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EL SEÑOR NOS HABLA EN EL CAMINO Documento final del
Capítulo General Extraordinario |
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PRESENTACIÓN Queridos Hermanos: ¡El Señor os dé la Paz! El Capítulo general extraordinario, que comenzó en el Santuario del monte Alverna el 15 de Septiembre y continuó en Santa María de los Ángeles, ha terminado el 1 de Octubre del 2006 en la Porciúncula. Ha sido una etapa importante en el contexto de la celebración del VIII Centenario de la aprobación, por parte de Inocencio III, de nuestra Regla y vida, y, por tanto, de la fundación de nuestra Orden. Movidos por «inspiración divina» nosotros, Hermanos Menores, hemos vuelto a Asís para confrontarnos con nuestros orígenes con el fin de dar respuesta a la pregunta: «Señor, ¿qué quieres que hagamos, como Hermanos Menores, hoy?». Cada Hermano y cada Entidad puede encontrar la respuesta en el Documento final: El Señor nos habla en el camino, que es «un recuerdo, una experiencia, un camino, un mandato, una invitación que continúa resonando» (n. 3) como ayuda, apoyo, estímulo para actualizar nuestro carisma en este momento presente que el Señor, Padre de las misericordias, nos concede vivir. El Documento, que hoy tengo la alegría de presentaros a cada uno de vosotros, después de la aprobación por parte del Definitorio, consta de dos partes. En la primera, que podríamos definir como «inspiracional», se presentan motivos, apoyos, luces, guías para los caminos que el Señor nos invita a recorrer, en el momento presente, con «lucidez y audacia». En la segunda parte, el Documento presenta metodologías, sugerencias e indicaciones, para que la Fraternidad universal y las Fraternidades locales, recorriendo el mismo camino, aunque con modalidades y formas diversas, tengan la oportunidad de encarnar en la vida cotidiana todo cuanto hemos podido entender o intuir en «el altar predilecto de nuestra memoria, de nuestros orígenes» (n. 7). Queridos Hermanos, el Documento El Señor nos habla en el camino nos permite que el Capítulo general extraordinario continúe en cada Hermano y en cada Fraternidad. Que el Señor y nuestro padre Francisco nos ayuden en el camino, que hemos de recorrer conforme a la metodología del icono bíblico de los discípulos de Emaús, para discernir cómo mejorar nuestra vida y nuestra misión, de tal modo que seamos «signos, humildes y sencillos, de una estrella que aún titila en medio de la noche de los pueblos, atrayendo a todos hacia la centralidad de la vida» (n. 9). Roma, 1 Noviembre 2006 Fr. José Rodríguez Carballo,
ofm PREMISA 1. El Capítulo general extraordinario del 2006 se sitúa en el amplio marco de la preparación de los 800 años de la fundación de la Orden de Hermanos Menores, que celebraremos en el 2009. Este documento no es un canto en solitario, está pensado para ser leído a la luz de la celebración de la Gracia de nuestros orígenes, es decir, a la luz de un proceso que busca la actualización de nuestro carisma a tono con los desafíos de un cambio de época. En este contexto, no es de extrañar que el Evangelio y nuestra Regla y vida[1], presentada por Francisco al Papa Inocencio III y confirmada por Honorio III, hayan sido nuestros principales puntos de referencia. En nuestro documento se recoge, sobre todo, además de las reflexiones que nos han acompañado hasta ahora[2], el Informe del Ministro general al Capítulo, «Con lucidez y audacia», una relectura audaz y lúcida del Evangelio y de nuestras fuentes fundacionales. 2. Asimismo, palpita en él la memoria todavía fresca de las experiencias de fe compartidas entre nosotros durante estos días, nuestra peregrinación a los lugares que conservan el aroma original de nuestro carisma (La Porciúncula, Monte Alverna, Greccio, Fonte Colombo); nuestra comunión con los hermanos y hermanas que comparten nuestra misma espiritualidad; nuestro encuentro siempre gozoso con las hermanas clarisas; experiencias que ninguna palabra podrá sustituir. 3. El Señor nos habla en el camino no es sólo un título, sino el icono de Emaús que nos acompañó durante el Capítulo. A la luz del pasaje bíblico (Lc 24,13-35), en el contexto de la fe compartida, aprendimos a expresar nuestros temores con libertad. Cuestionamos el talante de nuestra vida. Nuestro corazón se abrió al misterio del otro como espacio de salvación. Recibimos la sorpresa de la fuerza interior que brota de la Pascua y que nos hace retornar a los hermanos con renovada ilusión. El Señor nos habla en el camino es un recuerdo, una experiencia, un envío, una invitación siempre abierta. Emaús es el camino, antiguo y siempre nuevo, que deseamos recorrer con cada uno de los hermanos. MENDICANTES DE SENTIDO 4. Al encontrarnos hermanos de todos los continentes en torno a la Porciúncula, lo primero que nos ha impresionado es la belleza particular de cada pueblo, toda su riqueza y esplendor. Hemos constatado que, junto a las ricas diferencias y distancias geográficas, nuestros pueblos ya no viven aislados unos de los otros, sino imbricados en el complejo tejido de lo intercultural, de lo interreligioso y la intercomunicación inmediata que caracterizan, entre otros factores, a nuestra sociedad globalizada. Hemos reconocido, a través del relato multilingüe de los hermanos y de las inesperadas e infinitas conexiones que se viven en el cambio de época, el don de la diversidad, la alegre noticia de un Dios siempre fecundo. 5. Este gozo ante la cercanía progresiva de nuestro mundo, no ha podido, sin embargo, ocultar a nuestros ojos el dolor que también lo habita. No son sólo imágenes, ni se trata de una humanidad en abstracto, se trata de rostros y nombres concretos ligados a nuestras vidas cotidianas, rostros y nombres amados, que no nos abandonan nunca, y que tienen la fuerza de orientarnos en nuestras búsquedas. Nos referimos a los sufrimientos reales que compartimos con nuestra gente. El sufrimiento que proviene de un fundamentalismo militante que constriñe la práctica plural de la fe y del pensamiento. El dolor de ver a pueblos enteros que todavía reclaman los derechos básicos de alimento, techo, educación y trabajo; pueblos enteros que se ven obligados a emigrar sin la promesa de un verdadero cambio para sus vidas. La preocupación ante las fuerzas culturales, sociales y políticas que buscan imponerse sobre nuestras vidas no sólo para obstaculizar la fe, sino también la confianza fundamental en los otros. Se nos hace tristemente patente que existe en nuestro tiempo una gran lucha por adquirir influencia y poder, un deseo de dominar a los otros por la fuerza de las ideas, de la tecnología, de los intercambios económicos y de las armas. Sentimos el peso de una sociedad globalizada que pretende autorregularse sin criterios éticos, como si se tratara de un dios absoluto. No menos alarmante resulta la destrucción despiadada y progresiva de la naturaleza, que es la casa común de todos. 6. El contacto directo con el dolor y el sinsentido, la crisis y el caos de nuestro tiempo ha llevado a muchos de nuestros contemporáneos a preguntarse por el sentido de la historia, de la existencia, de la vida; a replantearse también la veracidad de la esperanza, en fin, a replanteárselo todo de nuevo. Los Hermanos Menores no nos sentimos distantes de estas búsquedas[3], más bien nos reconocemos, junto a ellos, mendicantes de sentido. LA VISITA DE LA ESPERANZA 7. En los momentos de mayor crisis, el pueblo de Israel recurría a la memoria de la obra maravillosa del Dios libertador y creador en su historia, para encontrar la fuerza que necesitaba y reemprender el camino hacia adelante. Al igual que Israel, nosotros, Hermanos Menores, movidos por divina inspiración (cf. 1 R 2,1; RCl 2,1), hemos regresado a Asís, altar predilecto de nuestra memoria, de nuestros orígenes, cargados de interrogantes, de cansancio acumulado, de incertidumbres ante nuestro futuro como humanidad, como Iglesia y como Orden. 