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Prólogo
¡En el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo! Ésta es la vida del Evangelio de Jesucristo, que
el hermano Francisco pidió al señor papa que se la concediera y
confirmara; y él se la concedió y confirmó para sí
y para sus hermanos, presentes y futuros. El hermano Francisco y todo el que
sea en el futuro cabeza de esta religión, prometa obediencia y
reverencia al señor papa Inocencio y a sus sucesores. Y todos los otros
hermanos estén obligados a obedecer al hermano Francisco y a sus
sucesores.
Cap. I: Que los hermanos deben vivir sin propio
y en castidad y obediencia
La regla y vida de estos hermanos es ésta, a saber,
vivir en obediencia, en castidad y sin propio, y seguir la doctrina y las
huellas de nuestro Señor Jesucristo, quien dice: Si quieres ser
perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y
tendrás un tesoro en el cielo; y ven, sígueme (Mt 19,21). Y: Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y
tome su cruz y sígame (Mt 16,24). Del mismo modo: Si alguno quiere venir
a mí y no odia padre y madre y mujer e hijos y hermanos y hermanas, y
aun hasta su vida, no puede ser discípulo mío (Lc 14,26). Y: Todo
el que haya dejado padre o madre, hermanos o hermanas, mujer o hijos, casas o
campos por mí, recibirá cien veces más y poseerá la
vida eterna (cf. Mt 19,29).
Cap. II: De la admisión y
vestidos de los hermanos
Si alguno, queriendo por inspiración divina tomar
esta vida, viene a nuestros hermanos, sea recibido benignamente por ellos. Y si
está decidido a tomar nuestra vida, guárdense mucho los hermanos
de entrometerse en sus negocios temporales, y preséntenlo a su ministro
cuanto antes puedan. El ministro, por su parte, recíbalo benignamente y
confórtelo y expóngale diligentemente el tenor de nuestra vida.
Hecho lo cual, el susodicho candidato, si quiere y puede espiritualmente y sin
impedimento, venda todas sus cosas y aplíquese con empeño a
distribuirlas todas a los pobres. Guárdense los hermanos y el ministro
de los hermanos de entrometerse en absoluto en sus negocios; y no reciban
dinero alguno ni por sí mismos ni por medio de persona interpuesta. Sin
embargo, si se encuentran en la indigencia, por causa de la necesidad pueden
los hermanos recibir, como los demás pobres, las cosas necesarias al
cuerpo, exceptuado el dinero. Y cuando el candidato regrese, el ministro
concédale para un año las ropas del tiempo de probación, a
saber, dos túnicas sin capilla, y el cordón y los paños
menores y el caparón hasta el cordón. Y finalizado el año
y término de la probación, sea recibido a la obediencia.
Después no le será lícito entrar en otra religión,
ni «vaguear fuera de la obediencia», conforme al mandato del
señor papa y según el Evangelio; porque nadie que pone la mano al
arado y que mira atrás, es apto para el reino de Dios (Lc 9,62). Y si
viniera alguno que no puede dar sus bienes sin impedimento, pero tiene voluntad
espiritual, que los deje y le basta. Ninguno sea recibido contra la forma e
institución de la santa Iglesia.
Mas los otros hermanos, los que ya prometieron obediencia,
tengan una túnica con capilla y otra sin capilla, si fuera necesario, y
cordón y paños menores. Y todos los hermanos vístanse de
ropas viles, y puedan reforzarlas de sayal y otros retazos con la
bendición de Dios; porque dice el Señor en el Evangelio: Los que
visten de ropa preciosa y viven en delicias y los que se visten con vestidos
muelles, en las casas de los reyes están (Lc 7,25; Mt 11,8). Y aunque se
les llame hipócritas, no cesen, sin embargo, de obrar bien, y no busquen
vestidos caros en este siglo, para que puedan tener un vestido en el reino de
los cielos.
Cap. III: Del oficio divino y del ayuno
Dice el Señor: Esta clase de demonios no puede salir
sino con ayuno y oración (cf. Mc 9,26); y de nuevo: Cuando
ayunáis, no os pongáis tristes como los hipócritas (Mt
6,16).
Por eso, todos los hermanos, ya clérigos ya laicos,
recen el oficio divino, las alabanzas y las oraciones, tal como deben hacerlo.
Los clérigos recen el oficio y oren por los vivos y por los muertos
según la costumbre de los clérigos. Y por los defectos y
negligencias de los hermanos digan cada día el Miserere mei Deus
(Sal 50) con el Padrenuestro; y por los hermanos difuntos digan el De
profundis (Sal 129) con el Padrenuestro. Y pueden tener solamente
los libros necesarios para cumplir su oficio. Y también a los laicos que
saben leer el salterio les sea permitido tenerlo. Pero a los otros, que no
saben letras, no les sea permitido tener libro alguno. Los laicos digan el
Credo y veinticuatro Padrenuestros con el Gloria al Padre,
por maitines; y por laudes, cinco; por prima, el Credo y siete
Padrenuestros con el Gloria al Padre; por tercia, sexta y nona,
por cada una de estas horas, siete; por vísperas, doce; por completas,
el Credo y siete Padrenuestros con el Gloria al Padre; por
los muertos, siete Padrenuestros con el Requiem aeternam; y por
los defectos y negligencias de los hermanos, tres Padrenuestros cada
día.
