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DIRECTORIO FRANCISCANOESTUDIOS SOBRE LOS ESCRITOS
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Igualmente, cuando se redactó la Regla, siguió considerándose parte de la vida: no se convirtió en el código minucioso que elenca hasta las más pequeñas prescripciones de la vida fraterna. Así por ejemplo, es evidente que no se preocupa de todos aquellos detalles que la vida de la Orden había ya regulado en la práctica cotidiana (Esser). Por esta razón, encontramos en las fuentes diversas normas o costumbres que no se mencionan en la Regla. Por ejemplo: las prescripciones del Testamento acerca de las palabras y nombres sagrados; el culto eucarístico, del que tratan casi todas las Cartas; los deberes y derechos de los superiores, de los que la Regla dice bien poco; etc. Otra idea es que la Regla no apaga ni coarta la vida sino que la anima con sus aperturas vitales: el afecto fraterno descrito en el cap. VI, las libertades concedidas a los hermanos, las exhortaciones espirituales, etc. Más aún, la Regla se entronca en la vida como factor de espiritualidad y por tanto supera la normativa estrictamente jurídica, aunque la presupone, como las leyes fundamentales de la Iglesia, como las voluntades y los mandatos de Superiores y Capítulos, en fuerza de la profesión religiosa. En este sentido podemos decir que la Regla asume también una función instrumental para la traducción del Evangelio a normas generales de aplicación (directrices de vida) en toda la familia, que después la «vida» llevará aún más adelante en cada actuación sobre el plano temporal-local, hasta las dimensiones individuales y las de cada fraternidad. Ahora bien, la Regla ha sido todo eso, tanto durante la vida del Seráfico Padre, como en los siglos sucesivos hasta nuestros días. Pero las actitudes para utilizar su mediación y su instrumentalidad han sido diversas. Cada época ha sabido leer la Regla a su manera. Y naturalmente, hoy también hay una forma y un modo que responden a nuestra mentalidad. Esto es lo que quisiéramos precisar en el presente estudio. I. LA REGLA Y SUS EXPOSICIONES En cuanto al modo de aproximarse hoy a la lectura de la Regla, conviene tener presente una observación previa: precisamente en estos últimos decenios se ha realizado el paso formidable del método de «lectura» que llamaremos jurídico-canónico, al que podríamos definir histórico-espiritual. 1. EXPOSICIONES DE «VIEJO ESTILO» Se trata en general de reediciones o adaptaciones de exposiciones anteriores, algunas con decenios sobre las espaldas, pero que habían hecho fortuna en el pasado y que han llegado en nuestro tiempo a un considerable número de ediciones. Así por ejemplo: la del P. Pacífico Monza, de principios de siglo; el Liber vitae del P. Katzenberger, publicado por primera vez en 1734, y adaptado a los tiempos modernos por el P. Iglesias; la del P. Engelberto de Scheyern y la del P. Bianchini. Entre las exposiciones «nuevas», pero de estilo tradicional, tenemos la del P. Benettoni, con finalidad y propósitos prácticos, basada en los autores comunes y encuadrada en las CC. GG. de 1954. Original, en cambio, es la del capuchino Bernardino de Sena, que fue bien acogida por la crítica; sin embargo, cuando en 1959 se publicó la segunda edición italiana, la reseña de la Bibliographia Franciscana (XII, n. 227) empieza con este inciso: «Aunque la exposición prevalentemente jurídica de este "libro de vida" apenas convenga a la intención sobre todo espiritual del Seráfico Padre... »; lo que era el signo evidente del cambio ya realizado en los gustos y valoraciones, que han dado paso al «nuevo curso» que hemos definido histórico-espiritual. 