DIRECTORIO FRANCISCANO

Documentos Pontificios


S. S. Juan Pablo II

LA RENOVACIÓN DE LA VIDA RELIGIOSA
A LA LUZ DEL CONCILIO VATICANO II
Discurso al Capítulo General OFMCap de 1982

Roma, lunes 5 de julio de 1982

 

Durante los meses de junio y julio de 1982, la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos celebró, en el Colegio San Lorenzo de Brindis, de Roma, su 79 Capítulo General, en el que el P. Flavio R. Carraro fue elegido Ministro General. El día 5 de julio, el Papa recibió a los Capitulares y les dirigió el siguiente discurso en italiano, cuya traducción tomamos de L'Osservatore Romano, Ed. semanal en lengua española, del 5-IX-82.

Murilla: San Francisco

Hermanos carísimos:

1. Me siento feliz al encontrarme hoy con vosotros que, como padres capitulares, no sólo representáis a todos los capuchinos esparcidos por el mundo, sino que estáis revisando responsablemente vuestras constituciones. Esto tiene lugar en el año del VIII centenario del nacimiento de san Francisco, del cual sois discípulos y a quien os encomiendo cordialmente.

Por tanto, esta circunstancia añade un motivó ulterior de actualidad y de interés a nuestro encuentro, mientras os doy las más expresivas gracias por haberlo deseado.

El retorno a las fuentes

2. En el Decreto Perfectae caritatis del Concilio Ecuménico Vaticano II está escrito que «la renovación de la vida religiosa comprende un retorno constante a las fuentes de toda vida cristiana y a la primigenia inspiración de los institutos, y a la vez una adaptación de éstos a las cambiadas condiciones de los tiempos» (n. 2). De estas dos exigencias fundamentales -retorno a las fuentes y adaptación a los tiempos-, en los años que siguieron inmediatamente al Concilio, se ha acentuado sobre todo, y por motivos comprensibles, el segundo aspecto, es decir, la adaptación a las que el mismo texto conciliar llama «necesidades del apostolado, exigencias de la cultura y circunstancias sociales y económicas» (n. 3). También vosotros habéis revisado, en esta línea, en diversas etapas, vuestras constituciones y vuestra vida, tratando de que respondan mejor a las exigencias de los tiempos y a las directrices elaboradas por la Iglesia en el Concilio Vaticano II.

Pero ahora, habiendo llevado a término en sus aspectos esenciales este esfuerzo de actualización, habéis sentido la necesidad también vosotros -como, por lo demás, otros muchos institutos de la Iglesia- de dirigiros con renovado interés a esa otra exigencia primaria que el texto conciliar llama «el retorno constante a las fuentes». Esto no para renegar u olvidar las legítimas adaptaciones y los nuevos valores descubiertos y experimentados en estos años, sino más bien para vivificarlos, injertándolos en el tronco vivo de la tradición, de la que vuestra Orden saca su fisonomía y su fuerza.

Precisamente para facilitar este equilibrio entre las dos exigencias, durante este capítulo general, después de haber elegido los nuevos superiores, habéis querido revisar las constituciones, para darles, una vez terminado el período de experimentación, la disposición que -después de la aprobación de la Sede Apostólica- deberá hacerse definitiva y permitir a vuestro instituto emprender con renovado impulso y sin incertidumbre alguna, un nuevo tramo de su camino al servicio de la Iglesia y del mundo.

«Hermanos Menores» que siguen
las huellas de san Francisco de Asís

3. Vuestra «inspiración primitiva» la habéis vuelto a descubrir reflexionando, con sensibilidad nueva, sobre el mismo nombre que habéis recibido en heredad de vuestro padre san Francisco, esto es: «Hermanos Menores». Efectivamente, en este nombre el Santo ha encerrado lo que más le gustaba del Evangelio: la «fraternidad» y la «minoridad», amarse como hermanos y elegir para sí el último lugar, a ejemplo de Cristo que no vino «a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28). En esto se puede ver cómo el retorno a las fuentes es, frecuentemente, el camino mejor incluso para los fines de la adaptación a las expectativas y a los signos de los tiempos. En efecto, una vida verdaderamente fraterna, guiada por la consigna de la sencillez y caridad evangélica, abierta al sentido de la fraternidad universal de todos los hombres y, más aún, de todas las criaturas, y donde a toda persona -pequeña o grande, sabia o ignorante- se le reconoce igual dignidad y atención, es el testimonio quizá más actual y más urgente que se puede dar, de la novedad cristiana, a una sociedad tan marcada por desigualdades y por espíritu de predominio, como es la nuestra.