E igualmente, todos los hermanos ayunen desde la fiesta de
Todos los Santos hasta Navidad, y desde Epifanía, cuando nuestro
Señor Jesucristo comenzó a ayunar, hasta Pascua. Mas en otros
tiempos no estén obligados a ayunar, según esta vida, sino el
viernes. Y séales lícito comer de todos los manjares que les
ofrezcan, según el Evangelio (cf. Lc 10,8).
Cap. IV: De los ministros y de los otros hermanos:
cómo han de organizarse
¡En el nombre del Señor! Todos los hermanos que
son constituidos ministros y siervos de los otros hermanos, coloquen a sus
hermanos en las provincias y en los lugares en que estén,
visítenlos con frecuencia y amonéstenlos espiritualmente y
confórtenlos. Y todos mis otros frailes benditos obedézcanles
diligentemente en aquello que mira a la salvación del alma y no es
contrario a nuestra vida. Y compórtense entre sí como dice el
Señor: Todo cuanto queréis que os hagan los hombres,
hacédselo también vosotros a ellos (Mt 7,12); y: No hagas al otro
lo que no quieres que se te haga. Y recuerden los ministros y siervos que dice
el Señor: No he venido a ser servido sino a servir (Mt 20,28), y que,
porque les ha sido confiado el cuidado de las almas de los hermanos, si algo de
ellos se pierde por su culpa y mal ejemplo, tendrán que dar cuenta en el
día del juicio ante el Señor Jesucristo.
Cap. V: De la corrección de los hermanos que tropiezan
Por lo tanto, custodiad vuestras almas y las de vuestros
hermanos, porque es horrendo caer en las manos del Dios vivo (Heb 10,31). Y si
alguno de los ministros ordenara a alguno de los hermanos algo contra nuestra
vida o contra su alma, no esté obligado a obedecerle, porque no es
obediencia aquella en la que se comete delito o pecado. Sin embargo, todos los
hermanos que están bajo los ministros y siervos, consideren razonable y
caritativamente los hechos de los ministros y siervos. Y si vieren que alguno
de ellos camina carnalmente y no espiritualmente, en comparación de la
rectitud de nuestra vida, si no se enmendare después de la tercera
amonestación, denúncienlo al ministro y siervo de toda la
fraternidad en el capítulo de Pentecostés, sin que lo impida
contradicción alguna. Y si entre los hermanos hubiera en cualquier parte
algún hermano que quiere caminar carnalmente y no espiritualmente, los
hermanos con quienes está, amonéstenlo, instrúyanlo y
corríjanlo humilde y caritativamente. Y si después de la tercera
amonestación no quisiera enmendarse, envíenlo cuanto antes puedan
a su ministro y siervo o notifíquenselo, y que el ministro y siervo haga
de él como mejor le parezca que conviene según Dios.
Y guárdense todos los hermanos, tanto los ministros
y siervos como los otros, de turbarse o airarse por el pecado o mal del otro,
porque el diablo quiere echar a perder a muchos por el delito de uno solo; por
el contrario, ayuden espiritualmente como mejor puedan al que pecó,
porque no necesitan médico los sanos sino los que están mal.
Igualmente, ninguno de los hermanos tenga en cuanto a esto
potestad o dominio, máxime entre ellos. Pues, como dice el Señor
en el Evangelio: Los príncipes de las naciones las dominan, y los que
son mayores ejercen el poder en ellas; no será así entre los
hermanos. Y todo el que quiera llegar a ser mayor entre ellos, sea su ministro
y siervo. Y el que es mayor entre ellos, hágase como el menor (cf. Mt
20,25-26; Lc 22,26).
Y ningún hermano haga mal o hable mal al otro; sino,
más bien, por la caridad del espíritu, sírvanse y
obedézcanse voluntariamente los unos a los otros. Y ésta es la
verdadera y santa obediencia de nuestro Señor Jesucristo. Y sepan todos
los hermanos que, como dice el profeta (Sal 118,21), cuantas veces se aparten
de los mandatos del Señor y vagueen fuera de la obediencia, son malditos
fuera de la obediencia mientras permanezcan en tal pecado a sabiendas. Y sepan
que, cuando perseveren en los mandatos del Señor, que prometieron por el
santo Evangelio y por la vida de ellos, están en la verdadera
obediencia, y benditos sean del Señor.
Cap. VI: Del recurso de los hermanos a los ministros
y que ningún hermano se llame prior
Los hermanos, en cualquier lugar que estén, si no
pueden observar nuestra vida, recurran cuanto antes puedan a su ministro y
manifiéstenselo. Y el ministro aplíquese a proveerles tal como
él mismo querría que se hiciese con él, si estuviera en un
caso semejante. Y ninguno se llame prior, sino todos sin excepción
llámense hermanos menores. Y el uno lave los pies del otro.
Cap. VII: Del modo de servir y trabajar
Todos los hermanos, en cualquier lugar en que se encuentren
en casa de otros para servir o trabajar, no sean mayordomos ni cancilleres, ni
estén al frente de las casas en que sirven; ni acepten ningún
oficio que engendre escándalo o cause detrimento a su alma; sino que
sean menores y súbditos de todos los que están en la misma casa.
Y los hermanos que saben trabajar, trabajen y ejerzan el
mismo oficio que conocen, si no es contrario a la salud del alma y puede
realizarse con decoro. Pues dice el profeta: Comerás del fruto de tu
trabajo; eres feliz y te irá bien (Sal 127,2 - R); y el apóstol:
El que no quiere trabajar, no coma (cf. 2 Tes 3,10); y: Cada uno permanezca en
el arte y oficio en que fue llamado (cf. 1 Cor 7,24). Y por el trabajo
podrán recibir todas las cosas necesarias, excepto dinero. Y cuando sea
necesario, vayan por limosna como los otros pobres. Y séales permitido
tener las herramientas e instrumentos convenientes para sus oficios.
