DIRECTORIO FRANCISCANO

Documentos Pontificios


S. S. Juan Pablo II

LA FORMACIÓN PERMANENTE
Discurso a los Provinciales capuchinos de Italia

Roma, jueves 1 de marzo de 1984

 

Durante unos dos meses, los Ministros Provinciales de los capuchinos de Italia, acompañado cada uno de ellos por otro religioso cualificado de la respectiva Provincia, asistieron en Roma (Colegio Internacional de San Lorenzo de Brindis) a un curso de formación permanente organizado expresamente para ellos.

El día 1 de marzo de 1984 los recibió en audiencia particular el Santo Padre, a quien los presentó el Ministro general, Fr. Flavio R. Carraro, con el saludo que traducimos de L’Italia Francescana 59 (1984) 97. El Papa respondió con el discurso que, traducido al español, reproducimos a continuación, tomándolo de L’Osservatore Romano, Ed. semanal en lengua española, del 15 de abril de 1984.

Beatísimo Padre:

Venimos con el mismo espíritu de devoción y de obediencia de san Francisco, el cual, al presentarse ante el papa Honorio III, le dijo: «Señor, me causáis compasión por la solicitud y desvelos con que tenéis que velar por la Iglesia de Dios, y me da vergüenza que por nosotros, hermanos menores, mostréis tanto interés y cuidado» (TC 65).

Fieles a nuestras Constituciones que dicen: la formación permanente «debe considerarse como deber ordinario y pastoral de todos los superiores» (CC.GG. 42,3), los Provinciales capuchinos de Italia se han reunido durante dos meses para vivir juntos un período de vida que los prepare mejor a servir a sus hermanos. Esperamos ahora nosotros, «hermanos menores», una palabra de guía y de estímulo de su parte, Beatísimo Padre, para evitar el peligro, como decía el Apóstol, de «correr en vano» (cf. Gál 2,2).

Pero venimos también -permítanos la expresión filial- para confortarle, o sea, para decirle cuán cercanos estamos de su persona, de su palabra y de su obra en nuestra sociedad para la difusión y confirmación del mensaje de Jesús, todo y siempre proyectado a la promoción de la paz y de la unidad. Le seguimos con la oración, con el estudio de sus enseñanzas, de las que nos hacemos eco ante nuestros hermanos y ante el pueblo de Dios, y, en cuanto nos es posible, con la acción.

Y venimos, finalmente, para recibir estabilidad, gracia y fuerza en nuestra vida religiosa y apostólica, ya que a Pedro le dijo Jesús: «Tú eres Roca y las fuerzas del mal no prevalecerán» (cf. Mt 16,18).

Esperamos ahora, con confianza y devoción, su palabra y su bendición apostólica.

* * *

Segrelles, Francisco y LeónHermanos queridísimos:

1. En vosotros, Ministros provinciales y Consejeros provinciales de Italia, saludo a todos vuestros hermanos italianos y a la benemérita Orden de Hermanos Menores Capuchinos.

Fidelidad al Vicario de Cristo

Vuestra presencia hoy, aquí, obedece, ante todo, a un deseo claro de manifestar vuestra fidelidad al Vicario de Cristo como quería vuestro Seráfico Padre: ser «siempre sumisos y sujetos a los pies de la Santa Madre Iglesia» (cf. 2 R 12,4). Y obedece también al deseo filial de recibir una palabra de estímulo para la difícil tarea de la «formación permanente» de hoy.

La formación permanente

2. Sé que vuestra Orden ha tratado, en estos últimos tiempos, de afrontar seriamente los aspectos de este problema. Clara prueba de esto son, a nivel legislativo, las normas presentes en vuestras Constituciones de 1982 (nn. 41-44), y, a nivel práctico, el organismo central creado para aplicar tales normas. En todo esto no puedo más que aprobaros y animaros.

Y en el marco de este programa vosotros, Ministros provinciales, habéis querido reuniros durante dos meses completos para un curso de formación permanente, esto es, para un período más intenso de oración, de reflexión y de estudio. Habéis querido imitar así de algún modo a Jesús que, «bajo la acción del Espíritu Santo, fue al desierto donde permaneció cuarenta días» (Lc 4,1-2) y se retiraba frecuentemente a orar; y habéis querido imitar también a san Francisco, que pasaba largos y frecuentes períodos de retiro -especialmente la Cuaresma- en el Alverna y en otros lugares solitarios. Habéis sentido la necesidad de una renovación espiritual y de una profundización cultural, siendo así también ejemplo y estímulo para vuestros hermanos.