Estos dos rasgos fundamentales de vuestra identidad franciscana -fraternidad y minoridad- os habéis esforzado por proponerlos otra vez a las nuevas generaciones, a la luz de la tradición capuchina, que les confiere esa nota inconfundible de espontaneidad y sencillez, de alegría y, a la vez, de austeridad, de separación radical del mundo y, al mismo tiempo, de gran cercanía al pueblo; todo lo cual ha hecho tan eficaz e incisiva la presencia de los capuchinos en medio de los pueblos cristianos y en las misiones, y ha producido una tan nutrida falange de santos, entre los cuales está san Crispín de Viterbo, a quien he tenido la alegría de inscribir yo mismo, hace pocos días, en el catálogo de la santidad heroica de la Iglesia.

4. Al hablar de esa primaria exigencia de renovación que es el retorno a las fuentes, el Decreto Perfectae caritatis pone de relieve que no se trata sólo de un retorno a la «primigenia inspiración» del propio instituto, sino también necesariamente de un «constante retorno a las fuentes de toda vida cristiana», esto es, a Jesucristo, a su Evangelio y a su Espíritu. Este es el sentido de las palabras con las que se exhorta, a todos los religiosos de la Iglesia, de cualquier instituto que sean, a considerar como regla suprema el seguimiento de Cristo, a elegirle a Él como la única cosa necesaria (cf. Lc 10,42), en una palabra, a vivir únicamente para Dios (cf. Perfectae caritatis, 5).

Conscientes de esto, vosotros habéis vuelto a afirmar justamente de mil maneras el lugar primario que debe ocupar en vuestra vida, tanto personal como comunitaria, la oración y, en particular, según vuestra más genuina tradición, la oración contemplativa. Efectivamente, entre todas las «raíces» ella es la «raíz-madre», la que sumerge al hombre en Dios mismo, la que mantiene al sarmiento unido a la vid (cf. Jn 15,4) y asegura al religioso el contacto constante con Cristo, sin el cual -como Él mismo afirma- no podemos hacer nada (cf. Jn 15,5), y con su Espíritu de santidad y de gracia.

5. El VIII centenario del nacimiento para el mundo de vuestro fundador Francisco de Asís, con el eco extraordinario que ha suscitado, muestra cuán sensible es también el mundo de hoy a la llamada del Pobrecillo, cuánta la necesidad y, por así decirlo, cuánta nostalgia tiene de él. Os compete a vosotros, de modo muy especial, mantener siempre viva en el mundo esta esperanza y, más aún, hacerla cada vez más visible y reconocible. Esto sucederá, por lo que respecta a vuestro instituto, si, después de haber renovado y perfeccionado con tanto interés y seriedad vuestras constituciones, cada uno de vosotros y de vuestros hermanos se siente impulsado a ponerlas en práctica, recordando la palabra que dijo Cristo a sus discípulos: «Si esto aprendéis, seréis dichosos si lo practicáis» (Jn 13,17).

En efecto, parece que ha llegado ya el tiempo para los institutos religiosos de pasar resueltamente de la fase de discusión en torno a la propia legislación, a la de la realización práctica de los valores ciertos y fundamentales, de la preocupación por la letra a la del espíritu, de las palabras a la vida, para no caer en el peligro de ilusión que denuncia el mismo san Francisco en una de sus Admoniciones espirituales, cuando escribe que «son muertos por la letra aquellos religiosos que no quieren seguir el espíritu de las divinas letras, sino desean sólo saber las palabras e interpretarlas a los demás» (Adm 7).

La debida veracidad y sinceridad ante Dios exige de un instituto una renovada voluntad de conversión y de fidelidad a la propia vocación, de manera que siempre sea auténtica, en cuanto lo permita la fragilidad humana, la imagen que de sí ha entregado a la Iglesia y a los hermanos, a través de las propias constituciones.

6. Hermanos e hijos queridísimos, recibid estas palabras como signo de mi estima hacia vosotros. Al mismo tiempo, estad ciertos de que tenéis un lugar especial en mi oración. Os confío al Señor: a vosotros y a toda la benemérita familia de los Hermanos Menores Capuchinos. La Santa Iglesia y el mundo mismo que se han beneficiado ya mucho en el pasado de vuestro celo, esperan todavía de vosotros una aportación generosa e inteligente de luminoso testimonio evangélico.

Que el Señor os colme de sus gracias; y, según el espíritu de san Francisco, id alegres y seguros.

Os acompañe siempre mi bendición apostólica, que cordialmente os imparto a vosotros, padres capitulares, pensando de manera especial en vuestro nuevo ministro general, y que hago extensiva a todos los queridos miembros de vuestra Orden.

[Selecciones de Franciscanismo, vol. XI, núm. 33 (1982) 353-356]

Caravaggio: San Francisco en oración

 


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