Todos los hermanos aplíquense a sudar en las buenas
obras, porque está escrito: Haz siempre algo bueno, para que el diablo
te encuentre ocupado. Y de nuevo: La ociosidad es enemiga del alma. Por eso,
los siervos de Dios deben perseverar siempre en la oración o en alguna
obra buena.
Guárdense los hermanos, dondequiera que
estén, en eremitorios o en otros lugares, de apropiarse ningún
lugar ni de defenderlo contra nadie. Y cualquiera que venga a ellos, amigo o
adversario, ladrón o bandolero, sea recibido benignamente. Y dondequiera
que estén los hermanos y en cualquier lugar en que se encuentren, deben
volver a verse espiritual y caritativamente y honrarse unos a otros sin
murmuración. Y guárdense de manifestarse externamente tristes e
hipócritas sombríos; manifiéstense, por el contrario,
gozosos en el Señor, y alegres y convenientemente amables.
Cap. VIII: Que los hermanos no reciban dinero
El Señor manda en el Evangelio: Mirad, guardaos de
toda malicia y avaricia (cf. Lc 12,15); y: Guardaos de la solicitud de este
siglo y de las preocupaciones de esta vida (cf. Lc 21,34).
Por eso, ninguno de los hermanos, dondequiera que
esté y adondequiera que vaya, en modo alguno tome ni reciba ni haga que
se reciba pecunia o dinero, ni con ocasión del vestido ni de libros, ni
como precio de algún trabajo, más aún, con ninguna
ocasión, a no ser por manifiesta necesidad de los hermanos enfermos;
porque no debemos estimar y reputar de mayor utilidad la pecunia y el dinero
que los guijarros. Y el diablo quiere obcecar a los que codician la pecunia o
la reputan mejor que los guijarros. Guardémonos, por tanto, los que lo
dejamos todo, de perder por tan poca cosa el reino de los cielos. Y si en
algún lugar encontramos dinero, no nos preocupemos de él
más que del polvo que hollamos con los pies, porque es vanidad de
vanidades y todo vanidad (Eclo 1,2). Y si por casualidad sucediera, lo que Dios
no permita, que algún hermano recogiera o tuviera pecunia o dinero,
exceptuado solamente el caso de la predicha necesidad de los enfermos,
tengámoslo todos los hermanos por falso fraile y apóstata y
ladrón y bandolero y quien tiene la bolsa (cf. Jn 12,6), a no ser que se
arrepienta de veras. Y de ningún modo reciban los hermanos ni hagan
recibir, ni pidan ni hagan pedir como limosna pecunia ni dinero para casas o
lugares; ni vayan con nadie que pide pecunia o dinero para tales lugares. Pero
otros servicios, que no son contrarios a nuestra vida, pueden los hermanos
prestarlos a esos lugares con la bendición de Dios. Con todo, en caso de
manifiesta necesidad de los leprosos, los hermanos pueden pedir limosna para
ellos. Guárdense mucho, no obstante, de la pecunia. Igualmente,
guárdense todos los hermanos de ir recorriendo tierras a causa de alguna
ganancia indecorosa.
Cap. IX: Del pedir limosna
Todos los hermanos empéñense en seguir la
humildad y pobreza de nuestro Señor Jesucristo, y recuerden que ninguna
otra cosa del mundo entero debemos tener, sino que, como dice el
Apóstol: Teniendo alimentos y con qué cubrirnos, estamos
contentos con eso (cf. 1 Tim 6,8). Y deben gozarse cuando conviven con personas
de baja condición y despreciadas, con pobres y débiles y enfermos
y leprosos y los mendigos de los caminos. Y cuando sea necesario, vayan por
limosna. Y no se avergüencen, sino más bien recuerden que nuestro
Señor Jesucristo, el Hijo de Dios vivo omnipotente, puso su faz como
roca durísima (Is 50,7), y no se avergonzó. Y fue pobre y
huésped y vivió de limosna él y la bienaventurada Virgen y
sus discípulos. Y cuando la gente les ultraje y no quiera darles
limosna, den gracias de ello a Dios; porque a causa de los ultrajes
recibirán gran honor ante el tribunal de nuestro Señor
Jesucristo. Y sepan que el ultraje no se imputa a los que lo sufren, sino a los
que lo infieren. Y la limosna es herencia y justicia que se debe a los pobres y
que nos adquirió nuestro Señor Jesucristo. Y los hermanos que
trabajan adquiriéndola tendrán una gran recompensa, y hacen que
la ganen y la adquieran los que se la dan; porque todo lo que dejarán
los hombres en el mundo perecerá, pero, de la caridad y de las limosnas
que hicieron, tendrán premio del Señor.
Y confiadamente manifieste el uno al otro su necesidad,
para que le encuentre lo necesario y se lo suministre. Y cada uno ame y cuide a
su hermano, como la madre ama y cuida a su hijo, en las cosas para las que Dios
le dé su gracia. Y el que no come, no juzgue al que come (Rom 14,3).
