![]() |
DIRECTORIO FRANCISCANOESTUDIOS SOBRE LOS ESCRITOS |
![]() |
|
VER A DIOS A LA LUZ DEL ESPÍRITU ¿Para qué sirve seguir al Señor? Al leer este texto (¡por esto hay que comenzar), algo se resiste, en mi caso, a considerarlo como el desarrollo del título que se le ha dado y que no es de Francisco, "El Cuerpo del Señor". Porque si nos atenemos a la evidencia de los elementos eucarísticos, la eucaristía no es aquí más que una ilustración de una cuestión más amplia, digamos sobre todo de un enigma que taladra la fe de Francisco: ¿cómo traspasar el secreto del Hijo en su humanidad para intentar alcanzarlo en su divinidad?, y, en consecuencia, ¿cómo penetrar en el secreto de la eucaristía e intentar alcanzar, bajo el pan y el vino, el Cuerpo y la Sangre, y, más allá de estos santos misterios, la divinidad del Hijo, cuando el Hijo, tanto como el Padre, es totalmente inaccesible en su divinidad? Alrededor de esta cuestión gira la Admonición. Porque Francisco ante la eucaristía es como el apóstol Felipe ante el hombre Jesús, cuando conversó con el Maestro, como relata Juan (14,6-9), tras la Cena. Él se encuentra con la opacidad o la ambigüedad del signo. Felipe ve y escucha a Jesús, del que reconoce la ejemplaridad mesiánica, y que Él conduce al Padre. Francisco ve y gusta el pan y el vino que santifican las palabras conmemorativas de la Cena que el sacerdote pronuncia. Pero ninguno de los dos está dispensado, por lo tanto, de la realidad profunda y humanamente inaccesible que estos signos desvelan a la vez que ocultan. ¿Para qué sirve, por lo tanto, la Encarnación del Hijo, el hacerse carne el Dios viviente, si el Emmanuel ("Dios con nosotros") no es más que un atisbo siempre huidizo, un signo a seguir nunca alcanzado? ¿Para qué sirve, por lo tanto, la eucaristía, esta continuación de la Encarnación a través de otros medios (sacramentales), si finalmente, no conduce más que a lo que representa? Es hermoso escuchar a Jesús como Felipe y sus amigos, poner sus pasos tras los suyos, deplorar su muerte en cruz, revivir de su resurrección, pero ¿después? Como Francisco, es hermoso mirar el pan y el vino, recibirlos con devoción, es hermoso recibir y meditar las "santas palabras" del Señor rumiando los evangelios y, más todavía, inspirarse para "seguir" al Maestro en el hoy de la itinerancia umbra, haciendo de la pobreza el hilo de oro de la fidelidad, pero ¿después? Todo esto es bello y bueno, pero ¿cómo acceder a lo inaccesible de la divinidad? Y ¿qué relación existe entre esta tarea humanamente imposible y la "sequela Christi", el "seguimiento" de Cristo que Francisco persigue, como Felipe y sus amigos, no tanto en la proximidad carnal del Hijo del hombre cuanto en la comunión eucarística? Para Francisco, si la tarea es clara: "seguir las doctrinas y las huellas de nuestro Señor Jesucristo" (1 R 1,2), obedecer a las "las palabras de nuestro Señor Jesucristo" (2CtaF 3), es decir las directrices de la fe y las prácticas sacramentales de la Iglesia, queda que, si bien esta fidelidad escrupulosa y amorosa es necesaria, esta no es menos impotente para franquear por ella misma la puerta del misterio central: Dios, la vida en Dios. Todo está en el fuego del Espíritu Ya que este interrogante es central en la Admonición, el hermano Tadeo Matura tiene toda la razón al escribir: «He aquí la frase central de la Admonición, que de alguna manera responde a todas las cuestiones planteadas hasta ahora y que proyecta sobre ellas una luz soberana: "Es el Espíritu del Señor, que habita en sus fieles, el que recibe el santísimo cuerpo y sangre del Señor"» (Adm 1,12).[1] Palabra que recuerda el poder de la fe en su persona que Cristo pone siempre por delante para asegurar la participación del discípulo en la vida de Dios: "En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago" (Jn 14,12). Lo que el mismo Juan dice en el prólogo de su evangelio: "Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios" (Jn 1,12-13). Digamos que este acercamiento de Dios por la sola fe, que provoca en nosotros el Espíritu, es como el a-b-c del cristianismo evangélico ("Ver y creer según el Evangelio y según Dios que Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios", Adm 1,8). Y es San Pablo quien da las fórmulas más radicales, por