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DIRECTORIO FRANCISCANOEspiritualidad franciscana |
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INTRODUCCIÓN Sentí curiosidad por conocer el origen del citado saludo franciscano «pace e bene», y la información que pude recoger de viva voz no era uniforme. Según algunos, el saludo arrancaría del propio san Francisco. Otros lo creían un saludo tardío; posiblemente su origen no iba más allá de nuestro siglo, decían, y señalaban, incluso, las comunidades terciarias franciscanas de la provincia de Venecia como probable lugar de origen. Deseoso de encontrar datos más concretos y fehacientes, recurrí a la vida y escritos de san Francisco. San Buenaventura nos relata que Francisco, movido por el Espíritu divino, comenzó a desear vivir la perfección evangélica y a invitar a los demás a que se convirtiesen, usando para ello palabras penetrantes y llenas de virtud celestial. «Al comienzo de todas sus predicaciones saludaba al pueblo, anunciándole la paz con estas palabras: "¡El Señor os dé la paz!". Tal saludo lo aprendió por revelación divina, como él mismo lo confesó más tarde. De ahí que, según la palabra profética (Is 52,7) y movido en su persona del espíritu de los profetas, anunciaba la paz, predicaba la salvación y con saludables exhortaciones reconciliaba en una paz verdadera a quienes, siendo contrarios a Cristo, habían vivido antes lejos de la salvación» (LM 3,2). Y el Espejo de Perfección nos dice: «También le fue revelado el saludo que habían de emplear los hermanos, como hizo escribir en su Testamento: "El Señor me reveló que debiera decir al saludar: El Señor te dé la paz" (Test 23). En los orígenes de la Religión, yendo de camino... saludaba a todos, hombres y mujeres y a los trabajadores del campo, diciendo: "El Señor os dé la paz". Como no habían oído nunca que otros religiosos saludaran así, les extrañaba muchísimo. Y algunos, malhumorados, replicaban: "¿Qué intentáis decirnos con este saludo?". De modo que su compañero comenzó a avergonzarse y pidió así al bienaventurado Francisco: "Permíteme que salude de otra manera". El bienaventurado Francisco lo animó diciendo: "Déjales que digan lo que quieran, porque no perciben las cosas de Dios. Pero tú no te encojas de ánimo, porque habrá muchos nobles y principales de este mundo que por este saludo te mostrarán, a ti y a los hermanos, reverencia..."» (EP 26). Los Tres Compañeros añaden un detalle interesante al unir paz y bien: «Como más tarde Francisco mismo atestiguó (Test 23), había aprendido, por revelación divina, este saludo: "¡El Señor te dé la paz!". Por eso, en toda predicación suya iniciaba sus palabras con el saludo que anuncia la paz. Y es de admirar -y no se puede admitir sin reconocer en ello un milagro- que antes de su conversión había tenido un precursor, que para anunciar la paz solía ir con frecuencia por Asís saludando de esta forma: "¡Paz y bien, paz y bien!"... Dotado de improviso el varón de Dios del espíritu de los profetas, en cuanto desapareció su heraldo, comenzó a anunciar la paz, a predicar la salvación; y muchos que habían permanecido enemistados con Cristo y alejados del camino de la salvación, se unían en verdadera alianza de paz por sus exhortaciones» (TC 26). Es lo que también nos repite Celano: «En toda predicación que hacía, antes de proponer la palabra de Dios a los presentes, les deseaba la paz, diciéndoles: "¡El Señor os dé la paz!". Anunciaba devotísimamente y siempre esta paz a hombres y mujeres, a los que encontraba y a quienes le buscaban. Debido a ello, muchos que rechazaban la paz y la salvación, con la ayuda de Dios abrazaron la paz de todo corazón y se convirtieron en hijos de la paz y en émulos de la salvación eterna» (1 Cel 23). «Entre éstos, un hombre de Asís, de espíritu piadoso y humilde, fue quien primero siguió devotamente al varón de Dios. A continuación abrazó esta misión de paz... el hermano Bernardo» (1 Cel 24). Francisco quería que sus hijos fuesen mensajeros de paz. «Marchad, carísimos, de dos en dos por las diversas partes de la tierra, anunciando a los hombres la paz y la penitencia para remisión de los pecados. Y permaneced pacientes en la tribulación, seguros... A los que os pregunten, responded con humildad; bendecid a los que os persigan; dad gracias a los que os injurien y calumnien... Estas palabras las repetía siempre que mandaba a algún hermano a cumplir una obediencia» (1 Cel 29). «Amonestaba también a los hermanos que no juzgaran ni despreciaran a nadie... Y seguía diciendo: "Tal debería de ser el comportamiento de los hermanos entre los hombres, que cualquiera que los oyera o viera, diera gloria al Padre celestial y le alabara devotamente"... Y les decía: "Que la paz que anunciáis de palabra, la tengáis, y en mayor medida, en vuestros