DIRECTORIO FRANCISCANO

Documentos Pontificios


S. S. Juan Pablo II

CARTA AL CAPÍTULO GENERAL
DE LA ORDEN DE HERMANOS MENORES

Vaticano, 8 de mayo de 1985

 

El Papa dirigió esta carta al Capítulo general OFM que se iba a celebrar en la Porciúncula del 13 de mayo al 22 de junio de 1985. El texto original italiano puede verse en L'Osservatore Romano del 14-V-1985.

La PorciúnculaCarísimos padres capitulares de la Orden de Hermanos Menores:

1. En vista del Capítulo general que va a comenzar, el Ministro general saliente, padre John Vaughn, en conformidad con las Constituciones de la Orden, me ha pedido que tuviera a bien designar un delegado mío encargado de presidir, en nombre y representación de la Sede Apostólica, la elección del Ministro general, una de las principales tareas del mismo Capítulo.

Quiero agradecer vivamente esta invitación tan cortés, que me confirma la devoción de la Orden hacia la Sede de Pedro y la expectativa que nutre de ser iluminada y sostenida por ésta en una circunstancia tan importante para su vida interna y para su servicio a la Iglesia. En efecto, sé muy bien -como dijo mi venerado predecesor Pablo VI a los participantes en el Capítulo general de 1967- que toda la Iglesia de Dios se honra de vuestra difusión mundial, de vuestro ejemplo evangélico, de vuestro generoso apostolado, del que tantos y tan maravillosos frutos se han derivado en el curso de los siglos.

2. Es constante solicitud de los Romanos Pontífices ayudar con autoridad vigilante y premurosa a los institutos de vida consagrada, especialmente con ocasión de los respectivos capítulos generales, para que puedan crecer y florecer según el espíritu del fundador (cf. Vat. II, Lumen gentium, n. 45).

El capítulo general es, en efecto, un momento particularmente apropiado para favorecer tal crecimiento, siendo su cometido principal «defender el patrimonio del Instituto», a fin de custodiar fielmente la voluntad e intenciones del fundador, corroboradas por la autoridad eclesiástica competente, acerca de la naturaleza, fin, espíritu, carácter y sanas tradiciones de cada instituto (cf. CIC cann. 578 y 631, par. 1).

3. La premura de los Romanos Pontífices en custodiar los genuinos valores del inmenso patrimonio espiritual de tantas generaciones de religiosos ha tenido expresiones acentuadas con respecto a la Orden de Hermanos Menores, en respuesta al compromiso originario de su estrecha conexión con la Sede Apostólica, sancionado en el capítulo 1 de la Regla aprobada por el papa Honorio III, la cual es y sigue siendo la carta constitucional para los franciscanos de todos los tiempos. En ella, el hermano Francisco promete «obediencia y reverencia al señor Papa Honorio y a sus sucesores canónicamente elegidos y a la Iglesia romana» (2 R 1,2). Confiere, de esa manera, una peculiar orientación y medida también a la obediencia por él mandada a los hermanos hacia él mismo y hacia sus sucesores.

La Sede Apostólica, por su parte, ha querido estar particularmente cercana a vuestra Orden en todos los momentos destacados de su historia. Baste recordar, de manera limitada a la época posterior al Concilio Vaticano II, la audiencia a los participantes en el Capítulo general de 1967 y la importante Carta al Ministro general con ocasión del capítulo de 1973 de mi predecesor Pablo VI. Personalmente conservo siempre viva en mi ánimo la alegría que suscitó en mí el encuentro que tuve con los miembros del capítulo celebrado en 1979, en el cual exhorté a la Orden a la fidelidad a los propios orígenes y a la superación de las dificultades del momento (cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 23, 1979, pp. 301-303). Me es grato, al mismo tiempo, reavivar la memoria de la visita que hice, el 16 de enero de 1982, al Pontificio Ateneo «Antonianum», que me brindó la oportunidad de invitar a la Orden entera a contribuir, particularmente por medio de aquella benemérita institución académica suya, a colmar la necesidad de esperanza de los hombres de nuestro tiempo con la aportación originaria que brota de la experiencia característica de vuestro Fundador (cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 32, 1982, p. 178, n. 5).