Necesidad de la formación permanente

3. La formación permanente se ha venido haciendo cada vez más urgente y necesaria en nuestros días, a causa de los continuos y múltiples cambios de nuestra época, tanto en el campo civil como en el más estrictamente religioso, cambios que provocan «un proceso tal de aceleración de la historia, que apenas es posible al hombre seguirla» (Gaudium et spes, 5). Los hombres se encuentran situados ante valores nuevos o, en todo caso, ante nuevos modos de sentir los valores. Todo esto exige un espíritu, al mismo tiempo, más cercano a Dios y más cercano a los hombres, un espíritu atento a la «voz del Espíritu» que habla tanto en lo íntimo de las conciencias como a través de los «signos de los tiempos». Es necesaria, pues, una vida espiritual más profundamente vivida y una preparación cultural que os hagan capaces -a la luz del Evangelio y de la enseñanza de la Iglesia- de responder plenamente a vuestra vocación y de interpretar rectamente el mundo contemporáneo.

Continua oración, renovación, estudio...

4. En una de mis Cartas a todos los sacerdotes de la Iglesia, después de haber recordado dos principios fundamentales, esto es, el de la necesidad de la conversión de cada día y el de la necesidad de la oración «sine intermissione», decía: «La oración debemos unirla a un trabajo continuo sobre nosotros mismos: es la formación permanente»,[1] que debe ser a la vez interior, pastoral e intelectual.[2] Esto significa que «si nuestra actividad pastoral, el anuncio de la Palabra y el conjunto del ministerio sacerdotal dependen de la intensidad de nuestra vida interior, ella debe encontrar igualmente su apoyo en el estudio continuo. No podemos conformarnos con lo que aprendimos un día en el seminario, aun cuando se haya tratado de estudios universitarios... Este proceso de formación intelectual debe continuar durante toda la vida... Como maestros de la verdad y de la moral, tenemos que dar cuenta a los hombres, de modo convincente y eficaz, de la esperanza que nos vivifica. Y esto forma parte también del proceso de conversión diaria al amor, a través de la verdad».[3]

Esta doctrina de la Iglesia se encuentra en el nuevo Código de Derecho Canónico y también se pone de relieve en vuestras Constituciones renovadas, dos documentos que ciertamente estimáis y estudiáis con empeño.

Fidelidad a la propia vocación

5. La formación permanente, en su doble dimensión de conversión y de actualización cultural continuas, intenta una más plena y coherente fidelidad a la propia vocación: «Sería inútil el esfuerzo de los Institutos religiosos en pro de una actualización de objetivos y de metodologías, si no estuviese inspirado y acompañado por una profundización y un reforzamiento de la espiritualidad».[4]

Quisiera poner de relieve algunos objetivos que deben caracterizar vuestro modo específico de realizar la formación permanente.

Vida fraterna y obra de paz

Ante todo, la profundización en ese tesoro que es la vida fraterna, a la que habéis sido llamados. Este valor de la fraternidad, tan vivo y auténtico en el santo de Asís, ha sido considerado por los hombres de todos los tiempos como un ideal sublime de perfección humana y comunitaria. Os toca a vosotros, de modo especial, practicarlo con convicción, con los hechos antes que con las palabras, en el cotidiano paciente vivir, orar y actuar juntos.

En vuestra historia, el mensaje de fraternidad se ha traducido frecuentemente en favorecer acuerdos de paz, tanto a nivel de poderes públicos -baste recordar la obra de paz de vuestros hermanos Lorenzo de Brindis y Marco d'Aviano-, como a nivel de las tensiones sociales, con una predicación itinerante y un ejercicio del ministerio de la reconciliación, llenos de sabiduría y de buenos frutos, con fervor y sencillez, siempre sobre el fundamento de la Palabra de Dios. San Leopoldo, el beato Jeremías de Valacchia, el padre Pío, el padre Mariano de Turín fueron anunciadores de amor y por esto artífices de paz (cf. Mt 5,9).

Primacía de los derechos de Dios

6. El carisma de vuestra Orden, surgido del robusto árbol que plantó Francisco de Asís, se caracteriza por la práctica fervorosa de la oración, juntamente con esa «perfecta alegría» (Sant 1,2), que no viene del mundo, sino de una profunda comunión contemplativa con Jesús crucificado y resucitado.

