DIRECTORIO FRANCISCANO

Espiritualidad franciscana


FRANCISCO Y SUS SEGUIDORES,
TESTIGOS DE LA ALEGRÍA DE CRISTO

Optato van Asseldonk, OFMCap

 

[Título original: Francesco e i suoi seguaci come testimoni della gioia di Cristo, en AA. VV., Lettura spirituale-apostolica delle fonti francescane, Roma, Ed Antonianum, 1980, pp. 131-150]

La alegría «franciscana», como herencia inspirante de san Francisco, es todavía hoy un testimonio muy solicitado. Prueba de ello son las palabras de Pablo VI y de Juan Pablo II. Escribe el primero en la Exhortación Apostólica Gaudete in Domino, cap. IV, sobre la alegría en el corazón de los santos: «Deseamos evocar muy especialmente tres figuras, muy atrayentes todavía hoy para todo el pueblo cristiano. En primer lugar, el Pobrecillo de Asís, cuyas huellas se esfuerzan en seguir muchos peregrinos del Año Santo. Habiéndolo dejado todo por el Señor, él, gracias a dama pobreza, recobró algo, por así decir, de aquella bienaventuranza con que el mundo salió intacto de las manos del Creador. En medio de las mayores privaciones, casi ciego, él pudo cantar el inolvidable Cántico de las criaturas, la alabanza del hermano sol, de la naturaleza entera, convertida para él en un transparente y puro espejo de la gloria divina, así como la alegría ante la venida de "nuestra hermana la muerte corporal": "Bienaventurados aquellos a quienes encontrará en tu santísima voluntad"». Habla luego el Papa de santa Teresa de Lisieux, y añade finalmente: «¿Cómo no mencionar la imagen luminosa para nuestra generación, el ejemplo del beato Maximiliano Kolbe, discípulo genuino de san Francisco? En medio de las más trágicas pruebas que ensangrentaron nuestra época, él se ofrece voluntariamente a la muerte para salvar a un hermano desconocido; y los testigos nos cuentan que su paz interior, su serenidad y su alegría convirtieron de alguna manera aquel lugar de sufrimiento, que era habitualmente como una imagen del infierno para sus pobres compañeros y para él mismo, en la antesala de la vida eterna».

Juan Pablo II, el 5 de noviembre de 1978, en Asís, después de expresar su gratitud a la Familia franciscana, hacía esta recomendación para el futuro: «Servid al Señor con alegría. Sed siervos de su pueblo, porque san Francisco os ha querido siervos alegres de la humanidad, capaces de encender en todas partes la antorcha de la esperanza, de la confianza y del optimismo que tienen su fuente en el Señor mismo. Que os sirva de ejemplo hoy y siempre vuestro, nuestro Patrono común, san Francisco de Asís». Poco antes había hecho referencia al gran soplo del Espíritu Santo, del que participaron san Francisco y santa Clara, y había recordado al P. Kolbe, «Patrono particular de nuestros tiempos difíciles».[1]

I. LA ALEGRÍA DE SAN FRANCISCO,
DON DE LA NATURALEZA Y DE SU EXPERIENCIA JUVENIL

Dibujo Franciscano - Música 1) Se da por descontado entre los especialistas que Francisco estuvo dotado por la naturaleza, o por su carácter, de una gran capacidad o sensibilidad para el gozo, la alegría, el regocijo, la hilaridad, la gentileza, la urbanidad,[2] como también de una gozosa generosidad y amplia liberalidad, de comprensión y misericordia atenta y delicada hacia todos los sufrimientos de alma o de cuerpo. Me parece imposible, sin embargo, determinar de modo preciso hasta qué punto este don es fruto natural de su carácter o de su índole. Tal vez estudios ulteriores descubrirán que este don de la alegría es más bien fruto de la formación práctica de Francisco en su juventud y de las pruebas heroicas en su vida evangélica.

2) Un hecho histórico, en cuanto sé aceptado por todos, es la influencia decisiva en el joven Francisco de la cultura caballeresca francesa, promovida en Italia por trovadores y juglares. Ya antes de su conversión, Francisco sabía un poco de francés, probablemente la lengua del Norte de Francia («lengua de oíl»), tal vez por mediación de su padre, quien mantenía relaciones comerciales con Francia. El idioma francés le sirvió para expresar experiencias íntimas de alegría espiritual, incluso mística. El P. Schmucki escribe: «La corriente caballeresca de la épica formaba como el soporte y el marco de su honda y emotiva religiosidad».[3]

Las biografías franciscanas primitivas atestiguan la influencia de los relatos de la épica heroica, tales como los de Carlomagno, Rolando, Artús y sus doce caballeros de la Tabla Redonda, conocidos en todas partes por obra y gracia de los trovadores y juglares «itinerantes». Estos trovadores fueron a la vez poetas, compositores, cantores y recitadores. Los juglares, en cambio, debían poner en escena las poesías de aquellos. En este contexto, san Francisco aparece, hasta el final de su vida, como un verdadero trovador, autor de poesías, cantos, llamados «lauda», como el Cántico del hermano sol. La Leyenda de Perusa cuenta que san Francisco, después de haber compuesto el Cántico de las criaturas, «compuso para esta alabanza una melodía que enseñó a sus compañeros para que la cantaran. Su corazón se llenó de tanta dulzura y consuelo, que quería mandar a alguien en busca del hermano Pacífico, en el siglo rey de los versos y muy cortesano maestro de cantores, para que, en compañía de algunos hermanos buenos y espirituales, fuera por el mundo predicando y alabando a Dios. Quería, y es lo que les aconsejaba, que primero alguno de ellos que supiera predicar lo hiciera y que después de la predicación cantaran las Alabanzas del Señor, como verdaderos juglares del Señor. Quería que, concluidas las alabanzas, el predicador dijera al pueblo: "Somos juglares del Señor, y la única paga que deseamos de vosotros es que permanezcáis en verdadera penitencia". Y añadía: "¿Qué son, en efecto, los siervos de Dios sino unos juglares que deben mover los corazones para encaminarlos a las alegrías del espíritu?". Y lo decía en particular de los hermanos menores, que han sido dados al pueblo para su salvación» (LP 83).

Todo el apostolado de las exhortaciones y alabanzas, a las que se refiere el cap. 21 de la Regla no bulada, debe verse en el contexto de la «gaya ciencia» de los juglares itinerantes. Los Hermanos Menores son como cantores itinerantes del amor de Dios, cuyo cometido consiste en crear un clima de alegría espiritual, pidiendo como recompensa de su representación espiritual la conversión o la penitencia de los oyentes.

