DIRECTORIO FRANCISCANO
Documentos Pontificios

S. S. Pablo VI
FIDELIDAD Y RENOVACIÓN
Carta al P. Pascual Rywalski, Ministro general OFMCap,
con motivo del Capítulo general especial OFMCap de 1974
(20 de agosto de 1974)

 

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Hemos sabido que en breve va a dar comienzo el Capítulo General especial de esa Orden, cuya marcha tiene para Nos particular interés. Por ello, la caridad paterna que nos estimula nos ha impulsado a dirigir esta Carta a ti y a los miembros del mismo Capítulo, con la intención de ofreceros una ayuda a vosotros y a todos los religiosos capuchinos, tan queridos para Nos, en un asunto de tanta transcendencia.

Esta clase de reuniones suele revestir la mayor importancia en la vida de todos los Institutos religiosos, importancia que ha acrecentado inmensamente el Concilio Vaticano II, al encomendarles la responsabilidad de dirigir la renovación de los mismos Institutos. La Iglesia ha puesto, por tanto, una gran confianza en estas asambleas; y esto han de tenerlo muy presente los que toman parte en ellas.

El mencionado Concilio Vaticano II no ha modificado en absoluto lo que es primordial en la vida religiosa, antes bien lo ha clarificado mejor, dando una gran importancia al contenido interior y espiritual. Se equivocarían pues quienes, desviando la renovación y la adaptación a las condiciones y necesidades de nuestro tiempo de su punto principal, que es el sobrenatural, las encauzaran solamente en un sentido natural y secular, inutilizando con ello lo que se propuso el Concilio en este particular.

Ante todo es preciso que vuestra vida capuchina, que tan admirablemente se ajusta al seguimiento fiel del Evangelio de Cristo, sea auténtica. Esto es justamente lo que espera de vosotros la Iglesia y también el mundo. Una forma de vida que -¡lo que nunca suceda!- estuviera desvinculada de la inspiración original de vuestra Orden y en la cual perdiera valor «el patrimonio de las sanas tradiciones» (cf. Perfectae caritatis 2), sería infecunda y debería ser comparada a aquella sal de la que dice el Salvador: «Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?» (Lc 14,34). Ha de tenerse en cuenta, además, que la adaptación a nuestro tiempo debe tomar como punto de partida, debe ser guiada y dirigida por esa renovación, que el Concilio quiere que sea ante todo espiritual.

De la misma manera que la interpretación auténtica del carisma de la vida religiosa compete en general a la autoridad de la Iglesia, así también es competencia de la misma autoridad de la Iglesia la interpretación del carisma peculiar, propio de una Orden. El mismo san Francisco percibió la verdad de este principio cuando procuró obtener de la Sede apostólica la aprobación de su Regla. Así pues, la interpretación auténtica de la Regla franciscana está reservada a la misma Sede apostólica, concediendo sin embargo a los Capítulos generales la facultad de adaptarla a las nuevas necesidades de estos tiempos; mas para que estas adaptaciones obtengan fuerza de ley, han de ser presentadas previamente a la aprobación de la santa Sede.

Además, el espíritu contemplativo, que resplandece en la vida de san Francisco y de sus primeros discípulos, es un bien inestimable que sus hijos deben promover hoy nuevamente y hacer realidad en la vida. Así pues, la verdadera renovación de vuestra benemeritísima Orden debe brotar de su fuente viva y vital, a saber, de la oración, que se expresa en formas diversas. Esto es de todo punto necesario para recobrar la condición contemplativa de vuestra vida y, al propio tiempo, comunicar mayor dinamismo y más amplia eficacia a vuestro apostolado. Nos complace también recordar lo que ya dijimos en la Exhortación apostólica Evangélica testificatio: «No olvidéis el testimonio de la historia: la fidelidad a la oración o el abandono de la misma son el paradigma de la vitalidad o de la decadencia de la vida religiosa» (n. 42).

