DIRECTORIO FRANCISCANO

Espiritualidad franciscana


EL HOMBRE EN LA CREACIÓN.
LA VISIÓN FRANCISCANA

por Luc Mathieu, OFM

 

[Título original: La vision franciscaine, en Christus 185 (2000) 19-28]

San Francisco y Santa Clara, vidriera

Lo que caracteriza la actitud del hombre contemporáneo en la naturaleza es que es totalmente secular, es decir, sin referencia alguna a un origen o a un fin que estaría más allá del mundo presente, o bien desprovista de referencias accesibles a la mirada y a la investigación de cada uno. Esta actitud es opuesta con la que han pensado y vivido los hombres de culturas anteriores que estaban impregnadas de religiones o de un sentimiento religioso. En la tradición bíblica, sea judía o cristiana, el hombre se mueve en una creación buena, obra de un Dios bueno que le invita a reconocer los beneficios de una naturaleza amiga, apta para conducir su mirada al autor de estas maravillas. El comportamiento del hombre, en su vida religiosa como en su vida moral, entraña repercusiones más o menos favorables, o francamente desastrosas, sobre su entorno. Es el sentido de los relatos bíblicos del Paraíso terrestre y de la Caída, y también de los salmos de alabanza a Dios a través de su creación.

En el cristianismo, del hecho de la encarnación del Verbo, de su descenso a este mundo inferior, la creación entera se encuentra valorizada. Los Padres de la Iglesia, los teólogos, los predicadores, la liturgia así como la humilde plegaria del cristiano asocian las criaturas materiales al destino del hombre salvado, inspirándose en el célebre texto de la epístola de Pablo a los Romanos: «La creación entera espera participar en la libertad y gloria de los hijos de Dios» (Rom 8,21). Sin embargo, no todos los cristianos han vivido esta relación con el universo material con igual optimismo. Ciertas épocas o ciertas corrientes religiosas, en el transcurso de los siglos, se han revestido, incluso, de un gran pesimismo ante una naturaleza que se les mostraba como hostil o desfigurada, como un lugar de prueba o de exilio.

Lo que hace interesante la experiencia espiritual de Francisco de Asís, es su autenticidad cristiana y su capacidad para engendrar una teología original y muy arraigada en la tradición bíblica. Esta experiencia sedujo a numerosos discípulos que la proponen, todavía hoy, a los cristianos como otra visión posible del cosmos. Así, cuando Juan Pablo II proclamó a Francisco patrono de los ecologistas el 29 de noviembre de 1979 [Texto español], invitaba a los cristianos a mirar el mundo con ojos benévolos y fraternales, respetuosos y amistosos, y una naturaleza actualmente amenazada o acaparada por los ricos en detrimento de los débiles.

La visión franciscana de la creación puede ser enfocada desde dos niveles: desde el plano práctico que fue la experiencia vivida por Francisco, sus palabras, sus escritos poco abundantes, sus ejemplos relatados por sus discípulos; y desde el plano de la reflexión teológica realizada por sus discípulos inmediatos y por los teólogos franciscanos.

I. LA EXPERIENCIA DE FRANCISCO

Lo que sabemos de la juventud de Francisco de Asís, al principio del siglo XIII, por el testimonio de sus compañeros originarios también de esta ciudad, es que era un joven dotado para la vida, la poesía y la apreciación de la belleza. Algunos episodios conservados en los primeros relatos lo muestran como un hombre generoso, incluso pródigo, amante de las fiestas y los buenos vestidos, admirador de la belleza y la delicadeza del campo umbro, pronto a la alabanza y al canto en sus emociones estéticas y religiosas, admirador de los trovadores que celebraban la caballería y el amor cortés. Su conversión, con ocasión de una enfermedad, de una decepción de sus proyectos militares, de la experiencia de la soledad, además de la oración, y finalmente del encuentro con la imagen de Cristo en un leproso y en el crucifijo de la iglesia de San Damián, no eclipsará sus aptitudes naturales, sino que le conducirá a contemplar la generosidad de Dios para con él y para con todos los demás.

