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EL CRUCIFIJO DE SAN
DAMIÁN |
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INTRODUCCIÓN Todos los biógrafos de san Francisco de Asís relatan que el joven Francisco entró un día en la capilla de San Damián, en la campiña de Asís, se puso a orar con fervor ante el Crucifijo, y éste le dijo: «Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala» (TC 13c; cf. 2 Cel 10a; LM 2,1a; Lm 1,5). ¿Qué importancia debe atribuirse a este acontecimiento? Cuando Francisco dicta poco antes de morir su Testamento, empieza recordando los inicios de su conversión, pero nada dice de la intervención de Dios en la iglesita de San Damián; en cambio, recuerda que el Señor mismo le condujo en medio de los leprosos (Test 2). Hubiera podido añadir: «El Señor me ordenó restaurar la capilla de San Damián», pero no lo añadió. Aparentemente, el acontecimiento sería poco importante para Francisco. En cambio, los primeros biógrafos atribuyen mucha importancia al encuentro de Francisco con el Cristo de San Damián, y no vacilan en afirmar que desde aquel día Francisco llevó ya en su corazón las llagas que llevaría impresas en su cuerpo al final de su vida. Todos los biógrafos posteriores recuerdan y repiten esta afirmación, sin ponerla en tela de juicio. Recientemente, varios investigadores1 han aportado algunos matices a las afirmaciones de Celano y Buenaventura. Esto no ha impedido que los biógrafos sigan repitiendo lo mismo que a lo largo de siglos escribieron sus predecesores sobre este punto, como si fuera algo evidente. El objetivo del presente estudio consiste precisamente en mostrar que en un momento dado se falseó la verdad histórica y que, aceptando este error, los biógrafos, desde Celano hasta nuestros días, han perdido de vista algunos elementos esenciales para comprender la vida y la espiritualidad de Francisco de Asís. Para que este trabajo sea positivo, hay que investigar el significado profundo del acontecimiento de San Damián y, consiguientemente, el significado del Crucifijo que, según el P. Esser, tuvo una influencia decisiva en la vida de Francisco.2 Será, pues, necesario analizar las fuentes con meticulosidad y examinar el Crucifijo de San Damián desde el punto de vista arqueológico y teológico. I. ASPECTO ARQUEOLÓGICO
Según Fortini, esta iglesia debió pertenecer a un grupo de burgueses de Asís: en efecto, un documento de 1103 indica la intervención financiera de varias familias con el fin de proporcionar a la iglesia de San Damián libros, ornamentos, campanas (y quizá el icono de la crucifixión). Es dudoso, sin embargo, que la iglesia fuera propiedad de burgueses de la ciudad. Fortini se basa en que la iglesita no aparece mencionada en una bula de Inocencio III, del año 1198, que ofrece una lista de las iglesias del territorio de Asís; pero esta bula no enumera todas las iglesias: algunas están sometidas a la jurisdicción del obispo, otras dependen de monasterios, varias son mencionadas con la expresión «y las otras capillas». La iglesita de San Damián puede muy bien ser una de esas «otras capillas». Por lo demás, sabido es que cuando Francisco y sus hermanos quisieron establecerse en la Porciúncula, dirigieron su petición al abad del monasterio de San Benito del Monte Subasio, del que dependía la iglesia (cf. LP 56; EP 55); en cambio, la petición para que Clara y sus hermanas pudieran establecerse en San Damián fue dirigida al obispo de la ciudad. En la época de la conversión de Francisco, la capilla de San Damián estaba bastante deteriorada. Pero, ¿amenazaba «ruina inminente», como pretende Celano (1 Cel 8c)? L. Bracaloni,4 al que sigue A. Masseron, piensa que Celano exagera. La iglesia era vieja; probablemente estaba poco o mal cuidada; ante el Crucifijo no ardía ninguna lámpara; necesitaba, sin duda, reparación y una buena limpieza; pero no era una iglesia en ruinas ni abandonada: la atendía un sacerdote que vivía en la casita existente junto a ella, pero era un sacerdote pobre y, ciertamente, negligente. Bracaloni advierte con toda razón que el Crucifijo se hallaba en buen estado de conservación, puesto que Francisco pudo contemplarlo y encontrar en él gracias extraordinarias. ¿Se coloca un crucifijo nuevo en una iglesia en ruinas? Examinemos atentamente, a la luz de los estudios iconográficos,5 este Crucifijo que los biógrafos caracterizan generalmente como «bizantino». 