La pobreza evangélica es la herencia espiritual más preclara legada por san Francisco a sus seguidores, y es del todo peculiar y propia del hermano capuchino. Ha de tenerse en cuenta en este asunto que, por el rescripto de la sagrada Congregación de Religiosos e Institutos Seculares del 4 de marzo de 1970, no se cercena en nada la pobreza ni se la debilita funestamente, de modo que poco a poco decaiga y languidezca la disciplina religiosa, ni queda disminuido el vigor de la Regla, sino únicamente se responde a la necesidad de adaptar el género de vida a las exigencias de nuestro tiempo. La pobreza no es un compromiso sociológico que impulse a los hermanos a dedicarse a trabajos manuales o lucrativos, sino un compromiso evangélico que ellos han asumido y que lleva consigo no sólo cierta inestabilidad e inseguridad económica -para manifestar la total confianza puesta en la providencia de Dios-, sino también una verdadera y sincera separación de los bienes terrenos.

San Francisco enseñó que debía prestarse obediencia al Sumo Pontífice, a la Sede apostólica, a la sagrada Jerarquía. Los principios de esta obediencia evangélica, que hemos expuesto en la mencionada Exhortación apostólica, aparecen magníficamente transmitidos en las enseñanzas de vuestro mismo Padre Legislador y conservados fielmente en la vida práctica a través del correr de los siglos. Es cierto que la autoridad se entiende como un servicio que se presta a los hermanos; con todo, los que están al frente de los demás deben asumir siempre el oficio de regir y guiar, y no deben contentarse con el papel de quien transmite lo que piensa o dice la mayoría de los miembros de la comunidad. Sólo de esta manera, es decir, siguiendo la obediencia evangélica descrita en el decreto Perfectae caritatis (n. 14) y nuevamente inculcada en la exhortación Evangélica testificatio (nn. 23-29), puede recorrerse con más rapidez el camino que lleva al desarrollo religioso de la persona humana, y redunda mayormente en honor y alabanza vuestra.

Por otra parte, al irrumpir de todos lados el excesivo afán de consumo que prevalece ordinariamente en la sociedad de nuestro tiempo, existe el peligro de que se anulen o destruyan los métodos de una vida más austera o prácticas de penitencia, que revisten gran importancia en la existencia franciscana. Teniendo esto presente, es necesario que se considere también la austeridad del vestido propio de los Hermanos capuchinos; es posible que, movidos de impulsos contrarios, haya quienes busquen otras maneras de dar testimonio. En efecto, es misión del religioso capuchino «dar ejemplo de una austeridad gozosa y equilibrada, abrazando las dificultades inherentes al trabajo y a las relaciones sociales, y soportando pacientemente las pruebas de la vida con su angustiosa incertidumbre» (Evangélica Testificatio, 30).

Los Hermanos capuchinos, como en otro tiempo, están persuadidos también hoy de que, en cualquier circunstancia, deben ser hijos incondicionales de la Iglesia, siempre dispuestos a captar y realizar lo que reclaman los tiempos, prontos para salir al paso de las necesidades sobre todo de los pobres, los atribulados, los pecadores. No son pocos, sin embargo, los problemas que surgen sobre la manera de poner en práctica esta prontitud de ánimo. Así pues, será necesario evitar el peligro que lleva consigo el afán excesivo de actividad, y al propio tiempo será necesario vivificar las formas externas de apostolado con nuevo ardor interno, del que siempre habéis dado ejemplo. Para lograr esto hay que dar mucha importancia al espíritu comunitario de las familias religiosas, en las que cada miembro ha de encontrar esa afabilidad cordial, esas relaciones de amistad, esa colaboración fraterna en el mismo apostolado, que contribuyen a la ayuda y protección recíproca, como también a una mayor eficacia en el ministerio con el cual se sirve a Cristo.