corazones..., que por vuestra mansedumbre todos sean inducidos a la paz, a la benignidad y a la concordia. Pues para esto hemos sido llamados: para curar a los heridos, para vendar a los quebrados y para corregir a los equivocados. Pues muchos que parecen ser miembros del diablo, llegarán todavía a ser discípulos de Cristo"» (TC 58). Lo dicho por los biógrafos concuerda sustancialmente con lo que el propio san Francisco manda y recomienda en sus escritos a los hermanos cuando van por el mundo. En particular, les prescribe que cuando entren en alguna casa digan: «¡Paz a esta casa!» (1 R 14,2; 2 R 3,13). Y en el Testamento escribe: «El Señor me reveló que dijésemos el saludo: ¡El Señor te dé la paz!». No entramos ni salimos sobre el valor crítico de todos estos datos y testimonios. Lo único que nos interesa es constatar la existencia del saludo «pax et bonum» en la alta Edad Media y llamar la atención sobre su resonancia bíblica, como ahora vamos a demostrar. Enunciaremos primero los textos en los que el binomio paz-bien aparece en paralelismo expreso y, luego, señalaremos algunos paralelismos implícitos. En una segunda parte estudiaremos los conceptos de «paz» (shalôm) y «bien» (tôb) en su relación con la alianza (berit). Finalmente, trataremos de seguir la prehistoria de dichos conceptos en las literaturas del antiguo Medio Oriente. I. PAZ Y BIEN EN EL ANTIGUO TESTAMENTO A) "PAZ Y BIEN" EN PARALELISMO EXPRESO a) He aquí algunos pasajes en que paz y bien aparecen en paralelismo expreso: «Vamos a hacer un pacto contigo de que no nos harás mal, como tampoco nosotros nos hemos mostrado hostiles contigo. No te hemos hecho sino bien y te hemos dejado ir en paz» (Gén 26,29). «No buscarás jamás mientras vivas su paz ni su bien» (Dt 23,7). «No busquéis nunca su paz ni su bien» (Esd 9,12). «Amado por la multitud de sus hermanos, preocupado por el bien de su pueblo y procurador de la paz de su raza» (Est 10,3). «Mi alma está alejada de la paz, ya no gozo de bien alguno» (Lam 3,17). «Esperábamos paz y no hubo bien alguno» (Jer 8,15). «Esperábamos paz y no hubo bien alguno, el tiempo de la cura y se presenta el miedo» (Jer 14,19). En todos estos textos la expresión «paz-bien» se refiere fundamentalmente a la prosperidad, abundancia, plenitud, seguridad y armonía de la vida material en sus múltiples manifestaciones y aspectos. Es particularmente importante el texto citado del Génesis 26,29, donde paz y bien se emplean como términos técnicos para expresar el contenido sustancial de la alianza entre Abraham y Abimelec. b) «Apártate del mal y obra el bien, busca la paz y anda tras ella» (Sal 34,15). Aquí la práctica del bien y la búsqueda de la paz se sitúan en el terreno moral y ético. Son la condición que ha de cumplir el hombre que apetece la vida y quiere gozar del bien (v. 13). c) El ámbito del término «tôb» (= el bien), como categoría ética y expresión del comportamiento moral del hombre es sumamente amplio en el A. T. «Buscad el bien, no el mal, para que viváis... Aborreced el mal, amad el bien» (Am 5,14-15). «Se te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno, lo que Yavé de ti reclama...» (Miq 6,8). «Harás lo que es justo y bueno a los ojos de Yavé, para que te vaya bien y llegues a tomar posesión de la tierra buena, de la que Yavé juró...» (Dt 6,18 = 12,28). «... pero ese pueblo hace lo que parece malo desoyendo mi voz, y entonces yo también desisto del bien que había decidido hacerle...» (Jer 18,10-11). En todos estos textos, la práctica del bien como categoría moral es la condición que ha de cumplir el hombre para conseguir el bien como categoría salvífica, sea de orden terreno, sea de orden espiritual. d) Dentro de esta misma categoría moral y con una dialéctica similar encontramos también con frecuencia el verbo «yatab» (= hacer el bien): «Aprended a hacer el bien, buscad lo justo...» (Is 1,17). «¿Podréis vosotros obrar el bien, tan avezados como estáis al mal?» (Jer 13,23). «Escucha, pues, Israel: cuida de practicar lo que te procurará el bien y por lo que te multiplicarás...» (Dt 6,2). Podríamos citar otros muchos textos del Deuteronomio y de Jeremías. La práctica del bien por parte del pueblo es la condición exigida por el Deuteronomio y los Profetas para que Yavé, que es bueno, derrame su bien sobre el pueblo. e) En los siguientes pasajes la paz y el bien se cargan de contenido mesiánico-soteriológico como expresión de la futura salvación: «Pues así dice Yavé: Al filo de cumplírsele a Babilonia setenta años, yo os visitaré y confirmaré sobre vosotros mi favorable promesa (= dabar tôb) de volveros a este lugar; que bien me sé los pensamientos que pienso sobre vosotros -oráculo de Yavé-, pensamientos de paz y no de hostilidad, de daros un porvenir de esperanza» (Jer 29,10-11). «Jerusalén será para mí