1. Origen y evolución del crucifijo en el arte Los estudios iconográficos sobre el origen y la evolución del crucifijo en el arte, así como la relación de los principales crucifijos anteriores al tiempo de san Francisco, patentizan con toda claridad que el Crucifijo de San Damián es de tipo sirio, influenciado por el arte bizantino, a la vez que una obra netamente umbra, como lo demuestra su fina ejecución. Para comprender bien esta triple característica del Crucifijo de San Damián, hemos de remontarnos brevemente a los orígenes del arte cristiano. El cristianismo, nacido en Jerusalén, se propagó pronto a Siria, cuya capital, Antioquía, se convirtió en centro de irradiación del cristianismo hacia Capadocia, el Asia Menor, Grecia y Roma, Mesopotamia y la India. En Antioquía fue donde, por primera vez, se designó con el nombre de «cristianos» a los seguidores de Jesús (Hch 11,26). Sin embargo, la cruz, instrumento de suplicio, no se convirtió en tema artístico hasta el siglo IV, salvo en algunas estelas y pequeños objetos. En Jerusalén, sobre los mismos lugares donde murió Jesús, entre la basílica del Martyrium (calvario) y la amplia rotonda de la tumba de Cristo, se elevaba una gran cruz recubierta con oro y piedras preciosas: era una cruz triunfal en la que no estaba representada la figura de Cristo, pero que simbolizaba su victoria en la cruz. A partir del siglo V aparece en Palestina un nuevo arte cristiano: se construyen basílicas en los lugares donde Jesús había vivido, predicado y hecho milagros; con vistas a los peregrinos, cada vez más numerosos, se reproducen escenas evangélicas sobre los muros de las iglesias, los vasos sagrados y los libros litúrgicos, así como sobre diversos objetos pequeños, que los peregrinos se llevaban como recuerdo. Gracias a los comerciantes, militares y funcionarios imperiales, estas reproducciones se propagaron gradualmente por todo el mundo cristiano y recibieron la influencia de las diferentes culturas. Por ejemplo, y sin entrar en detalles, desde el siglo VI se pintó, esculpió o grabó la escena de la crucifixión siguiendo dos tipos diferentes, uno sirio y otro bizantino o helenístico. El primero se caracteriza por una doble preocupación: el realismo y la mística; el segundo es mucho más clásico y sobrio. Estas características aparecen también en la representación de los episodios de la vida de Jesús. Un ejemplo concreto, el lavatorio de los pies del Jueves Santo, nos ayudará a comprender mejor los rasgos propios y distintivos de cada uno de estos tipos. En el tipo helenista o bizantino se ve a Jesús de pie, con la cabeza humildemente inclinada hacia Pedro; sostiene una toalla con ambas manos; Pedro está sentado en un asiento elevado, una especie de trono, en el que aparece confuso, con las manos separadas, y adelantando un pie que sale delicadamente de entre los pliegues de su túnica; en el suelo hay un minúsculo lebrillo, alejado del pie de Pedro y de la toalla de Jesús. La escena evangélica, por tanto, está bien representada: aparecen Jesús, Pedro, el lebrillo, la toalla, la humildad de Jesús que se hace siervo y la confusión de Pedro; pero el estilo es intencionadamente sobrio y frío. En cambio, el arte sirio representa la misma escena inspirándose más en la vida concreta: el lebrillo es mucho más grande, es un auténtico lebrillo; Pedro mete el pie en el agua y arremanga su túnica hasta las rodillas, como se hace en tales circunstancias; se inclina hacia adelante para ver mejor el gesto de Jesús y, a fin de mantener el equilibro, apoya los brazos sobre las rodillas; Jesús no está de pie, sino profundamente inclinado y agarrando con sus manos el pie de Pedro; la humildad de Jesús y la sumisión de Pedro están reflejadas con tanta fuerza como en la representación del lavatorio de tipo griego, pero de manera distinta. Si el tipo bizantino es frío y distante, el sirio es vivo e incluso apasionado. 