DIRECTORIO FRANCISCANO

Espiritualidad franciscana


«EL GRAN LIMOSNERO»
La Creación, don de Dios y restitución del hombre,
en alabanza y servicio a los hermanos

por Sebastián López, OFM

 

Indudable que el Cántico del Hermano Sol está apoyado y revela una determinada visión tanto de Dios creador como de la creación. El autor de este artículo ha querido precisamente destacarla. No otra cosa que eso, destacarla. Sobrevolarla, sería el verbo quizá. Lo que indica ya que no se ha intentado un estudio profundo y detallado, tampoco completo. Es sólo un ensayo, y divulgativo casi.

CreationDios, Altísimo. Dios, el Bien, todo Bien, sumo Bien, el único Bueno (1 R 23,1.9.11; AlD 2-3). Francisco ha contemplado así a Dios en Cristo. Ha sabido, en la experiencia de su fe, que Dios nos transciende y nos sobrepasa. Que su gloria está sobre los cielos. Es un dato innegable de su contemplación y vivencia de Dios, destacado por todos los estudiosos de su carisma.[1] Pero esto no le ha llevado, nos parece, a una visión escapista o de globo de Dios. Si alguna de sus expresiones pudieran hacer pensar así, la insistencia de Francisco en la cercanía de Dios por su Encarnación,[2] su visión de Dios creador en Cristo, igual que su actitud frente a la creación tan unitaria, tan ajena a todo dualismo, nos obligan a ver las cosas de forma distinta. A él, por ejemplo, la visión agustiniana de Dios sumo Bien no le tira hacia arriba de forma tan exclusiva y acaparadora, ascendido y aupado por la bondad y belleza del sumo Bien, que le haga olvidar y despreciar lo terreno como, de hacer caso a Pannenberg,[3] le sucedió a san Agustín. Para Francisco, Dios es el Bien y sumo Bien que lo arrebata, sí, a una fiesta de gozo y contemplación, pero también es el Dios Bien en Cristo, de aquí y ahora, avalancha de gozosa misericordia que le obliga a compartirla. Y su alteza, altitudo, no es otra, al fin, que la de su cercanía, entrega y humildad.

Por supuesto que Francisco no escribe teología. Vive simplemente la fe de la tradición que la Iglesia le trasmite. Pero no por eso deja de ser un testigo de la fe, por lo que sus posturas son significativas, confesantes de su «conocimiento» del misterio de Dios en Cristo. Y en este sentido, al fin el más penetrante y auténtico, es tan teólogo o más que cualquiera, aunque no piense ni escriba en términos teológicos y, menos, escolásticos.[4] Es necesaria la insistencia en este punto porque da la impresión de que, para algunos, la expresión «ignorante e idiota»[5] es igual a tontorrón.

De aquí que la reflexión sobre su fe y vivencia de Dios, ahora en concreto sobre el Creador de todas las cosas, no sea sólo curiosidad del historiador de la espiritualidad cristiana, sino necesidad teológica de tomar claridad de la luz que su contemplación y vivencia arrojan sobre dos realidades que hoy aparecen antagónicas: Dios y las creaturas.

De acuerdo que Francisco no vivió, ni con mucho, nuestra propia e intransferible problemática. Y no quisiéramos forzar su postura desde la nuestra actual, peligro que no siempre es fácil, nunca casi, evitar. Nos parece innegable, sin embargo, que Francisco, aunque sus primitivos biógrafos en general acentúen en él los trazos que podríamos llamar medievales, está más de parte de lo que los historiadores llaman la edad moderna, cuando se va haciendo más visible la separación de lo secular de lo religioso.[6] De acuerdo que no en todas partes con igual virulencia, o con la misma claridad, y que aplicado esto a Francisco exigiría un estudio más detallado y pormenorizado de muchas circunstancias históricas, que está por hacer. Pero sí puede decirse que la Europa cristiana, en la que el hombre se movía continuamente, por decirlo así, en terreno sagrado, va viendo que dicho terreno se divide entre dos dueños que se entienden más o menos, o simplemente no se entienden entre sí.

Efectivamente, según los historiadores, en el siglo XII se dan una serie de factores, precisamente algunos de los que los sociólogos de la religión señalan como causas de la secularización, que daban a luz una Europa más consciente de su autonomía, más trabajada por el deseo de libertad, más al aire de distintas corrientes de pensar y enfocar la vida, pues el comercio había abierto caminos, no sólo para los paños y telas, sino también para las ideas y los sentires. Hoy diríamos una Europa más secular, con tal de que no carguemos de mucha tinta el término. Le Goff lo ha dicho gráficamente: «Frente a las campanas eclesiásticas de los campanarios y de las torres, comienzan a alzarse las campanas comunales y laicas de los ayuntamientos que anuncian acontecimientos de otro tipo, más profanos: reunión del concejo de la ciudad o de los ciudadanos en caso de necesidad o peligro».[7]

Los factores a los que nos referíamos son los siguientes:

1)El poder. Recibido de Dios y mediador suyo, según la visión tradicional, se va convirtiendo cada día más, aún en la Iglesia, en un valor que se busca por sí mismo. Si se quiere, esto es más claro todavía en las personas no eclesiásticas, que buscan denodadamente deshacerse de la sumisión al poder del Papa, de la Iglesia, lugar y vicaría del poder divino. Es la gran lucha de la Edad Media, la lucha por el poder, por la hegemonía,[8] que explica las reacciones contestatarias de los movimientos evangélicos de entonces y también la opción por la minoridad del propio Francisco. Lucha que no está ausente por supuesto de la misma Iglesia a la que Francisco promete obediencia y reverencia en la persona de Inocencio III. Nunca pudo más el Papa que entonces ni tampoco quizá quiso nunca tener tanto poder como en aquellas décadas.

2)La ciencia. Mediadora también de Dios, al fin no había más saber casi que el que procuraba la lectio divina, acentúa ahora más su independencia al acudir a caminos más racionales y con mayor frecuencia a autores no bíblicos. Pedro Lombardo (†1160) será una cima discutida e iniciadora de una nueva manera de hacer teología al margen de las divinae litterae, que diría Francisco en su séptima Admonición.[9]

3)La técnica. El tiempo de Francisco vio aparecer o perfeccionarse y en uso más habitual una serie de artefactos como el molino de agua y de viento, el arado con ruedas, el nuevo sistema de enganche en el animal que araba la tierra (en este tiempo se impone el caballo con su mayor rapidez y fuerza), la gran carreta con cuatro ruedas, el mayor empleo del hierro en las partes cortantes o contundentes de las herramientas[10] que, a más de hacer más productiva la tierra, aumentaron indudablemente la confianza del hombre en sí mismo, su sentido de dominio y señorío sobre las cosas, al librarle de la acaparadora esclavitud a la tierra de la que casi enteramente dependía como fuente de subsistencia. Piénsese que el verbo laborare, «a partir de la época carolingia, significa esencialmente trabajar la tierra, remover la tierra" (Le Goff, l. c., 16). El hombre conseguía así mayor espacio para otras ocupaciones y, sobre todo, mayor conciencia de protagonismo. El desarrollo, pues, de la técnica contribuyó, al par de otras causas, al incremento del comercio y a la mayor circulación de la moneda, lo que dio origen en el hombre a una mayor movilidad, a más seguridad económica y a una más sensible apertura al futuro, iniciándose así el giro antropocéntrico que entonces señalaban especialmente el movimiento de los Comunes y el movimiento laical y democrático. Por supuesto que estamos muy lejos del tono alto que hoy ha conseguido esta conciencia del hombre que afirma que se basta y sobra en la tierra, a la que domina y puede, y que apenas le devuelve otro eco y voz que la suya propia y la de los instrumentos con que la manipula.[11]

Se perfilaba, pues, más o menos destacadamente y también según las regiones, una sociedad más secular de la que la nuestra no es sino una etapa adelante.

Que Francisco no fue ajeno a este movimiento secularizador, nos lo dicen los siguientes datos, no completos ni tampoco desarrollados en profundidad, pero suficientes para hacer ver la aceptación, no es necesario que reflejamente consciente, por parte de Francisco de un mundo más autónomo y suyo. Indico los siguientes:

1) Su visión y su estar en la naturaleza es menos temerosa, más confiada y fraterna. Francisco aparece en ella más dueño y señor que temeroso espectador o inevitable paciente. Ningún rastro en él, nos parece, de una visión del cosmos aterrorizador y enemigo, sino al contrario, como veremos en las páginas siguientes, la manifestación precisamente del amor que Dios es y cuya verdad se nos ha manifestado de forma contundente en la entrega que nos ha hecho de su propio Hijo que da origen a la nueva creación. Dos creaciones que no son más que una en la indestructible unidad del amor del Padre.

2) Su postura en y frente a la Iglesia, además de ser crítica, más con el ejemplo que con la palabra, es más desde la fe que desde lo «santo» que pueda irradiar. Tampoco él, aunque sabe y reconoce gozosamente que «sólo ellos administran el Cuerpo y Sangre del Señor» (cf. Adm 26,3), está por lo «sagrado» del ordo clericalis.

3) Su concepción y vivencia de la vida religiosa prescinde de más de una de las concreciones de lo «sagrado» de la misma en la época anterior: estabilidad, monasterios, ayunos, liturgia larga y en el coro, lengua latina... Francisco se contenta, y conscientemente resumimos y casi falseamos, con lanzar a sus hermanos al mundo para vivir sus compromisos evangélicos en «cualquier lugar en que se encuentren».