2. EL «NUEVO CURSO» El cambio no se produjo de repente. Entre los precursores del nuevo método podemos señalar al P. Van den Luur, cuya exposición de la Regla, publicada en 1948, está ya impregnada del nuevo espíritu. En la primera sección estudia la conexión (que después encontrará eco en la doctrina del Vaticano II sobre la vida religiosa) entre vida cristiana, religiosa y franciscana; en la segunda, destaca y valora los rasgos del espíritu de S. Francisco, de la Orden y de la Regla; en la tercera, finalmente, ofrece una exposición temática de la Regla en sus orientaciones de fondo (Evangelio, penitencia, fraternidad, eclesialidad), en el signo distintivo de la Orden que es la minoridad, y en los aspectos más propiamente religiosos de la oración, apostolado, consejos evangélicos. Ya en su introducción lanzaba la piedra sobre la tradición precedente de la Orden: «Después de la gran lucha desarrollada en el seno de la Orden sobre el carácter obligatorio de la Regla y de las consiguientes declaraciones pontificias, la Regla ha sido considerada, por desgracia, durante tanto tiempo, casi exclusivamente como un documento de derecho eclesiástico, como una colección de prescripciones obligatorias bajo pena de pecado. De hecho, los comentarios tradicionales se detienen con excesiva facilidad en el aspecto exclusivamente moral-teológico, jurídico y casuístico; todo el acento recae sobre el deber a cumplir, y se prestaba demasiada poca atención al compromiso de vida, a la vocación y misión, que deben cumplirse y realizarse con amor para llegar más cerca de Dios». En 1950, bajo el título Renacimiento de la Regla franciscana, el P. Elmar Wagner, conocido por su estudio sobre la historia de las CC. GG., planteaba con toda modernidad una serie de problemas; pero no todo el público italiano, al que se destinaban sus artículos, estaba preparado para acogerlos, y llegaron a provocar polémicas acaloradas. En 1952 y 53 salieron cuatro de los seis volúmenes programados del P. Antonio Garra que tenían como título general: La meta del Serafín. A pesar de sus defectos, «son fruto del trabajo constante y de la asidua meditación de la Regla, por cuanto ésta es el fundamento principal y la forma más propia de la espiritualidad nativa que distingue a la Orden franciscana de los demás institutos religiosos en la Iglesia, y le da como su propia fisonomía». Los volúmenes III y IV, que debían tratar de la Regla como legislación fundamental y disciplinar, no vieron la luz; lo que no deja de ser significativo. En manos de otro autor, las ideas y orientaciones del P. Garra hubiesen podido dar una obra de capital importancia y de influjo decisivo; pero... 3. EL «WERKBUCH» Tal fortuna estaba reservada a otra obra, en colaboración, publicada en 1955: Werkbuch zur Regel des hl. Franziskus, que se ha traducido a las principales lenguas, (no, al castellano). No se trata de un trabajo orgánico dividido en partes confiadas a diversos autores, sino de aportaciones y estudios diferentes, inspirados en una orientación fundamental común, pero autónomos recíprocamente, y que, si bien son complementarios, cada uno parte de una óptica propia. «Representa un ensayo -dice la presentación italiana- para iniciar, partiendo de diversas posiciones, un estudio sobre la Regla entendida como libro de vida». Ese iniciar tiene sabor muy polémico contra el llamado juridicismo que, en las páginas anteriores de dicha presentación, es considerado prevalente hasta entonces en las exposiciones de la Regla, y juzgado vacío de mordiente para nuestra sensibilidad. El nivel de los estudios es altamente cualificado y está justificada la afirmación de que se trata de material de estudio elaborado y presentado como introducción para abordar la espiritualidad franciscana de la Regla a nivel científico. Se trata de cinco aportaciones que vale la pena señalar por separado. En la primera parte (Historia de la Regla y de su observancia en la Orden), debida al P. Hardick, se examinan objetivamente los problemas de los orígenes de la Regla en sus distintas fases y en el marco histórico, los problemas relativos a la observancia y al desarrollo interpretativo de la misma durante todo el siglo XIII. Más breve es la segunda parte (La Regla franciscana a la luz de las declaraciones pontificias vigentes), cuyo autor es el P. Terschlüssen. La parte principal y más vital del volumen es ciertamente la tercera, obra del P. Esser: «Melius catholice observemus». Exposición de la Regla a la luz de los Escritos y de las palabras de S. Francisco. Capítulo por capítulo, punto por punto, estudia la Regla a la luz de las palabras, Escritos y mentalidad de S. Francisco. Complemento del trabajo del P. Esser puede considerarse la parte IV (Valor vital de la Regla