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RESTITUIR EL DON DEL
EVANGELIO |
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MÉTODO, DESTINATARIOS Y CONTEXTO
Como dice en la introducción: «El Capítulo ha querido escribir un mensaje que inspire y anime la vida cotidiana de los hermanos más que un documento doctrinal» (Portadores del don del Evangelio 2), con la conciencia de que es precisamente la vida cotidiana el lugar en el que estamos llamados a realizar la vocación a la que hemos sido llamados, sobre el camino que san Francisco nos ha trazado. Es por este motivo que el documento se abre y se cierra con dos citaciones tomadas de los Escritos del seráfico Padre, a fin de que quede claro que el ámbito dentro del cual se desarrollan nuestras reflexiones y se mueven nuestros pasos es el carisma que el mismo Francisco nos ha heredado. De él aprendimos el estilo de evangelizar, que nos ha caracterizado a través de los siglos, y es a él a quien queremos contemplar al anunciar el Evangelio al hombre de hoy. Se trata, por tanto, de un documento que le da primacía a la praxis, al cambio en nuestro modo de vivir, para que seamos muy conscientes de la «distancia que, a veces, suele separar nuestros discursos de la vida real» (Portadores del don del Evangelio 2). Los destinatarios de este documento, por tanto, somos todos y cada uno de nosotros, los Hermanos Menores, en cuanto que hemos recibido del Señor la misión de llevarle al mundo el anuncio del Evangelio con la predicación y con el testimonio de la vida. De hecho, Francisco estaba convencido de que el Señor había enviado a los hermanos al mundo entero, para que dieran testimonio de su voz con sus palabras y sus obras (cf. CtaO 9). Estos dos aspectos del testimonio a través de la vida y de las palabras serán retomados en diversas ocasiones en el documento y serán considerados como inseparables, desde el momento en que no existe anuncio evangélico que no nazca y sea sostenido con el ejemplo de la vida. Debe recordarse, además, que son dos los elementos que constituyen el contexto en el que el documento vio la luz, es decir, el final de un largo proceso que toda la Orden ha realizado durante la preparación de la celebración «del VIII centenario de la aprobación de la forma de vida franciscana y el lugar que vio nacer a nuestra fraternidad» (Portadores del don del Evangelio 1). Su intención es, entonces, sacar fuerzas de los orígenes que hemos celebrado, volviendo al espíritu que siempre ha animado a los hermanos, sobre todo a los primeros compañeros de Francisco. Ellos, al convertirse en una verdadera fraternidad precisamente a la sombra de Santa María de los Ángeles, inmediatamente se sintieron impulsados a dejar aquel pequeño nido e ir a cualquier parte del mundo, llevándoles a todos la Buena Noticia. A ochocientos años de distancia, los hermanos provenientes de todas las partes del mundo, se reunieron en donde todo tuvo su origen. Aquí han querido agradecerle al Señor los propios orígenes y su historia, aquí han deseado regresar a sus raíces, aquí, una vez más, se han sentido llamados a llevarles a todos el mensaje de paz de Francisco de Asís. En este clima de acción de gracias (Portadores del don del Evangelio 32), dóciles a la voz del Espíritu (Portadores del don del Evangelio 33), la misión evangelizadora, en el centro de las reflexiones capitulares, ha sido nuevamente asumida como «un medio particularmente propicio para restituir al Señor el don del Evangelio dado como forma de vida a Francisco» (Portadores del don del Evangelio 3). EL DON DEL EVANGELIO
En el Capítulo reconocimos cómo este gran don, que está en el origen de nuestra vocación personal, está también en el origen de nuestro ser una fraternidad (cf. Portadores del don del Evangelio 6). De hecho, fue de la escucha común del Evangelio en la Porciúncula, como nació la fraternidad franciscana. Nuestra vocación de ser hermanos encuentra aquí su fundamento y solamente poniéndonos juntos a la escucha de esa Palabra es como podremos convertirnos en una fraternidad evangelizadora. Por tanto, también la fraternidad es un don, un fruto de la escucha de la Palabra. Por ello, la fraternidad no depende de nosotros, sino que nos precede