un nombre evocador de alegría, será prez y ornato entre todas las naciones de la tierra que oyeron todo el bien que voy a hacerle y se asustarán y estremecerán de todo el bien y toda la paz que voy a concederle» (Jer 33,9). «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que evangeliza el bien, que proclama la salvación!» (Is 52,7). «Por amor de mis hermanos y de mis amigos, deja que diga: ¡La paz contigo! Por amor de la Casa de Yavé nuestro Dios, yo ruego por tu bien» (Sal 122,8-9). B) "PAZ Y BIEN" EN PARALELISMO IMPLÍCITO A lo largo del A. T. encontramos situaciones, contextos y expresiones similares, en los cuales unas veces se emplea «shalôm» (= paz) y otras, «tôb» (= el bien). Quiere esto decir que para los autores sagrados «paz» y «bien» son términos sinónimos y los pueden emplear indistintamente. He aquí algunos ejemplos. a) Profetizar la paz - profetizar el bien Mientras que para Miqueas de Moréset, Jeremías y Ezequiel, la palabra clave, la piedra de toque, que distingue a los verdaderos de los falsos profetas, es «paz», para Miqueas ben Yemla, en cambio, es «bien». Profetas de «paz» y «desventura»: «Han curado el quebranto de mi pueblo a la ligera, diciendo: ¡Paz, paz!, cuando no había paz» (Jer 6,14). «Si un profeta profetiza la paz, cuando se cumpla la palabra del profeta, se reconocerá que le había enviado Yavé de verdad» (Jer 28,9). Todo el cap. 28 de Jeremías se refiere al dramático encuentro entre él y Ananías que discuten si se debe profetizar paz o desventura. «Así dice Yavé contra los profetas que extravían a mi pueblo, los que, mientras mascan con sus dientes, gritan: ¡Paz!» (Miq 3,5). «Porque extravían a mi pueblo diciendo: ¡Paz!, cuando no hay paz... Ya no existe el muro ni los que lo revocaban, los profetas de Israel que profetizaban sobre Jerusalén y veían para ella visiones de paz» (Ez 13,10.16). Profetas de «bien» y «desventura»: «Queda todavía un hombre por quien podríamos consultar a Yavé, pero yo le aborrezco, porque no me profetiza el bien, sino el mal. Es Miqueas, hijo de Yemla... Mira que los profetas a una voz predicen el bien al rey. Procura hablar como uno de ellos y anuncia el bien... ¿No te dije que nunca me anuncia el bien sino el mal?» (1 Re 22,8.13.18 = 2 Crón 17,7.12.17). b) «Paz» y «bien», ambos se contraponen a «mal o desventura» Según acabamos de ver, el paralelismo entre paz y bien se acentúa aún más por el hecho de que ambos términos se contraponen a «ra'ah» (= mal o desventura). Podemos citar otros varios ejemplos. Paz-mal: «... pensamientos de paz y no de mal...» (Jer 29,11). «... porque este hombre no procura en absoluto la paz del pueblo, sino su mal» (Jer 38,4). «Yo hago la paz y creo la desventura» (Is 45,7). Bien-mal: «Mira, yo pongo hoy ante ti vida y bien, muerte y mal» (Dt 30,15). «Más justo eres tú que yo, pues tú me haces bien y yo te devuelvo mal» (1 Sam 24,18). «¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal!» (Is 5,20). «¿Es que se paga mal por bien?» (Jer 18,20). c) Paz mesiánica - bienes mesiánicos Uno de los elementos más frecuentes de la escatología veterotestamentaria es la esperanza en una edad de felicidad final, que está expresada generalmente con la palabra «paz», pero también encontramos el término «bien». Paz mesiánica. Baste recordar la bella descripción de Isaías (Is 11,1-9) sobre la restauración de la felicidad paradisíaca, presidida por el Príncipe de la paz (Is 9,5; cf. Miq 5,4; Zac 9,10). Ezequiel concluye su oráculo sobre el futuro Pastor mesiánico con estas palabras: «Concluiré con ellos una alianza de paz, haré desaparecer de esta tierra las bestias feroces. Habitarán en seguridad en el desierto y dormirán en los bosques... El árbol del campo dará su fruto y la tierra dará sus productos» (Ez 34,25-27). Aun sin usar la palabra, la idea de paz está presente en otros muchos oráculos; v. gr.: Am 9,13; Os 2,20; 14,6-8; Jl 2,21-26; Is 62,25; etc. Bienes mesiánicos: «Después volverán los hijos de Israel; buscarán a Yavé su Dios y a David su rey, y acudirán con temor a Yavé y a sus bienes en los días venideros» (Os 2,5). «Vendrán y darán hurras en la cima de Sión y acudirán a los bienes de Yavé: al grano, al mosto...; empaparé el alma de los sacerdotes de grasa, y mi pueblo de mis bienes se hartará» (Jer 31,12-14). «El mismo Yavé dará el bien, y nuestra tierra dará su cosecha» (Sal 85,13). Paz y bienes mesiánicos en un mismo texto. Finalmente merecen atención especial Jer 33,2-14 y Zac 8,9-15, que describen la restauración postexílica y la restauración mesiánica indistintamente con los términos «paz» y «bien». d) Palabras de paz - palabras de bien Los grupos verbales «dabar», «amar», «qara», «anah», etc., para expresar la idea de «hablar bien de uno», «hablar amistosamente», «saludar» y «anunciar o prometer la salvación», emplean