en nuestros días), en la que E. Scheffer, siguiendo el mismo sistema de análisis, reflexiona con agudeza sobre relevantes constataciones de hecho y sobre premisas teológicas, que se habrían ciertamente enriquecido con la perspectiva conciliar y con las subsiguientes orientaciones de búsqueda y actuación del carisma franciscano en la literatura sobre nuestra espiritualidad. La parte V, debida también al P. Esser, recoge las reflexiones finales. Si este volumen, en lugar del 1955, llevase la fecha de 1974, es decir, si hubiese podido utilizar la experiencia y la doctrina del Concilio, y la evolución de la mentalidad de las diversas familias de la I Orden, con los Capítulos y postcapítulos de aggiornamento, podría haber sido de veras el «manual» franciscano de la Regla para toda nuestra generación. De todas formas, podremos siempre decir que ha tenido una influencia determinante precisamente en esta evolución de mentalidad y de concepciones; y también esto es un gran mérito. 4. DESPUÉS DEL «WERKBUCH» El librito de K. Esser, aparecido en 1965 y que originariamente era una conferencia: La Regla definitiva de los Hermanos Menores a la luz de las recientes investigaciones (en Cuadernos Franciscanos de Renovación = CFR, 2, 1969, 69-116, y en El Franciscanismo en renovación, Madrid 1970, pp. 123-161), constituye asimismo un ensayo y premisa para llevar a cabo de forma global una exposición de la Regla según las perspectivas modernas; en él se hace «un análisis de la Regla definitiva, encuadrada profundamente en el marco histórico-filológico, de tal modo que el "conocimiento perfecto" de la Regla en el contexto de los orígenes llegue a ser vital en la búsqueda y actuación de la renovación del carisma franciscano, estimulada por el Vaticano II». La obra del P. Matanic, publicada en 1967: Cumplir el Evangelio. Comentario literal y espiritual de la Regla de S. Francisco, está en plena conformidad con estas orientaciones y se mantiene al alto nivel de la cultura franciscana y de la historia de la espiritualidad católica que posee el autor. La temática de los capítulos podría parecer tradicional, pero el modo de tratarla bajo los aspectos histórico-literal, moral y espiritual, con la referencia continua a la persona de S. Francisco y a las fuentes, pertenece por completo al «nuevo curso». La cierta indiferencia con que ha sido acogida en el ambiente pedagógico-formativo italiano, indica que todavía es necesario desarrollar una catequesis al respecto. El nuevo estilo expositivo de la Regla y la aproximación vital a la misma se reflejan incluso en los estudios estrictamente jurídicos, evidenciando así una sensibilidad nueva y un esfuerzo por componer la tradición jurídica con las nuevas orientaciones. Ejemplo de ello es el estudio del P. Boni sobre la obligatoriedad de los preceptos de la Regla: Disciplina religiosa y aggiornamento conciliar; y también, aunque con perspectiva histórica, el trabajo del P. Elizondo sobre los preceptos equipolentes. Hay diversos artículos en los que se estudia de forma global el carácter espiritual de la Regla, así como también los aspectos prácticos y concretos. [Con posterioridad el P. Garrido publicó: La forma de vida franciscana. Introducción teológica a la Regla de san Francisco de Asís (Aránzazu 1975). El P. Peteiro, en Selecciones de Franciscanismo, n. 10 (1975) 95-97, comenta brevemente la estructura de la obra, el nuevo modo de comentar y la aportación de la misma en este campo]. II. LAS «OPCIONES FUNDAMENTALES
1. LA PUERTA DE INGRESO: SAN FRANCISCO Respecto a nuestra Vida y Regla, Francisco es para nosotros la puerta de ingreso, como lo fue para sus primeros compañeros, a quienes sirvió de ocasión para descubrir y tomar conciencia de la propia vocación. Con frecuencia hemos expresado la idea de que él es la encarnación viva, la exposición encarnada de la Regla y Vida franciscana. Tal concepción puede considerarse enraizada en la «providencialidad» con que Francisco aparece en el escenario de la historia, proclamada en la visión teológica del prólogo de la Leyenda Mayor de S. Buenaventura. Esta providencialidad, que hoy, al filo de la teología conciliar, llamamos carisma, está en la base de una comprensión de S. Francisco