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DIRECTORIO FRANCISCANOEspiritualidad franciscana |
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[Conferencia pronunciada en el VI Consejo Plenario de la Orden
Capuchina 1. LA ELECCIÓN DE UN NOMBRE La minoridad es un componente de la pobreza evangélica que no se puede eliminar, pues no es posible ser «pobre de espíritu» (Mt 5,3) sin humildad. Defender la pobreza para vanagloriarse de la misma o para alabarse, sería contra la minoridad, valor original que identifica el movimiento franciscano. El binomio pobreza-humildad, que se encuentra frecuentemente en los Escritos de Francisco, está expresado en la «minoridad», que quiere decir: la actitud evangélica de no ocupar los primeros lugares, de no estar sobre los otros, de no imponerse a ninguno, sino de estar al servicio de todos, siempre disponible para hacer el bien sin pretender recompensa, gratitud, honras, gloria. Con el término «minoridad», aunque poco conocido y poco comprensible fuera del ambiente franciscano, se alcanza, sin duda, el nervio central de nuestra vida. De hecho, nos llamamos «Hermanos Menores». La añadidura de «franciscanos», «conventuales» o «capuchinos» es secundaria, una vez que Francisco quería que sus compañeros y seguidores se llamasen «frailes menores». Según la Leyenda de los Tres Compañeros, los primeros convertidos al ideal de Francisco se presentan como «penitentes de Asís» (TC 37). Más tarde elegirán el nombre de «pobres menores», para cambiarlo otra vez, ahora definitivamente, por «frailes [hermanos] menores». No es solamente Tomás de Celano quien nos informa sobre la explícita voluntad de Francisco en llamar a su fraternidad Orden de Frailes Menores (1 Cel 38), sino también una extraña Orden naciente. Realmente, existe un interesante testimonio del cronista Burcardo de Ursperg († 1210) que pone el primer núcleo franciscano en el contexto histórico, hablando de otros movimientos pobres surgidos en Italia central y septentrional. Después de narrar que vio en 1210 algunos seguidores de la secta de los Pobres de Lyon, que se presentaron a la Sede Apostólica, guiados por un cierto Bernardo, su «maestro», para solicitar al papa Inocencio III la aprobación de su modo de vivir, por medio de un privilegio, Burcardo prosigue:
Burcardo, un premostratense y cronista cualificado, recoge bien estas características de la nueva orden, notando también el peligro de gloriarse de la pobreza. Contra este peligro, Francisco, repetidamente, pone en minucioso examen sus Escritos. En lugar de «Pobres Menores», usado en el primer período, Francisco escoge el nombre de «Frailes [Hermanos] Menores» para evitar el riesgo de una pobreza orgullosa y fanática, sin caridad, y también porque esta nueva fórmula establecía la profesión de la pobreza sobre dos bases insustituibles, la fraternidad y la minoridad. 2. MINORIDAD COMO VALOR EVANGÉLICO a) Mayores - menores - mínimos Es algo muy conocido que en tiempos de Francisco había en Asís, como en tantas otras ciudades, Mayores y Menores. Los primeros eran los señores feudales, llamados también «boni homines», los segundos eran los representantes del pueblo, que procuraban librarse de los servicios feudales. En 1198, cuando los asisienses subieron a la Fortaleza, destruyéndola completamente, los señores feudales -entre éstos también los padres de Clara- tuvieron que huir a Perusa; esto hizo aumentar la tensión que, desde siempre, existía entre las dos ciudades, que culminó con la batalla de Colestrada, en 1202, en la cual tomó parte Francisco y allí fue hecho prisionero. Poco a poco los nobles volvían a Asís y a un cierto punto, en 1203, firmaron un tratado de paz (Carta pacis) con los representantes del pueblo para fortalecerse frente a las amenazas externas. Tal acuerdo no debió tener mucho éxito, ya que en 1210 se tuvo que firmar un nuevo pacto entre «mayores y menores» (Carta franchitatis). En ella, los dos grupos sociales en lucha por la conquista del poder, acordaron