Algunos autores insisten con razón, me parece, en que san Francisco, viviendo a fondo la cultura caballeresca y popular de su tiempo, incluso en su forma literaria y teatral, al modo de los juglares, acercó la Buena Nueva a la gente de entonces. Franco Cardini escribe al respecto: «En resumen, la conclusión más equilibrada que se puede sacar de la consideración del componente caballeresco en Francisco de Asís es que verdaderamente le sirvió sobre todo para hablar a los hombres del siglo XIII el lenguaje de ellos, más allá de la exégesis y de la teología. Francisco era un "laico", uno de ellos».[4] El autor quiere decir que Francisco reacciona, como un gran rebelde, contra su tiempo «moderno», o sea, el nacimiento del poder prepotente del dinero y del intelectualismo, incluso escolástico.

3) También influye profundamente en el joven Francisco el contenido humano-espiritual-místico de la cultura que le es contemporánea. Lo que voy a decir no pretende ser una tesis, sino más bien una hipótesis de trabajo, de investigación más profunda. En los movimientos culturales-espirituales anteriores a san Francisco e inspirados sobre todo por la Francia del Norte o Galia Belga, encontramos ya presentes muchísimos aspectos de los que Francisco será luego un maestro genial y un promotor providencial único y universal, en el seno de la Iglesia y de la sociedad medieval. Estos aspectos, entre otros, son: la cultura expresa de la alegría humana-cristiana, del amor afectivo, cordial, tierno, dulce, noble y oblativo, también a la mujer, especialmente a la Virgen María, a toda la creación; la experiencia vivida del amor de Dios, incluso estático-místico, en toda la persona; la mística del amor, en íntima unión trinitaria-cristocéntrica-mariana, en la que ni siquiera faltan la vida pobre con Cristo pobre crucificado-eucarístico, la vida apostólica, las obras caritativas para con los leprosos y otros enfermos, y también el don de lágrimas y las llagas. Esta Umbría «nórdica» de la Galia Belga fue conocida por Francisco desde finales del siglo XII, y de modo especial, al menos desde los años 1215, a través de Jacobo de Vitry, el gran admirador y promotor de aquel movimiento en Bélgica, que fue aprobado, en la forma concreta de las Beguinas, en el año 1216, después del Concilio IV de Letrán. Las fuentes principales de estos movimientos europeos, antes de Francisco, son los Cistercienses, con la escuela de S. Bernardo, y los Victorinos, especialmente Guillermo de San Thierry; así como también la liturgia medieval y la poesía latina del tiempo.[5]

Suponiendo esta influencia en el joven Francisco, se comprende no sólo su fuerte e intrépida alegría noble y caballeresca, ávida de empresas heroicas por el amor de Dios, por Dama Pobreza, sino también el contenido profundo trinitario místico-estático de alegría y de entusiasmo, que nos sorprende en sus primeros escritos, o sea, la Forma de vida para santa Clara y la primera redacción de la Carta a todos los fieles.[6]

F. Ribalta: San Francisco confortado por un ángel (LP 66)

II. LA ALEGRÍA EN LOS ESCRITOS DEL SANTO
Y EN LAS BIOGRAFÍAS

1) Testamento 1-3: «El Señor me dio a mí, el hermano Francisco, el comenzar de esta manera a hacer penitencia; en efecto, cuando estaba en pecados, me parecía muy amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos, y yo practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de ellos, lo que antes me había parecido amargo, se me tornó en dulzura de alma y de cuerpo» (cf. 1 Cel 17).

Esta es la primera noticia autobiográfica sobre la experiencia íntima, en alma y cuerpo, de alegría -dulzura es la palabra-, en el momento de su penitencia o conversión radical a Dios en el servicio de los leprosos. Esta «dulzura» humana-cristiana, incorporada a la entera persona, parece que fue experiencia común de la primera fraternidad franciscana, como fruto directo de su conversión total y radical sirviendo a los leprosos y dándolo todo a los pobres.

Léase la Leyenda de los Tres Compañeros y Celano, especialmente la Vida II, donde se siente al vivo la alegría dulce e íntima de aquellos compañeros o caballeros de la Tabla Redonda que, en la búsqueda del tesoro escondido evangélico, lo dejaron todo, encontrándolo todo en la alegría del Señor y de los hermanos. La palabra dulzura se repite con mucha frecuencia en la Leyenda de los Tres Compañeros, junto a las palabras gozo, alegría, etc. El traductor de Fonti Francescane anota: «El signo de la alegría acompaña todos los pasos de la vida de Francisco y de la fraternidad que se reúne y crece día a día en torno a él» (TC 34, nota 11; cf. TC 58-59).

2) Santa Clara nos da otra noticia referente a la alegría de Francisco: fue «casi enseguida después de su conversión, cuando aún no tenía hermanos ni compañeros»; estaba reparando la iglesia de San Damián, donde el Crucifijo le habló, y allí, «visitado totalmente por la divina consolación, sintió el impulso de abandonar por completo el siglo», y, «en un transporte de alegría e iluminado por el Espíritu Santo», profetizó en lengua francesa la venida a San Damián de las primeras clarisas, «cuya santa vida difundirá su fama y dará gloria a nuestro Padre celestial en toda su santa Iglesia» (TestCl 9-14). Celano explica que «siempre que le penetraban los ardores del Espíritu Santo, comunicaba, expresándose en francés, las ardientes palabras que le bullían dentro» (2 Cel 13).

Francisco «se alegró mucho en el Señor» viendo la primitiva experiencia gozosa de las Damas Pobres, las cuales reputaban «como grandes delicias» la penuria, la pobreza, la tribulación, la afrenta y menosprecio del mundo, a ejemplo de Francisco y sus hermanos; por ello, «se obligó a tener siempre, por sí mismo y por medio de su orden, diligente cuidado y especial solicitud de nosotras, no menos que de sus hermanos» (TestCl 27-29).

El secreto «formativo» de esta conversión a la alegría de la pobreza, se nos revela tal vez en la Leyenda de Clara, donde se habla de los encuentros de la joven Clara con Francisco, antes de su conversión: las palabras de Francisco, a Clara «le parecían llameantes, y su conducta sobrehumana». «El padre Francisco la exhorta al desprecio del mundo; demostrándole con expresiones vivas la vana esperanza y el atractivo engañoso del siglo, insinuándole en sus oídos los dulces esponsales de Cristo, convidándola a reservar la joya de la pureza virginal para aquel Esposo dichoso a quien el amor le hizo hombre» (LCl 5).

