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DIRECTORIO FRANCISCANODocumentos Pontificios |
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1. Agradezco a sor Elisabeth Delor, presidenta de vuestra asamblea, sus palabras llenas de emoción y de sencillez franciscana. Me siento dichoso de saludaros a todos vosotros, superioras y superiores generales de casi doscientas congregaciones franciscanas; de saludar también a aquellas y aquellos que os acompañan y asisten en vuestros trabajos. Un saludo especialmente afectuoso, como es natural, para los dos superiores generales de Polonia, que han tenido que superar tantas dificultades para poder reunirse con vosotros. Después de los dos encuentros de estos últimos años en Asís, habéis querido celebrar en Roma la presente asamblea, para subrayar que, como vuestro Padre san Francisco, también profesáis «obediencia y reverencia a la Santa Madre Iglesia y al Señor Papa». Esta actitud es aún más significativa en este momento en que os proponéis renovar la regla de los institutos de la Tercera Orden Regular de san Francisco, según las orientaciones del Concilio Vaticano II, y someter el proyecto a la aprobación de la Sede Apostólica. Para redactar este proyecto de regla, habéis recurrido a las mismas palabras de san Francisco, pero esta fidelidad material no es más que el signo y la expresión de un retorno a las fuentes vivas del carisma franciscano, tal como se manifiesta en la vida de san Francisco y de sus primeros hermanos, en la de numerosos santos y santas del Movimiento franciscano a través de los siglos y, muy especialmente, en los de la rama multiforme de la Tercera Orden Regular. Fuente viva de vuestro carisma es también la intensa vida de oración y de contemplación y el vigor apostólico de vuestras congregaciones, con el renovado afán de una conversión evangélica permanente. La fuente viva es sobre todo la acción del Espíritu Santo en vuestras fraternidades, acción de la que san Francisco os tiene dicho que hay que desearla por encima de todo lo demás (cf. 2 R 11,8) y de la que me complace ver un signo en vuestra misma asamblea. Avanzar en la renovación según las líneas 2. Habéis venido, en efecto, de todos los continentes; representáis a unos treinta países, diferentes por su cultura y su modo de vida. Vuestras mismas congregaciones, además, se diferencian profundamente entre sí. Sólo el Espíritu Santo, que es comunión, puede garantizar vuestra unidad en medio de semejante diversidad. De ese modo se pone de manifiesto al mismo tiempo el carácter universal -y, por tanto, eclesial- del carisma franciscano. Es universal sencillamente porque hunde sus raíces en el Evangelio y en la Iglesia. Por esta razón, es tan rico que no puede expresarse totalmente sino a través de muchas órdenes, congregaciones y organizaciones. En este vasto concierto de armonías múltiples, la Tercera Orden Regular, con sus numerosos institutos, ocupa un puesto privilegiado, junto a las ramas de la Primera Orden, de las hermanas clarisas y de la Orden seglar de san Francisco. Finalmente, no es una casualidad que estéis celebrando juntos esta importante asamblea -la primera sin duda de este tipo en toda la historia del Movimiento franciscano- en el transcurso del VIII centenario del nacimiento de san Francisco. Habéis querido significar así que este centenario no es simplemente la ocasión de celebrar un pasado glorioso, sino, sobre todo, de marcar los jalones para un nuevo impulso y un nuevo progreso de vuestros institutos. Dentro de este espíritu querría dirigimos ahora algunas palabras para asegurar mejor vuestra marcha hacia la renovación tal como la quiso el Concilio Vaticano II. 3. En abril de 1226 estaba Francisco en Siena, curándose de una grave enfermedad. Su estado empeoró hasta el punto de que los hermanos temieron perderle. Entonces les dictó Francisco su última voluntad: «Escribe cómo bendigo a todos mis hermanos, a los que están en la Religión y a los que han de venir hasta la consumación del siglo. Como, a causa de la debilidad y el dolor de la enfermedad, no me encuentro con fuerzas para hablar, declaro brevemente a mis hermanos mi voluntad en estas tres palabras: que, en señal del recuerdo de mi bendición y de mi testamento, se amen siempre mutuamente, que amen siempre a nuestra señora la santa Pobreza y la guarden, y que vivan siempre fieles y sumisos a los prelados y a todos los clérigos de la Santa Madre Iglesia». Estas son, pues, las tres recomendaciones que os hizo vuestro Padre en el momento en que se veía próximo a la muerte. Meditémoslas juntos brevemente. 4. «Que se amen siempre con amor mutuo». Ante la perspectiva de su muerte cercana, san Francisco meditó ciertamente todo lo que Jesús dijo e hizo las últimas horas que vivió en este mundo. Hacía ya años que había conformado su vida según Cristo; quería conformarse a Él incluso en la muerte. Puede pensarse, por tanto, que esta consigna es como el eco de las palabras del Señor a sus discípulos en su discurso de despedida: «Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34). Que os améis como hermanos y hermanas, esa es justamente la voluntad de vuestro Padre san Francisco, pero hay que añadir que Francisco no tenía otra voluntad que la de Jesús. Amor fraternal y pobreza Hijas e hijos queridos: Ciertamente vuestra asamblea ha percibido la importancia de este amor mutuo. Os decía hace un momento que únicamente el Espíritu Santo puede mantener la unidad. Ahora añado que el cimiento fundamental de esta unidad es el amor fraterno. No podéis limitaros a formar un grupo de estudio y de investigación. Antes que nada sois hermanos y hermanas que se reúnen para amarse mutuamente en Cristo. Daos cuenta de que este es también vuestro primer apostolado: vivir en medio de los hombres una vida evangélica en el amor fraterno. Ojalá puedan los hombres de nuestro tiempo experimentar de nuevo, al veros, la admiración que se tenía por los primeros cristianos: «¡Ved cómo se aman!». Entonces os convertiríais, en este desgarrado mundo nuestro, en profetas eficaces de su unidad mediante la comunión fraterna. 