Y en cualquier tiempo en que sobrevenga la necesidad, sea
lícito a todos los hermanos, dondequiera que estén, servirse de
todos los manjares que pueden comer los hombres, como el Señor dice de
David, el cual comió los panes de la proposición (cf. Mt 12,4),
que no era lícito comer sino a los sacerdotes (Mc 2,26). Y recuerden lo
que dice el Señor: Velad, no sea que se sobrecarguen vuestros corazones
con la crápula y la embriaguez y las preocupaciones de esta vida, y
venga sobre vosotros aquel repentino día; pues vendrá como un
lazo sobre todos los que habitan sobre la faz del orbe de la tierra (cf. Lc
21,34-35). Igualmente, también en tiempo de manifiesta necesidad, todos
los hermanos obren, respecto a las cosas que les son necesarias, según
la gracia que el Señor les dé, porque la necesidad no tiene ley.
Cap. X: De los hermanos enfermos
Si alguno de los hermanos, dondequiera que esté,
cayera enfermo, los otros hermanos no lo abandonen, sino designen a uno o
más hermanos, si fuera necesario, que le sirvan como querrían
ellos ser servidos; pero, en caso de extrema necesidad, pueden confiarlo a
alguna persona que se haga cargo de lo necesario para su enfermedad. Y ruego al
hermano enfermo que dé gracias de todo al Creador; y que desee estar tal
cual le quiere el Señor, ya sano ya enfermo, porque a todos los que Dios
predestinó a la vida eterna, los instruye con el aguijón de los
azotes y enfermedades y con el espíritu de compunción, como dice
el Señor: Yo a los que amo, los corrijo y castigo (Ap 3,19). Y si alguno
se turba o irrita, sea contra Dios sea contra los hermanos, o si tal vez exige
con inquietud medicinas, anhelando en demasía liberar la carne que
pronto morirá y que es enemiga del alma, eso le viene del malo y
él es carnal, y no parece ser de los frailes, porque ama más el
cuerpo que el alma.
Cap. XI: Que los hermanos no difamen ni denigren,
sino que se amen mutuamente
Y todos los hermanos guárdense de calumniar y de
contender de palabra; empéñense, más bien, en guardar
silencio siempre que Dios les conceda la gracia. Y no litiguen entre sí
ni con otros, sino procuren responder humildemente, diciendo: Soy un siervo
inútil. Y no se irriten, porque todo el que se irrite contra su hermano,
será reo en el juicio; el que diga a su hermano raca,
será reo ante la asamblea; el que le diga fatuo, será
reo de la gehenna de fuego (Mt 5,22). Y ámense mutuamente, como dice el
Señor: Éste es mi mandamiento, que os améis los unos a los
otros, como os amé (Jn 15,12). Y muestren por las obras el amor que se
tienen mutuamente, como dice el Apóstol: No amemos de palabra y de boca,
sino de obra y de verdad (1 Jn 3,18). Y a nadie difamen. No murmuren, no
denigren a otros, porque escrito está: Los murmuradores y los
detractores son odiosos a Dios (cf. Rom 1,29). Y sean modestos, mostrando toda
mansedumbre para con todos los hombres. No juzguen, no condenen. Y, como dice
el Señor, no consideren los pecados mínimos de los otros (cf. Mt
7,3; Lc 6,41); al contrario, recapaciten más bien en los suyos propios
con amargura de su alma. Y esfuércense en entrar por la puerta angosta,
porque dice el Señor: Angosta es la puerta y estrecho el camino que
conduce a la vida; y pocos son los que lo encuentran (Mt 7,14).
Cap. XII: De las malas miradas y del trato con mujeres
Todos los hermanos, dondequiera que estén o que
vayan, guárdense de las malas miradas y del trato con mujeres. Y ninguno
se aconseje con ellas, o vaya de camino él solo con ellas, o coma a la
mesa en un mismo plato. Los sacerdotes hablen honestamente con ellas
administrándoles la penitencia u otro consejo espiritual. Y ninguna
mujer en absoluto sea recibida a la obediencia por hermano alguno, sino, una
vez que le haya sido dado el consejo espiritual, que ella haga penitencia donde
quiera. Y vigilémonos mucho todos y mantengamos puros todos nuestros
miembros, porque dice el Señor: El que mira a una mujer para desearla,
ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt 5,28); y el
Apóstol: ¿O es que ignoráis que vuestros miembros son templo
del Espíritu Santo? (1 Cor 6,19); por consiguiente, al que profane el
templo de Dios, Dios lo destruirá a él (1 Cor 3,17).
Cap. XIII: Evitar la fornicación
Si alguno de los hermanos, instigándolo el diablo,
fornicara, sea despojado del hábito que perdió por su torpe
iniquidad, y que lo deje del todo y sea expulsado absolutamente de nuestra
religión. Y después, que haga penitencia de los pecados.
Cap. XIV: Cómo deben ir los hermanos por el mundo
Cuando los hermanos van por el mundo, nada lleven para el
camino, ni bolsa, ni alforja, ni pan, ni pecunia, ni bastón. Y en
cualquier casa en que entren, digan primero: Paz a esta casa. Y, permaneciendo
en la misma casa, coman y beban de lo que haya en ella. No resistan al malvado,
sino, al que les pegue en una mejilla, preséntenle también la
otra. Y al que les quite el manto, no le prohíban que se lleve
también la túnica. Den a todo el que les pida; y al que les quite
lo que es de ellos, no se lo reclamen.
Cap. XV: Que los hermanos no cabalguen
Impongo a todos mis hermanos, tanto clérigos como
laicos, sea que van por el mundo o que moran en los lugares, que de
ningún modo tengan bestia alguna ni consigo, ni en casa de otro, ni de
algún otro modo. Y no les sea permitido cabalgar, a no ser que se vean
precisados por enfermedad o gran necesidad.