ejemplo en Romanos 5,1-2: "Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta gracia en la cual nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios". Sin sorprendernos más, constatamos que Francisco se sitúa en este punto central de la fe plenamente ortodoxa: "ver" a Dios, tener acceso a Dios, estar en paz con Él, es siempre la obra de Dios sólo, por la fe en Cristo, en el fuego del Espíritu. Es, por otra parte, lo que afirma en los versículos 5-7 de la Admonición: "El Padre habita en una luz inaccesible, y Dios es espíritu, y a Dios nadie lo ha visto jamás. Y no puede ser visto sino en el espíritu, porque el espíritu es el que vivifica; la carne no es de provecho en absoluto. Ni siquiera el Hijo es visto por nadie en lo que es igual al Padre, de forma distinta que el Padre, de forma distinta que el Espíritu Santo". Y es sin duda porque, en su gran deseo de "ver" a Dios, y en la eucaristía de "ver" a Cristo, está como angustiado existencialmente de estar, por desgracia, desasido del Espíritu, que hace caer sobre los "malditos" un duro juicio: "Por eso, todos los que vieron según la humanidad al Señor Jesús y no lo vieron ni creyeron, según el espíritu y la divinidad, que Él era el verdadero Hijo de Dios, quedaron condenados; del mismo modo ahora, todos los que ven el sacramento, que se consagra por las palabras del Señor sobre el altar por manos del sacerdote en forma de pan y vino, y no ven ni creen, según el espíritu y la divinidad, que es verdaderamente el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, están condenados..." (Adm 1,8-9). Expresa también, negativamente, la cuestión seria que reviste para él el sí o el no a la gracia de Dios: "¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal (segunda muerte) Bienaventurados aquellos a quienes encontrará en tu santísima voluntad..." (Cánt 13). Ciertamente, para él, todo se juega en y por Dios: "Amemos todos (...) al Señor Dios, que nos dio y nos da a todos nosotros todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida; (...) y por su sola misericordia nos salvará" (1 R 23,8). PERO DIOS SE HA HECHO IMITABLE "Quiero seguir la vida y pobreza del Señor" ¿No está dicho todo con lo que nos expone Francisco sobre el conocimiento de Dios y de su Hijo, por la fe, que sólo impulsa en nosotros el Espíritu? Sin embargo, el mensaje de la Admonición no se queda en este credo esencial. Queda la "sequela Christi", el "seguimiento de Cristo"; queda la última voluntad, recogida por Santa Clara en el capítulo VI de su Regla y que expresa el canto profundo que recorre toda la vida del Pobrecillo: "Yo, el hermano Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vida y la pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucristo y de su santísima Madre y perseverar en ella hasta el fin..." (UltVol 1). "La vida y pobreza de nuestro Señor", "las enseñanzas y las huellas del Señor", el Señor "nos dejó un ejemplo para que sigamos sus huellas": el tema es recurrente en Francisco, lo sabemos, pero en la 1.ª Admonición es altamente significativa una preocupación espiritual que no tiene comparación con la certeza que tiene el santo de no poder acceder a Dios más que por la fe y en gracia por el Espíritu. El buscador de Dios que es Francisco, si sabe y cree que su Dios no puede ser alcanzado más que en lo invisible, no cesa, sin embargo, de querer contemplarlo y estrecharlo al modo humano. Como los apóstoles y discípulos que seguían estrechamente al Maestro, hasta tocarlo, Francisco se une a su actitud y, para seguir a Jesús de cerca, recurre a los evangelios inspirándose en la ejemplaridad crística que desprenden ("La regla y vida de los hermanos menores es ésta: guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo", 2 R 1,1). Sobre todo, podemos añadir, porque se pasa de una imitación externa del escrito a un acercamiento concreto del Señor, por el medio de la devoción "a los santísimos Cuerpo y Sangre": "Y como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan consagrado" (Adm 1,19). La carne, el pan: siempre el Cuerpo. De este modo, para Francisco, la distancia que le separa del hombre Jesús es abolida, porque la presencia del Señor no se ha perdido en la gloria, sino que perdura en la eucaristía: "Y de esta manera está siempre el Señor