Estos datos, que necesitarían mayor análisis, si poseyéramos estudios más amplios y detallados, hablan con suficiente claridad de la sintonía de Francisco con el mundo de autonomía y libertad que entonces despertaba, sintonía que, vivida desde su fe en la absolutez de Dios, del Dios Bien, todo Bien, sumo Bien, el único Bueno, logra en su existencia una visión y vivencia unitaria de lo que llamamos orden natural y orden sobrenatural, creación y redención, gracia y esfuerzo humano. Dicho de otra forma, más existencialmente, que así nos lo ha dejado apuntado Francisco que no era un tratadista, nos parece claro que el Pobrecillo no se estableció en la huida del mundo. No es esa su posición fundamental, aunque se puedan espigar quizá gestos y frases que lo puedan parecer, sino en el mundo (2 R 3) y en Dios, en la unidad que arranca del hecho de que Dios es el origen de todo y en la dualidad que permite la libertad con que Dios ha creado las cosas. Francisco no parte de la alternativa: Dios o lo creado, sino de la unidad dialéctica de dos magnitudes que no se identifican, pero sí se integran. Nos parece, por ello, que su actitud frente a lo creado desde su fe cristiana se puede expresar en los tres puntos siguientes:

1) En Francisco asusta y da vértigo su escarpada verticalidad, la absolutez tan radical de Dios en su vida. Mirado desde Dios, parece que no tiene tiempo ni nada más que para su misterio, su Palabra, su Presencia en Cristo y en sus sacramentos y obligadamente para su alabanza, canto y adoración. Tan absoluta y acaparadoramente es desde Dios en Cristo, sacia su sed en él y descansa sus pasos, que da la impresión de que Dios lo anula, lo consume en rivalidad desigual en la que Él siempre vence. En términos de definitiva ultimidad, escatológicos, diríamos que el Cielo, el Reino, la Bendición, es obsesión tan insistente que esta vida no cuenta ni vale, sino sólo el último Día y su manifestación. La estación final, no el viaje ni el equipaje para él.

Por ello, Dios en Cristo, la gracia, el Fin se tienen en total gratuidad y nunca como conquista del hombre que frente al gran Limosnero no tiene más rostro que el del pobre y mendigo. El Señor da, conduce, revela, hace y dice todo bien, son las expresiones que sujetan su convicción desde la fe y que vuelven a dejar la impresión de que el hombre no cuenta, de que es imposible un humanismo desde tanta y tan soberana ingerencia de Dios.

De ahí en Francisco sus opciones «negativas»: pobreza, minoridad, certeza y confesión de su nada y pecado, igual que de tantas otras «positivas»: la oración, a la que todo debe servir, la alabanza, el gozo, la danza, la esperanza sobre las tablas de un teatro imposible porque sin telón aquí abajo, la evangélica bufonada que fue toda su vida...

2) En Francisco, por otra parte, impresiona su horizontalidad universal y consciente. Es hermano hasta los tuétanos; con una hermandad no por los aires y espiritual, sino a la que interesa lo concreto, la relación real y personal con los leprosos, el gusano del camino o el halcón del Alverna, o las flores. No da la impresión de que la verticalidad de que hablábamos antes, el Dios en Cristo que le hizo irse tras de Él, viva y sea a costa de sus creaturas. Al contrario, es precisamente el Dios que se le ha revelado en Cristo Jesús y lo ha hecho capitular, el que lo conduce a los leprosos (Test 2), el que le hace optar por una vida apostólica como expresión de su no querer vivir para sí sino para y por los que Cristo murió (1 Cel 35), el que le empuja a ser como los demás pobres (1 R 7), y a la renuncia a todo a su favor (1 R 1; 2 R 2: Test 16), a la cruzada pacífica entre los sarracenos (1 Cel 57; LM 9,7-8), y el que, contra corriente y contra lo establecido y coreado, le hace escoger la intemperie y desinstalación, el servicio más radical y comprometido (2 R 3 y 10), que sin ser una guerrilla organizada y consciente frente a..., como la de sus paisanos contra la Roca, no deja de ser una opción lúcida, desde el Evangelio, por los pobres.

Esta horizontalidad tan central y puntera, tan cercana al dolor y pobreza del hombre, del leproso por ejemplo, nos descubre que la afirmación de Dios en Cristo y de su gratuidad como salvación, no es en Francisco, aunque pudiera parecerlo, una fácil fuga mundi y que no se le puede alistar precipitadamente entre los que exclusivamente optan por todos los ismos escapistas o huidizos: angelismo, espiritualismo, escatologismo, uno de ellos el Catarismo de su tiempo, herejía cotidiana y proselitista frente a la que se encara y previene;[12] sino que, al contrario, aunque por supuesto no haga falta, podría alistarse con todo derecho entre los que han optado por los «ismos» positivos y afirmativos de lo humano y mundano: encarnacionismo, temporalismo, socialismo, con tal de que se los exorcice de su coloración polémica y de alternativa con que inevitablemente nos suenan hoy. Como, por otra parte, la afirmación de la verticalidad de Dios en Cristo, hace que su opción por la horizontalidad no le cierre la ventana de la esperanza y del futuro, quedándose con un mundo y un hombre por liberar sólo desde sus instancias terrenas, a lo que, por supuesto, le urge ineludiblemente la propia fe y el amor recibidos, Jesús que pasa hambre y soledad en los pequeños;[13] pero obligándole a crucificar todas las tareas y afanes humanistas, a no recortarles horizonte. Porque, al fin, su horizontalidad, fraternidad decía él tan requetebién, está sostenida y enraizada fuertemente en su visión económica de Dios en Cristo, en el «por nosotros y para nosotros» que tanto destacan sus propios escritos,[14] como también en su insistencia en la operación como manifestación palmaria de nuestra sinceridad en el seguimiento de Cristo.[15]

3) Claras y firmes las dos anteriores afirmaciones, hay que decir también que Francisco vive crucificado sobre esos dos palos que se cruzan tras de su existencia toda. Porque aunque co-existentes en él, no pueden reducirse el uno al otro. Por ello, su misma existencia deja traslucir lo inevitable en todo cristiano fiel: la tensión entre Dios y el hombre, entre lo último y definitivo y lo presente, entre el cielo y la tierra, la gracia y el esfuerzo humano, entre su ser dado anterior y gratuito y su obligado dar y hacer como expresión de su humanidad despierta y, por ello, comprometida en una infatigable tarea humanizadora y mundana. Tensión, porque afirmación de ambas realidades sin ninguna síntesis artificial y preestablecida, ni menos teórica, que no cabe, además, en la vida monda y lironda. A ratos, diría, su vida está tan suspendida en Dios en Cristo que, al parecer, los ojos se le ciegan para otras bellezas y hermosuras, y, a ratos, tan atenta al leproso, cuyas llagas limpia y besa, que parecería que no hay otra realidad.

Consciente, por supuesto, de que la ladera de allá es la más importante y la que confiere sentido y valor a la ladera que nos da en los ojos. Que por eso, su manera de descubrir el valor de las cosas y de los seres, del hombre sobre todo, ha sido precisamente levantar el velo de su ultimidad, la del corazón y la del tiempo, que nos revela dónde recibe plenitud el hombre y el mundo: «El hombre es lo que ante Dios es y se acabó» (cf. Adm 19,2). Su talla la reciben las criaturas de la vecindad que con Dios tengan. No es más hombre el que menos es de Dios, sino al contrario y en la medida.

De ahí que esta cruz viva de su existencia esté necesariamente sostenida, apoyada por la clara conciencia:

a) del ser pecador del hombre que relativiza toda su teórica absolutez y transcendencia, igual que los valores y logros que continuamente alcanza, y que le hace necesaria la gracia inmerecida y gratuita para la salvación que, por estar perdido, no la puede sacar de sus propias arcas: «El pecador puede ayunar, orar, llorar, macerar el cuerpo. Esto sí que no puede: ser fiel a su Señor. Por tanto, en esto podremos gloriarnos: si devolvemos a Dios su gloria; si, como servidores fieles, atribuimos a él cuanto nos dona...» (2 Cel 134). De aquí le viene a Francisco su cristocentrismo cerrado, la fe de que sólo Él es el Camino, la Verdad y la Vida;[16]

b) de la ley fundamental de lo cristiano: que sólo se gana perdiendo. En otras palabras, la cruz. Francisco se había aprendido esta ley en su contemplación del Dios de balde y al revés, que la cruz precisamente nos reveló: Dios derrochador porque sí, Dios-Humildad y Misericordia.[17] Ley que él nos ha dejado expresada para las páginas de siempre de la espiritualidad cristiana en el diálogo de la Perfecta Alegría de las Florecillas (c. 8) o en la quinta Admonición. Nuestra gloria no corona más que nuestra nada y pecado que, tras de Cristo, es salvación y plenitud imposible y verdadera. Así Francisco huye a la vez del endiosamiento prometeico como del angelismo escapista y se queda sencillamente en Pobrecillo, medio, increíble para la sabiduría humana y para la de Fr. Maseo, de hacer cosas grandes y maravillas en manos de Dios (Florecillas, c. 10);

c) de la opción particular por el Evangelio que llamamos vida religiosa, por la que su existencia adoptó determinadas y concretas posturas dentro de la Iglesia y de la sociedad de entonces: vida en fraternidad, pobreza absoluta de todo, celibato, predicación itinerante, etc.