De estos dulces esponsales con Cristo como hijas y esclavas del Padre, esposas del Espíritu Santo y madres de Cristo, como María, hablarán toda la vida Francisco y Clara, especialmente en sus cartas, empezando por el primer escrito del Santo, la Forma de vida para santa Clara, y terminando por la Antífona del Oficio de la Pasión.

3) Nos parecen muy próximos el primitivo clima de la vida franciscana en alegre pobreza y humildad descrito en la Regla no bulada (1 R 7 y 9), y el comentado por Celano (1 Cel 38-41); parece que éste sigue el modelo de aquélla.

a) 1 R 7,10-16: «Guárdense los hermanos, dondequiera que estén, en eremitorios o en otros lugares, de apropiarse para sí ningún lugar, ni de vedárselo a nadie. Y todo aquel que venga a ellos, amigo o adversario, ladrón o bandido, sea acogido benignamente. Y, dondequiera que estén o en cualquier lugar en que se encuentren unos con otros, los hermanos deben tratarse espiritual y amorosamente y honrarse mutuamente sin murmuración (Esser: "se revidere"). Y guárdense de mostrarse tristes exteriormente o hipócritamente ceñudos; muéstrense, más bien, gozosos en el Señor y alegres y debidamente agradables».

Escribe Celano: «Amaba tanto al hombre lleno de alegría espiritual, que en cierto capítulo general hizo escribir, para enseñanza de todos, esta admonición: "Guárdense los hermanos de mostrarse ceñudos exteriormente e hipócritamente tristes; muéstrense, más bien, gozosos en el Señor (gaudentes in Domino), alegres y jocundos y debidamente agradables (hilares et iucundos)"» (2 Cel 128).

Es de señalar que estos términos se repiten por tres veces en los Fragmentos de la otra Regla no bulada: Frag I, 70; II, 15; III, 2. Parece claro que encontramos aquí una reacción contra la pobreza-penitencia triste de los cátaros y una alusión a la alegría caballeresca de los trovadores y juglares.

El texto paralelo de Celano (2 Cel 125-129) trata de la verdadera alegría espiritual: para Francisco, la alegría espiritual o el gozo del espíritu «es el remedio más seguro contra las mil acechanzas y astucias del enemigo», mientras la melancolía o la tristeza es el peor de los males: «Por eso, el Santo procuraba vivir siempre con júbilo del corazón, conservar la unción del espíritu y el óleo de la alegría»; en la oración encontraba el siervo de Dios la victoria sobre la tristeza (2 Cel 125).

El Santo sabía por experiencia que la alegría y la tristeza son igualmente contagiosas. La Leyenda de Perusa explica de modo bellísimo el tema de la alegría interior y exterior, tanto en la prosperidad como en la tribulación o angustia; en público, todos los hermanos debían mostrarse alegres; la tristeza debe vencerse en la oración (LP 120). Francisco mismo se retiraba algunas veces, cuando era víctima de la tristeza, para no dar mal ejemplo y entristecer a los hermanos (LP 63). Confesaba, en cambio: «Si alguna vez me encontrara yo tentado y abatido, pienso que sería suficiente ver la alegría de mi compañero para pasar, por este motivo, de la tentación y abatimiento a la alegría interior y exterior» (LP 120). Por otra parte, la tribulación y angustia de los hermanos desaparecía a causa de la alegría de Francisco: «Si algunos de los hermanos que llegaban al capítulo tenían alguna tentación o tribulación, al oír hablar al hermano Francisco con tanta dulzura y fervor y al ver su penitencia, se veían libres de las tentaciones y consolados maravillosamente en las tribulaciones» (TC 59; cf. AP 39). Francisco, sin embargo, sabía desenmascarar los casos de alegría exterior e interior «fingida», fruto de una tentación diabólica (cf. 2 Cel 28; LP 116).

Con todo, Francisco fue muy humano, buscando y recomendando también otros remedios más humanos. Durante una grave enfermedad, lleno de terribles dolores, en 1225, Francisco buscó alivio en la música de una cítara con alguna bella canción, invitando a fray Pacífico, el rey de los versos, o a fray Ángel Tancredi a ejercer una vez más su oficio de citarista o de trovador. Para evitar el escándalo de la gente, Francisco tuvo que renunciar a aquella música, pero el Señor mismo acudió a consolarlo, haciéndole oír «otra más agradable» (2 Cel 126). Celano describe de modo insuperable a Francisco «trovador-juglar» en éxtasis místico, interpretando simbólicamente música con un palo tomado del suelo y una varita, a modo de viola, instrumento propio de los trovadores, ejecutando los movimientos adecuados; así «la dulcísima melodía espiritual que bullía en el interior, la expresaba al exterior en francés, y la vena del susurro divino que su oído percibía en lo secreto rompía en jubilosas canciones juglarescas» (2 Cel 127).

A sus hermanos demasiado severos para con el hermano cuerpo, los exhortaba a atenderlo «con discreción», dándole suficiente comida: «para que no provoque tempestades de flojera» y quitarle toda ocasión de protesta; y Celano anota: «Sólo en esta lección anduvieron discordes las palabras y las obras del santísimo Padre» (2 Cel 129).

Además, para ayudar a sus hermanos, les daba ejemplo, comenzando él mismo a comer para que el hermano que una noche gritaba: «¡me muero de hambre!», no se avergonzara (2 Cel 22), o incluso comiendo en días de ayuno, para que los enfermos no tuvieran que ruborizarse al hacerlo (2 Cel 175).

Decía Francisco: «El diablo se alegra mucho cuando puede apagar o impedir la devoción y el gozo interior producido en el siervo de Dios por una oración pura o por otras buenas obras...» (LP 120).

b) 1 R 9,2: «Y deben gozarse cuando conviven con gente de baja condición y despreciada, con los pobres y débiles, y con los enfermos y leprosos, y con los mendigos de los caminos».