según la cual el Poverello tiene una misión profética a desempeñar en la Iglesia, que en términos de ruptura podría igualmente llamarse «contestación», siempre que no se la confunda con el sentido tan preciso y cualificado que tiene hoy el término, sino que se la identifique más bien con el sentido evangélico de ruptura proclamado en las Bienaventuranzas. Cf. W. van Dijk: El franciscanismo, contestación permanente en la Iglesia, en Selec Franc n. 3 (1972), 31-45; ver también los artículos del n. 9, 1974, de la misma Revista y los estudios citados en su pág. 248. O. Schreuder: Institución y carisma, en CFR 1 (1968) 127-147, reproducido en El Franciscanismo en renovación, pp. 47-63. Mediante S. Francisco, las opciones fundamentales del franciscanismo se encuadran en la vida religiosa. Este fue el sentido de la Orden desde sus orígenes, una vida religiosa, pero que tiene, sin embargo, sus características bien marcadas: los consejos evangélicos, siendo los mismos, se viven desde perspectivas propias; la vida común y fraterna asume un tono particular, del que están impregnadas las mismas estructuras organizativas. Cf. P. Beguin: La vida religiosa franciscana, en CFR 5 (1972) 131-172; S. López: El carisma franciscano, en Ver Vid 30 (1972) 109-141 y 323-360. Ver también: La Vocación de la Orden hoy, en Selec Franc n. 6 (1974) 281 y ss. Esta inserción en la vida religiosa respira, sin embargo, el aire de la atmósfera más amplia de la espiritualidad franciscana. Es la misma espiritualidad franciscana encarnada en una forma de vida que según la mente de S. Francisco era la expresión más elevada de la vocación evangélica percibida y actuada por él. La perspectiva espiritual nos lleva al ámbito eminentemente personal y de conciencia, lo que da una nueva dimensión incluso al estudio de la Regla, porque se perfila la posibilidad de superar la tensión entre letra y espíritu. Cf. I. Omaechevarría: El «espíritu» en la Regla y Vida de los Hermanos Menores, en Selec Franc n. 8 (1974) 192-211. Dentro de estos límites de la misión-carisma de S. Francisco, y de su elección de una espiritualidad, se sitúa el estudio de las llamadas «opciones fundamentales», que los autores denominan, identifican y coordinan de diversas maneras. Hemos de hacer neta distinción entre el concepto teórico, llamémoslo así, de una opción fundamental (v. g.: la opción eclesial) y su actuación práctica mediante las varias virtudes que expresa tal opción en la vida real. Los autores, decíamos, tratan de diferentes maneras estos elementos. En el pasado se llamaban ideas o ideales de S. Francisco, y bajo tales denominaciones se recogían todos los aspectos que caracterizan el movimiento y el espíritu franciscano. Se detenían principalmente en los aspectos de la imitación de Cristo, de la vida según el Evangelio, de la piedad seráfica, de la eminente pobreza. Con los autores más recientes se vienen esclareciendo y determinando cada vez más algunas constantes que tomamos como indicativos «signos de los tiempos». Hardick, resumiendo las observaciones hechas en torno al desarrollo de la Regla y a su primitiva observancia, se detiene en estos puntos: legislación, fraternidad, pobreza, binomio clérigos-laicos, oración, trabajo. Esser, en algunos estudios, destaca los siguientes elementos: Evangelio, Iglesia, fraternidad-minoridad, apertura a la intervención del Espíritu o carisma; véase en este mismo número su artículo: Características y espiritualidad de la Regla. En la síntesis conclusiva del Werkbuch, señala éstos: separación del mundo, imitación de Cristo, pobreza y humildad franciscana, Iglesia, respuesta a las exigencias y necesidades de nuestro tiempo. Y en otro lugar: vida de penitencia, vida según el Evangelio, apostolado y predicación, pobreza, trabajo y limosna, fraternidad. Partiendo de éstos y de otros autores, y continuando una reflexión que aún no hemos concluido, hemos llegado a clasificar algunos grupos de estas opciones fundamentales. Cf. A. Ghinato: Orientaciones actuales de la literatura sobre S. Francisco, en Selec Franc n. 1 (1972) 26-32; La espiritualidad franciscana hoy, ibíd., n. 8 (1974) 226-232. Aquí nos detenemos en aquéllas que por el momento nos parecen más abarcadoras. 