2. El crucifijo sirio Idénticas características encontramos en la representación de la crucifixión. En la de tipo helenístico, Cristo es muy joven, imberbe y, muchas veces, con los cabellos cortos; su cuerpo aparece casi desnudo, apenas cubierto con un estrecho ceñidor. Es la reproducción del héroe de la antigüedad, joven y desnudo, al igual que en los vasos griegos: un Cristo desnudo, débil y humilde, pero vencedor. María, su madre, viste la túnica de las damas griegas, tiene la cabeza descubierta, peinada como una dama griega y adornada a veces con joyas. También están presentes los demás personajes: Juan, las mujeres, los soldados que juegan a los dados. Pero los artistas bizantinos suprimirán muy pronto los soldados, limitándose a lo esencial con un estilo sobrio y distante: los personajes son estereotipados, pasivos; Cristo parece como aislado en medio de ellos. Sin embargo, el conjunto está lleno de majestad y expresa muy bien la victoria de Cristo en su combate. La crucifixión de tipo sirio es completamente distinta. Quiere mostrar la escena tal como sucedió, pero sin representar a Cristo aplastado por la tortura. Todos los detalles expresan la victoria de Cristo. Cristo es adulto, con barba y cabellos largos; está vestido con una larga túnica sin mangas, detalle claramente menos realista que la desnudez griega, pero que expresa mejor la majestad sacerdotal y el misterio de Dios redentor. El que está clavado en la cruz es un hombre, un adulto en plena madurez, y, a la vez, Dios, como lo indica la túnica que lo cubre y que manifiesta su dignidad. Al igual que la cruz dorada de Jerusalén en el siglo IV, el crucifijo sirio es ante todo símbolo de victoria y de glorificación, a pesar de que esto le haya costado la vida al Hijo de Dios. El Cristo sirio es hombre y Dios, humilde y grande, víctima y vencedor. A su derecha están María y Juan, juntos, inseparables por la voluntad del mismo Jesús antes de morir; al otro lado están las mujeres; a uno y otro lado de la cruz están los dos ladrones; a la derecha de Jesús está el soldado con la lanza, y a la izquierda, el soldado con la esponja de vinagre; por último, hay unos soldados jugando a los dados. Las actitudes y gestos de los personajes principales, distribuidos con rigurosa simetría, expresan bien el misterio que está aconteciendo ante sus ojos y del que participan manifestando su fe y su admiración. Observemos, por último, la inscripción de Pilato, colocada encima de la cabeza de Jesús (IHS NAZARE REX IVDEORU), tomada del evangelio de Juan y no de los sinópticos. Este detalle y el hecho de que María y Juan estén juntos en el mismo lado de la cruz, indican la influencia del cuarto evangelio en la representación siria de la crucifixión. Los dos tipos de representación de la crucifixión, el helenístico y el sirio, se difundieron en Oriente y Occidente, adaptándose a las culturas locales e influenciándose uno a otro. El sirio tomará del bizantino un mayor cuidado por la pureza del dibujo y con el tiempo colocará los personajes a la manera bizantina: María a la derecha de Jesús, Juan a la izquierda, supresión de los jugadores de dados. Por su parte, el tipo griego tomará del sirio la túnica o una semitúnica. Pero en los monasterios, donde se mantendrán durante siglos las antiguas tradiciones, el tipo sirio conservará con frecuencia sus características propias. 3. El crucifijo umbro Los crucifijos sirios y bizantinos llegaron muy pronto a Occidente, gracias a los viajeros: mercaderes, funcionarios orientales establecidos en Roma, peregrinos; pero serán sobre todo los monjes quienes aporten sus riquezas espirituales y artísticas. A mediados del siglo VII, los monjes sirios, cuyos monasterios se contaban a centenares, sufrieron la presión y muchas veces la persecución de los árabes llegados a la conquista de las principales ciudades de Palestina y de Siria. Los monjes se refugiaron en otros lugares, primero en el Asia Menor y luego en Occidente, sobre todo en Roma, donde existía una importante colonia siria; avanzaron a lo largo del valle del Tíber, hasta Umbría, más concretamente hasta las regiones de Perusa y Espoleto, llevando consigo su teología, a veces sus herejías (monofisismo), sus libros iluminados y su arte. Un siglo más tarde, a consecuencia de las luchas iconoclastas de Oriente, Europa occidental se vio invadida por otra ola de monjes, griegos y sirios, que huían con sus preciosos iconos. Estas circunstancias históricas explican el que encontremos en Umbría un arte religioso bastante peculiar, cuya dominante es siria, con una ligera influencia bizantina y un evidente carácter umbro. Así, en Umbría y Toscana aparecieron muchos crucifijos sirio-umbros, que tienen entre sí numerosos puntos en común; hay ejemplares en Espoleto, Perusa, Asís, Pisa, Siena y Florencia. 