dejar los servicios feudales y construyeron juntos el Municipio. No se trataba, por tanto, de una rebelión del pueblo simple contra los nobles y ricos; los menores eran también estos propietarios, aunque menos poderosos; como tales aspiraban con los nuevos medios de dinero y trabajo a un puesto superior semejante a los mayores. Había también una tercera clase, de la cual no se habla en las dos Cartas, pero sí en las Fuentes Franciscanas: «Y deben gozarse cuando conviven con gente de baja condición y despreciada, con los pobres y débiles, y con los enfermos y leprosos, y con los mendigos de los caminos» (1 R 9,2). Éstos son con quienes los Frailes Menores quieren estar; con los pobres y miserables de la ciudad y con los leprosos abandonados en la llanura a los pies de Asís. Estos no ciudadanos, sin voz y sin acceso a la libertad de los servicios, podremos llamarlos menores. b) Ser siervos para servir... Aun admitiendo un cierto influjo del contexto sociopolítico sobre la elección del nombre de Frailes Menores, queremos advertir que Francisco con eso no hizo una opción de clase (se asociaría al partido de los menores, que eran poderosos), sino una opción evangélica. Su denominación está motivada en la Biblia, como aparece en diversos fragmentos de sus Escritos. Teniendo en consideración la Regla no Bulada, que conserva la inspiración original y las primeras intuiciones, notamos que la minoridad está motiva, fundada en el Evangelio. El texto clave y revelador fue Mt 20,20-28 (cf. Lc 22,24-27): Jesús responde a los hijos del Zebedeo, anunciando la caída de las reglas de la apreciación humana: «Los jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y los magnates las oprimen. No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser importante entre vosotros, sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero, sea vuestro esclavo» (Mt 20,25-27). Este texto evangélico está citado literalmente en el Cap. 5 de la Regla no Bulada, que trata de las relaciones entre los frailes, en particular de la relación entre aquellos que nosotros impropiamente llamamos «superiores» y los «súbditos». Tiene grande repercusión en los Escritos de Francisco la autodefinición de Jesús en Mt 20,28 con la cual termina la perícopa: «El Hijo del hombre no ha venido para ser servido sino para servir y dar la vida...» (Mt 20,28). Este principio es aplicado a los ministros para que ejerzan su oficio en espíritu de servicio. Sin embargo, la actitud servicial no excluye una fuerte responsabilidad para la salvación del alma. La Regla conjuga muy bien minoridad y responsabilidad, diciendo: «Y recuerden los ministros y siervos que dice el Señor: No vine a ser servido sino a servir, y que les ha sido confiado el cuidado de las almas de los hermanos, de las cuales tendrán que rendir cuentas en el día del juicio ante el Señor Jesucristo si alguno se pierde por su culpa y mal ejemplo» (1 R 4,6). Otra máxima recurrente es la regla de oro expresada bien de modo positivo, bien de modo negativo: «Tratad a los demás como queráis que ellos os traten a vosotros» (Mt 7,12 = 1 R 4,4; cf. 1 R 6,2; 10,1). «No hagas a otro lo que no quieres que se te haga a ti» (Tob 4,15 = 1 R 4,4). Todas las disposiciones en el «estatuto de la fraternidad», como se podrían definir los capítulos 4-11 de la Regla no Bulada, hablan del servicio fraterno, de la caridad para con los enfermos, de la humildad, de la sumisión. Son actitudes sugeridas por el amor, que considera a los otros como superiores y más dignos, sin adulaciones, sin humillaciones. Es el comportamiento de quien quiere imitar a Cristo humilde y pobre: renunciar al yo, después de haber renunciado a lo mío, minoridad que es requerida a los frailes menores según su Regla, condensada y resumida en la Admonición 12: «Así puede conocerse si el siervo de Dios tiene el espíritu del Señor: si, cuando el Señor obra por medio de él algo bueno, no por ello se enaltece su carne, pues siempre es opuesta a todo lo bueno, sino, más