Hoy se discute mucho sobre la pluriformidad de la vida religiosa. Es claro ciertamente que una Orden tan numerosa como la vuestra, la cual se halla difundida y realiza sus actividades en todos los continentes, no puede mantener en todo la uniformidad. Pero hay que recordar también que dicha pluriformidad no se ha de entender de forma que tenga valor sólo en un sentido, ni de forma que se destruya la unidad de la Orden. No cabe duda de que la pluriformidad más fecunda y mayormente aceptada -como lo demuestra óptima y claramente la historia de los capuchinos- es aquella que tiene como base la fidelidad a la Regla franciscana y a las intenciones de vuestro Padre Legislador. En efecto, la verdadera pluriformidad -no la que anda en busca de experiencias inciertas y dudosas- se apoya en la comunión fraterna y en la obediencia jurídica a los superiores, por lo cual se debe dar cierta libertad de acción a aquellos que trabajan en la renovación y se ha de procurar que no se apague el espíritu.

La forma de vida franciscana, que floreció en los orígenes, y, en particular, las primeras comunidades capuchinas se distinguieron por un espíritu de verdadera fraternidad y de verdadera familia, por el cual se consigue realmente la perfecta unidad de corazones y la comunión de las personas. Los jóvenes de hoy se sienten atraídos de modo especial por la caridad fraterna y no toleran nada que venga a atenuarla, minarla o violarla. Ahora bien, este sentido fraterno de la vida en común no es de tal naturaleza que dependa de que la comunidad sea pequeña o grande, o de la amplitud de la casa religiosa. Y no se debe descender al nivel estéril de un grupo de camaradas que viven juntos o de un cuartel, ni hacer que, todo se reduzca al afán desintegrador e intempestivo de formar pequeños grupos, sino que es necesario y urgente que las fraternidades capuchinas se constituyan y florezcan en la disciplina y en la caridad; unidas al sacrificio de cada uno de los Hermanos.

Por último, ya que es tan importante la formación de los jóvenes -de este elemento capital, en efecto, suele depender en gran parte la prosperidad o decadencia de los Institutos religiosos- es necesario poner más de relieve y exponer más claramente la peculiar tradición de los capuchinos, por la que vuestra Orden se distingue de las otras familias franciscanas. Por lo tanto, deberá precisarse y explicarse más claramente el carisma franciscano y lo característico de la vida capuchina, derivado de la sana tradición de la Orden.

Esto es lo que ocupa nuestra mente al pensar en el Capítulo general que vais a celebrar. Aprovechamos muy gustosamente esta ocasión para manifestaros una vez más a todos vosotros nuestra especial benevolencia y estima. En efecto, obedeciendo a la voz de Cristo, os habéis lanzado por el «camino estrecho» y habéis hecho de él vuestra peculiar herencia. Os felicitamos por haber elegido este camino, ya que ningún otro os «lleva a la vida» con mayor seguridad (cf. Mt 7,14). ¡No decaigáis de ánimo! El mismo Jesús, pobre y humilde, que os ha llamado a su seguimiento, os dará siempre auxilio y fortaleza para que crezcáis gozosamente en el amor de Dios Padre y de los hombres vuestros hermanos.

Por nuestra parte, elevamos nuestra oración apremiante a Dios, que es la fuente inagotable de todo bien y de quien procede el don de la vida religiosa, y a quien ésta debe conducir, para que os asista propicio en vuestra labor y haga que vuestras deliberaciones redunden en verdadero beneficio de vuestra Orden y de la Iglesia. Sirva para confirmar estos deseos la Bendición apostólica que, con amor sincero, te damos a ti, amado hijo, a los miembros del Capítulo y a toda la familia de los Hermanos Menores Capuchinos.

Pascual Rywalski, Ministro General OFMCap
ANTES Y AHORA: FIDELIDAD Y RENOVACIÓN
Reflexiones en torno a un mensaje del Papa

Hermano, permíteme escribirte este mensaje recordando el 450 aniversario de la Reforma Capuchina.