5. La segunda consigna que san Francisco os ha dejado es la de «amar y guardar siempre nuestra señora la santa Pobreza». Si él llama aquí a la pobreza una «señora» ("dómina") y la proclama «santa», ¿no es acaso porque ve en ella a la Esposa del «Santo Señor» ("Dóminus") Jesucristo? Ella fue su fiel compañera desde su nacimiento en el portal hasta su muerte en la cruz. Y esto ciertamente basta para que Francisco haya amado la pobreza con un amor loco. Pero hay más. Si Jesús desposó a señora Pobreza, fue por nosotros: «Propter vos egenus factus est», escribía san Pablo a los Corintios (2 Cor 8,9); ¡se hizo pobre por nosotros! Únicamente la pobreza total le permitió suprimir las barreras que nos separaban de Él y convertirse en nuestro Hermano Mayor, en pie de igualdad, por decirlo así. La pobreza de Jesús, que se anonada a sí mismo y toma forma de siervo (cf. Flp 2,7), es la medida de su amor hacia nosotros. Así, pues, si queréis seguir a Cristo al modo de san Francisco, habéis de entrar en esta exigencia radical del amor que se despoja de todo para ser completamente accesible al hermano más humilde y más lejano. Sólo la pobreza total puede disponer vuestro corazón a amar a Dios y a los hombres vuestros hermanos con un amor semejante al de Jesús. Y recíprocamente, sólo el profundo deseo de amar a Dios y a los hombres puede conducir a la pobreza del corazón. La conversión al amor y la conversión a la pobreza van de la mano. ¡Vivid vuestra pobreza en esta perspectiva del amor y la viviréis también en la alegría! Pues ella os impedirá que hagáis de vuestras fraternidades comunidades replegadas sobre sí mismas; al contrario, las abrirá para irradiar calor más allá de sí mismas. 6. San Francisco os recomienda finalmente que os mostréis siempre «fieles y sumisos a los prelados y a todos los clérigos de la Santa Madre Iglesia». Sobre este punto, como sobre todos los demás, predicó vuestro Padre mucho más con el ejemplo que con la palabra. Durante toda su vida mantuvo relaciones filiales y confiadas con el obispo de Asís; siempre sometió sus proyectos a la aprobación de la Santa Sede; quiso tener un cardenal, especialmente encargado por el Papa para proteger y corregir a los hermanos; reverenciaba a todo sacerdote por ser ministro del Cuerpo y la Sangre del Señor (cf. su Testamento). Pero también es verdad en sentido inverso. La Iglesia ha sido fiel a Francisco y al Movimiento franciscano. Ha contribuido a dar a éste la irradiación que ha tenido y tiene aún hoy en el mundo. Ser fieles a los prelados y a los clérigos -es decir, a los obispos y a los sacerdotes-, significa ante todo permanecer cordialmente cercanos a ellos en las responsabilidades que tienen en la Iglesia; apoyarles mediante vuestra oración y estar siempre en comunión con ellos en la fe que tienen el deber de transmitiros. Ser fieles y sumisos significa también que debéis poner en funcionamiento vuestro ingenio y vuestra creatividad para traducir a la vida concreta las grandes orientaciones dadas por el Concilio, por el Papa y por los obispos. La obediencia que se os pide es activa y responsable (cf. Adm 3). Poned, pues, generosamente vuestras fuerzas al servicio de la Iglesia local y de la Iglesia universal. No dejéis solos a vuestros Pastores. Participad en su apostolado según vuestro carisma, como por otra parte lo han hecho muy bien los discípulos de san Francisco, cercanos y adaptados a las gentes de pueblos y ciudades. La obra de la evangelización es inmensa, en los países tradicionalmente cristianos, descristianizados a veces, en las jóvenes Iglesias y en los territorios de misión. Queridas hijas y queridos hijos: Espero que estas reflexiones, inspiradas en el Testamento de Siena, os estimulen y ayuden a perfeccionar vuestro proyecto de regla renovada para todos los institutos de la Tercera Orden Regular. Hace varios años que venís estudiando y meditando los escritos de san Francisco, los maestros espirituales franciscanos y la historia tan variada del Movimiento franciscano. Ahora ya podéis resumir todo este conjunto en un texto, corto sin duda, pero dinámico y profundamente sugerente para vuestras formas de vida. Estad seguros de que, cuando llegue el momento de someter este proyecto al examen y aprobación de la Sede Apostólica, acogeré con alegría el fruto de tantos esfuerzos. Continuad, pues, estos trabajos con aquella alegría y aquella paz tan queridas para san Francisco. Tened la convicción de que el Espíritu Santo y la Iglesia esperan de vosotros este testimonio de una viva fidelidad al carisma y al mensaje del «Poverello» de Asís. Como san Francisco, os bendigo de todo corazón. [Selecciones de Franciscanismo, vol. XI, n. 32 (1982) 209-213] |
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