bien, se considera a sus ojos más vil y se estima menor que todos los otros hombres» (Adm 12). c) ... al modo de Jesús que «está en medio de nosotros como aquel que sirve» (Lc 22,27) La figura de Jesús como siervo es la raíz teológica de minoridad escogida por Francisco que, estando en condiciones de hacerse grande, optó por el camino de la pequeñez para responder al llamamiento de Jesús y testimoniar libremente el misterio de su Reino. En su meditación está profundamente presente la imagen de Dios humillado al hacerse hombre (Belén - Greccio); al dejarse crucificar (Gólgota - Monte Alverna), humillándose al lavar los pies (Jn 13) y en la venida cotidiana «sobre el altar en las manos del sacerdote» (Adm 1,18). Los Escritos de Francisco están llenos de llamadas al Evangelio sobre la minoridad y el servicio. Es imposible referirlas todas aquí. Para la reflexión y meditación individual y comunitaria será muy útil retomar los salmos del siervo de Yahvé (Salmo 22; 56; 68; 70; 85-87, etc.) usados por Francisco en su Oficio de la Pasión (Sal I-VII), o el espléndido himno de san Pablo sobre la Kenosis de Dios (Flp 2,5-11; cf. 2CtaF) o la enseñanza de Jesús (Mt 20,26-28; 25,4; Mc 9,35-37; Lc 12,32 y 22,26) y especialmente su ejemplo en el lavar los pies a los apóstoles (Jn 13,1-17). Estos fragmentos constituyen el esqueleto de la Regla de los Frailes Menores. 3. LA MINORIDAD DELANTE DE DIOS La pobreza-minoridad es, antes que todo, un modo de colocarse delante de Dios, el Señor Altísimo, a quien pertenece todo bien. No por casualidad Francisco inicia sus oraciones dirigiéndose al «Oh, alto y glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón... » (OrSD). Desde la primera hasta la última oración se extiende esta característica que exalta a Dios, colocando al hombre en su debido lugar:
De parte del hombre, existe un abismo insuperable entre él mismo y Dios. Fue la gracia del Altísimo, su humildad la que atravesó el abismo y atrajo al hombre. Esta visión de Dios y del hombre aparece claramente en el Cap. 23 de la Regla no Bulada, llamado el «prefacio franciscano» porque resuena cinco veces el refrán: «Gratias agimus tibi». El capítulo comienza con la invocación «Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios...», para cantar después la historia salvífica desde la creación hasta la parusía. He aquí la primera estrofa del prefacio: «Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo y justo, Señor rey de cielo y tierra, te damos gracias por ti mismo, pues por tu santa voluntad, y por medio de tu único Hijo con el Espíritu Santo, creaste todas las cosas espirituales y corporales, y a nosotros, hechos a tu imagen y semejanza, nos colocaste en el paraíso. Y nosotros caímos por nuestra culpa» (1 R 23,1-2). En la cuarta estrofa prosigue Francisco: «Y porque todos nosotros, míseros y pecadores, no somos dignos de nombrarte, imploramos suplicantes que nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo amado, en quien has hallado complacencia, que te basta siempre para todo y por quien tantas cosas nos has hecho, te dé gracias de todo junto con el Espíritu Santo Paráclito como a ti y a Él mismo le agrada. ¡Aleluya» (1 R 23,5). Por causa de su miseria, fragilidad y corrupción, de su pecado y de su rebelión, el hombre no puede sentirse humilde (cercano al humus, a tierra), es decir, caído, menor. En el reconocimiento de su estado, en la aceptación de necesitar redención, el hombre se abre la puerta de la salvación. Cuando, al revés, se cierra en el orgullo, en la autosuficiencia, cuando no acepta ser menor y pobre delante de Dios, se arriesga a perder la salvación eterna, adquirida por Cristo. La minoridad es, por tanto, un hecho criatural. Cuanto más santo es alguien, se siente más pecador, pequeño, menor. Es el caso de Francisco. 