Mi intención no es precisamente la de evocar nuestro pasado, pasado de debilidades, de heroísmo, de santidad... ¿Para qué la celebración de semejantes efemérides si no nos aprovechamos de ellas para conocer mejor nuestra historia y mostrarnos más dignos de ella?

Mi intención es más bien la de reflexionar contigo sobre el presente, para animarnos a proseguir nuestro camino con renovada fidelidad. Con este propósito quiero comentarte la carta que el papa Pablo VI escribió al Ministro general y al Capítulo general el día 20 de agosto de 1974. El Sumo Pontífice nos la escribió para subrayar que los capítulos generales han recibido del Concilio Vaticano II la responsabilidad y «el mandato» de dirigir la renovación de la Orden. Algunos religiosos se inquietaron con motivo de las nuevas Constituciones generales. El Papa responde: «La Iglesia ha puesto una gran confianza en estas asambleas...», invitando así a confiar en sus trabajos.

Hermano, te ruego que tomes en tus manos esta carta del Papa (véase más arriba y en Sel Fran n. 8, 1974, 120-123). No basta leerla; hay que releerla, meditarla, «suplicarla» y «orarla». Cuando se trata de asuntos tan decisivos de nuestra vocación, ¿quién puede permitirse hacer las cosas superficialmente? Así pues, estudiemos juntos unos temas de la carta.

Retorno a la contemplación

Nuestra Orden es una Orden apostólica; no hay la menor duda. Y tal fue la voluntad de Francisco, corroborada por la Iglesia, única intérprete del carisma religioso y, por tanto, del carisma franciscano. Sin embargo, el apostolado franciscano está caracterizado por una fuerte tendencia contemplativa. Francisco, evangelizador infatigable, dedicaba un mínimum de cuatro meses por año exclusivamente a la contemplación. Sin duda tú conoces la Regla que él escribió para los hermanos que vivían en los eremitorios. Su trabajo apostólico era en realidad verdadera oración. Los primeros capuchinos, por su parte, especialmente a partir de las Constituciones de 1536, supieron encontrar el justo equilibrio entre apostolado y contemplación. Para ellos, evangelizar quería decir iniciar al Pueblo de Dios en la oración afectiva, comunicándole sus propias experiencias. Dedicaban dos horas diarias a la meditación. Para ellos, hacer el noviciado significaba convertirse en especialistas de la oración. Sus escritos tratan de la oración; su dirección espiritual y su predicación enseñaban a los seglares a hacer oración. ¿Quieres conocer el secreto de su extraordinaria influencia? Ahí lo tienes; no lo busques en otra parte.

Sobre este punto conoces sin duda muy bellas cosas por tus estudios personales. La invitación del Papa a retornar a la contemplación no debilita en nada la verdad intangible de que nosotros somos una Orden activa. Por el contrario, le da valor y garantiza la influencia sobrenatural de su acción.

Pero, ¿qué nos escribe el Papa? Escucha bien, hermano, abre el oído y tu corazón: «El espíritu contemplativo, que resplandece en la vida de san Francisco y de sus primeros discípulos, es un bien inestimable que sus hijos deben promover hoy nuevamente y hacer realidad en la vida». Después, volviendo sobre el mismo tema y condensando su pensamiento expresado en un texto anterior, el Papa prosigue: «Así pues, la verdadera renovación de vuestra benemeritísima Orden debe brotar de su fuente viva y vital: la oración, que se expresa en formas diversas. Esto es de todo punto necesario para recobrar la condición contemplativa de vuestra vida y, al propio tiempo, comunicar mayor dinamismo y más amplia eficacia a vuestro apostolado».