8. Al regresar al más pequeño de los lugares de la Orden (la Porciúncula), hemos experimentado cómo todos cabíamos cómodamente, con nuestras identidades particulares, con nuestras luces y sombras, en el abrazo fraternal de Francisco. Él nos ha entregado su experiencia y sus textos fundacionales, como libros abiertos e inacabados que se completan en nuestra fidelidad a Dios y al mundo, siempre «sujetos a los pies de la misma santa Iglesia» (2 R 12,4). Al unísono con Francisco y con nuestro Ministro general, los hermanos hemos implorado al Alto y glorioso Dios que ilumine las tinieblas que nublan nuestro corazón y el corazón del mundo; para que nos dé fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta (cf. OrSD). Nuevamente, Francisco nos ha invitado a vivir felices en medio de la gente despreciada, con los pobres y débiles, con los enfermos, con los leprosos y con los mendigos que están a la vera del camino (cf. 1 R 9,2; Test 1-2; 1 Cel 17). Hemos experimentado a Francisco bendiciéndonos, brindándonos el mismo cuidado que ofreció al hermano León, su fiel compañero de camino. El Señor nos ha ido mostrando su rostro, como era el deseo de Francisco (cf. BenL). El pasaje bíblico de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35) nos ha guiado como paradigma del viaje que queremos emprender en los distintos caminos de nuestro mundo. 9. La Orden, en su vuelta a los orígenes y por el camino del relato compartido de nuestras vidas, ha sido visitada por la esperanza, pero no por cualquier esperanza, sino por aquella fundada en Cristo pobre y crucificado (cf. 2 Cel 105), y en sus representantes, los pobres y crucificados de esta tierra (cf. Mt 25,31-46). Y es que cuando conjugamos, a nivel de la experiencia, el Evangelio de Jesucristo con la vida misma en todo su espesor, nos vamos desvistiendo poco a poco del desencanto así como del pragmatismo superficial y de los fáciles idealismos, para habitar en la tensión esperanzadora del Reino, atmósfera fecunda del seguimiento. El Dios revelado a Francisco, y a nosotros hoy, no se ha mostrado indiferente o distante del dolor humano, sino todo lo contrario, como «creador, redentor, consolador y salvador» nuestro (cf. ParPN 1). Él era, es y será «el todo bien, sumo bien, bien total» (AlHor 11; cf. 1 R 17,5-7.17-18), alegría y sostén del Universo. Esta esperanza compromete nuestras vidas a trabajar en la dirección de la justicia, la paz y el bien, allí donde mantenemos nuestras presencias. Nos conmueve poder reconocernos como signos humildes y sencillos de una estrella que aún titila en medio de la noche de los pueblos, atrayendo a todos hacia la centralidad de la vida (cf. Mt 2,1-3). A LA LUZ
DEL DON ANTE TODO, LA VIDA 10. La experiencia que hemos vivido juntos nos ha confirmado que lo más propio del itinerario franciscano es partir de la vida, es decir, la importancia de la práctica, de mantenernos en camino para una mejor comprensión de la propia vocación. La teoría ilumina la vida, pero no puede nunca sustituirla. 11. Francisco, después de escuchar el Evangelio, no tarda en cambiar su forma de vestir (cf. 1 Cel 21-22). Necesita practicar la Palabra escuchada, aunque sea de un modo parcial y material. Lo cual nos indica que para alcanzar una comprensión de veras espiritual, y no meramente intelectual, se requiere pasar por el camino de la experiencia: cercanía a la realidad histórica, escucha atenta de la Palabra y su traducción inmediata a la vida (cf. Lc 6,46-49). Lo mismo ocurre en San Damián, cuando el Crucifijo lo invita paradigmáticamente a reparar la Iglesia (cf. LM 2,1). Francisco se dispone inmediatamente a reconstruir capillas abandonadas (cf. LM 2,7-8) y no porque malinterprete el mensaje, como se piensa a menudo, sino precisamente porque, para comprender el sentido más profundo de las palabras dirigidas a él, tiene que ubicarse en el terreno de la experiencia, del hacer con otros. En las Admoniciones, se recoge muy bien esta sabiduría del discernimiento franciscano: «Son vivificados por el espíritu de las divinas letras aquellos que no atribuyen al propio yo toda la letra que saben y desean saber, sino que, con la palabra y el ejemplo, la restituyen al altísimo Señor Dios, de quien es todo bien» (Adm 7,4). Primero, siempre la vida, la experiencia, el contacto humano con la realidad dolorosa y esperanzadora de cada persona, de cada pueblo, y con la naturaleza; luego, la interpretación de la vida a la luz de la fe, en una circularidad permanente. ¿Podremos caminar juntos en esta dirección? A la luz de este principio de la primacía de la praxis, una de las recomendaciones más repetidas, en este Capítulo, ha sido la de fortalecer la práctica del diálogo y la creación de otras nuevas prácticas de comunión, iluminadas por el Evangelio y en relación con la especificidad de cada cultura y sus necesidades particulares. REGLA Y VIDA 12. Durante estos días, vimos claramente que nuestra propia tradición espiritual e intelectual franciscana, enraizada como está en la experiencia que tuvieron las primeras comunidades en las ciudades y universidades, confirma el camino de la acción. Francisco enseña a pedir el Espíritu del Señor y su santa operación (cf. 1 R 10,8). La Regla misma fue constantemente interpretada, en la práctica y la teoría, en relación no sólo con Francisco, sino también con la experiencia viva de los hermanos, de la sociedad y de la Iglesia. Los frailes no poseemos meramente una Regla, sino la Regla y Vida (cf. 2 R 1,1). Nuestros maestros en teología Alejandro de Hales, Buenaventura, Pedro Juan Olivi, Duns Scoto y Guillermo de Ockham, entre otros, han argumentado extensamente que el estudio científico de la Palabra de Dios está llamado a transformar las vidas y a culminar no en un elevado pedestal intelectual, sino en un intercambio de amor a Dios, a nosotros mismos y a nuestros prójimos (cf. CCGG 128), sobre todo a los más rechazados de este mundo. En la tradición franciscana, la teología no es ciencia sino sapiencia[4]. Sabiduría, para saborear el encuentro como instrumento de transformación de nuestro mundo. ¿Conocemos esta tradición? ¿La sostienen nuestras instituciones? ¿Conocemos los estudios críticos sobre las fuentes franciscanas que se han realizado en los últimos cincuenta años? 13. En este Capítulo, se nos ha interpelado sobre la necesidad de recuperar con espíritu crítico las grandes tradiciones filosóficas, teológicas, místicas y artísticas de nuestro patrimonio franciscano, como sostén de nuestra misión de predicar el Evangelio de palabra y de obra, en medio de la cultura contemporánea (cf. CCGG 166,2). Constatamos que sin el conocimiento de nuestras fuentes -en primer lugar de los Escritos de San Francisco- y de nuestra tradición, corremos el riesgo de ser presa fácil del fundamentalismo y de las tendencias «emotivistas» del presente, de perder nuestro aporte específico malinterpretándolo en función de modelos ajenos de pensamiento y de acción. Desde esta perspectiva, reconocemos que, para que nuestro patrimonio pueda ser adecuadamente actualizado, no hemos de desvincularlo de los contextos y de los clamores vitales del tiempo en que ha surgido, ni tampoco de los desafíos actuales. EL DON DE LA FE 14. Para interpretar la vida no basta la cercanía a la realidad; es preciso mirarla con ojos de fe, es decir, vivirla desde una relación profunda con Dios, con su Palabra, y en una comunión entrañable con la Iglesia (cf. 1 R 12,4). Tal y como hizo Bernardo, el primer compañero, en este Capítulo hemos interrogado nuevamente a Francisco: ¿qué debemos hacer? Y nos ha repetido: entremos en la Iglesia, tomemos el libro del Evangelio y pidamos consejo a Cristo (cf. 2 Cel 15). «Volvamos al Evangelio y nuestra vida recobrará la poesía, la belleza y el encanto de los orígenes... Liberemos el Evangelio y el Evangelio nos liberará».