4. FRANCISCO, MENOR Y SIERVO Francisco asimiló la actitud de siervo como la forma más adecuada del seguimiento de Cristo, a fin de, conforme sus Escritos, ser como el «pequeñuelo y siervo» (Test 41). Él vive la minoridad con singular ejemplo, como muestran tantos episodios narrados en las biografías. Me gustaría presentar algunos fragmentos extraídos de sus cartas. Éstas muestran en toda su autenticidad, cómo él interioriza la vida humillante y humillada de Jesús, sin caer en el desprecio de sí. En la Carta a todos los fieles, Francisco se presenta como «siervo de todos», que quiere «servir a todos» (v. 2), y termina su largo escrito con esta insistente declaración: «Yo, el hermano Francisco, vuestro menor siervo, os ruego y suplico, en la caridad que es Dios y con el deseo de besaros los pies, que os sintáis obligados a acoger, poner por obra y guardar con humildad y amor estas palabras y las demás de nuestro Señor Jesucristo» (2CtaF 87). Animoso y persuadido de una misión universal, escribe «a todos los podestà y cónsules, jueces y regidores de todo el mundo». A este encabezamiento político, sigue un remitente humilde: «...el hermano Francisco, vuestro siervo en el Señor Dios, pequeñuelo y despreciable, deseándoos a todos salud y paz» (CtaA 1). En la carta a los frailes, notamos que Francisco no los llama nunca siervos, sino siempre hermanos. Entre hermanos no es posible que haya menores, porque esto implicaría admitir que hay también mayores, lo que va contra la misma identidad del grupo fraterno. Sin embargo, Francisco mismo se autodefine siervo en relación a Dios y a sus hermanos. En la Carta a los custodios, Francisco se presenta como «vuestro siervo y pequeñuelo en el Señor» (1CtaCus 1). En la larga y última Carta a toda la Orden, se presenta como «el hermano Francisco, hombre vil y caduco, vuestro pequeñuelo siervo» (CtaO 3), «hombre inútil y criatura indigna del Señor Dios» (CtaO 47). Cuando pide a sus hermanos una cosa que le está particularmente al corazón, le gusta ponerse «a los pies» de todos. Así, en el final de la Regla: «E imploro a todos, besándoles los pies, que amen mucho las cosas que están escritas en la Regla, las custodien y las pongan a buen recaudo» (1 R 24,3; 2CtaF 87). Francisco no sigue una ascética autosuficiente o extremista. Se reconoce limitado, flaco, pequeño, en poder de sus estados de ánimo. Es una espiritualidad humilde, pero optimista y generosa, porque sabe colocar frente a la realidad de sus propios límites, la otra realidad de la riqueza y la bondad de Dios. Nada más elocuente a este propósito que su «confesión» en la mitad de la carta a todos los frailes «los primeros y los últimos»: «En muchas cosas he caído por mi grave culpa, especialmente porque no guardé la Regla que prometí al Señor, ni dije el oficio según manda la Regla o por negligencia, o por mi enfermedad, o porque soy ignorante e indocto» (CtaO 39). 5. LA MINORIDAD «AD INTRA» Retomando el precepto de Jesús, que entre los discípulos no debería reinar la superioridad de uno sobre otro, sino «el que quiera ser el primero, sea vuestro esclavo» (Mt 20,27), Francisco llama siempre a los responsables de la Fraternidad «Ministros y siervos» (1 R 4,6; 5,3.7.11) y quiere que «ninguno sea llamado maestro, pues uno es vuestro maestro» (1 R 22,35). Notemos cómo la minoridad entra también en el título de los oficios. Al revés de «maestro», Francisco escoge «ministro», que en general sirve al mayor, al maestro. Con la unión de los dos sinónimos «ministro y siervo» se quiere evitar que el título «ministro» se volviese puro pacto, perdiendo así toda su fuerza significativa. Francisco distingue entre «ministros y siervos» y frailes «sometidos a los ministros y siervos» (1 R 5,3), pues todos deben «por la caridad del espíritu servirse y obedecerse unos a otros de buen grado» (1 R 5,13). «Ninguno de los hermanos tenga potestad o dominio, y menos entre ellos» (1 R 5,9). Invirtiendo los conceptos dominantes, sea en el mundo político, sea en el religioso (benedictinos), la Regla prescribe que «nadie sea llamado prior, mas todos sin excepción llámense hermanos menores. Y lávense los pies el uno al otro» (Jn 13,14; 1 R 6,3), esto es, que esté