DIRECTORIO FRANCISCANO
ENCICLOPEDIA FRANCISCANA

EL CRUCIFIJO DE SAN DAMIÁN
Y FRANCISCO DE ASÍS

por Jean de Schampheleer, o.f.m.

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CONTINUACIÓN

III. SAN FRANCISCO ANTE EL CRUCIFIJO DE SAN DAMIÁN

Las dos primeras partes de nuestro estudio eran necesarias para comprender lo que Francisco de Asís descubrió en San Damián, en un momento capital de su vida. Vamos a examinar ahora las circunstancias y el estado de ánimo de Francisco, y a analizar luego su encuentro con Cristo. Para ello es imprescindible una lectura atenta y crítica de las fuentes.

1. Nueva etapa de la vida de Francisco

Aun cuando desconocemos la fecha exacta del acontecimiento de San Damián (cf. AP 7; TC 13c; 2 Cel 10), ciertamente ocurrió después de la visión de Espoleto, es decir, en un momento en el que Francisco estaba bastante desconcertado. En efecto, ¡cuántos sueños se le habían desvanecido a Francisco en aquellos últimos años! Llegar a ser alguien en la ciudad, gracias al dinero y al negocio del comercio; convertirse en un personaje público y desempeñar una función política, mediante las luchas independentistas de Asís contra la tutela del emperador y la nobleza; entrar a formar parte de la nobleza por el portillo de la caballería, cuyas gestas al servicio del papa y de la Iglesia había oído contar; ser armado caballero, llegar a ser barón o incluso príncipe (AP 5cd; TC 5; 2 Cel 6). Este ambicioso proyecto se ha desmoronado con la visión de Espoleto: ¡Francisco debe realizar empresas más importantes, no servir al siervo sino al señor! Y él está de acuerdo, pero ¿cómo llevar a la práctica este nuevo proyecto? ¿Qué es lo que debe hacer? Está completamente desconcertado, envuelto en tinieblas.

¿Qué contó exactamente sobre su estado de ánimo a sus amigos o, más tarde, a sus hermanos? La lectura de las fuentes da la impresión de que Francisco comunicó más bien poco, y de que a sus eventuales confidentes o testigos el desconcierto de Francisco les resultó bastante confuso: le ven vagar, solitario, inquieto, atormentado por un misterioso mal que no aciertan a diagnosticar; un amigo íntimo, cuya identidad desconocemos, sabe que Francisco ha descubierto un tesoro que mantiene en celoso secreto (1 Cel 6b); la gente cree que piensa en casarse (1 Cel 7b); su padre, Pedro de Bernardone, se pregunta qué es lo que le pasa a su hijo (1 Cel 10). Efectivamente, el comportamiento de éste es extraño: deprimido unas veces, exaltado otras; contento y expansivo en unos momentos, en otros ajeno a todo cuanto le rodea.

El orden cronológico de los hechos también resulta confuso en los biógrafos, sobre todo la venta llevada a cabo por Francisco en Foligno y la entrega del dinero al sacerdote de San Damián.

La Vida primera de Tomás de Celano describe la súbita marcha de Francisco, residente entonces en la casa paterna, a Foligno, con un caballo cargado de telas preciosas. El relato de Celano carece de claridad: no dice qué es lo que impulsa a Francisco a vender los paños; más asombrosa todavía resulta la actitud de Francisco después de la venta: no sabe qué hacer con el dinero; en estas circunstancias, descubre la iglesia de San Damián y quiere confiar al sacerdote el producto obtenido con la venta. Evidentemente, el autor ha fundido varias informaciones, cuya concatenación real desconoce, sin esforzarse por explicarlas (1 Cel 8).

En la Vida segunda Celano no habla ya de la venta de las telas, y relata cómo Francisco descubre la iglesia de San Damián y ofrece dinero al sacerdote a fin de que compre aceite y una lámpara para el Crucifijo. Aparentemente se trata del dinero que llevaba entonces consigo, una suma ciertamente bastante modesta (2 Cel 10-11); en efecto, la Leyenda de los tres compañeros añade que Francisco le prometió al sacerdote darle más «cuando se acabe este dinero» (TC 13d).

El Anónimo de Perusa describe con mucha brevedad el regreso de Francisco a Asís después del sueño de Espoleto: Francisco, ataviado con la vestimenta militar, llega a Foligno, donde vende su caballo y su suntuosa vestimenta antes de proseguir el viaje de regreso; cuando llega a la iglesia de San Damián, quiere entregar el dinero al sacerdote y consagrarlo para la restauración del santuario (AP 7).

La venta ocurrida en Foligno y el ofrecimiento de dinero al sacerdote son dos hechos indiscutibles, referidos por las cuatro fuentes citadas. Vamos a intentar comprender el sentido de estos dos hechos en el espíritu de Francisco, a fin de entender mejor lo que luego ocurrió.

Cuando Francisco se decidió a ir a la Pulla, tenía un objetivo bien preciso: hacerse caballero y, a ser posible, convertirse en barón o príncipe (1 Cel 4; AP 5c). Se hace confeccionar una indumentaria (probablemente varias) con las mejores telas y contrata un escudero (AP 5c, 6a). Siguiendo la costumbre de la época, Francisco aporta su propio equipo y el de su escudero; lleva consigo un caballo de carga que transporta el equipaje, compuesto sobre todo de vestidos y telas valiosas. Por eso, cuando Francisco renuncia a su proyecto de caballería, regresa a Asís llevando consigo su caballo de carga y su equipaje. Sin duda, durante el camino de regreso a su patria, se planteó qué utilidad tenían el caballo de carga y los pertrechos, y, una vez llegado a Foligno, decide venderlo todo: indumentaria, telas, armas y caballo de carga, conservando su caballo personal para volver a casa. Efectivamente, el Anónimo de Perusa sitúa la venta realizada en Foligno durante el regreso de Francisco de Espoleto. Esta forma de presentar los acontecimientos resulta más natural y expresa mejor las disposiciones de Francisco: ¡Para qué conservar unos pertrechos inútiles! Tal vez sintió también cierta aprensión a volver a casa vestido de caballero, siendo así que no había merecido el título de tal. En la perspectiva del Anónimo de Perusa, se comprende mejor la frase de Celano: «De vuelta, abandonado ya el equipaje, delibera religiosamente qué hacer con el dinero» (1 Cel 8b). Si Francisco vendió su equipaje y sus tejidos, no fue, como afirman Celano y los Tres Compañeros, para «ganar dinero» (1 Cel 8b; TC 16a); sólo después de la venta, durante el camino de regreso, o incluso más tarde, Francisco se preguntará: «¿Qué voy a hacer con este dinero?» La venta realizada en Foligno no fue una operación comercial, aunque Francisco empleara en ella sus cualidades de comerciante (1 Cel 8b), ni una búsqueda de pobreza (1 Cel 8ab). Es el gesto de un hombre que gira una página de su vida: se termina una cosa, empieza otra. Si puede hablarse aquí de desprendimiento, no es respecto a los bienes vendidos por Francisco, sino respecto a sus proyectos anteriores.16 Vistos así, los acontecimientos se desarrollan mucho mejor y de forma tan natural que inducen a admitirlos sin discusión.