[5] La clave hermenéutica de acercamiento al Evangelio es precisamente su potencial libertador de todas nuestras esclavitudes. 15. Nos interrogamos, sin embargo, si este necesario acercamiento al Evangelio y a su fuerza sanadora y liberadora, no se ven impedidos en nuestras vidas porque falta una fe/confianza más básica, más horizontal, en uno mismo y en los otros. La dinámica de la fe nos marca claramente desde el origen. Al nacer somos acogidos por una madre o por alguien que nos cuida; nos confiamos a ellos así como otros se fían de nosotros, acogiéndonos, estimulándonos, corrigiéndonos, amándonos. Las relaciones fundamentales de nuestra vida con el mundo, con Dios, con los hermanos son construidas desde el material de esta fe primaria y fundamental. Cuando hablamos de la fe, por tanto, va implícita una doble relación: una horizontal, entre los seres humanos, y otra vertical, con Dios, íntimamente relacionadas entre sí. 16. Durante este Capítulo, hemos tomado conciencia de situaciones y conflictos que han herido, ante todo, la confianza mutua entre los seres humanos. Como Hermanos Menores, nos sentimos llamados a restaurar esta fe básica y fundamental, sin la cual difícilmente se tiene acceso a una fe en el Dios de la vida y a un reconocimiento del otro como hermano y hermana. Para ser instrumentos de reconstrucción de este tejido fundamental de confianza mutua, sentimos la urgencia de una formación permanente e inicial que tome en cuenta el equipamiento básico de la persona y la personalización de la fe.[6] Con todo, reconocemos que cuando hablamos de la fe, estamos ante un don, una obra del Espíritu en nosotros que, por tanto, sobrepasa todo determinismo humano: «La fe no nace en el corazón de los hombres como producto de las discusiones, sino por obra del Espíritu Santo, que concede sus dones a cada uno según le place» (CCGG 99). 17. La historia de la Samaritana (cf. Jn 4,1-42) nos ha ofrecido, igualmente, una imagen de fe en relación con Dios y con los otros. Ella crece en el camino, en su encuentro con la Palabra, hacia una progresiva profundidad de fe, y se convierte, de este modo, en apóstol para otros. Su proceso de conversión comienza cuando Jesús permite que ella, una extranjera, una mujer, con la historia de sus conflictos y relaciones, le ofrezca lo que es, lo que tiene, su verdad sin restricciones. Así se ofrece Dios a nuestra humanidad. Y a partir de aquí la conduce, cada vez más profundamente, a un manantial desde el cual ya no volverá a tener sed. Esta sed saciada es ahora su mensaje. 18. La fe es la puerta a través de la cual el Señor nos toca, nos cura de nuestras enfermedades (cf. Lc 5,17-26; 1 P 5,9), de los lastres heredados; nos reconcilia; carga la sustancia de las cosas que esperamos (cf. Hb 11,1) y nos envía. La fe implica todo lo que somos, nuestra historia, nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestras emociones, introduciendo a toda la persona en una obediencia a la Palabra cargada de futuro.[7] La vida de fe es la fuente absoluta de nuestra alegría y de nuestra esperanza (cf. Sdp 22-27), de nuestro seguimiento de Jesucristo, de nuestro testimonio al mundo. LA LÓGICA DEL DON 19. Queremos proponer una manera siempre nueva de mirar desde la fe toda la realidad: el universo surge del don gratuito de Dios (cf. CCGG 20,2). Los hermanos nos sentimos llamados a transmitir, más allá de la ley del precio, del intercambio, de la ventaja, que se impone en nuestro tiempo, una lógica del don. La visión ya había sido dada a Francisco: «Amemos todos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con toda la fuerza y poder, con todo el entendimiento, con todas las energías, con todo el empeño, con todo el afecto, con todas las entrañas, con todos los deseos y quereres, al Señor Dios, que nos dio y nos da a todos nosotros, todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida, que nos creó, nos redimió, y por sola su misericordia nos salvará; que nos ha hecho y hace todo bien a nosotros» (1 R 23,8). Nada nos pertenece, todo es un bien recibido llamado a ser compartido y restituido. 20. La visión cristiana de la Trinidad reconoce en Dios mismo la perfecta lógica del don: es un Dios que es Padre, que dona eternamente al Hijo en el Espíritu Santo; y el Espíritu Santo es eternamente dado por el Padre y por el Hijo. La unidad de la Trinidad es una unidad de amor. Dios es amor y sólo amor, porque su misma vida es un eterno don de sí.[8] En nuestra adhesión a Jesús, reconocemos la manifestación histórica de la dinámica del don. Él mismo, el don por excelencia, que brota del amor del Padre, se dio a sí mismo, dio su vida, dio su cuerpo en el misterio de la cruz. Durante su vida, Jesús no cesa de donarnos su palabra, el pan de vida, la paz, el Espíritu y la vida eterna.[9] 21. De manera especial, Jesús nos dona a su madre (cf. Jn 19,26-27), su más perfecta discípula. Siguiendo la lógica del don, ella se constituye en «virgen hecha Iglesia»: «¡Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María... elegida por el santísimo Padre del cielo, consagrada por él con su santísimo Hijo amado y el Espíritu Santo Defensor» (SalVM 1). 22. Nosotros mismos, imágenes del Creador, nos reconocemos como destinatarios de este don de Dios. No somos dueños de nuestra vida; más bien, la recibimos constantemente como un regalo de lo Alto. Tenemos la capacidad de entregar y entregarnos gratuitamente a los otros, a través de un movimiento del don, que es similar al constante entregarse de Dios. Es la experiencia celebrada en cada eucaristía (cf. Adm 1; CtaO 28-29): recibimos de Dios el don de su Hijo, entramos en relación íntima con él; y somos enviados por el Espíritu al mundo, como una prolongación de su amor. Como dice la Gaudium et spes, nadie «puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (GS 24). Es Dios, Trino y Uno, quien nos hace salir de nosotros mismos al encuentro del otro, del distinto; pero nuestra salida es también diversa de la de Dios, porque Dios crea de la nada cuando dona, mientras en nuestro caso sólo podemos restituir los bienes que de suyo hemos recibido de Dios (cf. CCGG 20,1). 23. A la luz de la fe en un Dios trinitario, reconocemos que cada hermano, en la diversidad de las personalidades, es un don entregado a nuestras vidas para entrar en relación de amor gratuito, desinteresado, con él (cf. Test 14). Por ello, el signo más claro de fidelidad al Señor será siempre éste: el amor que nos profesamos mutuamente (cf. Jn 13,35; 11,36). Escribe Francisco, en el Testamento de Siena, a los hermanos de la Orden de su tiempo, y a los hermanos que «vendrán a ella hasta el fin del mundo»: «Que en señal del recuerdo de mi bendición y de mi testamento, se amen siempre mutuamente» (TestS 3). 24. Sólo siguiendo las huellas de nuestro Señor Jesucristo, de su vida, pasión, muerte y resurrección, encontraremos la fuerza y la lucidez para afrontar, en una perspectiva del don, la realidad personal, comunitaria y social, marcadas siempre por la finitud y el pecado. 25. En el Oficio de la Pasión, Francisco se apropia de los sentimientos de Cristo que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. OfP; 2CtaF 5-13; 2 Co 8,9). Sólo desde la adhesión a Cristo, podremos decirnos unos a otros como Clara a Inés: «Verdaderamente puedo alegrarme, y nadie podría privarme de tanta alegría... cuando veo que abrazas estrechamente con la humildad, con la fuerza de la fe y con los brazos de la pobreza, el incomparable tesoro escondido en el campo (cf. Mt 13,44) del mundo y de los corazones humanos... y, para usar con propiedad las palabras del mismo Apóstol, te considero colaboradora del mismo Dios y apoyo de los miembros vacilantes de su Cuerpo inefable» (3CtaCl 5-8). FRATERNIDAD