En el texto de la Regla antes citado (1 R 7,14), se dice que los hermanos deben recibir a todos, amigos o adversarios, ladrones o bandidos, y que deben recibirlos benignamentebenigne»), término que emplea Francisco para calificar la caridad fraterna que debe reinar entre los mismos hermanos (cf. Adm 22,2; 1CtaF II,19; 2CtaF 44 y 88; 2 R 10,5; y especialmente 1 R 2,1.3). Nótese, como curiosidad, que en los Fragmentos de la otra Regla no bulada (Frag 1, 30) se encuentra un texto, considerado auténtico por K. Esser, que es único en los escritos de Francisco: «Et ostendant fratres pauperibus delectationem quam habent invicem, sicut dicit apostolus: "Non diligamus verbo neque lingua" (1 Jn 3,18) etc.», «Y muestren los hermanos a los pobres el contento que tienen unos con otros, como dice el apóstol: "No amemos de palabra ni de boca", etc.» (cf. 2 R 6,7-8). Francisco tenía tanta caridad y piedad con los hermanos como con los pobres y, halagando a los primeros para que no se disgustaran, socorría a los segundos «con gran gozo interior y exterior» (LP 89).

Según el Anónimo de Perusa, Francisco decía a sus hermanos: «La paz que proclamáis con la boca, debéis tenerla desbordante en vuestros corazones, de tal suerte que para nadie seáis motivo de ira ni de escándalo, antes bien por vuestra paz y mansedumbre invitéis a todos a la paz y a la benignidad. Para esto hemos sido llamados, para curar a los heridos, vendar las fracturas y atraer a los descarriados» (AP 38; cf. TC 58). Pensamientos éstos plenamente concordes con la exhortación de la Regla: 2 R 3,10-11.

La Leyenda de Perusa nos revela el modo de comportarse los hermanos con los ladrones, siguiendo los consejos de Francisco, y la manera de atraerlos al bien: «Agradecidos por la familiaridad y caridad que les mostraron los hermanos, empezaron a llevar a hombros leña para el eremitorio. Así, por la misericordia de Dios y gracias a la caridad y bondad que los hermanos tuvieron con ellos, unos ingresaron en la Religión, otros se convirtieron...» (LP 115).

Algunos estudiosos de fuera de la Orden, como Merton y Manselli, señalan que el eremitismo franciscano se caracteriza por una gran hospitalidad y convivencia con los marginados de la sociedad contemporánea.

4) Adm 20: «Dichoso aquel religioso que no tiene placer y alegría sino en las santísimas palabras y obras del Señor, y con ellas incita a los hombres al amor de Dios en gozo y alegría. ¡Ay de aquel religioso que se deleita en palabras ociosas y vanas y con ellas incita a los hombres a la risa!».[7]

Francisco fue, desde su juventud y aun antes de su conversión espiritual, sensibilísimo al Amor de Dios. El Dios-Amor lo inducía a no negar nada a nadie (cf. TC 3 y 8; 1 Cel 7; 2 Cel 5 y 196). La palabra de san Juan: Dios es Amor, Dios es caridad (1 Jn 2,8.16), lo inspiró siempre y en todas las circunstancias. En el amor que es Dios pedía a sus hermanos las cosas más queridas e importantes. Dios-Amor-Bondad, todo Bien y único Bien es la suprema alegría de su vida. El «amor non amatur», «el amor no es amado», aunque la expresión no sea literalmente de Francisco, expresa el secreto de su vida (cf. 2 Cel 196). En el corazón de las Alabanzas al Dios altísimo están las palabras: «Tú eres trino y uno... tú eres el bien, todo bien, sumo bien... Tú eres el amor, la caridad... tú eres la hermosura... tú eres seguridad, tú eres la quietud, tú eres el gozo, tú eres nuestra esperanza y alegría... tú eres toda nuestra riqueza a saciedad. Tú eres la hermosura, tú eres la mansedumbre... Tú eres nuestra esperanza... tú eres nuestra caridad, tú eres toda nuestra dulzura...».

En este contexto del Dios que es bondad, amor, gozo y alegría, se comprende mejor cómo Francisco llama dichosos a los hermanos que no encuentran placer y alegría sino en las palabras y obras del Dios-Amor en la creación, redención y salvación, y que, mediante ellas, inducen a los hombres al amor de Dios en gozo y alegría. Para dar testimonio de la Buena y Bella Nueva del Amor, alegría, gozo, dulzura, belleza, se necesitan hermanos alegres y rebosantes de gozo. Francisco, como trovador y juglar, como católico frente a los cátaros, tristes pobres penitentes, supo apreciar el valor de la alegría y del gozo, y, como estático-místico, la dulzura embriagadora del Amor-Dios. Tales goces en el Señor hacen morir los goces en uno mismo: amor propio, vanagloria u otras cosas ridículas, inútiles o frívolas.

Dibujo Franciscano - Arpa 5) La alegría en las alabanzas de Dios... Una de las pruebas más fuertes del lugar central que ocupa la alegría espiritual en los escritos y en la vida de Francisco y de sus hermanos, son las diversas alabanzas de Dios. Desde su juventud, Francisco amaba el canto, la poesía, las canciones de amor. Sabía cantar, componer música, danzar; fue actor, trovador y juglar nato y formado. Una vez convertido, se marchó por los bosques «cantando en lengua francesa alabanzas al Señor» (1 Cel 16), llamándose heraldo del gran Rey; cantando mendigaba, cantando partió, con fray Gil, para su primera misión apostólica; cantando acogió incluso a la hermana muerte.

En los diferentes escritos de Francisco encontramos indudables reminiscencias de cánticos e himnos. La Admonición 27 es un cántico evidente sobre cómo las virtudes ahuyentan a los vicios. Los capítulos 21 y 23 de la Regla no bulada son cantos de alabanza y de acción de gracias; el primero (1 R 21) da el texto de una alabanza y exhortación que pueden hacer todos los hermanos: «Temed y honrad, alabad y bendecid, dad gracias y adorad al Señor Dios omnipotente en Trinidad y Unidad, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo, creador de todas las cosas...»; sigue luego la invitación a la verdadera penitencia. En este breve canto se contiene la esencia de la predicación de Francisco y de sus hermanos: el anuncio de la gozosa y alegre Buena Nueva del Dios-Amor y de la penitencia perdonadora. El capítulo 23 (1 R 23) es como un solemne prefacio eucarístico de alabanza y acción de gracias, dirigido por los hermanos a los penitentes y a la humanidad entera. Dice en su v. 9: «Ninguna otra cosa, pues, deseemos, ninguna otra queramos, ninguna otra nos agrade y deleite, sino nuestro Creador, y Redentor, y Salvador, solo verdadero Dios, que es bien pleno, todo bien, bien total, verdadero y sumo bien; que es el solo bueno, piadoso, manso, suave y dulce...». Este canto de alabanza ha sido llamado el Cántico del hombre (Vicinelli).