Lo dicho puede ser que no nos arranque tampoco de los labios las preguntas inmediatas y punzantes que tantos se hacen hoy: ...pero, al grano, ¿contaba Francisco con lo mundano, lo material, con el trabajo humano como preparación al Reino o sólo como tarea mientras llega irrumpiendo gratuita e inesperadamente? De otra forma, ¿le importaba la promoción humana, la liberación de los pobres, según decimos hoy, y no sólo le importaba, arrimó el hombro a ella, aunque fuese al aire y estilo de entonces?

Por lo pronto, y es la primera respuesta, Francisco no da una solución teórica a la pregunta. No era un intelectual. Era un hombre práctico. Le podía la operación. Su saber era hacer, no preguntarse ni tampoco quizá proyectar. Si se quiere, tendríamos aquí uno de sus límites, pero también una de sus contestaciones a tanta solución de mesa y revista.

Francisco, y sería una segunda respuesta, vivió sencillamente. Y cuando se vive, no se responde ajustadamente a una línea de principios, sino que inevitablemente la vida es un balanceo entre uno y otro extremo del péndulo que se recorre a impulsos de múltiples fuerzas que actúan en la existencia. Nadie es químicamente puro de una línea o de otra, aunque por supuesto cada vida o distintos momentos de ella puedan acentuar más una que otra. Dicho esto, creo que hoy lo más que se puede afirmar es que en Francisco se da un gran equilibrio entre las posiciones que hemos llamado encarnacionismo y escatologismo, teniendo en cuenta que la visión que de él se nos ha dado lo ha colocado más del lado de esta última.[18] Pero es innegable, nos parece, que en Francisco lo principal es la intuición de base, que el lenguaje y el contorno histórico a veces traicionan; la intuición de que la creación y encarnación redentivas son un único plan salvador de Dios. Por eso Francisco no necesitaba apearse del tren de la vida, que diría Bonhoeffer, para encontrarse con Dios. Para él convertirse, por ejemplo, es también irse, conducido por el Señor, a tener misericordia con los leprosos y hasta con el gusanillo del camino (2 Cel 165). Y predicar era ministerio no sólo para el púlpito, sino para cualquier claro del bosque (LM 12,3), como se podía rezar codo con codo con un halcón (2 Cel 168). Francisco, pues, vivió en el mundo y en medio de él desde una opción clara y expresa,[19] y con iguales notas quiso su cambio y transformación desde el suyo en Cristo por el Evangelio,[20] con una indudable referencia a las estructuras de entonces, tanto sociales como eclesiales, que los datos que nos proporcionan los biógrafos obligan a pensar que no le pasaban desapercibidas, y frente a las que fue despertadamente lúcido.[21]

¿Podría decirse además que no sólo vivió en el mundo sino que le importó su aventura, la promoción humana, la transformación de la historia, que ayudó a edificar la ciudad terrestre? También por supuesto. Y es nuestra tercera respuesta. Edificó la ciudad terrestre, hizo política, como se dice hoy, al menos de una manera indirecta.

«Francisco no fue un reformador social consciente, es verdad, pero es innegable el gran influjo ejercido por él y no exento de riesgos para la sociedad en pleno desarrollo de su tiempo».[22] Prefiero, sin embargo, otra forma de decir su influjo y señalar su compromiso. Francisco fue un ciudadano más que no sólo no quiso «ser una carga para sus conciudadanos» (EP 75), sino que de hecho les sirvió, es su palabra de siempre, edificando su paz, curando a los leprosos, dando sus bienes a los pobres y su compañía y alegre evangélica visión de la pobreza, intentando cambiar su mentalidad con su vida y predicación de conversión, viviendo cerca del rumor de sus calles la verdadera igualdad que buscaban entonces los movimientos democráticos en la comunión con todos, renunciando a poseer nada para no tener que defenderlo y así herir la caridad, etc.[23]

Es mejor así, creo. Francisco en su ciudad, en la Italia de entonces, fue un ciudadano más que se comprometió en muchas tareas simplemente humanas y humanizadoras desde su arrebatada opción por el Cristo pobre y humilde que se sabía de memoria (2 Cel 105). Que en esas dos actitudes evangélicas, pobreza y humildad de Cristo, tan dinámicas y operativas en la concepción de Francisco, rodeadas además por otras tantas que revelan toda su riqueza,[24] nos ha dicho Francisco todo lo que hoy queremos decir cuando hablamos de compromiso político, de promoción o liberación. Si hemos usado el lenguaje de hoy, no ha sido con otra finalidad que la de hacer ver toda su urgente actualidad.

Nos ha parecido necesario decir todo lo anterior, y el discurso se nos ha alargado en demasía, para señalar la importancia de la visión de Francisco sobre Dios creador en Cristo y su vecindad a nuestra actual inquietud y problemática.

Miguel Ángel: Dios Creador

I. DIOS, CREADOR DE TODAS LAS COSAS

Lo primero que llama la atención en los escritos de Francisco es que la confesión-contemplación de Dios creador es más bien escasa.[25] Es Dios en Cristo en general el que le ocupa y preocupa, quien le roba el tiempo y el compromiso y es el ocio de todas sus horas (1 Cel 71; 2 Cel 94), porque antes ha invadido todo su ser (1 Cel 115). Son sobre todo los hechos y acontecimientos de la existencia de Cristo: Navidad-Pasión-Muerte-Resurrección-Eucaristía los que más espacio y atención ocupan en ellos. Es curioso, por ejemplo, que no aparezca el tema en todo el Oficio de la Pasión, donde los salmos podían haber ejercido una fuerte presión en él.

Esta primacía en su contemplación del Acontecimiento central de la historia de la salvación, nos despierta la sospecha de lo que fue indudable realidad en su vida: Francisco contemplaba a Dios creador desde el hecho de Cristo. Nos lo ofrece unas de las confesiones-contemplaciones de su fe, el capítulo 23 de la Regla no bulada. En ella la creación es la primera intervención del «omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo y justo, Señor rey del cielo y de la tierra» (1 R 23,1). Desde ese centro y lugar máximo de manifestación de Dios confiesa, contempla y nos dice su fe Francisco. He aquí los principales textos:

«Dios omnipotente, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas, y en el Hijo, redentor y salvador...» (1 R 16,7).

«Padre santo y justo..., por ti mismo te damos gracias, porque, por tu santa voluntad y por tu único Hijo con el Espíritu Santo, creaste todas las cosas espirituales y corporales, y a nosotros, hechos a tu imagen y semejanza, nos pusiste en el paraíso» (1 R 23,1).

«Amemos... al Señor Dios, que nos dio y nos da a todos nosotros todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida, que nos creó, nos redimió y por sola su misericordia nos salvará» (1 R 23,8).

«... ninguna otra nos plazca y deleite, sino nuestro Creador y Redentor y Salvador, el solo verdadero Dios...» (1 R 23,9).

«... y demos gracias al altísimo y sumo Dios eterno, Trinidad y Unidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas y salvador de todos» (1 R 23,11).

Seis años antes, poco más o menos, el concilio IV de Letrán (1215) había proclamado y definido la fe de la Iglesia en Dios creador, mirando en sus palabras a los cátaros: «Creemos firmemente y afirmamos simplemente que hay un solo Dios verdadero... Padre, Hijo y Espíritu Santo... Principio único de todas las cosas, creador de todas ellas, visibles e invisibles, corporales y espirituales».[26]

Tal como suenan las palabras del concilio apuntan ya un cierto distanciamiento de la visión histórico-salvífica de la creación. Se confiesa, es verdad, el origen de todo en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, pero como de «unum universorum principium» ("principio único de todas las cosas") más que como del amor del Padre, origen fontal de todo, que había sido la visión tradicional enraizada en la Sagrada Escritura.[27]

Que es, precisamente, como se puede apreciar por los textos citados más arriba, la visión-contemplación de Francisco: Dios creador, el Padre y, por ello, toda la Trinidad, es el Dios que llevará su amor y encariñamiento hasta la entrega de su Hijo en la cruz; el Dios que se ha revelado y entregado en Cristo como salvador, como Padre abocado en su amor a la entrega más increíble. Es el Dios que porque ama, crea; y que, creando, ama; para amar dándose en su Hijo. En la creación florece el mismo árbol que dio fruto en la cruz, aunque el invierno de la pasión lo había privado de su hermosura. Sólo se vislumbra el amor que desde las estrellas -«luminosas y preciosas y bellas»- nos cobija, tembloroso, cuando se contempla en el Niño de Belén, Hijo de Dios encarnado y humillado, al Señor del universo.[28]

Por eso, Francisco señala al Padre como origen de la creación, fuente de donde arranca (1 R 23), y al Hijo y al Espíritu Santo como mediadores de su realización (1 R 23; Adm 5). Es toda la Trinidad, al fin, la atareada en ella, como había visto la tradición patrística. A la misma unidad entre creación y salvación apunta, creemos, el nombrar a la par a Dios creador, salvador y redentor.[29]

Este es, pues, el Dios creador de Francisco. No el Dios del deísmo, ni el arquitecto del universo, tampoco el primer motor, sino el Padre lleno de amor misericordioso. Dios creador le revelaba, por tanto, lo que fue descubrimiento escalofriante suyo de siempre: que Dios es caridad. Dios que ama el mundo, la vida, los seres todos, Dios ensalzador, exaltador de la vida, radiante Sentido de ella, que diría Lilí Álvarez,[30] tanto que se le puede hacer un canto desde ella. Dios al fin con quien se es vecino en las cosas o desde ellas, dones suyos, fronteras de su belleza y del temblor de sus manos. Dios no es pues el relojero que pone en hora el mundo o el universo y se cierra en su intimidad y sus asuntos, porque al fin Él no tiene otros que la comunión que es y que ha abierto, como don, al mundo. Siempre lo mimo. Francisco no puede con Dios. Cae siempre vencido en una capitulación que es su victoria.

