DIRECTORIO FRANCISCANO
Documentos franciscanos oficiales

«EL SEÑOR OS DÉ LA PAZ»

Documento final del Capítulo General
de la Orden de Frailes Menores (O.F.M.)
celebrado en Asís en Pentecostés del año 2003

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Introducción

«En los comienzos de la Religión, yendo de viaje el bienaventurado Francisco con un hermano que fue uno de los doce primeros, éste saludaba a los hombres y mujeres que se le cruzaban en el camino y a los que trabajaban en el campo diciéndoles: "El Señor os dé la paz"» (LP 101).

1. Hermanos Menores de ciento diez países distintos, reunidos en la Porciúncula al principio del tercer milenio, cuando la Familia franciscana está celebrando el 750 aniversario de la muerte de Santa Clara, deseamos reafirmar y redescubrir las profundas implicaciones de la llamada a vivir y proclamar el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Recordamos, en particular, en el contexto de una humanidad fracturada y sufriente, el saludo revelado a Francisco: «El Señor os dé la paz» (cf. Test 23). Como en tiempos de Pablo, la humanidad sufre también hoy, con fuerza inusitada, «dolores de parto» aguardando la hora de ser liberada de la esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios (cf. Rm 8,18-25). Deseamos encarnar en nuestras vidas y en nuestras actividades la Palabra que habita en nuestros corazones y que está «escondida en el campo del mundo y de los corazones de los hombres» (3CtaCla 7). Deseamos hacernos eco, con «todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente» (cf. Rnb 23,8; Mt 22,37), del «sí» de Dios a toda la creación, de su mirada a todas las criaturas y de su afirmación de que todas son «buenas» (cf. Gén 1,31); de su suprema solidaridad con todos los hombres y mujeres en la encarnación, nacimiento, vida, obra, muerte y resurrección del Señor (cf. TestCla 45); de su rotundo «sí» a que todas las criaturas vivan en paz y justicia (cf. 1 Cor 15,28). Queremos encarnar este mensaje de esperanza en lo concreto de nuestra vida personal y fraterna, en el modo como logramos acercar a todos los pueblos, incluso a los enemigos, hacia la paz y el bien.

2. Vemos, especialmente, la necesidad de no domesticar las palabras proféticas del Evangelio para adaptarlas a un estilo de vida cómodo. Al contrario, queremos acoger al Espíritu, sentir la urgencia evangélica interior de «nacer de nuevo» (Jn 3,3), tanto a nivel personal como institucional. Con todos los hombres y mujeres de buena voluntad (cf. Lc 2,14; GS 22), queremos dar a luz una nueva época, despertar a una nueva visión de la vida y de las relaciones, cimentadas en la justicia y el amor, caminos de la paz. En este contexto, reconocemos la urgencia de volver a lo esencial de nuestra experiencia de fe y de nuestra espiritualidad para nutrir desde dentro, con la oferta liberadora del Evangelio, a nuestro mundo fragmentado, desigual y hambriento de sentido, tal como hicieron en su tiempo Francisco y Clara de Asís.

3. No podemos conformarnos con alabar las obras de nuestros antepasados, sino que hemos de inspirarnos en ellas para hacer la parte que nos corresponde en nuestro propio tramo histórico (cf. Adm 6; 2 Cel 214). Evaluar esta intención y proponer nuevos caminos de fidelidad creativa son cometidos de nuestro Capítulo general de 2003. Por eso, queremos seguir la invitación de Juan Pablo II en su mensaje al Capítulo: «El atractivo de San Francisco y Santa Clara de Asís es muy grande para los jóvenes y hay que utilizarlo para proponer también a las generaciones del tercer milenio "una reflexión atenta sobre los valores esenciales de la vida, los cuales se resumen claramente en la respuesta que cada uno está invitado a dar a la llamada de Dios, especialmente cuando pide la total entrega de sí y de las propias fuerzas para la causa del Reino" (NMI 46)» (Mensaje al Cap. gen., n. 5).

4. El Capítulo ha estudiado el informe del Ministro general «Vocavit nos Deus ut eamus per mundum» y ha evaluado el camino recorrido por la Orden en los últimos seis años. Hemos expresado el deseo de continuar en la dirección seguida por nuestra Fraternidad, tal como aparece expuesta en las Cinco prioridades de la Orden, pues creemos que éstas siguen siendo «clave de lectura para vivir nuestra identidad y comprender las expectativas del mundo»: 1) Espíritu de oración y devoción; 2) Comunión de vida en fraternidad; 3) Vida en minoridad, pobreza y solidaridad; 4) Evangelización - misión; 5) Formación. Alentamos a todos los hermanos a meditar y a estudiar con detenimiento los contenidos de dicho Informe, que es una guía alentadora para la renovación y el cambio. Igualmente, consideramos útil recomendar las publicaciones del Servicio para el diálogo y los principios y la visión de la vida religiosa presentados en el Consejo plenario de la Orden (Guadalajara, 2001), que recogen un camino de búsquedas genuinas.

5. El presente Documento final se ubica en esa misma trayectoria y asume sus desafíos. Nuestro propósito es acentuar algunos temas significativos que han centrado el diálogo de los hermanos llegados desde todas las partes del mundo a la tierra de Francisco durante el jubileo de nuestra hermana Clara y bajo el amparo de Santa María de los Ángeles. Dando mayor relevancia al mandamiento supremo del amor como camino de paz y salvación (cf. Mc 12,29-32), lo ofrecemos a todos y cada uno de los hermanos de nuestras entidades, a todos los hermanos y hermanas de la Familia franciscana y a quienes se sienten atraídos por la profunda actualidad de nuestro carisma.

SALUD EN LOS NUEVOS SIGNOS
DEL CIELO Y DE LA TIERRA

«Salud en los nuevos signos del cielo y de la tierra, que son grandes y muy excelentes ante Dios y que por muchos religiosos y otros hombres son considerados insignificantes» (1CtaCus 1).