2. VIDA SEGÚN EL EVANGELIO Y VIDA DE PENITENCIA EN LA IGLESIA Que la vida franciscana sea evangélica es algo ya incontrovertible para todos los autores. El Evangelio está en las raíces de la vocación de S. Francisco y es el fundamento de la «Regla y Vida» de los Hermanos Menores, que puede definirse precisamente como una «vida evangélica» asentada en la realidad eclesial. Cuando Congar, en un estudio panorámico sobre S. Francisco, intentó definirlo, se expresó con la fórmula lapidaria: Peregrino del absoluto. El absoluto del Evangelio en la cristiandad. Cuando los primeros Hermanos aparecieron en los pueblecitos del centro de Italia, a la pregunta curiosa de la gente sobre quiénes eran y de dónde venían, respondían: «Somos hombres de la penitencia de la ciudad de Asís» (AP 19; TC 33-34). La penitencia es la actuación del mensaje evangélico, el ingresó en el Reino de Dios anunciado como próximo, al que se entra por una «metanoia» consagrada por el signo eficaz del bautismo. Por eso, desde los orígenes, se llamó lógicamente vida de penitencia a la vida franciscana, y «hacer penitencia» es ejercitar la vida franciscana en toda su extensión (Test 26: «Vayan a hacer penitencia...»). Es el primero de los elementos que enumera Esser en uno de sus estudios. Cf. L. Hardick: La vida de penitencia como servicio al Reino, en CFR 4 (1971) 97-105. Pero dado que la opción por el Evangelio, aunque se concretase en un género de vida «penitencial» (según toda la plenitud del término en la época de S. Francisco), podía servir de refugio a muchos que no sentían rectamente en la fe y no caminaban rectamente en el ámbito de la disciplina eclesiástica, la vida evangélica y penitencial franciscana toma su caracterización específica del hecho de ser actuada «en la Iglesia». Por esta razón, en lugar de enumerar la eclesialidad como una opción en sí, lo que se hacía en el pasado, la ponemos ahora como distintivo y cualificativo de la vida evangélica franciscana. El sentido eclesial de esta vida tiene el más amplio significado: pureza de doctrina, vínculo con la jerarquía, consagración a la expansión misionera del Reino, inserción en el pueblo de Dios. Los estudios dedicados a este tema son numerosos. CFR dedica un fascículo de 1973 (pp. 129ss) al sentido y al servicio eclesial franciscano. El estudio de M. Sancliméns: La vida franciscana, signo cristiano, en Estudios Franciscanos 68 (1967) 301-325, trata del sentido eclesial de la vida franciscana como reclamo escatológico en medio del pueblo de Dios. Matanic, hablando del dinamismo vital de la Regla, la presenta como la propia de una Orden que está al servicio de la Iglesia. 3. FRATERNIDAD Y MINORIDAD Quedamos gratamente sorprendidos cuando recientemente encontramos en S. Buenaventura los dos términos: fraternitas y minoritas, en aproximación integrativa, como manifestadores de la espiritualidad del Hermano Menor; hoy se habla y escribe tanto de ellos que uno tenía casi la impresión de que se habían descubierto en nuestros días. Se trata de dos componentes u opciones fundamentales de la vida franciscana que ahora no cesamos de proclamar, y quiera Dios que no sea para encubrir el vacío que de ellas tenemos en nuestra vida real. En el fondo, no es más que la terminología estampada en el nombre de Hermanos Menores que aparece al principio de la Regla (cf. 1Cel 38; 2R 1). La aproximación de los dos conceptos es frecuente en los análisis de los autores como signo comprensivo de la cualificación integral de nuestra familia. En otro lugar hemos puesto de relieve la relación mutua de los dos términos, vecina a la relación gramatical y filológica del apelativo «Hermanos Menores», o sea, la fraternidad es como el sustantivo o sujeto principal, y la minoridad como el calificativo y modalidad que hay que aplicar a la fraternidad: un estilo, en resumen. La «fraternitas», jurídicamente y en la historia de la vida religiosa, es una forma estructural de la comunidad, que se diferencia, por ejemplo, de la comunidad monástica; es un tipo de familia en el que prevalece el elemento horizontal de la igualdad entre sus miembros. Evidentemente, también en la mentalidad franciscana es de origen evangélico, como todos los elementos de la vida