2. Período de búsqueda

Francisco, que ya se había visto convertido en caballero y príncipe, vuelve a no ser nada, y no sabe qué hacer. ¿Regresará a la tienda paterna? Sin duda, no piensa en ello. En su corazón resuena la voz de Espoleto: «En Asís se te dirá lo que has de hacer» (TC 6; 2 Cel 6). Esperando la respuesta, y tal vez intentando provocarla, evita a la gente, busca la soledad en la campiña. Obviamente, esto duró un cierto tiempo. Es poco verosímil que el acontecimiento de San Damián ocurriera durante el viaje de regreso de Espoleto a Asís: los biógrafos describen unánimes cómo Francisco buscaba la respuesta; hubo un período de algunas semanas, tal vez de varios meses, que fue muy penoso para Francisco. Celano dice que Francisco «no conocía de momento el don que se le había dado de lo alto» (1 Cel 5b). En Francisco se ha dado un cambio interior, que él no desvela (1 Cel 6). ¿Sabe él mismo lo que ha cambiado realmente? Habla de un tesoro, pero sin precisar en qué consiste, ni confiárselo siquiera a su amigo predilecto (1 Cel 6). Para que en una persona se dé un cambio profundo, hace falta tiempo. Francisco busca la soledad, se retira a una gruta o cripta de las inmediaciones de la ciudad, en la que ora y reflexiona, pero «se sucedían en su mente los más varios pensamientos» (1 Cel 6c). Los biógrafos son bastante confusos a la hora de describir este período de la vida de Francisco: ¿cómo describir la transformación interior que está dándose en él? Francisco mismo no debió revelar muchos detalles de su turbación interior. Cuando escribe la Vida segunda, Celano posee más datos que en el momento de redactar la Vida primera; así y todo, no es mucho más preciso: después del regreso de Espoleto, Francisco sigue diciendo «que llegaría a ser un gran príncipe» (2 Cel 6c); la transformación se manifiesta en el distanciamiento de los placeres del mundo (2 Cel 7), con una mayor atención a los pobres (2 Cel 8), con la búsqueda de lugares retirados, más apropiados a la oración (2 Cel 9); sin embargo, vuelve a unirse a la banda de jóvenes, que lo nombran jefe (2 Cel 7); pero un día el Señor le hace comprender que debe preferir la amargura a la dulzura, y poco después encuentra al leproso (2 Cel 9). Una cosa es clara: para Francisco (y para sus biógrafos) éste es un período bastante confuso, lleno de altibajos, de exaltación y de melancolía que llega a veces hasta la angustia.

Durante este período más o menos largo es cuando tuvo lugar el encuentro de Francisco con el Crucifijo de San Damián; pero no fue un hecho repentino, instantáneo, como lo presentan los biógrafos: según éstos, Francisco descubre la iglesia por casualidad, como si no la hubiera visto nunca en todo el tiempo que había vivido en Asís; entra en ella, ora y Cristo le responde: «Repara mi casa». Las fuentes mismas indican que Francisco debió visitar la iglesia de San Damián más de una vez antes de recibir la esperada respuesta: en efecto, el Anónimo de Perusa sitúa la primera visita a la iglesia durante el viaje de regreso de Espoleto, y no habla en ese momento de la visión ni del Crucifijo que habló a Francisco; éste ve que la iglesia se encuentra en muy mal estado de conservación y le ofrece dinero al sacerdote (Ap 7cd). Celano distingue la donación para mantener la lámpara y la donación destinada a restaurar la iglesia (2 Cel 11). Los Tres Compañeros hablan también del dinero ofrecido para la lámpara y de la promesa de entregar más cuando se agotara la provisión (TC 13), lo cual indica que Francisco pensaba volver. Un poco más adelante, el sacerdote, tras rechazar el dinero de la venta de Foligno, acepta que Francisco se quede a vivir con él (TC 16). Por último, y ciertamente después del juicio ante el obispo, Francisco trabaja en la restauración de la iglesia.

Es importante observar en esta serie de acontecimientos relatados por los biógrafos, que Francisco vivió un período de búsqueda bastante largo, que no hubo nada tan brusco ni tan milagroso como podría deducirse de una primera y rápida lectura de las fuentes. Nos hallamos ante un encadenamiento de hechos bastante normales, que manifiestan las disposiciones de Francisco y su encuentro progresivo con Cristo: las numerosas visitas a la iglesia de San Damián, los prolongados momentos de oración y de contemplación del Crucifijo sirio, en el transcurso de los cuales llegó la respuesta del Señor al corazón de Francisco.

3. Encuentro con Cristo

Por tanto, el Francisco que visita con regularidad la iglesia de San Damián y suplica al Señor: «Sumo, glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón y dime qué debo hacer»,17 es un hombre inquieto y atormentado, pero sensible y a la espera de un signo del Señor.