Están, además, los escritos líricos, más conocidos como tales: la Exhortación a la alabanza de Dios, tal vez el primero que compuso Francisco (K. Esser) y ya una cierta preparación al Cántico de las criaturas; las Alabanzas que se han de decir en todas las horas del Oficio divino y del de la Virgen; la Exhortación a la alabanza de Dios, el Saludo a la B. Virgen María, el Saludo a las virtudes...; y finalmente el Cántico de las criaturas y la Exhortación cantada a Santa Clara («Audite, poverelle»). En el Oficio de la Pasión veo un verdadero drama u obra teatral, inspirada en el Apocalipsis, en la que Francisco se une íntimamente al Hijo del Padre Santo (Jn 17) en su sufrimiento y alegría triunfal, que resplandece en su Pasión atroz: ¡El Señor reina desde la Cruz!

Es de señalar que las palabras «alabanza, honor, gloria y bendición» se vuelven un estribillo muy querido por el Santo, expresión de su necesidad inagotable de adorar, alabar, dar gracias y bendecir al Señor, sumo Bien... La alegría en las alabanzas de Dios es para Francisco una segunda naturaleza o necesidad vital. Sabemos cuánto deseaba que los hermanos cantaran las alabanzas de Dios, particularmente el Cántico de las criaturas, que nació precisamente en momentos de dolor y alegría juntos (cf. LP 83).

6) Para comprender mejor la profundidad humana y cristiana, encarnada, de la alegría en Francisco, fruto de una enorme vitalidad y capacidad íntima para la alegría y el sufrimiento o dolor todo a la vez, pensemos en los cantos a las bienaventuranzas evangélicas: a) en las Admoniciones, en particular de la 13 a la 28, se canta la bienaventuranza en las virtudes minoríticas de pobreza de espíritu y de humildad de corazón, de pacífica paciencia en los sufrimientos físicos, psíquicos y espirituales; b) en las Reglas se canta la bienaventuranza, alegría y gloria, particularmente en la cruz de las persecuciones y sufrimientos y en el amor a los enemigos: los hermanos anhelen sobre todo el espíritu del Señor y su santa operación, en el amor «crucificado»: humildad y paciencia en la persecución y en la enfermedad, y amando a los que nos persiguen... Para culminar en la perfecta alegría de la cruz del Señor (2 R 10,7-12; cf. 1 R 16-17 y 22).

Veamos algunos ejemplos.

Adm 5: podemos gloriarnos solamente «en nuestras flaquezas y en llevar a cuestas diariamente la santa cruz de nuestro Señor Jesucristo» (v. 8).

VerAl: la verdadera y perfecta alegría no consiste en que los maestros, obispos y reyes entren en la Orden; ni en la conversión de todos los infieles a la fe, por medio de los hermanos; ni en el don de hacer milagros; no, no; la verdadera y perfecta alegría consiste en padecer, de parte de los hermanos, sufrimientos corporales, desprecios y rechazos..., y, en esa situación, tener paciencia, no perder la calma; «en esto está la verdadera alegría, y también la verdadera virtud y el bien del alma» (VerAl 4-14; cf. Adm 15; 9; 11; 13).

1 Cel 92-94: Francisco experimentó esta perfecta alegría, en el vértice del dolor y de la alegría, en la estigmatización, como leemos en Celano, donde se alternan, en un único éxtasis místico, el sumo sufrimiento y la suma alegría. Nótense en el texto las palabras gozo, alegría, tristeza...: «Ante esta contemplación, el bienaventurado siervo del Altísimo permanecía absorto en admiración... esto le producía un gozo inmenso y una alegría fogosa; pero al mismo tiempo le aterraba sobremanera el verlo clavado en la cruz y la acerbidad de su pasión. Se levantó, por así decirlo, triste y alegre a un tiempo, alternándose en él sentimientos de fruición y de pesadumbre...» (1 Cel 94).

AlD: después de la estigmatización, dando gracias al Señor, escribe para fray León las Alabanzas al Dios altísimo, con los 24 «Tú eres...» a que nos hemos referido, y también la Bendición a fray León (BenL) que estaba en crisis espiritual o era presa de la tristeza interior.

2 Cel 105: aquí tenemos la confesión de alegría del Santo, «aquejado de dolores de parte a parte» y que ya no necesita ni siquiera del consuelo de la Sagrada Escritura: «No necesito de muchas cosas, hijo; sé a Cristo pobre y crucificado».

7) Para comprender a fondo la alegría de Francisco, en cuanto verdadera y plenamente humana y cristiana, o sea, que penetra toda su persona, espíritu, corazón, afectos y sentidos, bajo la santa operación del Espíritu del Señor, debemos conocer también su inmensa capacidad para sufrir humana y cristianamente.

a) Me sorprende cada vez más la cantidad de veces que Francisco exhorta a sus hermanos a la paciencia y humildad, al amor de los enemigos, a la paz del espíritu en las persecuciones y enfermedades, invitándoles a no irritarse, no airarse, no turbarse en las tentaciones y tribulaciones, ni siquiera a causa de los pecados, defectos o malos ejemplos de los otros. Esta perturbación y tribulación que tiene su expresión en la tristeza, melancolía, angustia psíquica, afectiva y espiritual, parece que constituyó una grandísima preocupación para el Santo. ¿Por qué? El problema me ha inquietado profundamente, y me parece haber encontrado un camino de aproximación a san Francisco.

