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DIRECTORIO FRANCISCANODocumentos Pontificios |
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1. Estoy sinceramente contento por este encuentro mío con vosotros, queridísimos sicilianos, por un doble motivo: ante todo porque la vuestra es una peregrinación regional a la tumba de san Francisco de Asís, patrono de Italia, y además porque vuestra presencia me recuerda las imborrables jornadas de mi visita pastoral al Valle del Bélice y a Palermo en noviembre de 1982. Manifiesto mi aprecio a Mons. Salvatore Cassisa, arzobispo de Monreale, y al señor Presidente de la Región, a quienes agradezco sus amables palabras; mi saludo se dirige a los obispos de Sicilia, al Alcalde de Palermo y a los alcaldes de los otros ayuntamientos sicilianos, y a todos los presentes, en especial al Movimiento franciscano. Este año Sicilia tiene el honor de ofrecer, en nombre de todos los municipios italianos, el aceite para la lámpara que arde delante de la tumba de san Francisco. El gesto que estáis encargados de hacer, en nombre de todos los italianos, tiene un rico significado espiritual y social: aquella lámpara ininterrumpidamente encendida manifiesta no sólo la veneración y la devoción del pueblo italiano por su patrono celestial, sino también y sobre todo el valor siempre actual, luminoso y ardiente de su vida y de su enseñanza, que apareció a los contemporáneos como una imitación auténtica de nuestro Señor Jesucristo. Desde su juventud, Francisco buscó dar un sentido exaltante a su vida y comprendió, no sin inspiración divina, que no debía dejar al Señor por el siervo, a Dios tan rico por el hombre tan pobre (cf. LM 1,3), esto es, que era mejor servir a Dios que a los poderosos de este mundo. Por eso, contemplando la absoluta degradación de Cristo en la cruz, pensó «desposar» a la dama Pobreza, que él llamaba «la más noble y bella señora» que sus amigos jamás hubieran podido hasta entonces ver. La «admirable vida» de Francisco fue un crescendo extraordinario de despojo físico y material, y, como recompensa, de enriquecimiento interior y sobrenatural. Su mensaje, que repetía a cada uno y a las multitudes, más con su vida que con las palabras, era aparentemente muy simple, pero implicaba todas las energías de quienes le escuchaban: «¡Paz y Bien!». Este mensaje franciscano también se insinúa y penetra en las inteligencias y en los corazones del hombre actual con la fuerza de su origen evangélico. No se pueden leer sin emoción los detalles del piadoso tránsito de Francisco, tal como nos los refiere san Buenaventura: «Postrado en tierra y despojado de su vestido de saco, elevó... su rostro al cielo... mientras con la mano izquierda cubría la herida del costado derecho a fin de que no fuera vista. Y, vuelto a sus hermanos, les dijo: "Yo he hecho mi parte; que Cristo os enseñe la vuestra"» (LM 14,3). También a nosotros nos dirige esta admonición Francisco de Asís. 2. Este encuentro nuestro me trae a la memoria la visita realizada al Bélice y a Palermo, en que me pude encontrar y pude hablar con tantas clases de personas sobre los grandes y graves problemas de vuestra isla, problemas que aún permanecen y que podrán resolverse con una renovación profunda de las conciencias y con el compromiso comunitario que haga frente a ciertas malas tradiciones, y a la vil violencia sin rostro, que sólo sabe sembrar muerte, sangre y luto. Mi pensamiento lleno de afecto a vosotros aquí presentes, a vuestros seres queridos, a todos los sicilianos, especialmente a los jóvenes, para reforzar con nuevas razones mi llamada al valor y a la esperanza cristiana, para construir un futuro y una sociedad nuevos, en los cuales haya justicia, trabajo y tranquilidad para todos. Para esto hay que ser capaces de dar testimonio con la vida de aquellas certezas que provienen de la adhesión a Cristo y a su Iglesia. Y quisiera concluir este breve encuentro con las últimas palabras que dirigí precisamente a los jóvenes en la Plaza de Politeama, al final de mi viaje pastoral: «¡Gracias, adiós! ¡Alabado sea Jesucristo!». Con mi bendición apostólica. [L'Osservatore Romano, Ed. semanal en lengua española, del 12-1-86, y en Selecciones de Franciscanismo, vol. XV, núm. 43 (1986) 3-4] |
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