indistintamente los complementos «paz» o «bien». Con «paz»: pueden verse muchos ejemplos, v. gr.: Gén 37,4; Dt 2,26; 20,10-12; 2 Sam 18,28; 2 Re 4,23.26; Est 9,30; Sal 28,3; etc. Colocamos aparte y reproducimos textualmente algunos de los pasajes en los que «dibber shâlom» tiene sentido salvífico, por su mayor importancia teológica: «Él suprimirá los carros de Efraím y los caballos de Jerusalén; será suprimido el acto de combate y él proclamará la paz a las naciones» (Zac 9,10). «Quiero escuchar qué dice Dios. Pues habla Yavé de paz para su pueblo...» (Sal 85,9). «Por amor de mis hermanos y de mis amigos, deja que diga: ¡La paz contigo!» (Sal 122,8). Con «bien»: véanse, por ejemplo: 1 Sam 20,7; 2 Sam 3,13; 1 Re 2,18; 2 Re 25,28; Jer 12,6; 18,20; 52,32; etc. «Dijo Moisés a Jobab, hijo de Reuel el madianita, suegro de Moisés: Nosotros partimos para el lugar del que Yavé ha dicho: Os lo daré. Ven con nosotros y te trataremos bien, porque Yavé ha prometido bienestar a Israel» (Núm 10,29). «No falló una sola de todas las espléndidas promesas que Yavé había hecho a la casa de Israel» (Jos 21,45 = 23,14-15; 1 Re 8,56). En todos estos pasajes se trata de la promesa de la tierra. En Números se anuncia y en Josué-Reyes se declara cumplida. «Cuando haga Yavé a mi señor todo el bien que te ha prometido y te haya establecido como caudillo de Israel...» (1 Sam 25,30). «Mirad que vienen días -oráculo de Yavé- en que confirmaré la buena palabra que dije a la casa de Israel y a la casa de Judá» (Jer 33,14). En estos pasajes la promesa gira en torno a la dinastía davídica y al sacerdocio. «Pues así dice Yavé: Al filo de cumplírsele a Babilonia setenta años, yo os visitaré y confirmaré sobre vosotros mi favorable promesa de volveros a este lugar» (Jer 29,10 = 32,42). Aquí la promesa se refiere a la restauración postexílica. Notas: a) Como contraposición a «prometer la paz y el bien», encontramos también con frecuencia la expresión «anunciar males»: Jos 23,15; 1 Re 22,23; Jer 11,17; 19,15; 26,19; 36,31; etc. b) Aquí sería la ocasión de hablar de la gran antigüedad y amplitud de «paz» y «bien» como fórmulas de saludo, tanto en las relaciones sociales de la vida diaria, como en los encabezamientos epistolares y protocolarios entre las grandes cancillerías. Pero este tema merece solo él un estudio aparte. e) Pensamientos de paz - pensamientos de bien «Que bien me sé los pensamientos que pienso sobre vosotros -oráculo de Yavé-, pensamientos de paz y no de mal...» (Jer 29,11). «Aunque vosotros pensasteis hacerme mal, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir...» (Gén 50,20). f) Buscar la paz - buscar el bien de alguno «Buscad la paz de la ciudad a donde os he deportado y orad por ella a Yavé, porque su paz será vuestra paz» (Jer 29,7). «Porque este hombre no busca en absoluto la paz del pueblo sino su mal» (Jer 38,4). «...que busca el bien de su pueblo» (Est 10,3). «...a buscar el bien de los israelitas» (Neh 2,10). «No buscarás jamás mientras vivas su paz y su bien» (Dt 23,7 = Esd 9,12; cf. Est 10,3). g) Acabar los días en paz - acabar los días bien o en buena ancianidad «Harás según tu prudencia y no dejarás bajar en paz sus canas al seol» (1 Re 2,6). «En paz morirás» (Jer 34,5). «Acaban su vida con bien...» (Job 21,13 = 36,11). «Murió en buena vejez, lleno de días...» (1 Crón 29,28). «Tú, en tanto, irás en paz con tus padres, serás sepultado en buena ancianidad» (Gén 15,15). Véanse: Gén 25,8; Jue 8,32. II. "PAZ" Y "BIEN" EN RELACIÓN CON ALIANZA A) «PAZ» Y «ALIANZA» Dentro de las distintas modalidades y matices que puede presentar en el ámbito privado, social o político de la vida humana, la alianza o pacto (= «berit») conserva siempre el mismo contenido sustancial. Según Pedersen y Begrich, el término que mejor recoge y resume este contenido de la alianza sería «paz». De hecho, no pocas veces encontramos en paralelismo expreso «alianza» y «paz»: Gén 26,28.29.31; Núm 25,12; 1 Sam 20,42; 1 Re 5,26; Abd 7; Sal 55,21; Sir 45,25; etc. Si se examinan las diez alianzas profanas que registra el A. T. (Abraham-Abimelec, Gén 21,22; Isaac-Abimelec, Gén 26,26; Labán-Jacob, Gén 31,44; Josué-Gabaonitas, Jos 9,15; Najas-Israelitas, 1 Sam 11,1; David-Jonatán, 1 Sam 18; Abner-David, 2 Sam 3,12; Jiram-Salomón, 1 Re 5,15; Ajab-Ben Hadad, 1 Re 20,34; Joyada-Ceretos, 2 Re 11,4), se puede constatar que casi todas ellas tratan, o de poner fin a una situación de hostilidad o tensión mediante un acuerdo de paz, o de prevenir contra posibles hostilidades o rupturas. Es decir, tenemos de nuevo el paralelismo, si bien implícito, entre «berit» y «shalôm», entre alianza y paz. El paralelismo entre los dos términos es tan perfecto que, según el lenguaje bíblico, «concluir una alianza» y «hacer la paz» son expresiones equivalentes: «Josué hizo las