Si el camino de estos últimos años os ha llevado a una actividad apostólica quizá demasiado intensa y de dispersión, es hora de revisar vuestras opciones a este respecto; dad mayor tiempo y corazón y mente a Dios, enseñad con la vida a los hermanos que Dios tiene derechos sacrosantos en la existencia del hombre, y no puede ser relegado al último lugar de la casa, al último momento de la jornada. La búsqueda de la intimidad con Él debe ser el incansable empeño de vuestros días.

Opción por los pobres

7. La opción por los pobres. Hoy el mundo descubre con sentido de responsabilidad nueva la presencia de los pobres. Pero frecuentemente este descubrimiento se queda a nivel teórico.

Vosotros habéis optado por los pobres: y vuestras Constituciones están ahí para recordaros cada día cómo vivir las bienaventuranzas del Señor: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios» (Lc 6,12).

Hay diversos modos de identificarse con los pobres del Señor, pero ellos serán siempre vuestra porción predilecta, y compartir sus sufrimientos y privaciones deberá ser siempre un elemento fundamental de vuestro vivir y actuar.

Apóstoles de la paz y de la esperanza

8. Siguiendo estas líneas de conducta, podréis ser esos testigos de la Buena Nueva que la Iglesia y los hombres esperan de vosotros, según las enseñanzas y ejemplos de san Francisco.

Vosotros que sois llamados y sois «los hermanos del pueblo»[5] y tenéis más fácil acceso al corazón de los humildes, podéis también más fácilmente, de modo particular a través del apostolado itinerante, llevar a Jesús, el Redentor del hombre, a la sociedad, sobre todo a las amplias masas de los pobres, de los pequeños, de los débiles.

Los hombres de nuestro tiempo, profundamente turbados por luchas y guerras, por injusticias y crisis de todo género, tienen necesidad de alegría y de esperanza, que únicamente se pueden sacar de la divina fuente. Bebed cada día en ella, id también vosotros por el mundo, como Francisco, diciendo a todos: «¡El Señor te dé la paz!» (Test 23) y anunciando, como «custodios de esperanza», la salvación que viene de la reconciliación con Dios.

Ministerio de la reconciliación[6]

El ministerio de la reconciliación es una de vuestras grandes tareas, de vuestras gloriosas tareas. Se debe continuar en la misma gloriosa tradición. Pienso que vosotros tenéis el carisma de la confesión que debéis mantener siempre vivo en vuestro corazón y en vuestro ministerio. ¡Qué grande y qué importante carisma! Especialmente en nuestro tiempo, cuando, en la vida humana y cristiana, este carisma por una parte es casi un poco abandonado, y por otra parte, en cambio, es buscado. Durante el Sínodo, muchos Obispos han dicho que, si hay una crisis de la confesión sacramental, es también a causa de los confesores que no saben confesar bien. Ahora se debe cambiar este capítulo y reencontrar el amor a las confesiones. ¿Y dónde buscar grandes amantes de la confesión sino en la Orden de los Capuchinos, especialmente después de la canonización de san Leopoldo?

Despedida

Que en este esfuerzo, siempre renovado, os guíe el Maestro divino Jesús, y os asista la Virgen María, que conservaba y meditaba en su corazón la Palabra del Señor (Lc 2,51).

Descienda sobre vosotros y sobre toda la Orden capuchina la bendición apostólica, que os imparto de corazón.

J. Segrelles: Capítulo de las esteras

N O T A S

[1] Novo incipiente, 10: AAS 71 (1979) p. 413; L'Osservatore Romano, Ed. en lengua española, 15 abril 1979, p. 12.

[2] Cf. Carta «Inter ea» de la S. C. para el Clero: AAS 62 (1970) pp. 123ss.; L'Osservatore Romano, Ed. en lengua española, 15 febrero 1970, p. 7.

[3] Novo incipiente, ibíd.

[4] Alocución al Capítulo General TOR (19-V-83), en Selecciones de Franciscanismo n. 35 (1983) 241.

[5] Discurso a los misioneros de Roma (15-XI-82), en Selecciones de Franciscanismo n. 34 (1983) 139.

[6] Este párrafo no lo trae L'Osservatore Romano; lo traducimos de L'Italia Francescana 59 (1984) 101.

[Selecciones de Franciscanismo, vol. XIII, núm. 38 (1984) 175-180]

 


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