Cap. XVI: De los que van entre sarracenos
y otros infieles
Dice el Señor: Mirad, yo os envío como ovejas
en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como
palomas (Mt 10,16). Por eso, cualquier hermano que quiera ir entre sarracenos y
otros infieles, vaya con la licencia de su ministro y siervo. Y el ministro
déles la licencia y no se oponga, si los ve idóneos para ser
enviados; pues tendrá que dar cuenta al Señor, si en esto o en
otras cosas procediera sin discernimiento. Y los hermanos que van, pueden
conducirse espiritualmente entre ellos de dos modos. Un modo consiste en que no
entablen litigios ni contiendas, sino que estén sometidos a toda humana
criatura por Dios y confiesen que son cristianos. El otro modo consiste en que,
cuando vean que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios, para que
crean en Dios omnipotente, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de
todas las cosas, y en el Hijo, redentor y salvador, y para que se bauticen y
hagan cristianos, porque el que no vuelva a nacer del agua y del
Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios (cf. Jn 3,5).
Estas y otras cosas que agraden al Señor, pueden
decirles a ellos y a otros, porque dice el Señor en el Evangelio: Todo
aquel que me confiese ante los hombres, también yo lo confesaré
ante mi Padre que está en los cielos (Mt 10,32). Y: El que se
avergüence de mí y de mis palabras, también el Hijo del
hombre se avergonzará de él cuando venga en su majestad y en la
majestad del Padre y de los ángeles (cf. Lc 9,26).
Y todos los hermanos, dondequiera que estén,
recuerden que ellos se dieron y que cedieron sus cuerpos al Señor
Jesucristo. Y por su amor deben exponerse a los enemigos, tanto visibles como
invisibles; porque dice el Señor: El que pierda su alma por mi causa, la
salvará para la vida eterna. Bienaventurados los que padecen
persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Si me persiguieron a mí, también a vosotros os
perseguirán. Y: Si os persiguen en una ciudad, huid a otra.
Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres y os maldigan y os
perseguirán y os expulsen y os injurien y proscriban vuestro nombre como
malo, y cuando digan, mintiendo, toda clase de mal contra vosotros por mi causa
(Mt 5,11; Lc 6,22). Alegraos aquel día y saltad de gozo, porque vuestra
recompensa es mucha en los cielos. Y yo os digo a vosotros, amigos míos:
no os aterroricéis por ellos, y no temáis a aquellos que matan el
cuerpo y después de esto no tienen más que hacer. Mirad que no os
turbéis. Pues en vuestra paciencia poseeréis vuestras almas; y el
que persevere hasta el fin, éste será salvo.
Cap. XVII: De los predicadores
Ningún hermano predique contra la forma e
institución de la santa Iglesia y a no ser que le haya sido concedido
por su ministro. Y guárdese el ministro de concederlo sin discernimiento
a alguien. Sin embargo, todos los hermanos prediquen con las obras. Y
ningún ministro o predicador se apropie el ministerio o servicio de los
hermanos o el oficio de la predicación, sino que, a cualquier hora que
le fuere ordenado, deje su oficio sin contradicción alguna.
Por eso, suplico en la caridad que es Dios a todos mis
hermanos predicadores, orantes, trabajadores, tanto clérigos como
laicos, que se esfuercen por humillarse en todas las cosas, por no gloriarse ni
gozarse en sí mismos ni ensalzarse interiormente por las palabras y
obras buenas, más aún, por ningún bien, que Dios hace o
dice y obra alguna vez en ellos y por medio de ellos, según lo que dice
el Señor: Pero no os gocéis porque los espíritus se os
someten (Lc 10,20). Y sepamos firmemente que no nos pertenecen a nosotros sino
los vicios y pecados. Y debemos gozarnos más bien cuando vayamos a dar
en diversas tentaciones y cuando soportemos, por la vida eterna, cualquier
clase de angustias o tribulaciones del alma o del cuerpo en este mundo.
Todos los hermanos, por consiguiente, guardémonos de
toda soberbia y vanagloria. Y protejámonos de la sabiduría de
este mundo y de la prudencia de la carne. Pues el espíritu de la carne
quiere y se esfuerza mucho en tener palabras, pero poco en las obras; y no
busca la religión y santidad en el espíritu interior, sino que
quiere y desea tener una religión y santidad que aparezca exteriormente
a los hombres. Y éstos son aquellos de quienes dice el Señor: En
verdad os digo, recibieron su recompensa (Mt 6,2). Por el contrario, el
espíritu del Señor quiere que la carne sea mortificada y
despreciada, vil y abyecta. Y se aplica con empeño a la humildad y la
paciencia y a la pura y simple y verdadera paz del espíritu. Y siempre
desea, sobre todas las cosas, el temor divino y la sabiduría divina y el
amor divino del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Y devolvamos todos los bienes al Señor Dios
altísimo y sumo, y reconozcamos que todos los bienes son de él, y
démosle gracias por todos a él, de quien proceden todos los
bienes. Y el mismo altísimo y sumo, solo Dios verdadero, tenga y a
él se le tributen y él reciba todos los honores y reverencias,
todas las alabanzas y bendiciones, todas las gracias y gloria, de quien es todo
bien, solo el cual es bueno.
Y cuando veamos u oigamos decir o hacer el mal o blasfemar
contra Dios, nosotros bendigamos y hagamos bien y alabemos a Dios, que es
bendito por los siglos.