Un día, durante su oración ante el Crucifijo, Francisco queda fuertemente impresionado por el contraste existente entre la oscura y deteriorada capilla y el Cristo luminoso que hay encima del altar. Aquel día no descubrió toda la riqueza teológica del Crucifijo, pero quedó asombrado por su luminosidad. Hasta ese momento Francisco estaba demasiado replegado sobre sí mismo; pero aquel día vio al Cristo luminoso. ¿Fue antes o después de pedir: «Ilumina las tinieblas de mi corazón»? ¡Qué importa! En aquel momento comprobó las tinieblas y el deterioro del santuario. ¿No era un signo del cielo, una respuesta a su espera? Francisco así lo entiende: debe restaurar la iglesia y hacer que arda una lámpara delante del Crucifijo. No tratemos de averiguar si el Crucifijo le habló verdaderamente a Francisco; no hay ninguna duda de que a su corazón ávido llegó una respuesta del Señor: ante la claridad del Cristo, se dio perfecta cuenta de las tinieblas de aquel lugar donde reinaba el Cristo luminoso y viviente desde su oscura cruz, y comprendió: «Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala» (TC 13c; 2 Cel 10). Al mismo tiempo, ante la luz del Crucifijo, Francisco experimenta aún más sus propias tinieblas y comprende que la luz del Cristo es una respuesta a su oración angustiada. M. Boyer (François..., p. 24), que sigue atinadamente a O. Schmucki, advierte que según la Leyenda de los tres compañeros, Francisco «sintió realmente en su alma que había sido Cristo crucificado el que le había hablado» (TC 13c), en tanto que Celano afirma que «la imagen de Cristo crucificado, desplegando los labios, habla desde el cuadro a Francisco» (2 Cel 10a); Buenaventura dice que Francisco «oyó con sus oídos corporales una voz procedente de la misma cruz que le dijo tres veces...» (LM 2,1a). Schmucki escribe: «El espectáculo de la capilla en ruinas debió producir una viva impresión en la sensibilidad de Francisco. En tal estado de ánimo, bastaba con oír la voz interior de Dios... para sentirse llamado por el crucifijo a restaurar la iglesia».

Estamos aquí en el núcleo central de nuestra búsqueda: entre Cristo y Francisco acaba de entablarse una relación. Pero, al igual que respecto al conjunto del relato de la conversión de Francisco, las fuentes discrepan en cuanto a la naturaleza de esta relación. Vamos a examinarlas, pues, con especial atención.

La "Vida primera" de Celano

Los números 8 y 9, que relatan la venta en la ciudad de Foligno y el ofrecimiento del dinero al sacerdote de San Damián, nada dicen del Crucifijo ni de la relación que entonces se entabló entre Cristo y Francisco. El número 7, aunque omite la visión de Francisco, afirma que «cierto día en que había invocado la misericordia del Señor hasta la hartura, el Señor le mostró cómo debía comportarse». Evidentemente esto es la continuación lógica del acontecimiento de Espoleto en el que, como san Pablo, Francisco pregunta: «¿Qué quieres que haga, Señor?» La respuesta fue: «Vuélvete a tu tierra, y allí se te dirá lo que has de hacer» (2 Cel 6; TC 6). Ya hemos observado que Celano relata los hechos con cierta confusión, sobre todo en la Vida primera, escrita el año 1228; le faltan varios elementos, especialmente el acontecimiento que detiene a Francisco en Espoleto (cf. AP 6; TC 5; 2 Cel 6); sitúa mal la intervención con la que el Señor le muestra qué camino debe seguir; no precisa cuál fue la respuesta del Señor. Pero, y esto es muy importante, en 1228 Celano afirma que Francisco no cabía dentro de sí de tanta alegría, de forma tal que «no podía callar»; sin embargo, sólo hablaba con palabras encubiertas, en figuras (1 Cel 7a).

El Anónimo de Perusa

Aunque muy breve, el relato del Anónimo es mucho más preciso que el de la Vida primera. No habla del Crucifijo de San Damián, ni de la oración de Francisco, pero indica una intervención divina: «Llevado por el Espíritu divino, se propuso consagrar aquel dinero (de la venta) para la restauración (de la capilla de San Damián), e incluso instalarse allí» (AP 7d). Este texto reconoce, por tanto, que Dios intervino en la vida de Francisco después de que éste regresara de Espoleto, es decir, en el momento en que había abandonado la idea de hacerse caballero y estaba desconcertado. El autor no describe el período de búsqueda de Francisco, pero afirma que el Señor intervino. En este punto, concuerda con las otras fuentes; también hay concordancia en el tema del ofrecimiento del dinero al sacerdote y en la estadía de Francisco en San Damián (cf. 1 Cel 9b; TC 16bc). El Anónimo expresa también lo esencial respecto al lazo que se entabló entre Francisco y el Señor, pues éste le dice a Francisco qué es lo que debe hacer (restaurar la iglesita) y Francisco se somete a la inspiración divina. Dios entra, pues, en la vida de Francisco de una manera nueva.

La Leyenda de los tres compañeros

El caso de la Leyenda de los tres compañeros es mucho más complejo, pues el autor se ha servido de varios documentos, entre los que se encuentran indiscutiblemente la Vida primera de Celano, el Anónimo de Perusa y otra fuente utilizada también por Celano en su Vida segunda. Es necesario, en consecuencia, examinar con atención los números del 13 al 16 de la Leyenda.

-- TC 13c

Impulsado por una voz interior, Francisco entra en la iglesita de San Damián y ora ante el Crucifijo, que le manda reparar su casa. Esta intervención divina produce el mismo resultado que en 1 Cel 7a: la alegría de Francisco: «Con estas palabras fue lleno de tan gran gozo e iluminado de tanta claridad, que sintió realmente en su alma que había sido Cristo crucificado el que le había hablado». La alegría proviene del hecho que el Señor responde a su llamada y arroja por fin algo de luz sobre sus tinieblas.

Hay que advertir, no obstante, un matiz entre el texto de Celano y el de los Compañeros: Celano escribe que Francisco quedó inundado de alegría porque el Señor le mostró lo que debía hacer (ostensum ei a Domino quid ipsum agere oporteret), en tanto que según los Compañeros la alegría provenía del hecho que había sido Cristo crucificado el que le había hablado (Christum crucifixum qui locutus est ei). El autor de la Leyenda ha recibido, por tanto, una influencia distinta de la de la Vida primera: el Señor al que Francisco ora para saber qué es lo que debe hacer (cf. la oración ante el Crucifijo de San Damián) se ha convertido en el Cristo crucificado. Esto indica netamente un corrimiento hacia una concepción distinta del acontecimiento descrito en la Vida primera y en el Anónimo de Perusa, y nos lleva a plantear una cuestión de crítica textual.