dispuesto a prestarle los servicios más humildes. Esta minoridad, como actitud interior, viene confirmada en la Admonición 4, en la cual, no por casualidad, aparecen los dos fragmentos evangélicos Mt 20,28 y Jn 13,14: «No vine a ser servido, sino a servir, dice el Señor. Los que han sido constituidos sobre otros, gloríense de tal prelacía tanto como si estuviesen encargados del oficio de lavar los pies a los hermanos. Y cuanto más se alteren por quitárseles la prelacía que el oficio de lavar los pies, tanto más atesoran en sus bolsas para peligro del alma» (Adm 4). Otras descripciones muy profundas sobre la minoridad franciscana se ofrecen en las «Bienaventuranzas Franciscanas», es decir, en aquellas admoniciones que comienzan con «Bienaventurado el siervo que...» (Adm 17-28). La más elocuente es la admonición sobre «El prelado humilde»: «Dichoso el siervo que no se tiene por mejor cuando es engrandecido y enaltecido por los hombres que cuando es tenido por vil, simple y despreciable, porque cuanto es el hombre ante Dios, tanto es y no más. ¡Ay de aquel religioso que ha sido colocado en lo alto por los otros y no quiere bajarse por su voluntad Y dichoso aquel siervo que no es colocado en lo alto por su voluntad y desea estar siempre a los pies de otros» (Adm 19). 6. MINORIDAD «AD EXTRA» a) Servir y trabajar en dependencia de otros El comportamiento interior de humildad o el servirse mutuamente dentro de la fraternidad se expresa «ad extra» en actitudes bien precisas. A este respecto es relevante el Cap. 7 de la Regla no Bulada: «Los hermanos, donde quiera que se encuentren sirviendo o trabajando en casa de otros, no sean mayordomos ni cancilleres ni estén al frente en las casas en que sirven; ni acepten ningún oficio que engendre escándalo o cause perjuicio a su alma, sino sean menores y estén sujetos a todos los que se hallen en la misma casa» (1 R 7,1-2). Este capítulo arroja una luz sobre los inicios de la Orden, cuando los frailes eran solicitados para trabajar con las personas, fuera de sus casas. Más tarde, no sucedía más aquella situación y los amanuenses cambiaron algunas lecturas, adaptándolas al desenvolvimiento de la Orden: el cancellarius (canciller), por ejemplo, empleado en oficios públicos se convierte en cellario, que en el convento se ocupa de las celdas (cella). El texto de la Regla no Bulada tiene su Sitz im Leben muy concreto. Diversas variantes son comprensibles y adecuadamente avaladas sólo a la luz de la historia primitiva de la Orden por una parte, pero también por otra de su historia posterior. Los frailes menores poseían, por lo tanto, una posición bien precisa en la sociedad. Por libre elección, asumían únicamente puestos de trabajo al servicio de los otros, posiciones no de dirigentes, sino de súbditos. Cuando, después, los frailes serán más estimados como buenos y sinceros trabajadores, tanto más cederán a la tentación de aceptar puestos de dirección y de administración. Serán más organizadores de buenas obras, promotores de asociaciones caritativas (por ejemplo, Los Montes de Piedad), emprendedores que emplean a otra gente, que depende de ellos. Notamos en este campo cómo la opción por la minoridad comporta una toma de posición social. Para Francisco, la motivación de ser menor era cristológica, pero la aplicación era sociológica. Minoridad no era y no es únicamente una virtud interior, sino un estado social, una negativa a acceder a las clases superiores, una renuncia a hacer carrera. Aquí está la provocación más fuerte para nosotros, hoy. El tipo de trabajo, nuestra posición en la sociedad y los medios que usamos, deberían coincidir con nuestro ser de «hermanos menores». El componente social de la vocación evangélica para la minoridad resulta también, y de un modo claro y fuerte, de una frase muy conocida por la Regla no Bulada. Pero es necesario citarla con la motivación precedente, que une el motivo evangélico-teológico con el social: «Empéñense todos los hermanos en seguir la humildad y pobreza