¡Recobrar la dimensión contemplativa de nuestra vida! ¿Es que la habremos perdido?... - ¡La fuente viva y vital de la Orden: la oración bajo sus diversas formas!... ¿Cuáles son todas estas formas de tu oración? Haz el recuento de ellas. Pésalas. ¿Son de peso? ¿Son vacías de contenido?

¿Has reparado en que Pablo VI afirma que la contemplación debe derivarse de la oración en todas sus formas? Esto plantea una nueva cuestión ya que las vocaciones contemplativas son todavía muy raras en la Orden. (Por «vocación contemplativa» entiendo aquí la de los hermanos que aceptan ser miembros de una fraternidad de contemplación al menos durante dos o tres años, de suerte que los demás hermanos puedan recogerse en tales fraternidades durante una semana, un mes, más de un mes, y que la idea madre de la contemplación sea vivida de una manera atractiva en la Provincia o dentro de un área lingüística). Y he aquí inmediatamente la cuestión: Si las «vocaciones contemplativas» son raras, escasean, ¿será porque «la oración en todas sus formas», de la que debe derivarse la contemplación, es mediocre e insuficiente en la Orden?

Querido hermano, dame la mano y juntos, en compañía de los miles de hermanos esparcidos por el mundo, con los millones de hombres que sinceramente buscan a Dios, demos a nuestra oración el peso que Dios espera.

Dirijo mi saludo afectuoso, un vivo reconocimiento y estímulo, y doy gracias muy de corazón a los hermanos y a las fraternidades que llevan una vida contemplativa seria. La Orden cuenta con alrededor de una docena de tales fraternidades. El Instituto Franciscano de Espiritualidad, de Roma, ha publicado una tesis universitaria cuyo tema es: las fraternidades de contemplación que existen en Europa. ¡Ojalá progresen y susciten imitadores y seguidores!

De ti, hermano, lo mismo que de tu ministro y servidor, que no formamos parte de esas fraternidades, deseo que sostengas, con tu oración y tus palabras, este retorno a la contemplación que el Vicario de Cristo nos exige. Además, hagamos que cada día incluso nuestra misma actividad sea una verdadera oración; en fin, que nuestra oración sea oración...

Pobreza, trabajo lucrativo, austeridad

¿Quizás tengas la curiosidad de saber el método que el papa Pablo VI ha seguido en la elaboración de su carta? Su intención no era la de agotar un tema, ni tampoco la de expresar muchas ideas sobre un tema escogido -unos quince renglones sobre la pobreza-. Más bien enuncia con vigor una idea fundamental, por ejemplo, en lo referente a la pobreza: «La pobreza evangélica es la herencia espiritual más preclara legada por san Francisco a sus seguidores, y es del todo peculiar y propia del hermano capuchino».

Acto seguido, el método de Pablo VI consiste en recordar un texto pontificio en el que se ha tratado el tema. Frecuentemente es la Evangélica testificatio. Refiriéndose a la pobreza en concreto menciona también el Rescripto del 4 de marzo de 1970.

Finalmente, llama la atención sobre algunos errores propios de nuestro tiempo. Todo ello de modo condensado, con benevolencia paterna, elogioso a la vez tanto para el pasado como para el presente.

A propósito de la pobreza, ¿qué error actual nos presenta la carta del Papa? Helo aquí: el trabajo manual o asalariado puede ser vivido como una forma de pobreza por el hecho de que el hermano así comprometido gana su vida dependiendo de su empleo, con los riesgos de la recesión, de la actual situación económica, de la lucha de clases...