cristiana; pero al mismo tiempo, lleva claramente impresos en sí los rasgos de las vicisitudes históricas a través de las cuales se formó la primitiva fraternidad franciscana. Sus contenidos característicos son la constitución de una verdadera familia, la sensibilidad a la relación mutua de confianza, de colaboración, de servicio recíproco, con vínculos incluso afectivos que encuentran en 2R 6 expresiones conmovedoras. El repertorio de cuanto se habla y escribe hoy al respecto es rico, variado, precioso, sin que por ello, lamentablemente, notemos que disminuyan, en relación al pasado, las dificultades de su actuación plena. Cf. A. Quiñones: «Agápe» y verdad en Francisco de Asís, en Estudios Franciscanos 72 (1971) 329-336; P. Beguin: Trátense como miembros de una misma familia, en CFR 5 (1972) 65-67; A. M. Lunardi: Regla y vida de comunidad, ibíd., 69-73. Dentro del ámbito de la fraternidad franciscana se plantean en estos momentos (y por ello encajarían mejor en el estudio sobre la renovación) algunas cuestiones particulares que tienen por objeto el significado esencial de la fraternidad en el cuadro estructural, o sea: la igualdad de todos los miembros ante la Regla y la vida franciscana, con el problema, por ejemplo, de los clérigos y laicos, y el subsiguiente de la clericalización de la Orden. No menor amplitud deberíamos conceder a la «minoridad», que corresponde al sentido buscado por S. Francisco cuando aplicó a sus hermanos el apelativo de «Minores», con un evidente reclamo evangélico. Una puesta a punto sobre sus exactas dimensiones la constituye el artículo de Beguin: La minoridad franciscana, en CFR 2 (1969) 159-169, y en El Franc. en renov., 163-171. Kloppenburg, en su artículo: El Minorismo en la Fraternidad franciscana, en CFR 2 (1969) 147-158, estudia la minoridad en su relación directa con la fraternidad, como estilo de vida según lo que hemos dicho hace poco. Antes de que recientemente se hablase de minoridad, su contenido se expresaba con el término «pobreza» tomado en sentido «enriquecido» (usando la terminología nuclear), es decir, en el sentido pleno de desapego universal de las cosas y de sí mismo, con todas las conexiones internas y externas que esto lleva consigo. No consideramos oportuno separar el concepto de pobreza de la minoridad, al menos para algunos aspectos fundamentales. En otros lugares los hemos estudiado y los estudiaremos; aquí mantenemos la perspectiva de la pobreza como «opción fundamental» de la vida franciscana. En este sentido la considera Esser en diversos trabajos. Mitterrutzner, basándose en las fuentes del s. XIII, intenta iluminar el concepto de pobreza en S. Francisco a todos los niveles. Bernards, con un análisis del sentido original (patrístico) y aplicado (franciscano) de la frase: «Desnudo seguir a Cristo desnudo», que encontramos en las fuentes, centra su atención en la dimensión interna. Van Dijk, por su parte, se fija también en la dimensión exterior: Francisco rechaza la seguridad. Esta visual se completa con las observaciones del P. Esser sobre el sentido de la «necesidad» como condicionamiento y límite de la pobreza en el ámbito de la fraternidad franciscana. El P. Boni, aun refiriéndose a las dimensiones externas, la hace objeto de una profunda investigación histórico-jurídica en cuanto al sentido de la disponibilidad de los bienes económicos en la Iglesia y, consiguientemente, en la Orden, con particulares repercusiones en los problemas actuales; no todos aceptarán sus conclusiones. En su artículo: La pobreza franciscana en el contexto conciliar, en Estudios Franciscanos, 66 (1965) 145-175, el P. Ara considera la pobreza en sus dimensiones actuales, proyectándolas en el contexto de la teología actual, pero apoyándose, al propio tiempo, sobre conceptos-base fundados en las fuentes y en el conocimiento de los orígenes franciscanos. Como es evidente, nuestra pobreza, especialmente en su aspecto de testimonio, tiene también repercusiones sociales. Cf. J. J. Buirette: Sociedad de consumo y pobreza, en Selec Franc n. 4 (1973) 21-27, y otros artículos del mismo núm., así como algunos estudios del n. 9 de la misma revista. 