EN MISIÓN EL DON DE LOS HERMANOS 26. El hecho de reconocernos como hermanos nace de la fe en un Dios que es Padre de todos. Desde esta fe, reconocemos al otro y podemos decir como Francisco: «El Señor me dio hermanos» (Test 14). La relación fraterna no nace primariamente de nuestra buena voluntad o de nuestra virtud, sino del don de Dios (cf. CCGG 40). También para nosotros es cierta la advertencia de Jesús: Mi madre, mis hermanos y hermanas, son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica (Lc 8,21; cf. 1CtaF I,7). Nuestras fraternidades nacen, igualmente, del reconocimiento de Dios como nuestro único Padre, que nos convoca a la hermandad. Cada fraternidad, en la sintonía de las individualidades, es una buena noticia de la familiaridad de todos los seres creados a la luz de Cristo. 27. Esta verdad, que se nos ha manifestado, tiene inevitablemente consecuencias prácticas, porque el don del hermano implica también una tarea a nivel del discernimiento vocacional, de la educación en la fe, y de nuestra manera de relacionarnos y servir en la Orden, en la Iglesia y en el mundo. ¿Tenemos una fe que nos permite reconocer en cada rostro el reclamo de fraternidad? ¿Celebramos gozosamente el don de cada hermano? ¿Vivimos la construcción de la fraternidad como una de nuestras tareas fundamentales? Profundizar en estas intuiciones creará un camino hacia el futuro. HERMANOS MENORES DE TODA CRIATURA 28. No es suficiente decir que somos hermanos, sino que somos Hermanos Menores (2 R 1,1; 1 R 6,3). La minoridad es la forma concreta que cualifica nuestra relación fraterna y la práctica de nuestros ministerios (cf. CCGG 164). Unos ejercen sus ministerios como ministros ordenados y otros como laicos, pero todos somos Hermanos Menores. «Por eso, por la caridad que es Dios, ruego -dice nuestro hermano Francisco- a todos mis hermanos, predicadores, orantes, trabajadores, tanto a los clérigos como a los laicos, que se esfuercen por humillarse en todo» (1 R 17,5). El término «menor», que Francisco toma del Evangelio,[10] es un término de relación: se es menor en relación a otro. La minoridad es una apuesta personalmente asumida para que nada en nosotros interrumpa la epifanía del otro. Es nuestra manera de descalzarnos constantemente ante el misterio del otro en quien el Misterio se hace diáfano (cf. Ex 3,5). 29. El paradigma de minoridad no es otro que el de Cristo, quien, «siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, asumiendo la condición de siervo...» (Flp 2,6-11). Esta identidad de menores frente a todas las criaturas, plantea, entre nosotros, un reclamo ético constante, con ecos ya muy antiguos: «Los hermanos han de tratarse espiritualmente y con amor, y honrarse mutuamente sin murmuración» (1 R 7,15). Insiste, Francisco, sin limitarse: «Sean modestos, mostrando una total mansedumbre con todos los hombres; no juzguen, no condenen..., no se fijen en los pequeños pecados de los demás, antes, al contrario, consideren atentamente los propios en la amargura de su alma» (1 R 11,9-12). Nuestra tradición es consistente y abundante a la hora de proteger la dignidad del otro desde una minoridad personalmente asumida, como sendero de salvación comunitaria. 30. Esta relación fraterna marca no sólo nuestra relación entre los frailes, sino de una manera más amplia, con toda humana criatura. Nos sentimos, y somos realmente, Hermanos Menores de todo hombre y mujer, de acuerdo con el estilo con el que Francisco envía a sus hermanos por el mundo: «No promuevan disputas ni controversias, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios» (1 R 16,6). Esta relación en minoridad con toda humana criatura tiene implicaciones para nuestra misión: entre los laicos, en relación con la mujer, en nuestra manera de vivir en la Iglesia, en el necesario diálogo interreligioso, en nuestra relación con la creación, en fin, en toda nuestra misión como menores entre los menores de la tierra (cf. CCGG 97). ¿Tendremos la lucidez y la audacia para vivir la buena nueva de la minoridad? EL CUIDADO DE LA VIDA FRATERNA 31. El recíproco intercambio de experiencias nos ha convencido de que nuestra fraternidad necesita una delicada atención de nuestra parte. Se trata auténticamente de una prioridad de nuestra vida, más aún cuando vivimos en un mundo herido por fragmentaciones y divisiones. Estas divisiones no son algo ajeno a nuestra propia vida fraterna; por tanto, el cuidado de la fraternidad, frecuentemente, ha de tomar la forma de ritos de perdón mutuo y de caminos de comunión.[11] Venimos repitiendo en casi todos nuestros encuentros que deberíamos dedicar más atención a la madurez psíquica de los hermanos, porque muchos problemas en las relaciones fraternas remiten a nuestra fragilidad humana (cf. CCGG 127,1). 32. Se ha insistido en ayudar especialmente a los guardianes y ministros en el servicio de la animación de la fraternidad. El Capítulo local es ya un buen instrumento que poseemos para compartir la fe y la fraternidad (cf. CCGG 241). Aumenta la necesidad de cultivar momentos, y modos diversos, de intercambio mutuo, momentos para compartir y celebrar la vida en todas sus dimensiones (cf CCGG 42). La vida en fraternidad requiere acompañamiento y cuidado materno, y no sólo en la formación inicial, sino durante toda la vida. LA VIDA COMO MISIÓN 33. Nuestra opción fundamental hoy es la de vivir el Evangelio como menores entre los menores, pero con la conciencia de encontrarnos inmersos en un cambio de época, con nuevos paradigmas y categorías que implican una seria revisión de nuestra misión, y la osadía de ensayar caminos inéditos de presencia y testimonio. Hemos advertido la necesidad de reencontrar el centro de nuestra misión, y de tomar decisiones de cambio que nos ayuden a abandonar algunas situaciones sociales y eclesiales para abrazar más decididamente la liminalidad de la vida religiosa, habitar la marginalidad como esencia de nuestra identidad franciscana. Sea en la sociedad, como en la Iglesia, estamos llamados a ser menores. 34. El Informe del Ministro general ha enfatizado la idea de elaborar un proyecto de evangelización específicamente franciscano, no sólo personalmente, sino desde la fraternidad, dado que la vida de fe en comunidad (orante, fraterna y desde la minoridad) es nuestro principal signo en el mundo.[12] Hemos reconocido que toda la Orden necesita aplicarse con especial esmero en el proceso de fortalecimiento y sostenimiento de los proyectos misioneros que están apenas emergiendo, para garantizar su futuro.