La inestabilidad o inseguridad económica, por el hecho de que ayudan a manifestar mejor una total confianza en la Providencia, puede también ser vivida como una situación de pobreza. Sin embargo, es necesario hacer notar que el trabajo asalariado y lucrativo y la inseguridad económica son realidades sociológicas. Ahora bien, la pobreza es «un compromiso evangélico». La sociología y el Evangelio se sitúan en niveles diferentes, aunque complementarios, pues el Evangelio necesita de situaciones humanas para encarnarse en ellas, proyectando sobre las mismas una claridad que garantiza y realza su grandeza. Pero la verdad es que «la pobreza es un compromiso evangélico que hay que asumir interiormente»: exige una disposición de espíritu y de corazón. «Dichosos los pobres de espíritu» (Mt 5,3). En el centro del Evangelio vive y obra Cristo pobre, con una pobreza externa, pero, por encima de todo, pobre interiormente, en ese despojo radical que exalta el apóstol san Pablo en la carta a los Filipenses (cap. 2). Por otra parte, la interioridad de la pobreza se percibe en la dulce Madre de Dios, que Francisco ve al lado de Jesús pobre. En este sentido, estamos nosotros muy lejos de las condiciones sociológicas de quien se gana la vida con un trabajo manual y lucrativo en la inseguridad económica de hoy.

Vaciar peligrosamente la pobreza de su contenido, llevaría consigo el que «poco a poco decaiga y languidezca la disciplina religiosa, y disminuya el vigor de la Regla». Frecuentemente compruebo cómo la vocación de un hermano se ha echado a perder por infidelidad a Dama Pobreza, por no haber hecho caso a este aviso del Papa, aun cuando tal hermano no abandone la Orden.

Por otra parte, afirmar que la pobreza es interna no es suficiente, pues «exige un desapego real y sincero de los bienes de este mundo». Este desapego indispensable mira también a la austeridad o «a las prácticas de penitencia, que revisten gran importancia en la existencia franciscana».

¡Prácticas de penitencia...! Estas palabras se escuchan o se leen muy raramente. Otras palabras han tomado su lugar: abrirse, realizarse, hacer experiencias enriquecedoras... y otros eslóganes. Evidentemente, todo esto no son palabras enteramente falsas. Por eso mismo, deseo gozosamente proponer hoy a tu meditación algunos textos inspirados.

Encontrarás el primero en la carta a los Romanos: «Cristo no buscó su propio agrado...» (15,3). El segundo puedes verlo en la carta a los Hebreos: «Jesús, en vez del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz, sin hacer caso de la ignominia...» (12,2). Sitúa estas palabras, que tan sucintamente te cito, en el conjunto del misterio pascual, misterio de cruz, de muerte y de resurrección. Decidamos hacer de ellas uno de los fundamentos de nuestra vida franciscana.

Pablo VI nos invita a hacer diversas aplicaciones de este deber de austeridad. Una es de carácter general: «Es misión del religioso capuchino dar ejemplo de una austeridad gozosa y equilibrada». Otra es más concreta: «Es necesario que se considere también la austeridad del vestido propio de los capuchinos». Acepta filialmente este deseo del Papa, querido hermano, y ponlo en práctica lo mejor que puedas. Luego, es necesario «abrazar las dificultades inherentes al trabajo»; a este respecto admiro a una gran cantidad de hermanos comprometidos en las múltiples formas de apostolado. Es necesario, además, «abrazar las dificultades inherentes a las relaciones sociales», y aquí hay que citar las palabras de san Bernardo: «La vida común es la más grande mortificación». Por último, «soportar pacientemente las pruebas de la vida con su angustiante inseguridad»; el Papa nos pide que aceptemos esta penitencia que nosotros no hemos escogido y que es nuestra cruz diaria.

Sabes muy bien, hermano, que el Papa no pretende agotar la materia que aborda con tanto realismo en su carta. Otras muchas formas de penitencia están igualmente a nuestro alcance, por ejemplo, en el uso del tabaco, de la TV, del licor...; los esparcimientos actuales eran cosas más bien desconocidas por nuestros predecesores de los años anteriores y posteriores a 1550. Ellos nos incitan a nosotros a «dar ejemplo de una austeridad gozosa y equilibrada».

Hermano, seamos generosos. El testimonio de la pobreza arrastra al pueblo.