6. Uno de los elementos esenciales del caminar cristiano es la capacidad permanente de escrutar los signos de los tiempos y de interpretarlos a la luz del Evangelio (cf. GS 4; CCGG 102 § 2; SRS 7; VC 81). Son acontecimientos de vida que marcan una determinada época de la historia y a través de los cuales el cristiano se siente interpelado por Dios y llamado a dar una respuesta evangélica. Los signos de los tiempos son, así, ráfagas de luz presentes en la noche oscura de nuestras vidas y de nuestros pueblos, faros generadores de esperanza. Quien no lee los signos de los tiempos corre el peligro de instalarse, de repetirse, de anular los sueños más profundos, de perder poco a poco la alegría contagiosa de la fe. Saber interpretarlos es para el cristiano una exigencia evangélica: «Si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente?» (Lc 12,56). El Señor nos invita a escuchar su voz en los acontecimientos de la historia, a detectar su presencia siempre actuante, para anunciar con la palabra y con la vida lo que hayamos visto y oído (cf. 1 Jn 1,1; CCGG 89. 93 § 2). Los signos requieren, pues, reconocimiento, lectura, interpretación y juicio a nivel personal y en el seno de la fraternidad (cf. OA 3; RFF 32).

7. Desde esta perspectiva, nos sentimos convocados a emprender, como en cada tiempo y lugar, el camino del discernimiento evangélico: «Examinadlo todo y quedaos con lo bueno» (1 Ts 5,21). Este discernimiento ha de hacerse en una doble perspectiva: por una parte, tomar conciencia de los esquemas personales y sociales que se oponen a la vida, para denunciarlos y contribuir a su superación; y, por otra, abrir los ojos de la fe y de la esperanza para detectar, en medio de las crisis, los sueños emergentes de la humanidad, abrirles cauce en nuestra propia vida y anticipar así el Reino proclamado y vivido por Jesucristo. Saber «distinguir entre lo que viene del Espíritu y lo que le es contrario» (VC 73c). Francisco de Asís parecía a todos, nos dice su biógrafo oficial, «un hombre del otro mundo» (1 Cel 36), anticipo viviente de un mundo posible para todos. Si somos capaces de leer los signos de nuestro tiempo a la luz del Evangelio, podremos ser nosotros mismos signos de vida legibles para un mundo sediento de «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Is 65,17; Ap 21,1).

8. Juan Pablo II ha invitado a los religiosos y religiosas de nuestro tiempo a «reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy» (VC 37a); a no limitarnos a leer los signos, sino a contribuir a «elaborar y llevar a cabo nuevos proyectos de evangelización para las situaciones actuales» (VC 73c).

9. Los Hermanos Menores nos sentimos especialmente interpelados por algunas realidades negativas del contexto en que vivimos y que, dada su difusión cada vez más general, pueden considerarse características de nuestra época. Su común denominador es el rechazo al que es diferente, la repulsa del otro, la negación sistemática de la alteridad. Pero, al mismo tiempo, una mirada atenta descubre también signos de vida y esperanza: la búsqueda incesante y creativa de inserción, de proximidad, de comunión, de abrazo, de hermandad, camino de una paz auténtica.

Entre una economía de mercado
y una economía solidaria

10. Una realidad patente de nuestro mundo globalizado es la concentración del poder y de las riquezas en manos de unos pocos. El bien común es sólo el bien de unos cuantos. La economía de mercado, que se autorregula al margen de la ética, funciona desde una lógica excluyente que beneficia siempre a los mismos, a los poderosos. La inmensa mayoría de los habitantes del planeta vive al margen de un mínimo de bienestar, a la vez que es manipulada en sus deseos y emociones por los medios de comunicación para inducirla a un consumismo irracional. La distancia entre ricos y pobres es cada vez escandalosamente mayor. El endeudamiento de muchas naciones, como medida de supervivencia, sólo ha agudizado la problemática: empobrecidos y, además, endeudados. Las estadísticas más tímidas señalan que nuestro sistema económico global mantiene en la pobreza y en la miseria a dos terceras partes de la humanidad. El mercado está igualmente ligado a una cultura de lo inmediato y sin raíces.

11. Ante un sistema que pretende autorregularse sin criterios éticos, surgen hondas reflexiones en busca de una ética mundial que parta del respeto a la dignidad inviolable de la persona humana y sea capaz de garantizar un mínimo de justicia para todos (cf. GS 63-72). Por todos lados constatamos la búsqueda de alternativas más humanas, diversas en su valor, pero que comparten su oposición a la pretendida fatalidad de nuestros sistemas deshumanizadores: frente a la economía de mercado se propone una economía con mercado; ante la globalización cultural crece la urgencia de una revalorización de la rica diversidad cultural de nuestros pueblos; ante el advenimiento del mercado global y de sus alianzas con la tecnología, se buscan posibilidades para crear redes de comunicación que beneficien la interdependencia de bienes y recursos con miras a una vida digna para todos, especialmente para los más pobres; se consolida la conciencia global de que la paz tan añorada no se dará sin justicia a estos niveles. En este contexto, muchas personas han dado su vida por hacer suyos los sueños de los pobres, como signo supremo del amor y de la coherencia con el ideal de vida (cf. LG 42).

Entre la fuerza de la violencia
y la práctica de la paz

12. El siglo XX ha sido, sin duda, uno de los siglos más violentos de la historia de la humanidad. Los signos son evidentes y continúan con inusitada fuerza: destrucción despiadada de la naturaleza, formas solapadas de rechazo, tribalismos, guerras étnicas, enfrentamiento entre grupos religiosos, genocidios, opresión de las mujeres, abuso sexual de los niños, tramas de sangre solapadas tras la carrera de armamentos y tantas otras formas de violencia que han herido para siempre la paz.

13. Sin embargo, no es menos cierto que el hombre contemporáneo toma cada vez más conciencia de la dinámica de la violencia y de los mecanismos con los que afrontarla personal e institucionalmente. Las protestas masivas contra injusticias que impiden la comunión; las múltiples redes que trabajan creativamente para formar en una cultura de la no-violencia y del respeto a la creación; las pequeñas acciones cotidianas en favor del entendimiento mutuo y de la solución de los conflictos; los hombres y mujeres que siembran la semilla de la verdad en el tejido social de la mentira... son sólo algunos de los signos significativos de un tiempo nuevo que quiere amanecer entre nosotros.

Del fundamentalismo al diálogo

14. El auge del fundamentalismo es otro de los rasgos de nuestro tiempo. En términos generales, pretende el afianzamiento nítido y seguro de una identidad a costa de la negación sistemática del otro, del diferente; ensaya diversos caminos de justificación para romper los vínculos de la humanidad común; considera más importante la pertenencia a una determinada ideología que la pertenencia al género humano, con necesidades y deseos comunes. Los defensores de esta ideología se basan en la convicción de ser superiores: poseen la verdad y consideran de antemano que los otros están equivocados; por tanto, no hace falta el diálogo. El fundamentalismo es una amenaza para todos los grupos y en todos los sectores: científico, religioso, político, económico, artístico... De la mano del fundamentalismo van la intolerancia, el autoritarismo, la coacción, el dogmatismo, el fanatismo, el sectarismo, el sexismo, el racismo, la xenofobia y todas las formas de negación o de dominación del otro. Es, a fin de cuentas, la antítesis de la hermandad universal, un camino seguro para alimentar el odio y la venganza.