Decepcionado de su propio padre, ve en Dios un Padre generoso que colma a todos los seres de sus favores, que perdona con bondad y misericordia las faltas de sus criaturas y que les restituye en su belleza original. Poco a poco, Francisco realiza la experiencia de la fraternidad cuando algunos discípulos se agrupan alrededor suyo para llevar una vida según el Evangelio de Cristo. Habiendo escogido la pobreza, comprueba cada día más esta generosidad de Dios. Considera todos los bienes como dones y rechaza apropiarse de lo que ha sido creado para la dicha de todos. Tiene horror del dinero que establece relaciones «comerciales» entre los seres, mientras que él preconiza relaciones fraternales de intercambio y de reparto: «Si tuviéramos bienes, necesitaríamos armas para defenderlos (…) y todo esto obstaculiza el amor de Dios y del prójimo» (TC 35).

Para Francisco, el amor del prójimo, porque es imagen de Dios, entraña los sentimientos fraternales hacia todas las criaturas, creadas también por el Padre para manifestar su gloria y para goce de las criaturas espirituales. El amor de Francisco hacia todas las criaturas ha sido destacado por todos sus biógrafos: lo testimonian con una multitud de relatos, más o menos maravillosos o legendarios, pero la unanimidad es tal que no se los puede poner en duda. «Nunca jamás se había visto semejante amor hacia todas las criaturas».

DE LA EXPERIENCIA ESPIRITUAL A LA TEOLOGÍA

Francisco fue canonizado dos años después de su muerte, y enseguida la curia romana encargó a uno de sus compañeros, que tuviera cierto talento literario, que redactara su vida. Fue elegido Tomás de Celano, que tenía algunos estudios, estaba influenciado por la teología monástica y muy dependiente de san Agustín, como lo era igualmente la predicación de la época. Por consiguiente a través de la teoría agustiniana del ejemplarismo fue cómo el biógrafo interpretó la experiencia espiritual de Francisco, cantor de la creación. En efecto fue san Agustín quien inauguró una visión del mundo creado donde puede ser leída la triple rúbrica del Creador, partiendo de los atributos divinos asignados a cada una de las personas de la Trinidad, de Poder, Sabiduría y Bondad. A la primera persona, el Padre, se le atribuye el Poder divino, porque él mismo es la fuente de la que brota la divinidad y el origen absoluto de las otras dos personas con y por las que él ha creado el mundo. La Sabiduría nos remite al Hijo, Verbo divino en quien el Padre expresa eternamente todo su poder. Cada ser ha sido concebido por una inteligencia que da a cada cosa su sentido, su verdad, su inteligibilidad y su belleza. Finalmente, la bondad creada en cada ser nos remite al Espíritu Santo que procede del amor del Padre y del Hijo. Cada ser tiene su parte de bondad, de utilidad, por lo que él es digno de ser amado por Dios y por las demás criaturas.

Como los demás contemporáneos de Francisco, Celano se impresionó por la actitud amante y contemplativa del santo frente a todas las criaturas: «¿Quién podría describirnos la dulzura que inundaba su alma, cuando reconocía en las criaturas, la sabiduría, el poder y la bondad del Creador? Contemplando el sol, la luna, el firmamento y todas sus estrellas, sentía subir a su corazón una alegría inefable» (1 Cel 80). Esta alegría está magníficamente expresada en su «Cántico del Hermano Sol», una de las primeras poesías de la lengua italiana.

II. LA CREACIÓN EN SAN BUENAVENTURA

Dibujo Franciscano: HuellasEl Doctor Seráfico, a quien también se denomina «el Agustín del siglo XIII», ha incorporado la experiencia de Francisco a su síntesis teológica. En las procesiones trinitarias, acto de amor eterno, el Padre engendra a su Hijo igual a sí mismo, que es también el Verbo en quien se expresa él mismo, en quien expresa la procesión del Espíritu Santo, pero también todo lo que él puede hacer y todo lo que hará, es decir el conjunto de las criaturas. En la procesión eterna del Espíritu, el Padre ama también todo lo que él quiere hacer, es decir las criaturas que, por esta voluntad amorosa, serán creadas.