[13] 35. Muchas de las orientaciones que hemos de desarrollar en la misión ya han sido presentadas en Llenar la tierra con el Evangelio de Cristo (1996), en el Documento del Capítulo anterior El Señor os dé la paz (2003) y en el subsidio Otro mundo es posible (2004), preparado por la Oficina de JPIC. En ellos, se nos habla de conversión ecológica y justicia ambiental, de no-violencia activa, de atención a los refugiados, a los sin tierra, a los emigrantes, a las minorías étnicas, e incluso de un uso ético de las fuentes financieras, siempre en clave franciscana. Los nuevos retos nos sitúan hoy, más que nunca, ante la necesidad de un permanente discernimiento, y de una evaluación constante de nuestra vida y de nuestras prácticas en el seno de nuestra fraternidad en diálogo constante con los laicos y laicas (cf. CCGG 1,2). DIÁLOGO E INCULTURACIÓN 36. La misión adquiere hoy la forma del diálogo.[14] La actitud dialógica y la práctica del diálogo se remiten primeramente al interior de nuestra misma vida fraterna. No podremos hablar con el mundo, si no somos capaces de entablar un diálogo entre nosotros mismos en el calor de la verdad y de la fe, si no somos capaces de dialogar íntimamente con el Dios que se revela. En este Capítulo, hemos reflexionado sobre cuatro modos de encarnar el diálogo: como presencia en medios fronterizos y conflictivos, como acción en los nuevos areópagos, como actividad intelectual y cultural y como intercambio de experiencias interreligiosas. Un franciscano es siempre un cruzador de fronteras desde el anhelo de hermandad, que brota de reconocernos hijos de un mismo Padre. Consideramos conveniente volver al Espíritu de Asís[15] y al Documento del Capítulo general del 2003, El Señor os dé la paz (28-36, 42-45), que propone caminos concretos para abrirnos al futuro: el diálogo como camino hacia la paz, la itinerancia como hermana de la paz y la santidad de la fraternidad. 37. Francisco nos ha dejado un signo relacional; su diálogo con el Sultán, que adquiere hoy inusitada vigencia, precisamente en un contexto de gran tensión como el que estamos viviendo hoy. Francisco estaba motivado sobre todo por la fe en Dios; pero ciertamente manifiesta también una notable confianza humana y una actitud de aprendizaje frente al Sultán (cf. 1 Cel 57; LM 9,7-9). A pesar de reconocer las dificultades reales, a veces angustiosas, que implica todo diálogo, debemos esforzarnos, como Francisco, por no dejarnos encerrar en las fronteras creadas por las ideologías de turno. Es un signo, inmensamente valorado por todos, el de la simple presencia y perseverancia de hermanos en zonas del mundo donde las dificultades han llegado a niveles verdaderamente extremos, amenazando prácticamente todas las libertades. Pidamos al Señor la fuerza de atravesar las fronteras para que, con simplicidad y libertad, nos transformemos en un faro de esperanza, en una oferta generosa de fe y comunión. 38. La misión de la Orden, por un lado, es siempre carismática, plural y diversa, pues parte del don de cada hermano revestido con la fuerza de lo Alto y de las realidades contextuales que poseen sus clamores únicos. La fraternidad perfecta es para Francisco, y también para nosotros hoy, aquella que reúne en sí los dones de cada hermano, puestos al servicio del reino (cf. EP 85). Esta diversidad nos coloca ante la necesidad de entender, asumir y practicar, los principios de la inculturación y de la interculturalidad (cf. CCGG 94). Por otro lado, nuestra misión es también unitaria, en el sentido que se une al paradigma de Cristo, quien por nosotros se hizo pobre, y a su radical opción por los pobres y excluidos (cf. CCGG 84). El reconocimiento de esta unidad nos hace tomar conciencia de la necesidad de fundar nuestras vidas en el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, en obediencia, sin propio y en castidad (cf. 2 R 1,1). Este doble reconocimiento nos mantendrá siempre en una sana tensión evangélica, la más propia del seguimiento. Regresamos, una vez más, a la centralidad de la experiencia de Dios en Cristo Jesús por la acción del Espíritu, como camino de auténtica transformación de nuestra vida y misión. LA
METODOLOGÍA DE EMAÚS 39. Ante todo, la vida; pero la vida descubierta a través de la calidad de nuestro seguimiento de Cristo, en el intercambio que realizamos entre nosotros y con cada una de las personas con las que trabajamos. Éste es el camino o el método que nos guiará hacia el futuro. 40. También hemos visto cómo Francisco y los hermanos, desde los propios orígenes, desde el principio de su caminar juntos, descubrieron la presencia de Cristo Resucitado cuando practicaron una metodología de oración y de encuentro. Los hermanos, itinerantes, se apoyaban no sólo en los muros del monasterio o en el horario para sentirse unidos, sino que entraban en un «espacio de obediencia», estando sujetos a toda humana criatura.[16] Crearon un espacio común compartiendo lo que les «sucedía por el camino». Este «sacrum commercium» de fe y de reflexión del Evangelio, este modo de vivir juntos, formaba parte de la identidad de los primeros hermanos. 41. Celano nos dice que incluso después de que la primera Regla fuese aprobada por Inocencio III, entre los hermanos afloraban muchas preguntas: «Durante el camino iban hablando entre sí sobre los muchos y admirables dones que el clementísimo Dios les había concedido: cómo el vicario de Cristo, señor y padre de toda la cristiandad, les había recibido con la mayor amabilidad; de qué forma podrían llevar en la práctica sus recomendaciones y mandatos; cómo podrían observar con sinceridad la Regla que habían recibido y guardarla indefectiblemente; de qué manera se conducirían santa y religiosamente en la presencia del Altísimo; en fin, cómo su vida y costumbres, creciendo en santas virtudes, servirían de ejemplo a sus prójimos» (1 Cel 34). 42. La Regla y vida produjo que esta dinámica del cuestionamiento y discernimiento mutuos fuese central para el proceso de crecimiento institucional, y conversión personal y fraterna: «Y dondequiera que estén y se encuentren unos con otros los hermanos, condúzcanse mutuamente con familiaridad entre sí. Y exponga confiadamente el uno al otro su necesidad...» (2 R 6,7-8). 43. La historia de ochocientos años de nuestra Regla y su proceso de interacción con el Testamento y la interpretación de la Iglesia revelan que la Gracia de nuestros orígenes nos impone un imperativo metodológico: descubrimos la presencia del Señor en medio de nosotros como camino, verdad y vida, cuando, desde la fe, escuchamos a quienes están alrededor de nosotros, y cuando pronunciamos nosotros mismos lo que llevamos dentro (cf. Jn 14,5-6; Adm 1,1). 44. En este momento de nuestra historia, cuando recordamos la Gracia de nuestros orígenes en el marco de las transformaciones radicales de nuestro mundo, entendemos igualmente que el desafío que tenemos ante nosotros es ir a lo esencial: compartir a un nivel más profundamente humano y cristiano. Lo que debemos poner en práctica en todas nuestras Provincias, Conferencias e incluso a nivel de la misma Orden, es la misma metodología del relato de Emaús: los discípulos, que comienzan siendo mendicantes de sentido, quiebran el silencio para instaurar el diálogo. Aprenden a interpretar su vida y experiencia a partir de las Escrituras, al mismo tiempo que el Señor les ilumina el corazón. Hacen un alto en el camino para pedirle a Jesús que se quede con ellos. En su misericordia, Él entra en su espacio vital, se queda con ellos. Lo que acontece después es comunión fraterna: «Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron» (Lc 24,30-31). Después, regresan con sus compañeros, comparten con ellos, primero escuchándolos atentamente; y, luego, narrando la victoria de la vida sobre la muerte, manifestada definitivamente en la resurrección de Cristo. 