de nuestro Señor Jesucristo y recuerden que nada hemos de tener de este mundo, sino que, como dice el Apóstol, estamos contentos teniendo qué comer y con qué vestirnos. Y deben gozarse cuando conviven con gente de baja condición y despreciada, con los pobres y débiles, y con los enfermos y leprosos, y con los mendigos de los caminos» (1 R 9,1-2). Es una elección de preferencia para los sin techo y condenados a permanecer entre los marginados por la sociedad, víctimas de dolencias, enfermedades e injusticias. La Regla y las Constituciones nos piden tomar una clara posición en favor de las clases sociales menores, sin solicitarnos que nos opongamos a las clases superiores. «Por vocación somos llamados, escogiendo realmente el último lugar, para encontrar a Jesucristo en el aniquilamiento solidario de su Encarnación y Pasión. Esta elección minorítica nos permitirá estar cercanos a todos fraterna y alegremente» (V Consejo Plenario de la Orden, 36c). b) En la ayuda al clero La elección de la minoridad comporta también una toma de posición dentro de la Iglesia. Francisco no se opuso al hecho de que también los sacerdotes entrasen en la fraternidad, pero él mismo no fue más allá de diácono. Por humildad recusó ser ordenado sacerdote. En el lecho de muerte confirma su firme voluntad de someterse siempre a los sacerdotes católicos, incluso en el caso que lo persiguiesen: «Y si tuviese tanta sabiduría como la que tuvo Salomón y me encontrase con algunos pobrecillos sacerdotes de este siglo en las parroquias en que habitan, no quiero predicar al margen de su voluntad. Y a estos sacerdotes y a todos los otros quiero temer, amar y honrar como a señores míos» (Test 7-8). En cuanto a la predicación, era exhortativa y penitencial, no existieron problemas de compatibilidad con el estilo de minoridad. Mas una vez que la fraternidad fue orientándose para el apostolado oficial y permanente, el oficio de la predicación se transformó en un problema para Francisco. Él toma precauciones para no apropiarse del oficio de la predicación, recibido del Ministro General (2 R 9,2), y amonesta a no cambiar en derecho personal a lo que no se quiere más renunciar (1 R 17,4-19; Adm 19). La otra cara del problema de los predicadores era su inclinación a la autonomía apostólica, haciéndose expedir privilegios por la Curia romana para poder ejercitar el apostolado con más libertad, hasta construirse iglesias (cf. Test 28-29). La carrera para la exención, ya accionada, aunque diese brillo apostólico a la Orden, colocaba en peligro la actitud de minoridad de la fraternidad. Francisco, al revés, como demuestra su Testamento, quería someterse incondicionalmente a la autoridad eclesial inmediata, concreta -párrocos y obispos- a pesar de limitar su libertad. Acostumbraba a decir a los frailes: «Hemos sido enviados en ayuda a los clérigos para la salvación de las almas (...) y esto puede lograrse mejor por la paz que por la discordia con los clérigos (...). Así, pues, estaos sujetos a los prelados, para no suscitar celos en cuanto depende de vosotros. Si sois hijos de la paz, ganaréis pueblo y clero para el Señor, lo cual le será más grato que ganar a sólo el pueblo con escándalo del clero» (2 Cel 146). El sincero retorno a Francisco llevó a los capuchinos de nuevo a la sumisión a los obispos, renunciando a la exención (Constituciones de 1536, nn. 7-8), renuncia observada que se conservó hasta las Constituciones de 1552, cuando fue suprimido el número referente a la renuncia de la exención. c) Sometidos a todos En su Testamento, Francisco recuerda esta norma sustancial de vida minorítica: «Y éramos indoctos y estábamos sometidos a todos» (Test 19). Francisco afirma de sí mismo y de los otros no tener formación (idiotae), aunque en la primera fraternidad existían algunos clérigos y gente instruida. Esto quiere decir que la secuela humilde de Jesucristo le había llevado a renunciar a su saber como medio de trabajo o apostolado, pues esto representaba un cierto grado de