con sus fieles" (Adm 1,22). Nada como este "tali modo", "de esta manera", expresa la fe de Francisco en la encarnación radical y definitiva del Hijo, es decir, en el acontecimiento fundador del cristianismo que, del lado que se le observe o se le mire, realiza el casamiento entre Dios y el hombre, Dios que asume un cuerpo como el nuestro en la persona sagrada e inaccesible del Hijo divino. De este modo, la "luz inaccesible" de Dios, queda plantada en el mundo: "La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1,9). En una palabra, el Verbo es inaccesible en su divinidad, es cierto, pero ¿no es para superar este obstáculo por lo que Él se ha hecho hombre? Reunirse con Dios en su pobreza Al leer a Francisco, no escapamos de esta certeza que le obsesiona y genera su deseo de "seguir" a Jesús a través de su definitiva presencia, real para los apóstoles, eucarísticamente real para él y para nosotros. La fe de Francisco, si se sabe y acepta como operación del Espíritu y, por lo tanto, en espíritu, no permanece menos irremediablemente humana, realista, ávida de tocar al Maestro imitándolo en lo que tiene de humanamente imitable y que constituye, en resumen, su expresión humana más evidente: la pobreza. "Empéñense todos los hermanos en seguir la humildad y pobreza de nuestro Señor Jesucristo (...). Y fue pobre y huésped y vivió de limosna tanto Él como la Virgen bienaventurada y sus discípulos" (1 R 9,1.5). A lo que se añade, como un calco, produciendo una especie de efecto estereoscópico conmovedor, la visión de Cristo pobre que continua siéndolo en la eucaristía: "¿Por qué no reconocéis la verdad y creéis en el Hijo de Dios? Ved que diariamente se humilla, como cuando desde el trono real descendió al seno de la Virgen; diariamente viene a nosotros Él mismo en humilde apariencia..." (Adm 1,15-18). Pobreza por pobreza: la eucaristía retoma literalmente la pobreza ontológica del Hijo ("El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo...", Flp 2,6-7 / "desde el trono real") y retoma su pobreza de condición humana ("Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza", Mt 8,20 / "en humilde apariencia") con el objetivo de evitar toda solución de continuidad entre el Pobre de Nazaret y el Pobre de pan y vino. Podemos, sin duda, concluir estas ideas diciendo que, para Francisco, la fe, tan espiritual en el sentido fuerte, es también imitativa y de conformidad: la fe se estructura sobre Cristo asido en las páginas del Evangelio y tocado/comido en la eucaristía: "El pan nuestro de cada día: tu amado Hijo nuestro Señor Jesucristo, dánosle hoy: para que recordemos, comprendamos y veneremos el amor que nos tuvo y cuanto por nosotros dijo, hizo y padeció" (ParPN 6). La fe de Francisco, es "quiero ver a Dios", pero también , "quiero tocarlo y alimentarme de Él". Aunque esta expresión, Francisco "alter Christus", (otro Cristo), choque con la sensibilidad reformada que rechaza todo lo que, en el catolicismo, le hace pensar en una materialización de lo divino y casi en la idolatría,[2] esta denominación aplicada tradicionalmente a Francisco,[3] a condición de relativizarla, expresa fuertemente la fe imitativa y de conformidad del Poverello que simbolizan los estigmas del Alverna. Por lo tanto, sin seguir en este punto todo el lirismo de un san Buenaventura que escribe: "La Cruz de Cristo (...), deja entrever con toda claridad y certeza el hecho de haber tú alcanzado finalmente el ápice de la perfección evangélica" (LM 13,10). Propósito forzado que modera bien sabiamente la 6.ª Admonición: "Reparemos todos los hermanos en el buen Pastor, que por salvar a sus ovejas soportó la pasión y la cruz (...). Por eso es grandemente vergonzoso para nosotros los servidores de Dios que los santos hicieron las obras, y nosotros, con narrarlas, queremos recibir gloria y honor" (Adm 6,1.3). TRAS LAS HUELLAS DEL ENCARNADO "Ecce Homo"... "Ecce Deus" Pilatos, sin saberlo, puede ser que sospechándolo, profetiza, designando al condenado que está siendo azotado y ridiculizado por sus esbirros, una palabra decisiva sobre el Encarnado, como figura emblemática de la verdadera humanidad según Dios: ¡"Ecce homo". Palabra en la que se encuentra como un eco, desvelando plenamente lo que hay detrás de este hombre, en apariencia el último de los hombres, y sin embargo, según Pablo, el arquetipo del hombre: "Él es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas (...). Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero de todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud" (Col 1,15-16a; 18b-19). De suerte que, verdaderamente, se puede sustituir al "Ecce homo" de Pilatos, el "Ecce Deus" de la fe. Y es ciertamente ésta la actitud de Francisco, lo que funda en definitiva su "Yo quiero seguir la vida y la pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucristo" de su última voluntad (a santa Clara). Iluminado por el Espíritu, descifra en el rostro que coronan las espinas el santo rostro de su Dios; en el cuerpo crucificado, al Hombre-Dios. Esto es decir que, al mismo tiempo que se busca lo inaccesible de Dios, se descubre la identidad de este Dios que se da, límpido, imitable, en el hombre de la cruz. Porque, paradoja propia de la fe, el Dios de los lejanos y de los desnudos revela su misterio en los trazos inhumanos del Crucificado y en la confusa banalidad y pobreza del pan/Cuerpo y del vino/Sangre. El Inaccesible viene a ser accesible en la vida y la pobreza de Jesús, que continúan, en el sacramento, los misterios del todo familiares de la eucaristía. Seguir a Cristo, una escuela de fe Lo que explica, creemos, que si la 1.ª Admonición está bien centrada en los aspectos sobrenaturales del conocimiento del Dios inaccesible y de su Hijo que lo es otro tanto, ésta está unida y como tramada por la búsqueda de la humanidad del Hijo que, en cuanto tal, dice algo esencial sobre Dios por el lenguaje del cuerpo y de la sangre dados por amor en la cruz. Para Francisco, si la "santa teología" y "todos los teólogos nos administran las santísimas palabras divinas, y nos administran espíritu y vida" (Test 13), existe otra vía de acceso, totalmente práctica, a esta verdad teológica, es la de la fidelidad de corazón y de comportamiento al camino humano de Jesús y a sus palabras. "Atengámonos, pues, a las palabras, vida y doctrina y al santo Evangelio de quien se dignó rogar por nosotros a su Padre y manifestarnos su nombre" (1 R 22,41). La "sequela Christi", el "seguimiento de Cristo", es, también ella, una escuela de fe, que nos hace entrar, cuerpo y corazón juntos, en la inteligencia de los misterios. Es esto mismo lo que expresa el último parágrafo de la Admonición: "¿Por qué no reconocéis la verdad y creéis en el Hijo de Dios?" (Adm 1,15). Francisco nos propone considerar en la fe los caminos de humanidad, de abajamiento y de pobreza, seguidos en su encarnación por el Hijo de Dios, y que hacen presentes, en el orden sacramental y según las mismas modalidades de pobreza, las realidades eucarísticas. Seguir al Hijo de Dios que se encarna "en el seno de la Virgen" y ahora en el "pan sagrado", para seguir a nuestro modo "cual peregrinos y forasteros,...en pobreza y humildad" (2 R 6,2) al Peregrino del absoluto que "nos ha dejado su ejemplo para que sigamos sus huellas". La "sequela", "el seguimiento", no es más que la fe hecha peregrina tras las huellas del Encarnado, a fin de entrar con Él, con paso humano, en la bienaventuranza de Dios. Fe y "sequela" son indisociables. Por el Encarnado es como se entra en el Invisible. N O T A S: [1] Tadeo Matura, OFM, En oración con Francisco de Asís (Col. Hno. Francisco, n.º 29). Oñati (Guipúzcoa), Ed. Franciscana Aránzazu, 1995, p. 105. [2] "La oposición entre la Reforma y la Iglesia católica se enraíza en la incapacidad de entenderse a propósito del vínculo entre lo visible y lo invisible. La Reforma es tentada de comprender su separación como la sustancia del vínculo. La Iglesia católica, por el contrario, afirma con convicción la articulación presente entre lo visible y lo invisible de Dios" (Christian Duquoc, O.P., "Je crois en l'Église", Précarieté institutionnelle et Règne de Dieu, París, Le Cerf, 1999, p. 159. [3] Cf. Los Actus beati Francisci et sociorum ejus (hacia 1330), original latín de las Florecillas, en el capítulo 6 donde parece ser que la expresión aparece por primera vez: "in quibusdam fuit quasi alter Christus" ("que fue, en algunos puntos, casi un otro Cristo"). ¡No se puede ser más matizado! [En Selecciones de Franciscanismo, vol. XXXIV, núm. 101 (2005) 177-184] |
|