4. En una circunstancia igualmente importante cual es la presente, os invito insistentemente a reconsiderar con toda atención los varios encuentros con el Sucesor de Pedro ahora recordados, para sacar de ellos persuasiones claras acerca de las esperanzas que la comunidad cristiana y el mundo alimentan hoy respecto de la Orden de Hermanos Menores. Los cristianos esperan que vosotros améis a la Iglesia como san Francisco la amó (cf. Juan Pablo II al Capítulo de 1979: Selecciones de Franciscanismo, n. 23, 1979, p. 302); los hombres os piden un testimonio evangélico claro y desean que mostréis a todos la sublimidad de vuestra vocación (cf. Pablo VI Carta al Ministro general con motivo del Capítulo de 1973).

5. Con la misma insistencia os exhorto, pues, a realizar una atenta revisión de las teorías y de las prácticas que se han revelado como impedimento para responder a tales esperanzas, y a poner en práctica todo lo que puede ser de ayuda para el pleno cumplimiento de los deberes inherentes a vuestra particular forma de vida.

A tal fin, se deberá ante todo poner el mayor empeño en que la Orden realice y consolide la especificidad incluso jurídica de todo instituto de vida consagrada, que es la de ser «una forma estable de vivir» (CIC can. 573, par. 1), y no, por consiguiente, un «movimiento» abierto a nuevas opciones continuamente sustitutivas de otras, en la incesante búsqueda de una identidad propia, como si todavía no se la hubiese encontrado. A este respecto, no puedo dejar de señalar que también la multiplicación de «lecturas» de la Regla lleva consigo el riesgo de sustituir el texto de la misma Regla por una interpretación suya o, al menos, el de oscurecer la simplicidad y pureza con las que fue escrita por san Francisco (cf. Test 39).

Además, deberá evitarse que la misma palabra «fraternidad», tan hermosa y significativa en labios de san Francisco para designar a su Orden (cf. 2 R 8,1; 9,2; 12,3; Test 33), asuma significados ambiguos que, mientras favorecen la independencia, no protegen la justicia, dando así paso a la instauración de una crisis funesta de autoridad, nunca separada de la crisis también de obediencia.

Será, luego, muy saludable el incremento del servicio al Señor en aquella pobreza que S. Francisco quiso como característica nativa de su Orden (cf. 2 R 6,2), recomendándola como la virtud de los innumerables frutos, aunque ocultos (cf. LM 7,1). Esta «altísima pobreza» no puede agotarse en proclamas en defensa de los pobres, aunque sean evangélica y socialmente justas y obligatorias. Ella recibe plenitud de significado religioso solamente si es también pobreza realmente vivida. Por otra parte, cuando es efectivamente practicada, la pobreza exige que los frutos por ella producidos permanezcan escondidos, al menos en parte, volviéndose de tal modo a la vez humildad y sabiduría, e induciendo a vivir más de silencio que de propaganda, y a evitar el recomendarse a sí mismos o el compararse solamente consigo mismos (cf. 2 Cor 10,12).

Quisiera, finalmente, exhortaros a no abandonar, sino más bien a revitalizar, en orden al apostolado misionero y a la recta educación en la fe y la piedad del pueblo cristiano, vuestras sanas tradiciones, entre las cuales me place subrayar la peculiar veneración a los misterios de Cristo Verbo Encarnado y de la santísima Eucaristía, el amor filial a la Virgen, Madre Inmaculada del Redentor, la fiel comunión eclesial con los pastores puestos por Dios como guía de su pueblo.

6. Son éstas, carísimos hermanos, las consideraciones y exhortaciones que deseo haceros llegar con este mensaje especial, con la intención de hacer crecer en vosotros, reunidos en Capítulo general, la conciencia de la gravísima responsabilidad que tenéis ante la Orden y ante toda la Iglesia, en el momento en que os disponéis a renovar el gobierno central de la misma Orden, y a definir las orientaciones que vincularán a los religiosos y a las instituciones que representáis.

Son consideraciones y exhortaciones que confluyen en el deseo, a la vez mío y vuestro, de que la Regla de S. Francisco sea en todo observada tal como ha sido aprobada e interpretada por la Iglesia. Sobre tales consideraciones y exhortaciones invoco, por ello, con acrecentado afecto, el aliento divino, tomando prestadas las palabras mismas con que S. Francisco concluye su Carta a toda la Orden: «Benditos seáis del Señor los que hagáis estas cosas y el Señor esté eternamente con vosotros. Amén».