15. En este contexto vemos como un verdadero signo de los tiempos los movimientos que se esfuerzan en fomentar el diálogo entre las culturas, las generaciones, los sexos, las religiones, las corrientes de pensamiento a fin de propiciar el conocimiento y el reconocimiento mutuos y la búsqueda de caminos comunes para instaurar un mundo hermanado en las ricas y sanas diferencias. En este contexto, muchas religiones han emprendido una vuelta a sus fundamentos más originarios y puros y han abierto sus puertas de par en par a la paz y a la solidaridad.

De la imagen al símbolo

16. Sin duda, nuestra generación está más ligada a la imagen que a la palabra. Imágenes sucesivas fluyen constantemente ante nuestros ojos intentando captar nuestra atención e inducirnos a decidir sin que reflexionemos. La cultura de la imagen refuerza el fenómeno de la inmediatez. Desconectados del pasado, vivimos sometidos a las demandas del presente en una relativización subjetiva de los valores. Nuestras vidas están permanentemente afectadas por lo que dictan y promueven los medios de comunicación social; más aún, hasta las dimensiones más íntimas de nuestra vida son material para la escenografía y el consumo públicos. Los medios están íntimamente conectados con las fuerzas del mercado; viven, entre otras cosas, de ofrecer incesantes reportajes sobre los conflictos generados por la violencia; comunican la imagen de una humanidad atrapada en un ciclo permanente de frustración.

17. Por otro lado, crece la conciencia de que la cultura de la imagen conduce a la esterilización de la imaginación, a la reducción del individuo a un consumidor de imágenes. Por tanto, se multiplican las propuestas alternativas de espacios educativos que incentiven la capacidad imaginativa y creativa del ser humano, salvaguardando nuestra condición de creadores de símbolos. Late en nuestra sociedad la alternativa de un giro simbólico (poesía, rito, icono, danza, música, gestos) que ayude a conectar profundamente con la verdad personal y con la trascendencia.

18. Aumenta en la sociedad civil la exigencia de una ética de los medios, a fin de que éstos no sean sólo rastreadores de las miserias humanas, sino que ofrezcan imágenes reales de justicia, de paz y salvaguarda de la creación y contribuyan a crear una esperanza de alcance y significatividad globales.

19. La realidad confirma una vez más que el trigo y la cizaña suelen crecer juntos (cf. Mt 13,24-30), lo cual constituye una fuerte llamada al discernimiento evangélico para decidir qué dirección debe seguir nuestro camino de transformación personal e institucional. La crisis de fe desencadenada por estas realidades la comprendemos como un momento de gracia -de kairós- que nos desafía a re-crear nuestra experiencia creyente a tono con los retos de una época en crisis. Es una oportunidad para ensayar un credo que haga emerger la totalidad de la persona y la comprometa a la paz y el bien. Esta crisis ética la consideramos, igualmente, como un instante de gracia para desarrollar una nueva ética de la vida, una ética de la coherencia que supere la fragmentación mediante la armonización y la integración: pensamientos y obras, oración y acción, palabra y compromiso, fe y vida, las aspiraciones del corazón a la fe y a la esperanza y su encarnación en formas visibles (acciones, ritos, estructuras).

RESPUESTA DE LOS HERMANOS MENORES

20. En este Capítulo nos hemos comunicado en diversas lenguas, hemos interpretado los textos desde presupuestos a veces distintos y hemos reconocido en nuestras propias vidas muchos de los elementos que criticamos en nuestra sociedad. Nos duelen la violencia y las exigencias de la vida diaria de todas las regiones del mundo. Compartimos en nuestra propia carne las ansiedades y los miedos de nuestros contemporáneos. Las fracturas sociales de las que hemos hablado existen también entre nosotros y en las vidas personales de los hermanos con quienes vivimos. Luchamos por integrar nuestra fe y nuestra vida. Entre nosotros se dan tensiones a la hora de decidir, en nuestro mundo en continuo cambio, cómo armonizar la realidad de una Fraternidad universal y las estructuras heredadas de la Orden. Reconocemos la necesidad continua de crear ambientes de mayor confianza y que impulsen la unión mutua. Nuestros propios cuerpos llevan el signo de la Tau. La vida del Hermano Menor es una vida en permanente conversión.

21. En este momento de la historia y en este mundo lleno de signos y de contradicciones, ¿quién es el Hermano Menor?, ¿cuál es su forma específica de testimoniar el Evangelio?, ¿cuál ha de ser su aporte específico? En el transcurso del Capítulo hemos intentado responder a estas preguntas, que tocan las raíces humanas y espirituales más profundas de nuestra vocación. Partiendo del Informe del Ministro general, hemos resumido en cinco puntos nuestra reflexión en torno a la respuesta de fe que reclama nuestro tiempo: el Hermano Menor es una persona de fe, de diálogo, itinerante, una persona que transmite con alegría un mensaje y que vive el signo de la santidad en la fraternidad. Estos cinco elementos, mutuamente entrelazados, constituyen una alternativa simbólica del servicio que queremos ofrecer a la vida de la Iglesia y al mundo. Comencemos, al modo de Francisco, con nuestra vida de fe.

La alegría de la fe

«Repara, ¡oh hombre!, en cuán grande excelencia te ha constituido el Señor Dios, pues te creó y formó a imagen de su querido Hijo según el cuerpo y a su semejanza según el espíritu» (Adm 5,1).

22. Creado a imagen y semejanza de Dios, el Hermano Menor se interroga sobre él mismo y sobre su origen: «¿Quién eres Tú, Señor? Y, ¿quién soy yo?» (cf. Flor, Consideración IIIª sobre las llagas). Mediante la reflexión, la formación, la experiencia y la vida en la Iglesia, el Hermano Menor descubre que su forma de vida comienza por iniciativa de Dios, que nos llama a la existencia, a la salvación, a la vida misma de la Trinidad. Esta iniciativa es una gracia de la generosidad de Dios. Nos ha captado la «dulzura» de Dios. Hemos gustado su alimento en nuestra vida de cada día y lo actualizamos siendo «co-amantes» con Él. (cf. Duns Escoto, Ordin. III dist. 28). Capturados por este don de amor, la ley de la reciprocidad nos impulsa a invitar a otros a compartir esta profunda alegría. «Oh amor que amas / y no consigues quien te ame» (cf. Jacopone de Todi, Laude 79,5; cf. 2 Cel 196).