prestigio y de poder. En un ambiente donde el saber y la ciencia estaban concentrados en los monasterios y en las catedrales, los frailes menores preferían servirse de la cultura menor, la popular, para comunicar su experiencia evangélica. Ser menor es un «status» que no es falseado ni siquiera entre los no cristianos, al contrario, es la primera obligación de aquellos «que por divina inspiración van entre sarracenos: no promuevan disputas y controversias, sino que se sometan a toda humana criatura por Dios y confiesen que son cristianos» (1 R 16,6). Francisco no delimita quién sea hermano o hermana; una real expropiación de sí mismo le vuelve sometido a todos los hombres. En el Saludo a las Virtudes alarga y radicaliza el concepto de sumisión, diciendo que en la «santa obediencia» el verdadero fraile menor «está sujeto y sometido a todos los hombres que hay en el mundo; y no sólo a los hombres, sino aun a todas las bestias y fieras, para que en cuanto el Señor se lo permita desde lo alto, puedan hacer de él lo que quieran» (SalVir 16-18). Aquí llegamos al culmen de la minoridad, cuya dinámica conoce como último límite el don de sí mismo en la muerte. Quien se entrega completamente a Dios, está dispuesto a sufrir el martirio no solamente por mano de los hombres, sino también el infligido a través de los animales y fieras, a través de las circunstancias de la vida. Francisco ve en el martirio la realización de la minoridad. Percibimos esto, cuando él exclama, contento, al conocer la noticia del martirio de los primeros frailes que partieron a Marruecos: «¡Ahora puedo decir verdaderamente que tengo cinco frailes menores». Esto es significativo; sin embargo, ordenó destruir la primera relación auténtica del martirio para que no fuese motivo de vanagloria para los frailes (cf. Jordán de Giano, Crónica, 7-8). Con estos ejemplos está claro que sumisión significa también exponerse al fracaso, a la persecución, al martirio: por ningún motivo los frailes menores deben recurrir a la carta de protección o recomendación, ni a privilegios apostólicos para desarmar a los prelados, o con pretexto de servir especialmente al pueblo de Dios (Test 25-26). Francisco ve, sobre todo, en la fiel sumisión «a los prelados y a todos los clérigos de la santa madre Iglesia» (TestS 5) la garantía de la minoridad, y quiere que se observe la Regla aprobada por el papa Honorio III, «para que, siempre súbditos y sujetos a los pies de la santa Iglesia, firmes en la fe católica, observemos la pobreza, la humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, que firmemente prometimos» (2 R 12,4). Sometidos a la Iglesia no significa ceder a todo deseo de la jerarquía. Al cardenal Hugolino, que quería servirse de los frailes menores para su prelacía, Francisco responde: «Mis hermanos se llaman menores precisamente para que no aspiren a hacerse mayores. La vocación les enseña a estar en el llano y a seguir las huellas de la humildad de Cristo para tener al fin lugar más elevado que otros en el premio de los santos. Si queréis -añadió- que den fruto en la Iglesia de Dios, tenedlos y conservadlos en el estado de su vocación y traed al llano aun a los que no lo quieren. Pido, pues, Padre, que no les permitas de ningún modo ascender a prelacías para que no sean más soberbios cuanto más pobres son y se insolenten contra los demás» (2 Cel 148). 7. SUGERENCIAS PRÁCTICAS Como de un Consejo Plenario de la Orden se espera verdaderamente no sólo una teología de la pobreza y de la minoridad, sino estímulos concretos y aplicaciones prácticas, puede ser útil concluir con algunas propuestas que susciten la discusión fraterna. 1. Como en los evangelios no se habla ni siquiera una sola vez de la pobreza, sino 95 veces de los pobres, así también Francisco, en sus Escritos, no habla nunca de minoridad, sino 9 veces de ser menores. No se trata de un ideal abstracto, hacia el cual hemos de tender, sino de formas concretas para actuar o seguir a Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre. 2. El comparativo «menor» requiere una relación con otro. El nombre «fraile menor» es inseparable. Cuanto más uno sirve a la fraternidad, tanto más será menor y viceversa. 