y estamos llamados a confiar en ella. En la medida en que acojamos el don de la fraternidad, confiándonos a ella, podremos convertirnos en verdaderos constructores de fraternidad, porque no la construiremos a partir de nosotros mismos, sino a partir del don que juntos hemos recibido: el Evangelio. Los hermanos, además, desde el inicio, se sintieron inmediatamente llamados a compartir este gran don y, al hacerlo, lo restituyeron al Señor. Estos son los cambios operados por la Palabra. La absoluta gratuidad del don de Dios, que transformó el corazón de los primeros hermanos, hizo que ellos se sintieran llamados a compartir el don recibido con el mismo espíritu de gratuidad. Todo esto, como nos lo hace notar el número 7, con un estilo típicamente franciscano, del cual se subrayan algunos elementos esenciales que vendrán retomados y desarrollados más adelante (cf. Portadores del don del Evangelio nn. 15. 22. 23): la itinerancia, la simpatía por el mundo, el compartir la vida de los pobres y la de aquellos que el Señor nos permite encontrar en el camino (cf. Portadores del don del Evangelio 7). Esta «lógica del don», a la que la fraternidad está llamada a vivir, hace de la fraternidad misma un signo profético. Buscando encarnar el Evangelio en la vida de todos los días, los hermanos optaron por asumir comportamientos que constituyeran una auténtica alternativa a un estilo de vida dominada por aquello que el documento llama la «lógica del precio» (cf. Portadores del don del Evangelio 8-9). Contraponiendo la «lógica del don» a la «lógica del precio», los hermanos optaron por confiarse totalmente a la Providencia para proveer a su sustento, de trabajar pero sin recibir dinero, de andar por el mundo sin usar medios de transporte como los caballos, que resultaban tanto más incisivamente concretos, cuanto más tocaban la vida de todos los días y encontraban su única razón en el Evangelio que habían recibido. Su existencia estaba de tal manera impregnada de esta buena noticia, que incluso sus dotes naturales resultaban evangelizadores, convirtiéndose en instrumentos para portar paz y reconciliación. De esa manera, por ejemplo, Francisco se sirve de su natural predisposición al canto y a la música para resolver las contiendas, de una manera del todo inusual, la enemistad entre el obispo y el podestá de Asís (cf. Portadores del don del Evangelio 9). Concluyendo esta primera parte, el documento invita a todos los hermanos a permanecer fieles a esta creatividad, la cual es más franciscana en la medida que hunde sus raíces en la escucha de la Palabra y que, a lo largo de nuestra historia, siempre ha sido un elemento característico del restituir, de manera original, el don recibido. Esta creatividad, por lo tanto, debe estar al servicio de la Buena Noticia y debe traducirse en opciones y gestos concretos de vida (Portadores del don del Evangelio 10). EVANGELIZAR CON EL CORAZÓN VUELTO HACIA EL SEÑOR
Frente a la creatividad de Francisco, que cada día sabía sorprender y encontrar nuevos caminos para ofrecer el Evangelio a los hombres, hoy estamos asistiendo a una tendencia al inmovilismo «que amenaza con paralizar el dinamismo evangelizador». Para superar esta situación, el documento invita a tener el corazón constantemente vuelto al Señor (Portadores del don del Evangelio 10). De hecho, solamente a través de la contemplación se llega al meollo de la fe, que en la revelación del misterio trinitario es la raíz de nuestra misión evangelizadora. En esta contemplación encontramos a un Dios que es nuestro Padre y que nos ha donado a su Hijo, porque por el don del Espíritu participamos plenamente de la comunión con Él. Esta revelación -que se encuentra en el fundamento de la experiencia de fe de Francisco, antepone siempre el misterio de la trinidad de Dios a aquel de su unidad- debería caracterizar nuestra fe, puesto que hemos profesado vivir «para alabanza y gloria de la Santísima Trinidad» (CC. GG. 5,2). De hecho, sólo a la luz de este misterio podemos testimoniar que la fraternidad es un reflejo de la vida de Dios, una auténtica riqueza, un signo evangélico para nuestro tiempo, una profecía para los hombres de hoy (cf. Portadores del don del Evangelio 12). LA MISIÓN INTER GENTES