23. Durante el Capítulo, dos imágenes bíblicas expresaron esta generosidad de la vida trinitaria de Dios:

a. La imagen del Bautismo del Señor, en la que éste escucha, proveniente «de lo alto», la complacencia del Padre: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto» (Mt 3,17); el comienzo de la misión del Señor es la alegría que «el Padre tiene en el Hijo y la alegría que el Hijo tiene en el Padre y que es el Espíritu» (Timothy Radcliffe, Paz y alegría); en el corazón de la vida de Dios hay una alegría incontenible.

b. La imagen de la Cena, en la que, en medio de la crisis de sus discípulos, Cristo, movido por el Espíritu, pronuncia una palabra de amor acompañada por una acción igualmente amorosa: lava los pies a los discípulos (Jn 13,1-20) y les da una parte de su propia vida: «Esto es mi cuerpo, que va a ser entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío» (Lc 22,19).

En ambas imágenes encontramos la alegría de la fe que se transforma en don: el siervo humilde es capaz de sufrir y cargar la cruz -para que otros tengan vida- como manifestación suprema de su amor. «Reparemos todos los hermanos en el buen Pastor, que por salvar a sus ovejas soportó la pasión de la cruz» (Adm 6,1; cf. Jn 10,11).

24. Colocamos estas imágenes bíblicas en primer lugar porque, en estos tiempos de miedos personales, de fracturas sociales y de pérdida del sentido de la existencia, esta revelación «de lo alto» brilla como una explosión de luz en medio de la oscuridad del mundo. Además, ambas imágenes son centrales en nuestra tradición de fraternidad, autoridad y misión (cf. Adm 4; 2CtaF 6-13), tres temas claves de este Capítulo. Son la lente a través de la cual interpretamos los «signos de los tiempos» y la manera como re-creamos la significatividad de nuestra existencia en el seno de una cultura de imágenes intrascendentes y pasajeras. En estas poderosas imágenes bíblicas vemos que la fe no es una fórmula ni un mero plan de ascetismo. Nuestra fe no se rige por las imágenes de los medios, cargadas tantas veces de violencia y de oportunismo. Tiene otra fuente: se refleja en la historia de Jesús que nos invita a entrar en su propio Bautismo para recibir la alegría del Padre y la fuerza renovadora del Espíritu. En el seguimiento de Jesucristo somos invitados no sólo a dar, sino a darnos a los otros (1 Pe 2,21; Rnb 1,1). En la itinerancia y el diálogo compartimos la vida de nuestros prójimos y ofrecemos nuestro mejor esfuerzo para crear con ellos una cultura alternativa de signos capaces de contagiar la alegría y la pasión por la vida. «Nada de vosotros retengáis para vosotros mismos a fin de que enteros os reciba el que todo entero se os entrega» (CtaO 29).

25. Reunidos en la Porciúncula, en el ambiente de oración de San Damián y en los caminos de la ciudad de Asís, hemos tenido la oportunidad de ver con nuestros propios ojos y de tocar con nuestros corazones los lugares simbólicos de nuestra vida como seguidores de Francisco y de Clara; hemos reconocido el lenguaje de los signos del Dios que nos llama a ser portadores de la alegría, de la comunión y del compartir solidario. La fe no es sólo conocimiento, sino diálogo siempre abierto entre un Dios que habla al hombre en la historia y un hombre que responde a Dios desde la historia: alianza continua (Hb 1,1). En lo profundo de él mismo, el Hermano Menor experimenta la fe como una participación en la sabiduría y en la alegría del Padre, desbordadas en toda la creación. El Hermano Menor ve la imagen del Hijo grabada en el prójimo y descubre en la reunión y la comunión de los distintos la inhabitación del Espíritu. Por la fe, el Hermano Menor ve que «en cada criatura late Dios» (cf. Buenaventura, Itin. Cap. I-II).

26. En este Capítulo queremos afirmar, una vez más, nuestra decisión de guiar nuestra formación, nuestra vida en la «santidad en la fraternidad» y nuestra manera de evangelizar a partir de estas imágenes centrales, a la luz de la verdad nuclear de la vida Trinitaria. Incorporando estas imágenes de fe, haremos la vida de Dios creíble; nuestra vida con los demás, un don de paz; y nuestra propia vida, un canto de alegría, incluso cuando nuestras lágrimas laven las heridas de los lastimados por la injusticia. «En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo» (Jn 16,20).

27. Queremos, finalmente, señalar las dimensiones específicas de nuestra vida de fe que necesitan enfatizarse en este tiempo:

a. La vida de fe es una riqueza común que compartimos a través de nuestras culturas, idiomas e identidades nacionales. Somos Hermanos Menores, una identidad que trasciende nuestra vocación laical o clerical. Desde y en esta vida en Dios, somos uno (cf. Gál 3,28).

b. Para ser signo creíble, nuestra vida de fe debe incluir a la persona entera: mente, corazón, relaciones, la manera como miramos, encontramos, abrazamos y amamos al prójimo (Rnb 23,8-11).

c. Esta vida de fe nos abre a la inmensidad de las posibilidades que Dios ofrece al género humano y entraña la exigencia ética de la encarnación como «garantía de lo que se espera» y «prueba de lo que no se ve» (Hb 11,1).

d. Como Francisco, debemos orar para adquirir el don de la fe y abrirnos al diálogo con el Dios de la historia: «Ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta» (OrSD 1-2).

El diálogo, camino hacia la paz

«A tu pueblo, Señor, lo alimentaste con manjar de ángeles, proporcionándole gratuitamente, desde el cielo, pan a punto, de mil sabores, a gusto de todos; este sustento tuyo demostraba a tus hijos tu dulzura, pues servía al deseo de quien lo tomaba y se convertía en lo que uno quería» (Sb 16,20-21).

«Y, al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura de alma y cuerpo» (Test 1-3).

28. La realidad de Dios presente en el diálogo hunde sus raíces en la Escritura y en la experiencia de Francisco y de Clara. En el tiempo presente, de fracturas y de sufrimientos, este camino esencial de la encarnación de Dios y de nuestra propia conversión nace de una fe capaz de ver la «dulzura de Dios» en los otros -incluso en el leproso-, capaz de afirmar esta bondad con alegría y, en una profunda comunión nacida de la compasión, de trabajar por la justicia y la paz. El diálogo compromete todas las dimensiones de nuestra vida con la creación, con la sociedad, con la fraternidad y con la misión. Cuando logra encarnarse en forma de presencia, de palabra, de comunidad y de trabajo se convierte en signo elocuente de esa paz que acalla los gritos de la violencia y del odio (cf. Ramón Lull, Gentil IV, Epilogo).