7. Con el deseo de hacer cuanto sea posible para que dichas consideraciones encuentren adecuada expresión, tanto en las personas que deberán guiar la Orden en el próximo sexenio, como en la renovada legislación y en las opciones prioritarias de competencia del presente capítulo, con gusto respondo a la petición que me ha sido dirigida y dispongo que tome parte en el capítulo, como delegado mío especial, S. E. Mons. Vincenzo Fagiolo, Secretario de la Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares, del cual conocéis los sentimientos de fraterna simpatía hacia vuestra Orden y las dotes de competencia y de prudencia, tan necesarias para el cumplimiento de tan delicado encargo.

Con este gesto de afectuosa atención hacia la Orden, sé que me conecto idealmente con aquella intuición eclesial consignada por S. Francisco en el capítulo conclusivo de la Regla, donde, al imponer por obediencia a los Ministros que pidieran «al señor Papa un cardenal de la santa Iglesia romana como gobernador, protector y corrector de la Orden», el Pobrecillo indicaba la motivación profunda de tal petición: «para que, siempre sumisos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, firmes en la fe católica, guardemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo que firmemente prometimos» (2 R 12,4).

8. Confío, por tanto, vuestros trabajos al amor del Padre, a la gracia del Hijo y a la asistencia del Espíritu Santo. Y mi oración se une a la vuestra en la invocación a la Inmaculada Virgen María, que a vosotros os gusta venerar como Madre y Reina de la Orden.

Con el auspicio de que san Francisco siempre esté con vosotros y de que vosotros miréis siempre a él, según vuestra expresión litúrgica doméstica, como la «forma Minorum, virtutis speculum, recti via, regula morum», envío a todos y a cada uno, con sincera benevolencia, mi Bendición Apostólica.

Vaticano, 8 de mayo de 1985.

* * *

Carta del Capítulo OFM al Papa Juan Pablo II (22-V-85)

Como respuesta al anterior mensaje pontificio, el Ministro general y el Vicario general OFM enviaron al Papa la siguiente carta.

Santa María de los Ángeles, 22 de mayo de 1985.

Beatísimo Padre:

El Capítulo general de la Orden de Hermanos Menores, aquí reunido, desea expresarle la más profunda y filial gratitud por el mensaje con el cual se ha dignado comunicarnos su paterno interés por nuestra Orden.

El mensaje ha sido recibido con profunda veneración y ha sido estudiado con gran interés en los varios grupos lingüísticos de que se compone nuestro Capítulo general. Los resultados de este estudio han sido luego compartidos en asamblea plenaria.

Los padres capitulares han manifestado un deseo unánime de continuidad y estabilidad en la más absoluta fidelidad al Evangelio, que constituye nuestra identidad y la razón de ser de la familia franciscana, tal como está delineada en la «Regla bulada» aprobada por el papa Honorio III.

Los capitulares han reafirmado su fidelidad a los valores tradicionales de la Orden: la fraternidad y la pobreza evangélicas, en el pleno respeto a la autoridad, a la que compete el servicio de los hermanos. Deseo asegurarle, Beatísimo Padre, que no sólo queremos conservar, sino incrementar, el espíritu misionero, el servicio al pueblo de Dios y la coherencia con las sanas tradiciones, entre las cuales, como Vd. benévolamente ha destacado, son preeminentes «la veneración a los misterios de Cristo Verbo Encarnado y de la SS. Eucaristía, el filial amor a la Santísima Virgen, Madre Inmaculada del Redentor, y la fiel comunión con los pastores puestos por Dios como guía de su pueblo».

Sus iluminadas palabras también nos servirán de guía en la redacción de las constituciones generales, en la planificación de las futuras actividades de la Orden, en las opciones prioritarias y, sobre todo, en nuestra vida religiosa franciscana «para que, siempre sumisos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, firmes en la fe católica, guardemos la pobreza y la humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo que firmemente prometimos» (2 R 12,4).

Para apoyo y aliento de nuestro compromiso, le pedimos renueve sobre los trabajos del Capítulo la Bendición Apostólica. Devotísimo en Cristo,

Fr. John Vaughn, Ministro general OFM

Fr. Onorio Pontoglio, Vicario general OFM

Cimabue: La Virgen con el Niño, S. Francisco y Sto. Domingo

 


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