En su edición crítica de la Leyenda de los tres compañeros,18 Th. Desbonnets escoge la recensión tradicional, indicando a la vez en nota las variantes importantes del grupo de Sarnano, anterior al grupo tradicional. Comparemos ambos textos:


Versión tradicional:

De illa autem allocutione / tanto fuit repletus gaudio / et lumine illustratus, / quod in anima sua / veraciter sensit / fuisse Cristum crucifixum / qui locutus est ei.

Versión de Sarnano:

Licet autem jam esset mutatus, / de illa autem allocutione / tanto fuit repletus gaudio / quod in anima sua / veraciter sensit / fuisse Deum cum stigmatibus (Bc, Fb: Dominum) / qui locutus est ei.


Traducción de los textos anteriores, poniendo en cursiva las variantes:

Versión tradicional: «Con estas palabras / fue lleno de tan gran gozo / e iluminado de tanta claridad, / que en su alma / verdaderamente sintió / que había sido Cristo crucificado / el que le había hablado».

Versión de Sarnano: «Aun cuando ya estaba cambiado, / con estas palabras / fue lleno de tan gran gozo / que en su alma / verdaderamente sintió / que había sido Dios (el Señor) con las llagas / el que le había hablado».


En el grupo de Sarnano se advierten dos variantes importantes: ausencia de «e iluminado de tanta claridad», y «Dios (el Señor) con las llagas» en lugar de «Cristo crucificado». Las palabras «e iluminado de tanta claridad» no son necesarias al texto y pueden considerarse una adición posterior, más aún si tenemos en cuenta que el autor ya ha señalado antes que Francisco entró en la iglesia impulsado por una voz interior: dictum est illi in spiritu; se trata, por tanto, de una ampliación, algo que vemos muchas veces en las biografías de Francisco. También es verosímil que el texto primitivo tuviera sólo las palabras «que había sido Dios (el Señor) el que le había hablado», a las que luego se añadiría «con las llagas», ensambladura un tanto asombrosa que se ha mejorado escribiendo «Cristo crucificado».

Si no se tienen en cuenta estas adiciones, el texto de TC 13c se parece mucho al de 1 Cel y AP 7, cuya idea dominante es que el Señor, sin precisar más, aclaró a Francisco lo que debía hacer, causándole así una gran alegría. Se comprende, sin embargo, que se añadieran las palabras «con las llagas», puesto que el Señor que interviene en la vida de Francisco es Cristo: Francisco ha orado ante el Crucifijo, ha ofrecido dinero para la lámpara del Crucifijo; con todo, lo importante es la respuesta del Señor a la oración de Francisco y la intensa alegría producida por esta respuesta. Por tanto, en base a este texto no puede deducirse que «desde aquel momento» se desarrolló la devoción de Francisco a Cristo crucificado, como afirma a continuación la Leyenda.19

-- TC 14

En efecto, la Leyenda afirma que «desde aquel momento quedó su corazón llagado y derretido de amor ante el recuerdo de la Pasión del Señor Jesús, de modo que mientras vivió llevó en su corazón las llagas del Señor Jesús». Unas líneas después, el autor describe a Francisco llorando y sollozando por la Pasión de Cristo.

El número 14, y otro tanto puede decirse del número 15, no se acopla bien con lo anterior: Francisco, rebosante de alegría por haber recibido una respuesta del Señor, aunque este Señor sea el Crucificado, no puede estar en ese momento profundamente afligido por los dolores de la Pasión. La simple lectura de los números 13 y 14 muestra, incluso al lector no especializado, que ambos números han sido ensamblados artificialmente, sólo por la atracción de las palabras «Cristo crucificado», y que se trata de una unión abusiva de dos hechos ocurridos en tiempos distintos; pues aunque posteriormente Francisco fue sensible a la Pasión y la meditó larga y detenidamente, cuando ocurrió el encuentro de San Damián tenía unas disposiciones interiores completamente diferentes.

Por otra parte, la crítica textual confirma esta afirmación. El grupo de Sarnano omite el número 14cd y el 15, en los que vemos a Francisco lamentar la Pasión cerca de la iglesia de Santa María de la Porciúncula, y tiene los ojos recargados de sangre a consecuencia del llanto; a continuación, tres breves relatos sobre la vida penitente y contemplativa de Francisco. Y todo ello vinculado expresamente a la visión del Crucifijo de San Damián. La nota final, TC 15d, muestra claramente que el autor ha vinculado a la visión de San Damián elementos posteriores totalmente ajenos a la misma: «Diximus incidenter ut ostenderemus...»: «Hemos dicho incidentalmente estas cosas acerca de sus llantos y abstinencia para demostrar que...» La ausencia de estos pasajes en la versión de Sarnano muestra que el texto de la Leyenda fue modificado en un determinado momento; es verosímil incluso que TC 14ab, transmitido en el grupo de Sarnano, no apareciera en la redacción primitiva; por lo demás, el número 16 empalma con toda lógica con el número 13, como si no existieran ni el 14 ni el 15.

-- TC 16

Este número, en efecto, continúa el relato de TC 13. Describe cómo Francisco, lleno de alegría y excitación, marcha a Foligno a vender sus telas. El compilador repite aquí a 1 Cel 8-9, distanciándose del Anónimo de Perusa, al que sigue normalmente muy de cerca. Relata los hechos con cierta lógica, pero es evidente que el número 16 está muy alejado de la compasión de Francisco por el Crucifijo.

La "Vida segunda" de Celano

En su Vida segunda, Celano presenta otra versión de la visita de Francisco a San Damián, en la que resulta todavía más evidente la ampliación de lo maravilloso.

-- 2 Cel 10

Al igual que en el Anónimo de Perusa, Francisco es impulsado por el Espíritu a entrar en la iglesia. Durante su oración, oye una voz que le habla. No sólo está convencido de que Cristo le habla, sino que ve realmente cómo la imagen de Cristo despliega los labios, hablándole desde el cuadro. Esta ampliación de lo maravilloso es un indicio de que 2 Cel 10 es posterior a TC 13c. Pero Celano es más lógico que el compilador de la Leyenda, puesto que omite hablar de la alegría sentida por Francisco tras recibir la respuesta del Señor; al contrario, Francisco se pasma, estupefacto, «presa de temblor».