4. El Crucifijo de San Damián Desconocemos la fecha exacta en que se pintó este icono, pero todos los iconógrafos afirman unánimes su origen umbro; sería obra de un artista de Espoleto, que lo pintó en el siglo XII. En efecto, el valle de Espoleto, que había acogido siglos antes a los monjes sirios, era también un lugar de paso muy frecuentado por los mercaderes que se dirigían desde el norte hacia el sur y viceversa, por los peregrinos que acudían a Roma o al Monte Gárgano, y por los cruzados. Espoleto era una encrucijada en la que confluían ideas y culturas. Esto explica que se convirtiera en centro cultural y artístico. Por las mismas razones, el Crucifijo de San Damián tiene influencias de distintas culturas, aunque predomina indiscutiblemente el carácter sirio. Durante buena parte del siglo XIII, los crucifijos umbros y toscanos seguirán representando la misma forma de cruz que en el siglo XII, pero Cristo y los personajes habrán cambiado por completo de aspecto: será un Cristo paciente, inmerso en la angustia de la agonía, o ya muerto; los personajes que lo rodean manifestarán un profundo dolor. Los historiadores atribuyen con frecuencia este cambio al influjo de san Francisco; la verdad es que hay que atribuirlo a sus discípulos, como veremos más adelante. II. ASPECTO TEOLÓGICO Este rápido examen del aspecto arqueológico nos facilita abordar ahora el sentido teológico y espiritual del crucifijo sirio y, más en particular, del Crucifijo de San Damián. Esta indagación es esencial para comprender lo que le ocurrió a Francisco de Asís cuando contempló el icono de San Damián. 1. El crucifijo sirio Nacido en Jerusalén, el cristianismo se difundió por el mundo desde la ciudad de Antioquía, puerto muy frecuentado entre Oriente y Occidente. Esta ciudad se convirtió muy pronto en sede de un obispado cuya irradiación e influencia teológicas están fuera de toda duda: basta pensar en el influjo de san Ignacio de Antioquía. Hubo muchas otras personalidades, otros escritores, conocidos o no, cuyas obras revelan todavía hoy un pensamiento teológico distinto del de Bizancio o del de Cartago. Por definirlo con una sola palabra, este pensamiento es «joánico». El apóstol Juan vivió mucho tiempo en Éfeso, pero había residido antes en Antioquía, como afirma san Efrén, y ejerció una influencia innegable sobre Siria, Capadocia y toda el Asia Menor. Hacia el año 110, Ignacio de Antioquía escribió sus Cartas, que sólo contienen una cita explícita del evangelio de Juan, pero que sin duda definen a Ignacio como testigo de la tradición joánica. En la misma época, Policarpo de Esmirna, discípulo de Juan, escribe su Carta a los filipenses, en la que cita textualmente a 1 Jn 4,2-3 y a 2 Jn 7, y en la que emplea diversas expresiones que se encuentran en el evangelio de Juan. En la primera mitad del siglo II se escribió también una obra siria, que permaneció luego desconocida por largo tiempo, con el título de Odas de Salomón. Esta obra, originaria de Antioquía o de Edesa, y de indiscutible influencia joánica, tiene muchos puntos en común con la himnología siria: su lenguaje y teología atestiguan que su autor fue un jadeo-cristiano. El tema más frecuente es el del Verbo, considerado en un movimiento descendente (humillación) y ascendente (exaltación): Cristo se abaja hasta la cruz, pero triunfa y es exaltado por su combate en la cruz. Estas Odas son un documento muy importante para nosotros, pues condensan en pocas páginas la misma enseñanza que encontramos en el arte sirio y, más concretamente, en la representación de la crucifixión; por tanto, también en el Crucifijo de San Damián. Su enseñanza es fundamentalmente joánica. Ahora bien, como indica con tanto acierto el canónigo Osty, para Juan, «Jesús no sólo es el Mesías de