Esta unidad entre creación y encarnación salvífica es la que hace posible la lectura del Canto del Hermano Sol en clave cristológica y la que justifica que el nombre de «Señor», que repetidamente aparece en el mismo, señale tanto al Padre como al Hijo de Dios encarnado, ya que sólo en Él hemos oído, visto y palpado al Padre como amor que radicalmente nos funda y constantemente nos acompaña. Es el Hijo quien, en su persona y obra, nos revela al Creador en su más íntimo y escondido misterio, igual que el de la misma creación, como veremos más adelante. Definitivamente, Dios creador es el Dios Emmanuel, Dios con nosotros, Dios don. Prefiere por ello, creemos, Francisco los verbos DAR, OBRAR, HACER, al verbo CREAR (sólo aparece cuatro veces en sus escritos), por abarcar y recoger mejor toda la acción de Dios en su historia con el hombre. Un texto o uno de los dicta de la Leyenda de Perusa lo dice inmejorablemente:

«Por la mañana, a la salida del sol, todo hombre debería alabar a Dios que lo creó, pues durante el día nuestros ojos se iluminan con su luz; por la tarde, cuando anochece, todo hombre debería loar a Dios por esa otra criatura, nuestro hermano el fuego, pues por él son iluminados nuestros ojos de noche... Todos nosotros somos como ciegos, a quienes Dios ha dado la luz por medio de estas dos criaturas. Por eso debemos alabar siempre y de forma especial al glorioso Creador por ellas y por todas las demás de las que a diario nos servimos» (LP 83i).

Es afirmar que la fidelidad de Dios a sus promesas, hechas SÍ en Cristo, es lo que narran las noches y los días, la primavera y el otoño cada vez que visten la tierra con sus ropas tan distintas en belleza y utilidad.

Desde aquí se explica, por otra parte, que Francisco, en el texto citado de la Regla no bulada, inserte en un mismo movimiento histórico la creación primera y la creación final y definitiva, porque nacidas y expresivas las dos «del amor santo con que nos amaste» (1 R 23 = Jn 17,26). No es necesario que Francisco haya visto la conexión lógica en teología de la dimensión salvífica de ambos acontecimientos; lo que importa, y esto es lo que al fin proclama, confiesa y contempla, es que haya visto el amor que los une y explica desde la revelación que ha recibido en el don del Hijo amado del Padre. Dios es el Dios de este mundo y del que vendrá. Mejor dicho aún, este mundo ha salido del Padre y a su casa camina siguiendo las huellas de su muy amado Hijo Jesucristo.

1. SEÑOR DE TODO

Y porque creador, Dios en Cristo, contempla Francisco, es Señor de todo, Rey del cielo y de la tierra.[31] Es un modo de subrayar la trascendencia de Dios sobre la creación y en su acción creativa. Dicho de otra forma, es su voluntad la que le ha movido a crear, o el amor que nos tuvo desde siempre (1 R 23). No crea porque no tenga más remedio, sino que crea porque el amor le obliga a no tener más remedio. Y así es como se señala precisamente la «exterioridad», la trascendencia de Dios sobre el mundo, su libertad, expresada de esta forma por Francisco: «No hay que alabar a ninguno cuyo fin es incierto. Si el que lo ha dado quisiera en algún momento llevarse lo que ha donado de prestado, sólo quedarían el cuerpo y el alma, que también el infiel posee» (2 Cel 133).

Dios, dueño de lo suyo y de lo que en Él tiene origen. Es la gloria que nadie puede robarle a Dios y que Francisco reconoció siempre con la cabeza en tierra.

De otra forma lo dice también Francisco: Dios es omnipotente (1 R 9, 16, 21, 22, 23). Dios crea porque puede y su poder es, diríamos, el instrumento que nos ha dado las cosas, su propio ser en acto. Pero quizá como mejor ha expresado Francisco el señorío y dominio de Dios sobre las cosas, su libertad por lo tanto, es contemplándolas y confesando después que «de ti, Altísimo, llevan significación» (cf. Cánt 4). Son palabras, nada más. La creación refleja, pinta a Dios, devolviéndole la «gloria» de lo que es valor y riqueza también de la creatura. Y a Francisco se le han desbordado los labios de la hermosura de Dios en las creaturas, que antes habían sido mar sin limites en sus ojos, poniendo pie y medida a sus palabras en el Canto del Hermano Sol. Las cosas pintan a Dios desde la lejanía de su fragilidad y limitación. Pero lo pintan, nos lo anuncian y hacen presente, en el don que son y ofrecen. Que la hermosura que tienen recibida de Dios no prohíbe que se digan hermosas y bellas y que se enumeren sus encantos y valores. Dios no es rival de su creación ni sombra que le quite belleza. Así se explica que el Canto del Hermano Sol sea como un brillante estallido de epítetos que coronan al sol, a la luna, a las estrellas, al agua y a la madre tierra, y que subrayan su consistencia y valor desde el cual solamente se puede cantar la gloria del Creador en ellas y por ellas. La fe le dice a Francisco que las cosas, los seres son del Señor. ¡Qué colosal posesivo el del Cántico «... tus creaturas...», dos veces repetido, que habla de su origen y fuente, pero también y por lo mismo de lo entrañadas y entrañables que le son!

2. EL GRAN LIMOSNERO

La creación es la primera y fundamental beneficencia. La primera manifestación de Dios en Cristo en su ser para mí y a mi favor. Todo el Canto del Hermano Sol, por ejemplo, y así centramos la atención en un escrito determinado, está sostenido también sobre esta vivencia. Los seres y las cosas son providencia y amor de Dios hacia nosotros. Don suyo. Por ello, desde ellas se le adivina el rostro y el corazón y lo sorprendemos en el que mejor y más lo define e identifica: es el que da. El gran Limosnero, el que «por cortesía da el sol y la lluvia a buenos y malos» (Florecillas, c. 37). Ya tenemos a Francisco otra vez en el mar que lo subyuga, que le vence y puede y en el que inevitablemente se zambulle: Dios Bien, sumo Bien, todo Bien, el único Bueno. Esa era la música callada del cielo punteado de estrellas, del agua en cristal y de las flores que le nadaban los ojos. Y ése el secreto de todas las cosas: ser la sorpresa de un encuentro, la seguridad de unas manos acogedoras, defensivas, manos que te sacan, que te llevan, manos de Padre: el amor generoso que sólo nos ha sido revelado de verdad en la entrega del Hijo y que la creación señala y ensaya de lejos (2 Cel 165).

Pero hay más. Dios creador en Cristo no es de ayer, el ayer del principio; el relojero, que decía antes, mecánico y frío; sino el promotor y alentador incansable e insistente de la vida, de las cosas sin las que no podemos vivir (LP 83). Es vecino y contemporáneo. Tan cercano como el aliento y el ritmo del corazón, como la luz, la del sol o la del fuego. ¡Qué insistente es la alusión de Francisco a la luz: impalpable, fina y ajustada, penetrante, envolvente, poderosa, ineludible! Lo había intuido. Nada mejor que ella para pensar en Él, tan inasible y trascendente, tan íntimo y tan cercano a la vez. Así nos rodea y nos envuelve. Tu nombre es presencia aquí, ahora, siempre...

Esta contemplación del Dios creador en Cristo de Francisco, que se le imponía desde tantos ángulos a sus ojos, los de su fe y los de su pequeño cuerpo, le llevaba a entrañadas e incuestionables certezas:

a) La necesaria y obligada alabanza, tan mal cumplida, de la creatura, de todas las creaturas al Creador por los dones de la creación (LP 83, 86). Más. La creatura es alabando, recibiendo, restituyendo lo que es don continuo (1 R 17; 2 Cel 133-134).

b) El «respeto y amor a todas las creaturas», inseparable del respeto al Creador de ellas, por supuesto, pero sin convertirlas en pretexto sólo o en trampolín de salto de altura (LP 86; 1 Cel 80-81; 2 Cel 165).

c) La justa y envolvente alegría por todas las creaturas (LP 88). Francisco era feliz, dichoso entre ellas. Que si algo nos admira en él es la desbordada amistad y disfrute, por tanto, de las cosas sin esclavizarse ni someterse a ellas. Ha sabido hacer de las cosas una fiesta sin que su banquete le embriagase haciéndole olvidar la fuente y origen de donde toman ser y amor (2 Cel 133-134). El Cántico, sin que se prodigue en él la alegría, sólo del fuego se dice que es alegre, es todo él un repiqueteo de júbilo y gozo que nos ofrecen en estampa las Florecillas en el capítulo 13:

«Y, viendo san Francisco que los trozos de pan mendigados por el hermano Maseo eran más numerosos y más hermosos y grandes que los suyos, no cabía en sí de alegría, y exclamó:

-- ¡Oh hermano Maseo, no somos dignos de un tesoro como éste!

Y como repitiese varias veces estas palabras, le dijo el hermano Maseo:

-- Padre carísimo, ¿cómo se puede hablar de tesoro donde hay tanta pobreza y donde falta lo necesario? Aquí no hay ni mantel, ni cuchillo, ni tajadores, ni platos, ni casa, ni mesa, ni criado, ni criada.

