DIRECTORIO FRANCISCANO

Documentos Pontificios


S. S. Juan Pablo II

ALOCUCIÓN A LOS MAESTROS DE NOVICIOS
FRANCISCANOS-CAPUCHINOS

Roma, viernes 28 de septiembre de 1984

 

Durante varias semanas estuvieron reunidos en Roma, en el Colegio Internacional de San Lorenzo de Brindis, todos los Maestros de Novicios de los Capuchinos, para profundizar en el conocimiento y asimilación de sus nuevas Constituciones Generales. El día 28 de septiembre de 1984, el Papa les dirigió la siguiente alocución, que tomamos de L’Osservatore Romano, Ed. semanal en lengua española, del 2 de diciembre de 1984.

Hermanos carísimos:

1. Gozosamente me encuentro con vosotros, en las antevísperas de la fiesta de vuestro Seráfico Padre, san Francisco de Asís. Gozo que me brota en el corazón porque veo el interés con que estáis realizando las recomendaciones de la Iglesia sobre la formación permanente.

A principios del pasado mes de marzo recibí a vuestros Ministros provinciales de la Conferencia Italiana, y ahora me encuentro con vosotros que tenéis la delicada misión de formar a los que quieren entregarse a Dios según el carisma del Pobrecillo de Asís.

Cuando se habla a los llamados «maestros», se recuerdan espontáneamente las palabras de Jesús a los dos discípulos del Bautista, que lo seguían y le preguntaban: «Maestro, ¿dónde vives? Él les dijo: Venid y veréis» (Jn 1,38).

Es una de las ocasiones, en la que vemos que Jesús se pone como punto de referencia con su actuación. El autor de los Hechos de los Apóstoles dirá: «Comenzó a hacer y a enseñar» (Hch 1,1).

Nadie, como dice el Evangelio, debe llamarse «maestro» (cf. Mt 23,8), o si lo es, puede hacerlo en la medida en que imita al Señor Jesús.

Fe y esperanza

2. El primer don que, como formadores de los jóvenes novicios, debéis presentarles es el don de la fe.

No puede concebirse una vida religiosa que no esté fuertemente arraigada en la fe y que no crezca de la fe.

Por tanto, os exhorto a educar a los jóvenes para que miren con espíritu de fe dentro de sí y a las propias opciones.

Así, pues, queridísimos, animad a los jóvenes que os han sido confiados, a una vida de verdadera fe.

3. Educad también en la esperanza. El mundo tiene hambre de esperanza. Los jóvenes que se dan a distracciones más tristes y vacías, lo hacen porque con frecuencia no saben qué significa esperar. Sabéis bien que la vida religiosa llama a dejar todo en el presente por una realidad futura, a dejar lo sensible por lo invisible, lo material por lo espiritual.

La esperanza es sostenida por la fe y, a su vez, alimenta la fe. Una y otra se viven en la caridad.

Caridad y vida de gracia

4. A veces quizá lo olvidamos; sin embargo, la Palabra de Jesús es firme y luminosa, y rompe toda resistencia: es su mandamiento, el mandamiento nuevo (Jn 13,34). No puede concebirse una vida cristiana, mucho menos una vida religiosa, que no esté sumergida en la caridad. Vosotros debéis dar ejemplo de ello los primeros; pero tenéis también la responsabilidad de verificarlo en vuestros jóvenes.

Mientras el mundo contemporáneo se agita en un contexto frecuentemente dominado por el egoísmo, por el odio y la violencia, debéis ser signo esplendoroso, testimonio vivo de caridad.

¿Y cómo podría continuar siendo tal un hijo de Francisco, si no tiene la caridad? Si, como el Seráfico Padre, ¿no siente, no ama, no vive la caridad?

Esto vale especialmente para vosotros que fundáis vuestra vida en la fraternidad y reconocéis en ella un elemento esencial de vuestro carisma. Tanto, que vuestras Constituciones os exhortan de continuo a acogeros mutuamente con espíritu agradecido como don de Dios (CCGG OFMCap n. 84,1) y más aún, según la enseñanza de san Francisco, y vuestra tradición, las Constituciones quieren que os consideréis todos iguales y que «os llaméis, sin distinción, hermanos» (CCGG OFMCap n. 84,3).

Vida de oración

5. Esta vida de caridad desemboca espontáneamente en la vida de oración que, como decía a vuestros hermanos Ministros provinciales italianos, constituye el objetivo fundamental de la formación permanente, porque es el pilar de vuestra vida: «Si el camino de estos últimos años os ha llevado a una actividad apostólica quizá demasiado intensa y de dispersión, es hora de revisar vuestras opciones a este respecto; dad mayor tiempo, corazón y mente a Dios, enseñad con la vida a los hermanos que Dios tiene derechos sacrosantos en la existencia del hombre, y no puede ser relegado al último lugar de la casa, al último momento de la jornada. La búsqueda de la intimidad con Él debe ser el incansable empeño de vuestros días» (cf. Selecciones de Franciscanismo n. 38, 1984, p. 178).

Especialmente durante el tiempo del noviciado, los jóvenes, juntamente con vosotros, deben esforzarse por encontrar al Dios que se manifiesta a quien lo busca con corazón sincero (cf. CCGG OFMCap n. 29). Y vosotros debéis educarlos en esto, sobre todo con vuestra vida, vuestra conducta cotidiana, vuestra pasión por la casa de Dios.

La pobreza evangélica

6. Como franciscanos-capuchinos, debéis no sólo vivir sino también hacer resplandecer la austeridad, la pobreza de la vida. El consumismo, que hoy atormenta al mundo y es causa de muchos de sus males, debe encontrar en vosotros como un dique: vuestras Constituciones afirman: «El espíritu de penitencia en una vida austera es la característica de nuestra Orden: a ejemplo de Cristo y de san Francisco, elegimos una vida de estrechez» (n. 101,5).

Formad a los jóvenes en la pobreza auténtica. Los jóvenes, especialmente los de hoy, son generosos, están dispuestos a dar, a donar.

Que os acompañe en vuestra tarea tan delicada y difícil, pero tan meritoria, la Madre de Jesús y Madre nuestra, que vivió en el silencio y en la oración juntamente con el Hijo. Como signo de mi afecto y como prenda de la gracia divina os imparto de corazón la bendición apostólica.

[Selecciones de Franciscanismo, vol. XIV, núm. 40 (1985) 3-5]

J. Segrelles: Francisco manda dar vueltas a Maseo (Flor 11)

 


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