paces con ellos, hizo con ellos pacto de conservarles la vida, y los principales de la comunidad se lo juraron» (Jos 9,15; cf. 10,1.4; 11,19; 2 Sam 10,19). «Yavé dio sabiduría a Salomón, como se lo había prometido, y hubo paz entre Jiram y Salomón pactando una alianza entrambos» (1 Re 5,26; cf. 22,45; etc.). «Con las piedras del campo harás alianza, la bestia salvaje vivirá en paz contigo» (Job 5,23). En las lenguas latinas, la raíz misma de pacto evoca ya la idea de paz. Ambos términos se derivan del verbo «paciscor», que significa pactar. Pacto se refiere al acto de pactar, y paz, al contenido o efecto del pacto. Con estas nociones ante la vista podemos apreciar el acierto y oportunidad de los autores sagrados al introducir en la historia de la revelación la imagen y el concepto de la alianza para expresar las sucesivas etapas de la historia de la salvación. En su aspecto positivo, el plan salvífico de Dios se proponía, en efecto, restaurar la paz y armonía inicial. Ninguna expresión presentaba, por tanto, más ventajas que la alianza, cuyo contenido sustancial se resumía precisamente en la palabra «paz». De hecho, hablando de la alianza divina, los hagiógrafos también expresan su contenido con el término «shalôm». El contenido teológico de la alianza del Sinaí está determinado por el rito que la acompaña, que consiste precisamente en un sacrificio pacífico. En su estudio sobre el sacrificio pacífico, R. Schmid concluye diciendo que dicho sacrificio estaba destinado a ser el sacrificio por excelencia de la alianza entre Yavé y su pueblo. Tanto más cuanto que el término pacífico subraya expresamente el contenido de la alianza divina, a saber, la paz otorgada por Diosa su pueblo. «La palabra pacifico hace referencia expresa a la finalidad de la alianza, que tiende a restablecer de nuevo las relaciones de paz entre Dios y el pueblo. El sacrificio pacífico consiste en una comida comunitaria en la que también la Divinidad recibe su parte. Quien ha tomado parte en la celebración está en paz (= shalem) con Dios. De ahí la expresión shalem 'im Yahweh (en paz con Yavé = entero para Yavé) de 1 Re 8,61; 11,4; 15,3.14; o el simple shalem (en paz = entero) de 2 Re 20,3, y 1 Crón 28,9» (B. Luther). A una conclusión similar llega A. Charbel, cuando deriva shelamim = pacífico, no de la forma píel (= restituir), sino de la forma qal (= estar completo, etc.) y cuyo significado en este caso sería, por tanto, el de un «sacrificio mediante el cual el oferente se pone en una relación de integridad y paz con Dios». La nueva alianza es anunciada por los profetas contemporáneos del destierro como una alianza de paz. El primero que empieza a hablar de una nueva alianza, aun sin usar la palabra, es Oseas (2,18-25), el cual la presenta ya como una alianza de paz. Paz entre el pueblo y Dios, presentada bajo la imagen de la unión conyugal; paz entre el hombre y la naturaleza; paz y concordia mutua de los hombres entre sí. Es decir, la nueva alianza se presenta como una restauración de la paz y armonía paradisíacas. El profeta Ezequiel también expresa el contenido de la nueva alianza en términos de paz: «Concluiré con ellos una alianza de paz, haré desaparecer de esta tierra las bestias feroces... El árbol del campo dará su fruto y la tierra dará sus productos...» (Ez 43,25-31). Lo mismo que Oseas, Ezequiel recurre también a los motivos paradisíacos para hablar de la nueva alianza. La restauración postexílica, presentada bajo las imágenes de la revivificación de los huesos secos y dispersos (Ez 37,1-14) y la reunificación de los dos leños en uno solo (37,15-28), es calificada igualmente por Ezequiel como «una alianza de paz» (37,26). La nueva alianza es uno de los temas teológicos constantes a lo largo del segundo y del tercer Isaías (aunque falta el calificativo, tales textos se refieren a la «nueva» alianza: cf. Is 43,18-19; 42,9; 48,6), que da unidad y cohesión interna a sus múltiples y variados poemas, incluidos los del Siervo de Yavé (Is 42,6; 49,8; 54,10; 55,3; 56,4; 59,21; 61,8). La nueva alianza se presenta como una «alianza de paz» (Is 54,10). En contraste con el intenso dolor de las Lamentaciones, el 2 ° Isaías, y muy especialmente Is 54, canta con gozo y alegría desbordantes la restauración postexílica y la presenta como la inauguración de una alianza de paz similar a la alianza de Dios con Noé. La paz como contenido de la nueva alianza adquiere su máxima densidad teológica en los Cantos del Siervo de Yavé, que presentan a su misterioso protagonista como «alianza del pueblo» (Is 42,6) en cuanto «soportó el castigo que nos trae la paz» (Is 53,5). Llegada la plenitud de los tiempos, Cristo sella con su sangre la nueva alianza. Aunque nunca es calificada expresamente como alianza de paz, sin embargo, la teología paulina presenta la alianza