-- Esto es precisamente lo que yo considero gran tesoro -repuso san Francisco-: el que no haya aquí cosa alguna preparada por industria humana, sino que todo lo que hay nos lo ha preparado la santa providencia de Dios, como lo demuestran claramente el pan obtenido de limosna, la mesa tan hermosa de piedra y una fuente tan clara. Por eso quiero que pidamos a Dios que nos haga amar de todo corazón el tesoro de la santa pobreza, tan noble, que tiene por servidor al mismo Dios».

d) La ineludible pobreza. «Quien te ha prestado las cosas te las puede quitar» (cf. 2 Cel 133). Prohibida la posesión de nada.

e) Todo lo creado ha salido de Dios, tanto lo corporal como lo espiritual (1 R 23). Francisco está resueltamente de frente a todo dualismo. Los cátaros de su tiempo le despertaron la atención al mismo, de ahí que su postura sea más consciente y, si se quiere, hasta razonada.

J. Segrelles: La mesa del Señor

II. «CON TODAS TUS CREATURAS»

Que Francisco fue acaparado por Dios y que buscándolo huyó muchas veces, abrasada el alma de deseo, a la soledad, a la dura y abierta roca, bajo el manto oscuro y resonador de la noche, es dato repetidamente constatado por sus biógrafos.[32] Pero tan verdad como esto es el cerco, que lo acorrala de compañía, de sus hermanos de vocación, de los hombres, también hermanos y señores (TC 58), y de todas las creaturas. La creación, definimos nosotros. Francisco no emplea la palabra, abstracta sin duda. Él prefiere mejor otra más concreta y señalativa: la o las creaturas.[33]. «Todas », universalizará además en su Canto del Hermano Sol. Y es lo primero que hay que apuntar en él: este estar con... todas las creaturas (Cánt 3). Su innegable presencia y comunión con toda la creación, con su secreto, puntualizará Celano (1 Cel 89). No es Francisco un ausente o evadido de la creación. Es... el hermano, como pregona la abundancia de creaturas que cobijan su soledad bajo la palabra de hermano que de él recibieron. Francisco, insistimos, se encuentra en familia en medio de la creación. Imposible descubrir en él aire de extraño. Está en su casa. Esto nos parece constatable aun para el observador más superficial. Las razones que lo explican nos han ocupado la primera parte de este estudio que nos ahorraría esta segunda parte, sin apenas novedad, si no quisiéramos ser lo más claros y completos posible.

1. TUS CREATURAS

Dios creador de los seres y de las cosas dice suficientemente sobre su identidad radical: son del Señor, obra y creación suya,[34] como suficientemente lo subraya el posesivo suis con que frecuentemente aparece en las fuentes biográficas;[35] y que además de señalar su origen, están indicando el amor que proclaman, traen consigo y, a la postre, dan. La creación es siendo de Dios. La creación es el primero de los acontecimientos de una historia que «su gran amor» (1 R 23) ha desencadenado en favor del hombre hasta la manifestación última y definitiva de la parusía. La creación es, por ello, también buena noticia, evangelio y, por lo mismo, salvación, acoso de Dios, cercanía y frontera con Él.

Pero don y regalo para pobres, que por eso la llama el Pobrecillo limosna (2 Cel 133-134). O este nombre que hace estremecer de ternura: cortesía.[36]

2. LA CREACIÓN, HERMANA

En lo que acabamos de decir se le enhebra a Francisco la visión de la creación como hermana, su actitud fraternal con todas las creaturas. Todo es hermano porque todo ha salido de las mismas manos que cobijaron nuestra primera desvalidez y soledad (1 R 23; Cántico).

Y hermano quiere decir para él que se le dan y regalan por Otro. No es él quien las escoge y hace hermanas; se le entregan como tales y él las nombra, por primera vez, quizá. Y como hermanas-don las acoge y sirve Francisco, el siervo y sujeto, el "a los pies". Es su definición de siempre (2CtaF 87). Que por ello su fraternidad está ungida de respeto (1 R 7). Sabe estar entre los seres y las cosas dejándoles el espacio suficiente para que se encuentren en libertad. Nunca acapara, utiliza ni domina Francisco. Sólo sabe servir, respetar, amar. Quizá es aquí donde mejor aparece hasta qué punto Francisco es gratuito, vive de balde a lo largo y ancho de su existencia y por ello tiene tiempo y ser para todos. Y a lo mejor esto explica su debilidad por la limosna. Independientemente de ver en ella la mesa del Señor que suple al jornal insuficiente, es además para él el pensamiento de la gratuidad, tanto desde Dios como desde los hermanos: es lo que se pide a los demás sin derecho ninguno para ello.

3. LA CREACIÓN, SERVICIO

A Francisco le brotan sin querer las palabras que ha aprendido de Cristo en el Evangelio. Por ejemplo, ésta de servicio. Estaba tan hecho a contemplar la máxima hazaña de Dios en Cristo a su favor que, al parecer, no acierta a contemplar la creación bajo otro punto de vista. Esta, nos parece, que podría ser una de las lecturas del texto ya citado de la Leyenda de Perusa: «Por eso, quiero componer para su gloria, para consuelo nuestro y edificación del prójimo una nueva alabanza del Señor por sus criaturas. Cada día ellas satisfacen nuestras necesidades... Por eso debemos alabar siempre y de forma especial al glorioso Creador por ellas y por todas las demás de las que a diario nos servimos» (LP 83).

Independientemente de lo acertado del comentario que acabamos de hacer al texto de la Leyenda de Perusa, no cabe duda que para Francisco la creación era un servicio, era útil también. Ha sido creada para el hombre (LP 88). El Canto del Hermano Sol está compuesto desde la experiencia diaria de la preciosidad de las cosas por el servicio que dan y son. Los adjetivos que coronan cada uno de los nombres en que Francisco resume en cierto modo el cosmos, pregonan, además de la belleza, la utilidad que las creaturas proporcionan al hombre. El Canto sabe cuánta agua llega desde las creaturas a su sed y cuánto pan a su hambre, igual que del hombre le llega el salario, o de los hermanos el servicio y el cuidado (1 R 9; 2 R 6). Y así de nuevo la fe de Francisco da con la incansable sorpresa del amor infatigable, poderoso y cercano del Altísimo que, desde ellas, sustenta nuestra menesterosidad. ¡El gran Limosnero!

4. LA CREACIÓN, ALABANZA

Y también, y casi estaríamos tentados a decir que sobre todo, la creación es alabanza, himno, adoración.[37] Tan sensible es Francisco a la gloria que pregona y manifiesta, que fue quizá el coro que más frecuentó y al que más se unió, o mejor, que no separaba del coro de sus hermanos en oración. En Francisco, como en la Biblia, priva, más que la curiosidad por saber sobre la creación, la pasión por confesar la grandeza y el poder del amor que es su causa.

III. FRANCISCO, INDIGNA CREATURA

La contemplación de Dios creador en Cristo enfrenta inevitablemente a Francisco con su propio ser de creatura. Más en concreto, según su descripción, con «todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida».[38] Porque si es innegable el protagonismo de Dios en su vida, también lo es su propio y personal protagonismo: «Yo... el hermano Francisco», será su repetida presentación;[39] y la primera persona, la forma habitual de señalarse en sus responsabilidades frente a Dios o frente a sus hermanos. Francisco no se disimula ni se esconde detrás de sus palabras. Al contrario, parece querer subrayar, como hemos dicho, su propio yo para proclamar clara y gozosamente el don de Dios a él, Francisco. Así la primera parte del Testamento, por ejemplo. Como también la personal e intransferible respuesta de su fe, la segunda.

Extraña casi la conciencia, ya veremos con qué notas, tan personalmente despierta de su propio ser, de su individual humanidad que Francisco revela en sus escritos.[40] Dios, la fe en Él, y en su grandeza y fontalidad, no anula ni empobrece, ni le recorta ser ni riqueza al hombre. De él nos habla ahora Francisco.

Hombre. Es esta la palabra o el vocablo que prefiere Francisco para dirigirse a la creatura racional. Sesenta y una vez en sus escritos. Tiene la ventaja, en principio, que señala la unidad fundamental de la creatura racional. Unidad que me parece ser una de las características de la visión del hombre en Francisco.

Uno en su vocación. Francisco no conoce otro hombre que el redimido, el agraciado, el habitado, el que no es más que lo que frente a Dios es (Adm 19,2) y, por supuesto, desde Él y para Él. Francisco no conoce otro hombre que el que ha sido objeto del «amor santo con que nos has amado», dice al Padre; no otro, diríamos con san Pablo, que al hombre en Cristo Jesús. Sólo que este hombre puede ser carnal, el hombre centrado en sí mismo, en su ser pecador, o abierto y conducido por el espíritu del Señor que lo hace espiritual (1 R 17).

Unidad del cuerpo y del alma. El vocabulario de Francisco señala la distinción entonces corriente entre ambos, pero subrayando la unidad en el hecho de nombrarlos juntos con frecuencia.[41] Pero es, sobre todo, su propia y personal manera de vivir la que nos revela mejor que las afirmaciones teóricas la íntima unión con que se vivía desde las dos dimensiones de su ser. Pienso ahora en su danza ante Dios (2 Cel 127), imposible sin el gozo de su cuerpo, sin las ramas de sus brazos zarandeadas por el huracán de Dios, fiesta interminable; en las relaciones con sus hermanos, tan poco localizadas, y, por lo mismo, tan necesariamente corporales, y tantos datos que nos dicen que el hermano cuerpo no es el ceniciento de casa sino una de las dimensiones del hombre que Dios también llama y acoge. La misma unidad sugiere su insistencia en la operación, como en el mismo blanco de la consideración del hombre carnal y espiritual que supone la unidad fundamental del hombre. Francisco ha convocado repetidamente al hermano cuerpo a todo quehacer y padecer de su persona y juntos, cuerpo y alma, que dirá repetidamente,[42] son el hombre que Francisco contempla desde su fe.