45. El proceso subyacente es simple y sencillo como todo lo que es fundamental: reunirse, hablar sobre lo que nos ha ocurrido, compartir el Evangelio, releer la Regla, orar y alabar a Dios «por todos sus dones», celebrar la comunión fraterna, y regresar a nuestros hermanos de fraternidad y a nuestros hermanos y hermanas del mundo entero con la Buena Noticia que ha transformado nuestras vidas. 46. Este documento está abierto a todos los hermanos y a todos los que comparten el carisma o la utopía franciscana. Deseamos que sea un instrumento en el camino del reconocimiento y la celebración de la Gracia de nuestros orígenes, acontecimiento que atraerá nuestra atención durante los próximos tres años, y del anhelo de refundación que la acompaña.[17] Teniendo en cuenta la riqueza de nuestra diversidad, reconocemos que existirán formas múltiples para desarrollar estas reflexiones e iniciativas sobre nuestra identidad, misión y, principalmente, las nuevas prácticas para compartir la fe y el discernimiento. Sin embargo, añadimos, unas orientaciones prácticas que pretenden iluminar el camino de esta búsqueda de concreción histórica de nuestro carisma. 47. Animamos a todos los hermanos a recibir este documento y a leerlo como el relato de Emaús que hemos vivido entre nosotros durante este Capítulo. Va con la esperanza de poder ensanchar más ampliamente la acuciante interrogante de Francisco: «¿Qué nos pide hoy el Señor?». Ved, hermanos, la humildad de Dios SENDEROS
PARA EL FUTURO 48. Durante nuestra experiencia vivida en este Capítulo, hemos hablado de la importancia de la práctica y del discernimiento mutuo como medios para desarrollar nuestro futuro camino en la vocación como una fraternidad-en-misión. Recalcando esta importancia, queremos mirar hacia el 2009 y exponer con firmeza algunas metodologías, instrucciones e indicaciones para los próximos tres años, que den testimonio de las intuiciones y las percepciones que nosotros hemos identificado en nuestro Capítulo general extraordinario. 49. En cuanto sea posible, y respetando la diversidad que caracteriza a nuestra Orden, nosotros queremos emprender proyectos que unan e integren nuestra vocación, nuestra fraternidad y nuestra misión en un único tejido, formado por los hilos del testimonio personal, común e institucional. Desde la perspectiva de la integración, estas instrucciones y orientaciones no están aisladas las unas de las otras, sino que necesitan crecer conjuntamente en armonía. Teniendo en cuenta estos caminos, para su posible puesta en práctica, pedimos a cada Entidad que considere los siguientes principios: 1.- La metodología de Emaús es el elemento más importante que ha surgido de este Capítulo. Enumeramos este proceso de conversación y discernimiento como nuestra primera prioridad. Este tiene que afectar tanto a nuestra vida humana como a nuestra vida de fe que compartimos como Hermanos Menores que siguen las huellas de nuestro Señor Jesucristo. Está pensada como una metodología para ayudarnos a superar el individualismo y el aislamiento que a menudo caracterizan nuestras vidas y nuestras obras. Al mismo tiempo, y de una forma mucho más importante, está concebida para poder volver a situarnos espiritualmente dentro del contexto de nuestra experiencia compartida de Dios en la oración, la vida y el trabajo. Esta metodología puede aplicarse a muchas áreas diferentes de nuestras vidas: en la formación inicial y permanente, en la vida fraterna a todos los niveles de la Orden y en nuestros trabajos y ministerios compartidos con los laicos. Su fundamento y su proceso se han explicado detenidamente en este documento El Señor nos habla en el camino. Pedimos a todas las Entidades que consideren esta metodología de Emaús como una piedra angular para nuestro crecimiento como Hermanos Menores, y que la pongan en práctica. 2.- Habiendo subrayado la importancia de una metodología compartida de la fe, reconocemos que cada Entidad, cuando analice sus programas actuales y sus actividades, necesitará sopesar cómo poner en práctica las sugerencias dadas aquí, y que estén de acuerdo con sus propias circunstancias y posibilidades. El reconocimiento de nuestra diversidad ha sido un hito de este Capítulo, y la capacidad de inculturación de nuestra identidad como Hermanos Menores implica que las indicaciones que se han dado aquí, para ponerse en práctica, deberán revestir formas diferentes y diversos grados de aplicación en las distintas regiones de la Orden. No tratamos aquí de cargar a los hermanos con más programas. Queremos más bien dar sugerencias para nuestro crecimiento. Entre las muchas líneas ofrecidas aquí para su desarrollo, pedimos a cada Entidad que descubra aquellas que considere que son las más adecuadas para su propio crecimiento y que las ponga en práctica. 3.- Para continuar nuestro viaje de preparación del centenario de nuestra fundación en el año 2009, pedimos a cada Entidad y Conferencia que consideren cuidadosamente su propio crecimiento en las áreas que se enumeran más abajo y si son aplicables a su situación. A su vez, estas áreas nos permitirán tomar conciencia de nuestra situación y evaluar nuestro progreso para celebrar nuestros 800 años de fundación. DE LO BUENO A LO MEJOR 50. El redescubrimiento del gusto de celebrar y de alentar los vínculos de confianza es esencial para nuestro crecimiento humano como Hermanos Menores. Esto puede lograrse con la creación de espacios comunes de diálogo, compartiendo entre nosotros nuestras historias, celebraciones y fiestas. Ello implicará una evaluación continua de las formas en las que nos comunicamos en las siguientes áreas, por ejemplo: ¿De qué hablamos? ¿Hay temas que evitamos? ¿Cómo hablamos de nuestros hermanos, cuando están presentes, o cuando están ausentes? ¿Hablamos a un nivel superficial o nos sentimos cómodos compartiendo más profundamente nuestra vocación? ¿Cómo celebramos en la práctica el don del hermano? ¿El don de nuestra fe? ¿El don de nuestra vocación? 