Israel (Mateo), el Hijo de Dios (Marcos), el Salvador (Lucas); es también el Verbo encarnado que les revela a los hombres a Dios invisible y les trae la Luz y la Vida. Los poderes de las tinieblas se agrupan contra Él, «pero son derrotados». Ahí radica «el drama conmovedor que constituye el tema fundamental de todo el evangelio (de Juan)»; este drama se despliega rigurosamente en una sucesión de relatos, discursos y símbolos, en los que las fuerzas del mal parecen salir victoriosas, pero esto es mera apariencia: «Jesús está por encima de los acontecimientos... y la muerte ignominiosa a que es condenado, y de la que el evangelio habla siempre con términos de soberana nobleza, es el camino de la gloria para Jesús, y el de la salvación y la vida para sus fieles».6 Las Odas de Salomón7 afirman la misma doctrina, pero con lenguaje poético: «Él me hace bajar desde lo alto
[es Cristo quien habla] «He sido coronado por mi Dios, «Fui innecesario para los que
no8 me conocían... [cf. Jn 5,43-47; 6,64-71; etc.] La Oda 33 alude a la cruz de Jesús (cf. Jn 12,32: «Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí»): «Se levantó sobre una cima
elevada y lanzó su voz El sentido de estos textos poéticos es claro: todos estamos invitados a seguir a Cristo viviente y vencedor, a fin de vivir también nosotros. En ese mismo sentido, las Odas aluden muchas veces al agua viva, tema frecuente del cuarto evangelio. La idea de vida (agua viva, tener la vida), tan del gusto de san Juan, está muy presente en estos poemas, al igual que en Ignacio de Antioquía y en otro breve escrito judeocristiano, la Didaché, que no sabemos con certeza dónde se escribió, pero todo induce a creer que fue en Antioquía. Habría que citar también los escritos de san Efrén, sobre todo los pasajes que tratan del Verbo que es la luz que atrae irresistiblemente (Jn 1,35-40); de las bodas de Caná, en las que el agua convertida en vino simboliza la concepción y el nacimiento de Jesús (Jn 2,1-11), milagro que Efrén relaciona con el Pan de Vida (Jn 6). Jesús es el agua viva (Jn 4), pues es el Mesías, igual al Padre, luz; Jesús es la Vida y puede resucitar a los muertos, sin embargo va a la muerte y lo dice (Jn 11,48-50; 12,1-10). Pero esta muerte es la fuente de la salvación, y Efrén insiste en que Cristo vence al mundo (Jn 14,30; 16,33), cura a las criaturas mediante el bautismo de su muerte y es glorificado por el Padre (Jn 17,1-5). Efrén insiste también en la presencia de María y Juan unidos junto a la cruz, y en la lanzada de la que brota sangre como de una fuente: Jesús estaba muerto y vive; esta sangre que mana del costado contiene la vida. Por eso canta Efrén en sus himnos al Cristo victorioso: Adán fue vencido por el árbol, Cristo venció por el árbol y exaltará a los justos, pues Él es la puerta viva del paraíso (Jn 10,7). Por tanto, hay que cantar y alabar a Aquel que nos salva. Efectivamente, el sentido de la alabanza y de la exaltación es una de las características de los escritos sirios. Los escritores, y también los artistas, unos y otros en su propio lenguaje, no se contentan con exposiciones platónicas; invitan a cantar y glorificar al Señor Jesús que se abajó hasta nosotros y se elevó hasta el cielo; manifiestan una auténtica exultación al ver las obras del Salvador, especialmente la Redención. Abundan en el grito de alegría: «¡Aleluya!», en estribillos de alabanza: «¡Alabanza a tu justicia que exalta al vencedor!» (Efrén, Himno 1,1); «¡Bendito el que alejó la espada del Paraíso con la lanza con que fue atravesado!» (Id 2,1); «¡Bendito el que con su cruz abrió la puerta del Paraíso!» (Id, 6, 1); «¡Gloria a tu bondad, que tiene piedad de los pecadores!» (Id, 12); etc. Los textos sirios citados más arriba, aunque también se sirven de los evangelios sinópticos, se sitúan en la perspectiva del evangelio de Juan. En ellos encontramos lo que veía X. Léon-Dufour en el cuarto evangelio y, más concretamente, en el relato de la Pasión: «Una marcha triunfal de Jesús hacia el Padre (Jn 13,1)... El lector no sólo es invitado a un acto de fe (Marcos), de adoración (Mateo), de participación (Lucas), sino que es arrebatado con Jesús en la marcha poderosa, soberana, triunfal que conduce a la cruz, ese