1. EL HOMBRE, CREATURA

Una vez sólo llama Francisco al hombre creatura (CtaO 47). Es innegable, sin embargo, en él la clara y despierta conciencia de la absoluta y total dependencia del hombre de Dios creador en Cristo, de que en él tiene fuente y hogar primero, igual que apoyo firme y seguro (1 R 23). Él lo había dicho así: «El hombre es lo que ante Dios es y se acabó» (Adm 19,2). Y estaba definiendo agotadoramente al hombre en su más hondo y principal ser, que no se reduce a biología, ni a física, ni tampoco sólo a historia. Es ésta una de las intuiciones y aciertos más conseguidos de la fe de Francisco. Acertar y acentuar el ser del hombre en Dios y desde Dios en Cristo; saber que el hombre se realiza en la adoración del Dios que se le ha revelado como fuente de su ser; que su quehacer primero y fundamental es cantar su alabanza[43] o dar gloria a Dios según el dicta que nos trasmite Celano (2 Cel 133-134); que ahí alcanza el hombre su soberana gratuidad, es decir, su trascendencia, porque si al hombre se le niega esta referencia fontal a Dios, se le arranca irremisiblemente la natural y necesaria libertad frente a todo instrumentalismo por elevado y digno que sea, y se hace de él no una persona sino un objeto, aunque se defiendan todos sus derechos, nos parece central en la visión del hombre de Francisco. «El hombre no será verdaderamente hombre más que cuando Dios sea verdaderamente Dios».[44] Por eso, la opción de Francisco por una visión del hombre tan ajustadamente desde Dios, en Dios y para Dios, nos parece un logro de humanidad y humanismo. Recordamos de nuevo su frase: «El hombre es lo que ante Dios es y se acabó». Sólo cuando la existencia se agota y se consume en su servicio, el hombre se logra en plenitud y verdad (2 Cel 159).

De acuerdo que así se vivía entonces de forma más o menos general. Pues bien, así se vivió él, es decir, así se aceptó y se consentía y consumía de cara a la hoguera de las preguntas y exigencias del Dios celoso que devastadoramente lo asoló rompiendo la tela de sus encuentros (TC 8). Por eso Francisco deja siempre la impresión de ser un acosado, perseguido, alcanzado y conducido misericordiosamente (Test). Y por eso tiene también Francisco tanta fe en el valor de la dama pobreza. Sólo ella le hace vacío y presa de Dios.

Origen fontal del hombre en Dios que pasa por Cristo. Consciente o inconscientemente Francisco sabe que el hombre, él, pequeño e indigno, no depende del Dios creador al margen de Cristo salvador: su vocación al ser es vocación también a la gracia. Como la creación en general, tampoco el hombre se explica sino desde Él y hacia Él. Francisco no conoce a otro hombre que al «creado a imagen y semejanza de Cristo» (Adm 5). El hombre, y Francisco ha hecho de su vida una lección magistral de esto, es pura e ineludible relación a Cristo, su vocación y plenitud.

2. EL HOMBRE, CREATURA EN LIBERTAD

Y aunque él no lo diga expresamente, no creemos que forzamos su pensamiento si decimos que de aquí arranca el camino de su libertad, palabra ausente de su vocabulario, pero realidad que más de bocajarro da en el rostro cuando uno tropieza con él. Porque... «como yo estaba en pecados... el Señor me condujo...» (Test 1-2). Así descubrió un día Francisco que la libertad era un regalo, no una conquista; un don, y no creación de la propia casa; y que sólo estaba seguro, no en las propias arcas, sino en el tesoro de su Señor: «Señor, a mí, pecador e indigno, me has enviado del cielo esta consolación y dulcedumbre; te las devuelvo a ti para que me las reserves, pues yo soy un ladrón de tu tesoro».[45] Pero supo también que el don de la libertad exige la respuesta decisional del hombre. Y él en su Testamento anotará: «y yo... y yo... y yo». Nada mejor que el Testamento para sorprender el diálogo que carea la libertad de la gracia con la libertad personal de Francisco. Y así fue aprendiendo a estar ante Dios y a hablar con Él, labrando libertad al tiempo que la compartía con sus hermanos. ¡Qué agotadora medida de libertad dan sus cinco años de búsqueda en su propia Asís a contrapelo de opiniones y de comparaciones con el Francisco anterior «dado a los juegos y cantares»! (TC 2). Y mucho más sí cabe la de sus últimos años en los que mantiene inhiesta, ondeante, la bandera de su fidelidad evangélica, amando a sus hermanos cuanto podía.[46] Y... al fin su vida toda: la pobreza difícil y adusta, la minoridad arrastrada, la fraternidad tan sin cobijo, todo era invitación y carrera de libertad. Uno estaría tentado a decir que lo que envidiaron Bernardo y sus otros compañeros en él fue, sobre todo, su retadora y descarada libertad.

3. EL HOMBRE, CREATURA CON OTROS Y EN EL MUNDO

Imposible arrancar a los demás del horizonte vital de Francisco. Como lo es también para todo hombre que, necesariamente, se vive siempre careado con los demás. Francisco vivió, se vivió rodeado, inmerso, relacionado, hermano al fin, que es su palabra. Francisco, el hombre comunión.[47] Dato conocido y aceptado, creo. Como lo es que su estar con los demás es voluntad y opción expresamente formulada y escogida: «Escogió no vivir para sí solo, sino para Aquel que murió por todos» (1 Cel 35).

Y la mejor prueba y confirmación es la cerrada y consciente fraternidad que escogió como proyecto de vida para sí y los suyos, en la que lo racional, el tú a tú, el cuerpo a cuerpo, el fratres ("hermanos") en plural, es lo primero y fundamental, y en la que nadie es mayor o prior sino todos hermanos menores, servidos todos en el común amor y preocupación que se pasan de uno a otro (1 R 6; 2 R 6). «No es posible existir o ser sino como hermano».[48]

Fraternidad que se vive a pleno aire y a los cuatro vientos. Francisco y sus primeros compañeros, desde que dejaron su casa, vivieron la mayor parte de su vida en la más estricta «exclaustración». El mundo era su convento.[49] De ahí la obligada comunión con todo y con todos. El compromiso con los hombres, que decimos hoy, de su vida de fraternidad, lo subraya suficientemente, por ejemplo, la insistencia de Francisco en el buen ejemplo de sus hermanos, que no hay que entender en el sentido ascético que ha tenido hasta hace poco entre nosotros y que subraya sobre todo el Espejo de Perfección, sino como la realización de su propia convicción de que en el escenario de la existencia humana, su representación no era en modo alguno privada ni inocente sino solidaria y por lo mismo responsable. Basta repasar los testimonios de los biógrafos que hablan del tema[50] o recordar su intervención en el conflicto entre el obispo de Asís y el podestá, para saber con qué publicidad vivía su propia opción evangélica.[51] Francisco y los suyos viven en el mundo (2 R 3). En el cosmológico y en el histórico-social de su tiempo. No terminaríamos de indicar por ejemplo, y algo hemos dicho en las páginas anteriores, la múltiple presencia del cosmos en su existencia.

Y lo mismo cabe decir del mundo histórico-social en el que vivió. La sociedad y la Iglesia de entonces están abultadamente anotadas en la narración de su vida, igual que los grandes hechos de entonces: la guerra entre los nobles y las comunas, la más abundante circulación de la moneda, las Cruzadas, la división de clases, etc., frente a los cuales toma posturas definidas y determinadas, como ya hemos indicado (cf. nota 21).

4. EL HOMBRE, FUTURO

El hombre es de cara a lo que será y espera. Hoy es esto obsesión y exagerada acentuación de la visión del hombre. Por supuesto que irrenunciable y necesaria visión del mismo. Lo sabe exacerbadamente el hombre actual. Lo ha sabido siempre el hombre bíblico que hizo en gran parte a Francisco. Celano lo ha llamado el hombre del siglo futuro. Y cierto que a Francisco se le escapa el ser por la abertura y ventana que da a lo por venir. Innegable que la esperanza lo ha sostenido y lanzado a posturas y opciones que de ella tomaban vuelo y arrojo: la pobreza, por ejemplo, la dinámica que marca su vida hecha de seguimiento y prisa, de caminos y nuevos comienzos.[52] Esperanza y hacia adelante de Francisco que la nace y brota de lo que ya es y tiene por gracia y vocación y no sólo un mero futuro al aire y a la suerte. La fe en la acción de siempre y actual de Dios en Cristo, primera parte del Testamento por ejemplo, son el trampolín de su riesgo y aventura evangélica en busca de un mundo y unos hombres a los que servir: «Y éramos iletrados y súbditos de todos» (Test 19), segunda parte del Testamento. Francisco siendo tradicional, lo es sólo en la medida necesaria para estrenar novedad y futuro.

Su concepción de la vida religiosa confirma lo que acabamos de decir: es lo suficientemente tradicional para poder ser arriesgadamente original y nueva. Novus ordo, nova vita. Sé que el tema se presta y exigiría un desarrollo más amplio y profundo, también mucho más detenido, pero lo dicho me parece suficiente dentro del carácter expositivo que tienen estas páginas.

