiples" para desarrollar las reflexiones y orientaciones del documento final (Shc 46).

Vosotros, en cuanto Visitadores, debéis ayudar a las Entidades que vais a visitar a discernir, partiendo de su propia situación y considerando "cuidadosamente su propio crecimiento" (Shc 49/3), cuáles de las "orientaciones" propuestas por el Capítulo han de ser tenidas mayormente en cuenta, para continuar escribiendo una renovada historia de fidelidad a Dios y al hombre.

Es ésta una misión que considero muy importante en vuestro servicio como Visitadores: hacer todo lo posible para que las Entidades visitadas entren en clima de discernimiento y que con la debida seriedad se pregunten: "Señor, ¿qué quieres que haga?", "Hermanos ¿qué hemos de hacer?". Si logramos que nuestras Entidades entren en este clima de discernimiento, estoy seguro de que ayudaremos a curar la nostalgia de unos, el cansancio, la desilusión y el escepticismo de otros, y a todos ayudaremos a optar por una fidelidad creativa, tal como nos pide la Iglesia (VC 37) y la Orden. La nuestra, hemos de recordarlo muchas veces y recordárselo a los hermanos, es la hora de la siembra, es la hora del discernimiento y de la fidelidad creativa. Asumir todo esto, aun en medio de la fatiga y, a veces, del desconcierto, es apostar por el presente que tendrá futuro.

CONCLUSIÓN

El capítulo que acabamos de celebrar ha sido una fuerte y apremiante llamada a vivir nuestra vida en profundidad, una llamada a la conversión, a vivir de la fe y desde la fe, a volver al Evangelio para volver a Cristo, a revivir la experiencia de la fundación de nuestra Fraternidad, con el fin de reidentificar y reapropiarnos de la intuición original de Francisco. Ha sido un fuerte aldabonazo a mejorar nuestra comunicación, particularmente a niveles de fe y de vivencia vocacional, a "volvernos" los unos hacia los otros, a derribar barreras y prejuicios, a acogernos desde la escucha recíproca, a superar provincialismos, etnocentrismos, castas y regionalismos, a ensanchar el corazón a la dimensión del mundo.

El Capítulo nos ha hecho una llamada urgente a no dejarnos atenazar por la crisis y el miedo, a no encerrarnos en nosotros mismos, a no reducir nuestras presencias al confortable y seguro espacio de nuestros conventos, sino a salir, a descentrarnos para re-centrarnos, a des-localizarnos para re-localizarnos, a des-arraigarnos y re-implarnarnos, a sentirnos itinerantes hacia la liminaridad, la frontera, la periferia, hacia los "claustros olvidados", habitados por los "leprosos" de hoy. En todo momento, nos recordó el Capítulo, los hermanos hemos de estar atentos a no dar culto a los ídolos del activismo y la eficiencia, para poder mantener el talante profético de nuestra vida. En este contexto el Capítulo nos hizo una fuerte llamada a des-centrarnos de lo urgente para volver a lo esencial, y dar calidad evangélica a nuestra vida. Todo esto pasa por una opción clara por la formación permanente. Ella es la que puede nutrir una verdadera y profunda fidelidad creativa.

La Visita canónica que estáis llamados a realizar ha de tener en cuenta todas estas llamadas del Capítulo, así como sus propuestas.

[Acta Ordinis Fratrum Minorum 125 (2006) 409-421]

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