51. Necesitamos compartir juntos las alegrías y las dificultades de ser hermanos y reflexionar sobre nuestra vocación personal desarrollando, en el ámbito local, provincial y de Conferencias, la metodología de Emaús y los demás medios que nos permitan profundizar juntos nuestro seguimiento de Cristo y nuestra fe en Dios. Esta metodología nos permitirá en nuestros encuentros locales, provinciales y de Conferencia ser escuela de fraternidad, de oración y de conversión, en diálogo con la Palabra de Dios, con la celebración de la Eucaristía, en nuestras relaciones humanas y en nuestra vida. Los Ministros y los Guardianes desempeñan un papel importante en todo este proceso. Este método de conversación debería formar parte de nuestra identidad como Hermanos Menores. Lo dicho lo podemos poner en práctica: durante la formación inicial y permanente; cuando un nuevo hermano entra en la fraternidad; en los Capítulos locales celebrados con regularidad; en la celebración de las fiestas onomásticas o de cumpleaños; cuando nos reunimos con los laicos en nuestros lugares de ministerio; en tiempo de peregrinación a lugares de interés vocacional; cuando celebramos los Capítulos provinciales; cuando evaluamos nuestros ministerios y en las situaciones en las que hay que dar una respuesta a la cultura y a la sociedad cambiante alrededor de nosotros; en el ámbito de las Conferencias y entre las distintas Conferencias de la Orden; en reuniones especiales, como la de este Capítulo, que preparan la del 2009; en procesos de reconciliación y recuperación en la fraternidad. DE LO BUENO A LO MEJOR 52. Para compartir las alegrías y las luchas de nuestra vocación, tenemos que desarrollar nuevos medios de promoción vocacional, de discernimiento y animación, que podrían: Colaborar con otros miembros de la Familia franciscana para desarrollar programas vocacionales. Contar con el testimonio de hermanos que hablen sobre su vida fraterna y sus experiencias de evangelización. Promover más trabajo con las familias y los jóvenes. Poner en contacto de manera más profunda la vida de los hermanos con la vida de las familias que nos ayudan. Enfatizar el discernimiento para la vida en fraternidad como un componente clave de nuestra opción vocacional. 53. Para crecer en nuestra vocación, para dar un testimonio mayor cuando compartimos como hermanos y llegar a una experiencia más profunda del gozo de nuestra vocación, necesitamos desarrollar programas de formación inicial y permanente, los cuales: Animarán y reforzarán los Capítulos locales con el diálogo y la escucha, aprendiendo así a promocionar el conocimiento y la práctica de nuestra vocación en todas las dimensiones, local, intercultural e internacional. Crearán nuevas formas de compartir. Promoverán la evaluación habitual de nuestras acciones y modelos de comportamiento para el cuidado de nuestro crecimiento vocacional, de fe compartida, de oración, de la celebración de la Eucaristía y del Sacramento de la Reconciliación y de nuestra vida como una fraternidad-en-misión. Desarrollarán, en el ámbito local y provincial, una cultura de acompañamiento fraterno, de corrección, de perdón y de reconciliación a través de prácticas específicas de solidaridad común. Mostrarán las metodologías que nos ayuden a discernir nuestras vidas en el momento actual de nuestra vocación. Crearán y elaborarán las experiencias educativas permanentes que permitan a nuestra vocación crecer. Imaginarán nuevas formas de encuentro que expresen y celebren el gozo de nuestra vocación. Compartirán nuestros senderos vocacionales y nuestros trabajos comunes. Desarrollarán iniciativas que fomenten las reflexiones personales y fraternas: años sabáticos, retiros, programas compartidos de formación permanente. Promoverán entre los hermanos reuniones anuales que traten de temas de interés. Testimoniarán, en todas nuestras actividades, una vida fraterna que muestre la igualdad entre hermanos laicos y clérigos. Elaborarán métodos de acompañamiento y encuentros que ayuden a todos los hermanos profesos solemnes en los primeros diez años de su camino vocacional. 54. Las experiencias y las actividades de la formación permanente tienen que elaborarse de forma que estimulen a quienes están en puestos de animación en el ámbito local y provincial. Estos programas darían testimonio de nuestro crecimiento en el acompañamiento de los hermanos durante toda su vida y en el cumplimiento de sus obligaciones que implican el cuidado de nuestra vocación: habrán de desarrollarse iniciativas provinciales e interprovinciales y de Conferencias para entrenar a los formadores en una dimensión humana y especialmente franciscana de nuestra vocación; actividades de ámbito provincial, interprovincial y de conferencia que respalden el trabajo de los Guardianes y de los Ministros provinciales. 55. En este preciso momento de nuestra historia, cuando muchos de nuestros hermanos son mayores, necesitamos elaborar programas pedagógicos que les ayuden en su envejecimiento, animar su presencia en la comunidad, acompañarles en la enfermedad y fortalecerles para su perseverancia. 56. Sentimos la necesidad de revitalizar el patrimonio intelectual de la Orden a través de diversos medios: La promoción de los distintos Centros de estudio de la Orden, aceptando el reto que supone para ellos elaborar programas que ayuden a los hermanos en las áreas de la formación permanente, intelectual y técnica. El fomento de los estudios de las ciencias naturales, la filosofía, la teología y la espiritualidad, de modo que refuercen nuestra contribución franciscana a la evangelización y a la misión. La integración de la filosofía, la teología y la espiritualidad franciscanas y sus implicaciones para nuestra misión en todos los ámbitos de la formación y en todos los diversos programas de estudio de los hermanos. DE LO BUENO A LO MEJOR 57. En el ámbito de las Conferencias y de la Orden, debemos hacer hincapié en los programas compartidos que refuerzan nuestro sentido de pertenencia a una fraternidad interdependiente, intercultural e internacional. Esta solidaridad universal en la vocación, en la fraternidad y en la misión implican: Actividades de fe compartida y mutuo apoyo en nuestra vocación en el ámbito interprovincial y de Conferencias. La cooperación de los moderadores de la formación permanente de las Conferencias para elaborar programas conjuntos. El desarrollo tenaz de programas de formación inicial interprovinciales. El respaldo a los programas que integren los valores de la misión y la evangelización de forma práctica, como los de Tierra Santa, Asís y otros lugares de evangelización. Programas que incluyan nuestras necesidades mutuas compartidas, nuestros recursos, nuestro personal y nuestras iniciativas evangelizadoras. Los ejemplos podrían incluir programas de lengua ofrecidos a otros hermanos y la promoción de la solidaridad en recursos humanos y materiales, colaborando en los proyectos de la Orden. Desarrollar estrategias para la cooperación y el intercambio entre nuestras Entidades, en cuanto oportunidades para crecer en la unidad entre nuestra vocación, nuestra fraternidad y nuestra misión. DE LO BUENO A LO MEJOR EN NUESTRA
VOCACIÓN 58. Tenemos necesidad de una revisión crítica continua y una evaluación de nuestros actuales posicionamientos ministeriales para crear nuevos espacios y riesgos que den un testimonio fehaciente de la realidad de nuestra vocación y misión en la Iglesia. Esto implicará indefectiblemente la evaluación de nuestros actuales ministerios para determinar cómo reflejan nuestra vocación profética de religiosos y nuestra identidad específica como Hermanos Menores. Considerando el tema que nos preocupa sobre la necesidad de compartir los recursos y la reestructuración que hay que llevar a cabo en algunas zonas de la Orden, necesitamos desarrollar formas de acompañamiento que respondan a los vertiginosos cambios y a las dificultades que podría implicar esta reestructuración. Algunos elementos que nos pueden servir de guía en este proceso podrían ser: Programas específicos de evaluación, de discernimiento, de reestructuración y de ayuda, en el ámbito provincial, interprovincial, de las Conferencias y de la Orden. La evaluación de los lugares de nuestro ministerio y de nuestras fraternidades, verificando sobre todo la posibilidad de tener tiempos de oración y de compartir la fe, dimensiones específicas nuestras. El compromiso y práctica para crear fraternidades donde haya un número suficiente de hermanos para implantar la vida fraterna. La