DIRECTORIO FRANCISCANODocumentos Pontificios |
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Al reverendo padre John Corriveau, Ministro general de la Orden franciscana de los Frailes Menores Capuchinos. 1. Me alegra dirigirle mi saludo cordial con ocasión del Congreso internacional sobre la dimensión laical de la vocación capuchina, que se está celebrando estos días en Roma. Extiendo mi saludo afectuoso a sus numerosos hermanos, que han venido de diversas partes del mundo para compartir las diferentes experiencias de vida fraterna y reflexionar en la llamada común a vivir en la Iglesia y en el mundo como frailes menores, siguiendo los ejemplos y la enseñanza de Francisco de Asís. Los capuchinos tienen una rica tradición de vida consagrada laical que, desde los comienzos, han marcado su existencia y su apostolado. Pienso en el gran número de hermanos laicos que también hoy resplandecen como ejemplos luminosos de santidad y magníficos modelos del peculiar estilo franciscano, caracterizado por el testimonio diario del Evangelio y la participación en la vida de la gente humilde y sencilla. A este propósito, deseo ante todo recordar a Félix de Cantalicio, que supo difundir por las calles de la ciudad eterna la levadura de la caridad evangélica, acercándose con el mismo espíritu de sencillez y de humildad tanto a la gente común y a los pobres como a los altos dignatarios civiles y eclesiásticos, que buscaban su compañía y recurrían gustosos a su sabio consejo. Y ¿qué decir de los milagros de gracia que realizaron en el pueblo de Dios Serafín de Montegranado, Ignacio de Láconi, Francisco María de Camporosso, Conrado de Parzham y tantos otros hermanos que, pidiendo limosna, sirviendo en la portería o dedicándose al cuidado de la iglesia o del convento, supieron manifestar el amor a Cristo que brotaba de la intimidad de sus largas horas pasadas en meditación y en oración? 2. En la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata he delineado las características fundamentales de la espiritualidad de la vida consagrada laical y su actualidad para nuestro tiempo (c. n. 60). En el mismo documento he recordado que dentro de la Iglesia están presentes los Institutos religiosos llamados mixtos, «que en el proyecto original del fundador se presentaban como fraternidades, en las que todos los miembros sacerdotes y no sacerdotes eran considerados iguales entre sí, con el pasar del tiempo han adquirido una fisonomía diversa» (n. 61). Es sabido que san Francisco de Asís, describiendo en su Testamento los comienzos de su experiencia espiritual y la de sus primeros compañeros, subraya precisamente el aspecto de la fraternidad: «Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me mostraba qué debía hacer, pero el mismo Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio» (Test 14). Por tanto, esta orden religiosa constituye una hermandad, compuesta por clérigos y laicos que comparten la misma vocación religiosa según el carisma franciscano y capuchino, que describe en sus rasgos esenciales su propia legislación aprobada por la Iglesia (cf. Constituciones, n. 4). Reverendo padre, espero que, con el impulso de su acertada animación, cada miembro de la Orden sea cada vez más consciente de la identidad religiosa particular que lo distingue. Así, con renovado entusiasmo, los frailes capuchinos podrán llevar el Evangelio también a los hombres de nuestro tiempo, testimoniando con su palabra y el ejemplo de su vida el espíritu de humildad y de comunión, que les ha permitido estar particularmente cercanos y ser solidarios con la gente humilde y sencilla, y que ha convertido a sus comunidades en un punto de referencia cordial y accesible para los pobres y para cuantos buscan sinceramente a Dios. Me uno con mucho gusto a la oración de alabanza y de acción de gracias que usted, reverendo padre, eleva durante estos días al Señor junto con sus hermanos por tantos dones de gracia, con los que él ha querido enriquecer a esa familia religiosa. Con estos sentimientos, mientras invoco la protección celestial de la inmaculada Madre del Señor, de san Francisco de Asís y de todos los santos de la Orden, le imparto de corazón a usted, a todos los participantes en el congreso y a sus fraternidades, esparcidas por todo el mundo, la bendición apostólica. Castelgandolfo, 18 de septiembre de 1996. [Selecciones de Franciscanismo, vol. XXVI, núm. 77 (1997) 163-164] |
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