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DIRECTORIO FRANCISCANODocumentos Pontificios |
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1. He acogido con gusto la invitación para estar con vosotros y dirigiros una palabra de exhortación y de ánimo al final de esta jornada, a la que habéis sido invitados por vuestros obispos con el fin de celebrar el VIII centenario del nacimiento de san Francisco. Me alegra que para vuestro congreso hayáis escogido esta ciudad que, con san Antonio y con el beato Leopoldo, tiene una especial presencia franciscana, y en la que es también conocido y venerado el beato Maximiliano Kolbe. Al dirigiros mi saludo a cada uno de vosotros en este gran estadio, pienso y felicito también a los atletas, a las asociaciones y a los grupos deportivos aquí representados. Me parece muy significativo que seáis vosotros, los jóvenes, los protagonistas de esta fiesta franciscana. Sí, porque san Francisco, 800 años después de su muerte, es y será en la Iglesia de Dios un signo de juventud por su generosidad, por su entusiasmo y por la radicalidad de sus decisiones. Él supo encarnar en las situaciones eclesiales y sociales concretas de su tiempo el eterno Evangelio de Jesucristo. Es esto precisamente lo que nos pide el Señor a nosotros hoy: ser Evangelios vivos en el contexto de una sociedad industrial, secularizada, con problemas que atañen al mundo entero. La figura de san Francisco sugiere algunas pistas de reflexión sobre el modo de realizar hoy una encarnación del Evangelio: encontrar a Cristo, seguirlo en la Iglesia, amarlo en los pobres, anunciando la alegría y la paz. Encontrar a Cristo y dejarse conquistar por Él 2. San Francisco encontró a Cristo; se dejó conquistar por Cristo. Aquí reside la fuente y la explicación de su singular y atrayente personalidad. Sin Cristo no se explica la pobreza, la libertad, el amor, la alegría, la poesía de san Francisco. Es interesante subrayar que las vicisitudes de la vida, la prisión y la enfermedad, le abrieron los ojos sobre el valor relativo de las cosas de este mundo y lo prepararon a buscar en Cristo el sentido pleno de su vida. Durante algunos años Francisco buscó en el silencio, en la oración y en el ejercicio de la caridad su misión y su vocación, hasta que intuyó el camino que el Señor le había preparado y lo siguió con radical abnegación. Francisco es el joven rico que descubre en el seguimiento de Cristo el tesoro valioso por el que merece la pena empeñar toda la vida. «Francisco, ¿qué es mejor: servir al amo o al siervo?», preguntaba la voz que dialogaba con él una noche (2 Cel 6). La pregunta se os dirige a cada uno de vosotros también, queridos jóvenes. Hoy, en una sociedad que presenta la cara de la riqueza y educa para la evasión del consumismo, no faltan ocasiones que hacen reflexionar sobre el sentido de la vida: es más, muchas situaciones conducen a los jóvenes no sólo a preguntarse por el significado de la existencia, sino a pensar que no tiene sentido alguno. El Evangelio no presenta soluciones inmediatas a los problemas, pero ilumina la mente del hombre para que encuentre el sentido global de la vida, de la persona, de los valores humanos, como son la libertad, el amor, la familia, el trabajo, la cultura, el arte, el deporte... Como en el caso de Francisco, elegir a Cristo no va en contraposición con las realidades terrenas, sino que es una gracia que les da significado más pleno. Para vosotros, jóvenes, el deseo de que podáis encontrar a Cristo: al Cristo verdadero, no una imagen deformada según las modas al uso; y, al mismo tiempo, la invitación a que lo busquéis sin cansaros. La tierra véneta, a la que pertenecéis, es heredera de una secular tradición catequística, que a través de las generaciones ha transmitido una imagen fiel de Cristo. Es necesario renovar hoy esta catequesis, este encuentro serio, inteligente y comprometido con Cristo, bajo la guía de vuestros obispos. Ojalá conozcáis siempre mejor a Cristo para seguirlo con generosidad por los senderos de este nuestro mundo. Debéis ser testigos de Cristo entre los jóvenes, para que ninguno de ellos busque en el refugio de la droga o en la