Cap. XVIII: Cómo deben reunirse los ministros
Cada ministro podrá reunirse con sus hermanos todos
los años, donde les plazca, en la fiesta de San Miguel Arcángel,
para tratar de las cosas que pertenecen a Dios. Ahora bien, todos los ministros
que están en las regiones ultramarinas y ultramontanas vendrán
una vez cada tres años, y los otros ministros una vez cada año,
al capítulo de Pentecostés, junto a la iglesia de Santa
María de la Porciúncula, a no ser que el ministro y siervo de
toda la fraternidad haya ordenado otra cosa.
Cap. XIX: Que los hermanos vivan católicamente
Todos los hermanos sean católicos, vivan y hablen
católicamente. Pero si alguno se desviara de la fe y vida
católica de palabra o de hecho y no se enmendara, sea expulsado
absolutamente de nuestra fraternidad. Y tengamos a todos los clérigos y
a todos los religiosos por señores nuestros en aquellas cosas que miran
a la salud del alma y no nos desvíen de nuestra religión; y
veneremos en el Señor el orden y oficio y ministerio de ellos.
Cap. XX: De la penitencia y de la recepción del cuerpo
y de la sangre de nuestro Señor Jesucristo
Y mis hermanos benditos, tanto clérigos como laicos,
confiesen sus pecados a sacerdotes de nuestra religión. Y si no pueden,
confiésenlos a otros sacerdotes discretos y católicos, sabiendo
firmemente y considerando que, de cualquier sacerdote católico que
reciban la penitencia y absolución, serán sin duda alguna
absueltos de sus pecados, si procuran cumplir humilde y devotamente la
penitencia que les haya sido impuesta. Pero si entonces no pudieran tener
sacerdote, confiésense con un hermano suyo, como dice el apóstol
Santiago: Confesaos mutuamente vuestros pecados (Sant 5,16). Mas no por esto
dejen de recurrir al sacerdote, porque la potestad de atar y desatar ha sido
concedida a solos los sacerdotes. Y así, contritos y confesados, reciban
el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo con gran humildad y
veneración, recordando lo que dice el Señor: El que come mi carne
y bebe mi sangre tiene la vida eterna (cf. Jn 6,54); y: Haced esto en
conmemoración mía (Lc 22,19).
Cap. XXI: De la alabanza y exhortación
que pueden hacer todos los hermanos
Y todos mis hermanos pueden anunciar, siempre que les
plazca, esta exhortación y alabanza, u otra semejante, entre
cualesquiera hombres, con la bendición de Dios: Temed y honrad, alabad y
bendecid, dad gracias y adorad al Señor Dios omnipotente en Trinidad y
Unidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas. Haced
penitencia, haced frutos dignos de penitencia, porque pronto moriremos. Dad y
se os dará. Perdonad y se os perdonará. Y, si no perdonáis
a los hombres sus pecados, el Señor no os perdonará vuestros
pecados; confesad todos vuestros pecados. Bienaventurados los que mueren en
penitencia, porque estarán en el reino de los cielos. ¡Ay de
aquellos que no mueren en penitencia, porque serán hijos del diablo,
cuyas obras hacen, e irán al fuego eterno! Guardaos y absteneos de todo
mal y perseverad hasta el fin en el bien.
Cap. XXII: De la amonestación de los hermanos
Consideremos todos los hermanos lo que dice el
Señor: Amad a vuestros enemigos y haced el bien a los que os odian (cf.
Mt 5,44 par.), porque nuestro Señor Jesucristo, cuyas huellas debemos
seguir, llamó amigo a quien lo traicionaba y se ofreció
espontáneamente a quienes lo crucificaron. Por lo tanto, son amigos
nuestros todos aquellos que injustamente nos acarrean tribulaciones y
angustias, afrentas e injurias, dolores y tormentos, martirio y muerte; a los
cuales debemos amar mucho, porque, por lo que nos acarrean, tenemos la vida
eterna.
Y tengamos odio a nuestro cuerpo con sus vicios y pecados;
porque el diablo quiere arrebatarnos, mientras vivimos carnalmente, el amor de
Jesucristo y la vida eterna, y perderse a sí mismo junto con todos en el
infierno; porque nosotros, por nuestra culpa, somos hediondos, miserables y
contrarios al bien, pero prontos y voluntariosos para el mal, porque como dice
el Señor en el Evangelio: Del corazón proceden y salen los malos
pensamientos, adulterios, fornicaciones, homicidios, hurtos, avaricia, maldad,
dolo, impudicia, envidia, falsos testimonios, blasfemia, insensatez. Todos
estos males proceden de dentro, del corazón del hombre, y éstos
son los que manchan al hombre (cf. Mc 7,21-23; Mt 15,19-20).
Pero ahora, después que hemos dejado el mundo, no
tenemos ninguna otra cosa que hacer sino seguir la voluntad del Señor y
agradarle a él. Guardémonos mucho de ser terreno junto al camino,
o rocoso o espinoso, según lo que dice el Señor en el Evangelio:
La semilla es la palabra de Dios. Y la que cayó junto al camino y fue
pisoteada, son aquellos que oyen la palabra y no la entienden; y al punto viene
el diablo y arrebata lo que fue sembrado en sus corazones, y quita de sus
corazones la palabra, no sea que creyendo se salven. Y la que cayó sobre
terreno rocoso, son aquellos que, al oír la palabra, al instante la
reciben con gozo. Pero, llegada la tribulación y persecución por
causa de la palabra, inmediatamente se escandalizan, y éstos no tienen
raíz en sí mismos, sino que son inconstantes, porque creen por un
tiempo y en el tiempo de la tentación retroceden. Y la que cayó
entre espinas, son aquellos que oyen la palabra de Dios, pero la
preocupación y las fatigas de este siglo y la falacia de las riquezas y
las demás concupiscencias, entrando en ellos, sofocan la palabra y se
quedan sin dar fruto. Y la que fue sembrada en buen terreno, son aquellos que,
oyendo la palabra con corazón bueno y óptimo, la entienden y la
retienen y producen fruto en la paciencia. Y por eso nosotros los hermanos,
como dice el Señor, dejemos que los muertos entierren a sus muertos (Mt
8,22; Mt 13; Mc 4; Lc 8).