-- 2 Cel 11

A continuación lanza Celano un inflamado discurso en el que habla de la estigmatización de Francisco. Desde la visión ocurrida en San Damián, Francisco es otro Cristo: «Por eso, no puede contener en adelante el llanto; gime lastimeramente la pasión de Cristo, que casi siempre tiene ante los ojos». En esta versión ya no aparece para nada la alegría indicada en el relato de TC 13 y 16, y por el mismo Celano en la Vida primera. Los Tres Compañeros habían agrupado demasiado desmañadamente los dos aspectos contradictorios, la alegría y el dolor de Francisco; Celano suprime el primero, para que su relato sea más coherente, pero con esta supresión el acontecimiento es visto desde un ángulo completamente distinto al de las fuentes anteriores, por lo que es lícito dudar de la historicidad de este relato de Celano. Esta falta, sin duda, no es imputable al mismo Celano, puesto que la Vida primera ignora este aspecto, sino a una tradición que se había ido desarrollando progresivamente entre los hermanos después de la muerte de Francisco, a la vista de los estigmas de la Pasión reproducidos en el cuerpo del Santo. No hacía falta mucha imaginación para relacionar la visión de San Damián con la del monte Alverna, y hablar de Francisco estigmatizado en su corazón desde el comienzo de su conversión. Sin embargo, cuando Celano describe ampliamente, en su Vida primera, la alegría de los hermanos al descubrir las llagas, no las relaciona a éstas con el Crucifijo de San Damián; se limita a describir el amor de Francisco a Cristo y a la cruz. Por tanto, sólo después de 1228 empezó a perfilarse esta evolución que terminaría explicando la visión de San Damián a la luz de la visión del monte Alverna. Esta tradición, por desgracia, desfigura la imagen de Francisco.20

San Buenaventura

En la Leyenda Mayor, Buenaventura utiliza el texto de la Vida segunda de Celano, pero la semejanza entre ambos relatos es sólo verbal; por otra parte, al advertir la incoherencia de los relatos de Celano y los Compañeros, Buenaventura reconstruye los acontecimientos en dos fases, tomadas de Celano.

-- LM 1,5

Francisco encuentra al leproso, que es Cristo, el Cristo sufriente, el Cristo de la Pasión. Buenaventura retoma el texto de 2 Cel 11, y describe la compasión de Francisco por Cristo, sin aludir al Crucifijo de San Damián, pero inventando una aparición de Cristo en figura de crucificado (O. Schmucki), y afirmando que «desde aquella hora» el recuerdo de Cristo crucificado producía en Francisco lágrimas y gemidos.

-- LM 2,1

En el capítulo siguiente, Buenaventura describe la visión de San Damián y afirma que cuando Francisco mira al Crucifijo tiene «los ojos arrasados en lágrimas»; oye «con sus oídos corporales» la voz del Crucifijo (nueva ampliación de lo maravilloso). Sigue al relato un comentario en el que se afirma que Francisco debía salvar a la Iglesia que Cristo había adquirido con su sangre. El relato es ciertamente muy hábil, pero se aparta aún más de las fuentes primitivas y, por tanto, de la verdad histórica.

En la Leyenda menor (1,4-5), Buenaventura sigue la Leyenda Mayor, salvo en un detalle que nos interesa subrayar aquí: tras la visión de San Damián, Francisco «se sintió al principio estremecido de terror», pero en seguida «se llenó de gozo y admiración», gaudio et admiratione repletus. ¿Sintió Buenaventura remordimiento de haber silenciado en la Leyenda Mayor la alegría que inundó a Francisco en su visión en San Damián? ¿Se lo reprochó alguien?

* * *

Como conclusión del análisis de las fuentes, se comprueba en ellas una evolución evidente, una ampliación de lo maravilloso y una interpretación de los hechos que se aparta cada vez más de la realidad: lo que en la Vida primera eran simples hechos diferentes, agrupados por el autor, en la Vida segunda y en san Buenaventura se convierte en algo lleno de significado. Celano quiere ver en ello la progresión de Francisco hacia Cristo, progresión que desembocará en la estigmatización de 1224, pero que espiritualmente comienza ante el Crucifijo de San Damián. Como hemos dicho antes, el acontecimiento de las llagas, desvelado en 1226 tras la muerte de Francisco y contemplado por «más de cincuenta hermanos, además de incontables seglares» (3 Cel 5), transformó por completo la manera de ver al Santo de Asís; los biógrafos mismos no concedieron importancia al hecho de que el Crucifijo de San Damián no representaba en absoluto a un Jesús torturado y ensangrentado, sino a un Cristo viviente, tranquilo y sereno; tampoco tuvieron en cuenta las disposiciones de Francisco cuando buscaba una respuesta del Señor a su oración. En realidad, Francisco descubrió progresivamente el misterio total de Cristo, hasta la cruz, y este descubrimiento desembocará en la estigmatización. Y es esencial investigar cómo consideró Francisco el misterio de Cristo y, por tanto, la cruz; es la pregunta fundamental a la que intentaremos responder a continuación.

4. Relación entre Cristo y Francisco

Si queremos captar la relación especial que se estableció entre Cristo y Francisco desde la conversión de éste, es preciso tener en cuenta dos cosas: en primer lugar, a Cristo, tal como Francisco lo descubrió meditando ante el Crucifijo de San Damián; en segundo lugar, al mismo Francisco, tal y como él era a principios del siglo XIII. No vamos a repetir lo que ya hemos dicho antes sobre el Crucifijo de San Damián, pero sí debemos insistir en la personalidad del Francisco que contempló al Crucifijo.

Su personalidad está profundamente marcada por su tiempo, una época de conflictos sociales y políticos, de cruzadas y caballería, de canciones de gesta y poesía. Francisco tiene el espíritu y el corazón repletos de las proezas de los caballeros, bajo cuya influencia permanecerá hasta el fin de su vida; a sus hermanos los llamará «sus caballeros de la Tabla Redonda» (LP 103c; EP 72c).21 Los biógrafos advierten su cortesía en numerosas circunstancias, tanto antes como después de su conversión. Tiene un alma sensible de artista y compone cantos y poemas. Con todo este bagaje cultural, Francisco, que está buscando su camino, se encuentra ante el Crucifijo de San Damián, cuya riqueza artística y teológica hemos descrito.