posible publicación, a nivel de la Orden, de un plan de formación que identifique las dimensiones religiosas y franciscanas de nuestra formación para el sacerdocio y sus implicaciones para nuestra misión. El desarrollo, a nivel de la Orden, de orientaciones para nuestro servicio a los obispos y a la Iglesia local, a fin de preservar y reforzar lo específico de la dimensión vocacional franciscana al servicio de la Iglesia y del mundo. La elaboración teológica competente de las implicaciones eclesiológicas de nuestra identidad franciscana como fraternidad en misión al servicio de la Iglesia y del mundo. La creación de nuevos lugares y obras de evangelización que subrayen la colaboración con los laicos, nuestro servicio de Hermanos Menores hacia aquellos con quienes trabajamos y nuestra vocación a estar con los pobres. Dar importancia en nuestra formación, tanto inicial como permanente, a los programas que contemplen el trabajo manual como una gracia, como un signo e instrumento de nuestra vocación. Compartir las nuevas estrategias eficaces de evangelización para las áreas de secularización y de diálogo interreligioso. 59. A través de todos nuestros programas de formación, tanto inicial como permanente, tenemos que desarrollar un sentido más profundo de evangelización e inculcar los valores y las prácticas de colaboración entre Entidades. Algunas formas para practicar este sentido de la misión serían: la promoción de experiencias misioneras en la formación inicial; la orientación a la experiencia y la educación en los diferentes métodos de diálogo interreligioso; el desarrollo, a nivel interprovincial, de iniciativas comunes para la preparación a la profesión solemne; y la preocupación porque la misión sea el centro de interés de las reuniones interprovinciales, particularmente las relativas a la formación permanente. 60. Sentimos la necesidad de subrayar la igualdad de todos los hermanos que tienen la misma vocación de ser Hermano Menor, respetando, al mismo tiempo, los distintos dones y valores de la vocación ministerial de cada uno. Ello implicará: La elaboración de iniciativas provinciales e interprovinciales que promuevan nuestra vocación, superando las estructuras que se centran principalmente en el ministerio sacerdotal, y yendo hacia otros lugares y trabajos que refuercen la prioridad del signo de la fraternidad y la igualdad de laicos y clérigos en la misión. Las vidas de los pobres y de los marginados son lugares privilegiados para ofrecer este testimonio. La promoción de nuevas formas de misión que testimonien mejor el sentido de ser una fraternidad de iguales, desarrollando iniciativas y misiones que incentiven el testimonio de nuestros hermanos laicos. Dar importancia en la práctica y unificar esfuerzos para que, en la formación inicial y permanente para la misión, se haga visible la igualdad entre hermanos laicos y clérigos. N O T A S [1] «Francisco tenía ardentísimo celo de la profesión común de una vida y de la Regla y distinguió con especial bendición a los celadores de ella. Así es que decía a los suyos que la Regla es el libro de la vida, esperanza de salvación, médula del Evangelio, camino de perfección, llave del paraíso, pacto de alianza eterna» (2 Cel 208). [2] La vocación de la Orden hoy, Madrid 1973; El Señor os dé la paz, Roma 2003; La gracia de los orígenes, Roma 2004; Instrumento de trabajo para el Capítulo general extraordinario, Roma 2006. [3] Cf. Fr. José Rodríguez Carballo, «Con lucidez y audacia», Roma 2006, 121. [4] Cf. San Buenaventura, Proemii Quaestio 3, Liber I del Commentarii Sentenciarum; Duns Escoto, Ordinatio, Prologus, Pars V, De theologia quatenus scientia practica, 151-237. [5] Fr. José Rodríguez Carballo, «Con lucidez y audacia», Roma 2006, 5. [6] Fr. José Rodríguez Carballo, «Con lucidez y audacia», Roma 2006, 115. [7] Cf. San Buenaventura, Distinctio XXV, Articulus II, Quaestio III del Libro II del Comentario a las Sentencias. [8] Cf. Benedicto XVI, Encíclica Deus cáritas est, Roma 2005. [9] N. del R.: He aquí el mismo texto, pero con sus correspondientes notas: «Él mismo, el don por excelencia, que brota del amor del Padre, se dio a sí mismo (cf. Ga 1,4; 1 Tm 2,6), dio su vida (cf. Mc 10,45), dio su cuerpo (cf. Mt 26,26) en el misterio de la cruz. Durante su vida, Jesús no cesa de donarnos su palabra (cf. Jn 17,7.14), el pan de vida (Jn 6,35.51), la paz (cf. Jn 14,27), el Espíritu (cf. Jn 3,34) y la vida eterna (cf. Jn 10,28)». [10] Dice san Francisco en la Regla primera o no bulada: «Igualmente, ninguno de los hermanos tenga en cuanto a esto potestad o dominio, máxime entre ellos. Pues, como dice el Señor en el Evangelio: Los príncipes de las naciones las dominan, y los que son mayores ejercen el poder en ellas (Mt 20,25); no será así entre los hermanos (cf. Mt 20,26a). Y todo el que quiera llegar a ser mayor entre ellos, sea su ministro (cf. Mt 20,26b) y siervo. Y el que es mayor entre ellos, hágase como el menor (cf. Lc 22,26)» (1 R 5,9-12). [11] Dicen nuestras Constituciones Generales: «El Padre, rico en misericordia, nos reconcilió consigo por Cristo y encomendó a los hombres el ministerio de la reconciliación; por lo tanto, reconcíliense los hermanos con el Señor Dios, consigo mismos, con la fraternidad y con todos los hombres, y ejerzan de palabra y de obra este ministerio, como embajadores de Cristo» (CCGG 33,1). Y ya decía la Regla no bulada: «Y guárdense todos los hermanos, tanto los ministros y siervos como los otros, de turbarse o airarse por el pecado o mal del otro, porque el diablo quiere echar a perder a muchos por el delito de uno solo; por el contrario, ayuden espiritualmente como mejor puedan al que pecó, porque no necesitan médico los sanos sino los que están mal (cf. Mt 9,12 y Mc 2,17)» (1 R 5,7-8). Véase también 1 R 20 y 2 R 10. [12] Cf. Fr. José Rodríguez Carballo, «Con lucidez y audacia», Roma 2006, 79; cf. CCGG 87,2; 89,1. [13] Cf. Fr. J. Rodríguez Carballo, «Con lucidez y audacia», Roma 2006, 76. [14] Cf. CCGG 93; H. Schalück, Llenar la tierra con el Evangelio de Cristo, Roma 1996, III-2. [15] Cf. Juan Pablo II, Mensaje al Ministro general de los Hermanos Menores, 1 de agosto de 1999; Benedicto XVI, Mensaje para el XX Aniversario del Encuentro de oración por la paz, 2 de septiembre 2006; Fr. José Rodríguez Carballo, Carta a la Orden en el XX Aniversario del «espíritu de Asís», 8 de septiembre 2006. [16] 2 R 2,11: «Y finalizado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, prometiendo guardar siempre esta vida y Regla». SalVir 14-18: «La santa obediencia confunde a todas las voluntades corporales y carnales, y tiene mortificado su cuerpo para obedecer al espíritu y para obedecer a su hermano, y está sujeto y sometido a todos los hombres que hay en el mundo, y no únicamente a solos los hombres, sino también a todas las bestias y fieras, para que puedan hacer de él todo lo que quieran, en la medida en que les fuere dado desde arriba por el Señor». Test 19: «Y éramos indoctos y estábamos sometidos a todos». 1 R 16,5-6: «Y los hermanos que van [entre infieles], pueden conducirse espiritualmente entre ellos de dos modos. Un modo consiste en que no entablen litigios ni contiendas, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios (1 Pe 2,13) y confiesen que son cristianos». [17] Cf. Instrumento de trabajo para el Capítulo general, 2,3. SIGLAS Y ABREVIATURAS Sagrada Escritura
Fuentes Biográficas Franciscanas y otras
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