inaugurada por Cristo como una obra de pacificación. Al sellar la nueva alianza, la sangre de Cristo lleva a cabo la reconciliación y la pacificación de la humanidad con Dios (Rom 5,1.8-10; Col 1,20; Ef 2,16; cf. 2 Cor 5,17-21) y nos abre el acceso al santuario celeste (Heb 10,19; cf. Rom 5,2; Ef 2,18). De la misma manera que la ruptura con Dios (Gén 3) tuvo como consecuencia la ruptura mutua entre los hombres (Gén 4 y 11), así también la reconciliación-pacificación con Dios supone implícitamente la pacificación mutua en el seno de la humanidad. De hecho, san Pablo asocia también la pacificación mutua entre los hombres con la muerte y la sangre de Cristo: «Pues él es precisamente nuestra paz: gentiles y judíos, de los dos ha hecho uno solo, derribando el muro de separación, la enemistad, anulando en su carne la Ley con sus mandamientos y preceptos, en orden a crear de los dos una sola humanidad nueva en sí mismo, mediante su obra de pacificación, y reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la enemistad» (Ef 2,14-16). Más aún, la sangre de la cruz, al tiempo que sella la nueva alianza, lleva a cabo la pacificación universal. De la misma manera que el orden natural se había visto afectado por el pecado (Gén 3,17-19; cf. Rom 8,19-22), también se beneficiará de la obra de la restauración: «Pues tuvo Dios a bien hacer residir en él toda la Plenitud y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando mediante la sangre de su cruz lo que hay en la tierra y en los cielos» (Col 1,19-20). B) «BIEN» Y «ALIANZA» En el Génesis (26,28-29), el contenido de la alianza entre Isaac y Abimelec se expresa en los siguientes términos: «Ea, haya un juramento entre nosotros, entre tú y nosotros, pues queremos hacer pacto contigo de que no nos harás mal, como tampoco nosotros nos hemos mostrado hostiles contigo; no te hemos hecho sino bien y te hemos dejado ir en paz». El contenido de la alianza está expresado, primero, de una forma negativa, «no nos harás mal», y, luego, en forma positiva mediante el binomio bien-paz. Es decir, junto a «paz» y en paralelismo con él, encontramos igualmente a «bien» como término técnico para expresar el contenido de la alianza. El lenguaje antitético: «paz-bien» contrapuesto a «mal», «relaciones de amistad» contrapuestas a «hostilidad», etc., es muy frecuente en la literatura federal, no sólo del A. T. (v. gr.: Jer 32,42), sino también del antiguo Medio Oriente, como puede verse, por ejemplo, en los Anales de Asurbanipal. Génesis 26,29, expresa mediante «bien-paz» lo que su lugar paralelo, Gén 21,22-34, resume en el término «hesed», benevolencia (v. 23). Ambos pasajes ofrecen un contexto similar. Ante fricciones y tensiones existentes o posibles entre los clanes de Abraham (Gén 21) e Isaac (Gén 26) y las gentes de Abimelec, se juran mutua lealtad, fidelidad y amistad. Este es el sentido fundamental de los términos «bien-paz» y «benevolencia» en estos contextos. El pacto entre Labán y Jacob (Gén 31,44-53) versa prácticamente sobre el mismo contenido, aunque aquí está expresado solamente en forma negativa: «Testigo sea este majano y testigo sea esta estela de que yo no he de traspasar este majano hacia ti ni tú has de traspasar este majano y esta estela hacia mí para nada malo». La expresión «para nada malo» dice en forma negativa lo que «para bien» (Jer 21,10; 39,16; 44,27; Am 9,4; 2 Crón 18,7) diría en una forma positiva. Lo mismo que en los casos anteriores se sigue tratando de un acuerdo de paz y no agresión. En Oseas encontramos dos veces el sustantivo «bien» en contexto de alianza: «Porque han quebrantado mi alianza y han apostatado de mi Ley... Israel ha rechazado el bien» (8,1.3). «Bien» no solamente está en paralelismo con «alianza» y «ley», sino que viene a ser un resumen y una ulterior explicación de ambos términos. El paralelismo implícito que Oseas establece entre el «conocimiento de Dios» (v. 2) y «bien» (v. 3) acentúa aún más la relación de este último término con «alianza». En efecto, en Oseas el «conocimiento de Dios» pertenece al círculo de términos vecinos a la alianza. Al hablar de la nueva alianza (2,20-22), Oseas la presenta bajo la imagen de una unión conyugal, en la que los dones aportados por el Esposo son: justicia, equidad, amor, compasión, fidelidad; la aportación que se pide a la esposa es precisamente el «conocimiento de Yavé» (v. 22). Frente a las acusaciones de Oseas, el pueblo protesta y hace alarde de «conocer a Yavé» (8,2); pero el profeta no admite la réplica y la excusa del pueblo. Es precisamente este «conocimiento de Yavé» lo que Oseas echa en falta (4,1-2; 6,4 s.). O lo que es lo mismo: «Israel ha rechazado el bien», ha rechazado la alianza, no se ha abierto por el «conocimiento de Yavé» a los beneficios que ésta ofrecía. El paralelismo implícito