En primer lugar, he comprobado, estadísticamente hablando, este hecho: en los escritos de Francisco y de Clara se usan las siguientes palabras: dulzura, dulce («dulcedo», «dulcis»), 10 veces; alegría («laetitia»), 12 veces; alegrarse («laetor»), 10 veces; gozo («gaudium»), 11 veces; gozarse («gaudeo»), 25 veces; paz («pax» ), 13 veces; conturbar («conturbo»), 7 veces; conturbación («conturbatio» ), 2 veces; perturbación y perturbar («perturbatio», «perturbo»), 2 veces; tribulación («tribulatio», «tribolazione»), 20 veces; atribularse («tribulo»), 5 veces; turbación («turbatio»), 4 veces; turbarse («turbo»), 5 veces; ira, 3 veces; airarse («irascor»), 13 veces; etc. Así, pues, ¿por qué estas referencias tan frecuentes y tan urgentes?[8] El problema es difícil. Mi hipótesis de trabajo y de investigación es la siguiente (para una tesis al respecto se requieren estudios más profundos). San Francisco sufrió mucho, estuvo muy turbado y atribulado, fue muy tentado a causa de los defectos y vicios humanos de sus hermanos contrarios a los sublimes ideales («seráficos) de la Orden. Ahora bien, probar este aspecto humano-afectivo, partiendo de las biografías medievales, resulta difícil; sin embargo, me parece muy importante para descubrir toda la humanidad de este «Santo» extraordinario, al menos con miras a una pedagogía educativa al servicio del seguimiento de tal Santo.

b) Veamos algunos textos de los escritos de Francisco sobre el «no turbarse» o «airarse»: 1 R 5,7: «Y guárdense todos los hermanos... de turbarse o airarse por el pecado o el mal del hermano...»; 1 R 10,4: «Y si alguno se turba o se irrita contra Dios o contra los hermanos... esto le viene del maligno...»; Adm 4,3; 5,7; 11,3; 14; 15; 27,2; etc.

Adm 11: esta admonición es una perla de sabiduría minorítica: no alterarse por el pecado ajeno: «Nada debe disgustar al siervo de Dios fuera del pecado. Y sea cual fuere el pecado que una persona cometa, si, debido a ello y no movido por la caridad, el siervo de Dios se altera o se enoja, atesora culpas. El siervo de Dios que no se enoja ni se turba por cosa alguna, vive, en verdad, sin nada propio. Y dichoso es quien nada retiene para sí, restituyendo al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios». Para Francisco el gran enemigo, el enemigo número uno es el amor propio, el yo egoísta .que dentro de mí hace el mal en lugar del bien, y que se apropia el bien hecho por Dios en nosotros o en los demás (cf. Adm 10). Es el espíritu (diabólico) de la carne, contrario al Espíritu de Dios que obra santamente en nosotros todo bien (cf. 1 R 17; 2 R 10). Ahora bien, sería una sutil tentación del amor propio el deseo (desordenado) de pretender o exigir «que (para ti) los hermanos sean mejores cristianos» (CtaM 5-8). Este era el problema de aquel ministro a quien Francisco dirigió aquella bellísima carta sobre la misericordia sin límites para con los hermanos, sin querer retirarse a un eremitorio y sin «pretender de ellos otra cosa, sino cuanto el Señor te dé» (ibid).

He aquí una gran tentación y tribulación, una terrible turbación del mismo Francisco.

c) Es cierto que Francisco sufrió una grave crisis espiritual y tentaciones durante unos dos años, probablemente entre 1223 y 1226 (2 Cel 115-124; LP 63).

2 Cel 115: «Por algún tiempo, en efecto, experimentó el Padre una pesadísima tentación espiritual... Por esta causa se angustiaba y se colmaba de dolores... Tal combate se prolongaba por años. Hasta que un día... oyó en espíritu una voz: "Francisco, si tienes fe como un grano de mostaza, dirás a esta montaña que se traslade, y se trasladará... La montaña es tu tentación"». ¡Falta de fe pura! En el contexto, Celano habla de la necesidad de tentaciones fuertes, para hacerse hombres probados y experimentados, según san Francisco. Habla luego de la verdadera alegría del espíritu, remedio contra toda tentación (2 Cel 118).

EP 99: según esta fuente, Francisco, en el monte Alverna, antes de la estigmatización, se apartaba de la compañía de los hermanos para que no vieran cuántas y qué tribulaciones y aflicciones sufría, porque «no podía mostrarse alegre como de costumbre».

2 Cel 158: en el contexto, Celano habla de los sufrimientos del Santo a causa de los malos ejemplos de los hermanos: «... me hunden una cruel espada y me la revuelven sin cesar en las entrañas» (2 Cel 157). Sigue a continuación la sublime historia del hombre turbado, angustiado, reprendido por el Señor mismo: «Como el Santo se turbara una vez de los malos ejemplos y se presentara turbado a la oración, recibió del Señor este reproche: "¿Por qué te conturbas, homúnculo? ¿Es que acaso te he escogido yo como pastor de mi Religión de suerte que no sepas que soy yo su principal dueño? A ti, hombre sencillo, te he escogido para esto: para que lo que yo vaya a hacer en ti con el fin de que los demás lo imiten, lo sigan quienes quieran seguirlo. Yo soy el que ha llamado, y yo el que defenderá y apacentará; y para reparar la caída de algunos suscitaré otros; y, si no hubieren nacido todavía, yo los haré nacer. No te inquietes, pues, antes bien trabaja por tu salvación, porque, aun cuando el número de la Religión se redujese a tres, la Religión permanecerá por siempre firme con mi protección". Desde entonces solía decir que la virtud de un solo santo podía más que una multitud de imperfectos, porque un solo rayo de luz hace desaparecer espesas tinieblas» (2 Cel 158; cf. LP 112; EP 81).

¡No te turbes ni te inquietes, Francisco! ¡He aquí la exhortación que Francisco recibe del Señor y que tantas veces repite el Santo a sus hermanos! «Conservar la alegría tanto en la tribulación como en la prosperidad» y así el diablo no podrá hacer nada (LP 120; cf. 2 Cel 128). «Su principal y supremo cuidado fue tener y conservar en todo momento, interior y exteriormente, la alegría espiritual» (LP 120). ¡Cuán difícil fue para Francisco, hijo del «iracundo» Pietro Bernardone y no sólo de la «piadosa» Pica, no turbarse ni inquietarse!

LP 11: aquí tenemos un texto muy significativo al respecto: «Decía también Francisco: "No hay prelado en todo el mundo que se haga temer por sus súbditos y por sus hermanos tanto como haría el Señor que me temieran mis hermanos, si yo me lo propusiera; pero el Altísimo me ha otorgado la gracia de estar contento con todos como quien es el menor en la Religión". Nosotros que hemos vivido con él hemos visto muchas veces con nuestros propios ojos que, como él mismo lo asegura, si algún hermano no le atendía en lo que necesitaba o le decía alguna palabra que suele molestar a cualquiera, se retiraba en seguida a orar, y al volver no quería recordar lo sucedido ni decía: "Tal hermano no me ha atendido o me ha dicho tal palabra". Cuanto más cercano estaba a la muerte, tanto más atento se mostraba a descubrir la mejor manera de vivir y morir en toda humildad y pobreza». Era el comportamiento que había aprendido para superar la tristeza, la turbación, la amargura... (cf. Adm 14; 2 Cel 143 y 151).