Con su temperamento y su cultura, con su sensibilidad y sus aspiraciones de grandeza y de belleza, con todo cuanto es, Francisco contempla el Crucifijo de la iglesita y descubre poco a poco toda su riqueza, a lo largo de semanas de búsqueda y oración, durante su estancia junto al sacerdote y, sin duda, también después. En su contemplación observa lo que los artistas sirios expresaban antaño en su representación del crucifijo. Como la gente de la Edad Media, sabe leer las imágenes. Nosotros necesitamos muchas veces de libros para comprender los iconos; Francisco descubrió la enseñanza del Crucifijo de San Damián mirándolo, y no es temerario afirmar que con esa contemplación comprendió el evangelio de Juan antes de haberlo leído. Francisco está como impregnado del cuarto evangelio, del que encontramos numerosas citas, explícitas o implícitas, en sus escritos. Antonio Rotzetter escribe muy atinadamente: «Estudiando atentamente los escritos de Francisco se cae muy pronto en la cuenta de que el santo no se limita exclusivamente a los sinópticos, a la vida terrena de Jesús. Los escritos de Juan, con el Cristo glorificado, desempeñan un importante papel en la vida y en los escritos de Francisco».22

En efecto, en los escritos de san Francisco se reencuentran todos los aspectos joánicos del Crucifijo de San Damián. Escribe el mismo A. Rotzetter: «El prólogo de Juan (Jn 1,1-18) es para él una fuente capital... Jesús es la Palabra (el Verbo) del Padre, y lo que vivió durante treinta y tres años constituye el lenguaje de Dios. El Verbo entró en la carne de nuestra humanidad y de nuestra debilidad. Es un modelo que seguir. Francisco se comprende a sí mismo y a su vida desde Juan, como consecuencia de la encarnación, como expresión y presencia del Verbo» (pp. 58-59). Podría transponerse esta última frase, diciendo: «Francisco se comprende a sí mismo y a su vida desde el Crucifijo de San Damián». Para Francisco, efectivamente, Cristo es el Cristo que se ha abajado y ha sido elevado; es el caballero (miles) por excelencia, el siervo perfecto del Padre, el luchador que combatió en la pena y el sufrimiento para salvar a los hombres, para salvar a Francisco a quien Dios ama.

Con su agudo sentido de la observación, con su sensibilidad de artista, Francisco vio en el Cristo de San Damián al verdadero caballero que combate hasta la muerte, pero que triunfa, provocando admiración y júbilo en torno a él: en los personajes del Crucifijo, en Francisco que contempla al Cristo luminoso, el Cristo que es espíritu y vida (Jn 6,63), que es el camino que hay que seguir, la verdad y la vida (Jn 14,6). Rotzetter señala al respecto: «La palabra "vida" se encuentra sesenta y tres veces en los escritos de Francisco» (p. 59).

He aquí, pues, al Cristo que Francisco descubrió en San Damián y que marcó toda su vida. El resultado de este encuentro no fue un Francisco que recorre la campiña de Asís llorando la Pasión. No hay que confundir sentimientos y sensibilidad; hay que partir de Francisco y del Crucifijo tal como eran: el encuentro de ambos dio origen a «san Francisco de Asís». Es de lamentar que los biógrafos no comprendieran debidamente este aspecto de la vida de Francisco. Hay una feliz excepción: Paul Sabatier,23 pero ha encontrado pocos seguidores. En su Vida de san Francisco, aunque reconoce que el Cristo de San Damián, lejos de parecerse al Cristo doloroso que representarían los artistas del siglo XIII, «tiene una expresión de calma y de dulzura inefables», se deja impresionar por TC 14-15; sin embargo, corrige a su fuente: «Desde aquel día, el recuerdo del Crucificado, la idea del amor que triunfa inmolándose, se convirtió en el centro de su vida religiosa y como en el alma de su alma». Paul Sabatier, por tanto, se dio cuenta, ya en la primera edición de su Vida de san Francisco, de que el Crucifijo de San Damián no podía haber impulsado a Francisco a verter lágrimas. Posteriormente, en una fecha indeterminada, Sabatier precisa aún más su pensamiento: «Mirando al Cristo, lleno de tanta suavidad, los sentimientos que Francisco había experimentado antes de entrar en el santuario se hicieron más conmovedores y más intensos todavía. Le pareció que la santa víctima se dirigía personalmente a él, le hablaba con una infinita bondad... Cuando volvió en sí de la emoción, se encontró inundado de alegría y de luz». Con todo, Sabatier, fiel siempre a su fuente preferida, cita a continuación a TC 14a: «Desde aquel momento quedó su corazón llagado y derretido de amor ante el recuerdo de la Pasión...»; pero añade: «No vamos a seguir (a fray León) en la enumeración de estas anécdotas interesantes, pero que nos alejarían del orden histórico de los acontecimientos». Por tanto, Sabatier reconoce que el contenido de TC 14-15 no tenía relación directa con el acontecimiento de San Damián, acontecimiento que Rotzetter resume en una frase: «Francisco siente que le envuelve el rostro luminoso del Dios de majestad, la mirada misericordiosa y tierna de Cristo».24

No es, pues, al Cristo de los dolores a quien contempló Francisco en la iglesita de San Damián, sino al Cristo «cuyo amor triunfa», según la expresión de Sabatier, el Cristo que lucha contra el mal, el pecado y la muerte, el caballero por excelencia. Francisco comprende por fin lo que sólo entrevió en Espoleto: ¡Servir al Señor! Gauthier de Brienne era ciertamente un gran caballero, un cruzado admirable, pero no era el Señor. Éste no es otro que el Señor todopoderoso: a Él, y sólo a Él, hay que servir. Por otra parte, la exclamación «Mi Dios y mi todo» se remonta a esta época de la conversión de Francisco: el único Señor, que es Todo, el único auténtico caballero, que descendió del cielo, vuelve vencedor al cielo entre la admiración y la alegría de María y de Juan, de las mujeres y el centurión, de los ángeles y los santos, al seno del Padre que lo acoge.