Y guardémonos mucho de la malicia y sutileza de
Satanás, que quiere que el hombre no tenga su mente y su corazón
dirigidos a Dios. Y dando vueltas, desea llevarse el corazón del hombre
so pretexto de alguna recompensa o ayuda, y sofocar en su memoria la palabra y
preceptos del Señor, queriendo cegar el corazón del hombre por
medio de los negocios y cuidados del siglo, y habitar allí, como dice el
Señor: Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda vagando
por lugares áridos y secos en busca de descanso; y, al no encontrarlo,
dice: Volveré a mi casa, de donde salí. Y al venir la encuentra
desocupada, barrida y adornada. Y va y toma a otros siete espíritus
peores que él, y, habiendo entrado, habitan allí, y las
postrimerías de aquel hombre son peores que los principios (cf. Lc
11,24.26; Mt 12,43-44).
Por lo tanto, hermanos todos, guardémonos mucho de
perder o apartar del Señor nuestra mente y corazón so pretexto de
alguna merced u obra o ayuda. Mas en la santa caridad que es Dios, ruego a
todos los hermanos, tanto los ministros como los otros, que, removido todo
impedimento y pospuesta toda preocupación y solicitud, del mejor modo
que puedan, hagan servir, amar, honrar y adorar al Señor Dios con
corazón limpio y mente pura, que es lo que él busca sobre todas
las cosas; y hagámosle siempre allí habitación y morada a
aquél que es Señor Dios omnipotente, Padre e Hijo y
Espíritu Santo, que dice: Vigilad, pues, orando en todo tiempo, para que
seáis considerados dignos de huir de todos los males que han de venir, y
de estar en pie ante el Hijo del Hombre (Lc 21,36). Y cuando estéis de
pie para orar, decid: Padre nuestro, que estás en el cielo (Mt 6,9). Y
adorémosle con puro corazón, porque es preciso orar siempre y no
desfallecer (Lc 18,1); pues el Padre busca tales adoradores. Dios es
espíritu, y los que lo adoran es preciso que lo adoren en
espíritu y verdad (cf. Jn 4,23-24). Y recurramos a él como al
pastor y obispo de nuestras almas, que dice: Yo soy el buen pastor, que
apaciento a mis ovejas y doy mi alma por mis ovejas. Todos vosotros sois
hermanos; y no llaméis padre a ninguno de vosotros en la tierra, porque
uno es vuestro Padre, el que está en el cielo. Ni os llaméis
maestros; porque uno es vuestro maestro, el que está en el cielo (cf. Mt
23,8-10). Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en
vosotros, pediréis todo lo que queráis y se os dará (Jn
15,7). Dondequiera que hay dos o tres congregados en mi nombre, allí
estoy en medio de ellos (Mt 18,20). He aquí que yo estoy con vosotros
hasta la consumación del siglo (Mt 28,20). Las palabras que os he
hablado son espíritu y vida (Jn 6,64). Yo soy el camino, la verdad y la
vida (Jn 14,6).
Retengamos, por consiguiente, las palabras, la vida y la
doctrina y el santo evangelio de aquel que se dignó rogar por nosotros a
su Padre y manifestarnos su nombre diciendo: Padre, glorifica tu nombre, y
glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Padre,
manifesté tu nombre a los hombres que me diste; porque las palabras que
tú me diste se las he dado a ellos; y ellos las han recibido, y han
reconocido que salí de ti, y han creído que tú me has
enviado. Yo ruego por ellos, no por el mundo, sino por éstos que me
diste, porque tuyos son y todas mis cosas tuyas son. Padre santo, guarda en tu
nombre a los que me diste, para que ellos sean uno como también
nosotros. Hablo estas cosas en el mundo para que tengan gozo en sí
mismos. Yo les he dado tu palabra; y el mundo los ha odiado, porque no son del
mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te ruego que los saques del mundo,
sino que los guardes del maligno. Glorifícalos en la verdad. Tu palabra
es verdad. Como tú me enviaste al mundo, también yo los
envié al mundo. Y por éstos me santifico a mí mismo, para
que sean ellos santificados en la verdad. No ruego solamente por éstos,
sino por aquellos que han de creer en mí por medio de su palabra, para
que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que tú me enviaste
y los amaste como me amaste a mí. Y les haré conocer tu nombre,
para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en ellos. Padre,
los que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos
estén conmigo, para que vean tu gloria en tu reino (cf. Jn 17).
Amén.
Cap. XXIII: Oración y acción de gracias
Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios,
Padre santo y justo, Señor rey del cielo y de la tierra, por ti mismo te
damos gracias, porque, por tu santa voluntad y por tu único Hijo con el
Espíritu Santo, creaste todas las cosas espirituales y corporales, y a
nosotros, hechos a tu imagen y semejanza, nos pusiste en el paraíso. Y
nosotros caímos por nuestra culpa. Y te damos gracias porque, así
como por tu Hijo nos creaste, así, por tu santo amor con el que nos
amaste, hiciste que él, verdadero Dios y verdadero hombre, naciera de la
gloriosa siempre Virgen la beatísima santa María, y quisiste que
nosotros, cautivos, fuéramos redimidos por su cruz y sangre y muerte. Y
te damos gracias porque ese mismo Hijo tuyo vendrá en la gloria de su
majestad a enviar al fuego eterno a los malditos, que no hicieron penitencia y
no te conocieron, y a decir a todos los que te conocieron y adoraron y te
sirvieron en penitencia: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que os
está preparado desde el origen del mundo (cf. Mt 25,34).