4. LA OPCIÓN APOSTÓLICA El aspecto «apostólico», en sus múltiples significados, es otra de las opciones fundamentales y se expresa de varias formas: ejercicio del ministerio, ejemplaridad de vida, predicación apostólica, misiones, diversos servicios eclesiales, etc. Es una tarea y una misión de la Orden, como ponen de relieve los estudios especializados, si bien bastaría para constatarlo la comprensión intuitiva de cualquiera que se aproxime directamente al fenómeno franciscano. Cf. en este mismo núm. el artículo de L. Iriarte: La «vida apostólica» en la Regla franciscana. No hay dudas acerca de dónde está radicada esta opción fundamental: es el mismo espíritu de S. Francisco que tomó por norma de vida el programa de la Encarnación de Cristo, la salvación de los hombres, como nos demostró a través de todo su Evangelio. Cf. 1Cel 35; P. Anasagasti: Francisco de Asís busca al hombre, Bilbao 1964; F. Mac Mahon: Fundamentos del Apostolado franciscano, en CFR 4 (1971) 107-116. Sobre las formas del apostolado franciscano tenemos indicaciones claras en los Escritos de S. Francisco, especialmente en las Reglas. Cf. C. Hummes: La vida apostólica de la Orden de Hermanos Menores, en CFR 4 (1971) 85-96, y el artículo de Iriarte. Cual sea el campo del apostolado franciscano, es una cuestión que, puesto el principio de su fundamentación evangélica en la ejemplaridad de Cristo, no deja espacio a dudas respecto a su dimensión universal: «Han sido enviados por todo el mundo», dice de sus hermanos S. Francisco al Card. Hugolino (EP 65). Hoy, sin embargo, se acentúa con preferencia el sentido apostólico de la vida franciscana en la línea de una más profunda inserción y compromiso en el mundo de los hombres, especialmente de los más pobres. Cf. P. Jaminet: Apostolado entre los pobres, en CFR 2 (1969) 243-253; también los nn. 4 y 9 de Selec Franc, y el documento sobre «La Vocación de la Orden hoy», en Selec Franc n. 6 (1974) 285-291. 5. MISIÓN Y MANDATO ¿Es posible intentar una síntesis de todos los elementos de la vida franciscana que saltan a la vista en la Regla, buscar una fórmula única que los comprenda y exprese todos? Este es uno de los interrogantes que nos hemos planteado desde hace tiempo y sobre el que seguimos reflexionando con asiduidad. Nos parece que sustancialmente lo hemos respondido al unir entre sí estos elementos: Vida evangélica de penitencia en la Iglesia. Consideramos como un intento de síntesis en un concepto unitario el libro del P. M. Conti: La misión de los Apóstoles en la Regla franciscana (cf. Selec Franc n. 7 [1974] 99-100). Si bien limitado a la experiencia vivida por los Hermanos Menores y sin profundizar en todas las ramificaciones y componentes de la «misión apostólica» acogidas en la Regla, examina de manera nueva, es decir, siguiendo estrictamente una visual bíblica, teológica y devotamente apasionada, el sentido, las dimensiones, los contenidos del mandato apostólico recogido en Mt 10,7-15. Es sorprendente la riqueza de elementos que se descubre allí; aunque también la linealidad casi simplista con que se reflejan en la actuación franciscana. Que el texto fundamental de la misión de los Apóstoles como lo insinúan ya las fuentes históricas y biográficas del Santo (1Cel 22; 2Cel 15; LM 3,1.3; Test, etc.), sea el punto clave para la interpretación del sentido total y real de la Regla, y aun antes que de la Regla, de la vida franciscana, si no en todas las palabras, sí al menos en todos los conceptos, lo pone en evidencia un diligente análisis de la temática de la Regla. De tal análisis, que se extiende también a la identificación de los valores comunes a toda vida cristiana y religiosa, resulta obvio que el núcleo de la misión apostólica se convierte a su vez en el propio y característico servicio eclesial de la Orden, confirmado luego por el mandato apostólico de Inocencio III «de predicar la penitencia» (1Cel 33). La «misión» se actúa particularmente en la predicación apostólica; a ella sirve el «equipaje» apostólico indicado en el Evangelio de la misión y en las fuentes, constituido especialmente por la pobreza, el desapego de los bienes y, al mismo tiempo, el uso de cuanto es necesario para el propio sustento y ministerio, llevando siempre consigo el don de la paz (el «paz y bien» del saludo franciscano tiene