29. Aquí en Asís, lugar donde se reunieron los representantes de las grandes religiones, hemos enfocado el diálogo en tres dimensiones que pueden constituir un sólido punto de partida para la reflexión.

30. (1ª) La vida de conversión de Francisco, como vemos en las primeras líneas del Testamento, no tiene su origen en una huida del mundo, ni en una palabra pronunciada en secreto, ni en una experiencia religiosa interior que ha de ser compartida desde una posición de poder y superioridad, ni en una retirada ante los retos de su tiempo, sino en un intercambio, en un encuentro, en un diálogo abierto y receptivo con el prójimo, incluso con el que está más desfigurado y causa más repulsión y «amargura» (Testamento 1-3). Esta trayectoria de apertura constante al otro llega a su punto culminante en el famoso encuentro con el Sultán (1 Cel 57).

Desde el principio hasta el final de la vida de Francisco, el Espíritu lo guía -y quiere guiarnos a nosotros- por un camino que, por una parte, borra el aislamiento, el individualismo, la dependencia de estructuras socialmente aceptables pero alienantes, y, por otra parte, lo conduce a la comunión real con los otros. Ésta es la profunda respuesta que hemos de ofrecer a la crisis de fe y a la crisis ética de nuestro tiempo. Tenemos el reto de ver a Cristo, «dulzura de lo alto», en la condición de sufrimiento de todo ser humano del planeta y de volver nuestro rostro hacia él y ofrecerle, como Francisco, una bendición de paz (TC 26). Para ampliar las posibilidades de este diálogo hace falta nuestra abierta disposición a corresponder a los otros, del mismo modo que la iniciativa de Dios instaura una dinámica de libre reciprocidad (SRS 38-40, 44-45). Se necesita coraje. Al abrirnos al misterio del otro optamos por entrar en suelo sagrado (cf. Ex 3,5). Para ello se requiere reverencia, humildad, respeto, amabilidad, paz: «Sean apacibles, pacíficos y mesurados, mansos y humildes, hablando a todos decorosamente, como conviene» (Rb 3,11).

31. (2ª) El desarrollo de una mentalidad de diálogo y la práctica de sus exigencias nos colocan necesariamente en un camino de purificación (cf. CtaO 50ss). El diálogo, un itinerario que puede alejar a las personas de los tan recorridos caminos de la venganza, el prejuicio, la explotación y la violencia, exige un paréntesis en nuestras actividades habituales, en la rutina y las formas hiperactivas de relación que caracterizan a nuestra sociedad; requiere formación y una continua práctica en la disciplina de la escucha y de la receptividad. A través del diálogo, la persona abandona el individualismo y descubre su verdadera individualidad, su mismidad (haecceitas) ante Dios (Duns Escoto, Ord. II, d.3, p.1, q.5). «Cuanto es el hombre ante Dios, tanto es y no más» (Adm 19,2). Nuestras fraternidades y nuestros lugares de trabajo tienen el desafío ético de ser signos seductores de otro camino de convivencia y relación: aquel que conduce a la plenitud de la vida por la senda del diálogo.

32. (3ª) Este camino de conversión al diálogo, basado sobre una fe que es capaz de ver, entraña la práctica rigurosa de la obediencia a la Palabra de Dios como Palabra que se encarna en la Eucaristía (cf. CtaO 26-27), en el cuerpo -no siempre digno- de la Iglesia (cf. Test 4-13), en el frágil cuerpo de nuestra fraternidad (cf. Rb 10), en nuestros hermanos y hermanas, en nuestro prójimo (cf. 2CtaF 1). De ese modo la autoridad, que es don y no privilegio, se convierte en servicio en el seguimiento de Cristo (Adm 4,2). Este diálogo de conversión nos compromete a una vida de pobreza que nos abre a la riqueza del intercambio personal y afectivo y al compartir de bienes, nos hace receptivos ante el don del prójimo y, a la vez, nos exige poner a disposición de los demás los dones que cada uno ha recibido: «Con la medida con que midáis se os medirá» (Lc 6,38). Mediante la práctica del diálogo, nuestra castidad -la purificación y el ofrecimiento de nuestros afectos- estará abierta al diálogo con Dios, con los hombres y mujeres, con las culturas, las religiones y la creación. Todo nuestro ser estará enfocado al saludo de paz. El redescubrimiento del significado antropológico de los votos en nuestra tradición franciscana nos ayudará a ser hoy signos del Reino y hombres del futuro (VC 27).

La itinerancia, hermana de la paz

«Cuando entréis en una casa decid primero: "Paz a esta casa"» (Lc 10,5).

«Hospedándose siempre allí como forasteros y peregrinos» (Test 24).

33. Hoy, como nunca, muchos hombres, mujeres y niños emigran en busca de mejores condiciones de vida: alimento, trabajo, techo, paz. En contacto con nuestra propia humanidad herida, nos sentimos enviados (Test 2-3) por el Espíritu a emprender el camino de la itinerancia, porque esos seres humanos, nuestros hermanos, son la imagen viva de Cristo, a quien queremos seguir. «El amor de Cristo nos apremia» (2 Cor 5,14; cf. Flp 3,12-16). El único equipaje que nos exige este camino de solidaridad con los pobres es la expropiación: «No llevéis nada para el camino: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto. Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio» (Lc 9,3-4). La itinerancia es la expresión de una disponibilidad absoluta para ir a anunciar el Reino a los pobres y dejarnos evangelizar por ellos (cf. CCGG 93 § 1; 97). Nos ponemos en camino con otros para formar juntos una comunidad en la que se compartan los bienes. Vemos a Cristo en los pobres y pedimos que todos puedan gozar de la «gracia del trabajo» (Rb 5,1). Nos movilizamos para protestar pacíficamente cuando las estructuras no favorecen el derecho a una vida digna. Mediante la itinerancia penetramos en lugares neurálgicos, en los que nuestra sociedad experimenta profundos desequilibrios y tensiones, para testimoniar la paz y la justicia: las fronteras entre las distintas religiones (cristianismo, judaísmo, islamismo, budismo, hinduismo), la división entre ricos y pobres, poderosos y débiles, esclavos y libres, hombres y mujeres. Junto a tantos hombres y mujeres que sueñan con un mundo nuevo, queremos ser artífices de una cultura de la esperanza y de la paz (Juan Pablo II, Ángelus 18-XI-2001). Como Hermanos Menores, queremos abrir espacios y construir nuevas relaciones enaltecedoras de la común dignidad humana, nacida de Dios, nuestro Creador, y llevada a su perfección en Cristo, nuestro Redentor (cf. Rnb 23,11). Nos encontramos en un camino marcado por una «humanidad crucificada».