5. EL HOMBRE, INDIGNA CREATURA

Francisco se sabe y sabe al hombre pecador.[53] Sus afirmaciones sobre este punto son frecuentes y hasta, para nuestros oídos, mal sonantes. Prescindiendo de un tono pesimista que el agustinismo podría haber puesto en sus palabras, la conciencia de su ser pecador, igual que el de los demás, es innegable y da en el clavo de lo que el hombre, le guste o no, irremediablemente es. No pintamos su entera figura sin este trazo que Francisco no difumina en manera alguna.[54] Su propia historia (Test) y la Biblia le han dado la sensación tan fuerte y aristada de su ser pecador que trasmite inmediatamente al que se acerca a sus páginas o a sus biografías. No le duelen prendas cuando se trata de indicar el ser pecador del hombre. Para Francisco es una de las notas que lo identifican desde la fe: somos pecadores (1 R 23,5). Y más: lo único propio que el hombre tiene, lo que de sí da su propia tierra son vicios y pecados (1 R 17,7).

Pecado que lo acorrala y esclaviza desde el principio, el pecado original que dicen los teólogos y al que Francisco alude expresamente (1 R 23,2). Pecado que le roba grandeza y libertad a su propio ser y humanidad. El hombre, por pecador, es carne y espíritu enfrentados (1 R 17) y le falta luz para conocer o saber de Dios (Adm 5). Es la concupiscencia que dicen los teólogos y que Francisco acepta (una vez o dos) prefiriendo, sin embargo, mejor señalar el reclamo que ella encuentra en los seres o desde las cosas, lo que él llama sollicitudo.

Pecado que además lo aprieta desde los otros también con la subsiguiente esclavitud. El hombre, sabe Francisco, no nace en un mundo neutro. Viene y abre los ojos en un mundo pecador, egoísta, con el que el hombre tantas veces pacta y colabora accediendo al deseo de someter e instrumentalizar a su prójimo. Es el pecado de la presión familiar que busca sólo su propio bien (2CtaF 63-85); es la ira y perturbación de los hermanos que enfría la caridad (2 R 7); es la intromisión de los hombres en la libertad del espíritu (1 R 2; 2 R 2); es la vida carnal de los superiores (1 R 4); es litigar, contender, juzgar tanto a los propios hermanos de opción evangélica como a los hombres que encuentran al ir por el mundo (2 R 3); o los pecados de soberbia, vanagloria, envidia, cuidado y solicitud de este mundo, detracción y murmuración (2 R 10). Al fin, y no es que hayamos sido completos, lo que él dice, corto y bien, «a la carne le gusta...» (1 R 17,10ss).

6. EL HOMBRE, CREADOR

Dentro de la vida religiosa de su tiempo, Francisco optó por el trabajo manual para proporcionarse el pan y para dar buen ejemplo que no quería decir otra cosa, nos parece, sino no salirse de la condición general de todo mortal, sobre todo de la de aquellos que en su tiempo cargaban con todo el trabajo de la sociedad.[55] Era indudablemente un giro revolucionario entonces y por supuesto uno de los datos que nos ofrece otro rasgo de su visión del hombre. No que creamos que la suya fuese una visión del homo faber según hoy se ve y entiende, pero sí que el Pobrecillo estaba por el hombre útil, no el zángano o el hermano mosca que decía él. Quería a sus hermanos encarnados en la vida diaria de la gente que debe trabajar para comer y que ejercen por ello el oficio que conocían y practicaban antes de entrar en la fraternidad (1 R 7).

¿Tenía él además una clara visión de que había que hacer y terminar el mundo? Dicho con palabras de Theilard de Chardin: «Adorar en otro tiempo consistía en preferir a Dios a las cosas, refiriéndoselas a Él y sacrificándoselas. Adorar ahora consiste en consagrarse en cuerpo y alma al acto creador, asociándose a él para perfeccionar el mundo por medio del esfuerzo e investigación. Amar al prójimo consistía en otro tiempo en no hacerle mal y curar sus heridas. Desde ahora la caridad, sin dejar de ser compasión, se consumirá en la vida entregada por el progreso común...».[56] Sería un anacronismo afirmarlo, nos parece. La postura que expresan las palabras de Theilard no estaba explícita para entonces. Pero sí es necesario afirmar que Francisco, y así ve él al hombre, es un obrero-servidor dentro del mundo, de la sociedad y de la Iglesia de su tiempo; en la que quiso intervenir, que no otra cosa dice su machacona insistencia en «más con el ejemplo, las obras, que con las palabras». Pues, además, su visión de la sociedad no respondía a la que el feudalismo había puesto en circulación, cerrada en sus tres ordines, sino que partía de la igualdad de todos ante el único Padre que obligaba al nombre y vida de hermanos.

Lo dicho en este último apartado nos ofrece una visión del hombre, una antropología, en la que se destaca no sólo el homo faber o el oeconomicus, sino también el homo festivus. Un hombre en el que se destaca el ser indudablemente, pero también la operación y la historia que ésta alumbra. De ahí el lugar tan destacado que en su existencia y en la del hermano menor ocupa la adoración y la alabanza, el canto y la juglería jubilosa, frente a toda existencia preocupada únicamente por el hacer y la eficacia. Pero la música, lo hemos visto, no le hacía olvidar la operación, la incidencia cortante de una vida prendida enteramente de la radicalidad del Evangelio al que se había vendido en cuerpo y alma. De aquí tomó vuelo su libertad consiguiendo quedarse pobre, rica y opulentamente pobre. Que a la pobreza hay que volver siempre para encontrar al Francisco auténtico y al hombre que estrenaba él por los años de 1206-1209: hombre sin nada, inerme, agujereado, abierto, fraternal, entregado y afanado, disponible. Hermano menor sin más. Con el tiempo suficiente para cantar el Canto del Hermano Sol al Altísimo, por ser el Bien, todo Bien, sumo Bien, el único Bueno, y con la prisa y urgencia necesaria para acoger a todo el que venga «amigo o enemigo, ladrón o salteador».

* * *

Y así nos encontramos con el tema central de estas páginas: Dios creador en Cristo y su obra, que sólo la pobreza descubre y revela como don y que sólo ella convierte en alabanza y servicio a los hermanos. Sólo la pobreza desnuda de la enfermedad y del ideal apenas alcanzado de una Fraternidad plenamente evangélica, hizo fuerte la fe... e inspiración de Francisco para poner letra y música al Canto del Hermano Sol.

Cigoli: San Francisco

N O T A S:

[1] Ver I. Schlauri, Saint François et la Bible. Essai bibliographique de la spiritualité évangélique, en Collectanea Franciscana 40 (1970), nn. 347-355; también: Bibliographia Franciscana vol. XIII, nn. 655-663.

[2] Habría que resaltar más de lo que habitualmente se hace la importancia de Francisco en la historia de la espiritualidad por su acentuación de la humanidad de Cristo. Es uno de los hitos del giro antropocéntrico que irá dando la teología y la praxis eclesial, además de ser el centro focal que explica todo en su vida. En el tema que nos ocupa es claro que la percepción y aceptación del Acontecimiento-Cristo explica su postura fraternal y afirmativa de lo creado.

[3]Teología y Reino de Dios, Salamanca 1974, págs. 94-95. Como toda afirmación demasiado general, también ésta de Pannenberg es injusta y precipitada.

[4]O. González de Cardedal: Jesús de Nazaret. Aproximación a la cristología. Salamanca 1975, pág. 533; aquí ha subrayado el autor con fuerza la importancia del santo en general para el conocimiento del misterio de Cristo.

[5] CtaO 39: «ignorans sum et idiota»; cf. Test 19. La expresión no significa otra cosa que no haber realizado estudios superiores. Cf K. Esser, Temas espirituales. Oñate 1980, pág. 228, nota 3. [Cf. O. Schmucki, «Soy ignorante e idiota», en Selecciones de Franciscanismo (= Selec Franc) núm. 31 (1982) 89-106].

[6] Sobre la "modernidad" de Francisco de Asís, ver S. da Campagnola, Le origini francescane come problema storiografico, Perugia 1974, págs. 266-270, donde hace un examen crítico de las obras dedicadas al tema.

La libertad que, como uno de los signos, marca el paso del Medioevo a la edad moderna, tuvo en la misma patria chica de Francisco un ejemplo límite, diríamos, al escoger su propia libertad pasando por encima de la excomunión del Papa.

[7]J. Le Goff, La baja Edad Media, en Historia universal. Siglo ventiuno, vol. II, Madrid 1970, págs. 72-73.

[8] El Manual de Historia de la Iglesia de H. Jedin, vol. IV, Barcelona 1973, titula así una de sus secciones: "La lucha de la Curia por la hegemonía de occidente" (pág. 321).

[9] Ver el comentario de K. Esser a dicha exhortación en Selec Franc núm. 23 (1979) 258-264. Lo importante y nuclear en ella, y no sé si Esser lo subraya suficientemente, es la gratuidad por la que Francisco no niega el valor de la ciencia, sino que la quiere no como un simple haber al que sirve la persona, sino precisamente al contrario.

[10] Francisco habla en la Regla no bulada, cap. 7.

[11]H. Zahnt, Dios no puede morir, Bilbao 1971, pág. 30.

[12] Cf. K. Esser, Francisco de Asís y los cátaros de su tiempo, en Selec Franc núm. 13-14 (1976) 145-172. Ver también, del mismo autor: Der hl. Franziskus und die religiösen Bewegungen seiner Zeit, en San Francesco nella ricerca storica degli ultimi ottanta anni, Todi 1971, págs. 95-123. Muy útil también. I. da Milano, Il dualismo cataro in Umbría al tempo di san Francesco, en Filosofia e cultura in Umbria tra Medioevo e Rinascimento, Perugia 1967, págs. 175-216.