trono desde donde Jesús funda su iglesia... el lector no está simplemente frente al misterio del destino divino que se cumple inexorablemente; está dentro del misterio, puesto que Jesús ya ha sido glorificado como príncipe».9 La cruz joánica o siria, misterio de abajamiento y de gloria, invade al lector -o al espectador, si se trata de un icono-, del mismo modo que penetró el corazón de María y el de Juan, el de las mujeres y el del centurión, y el de todo aquel que cree en Jesús. A pesar de las tinieblas que la envuelven, la cruz es para el creyente fuente de Vida y de Luz. En una palabra, la teología siria es sencilla y concreta: Dios salva al hombre de la muerte por su Hijo que se abaja, se humilla y, así, da la Vida en abundancia; Jesús vuelve al Padre arrastrando a los creyentes en pos de él. El cristiano contempla la obra divina y, sobre todo, se une a Cristo humilde y poderoso, muerto y viviente, sigue el mismo camino de Cristo, marcha con él (1 Pe 2,21). La teología siria no tiene nada de «bizantino» en el sentido peyorativo del término; es concreta, realista y marca profundamente la vida del cristiano. Esta teología la encontramos entera en el arte sirio que, como se sabe, es sobre todo obra de monjes, hombres de oración y contemplación que plasmaban en iconos lo que antes habían meditado y vivido con detención. Los crucifijos sirios, incluso los influenciados por el arte bizantino, expresan esta teología con un realismo y un simbolismo que se funden armónicamente entre sí, e inducen al espectador a la contemplación, a la alabanza y a la participación en la obra de Cristo. Es lo que vamos a descubrir en el Crucifijo de San Damián.
2. El Crucifijo de San Damián No obstante una ligera influencia bizantina y su ejecución umbra, desde el punto de vista artístico el Crucifijo de San Damián es de tipo sirio. Ha heredado, por tanto, la riqueza teológica siria y, consiguientemente, la influencia joánica. Así lo demuestra claramente el examen detallado del Crucifijo. El personaje central: Jesús Cristo aparece como el personaje central y principal, incluso dimensionalmente: la cruz mide 2'10 por 1'30 metros; Cristo tiene casi 1'30 metros de altura; los demás personajes son mucho más pequeños. Pero lo que más llama la atención del espectador es la luminosidad del cuerpo de Jesús: los otros personajes y la decoración tienen colores intensos u oscuros, en cambio el cuerpo de Cristo se destaca sobre un fondo negro con franjas rojas. Según M. Boyer,10 que remite a la obra de Portal, el negro es el símbolo de la contradicción, el pecado y la muerte; el rojo, es el símbolo del amor divino. Sobre este fondo negro y rojo se destaca el Cristo luminoso y magníficamente aureolado, que induce a pensar en lo que Él dice de sí mismo: «Yo soy la Luz del mundo» (Jn 9,5), y en las palabras del prólogo del cuarto evangelio: «La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre... y la luz brilla en las tinieblas» (Jn 1, 9 y 5). El Cristo de San Damián aparece sobre todo como la luz que brilla en las tinieblas que lo rodean; quienes reciben esa luz, se hacen hijos de Dios (Jn 1,12), tienen la vida, porque Cristo es «la Vida y la Luz de los hombres» (Jn 1,4), y, por tanto, han visto su gloria, «gloria que recibe del Padre como Hijo único» (Jn 1,14). El cuerpo de Cristo es luminoso, la tela que lo cubre desde la cintura a las rodillas (por influencia del arte bizantino, la larga túnica siria sin mangas ha sido recortada por la mitad) es blanca, la aureola es dorada. El único color visible sobre el cuerpo de Jesús es la sangre que brota a hilillos de las manos, los pies y el costado derecho, como para derramarse sobre los asistentes que se tornan así partícipes del combate del Salvador. El Hijo, que jamás se separa del Padre, ha venido sin embargo en medio de los hombres y ha muerto por ellos, para reconducirlos al Padre y glorificar al Padre: «Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar» (Jn 17,4). A su vez, el Padre glorifica al Hijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo» (Jn 17, 1 y 5); «Es mi Padre quien me glorifica» (Jn 8,54). Así, a pesar de la presencia de sangre, la cruz se ha convertido en trono donde Jesús aparece tranquilo y majestuoso, digno y sereno, unido al Padre en una paz que resplandece en todo su ser, verdadero Dios y verdadero hombre. Pero hacía falta la cruz para que pudiéramos captarlo: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy» (Jn 8,28). Esto es lo que expresa el icono de San Damián, y lo que experimentan quienes lo contemplan de verdad. Los otros personajes