34. Hemos descubierto que la itinerancia no es un valor impuesto desde fuera, sino que surge desde el interior de nuestra propia experiencia. Y vamos experimentándola cada vez más, tanto a nivel de nuestras fraternidades como a nivel institucional, aunque sintamos a veces, en la confusión y la oscuridad, la tentación de resistirnos al cambio. Queremos insistir en que, desde una perspectiva de fe, los cambios nos capacitan para compartir la suerte de nuestros hermanos a los que este mundo ha hecho pobres y comprender la dimensión real de su esperanza.

35. Lo cierto es que nos estamos moviendo. En el último Consejo plenario y en este Capítulo hemos examinado cómo está cambiando el carácter de nuestras Provincias y de nuestra Orden: surgen con fuerza entidades jóvenes, al tiempo que viejas entidades ven mermar sus posibilidades; regiones del mundo que permanecieron políticamente mudas durante décadas, hablan ahora con voz potente. Hemos dedicado gran parte de nuestro tiempo a examinar la relación existente entre lo que hoy somos y el modo como hemos vivido en el pasado. Nuestras estructuras han sido sometidas a un proceso de cambio con miras a redefinir los Noviciados, las Provincias, las Custodias, las Conferencias y cuáles son las cualidades necesarias para el liderazgo. La diversidad de lenguas utilizadas en nuestras liturgias y diálogos son, igualmente, una pequeña muestra de la comprensión de nuestra identidad como una Fraternidad universal en estado de misión. La precariedad económica, la disminución progresiva -incluso por muerte violenta- del número de hermanos y otros muchos factores pesan sobre nuestras fraternidades locales y las invitan a la interdependencia, a la entereza y a la esperanza contra toda esperanza. Por otra parte, surgen -y son aceptados- numerosos proyectos que buscan armonizar de manera renovada los aspectos de nuestra vida desde una perspectiva itinerante; pueden verse algunos de ellos en: De los signos de los tiempos al tiempo de los signos. Testimonios (Curia general OFM, Roma 2002). Nuestra itinerancia interna está encontrándose con la experiencia itinerante de nuestros pueblos, signo de una común humanidad que camina hacia la liberación y la paz. Esta experiencia itinerante está cambiando la forma de nuestra presencia en el mundo, nuestro modo de trabajar y de evangelizar, las exigencias éticas necesarias para ser hermanos de verdad. En este camino itinerante sentimos una fuerte llamada a la santidad en la fraternidad: «Y dondequiera que estén y se encuentren unos con otros los hermanos, condúzcanse mutuamente con familiaridad entre ellos. Y exponga confiadamente el uno al otro su necesidad, porque si la madre nutre y quiere a su hijo carnal, ¿cuánto más amorosamente debe cada uno querer y nutrir a su hermano espiritual?» (Rb 6,7-8; cf. CCGG 38ss).

36. Las realidades itinerantes de nuestra forma de vida son un semillero de renovación. En este Capítulo hemos lanzado una llamada a regresar a lo esencial de nuestra vida. La itinerancia nos llama a considerar los siguientes «alimentos para el camino»:

a. La contemplación, la oración, la meditación, la lectura orante de la Escritura y la Eucaristía (cf. Buenaventura, Itin., Prólogo 4; Itinerario hacia el «corazón». Apuntes para descubrir la interioridad y el silencio en la vida franciscana, Roma 2003). La itinerancia en la vida del Hermano Menor es, principalmente, un proceso interior para sentir la verdad de la propia persona y escuchar la presencia absoluta de Dios, que llama. Por tanto, es también un itinerario de la persona entera hacia Dios, que crea, salva y libera. Estas prácticas ayudan a nutrir nuestra ética con la savia del amor cultivado. No podemos avanzar en el camino con el corazón vacío: la meta se volvería entonces distracción y extravío. Caminar sin la luz de la fe genera ceguera y agitación.

b. El compartir la vida con otros en fraternidad. Caminar sin nuestros hermanos y hermanas nos lleva al aislamiento y a la desesperación. Comer a solas produce sequedad de espíritu. La itinerancia es un camino que recorremos juntamente con otros. La fraternidad es gracia para perseverar en el camino.

c. Un pasado viviente, que nos ha sido dado por nuestras instituciones, por nuestra tradición intelectual, por nuestra espiritualidad franciscana, por nuestras sanas costumbres, por nuestra gente sabia. Hemos de mantener esta alianza con nuestra tradición, porque desplazarse sin raíces genera un camino sin sabiduría ni horizonte (cf. Pedro Juan Olivi, Principium I in Sacram Scripturam, De studio).

d. Las disciplinas y estructuras que apoyan nuestra itinerancia. Es imprescindible hacer un paréntesis en nuestro trabajo para dedicarnos por un tiempo al silencio, al recogimiento, al autoconomiento, al trabajo manual, a la lectura, al estudio, a compartir la fe. Sin este alto en el camino no seríamos capaces de detectar la tierra endurecida (Rnb 22,10-26) de nuestro corazón (activismo, individualismo, apropiación, fijación, nostalgia, agitación, distracción, búsqueda ideológica de seguridad) ni de valorar adecuadamente las hermanas compañeras de camino de la itinerancia: la libertad, la alegría, el sentido de pertenencia, la apertura, la autoestima, la claridad de pensamiento, la valoración de la creación y de todo cuanto existe como un «don».

El don de la evangelización

«Pues para esto os ha enviado (el Hijo de Dios) al mundo entero, para que de palabra y de obra deis testimonio de su voz y hagáis saber a todos que no hay otro omnipotente sino él» (CtaO 9).