De este modo las criaturas son expresiones de la sabiduría y del amor de Dios y nos remiten a su autor. Las criaturas espirituales son «imágenes» de Dios; las demás se escalonan, según su semejanza, en sombras, en vestigios. Pero todas están creadas por un Dios generoso y liberal. Por eso las criaturas deben ser aceptadas como dones gratuitos, y las criaturas inteligentes, conscientes de que existen porque son amadas, deben asimismo aceptar a los otros seres como dones que les han sido destinados para acompañar su peregrinación de vuelta a Dios. Ahí reside el fundamento de la pobreza franciscana: no apropiarse sólo para sí mismo nada de lo que pertenece a todos. Rendir homenaje a Dios por lo que le pertenece: «Todopoderoso, santísimo, altísimo y sumo Dios, todo bien, sumo bien, bien total, que eres el solo bueno (…) y te restituyamos todos los bienes. Hágase. Hágase. Amén» (AlHor 11).

UNA VISIÓN SACRAMENTAL DE LO CREADO

En el seno de la creación material, el hombre tiene un cometido particular que desempeñar, porque él es el beneficiario de los dones de Dios y, por su inteligencia, puede «leer» la creación que es una palabra de Dios, un verbo creado que refleja el Verbo eterno:

«Dios ha creado todas las cosas por razón de sí mismo, es decir que siendo poder, sabiduría y bondad, hizo todas las cosas con vistas a su propia alabanza (…), con vistas a su propia manifestación (…), con vistas a su comunicación (…). Ahora bien, aprobar la alabanza, conocer la verdad, gozar de los dones, todo esto sólo pertenece a la criatura razonable. En cuanto a las criaturas desprovistas de razón, no pueden estar inmediatamente ordenadas a Dios, sino que lo son por medio de las criaturas razonables. Dado que pertenece a la criatura razonable conocer y asumir libremente otros bienes por su voluntad, es por sí misma apta para estar inmediatamente ordenada a Dios» (Comentario del segundo Libro de las Sentencias, d. 16, a. 1, q. 1).

De este modo, las criaturas en su conjunto, y cada una en particular, están hechas para el hombre, para que pueda leerlas, descubrir el sentido sacramental bajo sus diversas apariencias, entrever algo de la grandeza infinita de Dios, de su amor, de su belleza. En esta contemplación, el hombre se descubre a sí mismo como ordenado a Dios, «capaz de Dios», según la fórmula de san Agustín. Por esta razón la contemplación espiritual de la creación, la aplicación de nuestra inteligencia para descubrir la verdad de los seres, sus propiedades, su bondad, el buen uso, honesto y desinteresado de los bienes puestos a nuestra disposición por el Creador, son un culto dado a Dios y un medio providencial de acercarnos a él. La creación es el lugar de nuestra salvación.

LA CREACIÓN COMO REVELACIÓN DE DIOS

«Dios ha creado todas las cosas con vistas a su propia manifestación». Se trata, por supuesto, de la manifestación de Dios a las criaturas espirituales, dotadas de inteligencia, las únicas capaces de recibir y de leer esta «palabra de Dios» («verbum creatum»). La Trinidad creadora manifiesta su existencia y su bondad por la multitud de sus obras que presenta a las criaturas espirituales un universo significativo y sacramental. Éstas están investidas de un verdadero sacerdocio: prestar su voz para expresar la alabanza de Dios en la adoración y la acción de gracias, como lo hizo Francisco de Asís durante su vida.

«Se servía de todas las criaturas como de espejos para contemplar la bondad de Dios. En una obra cualquiera canta al Artífice de todas; cuanto descubre en las hechuras, lo refiere al Hacedor. Se goza en todas las obras de las manos del Señor, y a través de tantos espectáculos de encanto intuye la razón y la causa que les da vida. En las hermosas reconoce al Hermosísimo; cuanto hay de bueno le grita: "El que nos ha hecho es el mejor". Por las huellas impresas en las cosas sigue dondequiera al Amado, hace con todas una escala por la que sube hasta el trono. Abraza todas las cosas con indecible afectuosa devoción y les habla del Señor y les exhorta a alabarlo» (2 Cel 165).