Encima del hombro izquierdo del centurión se ve un personaje no identificado. Algunos comentaristas piensan que es el hijo del centurión al que curó Jesús (Jn 4,46ss); otros, basándose en la superposición de curvas existentes sobre la cabeza del personaje, creen que se trata de varios personajes o incluso de una muchedumbre simbólica que se asocia a la fe del centurión. Aunque hipotética, esta última explicación concuerda muy bien con el significado del conjunto: Jesús vencedor, en quien convergen todas las miradas: «Mirarán al que traspasaron» (Jn 19,27); «Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces sabréis que Yo Soy» (Jn 8,28). A la altura de las rodillas de Cristo, a su derecha, está el lancero Longino, como indica la inscripción, y a su izquierda, el soldado con la esponja de, vinagre, llamado Esteban por la tradición. Son mucho más pequeños que los demás personajes, pero también ellos participaron a su modo en la obra de Cristo. Los cuatro evangelistas relatan que a Jesús le dieron vinagre, pero sólo Juan afirma que Jesús lo tomó (Jn 19,30); en cuanto a la lanzada del costado, sólo Juan la refiere, y con insistencia (Jn 19,34; cf. Jn 20,24-29). La presencia de Longino y de Esteban se debe a la influencia joánica y se ajusta a la antigua tradición siria. En la parte inferior de la cruz, no tan bien conservada como el resto, se distingue, junto a la pierna izquierda de Jesús, el gallo que cantó tras la negación de Pedro, acontecimiento relatado por los cuatro evangelistas, pero al que Juan atribuye una importancia particular, pues él fue el único testigo de tal hecho (Jn 19,25-27). El personaje situado debajo del gallo es apenas visible, y difícil de identificar; probablemente se trata de Pedro. Por último, bajo los pies de Jesús había seis personajes, de los que sólo dos son todavía visibles; generalmente se piensa que son santos del Antiguo o del Nuevo Testamento, participantes del misterio de Cristo vencedor; según otras hipótesis, se trataría de los apóstoles en el momento de la ascensión de Jesús, o serían santos especialmente venerados en Umbría.12 La parte superior de la cruz
La presencia de dieciséis ángeles13 en la parte superior de la cruz plantea un pequeño problema iconográfico: ¿son de origen sirio o de origen umbro? Ningún crucifijo sirio conocido se caracteriza por la presencia de ángeles, que sí figuran con frecuencia en la representación de otras escenas evangélicas: la natividad, la adoración de los magos, el bautismo de Jesús, la ascensión. El medallón de la parte alta de la cruz, en el que está pintada la ascensión de Jesús, se inspira claramente en las reproducciones sirias de la ascensión. En cuanto a los seis ángeles colocados en las extremidades de los brazos de la cruz, son probablemente de inspiración umbra. En efecto, el culto a los ángeles, muy antiguo en la Iglesia de Oriente y Occidente, gozó de una devoción especial en el valle de Espoleto: «La Umbría -escribe H. Leclercq- conoció una gran difusión del culto a los ángeles... Desde la primera mitad del siglo V había iglesias, oratorios, casas colocadas bajo la advocación de ángeles».14 La influencia benedictina no fue ajena a esta forma de piedad; san Benito era favorable a ella (Regla 7,6ss; 19,6); san Gregorio Magno mantuvo y favoreció esta tradición, que alcanzó un nuevo período de popularidad en el siglo XII, gracias a san Bernardo. Pues bien, en el valle de Espoleto había muchos monasterios benedictinos; Francisco de Asís recibió de los benedictinos del monte Subasio la capilla de la Porciúncula, dedicada a Nuestra Señora de los Ángeles. Es, por tanto, razonable pensar que la presencia de ángeles en la cruz de San Damián se debe tanto a la influencia siria como a la umbra: estos ángeles, llenos de admiración ante el misterio de la salvación, acentúan el valor teológico del icono.