37. La evangelización es la dicha y la vocación propia de la Iglesia (cf. EN 14). Nace de la entrañable solidaridad de Dios con el género humano y con la historia: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo unigénito» (Jn 3,16). El cristianismo busca prolongar con creatividad, en cada momento histórico, la misión del Hijo, que, bajo la acción del Espíritu, trajo la alegría del Reino. En esta línea, al volver a lo esencial de nuestra espiritualidad franciscana, hemos recordado que «nuestro claustro es el mundo» (cf. SC 63) y que nuestra misión en él es dar a conocer la voz y el Reino de Dios. Por eso, queremos tener nuestro corazón donde está nuestro único tesoro: el Reino (cf. Mt 6,21; REr 3), y reconocemos a Jesús como el paradigma de toda evangelización y misión. Por eso, hacemos nuestro su discurso programático: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19). Como Hermanos Menores, no queremos ir en nombre propio, sino enviados por el Señor que nos habla a través de la fraternidad en comunión con la Iglesia. No deseamos escoger arbitrariamente los lugares donde vamos a morar; queremos dejarnos seducir por los claustros olvidados, los claustros inhumanos donde la belleza y la dignidad de la persona son continuamente mancilladas (cf. Rnb 9,2). Queremos alargar el espacio de nuestra tienda (cf. Is 54,2) para hacer nuestros los gozos y las tristezas de los más pobres y de los que más sufren. La Iglesia nos ha encomendado la misión de «fomentar la espiritualidad de la comunión» -ante todo en nuestro interior- «en la comunidad eclesial misma y más allá aun de sus confines, entablando o restableciendo constantemente el diálogo de la caridad, sobre todo allí donde el mundo de hoy está desgarrado por el odio étnico o las locuras homicidas» (VC 51a). No queremos ir como dueños de la verdad, sino como siervos humildes (cf. Rnb 23,7) de un mensaje que hemos recibido gratis y que debemos dar gratis (cf. Gál 3,18). Nuestro corazón quiere anunciar a todas y cada una de las criaturas que encontremos su condición de hijos e hijas de un mismo Padre, hermanos nuestros, portadores de una misma esperanza, y asumir coherentemente las implicaciones prácticas de este anuncio. Lo que hagamos a los más pequeños de nuestro mundo, al Señor mismo lo habremos hecho (cf. Mt 25,31-46).

38. Nuestra misión principal está «inscrita en el corazón mismo» de nuestra forma de vida en fraternidad y minoridad (cf. VC 25a). Nuestra vida de Hermanos Menores ha de ser signo escatológico, parábola del Reino. «Cuanto más íntima sea la entrega al Señor Jesús, más fraterna la vida comunitaria y más ardiente el compromiso en nuestra misión específica» (VC 72d) de Hermanos Menores, más auténticamente evangelizadores seremos. «Cuanto más se vive de Cristo, tanto mejor se le puede servir en los demás, llegando hasta las avanzadillas de la misión y aceptando los mayores riesgos» (VC 76).

39. Desde esta profunda sintonía con la persona y la obra de Jesucristo, invitamos a celebrar la diversidad de carismas que el Espíritu suscita entre los hermanos y que se traduce en nuevas formas de presencia y de evangelización. Nada más lejos del franciscanismo que una visión uniforme y homogénea en los modos de evangelizar. Al contrario, corresponde a nuestro carisma detectar, animar y celebrar las iniciativas que buscan encarnar de forma creativa y radical el Evangelio. Al contexto de la evangelización pueden aplicársele las palabras intuitivas que Francisco dijo a sus hermanos: «Los hermanos que saben trabajar, trabajen y ejerzan el oficio que conozcan, siempre que no sea contra la salud del alma y pueda realizarse decorosamente» (Rnb 7,3). Estamos invitados, igualmente, a mostrar con claridad profética el signo de la pluralidad y de la inserción mediante una acción evangelizadora hecha mano a mano con los laicos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos.

40. Especialmente significativas resultan hoy las fraternidades internacionales que, en medio de una cultura de la negación sistemática del otro, dan testimonio de comunión entre los pueblos, las razas y las culturas. Tenemos el firme deseo de insistir en que nuestra vida, dondequiera que nos encontremos, debe anunciar con nitidez la posibilidad de un mundo acogedor, justo, tolerante y pacificado.

41. Los Hermanos Menores nos sentimos fuertemente comprometidos a evaluar con humildad y verdad nuestra vida entera, nuestras estructuras y nuestras actividades evangelizadoras para ver si testimonian de forma significativa el espíritu de las bienaventuranzas y cooperan verdaderamente a la transformación del mundo según Dios. Sabemos que, a pesar de nuestras infidelidades, el Señor mantiene viva su confianza en nosotros y nos dice sin cesar: «Ven» (Jn 1,39) y «Anda» (Mc 16,15). Dejémonos nuevamente conquistar por Él (cf. Flp 3,12).

La santidad en fraternidad

«¡Oh, cuán santo y cuán amado es tener un tal hermano y un tal hijo, agradable, humilde, pacífico, dulce, amable y más que todas las cosas deseable, nuestro Señor Jesucristo!» (1 CtaF 13).

42. En este Capítulo hemos repetido una y otra vez: «Nuestra forma de vida es nuestro primer modo de evangelización» (cf. CCGG 87 §§ 1-2). Somos una Fraternidad-en-misión que muestra visiblemente la alegría de la fe en la santidad de Dios, que es comunión amorosa de tres personas. «Sed también vosotros santos en toda vuestra conducta, porque dice la Escritura: "Seréis santos, porque yo soy santo" (Lev 11,44)» (1 Pe 1,15-16). A imagen de Dios hemos sido creados. Y en esta imagen coexisten, en armonía, la unidad, la individualidad y la comunión. La realización de esta imagen es nuestro proyecto evangélico de Fraternidad-en-misión: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor» (Jn 15,9); «Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir... Todo lo que tiene el Padre es mío» (Jn 16,13-15). En el contexto de nuestra conversión fraterna a los otros por el camino de la fe, el diálogo y la itinerancia, debemos dar testimonio de un Dios que es comunión en la diversidad y diversidad en la comunión.

43. Según la experiencia de Francisco y de sus hermanos y hermanas, en la oración de Jesús recibimos el proyecto de ser santos como Dios es santo. Con la gracia de Jesús y tras sus huellas, nuestras vidas permanecen abiertas al futuro. Debemos comprometernos a sanar las heridas de nuestro mundo y a comunicar a todos la unidad proveniente de nuestro origen y de nuestro destino común. «Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti; que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,20-21; cf. Rnb 22,43-55). Nuestra respuesta a la pregunta: «¿Quién eres tú, Señor? Y, ¿quién soy yo?» (cf. más arriba, n. 22), encuentra su núcleo y su sentido en la práctica de la santidad fraterna.