La vida fraterna

Este apartado, breve, pero denso en sustancia como los anteriores, y con un elogio papal a nuestra dedicación apostólica y a nuestra apertura pastoral: «Los hermanos capuchinos (advierte que la carta del Papa nos llama siempre con el precioso nombre de "hermanos capuchinos"), hoy como en otros tiempos, están persuadidos de que, en cualquier circunstancia, deben ser hijos incondicionales de la Iglesia, siempre dispuestos a captar y realizar lo que reclaman los tiempos, prontos para salir al paso de las necesidades sobre todo de los más pobres, los atribulados, los pecadores».

Un hecho aparentemente inadvertido: estábamos realizando un Capítulo de vida fraterna, y he aquí una alabanza al rumbo de la evangelización y humanización realizadas por la Orden tanto hoy como en otros tiempos. La verdad es que cuanto más absorbentes son las actividades a que se dedican los hermanos, más necesidad sienten del apoyo de su fraternidad. En efecto, «cada hermano ha de encontrar esa afabilidad cordial, esas relaciones de amistad, esa colaboración fraterna en el mismo apostolado, que contribuyen a la ayuda y protección recíproca, como también a una mayor eficacia en el ministerio con el que se sirve a Cristo».

Por otra parte, las expectativas de los jóvenes de hoy y la irradiación de las fraternidades capuchinas de otros tiempos nos están exigiendo que prestemos mayor atención a un mejorar incesantemente la atmósfera cordial de nuestras fraternidades: «La forma de vida franciscana que floreció en los orígenes y, en particular, las primeras comunidades capuchinas se distinguieron por un espíritu de verdadera fraternidad y de verdadera familia, por el cual se consigue realmente la perfecta unidad de corazones y la comunión de las personas. Los jóvenes de hoy se sienten atraídos de modo especial por la caridad fraterna y no toleran nada que venga a atenuarla, minarla o violarla».

¿Qué escollos hay que evitar en nuestros días?

No hay que creer que la calidad de nuestras relaciones depende de la dimensión de nuestros edificios, ni del número de hermanos que integran una comunidad, grande o pequeña. Hemos de cuidar que el espíritu fraterno no degenere en «una forma estéril de camaradería de cuartel», ni en una mentalidad de pequeños clanes. Finalmente, es bueno que uno se deje guiar por una justa pluriformidad, es decir, por aquella pluriformidad «que tiene como base la fidelidad a la Regla franciscana y a las intenciones de san Francisco», por aquella pluriformidad que tolera de modo activo y valoriza lo que te diferencia de tus hermanos, por aquella pluriformidad que «se apoya en la comunión fraterna y en la sumisión jurídica a los superiores».

En estas condiciones, «se debe dar cierta libertad de acción a aquellos que trabajan en la renovación y se ha de procurar que no se apague el espíritu».

En conclusión, y aquí te ruego, hermano, que sopeses cada una de las palabras de Pablo VI: «Es necesario y urgente que las fraternidades capuchinas se constituyan y florezcan en la disciplina y en la caridad, unidas al sacrificio de cada uno de los hermanos».

La formación de los jóvenes

Sobre esta materia, una de las más importantes, basten unas líneas. El tema de la formación está ya en marcha en toda la Orden y culminará en el próximo Consejo Plenario. Todos los hermanos tienen grandes esperanzas en este Consejo que dará para la Orden una respuesta a la invitación del Papa: «Deberá precisarse y explicarse más claramente el carisma franciscano y lo característico de la vida capuchina».

Conclusión

Hemos llegado al final de nuestra reflexión. Busca este precioso mensaje en el que se percibe la estima, aprecio y amor del Papa a nuestra Orden. ¿Cómo testimoniar mejor nuestra gratitud que poniendo en práctica lo que el Papa desea de nosotros?

[Selecciones de Franciscanismo, nn. 28 y 25-26 (1974 y 1980) 120-123 y 14-19]

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