que Os 8,2-3, establece entre «conocimiento de Dios» y «bien», se presenta en 6,6-7, bajo la forma «conocimiento de Dios» y «alianza». «Después volverán los hijos de Israel; buscarán a Yavé su Dios y a David su rey, y acudirán con temor a Yavé y a su bien en los días venideros» (Os 3,5). Este «bien» debe interpretarse a la luz de Os 8,1-3, y teniendo en cuenta el intenso fondo de alianza de Os 1-3. Es decir, Oseas concibe la conversión escatológica de Israel como una vuelta al Yavé de los días del desierto (cf. 2,16; 11,1-4; 12,10) y a las bendiciones y favores de su alianza. El binomio «paz-bien» se halla presente en la lamentación de Jeremías (14,19-22), basada en la dialéctica de la alianza como medio para mover la misericordia de Dios. Según la creencia del pueblo, reflejada en esta plegaria, la alianza otorgada por Dios a Israel era el fundamento y la garantía de la paz y del bien (v. 19). En el cap. 32,38-42, Jeremías anuncia la nueva alianza en los siguientes términos: «Serán mi pueblo, y yo seré su dios; y les daré un mismo sentir y un mismo caminar, de suerte que me teman todos los días para bien de ellos y de sus hijos después de ellos. Pactaré con ellos alianza eterna... de hacerles bien y pondré mi temor en sus corazones, de modo que no se aparten de junto a mí; me dedicaré a hacerles bien y los plantaré en esta tierra firmemente... Porque así dice Yavé: Como he traído sobre este pueblo todo este gran mal, así yo mismo voy a traer sobre ellos todo el bien que pronuncio sobre ellos, y se comprarán campos en esta tierra...». El simple hecho estadístico de repetirse cuatro veces la raíz «tôb» (bien) en relación con la nueva alianza por Jeremías, subraya la afinidad existente entre ambos términos. El acento recae especialmente sobre el v. 42, que expresa el contenido de la alianza mediante «bien» contrapuesto a «mal». Esta contraposición «mal-bien», como expresión de los aspectos negativo y positivo de la alianza, la encontramos ya en Gén 26,26-33, y especialmente en el v. 29 (cf. también Gén 31,52), y la encontramos de nuevo en los pactos del antiguo Medio Oriente. De la misma manera que el Éxodo de Egipto (Éx 18,9), la donación de la tierra (Núm 10,29.32) y la elección de la dinastía davídica (2 Sam 7,28) vienen expresados por la palabra «tôb», «bien» (véase «tûb» en Is 63,7, referido a toda la historia salvífica: 63,7-64,11), así también Jeremías (29,10-11.32; 31,12.14; 32,38-42; 33,9.14) y el 2.° Isaías (Is 52,7) presentan la restauración postexílica bajo la misma terminología. En todos estos contextos el término «bien» tiene un acentuado sentido salvífico y escatológico, en cuanto toda esta actividad salvífica de Yavé es siempre anuncio y garantía de futuras intervenciones. El término «bien», como expresión de la naturaleza y actividad salvífica divina, alcanza importancia y amplitud especial en los salmos y literatura cultual. En el templo y en las celebraciones litúrgicas, en la intimidad y familiaridad con Dios, era donde el israelita tenía la máxima experiencia de la bondad salvífica de Dios. No es solamente el estribillo, «Porque es bueno, porque es eterna su misericordia», repetido con tanta profusión (v. gr.: Sal 135), sino que existe además una serie de salmos que cantan la bondad divina manifestada en el templo (Sal 16; 27; 65,5; 73,28; 145,7; cf. Éx 33,19). Este hecho explica la fuerza de atracción que acompaña a la liturgia de la entrada en la ciudad santa y en el templo: Sal 5. 8; 15,1; 24; 34,9; 42-43; 61; 91; 95; 122; etc. Aquí habría que añadir asimismo toda una larga lista de pasajes en los que la actividad salvífica de Yavé está expresada por el verbo «yatab» (hacer el bien), de la misma raíz que «tôb». Cf. Gén 32,10; Éx 1,20; Dt 28,63; 30,5; Jos 24,20; Jue 17,13; Jer 18,10; 32,40-41; Zac 8,15; Sal 51,20; 118,68; 125,4. III. «PAZ» Y «BIEN» A) PAZ Y PACTO Una de las características más significativas y constantes de los pactos del antiguo Medio Oriente es su estrecha relación con el concepto de paz. La paz, no solamente señala el contenido y el clima que rodea el pacto, sino que en muchos casos éste viene designado con la palabra paz. Es decir, pacto y paz son equivalentes. En la literatura de Mari el contenido del pacto e incluso el pacto mismo son designados con salimum o salâmum, términos equivalentes al «shalôm» (= paz) hebreo, los cuales significan estar bien dispuestos hacia alguien, tener relaciones amistosas con él. Encontramos estas palabras en las composiciones siguientes: «establecer la paz», «hacer la paz», «ofrecer la paz», «recibir la paz». La presencia de «sulummu» o «salimu» (= paz), como paralelos y expresión del contenido de «adê» (= pacto), es muy frecuente en la literatura neoasiria: «establecer un pacto y relaciones de paz», «establecer un pacto y relaciones