44. Esta forma de vida o conversatio exige una fe que nos impele a recorrer el camino del encuentro y del diálogo; nos conduce a los lugares de fractura social donde nos unimos a nuestros hermanos y hermanas en un proyecto común de paz y de justicia (cf. CCGG 69); debe convertirse en «ejemplo y espejo para los que viven en el mundo» (TestCla 20); se encarna en los lugares y en las estructuras locales, provinciales e internacionales, en los que convivimos como «miembros de una familia»; se vuelve símbolo y ejemplo de la vida futura cuando la expresamos (Rb 3,1-4; 6,7-9; 5,1; 10,1-5; Test 16-22):

en nuestra manera de orar juntos (cf. CCGG 23 §§ 2-3);

en nuestra manera de convivir compartiendo lo que somos y lo que tenemos (CCGG 39-42);

siendo «siervos y sometidos a todos» (CCGG 64);

en el modo como cuidamos a los enfermos (CCGG 44);

alegrándonos sinceramente «de los felices resultados del trabajo de los demás» (CCGG 42 § 1);

saludando a todas las criaturas y a la creación entera con las palabras: «El Señor os dé la paz» (cf. LP 101f; EP 26).

45. «¡Ved que dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos!» (Sal 133,1). Aun así, hemos descubierto que la tarea de convertirnos en una Fraternidad-en-misión comporta un gran desafío de conversión. Buscamos en nuestros corazones y en nuestras mentes, a través de nuestras manos y en nuestros idiomas las maneras de hacer visible la realidad de nuestra vocación: «La metodología misionera que encuentra mayor resistencia es precisamente la del Evangelio, el ir de dos en dos por el mundo, yendo reconciliados en fraternidad» (G. Bini, Presentación-Resumen del Informe al Capítulo III. 5).

Conclusión: «Vocavit nos Deus
ut eamus per mundum»

46. Al concluir nuestra reflexión, nos proponemos -e invitamos a ello a todos los hermanos- asumir un sólido itinerario de formación permanente e inicial que considere el estudio como uno de sus componentes esenciales (cf. RS 31), un itinerario formativo de conversión que afecte a todas las dimensiones de nuestra vida (cf. RFF 45). En el tiempo de crisis de fe y de crisis ética en que vivimos, necesitamos, manteniéndonos fieles a nuestra época, volver a las fuentes de nuestra tradición iluminada por sus santos, por sus líderes, por sus maestros espirituales, intelectuales y evangelizadores. Sepamos actuar en nuestro tiempo como ellos supieron actuar en el suyo: ellos acompañarán e iluminarán nuestro camino.

Las palabras y los retos parecen bastante simples. Se trata del camino del Evangelio. La Palabra vino en alegría y simplicidad, en forma de diálogo e itinerancia. Vino en minoridad a predicar la Buena Nueva. El Señor, la Palabra hecha carne, no desdeñó ser nuestro hermano. Dio su vida por sus amigos. Resucitó para alejar nuestras dudas y temores.

Un día prometimos a Dios «seguir más de cerca el Evangelio y las huellas de nuestro Señor Jesucristo» (Nueva fórmula de la profesión; CCGG 5 § 2). Que el Señor nos conceda pronunciar, una vez más y siempre, nuestro pequeño «sí» al gran don del Dios encarnado.

«Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios,
concédenos por ti mismo
a nosotros, miserables,
hacer lo que sabemos que quieres
y querer siempre lo que te agrada.

A fin de que,
interiormente purgados,
iluminados interiormente
y encendidos por el fuego del Espíritu Santo,
podamos seguir las huellas
de tu amado Hijo,
nuestro Señor Jesucristo,

y llegar,
por sola tu gracia, a ti, Altísimo,
que en perfecta Trinidad y en simple Unidad
vives y reinas y estás revestido de gloria,
Dios omnipotente,
por todos los siglos de los siglos. Amén» (CtaO 50-52).

Siglas y abreviaturas

Sagrada Escritura:

Ap

Apocalipsis.

Ex

Éxodo.

1 Cor

Primera carta a los Corintios.

2 Cor

Segunda carta a los Corintios.

Flp

Carta a los Filipenses.

Gál

Carta a los Gálatas.

Gén

Génesis.

Hb

Carta a los Hebreos.

Is

Isaías.

Jn

Evangelio según San Juan.

1 Jn

Primera carta de San Juan.

Lc

Evangelio según San Lucas.

Lev

Levítico.

Mc

Evangelio según San Marcos.

Mt

Evangelio según San Mateo.

1 Pe

Primera carta de San Pedro.

Rm

Carta a los Romanos.

Sal

Salmos.

Sb

Libro de la Sabiduría.

1 Ts

Primera carta a los Tesalonicenses.

Escritos de San Francisco y de Santa Clara:

Adm

Admoniciones.

3CtaCla

Tercera carta de Santa Clara a Inés de Praga.

1CtaF

Carta a todos los fieles, primera redacción.

2CtaF

Carta a todos los fieles, segunda redacción.

1CtaCus

Primera carta a los custodios.

CtaO

Carta a toda la Orden.

OrSD

Oración ante el Crucifijo de San Damián.

Rb

Regla bulada o Regla segunda (1223).

REr

Regla para los eremitorios.

Rnb

Regla no bulada o Regla primera (1221).

Test

Testamento de San Francisco.

TestCla

Testamento de Santa Clara.

Fuentes biográficas de San Francisco de Asís:

1 Cel

Vida primera de San Francisco.

2 Cel

Vida segunda de San Francisco.

EP

Espejo de perfección.

Flor

Florecillas.

LP

Leyenda de Perusa.

SC

Sacrum Commercium.

TC

Leyenda de los tres compañeros.

Otras siglas:

CCGG

Constituciones generales OFM.

EN

Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 1975, Pablo VI.

GS

Constitución pastoral Gaudium et spes, 1965, Concilio Vaticano II.

LG

Constitución dogmática Lumen gentium, 1965, Concilio Vaticano II.

NMI

Carta apostólica Novo millennio ineunte, 2001, Juan Pablo II.

OA

Carta apostólica Octogésima adveniens, 1965, Pablo VI.

RFF

Ratio formationis franciscanae, preparada por la Secretaría general para la Formación y los Estudios, Roma 2001.

RS

Ratio studiorum. «In notitia veritatis proficere», preparada por la Secretaría general OFM para la Formación y los Estudios, Roma 2003.

SRS

Carta encíclica Sollicitudo rei socialis, 1987, Juan Pablo II.

VC

Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 1996, Juan Pablo II.

[Texto de la Curia General OFM, Roma 2003]

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