EL HOMBRE NUEVO EN UN MUNDO RECONCILIADO

Lo que permite a Francisco mirar el mundo con esta atención fraternal y descubrir en él la presencia de Dios, es su propia conversión espiritual. Decidido a seguir a Jesucristo hasta en su Pasión, no se deja desviar de su camino por un uso egoísta de las cosas. Él aplica a este mundo la mirada de Cristo que rinde homenaje a su Padre por todas las cosas, ve las criaturas materiales como destinadas para permitir al hombre efectuar su pascua, su paso hacia Dios, entrando en el Reino, el mundo nuevo donde todas las criaturas están ordenadas por su referencia a Cristo resucitado. Como consecuencia del seguimiento de Jesús, Francisco entra él mismo en el Reino donde la caridad rige todas las relaciones del hombre con Dios, con sus hermanos, con todos los seres; donde las bienaventuranzas evangélicas inspiran todas las andaduras de aquí abajo. Comportándose en toda circunstancia como un hijo de Dios, responde a la impaciencia de las criaturas dominadas hasta ahora por el hombre pecador. Cuando constataron que las criaturas respondían amigablemente al comportamiento fraterno de Francisco, sus discípulos y sus biógrafos vieron unánimemente en él un hombre nuevo que, como Adán, se paseaba por una creación amiga. Celano «creía ver en él un hombre nuevo, un hombre de siglo venidero» (1 Cel 82), mientras que Buenaventura constata que a semejanza del segundo Adán, Francisco podía hacerse obedecer por las criaturas que reconocían en él a un verdadero hijo de Dios: «Y como había llegado a tan alto grado de pureza que, en admirable armonía, la carne se rendía al espíritu, y éste, a su vez, a Dios, sucedió por designio divino que la criatura que sirve a su Hacedor se sometiera de modo tan maravilloso a la voluntad e imperio del Santo» (LM 5,9). De aquí esos relatos maravillosos, a veces legendarios, que nos lo muestran tanto hablando a los pájaros o a los peces, como acompañado por una liebre o un halcón, o incluso haciendo callar a las golondrinas demasiado ruidosas y mandando, a discreción, cantar a las cigarras.

La libertad de Francisco en la creación proviene también de su ascetismo. Este hombre, que vibraba ante la belleza creada, era capaz de todas las renuncias. Pobre ante todos los seres, sabía acogerles como dones generosos y gratuitos de Dios. Sabía apreciarles en la acción de gracias y privarse de ellos sin interrumpir sus alabanzas. Su ascetismo no es ni una hazaña ni un desprecio de las cosas. Deja cantar en su corazón la belleza de lo que no posee o de lo que ya no puede ver. Es precisamente en lo más álgido de sus sufrimientos físicos que le causaba la enfermedad y de la prueba moral de ver su ideal un poco rebajado por sus hermanos cuando compuso su famoso «Cántico del Sol». Ciego, no podía ver ya la luz del día, pero entona la gran acción de gracias por el Sol, símbolo de la gloria del Altísimo:

«Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas, especialmente el señor hermano Sol, el cual es día y por el cual nos alumbras. Él es bello y radiante con gran esplendor, de ti, Altísimo, lleva significación».

III. LA CREACIÓN SEGÚN DUNS ESCOTO

¿Por qué Dios ha creado? Ninguna criatura, excepto Cristo resucitado, puede responder perfectamente a esta cuestión que pertenece al misterio mismo de Dios. El obrar divino conlleva en sí mismo su propia justificación. La única respuesta del hombre a la cuestión propuesta sería: «Porque Dios así lo ha querido». No obstante estamos invitados a proponer esta cuestión y a responder a ella, ya que Dios nos ha hablado y se nos ha manifestado y toma la iniciativa de revelarse a nuestra inteligencia, con un lenguaje que podemos entender y una lógica que podemos comprender.

El único motivo de la creación que pueda ser conocido por el hombre y que Jesús nos ha confirmado, es que, Dios siendo Amor, ha creado para asociar a su felicidad a criaturas susceptibles de acoger y compartir este amor que les haga felices. Quiso, en primer lugar, una criatura que él preveía totalmente disponible a este amor y a la unión perfecta con el Ser divino en la persona de su Hijo muy amado. En la medida en que esta criatura superara totalmente en dignidad, en santidad, a todas las demás venideras, es ella en primer lugar a la que Dios amaría y querría. Cristo se encuentra así en el origen del proyecto creador, y eso lógicamente antes de toda previsión de la posible caída y del rechazo de algunos, aunque fuese de todos, salvo este Hijo muy amado.