Esto es lo que Francisco descubrió contemplando el icono de San Damián: la paradoja del Hijo de Dios, despojado de su grandeza y poder, para acercarse a los hombres y hablarles, para acercar a Dios al hombre. Jesús es el Humilde y el Todopoderoso, el más pequeño y el más grande, el pobre y el rico, el débil y el fuerte, el moribundo y el viviente (Rotzetter, 132). Esta paradoja no aplasta de dolor a Francisco, sino que actúa sobre él como un excitante; está lleno de admiración y asombro porque el Señor se dignó venir hasta él, que es un pecador; no sabe cómo cantar y alabar la obra única y maravillosa de su Señor. Tanto si se trata de la fiesta de Navidad como de la de la Pasión o la Resurrección del Señor, Francisco exulta intensamente, no cabe dentro de sí de alegría, proclama la bondad y belleza de su Señor y Maestro y de todo cuanto de Él procede; no puede callarse, grita, canta, por sí mismo y por todos aquellos con quienes entra en contacto, pobres o ricos, menores o mayores. Francisco y sus primeros hermanos, más que predicadores, son cantores de Dios, hombres que hacen estallar la alegría producida por la acción creadora y redentora de Dios.

Un último argumento en favor de cuanto precede lo aporta Laurent Gallant en su notable tesis sobre el Oficio de la Pasión de san Francisco. Afirma, efectivamente, que el Crucifijo de San Damián «constituye como la ilustración del Salmo 6» del Oficio: «En efecto, Cristo aparece en el Crucifijo de San Damián rodeado de la mayoría de los personajes asociados a las peripecias de la Pasión que este salmo evoca».25 El versículo 9 alude al soldado que le dio el vinagre; el versículo 10, al soldado que con su lanzada añadió una herida a todas las demás; María y Juan no son citados explícitamente, pero L. Gallant considera que el versículo 7 alude a ellos cuando Jesús dice que su «corazón se parece a cera derretida», pues en su Oficio de la Pasión Francisco habla con frecuencia de las relaciones existentes entre Cristo y los suyos, amigos o allegados (Sal 1,7-8; 2,9-10; 4,7-8; 5,7). Por último, el versículo 11, sobre la muerte y resurrección de Jesús, está ilustrado con la presencia de las dos Marías, testigos privilegiados del Calvario, y de la sepultura y resurrección. En cuanto al centurión, encontramos su proclamación de fe en el versículo 14. Los diez ángeles que rodean a Cristo resucitado en la parte superior de la cruz, corresponden al versículo 12 del salmo, que describe a Cristo acogido en la gloria del Padre. L. Gallant concluye diciendo: «¿No sería meditando largamente ante este Crucifijo que lo había interpelado desde la cruz, como Francisco intuyó toda la profundidad de la "cruz gloriosa", ese trono desde el cual el Rey-Señor, "elevado de la tierra", atrae a todos los hombres hacia él (Jn 12,32)? Por eso se comprende que Francisco haya querido terminar su serie de salmos de la Pasión con esta visión: Dominus regnavit a ligno, el Señor reinó desde el madero», con que concluye el salmo 7 del Oficio.

Añadamos todavía una observación sobre el Salmo 6 del Oficio de la Pasión: los versículos 15 y 16 son un grito de alabanza curiosamente parecido a las expresiones de las Odas de Salomón. Sin ninguna duda, Francisco no conoció estas Odas, pero el Crucifijo de San Damián, de inspiración siria y joánica, indujo con toda naturalidad a Francisco a alabar y bendecir al Señor que luchó como un auténtico caballero y así salvó a los hombres «con su propia sangre santísima» y, consolación para los pobres hombres a la vez que fuente de alegría, este gran caballero «no abandonará a nadie que espere en Él. Y sabemos que viene, que vendrá a establecer la justicia». Tenemos así la prueba de que muchos años después del descubrimiento del Crucifijo de San Damián26 Francisco continuaba bajo la impresión producida por aquel descubrimiento, aunque también debió luego contemplarlo muchas veces y dejarse penetrar por toda su riqueza teológica y espiritual, esa riqueza que encontramos viendo la vida y leyendo los escritos de Francisco.

CONCLUSIÓN

Al principio de este trabajo, preguntábamos qué importancia había que atribuir al acontecimiento de San Damián, dado que Francisco no lo cita en sus escritos. Para responder a esta pregunta, en primer lugar hemos examinado atentamente el Crucifijo de San Damián y hemos comprobado que es una obra de inspiración siria y joánica, tanto desde el punto de vista artístico como teológico; luego hemos visto que la enseñanza teológica del Crucifijo se reencuentra indiscutiblemente en la vida y en los escritos de Francisco.27 ¿Por qué, pues, no habla el Testamento de Francisco sobre el Crucifijo? Podría responderse, analógicamente, que Francisco no habla explícitamente del hospital de los leprosos, ni de la iglesia de San Nicolás, en la que consultó el evangelio, ni de la iglesia en la que escuchó el evangelio de misión. Sin embargo, en su Testamento escribe que Dios intervino en su vida: «El Señor me condujo en medio de los leprosos... El Señor me dio una fe tal en las iglesias... El Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo evangelio» (Test 2. 4. 14). Desde el versículo 4 hasta el 13, se habla de las iglesias, de la oración de Francisco ante la cruz, de los sacerdotes y de los santos misterios que ellos administran; en suma, reencontramos lo que Francisco descubrió en San Damián: una iglesia, un crucifijo, el misterio de Cristo que salva al mundo, el sacerdote que celebra los misterios. Los antiguos biógrafos convirtieron el acontecimiento de San Damián en una especie de flechazo e incluso en un milagro; no vieron la importancia de la frecuentación de la iglesia por parte de Francisco y de su prolongada y asidua contemplación del Crucifijo.

Esta contemplación del Cristo combatiente, como auténtico caballero, y victorioso sobre las fuerzas del mal, fue determinante para Francisco. Toda su vida está tan profundamente marcada por ella, que puede afirmarse que sin ella Francisco hubiera sido diferente. Por eso, todo hermano menor, todo discípulo de san Francisco, debería tener siempre ante los ojos el Crucifijo de San Damián y contemplarlo asiduamente para impregnarse de su enseñanza. Este Crucifijo y los escritos del Santo serán, deben ser, las primeras y principales fuentes que nos permitirán comprender la vida y el proyecto de Francisco, y vivirlo nosotros mismos.

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NOTAS:

16) La interpretación de Celano: «no pudiendo tolerar el tener que llevar consigo una hora más aquel dinero...» (1 Cel 8b), no concuerda con los otros datos referidos por los biógrafos.