La oposición de Francisco a la herejía cátara es uno de los datos que más y mejor dicen de su afirmación de la bondad de lo humano y de las cosas, igual que de su belleza.

[13] 2 Cel 85; LP 101d (Mt 25,40.45), 114.

[14] 1 R 23; 2CtaF 11.56.61; etc.

[15] Como es sabido, es uno de los temas fundamentales de los escritos de Francisco y realidad en su propia vida que estuvo siempre por la praxis más decidida. Son 11 las veces que aparece el vocablo operatio en sus escritos, 16 operor y 27 opus. En su vocabulario es uno de los más abundantes. Ocupa el 167 lugar en el índice de sus palabras. Ver: J.-F. Godet - G. Mailleux, Opuscula s. Francisci. Scripta s. Clarae. Concordance. Index. Listes de frécuence. Tables comparatives, Louvain 1976, pág. 305.

[16] 1 R 22,40; Adm 1,1. Nos permitimos remitir a nuestro estudio: Cristo suficiencia de Francisco, en Verdad y Vida 29 (1971) 327-366, 493-510.

[17] AlD 4.6. Remitimos de nuevo a un estudio nuestro: "Familiares entre sí" en la obediencia del Hijo, en Selec Franc núm. 11 (1975) 216-226, 219-222.

[18] Ver, sin embargo, H. J. Stiker, Un creador en su tiempo: Francisco de Asís, en Selec Franc núm. 9 (1974) 302.

[19] 1 R 7; 2 R 3.

[20] 1 R 7 y 16 y 17; 2 R 3 y 9.

[21] El tema lo han sacado a luz los recientes estudios sobre la contestación o denuncia profética de Francisco. Ver, entre ellos: T. Matura, Francisco de Asís, una contestación en nombre del Evangelio, en Selec Franc núm. 1 (1972) 15-25; W. van Dijk, El franciscanismo, contestación permanente en la Iglesia, en Selec Franc núm. 3 (1972) 31-45; L. A. Djari, Un Santo para épocas de crisis, en Selec Franc núm. 3 (1972) 46-51: A. Ghinato, La contestazione di S. Francesco, en Frate Francesco 37 (1970) 150-156; 38 (1971) 8-14, 71-78. Ver además el núm. 9 (1974) de Selec Franc, dedicado al tema.

[22] Así S. Campagnola, Le origini francescane come problema storiografico, Perugia 1974, pág. 274.

[23] Ver la bibliografía indicada en la nota 21.

[24] Ver nuestro estudio: La Regla de los Hermanos Menores, pacto de eterna alianza, en Selec Franc núm. 10 (1975) 38-65, 57-58, donde tomamos nota de los principales grupos de virtudes que nos ofrece Francisco en sus escritos.

[25] Según J.-F. Godet - G. Mailleux, Opuscula s. Francisci... Concordance..., Louvain 1976, pág. 4, Creator aparece 12 veces en los escritos de Francisco.

[26] Hemos tomado la traducción del decreto del Concilio de R. Foreville, Lateranense IV (Historia de los Concilios ecuménicos, 6/2), Vitoria 1963, pág. 155.

[27] Ver L. Scheffczyk, Creación y providencia en Historia de los dogmas, t. II, cuad. 2 a, Madrid 1974, Págs. 70-75. Por supuesto que Francisco no tenía en cuenta si la dimensión salvífica de la creación lo era en el sentido más estricto, que los teólogos llaman Economía, o sólo en sentido lato, a lo san Anselmo, por ejemplo.

[28] Ver S. López, Cristo suficiencia de Francisco, en Verdad y Vida 29 (1971) 345-347.

[29] Cf. 1 R 23; Adm 5; ParPN. Por citar un ejemplo casi contemporáneo de Francisco, ver Oggerii (1205-1214): Serm., en PL 184, col. 891; Serm. 9, en PL 184, cols. 915, 916 y 917.

[30]J. M. Gironella, 100 españoles y Dios, Barcelona 1973, pág. 30.

[31] 1 R 21,2; 23,1; AlD 1-2; OfP 1,5; 7,2; 14,1; 15,1-2.

[32] Ver O. Schmucki, "Secretum solitudinis". De circunstantiis externis orandi penes sanctum Franciscum Assisiensem, en Collectanea Franciscana 39 (1969) 5-58. Cf. la síntesis y conclusión del propio autor: "El secreto de la soledad", en Selec Franc núm. 8 (1974) 166-169.

[33] Nueve veces aparece el vocablo creatura en los escritos de Francisco: 1 R 16,6; 2CtaF 47.61; CtaO 47; Cántico; etc.

[34] Cántico del Hermano Sol; Saludo a las Virtudes, etc.

[35] LP 83, 84, 85, 88; etc.

[36] Florecillas, c. 37. Ver M. Sticco, Mansedumbre y cortesía, en Selec Franc núm. 11 (1975) 191-196.

[37] El Cántico del Hermano Sol está compuesto desde aquí, desde la gloria del Creador que cuentan interminablemente las creaturas.

[38] 1 R 23,8: «Amemos todos... al Señor Dios, que nos dio y nos da a todos nosotros todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida, que nos creó, nos redimió y por sola su misericordia nos salvará...». El Concilio IV de Letrán dirá: «... que con su omnipotencia, a la vez, desde el comienzo de los tiempos, creó de la nada una y otra creatura...; después, la creatura humana que encierra en sí algo de las dos anteriores, compuesta como está de espíritu y cuerpo». Cf. R. Foreville, Lateranense IV (Historia de los Concilios ecuménicos, 6/2), Vitoria 1963, pág. 156.

[39] CtaAnt 1; CtaA 1; CtaCus 1; 1 R 24,4,; Test 1.34.41; 2CtaF 1 y 87; CtaO 3 y 47; UltVol 1.

[40] Deslumbrado quizá por ello, F. De Beer, La conversion de S. François selon Th. de Celano, París 1963, pág. 99, habla de la posibilidad de que Francisco tuviera un carácter autoritario, dictatorial. Nos parece poca la sangre para que llegue al río. Ver O. Schmucki, Les maladies de saint François d'Assise avant sa stigmatisation, en Medicina nei secoli 9 (1972) 18-57, 48-49; traducido: Enfermedades que sufrió S. Francisco de Asís antes de su estigmatización, en Selec Franc núm. 47 (1987) 287-323: Enfermedades que sufrió S. Francisco...

[41] 1CtaF II,18; 2CtaF 75.82.85; ParPN 5; 1 R 10,4; 17,8; Test 3.

[42] Acabamos de indicar en la nota 41 las referencias que confirman nuestra afirmación.

[43] 1 R 16 y 23; LP 11. Cf. el estudio de O. Schmucki, Franciscus "Dei laudator et cultor", en Laurentianum 10 (1969) 3-36, 173-215, 245-282. Ver un resumen del mismo en castellano: Francisco de Asís, juglar y liturgo de Dios, en Selec Franc núm. 8 (1974) 134-165.

[44]J. Girardi, Diálogo, revolución y ateísmo. Salamanca 1971, págs 54-55.

[45] 2 Cel 99; cf. Adm 21 y 28.

[46] Sentimos tener que remitir de nuevo a un estudio nuestro: Francisco, un hombre comunión, en Selec Franc núm. 11 (1975) 154-166; especialmente las páginas 158-161. Aunque el artículo apareció también en Verdad y Vida 33 (1975) 75-89, la redacción de Selec Franc es más completa.

[47] Pocas veces ha acertado Celano a identificarnos tan hondamente a Francisco como cuando nos dice que «no sólo hacía tales cosas [en concreto, dar su túnica], sino que estaba también pronto a entregarse por entero a sí mismo hasta agotarse; y daba muy gozosamente cuanto le pedían» (2 Cel 181).

[48] «Francisco no existe sin los otros... Había querido hacerse mendicante probablemente sólo por depender de los otros de manera que no pudiese prescindir de ellos, y esta opción le pareció tan importante como para imponerla como regla a todos sus seguidores: no es posible existir, si no es como hermano" (G. Maggiora, Mass media nel 1200. S. Francesco, S. Bonaventura e Giotto, en Studi Francescani 72 (1975) 28).

[49]Sacrum Commercium, n. 73.

[50] 1 Cel 34 y 93; 2 Cel 70, 81, 120, 185, 186; LP 58, 69, 74, 97, 103, 106.

[51]G. Maggiora, l. c. en la notas 48.

[52] El tema del camino, de la marcha, es medular en los escritos de Francisco y los atraviesa de rutas y de inquietudes. Cf. el estudio de C. C. Billot, La "marcha" según los escritos de S. Francisco en Selec Franc núm. 12 (1975) 281-296. [Este artículo puede verse informatizado en este nuestro sitio web, en la sección dedicada a la "Espiritualidad Franciscana"].

[53] Como en otros puntos, no pretendemos tampoco en éste ser exhaustivos. La bibliografía más reciente sobre el tema se puede encontrar en Bibliographia Franciscana, t. XIII, en los nn. 404-407.

[54] 1 R 17 y 23; 2CtaF; etc.

[55] Ver, entre otros, R. Manselli, S. Francesco nella ricerca storica, en Frate Francesco 37 (1970) 164-166.

[56] Ver el estudio comparativo entre S. Francisco y Teilhard, de L. Scheffczyk, El «Cántico del Hermano Sol» de S. Francisco de Asís y el «Himno a la Materia» de T. de Chardin, en Selec Franc núm. 13-14 (1976) 108-122.

[Selecciones de Franciscanismo, vol. V, núm. 13-14 (1976) 123-144]

 


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