3. Nuestras actividades son relativas y pueden ser, según el carisma de cada uno, diversas y pluriformes. Cuanto más vive uno en la Orden como fraile menor, tanto más espontáneamente obrará como tal. Cuanto más profundamente esté radicado en la vida de los hermanos menores, tanto más primero y antes hará un verdadero apostolado franciscano dentro de la fraternidad. El apostolado franciscano no es tanto un problema de objetivos y de método, sino de personas. De ahí, la importancia de la formación para la minoridad que debe preocuparse del desapego por parte de la persona de los preconceptos, estructuras, sueños de autorrealización... para inculcar modos de seguir a Jesús pobre y humilde, servicial y sufridor. 4. Ponerse al servicio de los otros es una libre decisión, una misión, un carisma que necesita de una sólida identidad interior, fundamentada en la persona de Cristo, pues en nuestra sociedad la minoridad no es un valor, sino un desafío del Evangelio. Por esto, solamente la fe y el amor pueden dar un significado libre a esta incomprensible minoridad que debemos vivir y renovar en nuestras relaciones familiares, fraternas, profesionales y sociales. 5. La contemplación de Jesucristo, que vino para servir, nos hace descubrir la nobleza del hombre, que es grande cuando sirve. 6. Francisco exalta, defiende y exige de sus hermanos el trabajo manual hecho en dependencia de otros. Partiendo de este principio, son revalorizados los simples trabajos domésticos, que deben ser hechos por los propios hermanos, antes que por los empleados pagados; también deben ser revisados los compromisos asumidos en la iglesia y en la sociedad. 7. En calidad de menores, debemos aceptar las parroquias más pobres y prestar servicio en las parroquias sin administrarlas. Una fraternidad inserta en la parroquia podría ser una iglesia doméstica. Su primera finalidad no sería el servicio parroquial, sino estar unido en el nombre de Jesús, y esto incluye acogida, oración, trabajo y descanso. 8. La propiedad condiciona la movilidad y la misma minoridad. Como los compañeros de Francisco, así también los primeros capuchinos no querían poseer ningún derecho sobre edificios, campos y cosas del propio uso. Donde esto no se pueda practicar, se podría renunciar a las instituciones y a los institutos propios (también en Roma) e integrarse en obras de otros. 9. La predicación itinerante, durante largos siglos, una característica franciscana y revalorizada por los capuchinos, fue sustituida por la enseñanza, menos precaria y mejor remunerada. Una sociedad tan móvil como la de hoy, el turismo por una parte y tantos refugiados por otra, requiere una movilidad por nuestra parte. Deberemos recuperar el sentido y «la dinámica de lo provisorio» (Roger Schutz), que nos da la justa perspectiva de las realidades terrestres y hace volver y mirar hacia la «tierra de los vivientes» como meta de los «peregrinos y forasteros de este mundo» (2 R 6, 2-5). Es preciso ver la pobreza y la minoridad como medios de evangelización. 10. En nuestra forma de vida la minoridad puede ser practicada, grosso modo, sobre dos aspectos: ser itinerante en el apostolado, o buscando trabajo, significa depender de la acogida de los otros y someterse a ellos; ofrecer acogida y hospitalidad en los conventos (casas de oración) y en las propias iglesias (confesiones) y asistir a los marginados (mesa de los pobres, celo por los deficientes), significa ponerse al servicio de los otros. Así, son múltiples las aplicaciones y matices de la minoridad. Como el fermento que penetra en la masa, así la minoridad es la nota, la señal que caracteriza el ser y el obrar del fraile menor y también su pobreza. [En Selecciones de Franciscanismo, vol. XXXII, núm. 95 (2003) 200-212] |
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