¡No te turbes ni te inquietes, Francisco, sino ora por tus hermanos y dales buen ejemplo! Este es un aspecto muy repetido y acentuado, particularmente por las así llamadas fuentes leoninas (cf. también 2 Cel 104 y 188). Hasta incluso en el Cántico del hermano sol y en el Audite poverelle el Santo llama «dichosos» a aquellos que perdonan y soportan enfermedades y tribulaciones en paz. Leclerc, en su libro sobre el Cántico de las criaturas, escribe: «Es sabido que, para Francisco, la turbación del alma y la irritación son signos de una secreta posesión de sí; indican que el hombre está removido en sus profundidades por algo que no es el Espíritu del Señor (Adm 4; 13; 14). El que verdaderamente participa del Espíritu del Señor no se turba, no se irrita por nada, ni siquiera por la falta de otro (Adm 11; 15; 27; 2 R 7,3; 1 R 5,7)».[9]

Así, pues, dos palabras clave: alegría, dulzura, don y fruto del Espíritu Santo-Amor; tristeza, turbación, amargura, fruto del espíritu de la carne.

Dibujo Franciscano - Coral

III. LA ALEGRÍA, TESTIMONIO DE VIDA
Y DE APOSTOLADO HOY

Juan Pablo II, en su mensaje de Asís a la Familia franciscana, nos pide el testimonio de la alegría, para hacer resplandecer hoy la alegría de san Francisco, tan inspiradora y atrayente, cuando uno de los grandes males que remediar hoy es, sin duda, el miedo, la tristeza, la angustia, la desesperanza, la frustración, la amargura, como el mismo Papa expone en su encíclica Redemptor hominis, n. 16; y la fuente de esta alegría el Papa la encuentra en el Espíritu de Cristo crucificado y resucitado, que da vida, o sea, en el misterio pascual (Ibid., n. 18).

¿Qué medios hay para dar testimonio de la alegría? Indicamos a continuación algunos aspectos que nos parecen útiles para la formación «permanente» en la alegría.

1) La importancia formativa y educativa del canto, de la música, de los juegos, representaciones, teatro, especialmente para los grupos de jóvenes. Recuérdese cuánto amaba Francisco los cantos populares de los trovadores y la fuerza formativa que tuvieron en su juventud y, después, en la vida de la primitiva Orden franciscana. Sabemos también cómo influyen los cantos y canciones «populares» en la juventud de hoy.

2) La formación de la afectividad humana, o sea, del espíritu, del corazón, de los afectos, sentimientos y sentidos, de la emotividad. A esta madurez afectiva o emotiva, la Sda. Congregación para la educación católica, en su documento sobre la formación al celibato sacerdotal, 1974, n. 20, la considera la parte principal de la madurez humana; el mismo documento augura una guía práctica «pedagógica» al respecto, para formar gradualmente a los jóvenes (y a los menos jóvenes) en la verdadera afectividad madura y en la verdadera alegría del corazón, que es el remedio decisivo, según san Francisco, contra la melancolía.

3) El «rol» especial de una sana y profunda amistad humana y cristiana, no sólo ínter-humana, sino también con toda la creación, de la que Francisco ha sido considerado hasta ahora el modelo clásico e insuperado: el amigo, hermano y siervo de todas las criaturas.

4) La parte decisiva de los llamados «tiempos fuertes» para una conversión total, con opciones fundamentales para la vida, tales como, por ejemplo, la de san Francisco y sus primeros hermanos en el servicio de los leprosos, en la expropiación total de los bienes a favor de los pobres... Estas iniciativas llevaban consigo la experiencia íntima de tristeza y de alegría (amargura-dulzura vital y plena de que habla Francisco: Test 1-3), convirtiendo a la persona en profundidad. ¿Cuántos religiosos han experimentado en su vida una verdadera y radical ruptura con el mundo, o con el amor propio, el principal enemigo «doméstico» según san Francisco (Adm 10)? A los formadores y educadores corresponde insertar en el momento oportuno, según las necesidades personales de los candidatos, esos tiempos fuertes de conversión radical.

5) Estimular, alabar, apoyar el bien de los hermanos, o sea, el decir y hacer bien, que tan fuertemente estimuló san Francisco, de acuerdo con su método de vencer el mal a .base de bien, el maldecir y hacer mal a base de bendecir y hacer bien (cf. 1 R 17,19; etc.). Francisco se preocupó muchísimo de su propia humildad y humillación, incluso confesando en público el mal que había hecho o creía haber hecho en secreto. Pero fue siempre severísimo contra aquellos que hablaban mal de los otros, especialmente de los hermanos (y de los pobres). La maledicencia fue para él como el pecado «pésimo». Véase cómo quería que se castigase a los detractores: 2 Cel 182-183. ¿Cuántos son los «fratricidios espirituales» que hay que lamentar en el reciente período de «renovación espiritual» a causa de los detractores, calumniadores y denunciantes, incluso anónimos? ¿Y qué penas se han aplicado a estos malhechores? El Santo decía a su vicario Pedro Cattani: «Anda, anda, examina con cuidado, y si ves que el hermano acusado es inocente, haz saber a todos -por medio de una corrección severa- quién es el que ha acusado. Si tú no puedes castigarlo por ti mismo, ponlo en las manos del púgil florentino... Quiero -continuó- que tú, así como todos los ministros, tengáis sumo cuidado de que este mal pestífero no se difunda más» (2 Cel 182).

Al mismo tiempo, Francisco procuraba ocultar el mal que, tal vez, le hacían los hermanos (cf. LP 11). Por lo demás, son muy elocuentes las palabras de las Reglas de san Francisco (1 R 5,7-8; 11; 2 R 7,3; 10,7) y de la de santa Clara (RCl 9,5-6; 10,6-7).

En sentido más positivo aún, diríamos hoy: estimular el bien, las iniciativas y las preferencias de los hermanos, en favor del bien común y del bien personal.