El Crucifijo de San Damián es, por tanto, de inspiración siria y joánica. Lo que el pintor umbro añade por propia iniciativa no hace más que acentuar este aspecto. La imagen expresa una verdadera síntesis de la teología siria, marcada toda ella por la influencia del cuarto evangelio: Jesús es la Palabra hecha carne, enviado por Dios a la tierra, donde da la vida a los hombres; una vez cumplida su misión, vuelve al Padre tras haber sido elevado de la tierra en la cruz y haber atraído a los hombres a él; quienes creen, le siguen hacia el Padre. Mirando este crucifijo, se comprenden mejor los aleluyas y aclamaciones de alabanza del autor de las Odas de Salomón; contemplándolo, también nosotros sentimos el deseo de alabar a Dios. El Crucifijo de San Damián no tiene nada de triste ni doloroso. No es, sin embargo, un Cristo en la gloria, tal como se le representa en los mosaicos bizantinos o en las esculturas romanas; es un Cristo vencedor tras un combate en el que ha perdido su sangre. Como afirma L. Hardick, desde el punto de vista teológico este crucifijo es de una riqueza única en el mundo: expresa el misterio pascual total y universal de Cristo e invita a todos a participar de este misterio con una fe viva y vivida.15 * * * NOTAS: 1) F. de Beer, La conversion de saint François selon Thomas de Celano, París, Ed. Franciscaines, 1963, 194-213; O. Schmucki, Das Leiden Christi im Leben des hl. Franziskus von Assisi, en Col Fran 30 (190) 5-30, 129-145, 241-263, 353-397. 2) K. Esser, Die Opuscula des hl. Franziskus von Assisi, Grottaferrata, 1976, 360. 3) A. Fortini, Nova vita di S. Francesco, Asís, 1959, III, 56. 4) L. Bracaloni, Storia di San Damiano, Todi 1926. 5) L. Bracaloni, Il prodigioso Crocefisso che parlò a S. Francesco, en Studi Francescani 11/36 (1939) 185-212; Id., Il Crocefisso che parlò a S. Francesco, nella Basilica di S. Chiara, Asís 1958. O. van Asseldonk, El crucifijo de San Damián visto y vivido por S. Francisco, en Selecciones de Franciscanismo n. 46 (1987) 17-41 [puede visitarse en esta misma sección la versión informática de ese trabajo]. 6) Bible, traducción de E. Osty, París, Seuil, 1973, 2251-2252. 7) Nota del traductor.- En nuestra traducción nos hemos servido de la edición de A. Peral, y X. Alegre, Odas de Salomón, incluida en la obra dirigida por A. Díez Macho, Apócrifos del Antiguo Testamento, III, Madrid, Ed. Cristiandad, 1982, 61-100. 8) Nota del traductor.- En este versículo seguimos la traducción empleada por el autor del artículo, que incluye la partícula «no». Sobre este punto, puede verse la nota al versículo 3 en la edición española citada, p. 99. 9) X. Léon-Dufour, Passion, en Dict Bibl Supl, VI (1960) 1478-1479. 10) M. Boyer, François d'Assise à Saint-Damien, Montreal, Paulinas, 1982, 54. 11) En la Edad Media, María Magdalena era la pecadora de la que Jesús sacó los siete demonios, y la misma a la que le dijo: «Tu fe te ha salvado; vete en paz» (Lc 7,50; 8,2); igualmente, María la de Clopás y María de Santiago (María Jacobi, según la inscripción del Crucifijo) son la misma persona (cf. Mt 27,56; Mc 15,40; Jn 19,25). 12) L. Bracaloni, Il prodigioso Crocefisso..., 203, emite la hipótesis de que se trata de los santos más venerados en Umbría: Damián, titular de la capilla; Rufino, patrono de Asís; Miguel, Juan Bautista, Pedro y Pablo. 13) Los comentaristas reconocen la presencia de los ángeles en torno a Cristo que asciende al cielo y en los brazos de la cruz. Sin embargo, L. Hardick ve en los dos personajes que están de pie en las extremidades de los brazos de la cruz a dos mujeres venidas al sepulcro; los cuatro ángeles, de los que sólo se ve el busto, son los que hablaron a las mujeres la mañana de Pascua (El crucifijo de la vocación Franciscana, en Selecciones de Franciscanismo n. 46 (1987) 43-44). E. Sandberg-Vavala, seguido por L. Bracaloni, afirma que son ángeles y no mujeres venidas al sepulcro. En efecto, María y las demás mujeres llevan la cabeza cubierta con un velo, en tanto que los ángeles tienen la cabeza descubierta; por otra parte, las alas del ángel de la izquierda son perfectamente visibles. 14) H. Leclercq, Anges, en Dict Arch Lit 1 (1907) 2148-2129. 15) L. Hardick, El crucifijo de la vacación..., 44. |
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