Y porque todos nosotros, miserables y pecadores, no somos
dignos de nombrarte, imploramos suplicantes que nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo amado, en quien bien te complaciste, junto con el
Espíritu Santo Paráclito, te dé gracias por todos como a
ti y a él os place, él que te basta siempre para todo y por quien
tantas cosas nos hiciste. Aleluya.
Y a la gloriosa madre, la beatísima María
siempre Virgen, a los bienaventurados Miguel, Gabriel y Rafael, y a todos los
coros de los bienaventurados serafines, querubines, tronos, dominaciones,
principados, potestades, virtudes, ángeles, arcángeles, a los
bienaventurados Juan Bautista, Juan Evangelista, Pedro, Pablo, y a los
bienaventurados patriarcas, profetas, Inocentes, apóstoles,
evangelistas, discípulos, mártires, confesores, vírgenes,
a los bienaventurados Elías y Enoc, y a todos los santos que fueron y
que serán y que son, humildemente les suplicamos por tu amor que te den
gracias por estas cosas como te place, a ti, sumo y verdadero Dios, eterno y
vivo, con tu Hijo carísimo, nuestro Señor Jesucristo, y el
Espíritu Santo Paráclito, por los siglos de los siglos.
Amén. Aleluya.
Y a todos los que quieren servir al Señor Dios
dentro de la santa Iglesia católica y apostólica, y a todos los
órdenes siguientes: sacerdotes, diáconos, subdiáconos,
acólitos, exorcistas, lectores, ostiarios y todos los clérigos,
todos los religiosos y religiosas, todos los donados y postulantes, pobres y
necesitados, reyes y príncipes, trabajadores y agricultores, siervos y
señores, todas las vírgenes y continentes y casadas, laicos,
varones y mujeres, todos los niños, adolescentes, jóvenes y
ancianos, sanos y enfermos, todos los pequeños y grandes, y todos los
pueblos, gentes, tribus y lenguas, y todas las naciones y todos los hombres en
cualquier lugar de la tierra, que son y que serán, humildemente les
rogamos y suplicamos todos nosotros, los hermanos menores, siervos
inútiles, que todos perseveremos en la verdadera fe y penitencia, porque
de otra manera ninguno puede salvarse.
Amemos todos con todo el corazón, con toda el alma,
con toda la mente, con toda la fuerza y fortaleza, con todo el entendimiento,
con todas las fuerzas, con todo el esfuerzo, con todo el afecto, con todas las
entrañas, con todos los deseos y voluntades al Señor Dios, que
nos dio y nos da a todos nosotros todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida,
que nos creó, nos redimió y por sola su misericordia nos
salvará, que a nosotros, miserables y míseros, pútridos y
hediondos, ingratos y malos, nos hizo y nos hace todo bien.
Por consiguiente, ninguna otra cosa deseemos, ninguna otra
queramos, ninguna otra nos plazca y deleite, sino nuestro Creador y Redentor y
Salvador, el solo verdadero Dios, que es pleno bien, todo bien, total bien,
verdadero y sumo bien, que es el solo bueno, piadoso, manso, suave y dulce, que
es el solo santo, justo, verdadero, santo y recto, que es el solo benigno,
inocente, puro, de quien y por quien y en quien es todo el perdón, toda
la gracia, toda la gloria de todos los penitentes y de todos justos, de todos
los bienaventurados que gozan juntos en los cielos. Por consiguiente, que nada
impida, que nada separe, que nada se interponga. En todas partes, en todo
lugar, a toda hora y en todo tiempo, diariamente y de continuo, todos nosotros
creamos verdadera y humildemente, y tengamos en el corazón y amemos,
honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y ensalcemos
sobremanera, magnifiquemos y demos gracias al altísimo y sumo Dios
eterno, Trinidad y Unidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de
todas las cosas y salvador de todos los que creen y esperan en él y lo
aman a él, que es sin principio y sin fin, inmutable, invisible,
inenarrable, inefable, incomprensible, inescrutable, bendito, laudable,
glorioso, ensalzado sobremanera, sublime, excelso, suave, amable, deleitable y
todo entero sobre todas las cosas deseable por los siglos. Amén.
Cap. XXIV: Conclusión
¡En el nombre del Señor! Ruego a todos los
hermanos que aprendan el tenor y sentido de las cosas que están escritas
en esta vida para salvación de nuestra alma, y que frecuentemente las
traigan a la memoria. E imploro a Dios que Él, que es omnipotente, trino
y uno, bendiga a todos los que enseñan, aprenden, conservan, recuerdan y
practican estas cosas, cuantas veces repiten y hacen lo que allí
está escrito para salud de nuestra alma; y ruego a todos,
besándoles los pies, que las amen mucho, las custodien y las guarden. Y
de parte de Dios omnipotente y del señor papa, y por obediencia, yo, el
hermano Francisco, mando firmemente e impongo que nadie suprima nada de lo que
está escrito en esta vida ni añada en la misma escrito alguno, y
que no tengan los hermanos otra regla.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como
era en el principio y ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amén.
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