6) El apostolado de la paz y del bien, el anuncio de la Buena Nueva en la alegría, fruto del Espíritu. Este anuncio, brotado de un corazón pacífico y benevolente, hecho en el amor de Dios y del prójimo, se vuelve no sólo una oración fervorosa de paz y de todo bien por los amigos y enemigos, sino también una verdadera pacificación y beneficencia (cf. TC 58). Los cuatro Ministros generales, en su carta «Tener el Espíritu del Señor», n. 41, escriben: «Los hermanos y hermanas, cuantas veces van por el mundo y cuantas veces el mundo acude a ellos, observen fielmente el consejo que Francisco dio a sus hijos en el Señor Jesucristo: que en verdad "sean benignos, pacíficos y modestos, pacientes y humildes, hablando honestamente a todos, como debe ser" (2 R 3,10-11). Esta sencilla presencia cristiana y evangélica, saturada por igual de caridad y de oración, constituye la forma de nuestro apostolado, accesible a todos, que tiene la parte principal en la difusión del Reino de Dios (cf. 2 Cel 164). Francisco mismo, según deseo del Señor, saludaba a todos los que se le cruzaban en el camino augurándoles la paz (Test 23; TC 26). Que el distintivo usual de la presencia franciscana sea éste: que promovamos en todas partes la "Paz y Bien". Hagamos resplandecer siempre, bendiciendo y haciendo el bien, la imagen de Aquel que es Dios bueno y todo bien, de suerte que los hombres, viéndonos y oyéndonos, glorifiquen al Padre celestial y devotamente lo alaben (TC 58)».[10]

7) La alegría es fruto del amor y, a su vez, inspira un amor cada vez más generoso, noble, oblativo. De ahí que, por fuerza y empuje del Espíritu del Amor, se expresa gustosamente en el adorar, alabar, admirar, agradecer, bendecir, glorificar, honrar al Dios Padre de todo bien... Y -diría- también a sus hijos e hijas y hermanos y hermanas en Cristo, que nos han sido dados por Él, junto con todas las criaturas. Por instinto interno e íntimo del Espíritu, Francisco y sus hermanos se convirtieron en «juglares», cantando la bondad de Dios Padre, que resplandece en toda la creación. Así, pues, debemos «celebrar» de veras la vida, cantando en la verdadera alegría que, al igual que la tristeza, es contagiosa.

* * *

N O T A S:

[1] Cf. el texto del discurso en Selecciones de Franciscanismo (= Sel Fran) n. 22 (1979) 3-5.

[2] Cf. M. Sticco, Mansedumbre y cortesía, virtudes típicas de san Francisco, en Sel Fran n. 11 (1975) 191-196.

[3]O. Schmucki, «Soy ignorante e idiota», en Sel Fran n. 31 (1982) pág. 105; cf. también págs. 95-99.

[4]Franco Cardini, L'aventura di un cavalliere di Cristo, en Studi Francescani 73 (1976) 196.

[5] Cf. A. Mens, L'Ombrie italienne et l'Ombrie brabançonne, en Etudes Franciscaines 17 (1967) Suppl. annuel; cf. trad. y resumen: La Umbría italiana y la Umbría belga. Dos movimientos religiosos paralelos de idéntica inspiración, en Sel Fran n. 1 (1972) 33-48. Del mismo Autor: Beghine, Begardi, Beghinaggi, en Dizionario degli Istituti di Perfezione, Roma 1974, I, 1165-1180 (con bibliografía). Francisco conoció el movimiento de las Beguinas de la Francia «belga» promovido por Jacobo de Vitry; cf. 2 Cel 201.

[6] Sobre este contexto, véase D. Zorzi, Valori religiosi nella letteratura provenzale. La spiritualitá trinitaria, Milán 1954. Para conocer el ambiente de los trovadores es importante E. H.-I. Marrou, Les Troubadours, París 1971. Se destacan en este estudio, por ejemplo, la bondad, la dulzura de Dios, creador de toda belleza creada (contra los cátaros); la santa dulzura de Dios; la mística del amor humano-divino y la persona humana, en contexto trinitario (cisterciense); el deseo del absoluto en la búsqueda del amor humano y cristiano, pues siendo Dios Amor (1 Jn 4,8.16), el amor humano «puro» y purificado puede participar en su esplendor, luz, claridad y dulzura (cf. págs. 114, 128, 148; 151-163: el amor cortés). El autor acentúa fuertemente la idea de la alegría y gozo, palabra clave en el ideal de los trovadores, como sentimiento de regocijo del corazón y como inspiradora del amor generoso, íntimamente conexo con la juventud: espontaneidad, vivacidad, generosidad, heroísmo, don de sí mismo sin reservas, deseo irresistible de conquistar el amor absoluto. Marrou escribe que, para los trovadores, «la palabra clave es la "alegría"», añadiendo con frecuencia luz y claridad, amantes del sol y del día, no de la noche (148; 167-171). En el capítulo sobre la crisis de este amor «cortés», pone de relieve el estado «adolescente» en el que con frecuencia el amor queda fijado en sí mismo, sin apertura al amor oblativo, generoso hacia Dios y hacia los otros. De hecho, una tercera parte de los trovadores se convirtió a la vida penitente o monacal, en silencio y amor divino... Tal vez, los estudios profundos harán ver cómo san Francisco, verdadero y genial trovador, supo sublimar o cristianizar el hambre y la sed del amor, jamás amado suficientemente, inspirándolo en el amor infinito bajo el soplo del Espíritu del Señor. Cf. D. Gagnan, Typologie de la pauvreté chez saint François d'Assise, en Laurentianum 18 (1977) 490-498.

[7] Cf. el comentario del P. Esser a esta Adm, en Sel Fran n. 10 (1975) 98-104. Nótese que esta Adm lleva el núm. 20 en la edición crítica del P. Esser, mientras lleva el núm. 21 en otras ediciones.

[8] Lo mismo vale respecto a la «vanagloria» tan reprobada por Francisco y evitada en su vida (cf. 2 Cel 132). Leclerc explica bien las dos grandes tentaciones «espirituales» de Francisco, a saber: la vanagloria y la ira, contrarias a la humildad y pobreza de espíritu; cf. El canto de las fuentes, San Antonio de Padua (Argentina), Ed. Castañeda, 1979, págs. 59-71.

[9]E. Leclerc, El Cántico de las criaturas, Oñate, Ed. Franciscana Aránzazu, 1977, pág. 253.

[10] Cf. el texto de la Encíclica «Tener el Espíritu del Señor», en Sel Fran n. 16 (1977) 3-14.

Cf. O. Schmucki, San Francisco de Asís, mensajero de paz en su tiempo, en Sel Fran n. 22 (1979) 133-145.

[En Selecciones de Franciscanismo, vol. XII, núm. 34 (1983) 23-40]

 


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