17) «Sumo, glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor, para cumplir tu santo y verdadero mandamiento» (OrSD).

18) Th. Desbonnets, Legenda trium sociorum, edición crítica, en Arch Franc Hist 67 (1974) 42-43, 99-100. Según el P. Abate, el texto de Sarnano es anterior al grupo tradicional; el P. Desbonnets reconoce que «esta afirmación es globalmente exacta», pero, tras un meticuloso análisis, concluye que la versión tradicional no proviene de la de Sarnano, sino que ambas provienen de un texto único anterior, que no ha llegado hasta nosotros. Esto no invalida que la versión de Sarnano sea anterior a la tradicional.

19) R. Manselli, Saint François d'Assise, París, Ed. Franciscaines, 1981, parece tener una opinión distinta. Lleno de admiración por la Leyenda de los tres compañeros, otorga «una importancia histórica considerable» al hecho de que fue Cristo crucificado quien habló a Francisco (p. 55); pero no presta atención al hecho de que las palabras «Cristo crucificado» de la versión tradicional no se encuentran en la versión más antigua de Sarnano. Más adelante, contra toda verosimilitud, el autor repite lo que tantos otros escribieron antes que él: «El crucifijo de San Damián coloca el dolor de Cristo ante los ojos de Francisco» (p. 56), y después relaciona este dolor de Cristo con el de los hombres. Ciertamente Francisco relacionó el dolor de Cristo y el de los hombres, pero gradualmente; en el momento del acontecimiento de San Damián, estaba demasiado pendiente de su propio problema para establecer esta relación. Incluso más tarde, la visión del sufrimiento de Cristo y de la participación de los hombres en ese sufrimiento tendrá en Francisco un carácter muy distinto del descrito por Manselli. Queriendo hacer decir demasiado al acontecimiento de San Damián, se corre el riesgo de no explotar toda su riqueza.

20) F. de Beer, La conversion..., describe muy bien el método seguido por Celano en la Vida segunda. Francisco, asediado por el Espíritu, debe eclipsarse progresivamente para dejar el lugar a Cristo; tiene un primer encuentro con Él cuando besa al leproso -es un primer paso indispensable-; pero el encuentro decisivo con Cristo acontece en San Damián, donde el Crucificado habla a Francisco, cuya alma, ya dispuesta y receptiva, puede acoger las huellas indelebles del Crucifijo. Es una magnífica progresión espiritual, sin duda, pero parece más una exposición ascético-mística que la descripción histórica de los acontecimientos. Hay sin embargo algo fundamentalmente verdadero en la Vida primera y en la Vida segunda: la iniciativa proviene de Dios. Y en esto coincide con el cuarto evangelio, pero ¡a través de cuántos rodeos!

21) F. Cardini expone y justifica ampliamente esta afirmación en: L'avventura di un cavaliere di Cristo, en Studi Francescani 73 (1976) 127-198. Sin caer en el romanticismo del siglo pasado, debe hacerse constar el aspecto caballeresco de la personalidad de Francisco y de su naciente Orden. Un estudio profundo del vocabulario de Francisco de Asís permitiría sin duda comprender mejor la influencia de los romances de caballería sobre Francisco y su Orden.

22) A. Rotzetter, W.-C. van Dijk, T. Matura, Un camino de evangelio, Madrid, Ediciones Paulinas, 1984, 58.

23) Paul Sabatier murió en 1928 sin haber podido realizar su proyecto de una Vida de san Francisco completamente refundida. La edición «definitiva» de 1931 apenas difiere de la de 1918, y ésta no es más que el texto de 1894 «revisado y mejorado en algunos puntos», con un nuevo capítulo «sobre el advenimiento de Honorio III y la indulgencia de la Porciúncula, publicado aparte desde hacía tiempo». Pero el material para la nueva Vida estaba ya preparado, «en forma de notas, esbozos, estudios analíticos o largos desarrollos destinados sin duda a formar parte del texto», afirma A. Goffin, que editó parte de estas notas con el título de Études inédites sur saint François d'Assise, por P. Sabatier, París, Fischbacher, 1932. Algunos de estos documentos completan la Vida, aportándole precisiones y correcciones muy interesantes, que hay que tener en cuenta a la hora de hablar de san Francisco según Paul Sabatier.

24) A. Rotzetter, Un camino..., 34. Puede sin embargo lamentarse que el P. Rotzetter, tan perspicaz en su descripción del camino espiritual de Francisco, se deje arrastrar por la tradición que hemos denunciado. Siguiendo a TC 14 y 2 Cel 10, escribe: «A partir de aquella hora Francisco es el estigmatizado, marcado y moldeado en lo más íntimo de sí mismo por la cruz de Cristo...» (p. 34). Sin embargo, en el párrafo anterior escribe que el Cristo de San Damián es un «Dios de majestad», un Cristo viviente; incluso recuerda la leyenda según la cual el Cristo de San Damián, que habría sido pintado con los ojos cerrados, los mantiene abiertos desde aquella visita de Francisco (p. 34).

25) L. Gallant, Dominus regnavit a ligno..., París, pro manuscripto, 1978, tomo 2, 570-572; D. Gagnan, Office de la Passion, en Antonianum 55 (1980) 3-86. Para estos autores no hay duda alguna de que existe una estrecha relación entre el Cristo de San Damián y el del Oficio de la Pasión.

26) L. Gallant estima que los salmos del Oficio de la Pasión fueron compuestos por etapas e incesantemente revisados y mejorados por Francisco; tal como han llegado a nosotros, se remontan a los años 1221-1223.

27) O. van Asseldonk, El Crucifijo..., muestra, siguiendo los escritos y la vida de Francisco, cómo vio y vivió éste a Cristo, concluyendo que el Cristo vivido por Francisco es muy semejante y próximo al Crucifijo de San Damián. Si es verdad, dice él, que no hay ninguna prueba directa del influjo vital del icono de San Damián sobre la vida de Francisco, también lo es que los estudios recientes sobre los escritos de Francisco nos descubren una imagen del Cristo vivido por Francisco muy parecida a la imagen pintada en el Crucifijo de San Damián (cf. p. 30).

[Selecciones de Franciscanismo, vol. XVII, n. 51 (1988) 384-423]

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