El deseo divino de comunicar su amor a alguien exterior a Dios para unirlo al amor beatificante de la santa Trinidad está, pues, plenamente realizado en Jesucristo. Pero entonces, no ha lugar a limitar la Encarnación a la reparación de la caída de los hombres. En un texto célebre, Juan Duns Escoto afirma la predestinación de Cristo, independientemente de toda otra criatura:

«Se dice que la caída es la razón necesaria de la predestinación de Cristo (…). Yo afirmo, sin embargo, que la caída no es la causa de esta predestinación. Aún más, aunque ningún ángel ni hombre alguno hubiera caído, Cristo habría sido predestinado, incluso si nada más hubiese sido creado sino sólo Cristo» (Reportatio, París, III, d. 7, q. 4, n. 4).

Seguramente, esta afirmación es paradójica en la medida en que, de hecho, la creación no se ha limitado solamente a Cristo, sino que, por el contrario, conlleva sobre todo el despliegue y la evolución del cosmos y de la historia de los hombres. Duns Escoto es por ello aún más libre para afirmar la subordinación total de todas las criaturas a la predestinación de Cristo, comentando así el himno cristológico de la epístola de Pablo a los Colosenses: «Él es el primogénito de todas las criaturas, porque por medio de él se han creado todas las cosas celestes y terrestres, las visibles e invisibles, todo fue creado por él y para él» (Col 1,15-16).

IV. ACTUALIZACIÓN DE LA VISIÓN FRANCISCANA

San Francisco y la pazLos discípulos de Francisco de Asís, en la actualidad, no experimentan ningún complejo al referirse a su tradición espiritual y teológica que no consideran como anacrónica, aunque la metodología de los escolásticos de los siglos XIII y XIV y su visión del mundo puedan ser difícilmente mantenidas. Porque la experiencia espiritual de Francisco trasciende sus expresiones teológicas y las representaciones del mundo antiguo. En primer lugar, porque se apoya directamente en la sagrada Escritura, pero también porque el reconocimiento de la autonomía de un conocimiento racional y positivo de la creación material, tal como la practican el hombre moderno y los científicos de hoy día, no es de ningún modo contradictorio con otro enfoque de lo creado a través de la fe sobrenatural.

La ciencia positiva no agota la verdad de los seres, y, sobre todo, rehuye alcanzar su significación y su finalidad. Es lo que percibió muy bien el historiador de las doctrinas medievales, Etienne Gilson:

«Si se intenta formular la relación del mundo con Dios en el lenguaje de Platón, hay que recurrir a las relaciones de la imagen con el modelo. Tal es, en efecto, la terminología usada constantemente por Agustín y que retomaron los agustinianos del siglo XIII, cuyo más grande representante fue san Buenaventura. El mundo sensible aparece entonces como el espejo por donde pasan los reflejos de Dios, un compendio de imágenes para una teología ilustrada. El universo es, en definitiva, verdaderamente eso. La espiritualidad cristiana no consentiría dejarse despojar de esta "especulación" de Dios en el espejo de la naturaleza, tan maravillosamente pensada por san Buenaventura y tan divinamente vivida por san Francisco de Asís» (El tomismo, Vrin, 1942, p. 119).

Si los hombres de hoy están en búsqueda de sentido, de espiritualidad, de armonía, de encuentro acogedor con los demás, de esperanza sobre la evolución del mundo y el desenlace de su historia, pueden meditar sobre el modo con que Francisco y sus discípulos han conservado la alegría de contemplar este mundo y de encontrar en él la confianza en la bondad misericordiosa del Creador. Para los que buscan un encuentro fraterno y amistoso con todos los seres, comenzando por sus semejantes, cualquiera que sea su condición, sus riquezas, sus debilidades, sus pecados, su éxito o su fracaso, Francisco propone la fraternidad universal entre todos los seres salidos de la mano de Dios e invita a sus hermanos «a regocijarse más del Bien que Dios realiza en los demás antes que del suyo propio».

Ahí se encuentra el secreto de un mundo en paz, de la paz universal que Francisco anunciaba. Porque no puede haber paz en el mundo sin el respeto de las obras de Dios, sin el agradecimiento por el premio inestimable de los seres salidos de la mano de Dios, sin la búsqueda de una justa distribución de los bienes terrenos creados para la felicidad de todos. Una visión espiritual y cristiana de la creación, como la que ha sido vivida y propuesta por Francisco, permanece como una fuente constante de inspiración y de acción, primeramente para los creyentes, pero también para todos aquellos que se reconocen aquí como hermanos.

[En Selecciones de Franciscanismo, vol. XXX, núm. 88 (2001) 139-147]

 


Volver