violencia subversiva el sentido para su propia vida. Seguir a Cristo en la Iglesia 3. Francisco encontró y siguió a Cristo en la Iglesia. Fueron los suyos, tiempos en los que, quizás más que hoy, podía nacer la tentación de una «iglesia de selectos», de una iglesia paralela, constituida por personas que se remitían al Evangelio simple y puro. Francisco pidió al Papa que confirmase el género de vida evangélica que el Señor le había inspirado. Él se dio cuenta de que no podía ser verdaderamente de Cristo si no se sometía al Espíritu, que habla a través de los Pastores de la gran comunidad que es la Iglesia. Para vosotros, jóvenes del Trivéneto, este amor de Francisco a la Iglesia resuena como invitación a confirmar y renovar una feliz tradición. Vuestra región ha experimentado menos que otras la contraposición clero-laicado, debido a un género de vida que ve a sacerdotes y fieles compartir pobreza, problemas y esperanzas. A vosotros os corresponde hoy la tarea de renovar, a la luz del Concilio Vaticano II, una presencia más madura del laicado en una Iglesia que se reconoce «comunión», Pueblo de Dios, donde todos están llamados a participar activa y responsablemente. Las asociaciones, los movimientos, los grupos eclesiales, que han tenido y tienen todavía un amplio desarrollo en estas tierras, son para vosotros escuela de participación en la vida de la Iglesia. Baste recordar la Acción Católica que, nacida en Bolonia en el siglo pasado, encontró en Venecia, en Padua y en otras ciudades del Véneto, un pujante florecimiento y que todavía hoy está presente, como instrumento válido, en vuestras diócesis. No tengáis miedo en adheriros a ella. Es una mediación de vida eclesial, promovida en la recta dirección de crecimiento de la fe, de auténtica espiritualidad seglar, de testimonio y carácter misionero, en estrecha comunión con los Pastores de la Iglesia. Amar a Cristo en los pobres 4. Finalmente, el comportamiento de san Francisco nos lleva a reflexionar sobre su amor a los «últimos». Su conversión quedó marcada por el encuentro con el leproso. Lo sabéis: no le dio dinero, no lo abrazó por un momento para después marcharse. En aquel momento Francisco abrazó un estilo de vida nueva, iluminada por la pobreza de Cristo y de su Madre. En la elección de la pobreza se incluye la elección de las personas pobres, de los últimos; es un someterse con ellos y por ellos. Vuestros obispos han dado a la Iglesia italiana una consigna: «Partir desde los últimos» (Documento del 23-10-1981: «La Chiesa italiana e le prospettive del paese»). Afirman que acercándose en el camino a los últimos se descubrirá un estilo de vida diferente, que destruirá los ídolos falsos y hará que surjan los verdaderos valores. Os dirijo, por tanto, la invitación a multiplicar todas las experiencias de caridad, presentes en vuestras Iglesias, y a trabajar incesantemente para que todas las estructuras eclesiales y civiles se planteen desde la atención al hombre más indefenso: desde el niño aún no nacido hasta el anciano solo. Ser constructores de paz 5. Esta obra de amor y justicia construirá la paz. A ejemplo de Francisco, hombre de paz, se pide a los jóvenes de hoy que sean constructores de paz. Francisco construyó la paz reconciliándose con Dios, consigo mismo, con los hermanos y con la naturaleza creada. Por esto, su paso por la ciudad era motivo de reconciliación. Hoy son necesarios «voluntarios de la paz», jóvenes tenaces, forjadores de paz. Me dirijo a los miles de jóvenes de esta tierra de frontera: sentíos al servicio de la paz; trabajad por la superación de un tipo de lógica que parece exigir una potencia bélica cada vez más adiestrada para defender la paz. En el manifiesto de vuestro congreso se ve una mano que lanza al vuelo una paloma: esa mano lleva los signos de la cruz. Es la mano de Cristo, es la mano de Francisco. ¡Que sea también vuestra mano! Como aliento para estas exhortaciones y confirmación de los deseos expresados imparto de corazón a vosotros y a vuestras familias una especial bendición apostólica. [Selecciones de Franciscanismo, vol. XI, núm. 33 (1982) 360-363] |
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