Posteriormente, el documento pone en evidencia algunos aspectos esenciales de esta minoridad. Dice que la minoridad es un verdadero y propio camino de expropiación o, como dice el n. 14, de des-centramiento de nosotros mismos. El Capítulo ha considerado importante evidenciar el peligro que corremos de ser todavía demasiado autorreferenciales, angustiándonos tal vez de manera excesiva por nuestro futuro y por nuestras estructuras, corriendo el peligro de perder de vista aquello que la gente de hecho está viviendo y los profundos cambios que están aconteciendo en la sociedad. Se nos hace la invitación a no preocuparnos mucho de nosotros mismos, sino a ponemos una vez más a la escucha de la voz del Espíritu para recoger los desafíos que hoy se nos presentan y que interpelan también a nuestros hermanos y a nuestras hermanas. Son los mismos retos a los que hacía referencia el documento del Capítulo del 2003 (cf. El Señor os dé la paz, nn. 6-19), aquellos signos de los tiempos que ya habíamos individuado y a los que no debemos tener miedo. El documento llama la atención de manera sintética sobre todos estos fenómenos haciendo hincapié en la interculturalidad, la defensa de los derechos humanos, la tutela de las minorías, la crisis de nuestro modelo económico, los flujos migratorios y los desastres ambientales (cf. Portadores del don del Evangelio 14). ¿Cuál es nuestra respuesta? Para el documento sólo es posible des-centrarse, fijarse menos en los problemas propios para asumir más los de la gente en medio de la cual vivimos, si vemos el mundo con simpatía (cf. Portadores del don del Evangelio 15). El documento nos recuerda que ésta es una condición indispensable para la evangelización. Y que no obstante que estamos frente a tanto mal que se encuentra actualmente presente en nuestra sociedad, sintamos la necesidad «de aprender a ser capaces de proyectar una mirada positiva sobre los contextos y sobre las culturas en que estamos inmersos» (Portadores del don del Evangelio 15). En el fondo, esto es fruto de la minoridad a la cual se hacía referencia. Solo quien verdaderamente comparte, quien se hace con-sorte, quien asume el destino del otro, como Cristo ha hecho con nosotros, puede probar una verdadera sim-patía, puede entrar en un diálogo auténtico con el otro y participar de sus gozos y de sus tristezas, de sus angustias y de sus esperanzas. Pero el documento nos lanza más allá, pues afirma que esta simpatía también significa saber ver siempre lo positivo que se encuentra presente en el mundo, sobre todo hoy, cuando estamos asistiendo a un cambio total de puntos de referencia social, cultural y religiosa. No debemos, por tanto, tener miedo de los cambios que se están dando, sino que con confianza debemos lograr que la misión evangelizadora se convierta «en un camino de ida y vuelta que comporta dar, pero también recibir, en actitud de diálogo» (Portadores del don del Evangelio 15). Otro aspecto del des-centramiento al que estamos llamados por nuestra vocación a la minoridad, es la necesidad de inculturarse, de dejar nuestros lenguajes y nuestros esquemas para asumir los de las gentes a las que nos dirigimos, aprendiendo a adaptar nuestros códices de comunicación, con frecuencia viejos y obsoletos. Como dije en el Informe al Capítulo: «hemos de reconocer, sin embargo, que muchas veces usamos un lenguaje muy atemporal, poco conectado con la realidad y con las preguntas, anhelos y problemas reales de la gente; un lenguaje demasiado rotundo y dogmático, incluso arrogante; un lenguaje muy conceptual, excesivamente orientado al adoctrinamiento, poco sapiencial y sin vínculos con la experiencia; un lenguaje poco ágil, a veces críptico y frecuentemente trasnochado. Se hace urgente revisar nuestros lenguajes» (n. 192). El modelo a seguir en este caso es Pablo, el gran misionero, que en Atenas supo utilizar un lenguaje comprensible incluso a hombres provenientes de contextos culturales completamente diferentes al suyo. LA MISIÓN AD GENTES