pacíficas», «establecer un pacto de paz o amistad», «hagamos la paz entre nosotros» o «hagamos un pacto entre nosotros», etc. (Anales de Asurbanipal). En Ugarit encontramos la voz «salama» (= paz) en el mismo contexto federal y con la misma significación que «salîmum» y «sulummû» tenían en Mari y en Asiria. B) BIEN Y PACTO En la literatura neoasiria, sobre todo en los Anales de Asurbanipal, la presencia de «tabtu» (= el bien) junto a «adê» (= pacto) está ampliamente documentada. He aquí algunos ejemplos: A la vista de las calamidades que azotaban a Arabia y a su rey Uaite, el pueblo se preguntaba: «¿Por qué viene sobre Arabia todo este mal? Y mutuamente se respondían: Porque no guardamos los grandes pactos de Asiria; porque pecamos contra el bien de Asurbanipal». Este texto de los Anales de Asurbanipal evoca necesariamente Os 8,1-3 y Dt 29,23-28; cf. Jer 22,8-9; 16,10-13; 1 Re 9,8-9. «Yauta, hijo de Azael, rey de Kidri... pecó contra los pactos (concluidos) conmigo y no guardó el bien, sino que se sacudió el yugo de mi soberanía» (Anales de Asurbanipal). En el primer texto se decía «no guardar el pacto», «pecar contra el bien»; en el segundo, en cambio, se dice «no guardar el bien», «pecar contra el pacto». Este uso indistinto de fórmulas acentúa todavía más el paralelismo entre «adê» (= pacto) y «tabtu» (= el bien). Los citados Anales ofrecen otros muchos ejemplos. En una lectura comparativa de las cartas 136 y 138 de El Amarna se observa que son paralelas estas tres expresiones: «hacer la paz», «concertar el bien» (= establecer relaciones amistosas), «hacer alianza». En la correspondencia entre las cancillerías de Egipto, Babilonia, Asiria y Mitania, el término «tabutu» (= el bien) recurre con frecuencia con motivo de la negociación de nuevas alianzas o la renovación de las ya existentes. Dicho término aparece también en paralelismo con «ahutu» (= hermandad), otro de los términos técnicos para designar el pacto o su contenido: «Entre los reyes (debiera existir) hermandad, amistad (lit. el bien), paz y buenas relaciones». En la 1ª carta de El Amarna, Amenofis III escribe al rey de Babilonia y le dice: «A propósito de esto me escribiste también tú diciendo: Haya hermandad amistosa (lit. hermandad buena) entre nosotros». Con el mismo sentido técnico de «amistad» o «buenas relaciones», concertadas a través de un pacto, encontramos tres veces el término arameo tbt' en las estelas de Sefire. C) EL BINOMIO «BIEN-PAZ» Y EL PACTO Según el P. Morán, el binomio «tubtu u sulummú» (= bien y paz) se emplea solamente en relación con el pacto, para expresar su contenido. Parece tratarse de una expresión antigua que continuó vigente hasta el período neobabilónico. He aquí dos ejemplos: «Concertó el bien (i. e. amistad) y paz con Asur-bel-Kala, rey de Asiria». «En tiempo de Asur-bel-Kala, rey de Asiria, Marduk era rey de Babilonia, y establecieron relaciones amistosas (lit. el bien) y paz mutua entre ambos». Los ejemplos podrían multiplicarse aún más con «damqatum» (= el bien), que se usa como sinónimo y en vez de «tubtu» durante el período de Mari. En este sentido son significativas las siguientes expresiones: «Los mensajeros del rey Esnuna vinieron a la corte para concertar paz y bien (i. e. relaciones amistosas)». «Paz y bien (i. e. buenas relaciones) han sido establecidas en toda la tierra». En el período neoasirio «damiqtu» y «tubtu» en el sentido de «bondad-beneficio» se usan indistintamente. IV. CONCLUSIÓN «Paz y Bien»: he ahí una fórmula que sobrevive desde el segundo milenio antes de Cristo hasta nuestros días. La fórmula es la misma, pero el contenido, no. Aun permaneciendo las mismas, las palabras van cambiando de significación con el correr del tiempo y según los diversos ambientes. Esto ha ocurrido también con la expresión «paz y bien». Al pasar del uso profano al mundo de la Biblia, la hemos visto cargarse de contenido teológico, hasta el punto de convertirse en la fórmula estereotipada y técnica para expresar la futura salvación mesiánica. Llegada la plenitud de los tiempos, la fórmula ya no es tanto una mera expresión cuanto una persona. La Paz y el Bien son Cristo. Por lo que se refiere a la paz, san Pablo lo afirma expresamente: «Cristo es nuestra Paz» (Ef 2,14). Es nuestra paz, porque nos ha puesto en paz con Dios; porque ha llevado a cabo la pacificación mutua entre los hombres, derribando los muros de separación, odio y hostilidad que los tenían divididos; porque «mediante la sangre de la cruz, ha pacificado todas las cosas, las de la tierra y las del cielo» (Col 1,20) Es decir, el saludo «Paz y Bien», en labios cristianos, resume en sí todos los bienes de la Redención y al Autor de los mismos. [Selecciones de Franciscanismo, vol. III, núm. 9 (1974) 249-262] |
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