Este estilo de itinerancia típicamente franciscano les permitió dejar Asís para diseminarse primero por Europa y después más allá del mar, hasta el Oriente. Ya en esta primera misión era evidente otro aspecto típico de nuestra evangelización, es decir, la conexión indisoluble entre anuncio inter gentes y ad gentes. Los hermanos llevaron, en efecto, el anuncio de la salvación a todas partes, primero con el testimonio de su vida fraterna y de menores, viviendo entre aquellos a los cuales habían sido enviados y, después de un atento discernimiento, es decir, cuando se dieron cuenta de que le agradaba al Señor (cf. 1 R 16,7), predicando la Palabra y administrando los sacramentos. «El anuncio explícito del Evangelio es -de esta manera- el punto de llegada de nuestro modo minorítico de estar presente en el mundo» (Portadores del don del Evangelio 20). En éste ámbito de la evangelización, también es importante tener presente los cambios actuales y adaptar nuestras formas tradicionales a las nuevas exigencias. El documento invita, por ejemplo, a tener presente el fenómeno migratorio, que se está dando a nivel global, y a una mayor colaboración entre las Entidades en el compromiso por llevar a todos el don del Evangelio que hemos recibido. Es muy importante reavivar esta solidaridad a nivel de personal y a nivel económico respecto a los proyectos misioneros. Me permito recordar aquí, además de los proyectos misioneros de la Orden, nuestras presencias históricas en Tierra Santa y la Federación de Marruecos. La falta de personal y el envejecimiento no nos eximen de la solidaridad para con nuestros hermanos que se dedican a estas misiones. IR SIEMPRE MÁS ALLÁ
Es muy importante que desde la formación inicial, el Hermano Menor sea educado a entrar en diálogo con aquello que es diverso de él, de su manera de pensar y de ver la realidad. Sin embargo, esta formación no significa otra cosa que ser formado para la vida con Dios, porque, como nos recuerda la Redemptoris missio, «es el Espíritu quien impulsa a ir cada vez más lejos, no sólo en sentido geográfico, sino también más allá de las barreras étnicas y religiosas, para una misión verdaderamente universal» (n. 25). Esto también educará a saber vivir la itinerancia, a «habitar las fronteras» como dice el documento, es decir, a estar en los lugares de fractura de nuestra sociedad para evangelizar, para llevarle a esa gente el don del Evangelio, que es sobre todo comunión, fraternidad, y para reconstituir las desgarraduras y las heridas originadas por nuestro egoísmo y nuestro pecado. LOS LAICOS
Para promover esta mentalidad, es necesario realizar una verdadera y propia «conversión eclesiológica», que parta de la vida de nuestra fraternidad para preguntarse cuál es el rol que ocupan los hermanos laicos en nuestra evangelización ordinaria y si la formación que ofrecemos no presenta solamente un modelo clerical. Como decía en el Informe al Capítulo, «hemos de reconocer que seguimos siendo una Orden eminentemente clerical, y no sólo en la estructura jurídica que nos da la Iglesia, sino también en la mentalidad imperante en algunos hermanos y en los ministerios que realizamos, lo que dificulta que los hermanos laicos participen activamente en la evangelización misionera» (n. 137). Cambiar esta mentalidad ciertamente comporta estar dispuestos «a renunciar a ciertas seguridades y a ceder espacios de poder y de protagonismo» (Portadores del don del Evangelio 25). Sólo de esta manera podremos hablar de una evangelización verdaderamente compartida y abierta a los laicos. EL PROYECTO DE VIDA
Para hacer esto, será necesario estar atentos al contexto social en el cual se encuentran inseridas, asumiendo juntos las preguntas de sentido que ello conlleva y esforzarse, antes que otra cosa, por discernir los signos de los tiempos y de los lugares, para no correr el peligro de ofrecer respuestas a preguntas inexistentes. Para esto nos ayudan los valores de la justicia, de la paz y de la integridad de la creación, que, iluminados por una lectura orante de la Palabra, nos permiten ser portadores de la Buena Noticia a los más pobres, a los más pequeños, a cuantos sufren violencia, es decir, a aquellos que hoy tienen más necesidad de encontrar aquella confianza y aquella esperanza que el Señor nos ha donado en su Evangelio. [Tomado de Selecciones de Franciscanismo vol. XXXIX, núm. 115 (2010) 93-103] |
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