muchas resonancias bíblicas; cf. A. G. Lamadrid: «Paz y Bien», en Selec Franc n. 9, 1974, 249-262). A la tipología de esta misión apostólica deben adecuarse todos los demás elementos de la vida franciscana: oración, formación... Aquí nos hubiese gustado poder añadir un denso «etcétera» que significase que son otros muchos los temas desarrollados; pero el libro acaba aquí. La belleza, la convicción, la fuerza de persuasión que lo animan, nos harían desear que la misma luz bíblico-franciscana se hubiese proyectado a todos los componentes de la vida de los Hermanos Menores. Esta limitación es lo que más lamentamos en este libro. III. DIRECTRICES PARA LA LECTURA 1. RECTA INTELIGENCIA DEL TEXTO
Esser ha propuesto una lectura sin tales fraccionamientos, dividiendo todo el texto en cuarenta breves párrafos sucesivos. La lógica de S. Francisco sigue una sucesión «psicológica» de pensamientos, que tocan los contenidos según una yuxtaposición «real» de los mismos que podríamos llamar «concreto-asociativa». He aquí un ejemplo referente a los dos primeros capítulos: 1. Definición de la vida franciscana y sentido de la Regla («La Regla y Vida...»). 2. Al sentido de la vida franciscana sigue su constitución fundamental que descansa sobre el pedestal de la Autoridad, tanto de la Iglesia como de la Orden («El Hermano Francisco promete...»). 3. ¿Cómo se entra en esta vida? El modo real es éste: se pide al Superior («Si alguno quisiere...»). 4. ¿Qué deben hacer los Superiores? Examinarlos acerca de su rectitud, idoneidad, y exponerles el proyecto de nuestra vida («Los Ministros examinínenlos... »). 5. El pensamiento de la distribución de sus bienes a los pobres hace volver la atención al peligro de que surja en los mismos Superiores algún deseo interesado («Y guárdense los hermanos...»). 6. La inspiración del Señor, en cuanto debe ser captada, podría dar ocasión a perplejidades; en tal caso, ayúdenles a aconsejarse según Dios («Mas, si pidieren consejo...»). 7. Llevada a cabo esta liberación preliminar, concédaseles el hábito de la prueba («Después concédanles...»). 8. Terminada la prueba, la profesión («Acabado el año de probación...»). 9. Emitida la profesión, hay que evitar el peligro de volver sobre los propios pasos («Y de ningún modo...»). 10. Descartado el pensamiento de quien pudiera desmayarse, se pasa a normalizar la vida de los que han profesado y, en primer lugar, la «forma exterior», el vestido («Y los que ya prometieron obediencia...). 11. Mas viéndose ataviados tan pobremente, no sientan el orgullo de haber hecho una elección generosa, ni desprecien a los demás del mundo que no hacen como ellos («A los cuales amonesto...»). Como se ve las «cosas» corren una detrás de la otra de manera singular y característica. La división en capítulos había suprimido o oscurecido la ligazón de los diversos puntos. 2. ORIENTACIONES DE VIDA Las directrices para la vida las captamos en la identificación y descubrimiento de la intención de San Francisco a propósito de cada uno de los temas, a fin de luego sumergirnos completamente en su sentido espiritual y saberlos actuar, aun cuando hoy estuviese superada su expresión y contenido literal. El P. Esser hace notar que en el pasado los obstáculos para una recta inteligencia de este estilo nacían principalmente del predominio: a) de la leyenda, con sus ideas erradas sobre la composición de la Regla, su revelación, la intervención de la Santa Sede, el influjo negativo de los Ministros, etc.; b) de la ascesis, con interpretaciones hechas a la medida de las Reglas de diversas Ordenes Monásticas, o que saben a formalismo, como podría verificarse en diferentes pasajes del Espejo de Perfección; c) de la mentalidad jurídica, que se desarrolló inmediatamente después de la muerte de S. Francisco, a partir de la bula «Quo elongati» de 1230, para llegar sucesivamente a todas las cuestiones de las Declaraciones pontificias, de la obligatoriedad de los preceptos, etc. No basta liberarse de estos handicaps para alcanzar las mejores disposiciones con que afrontar la lectura de la Regla; tales disposiciones requieren además una segunda fase positiva: querer de veras percibir y descubrir el sentido de S. Francisco; o sea, la voluntad de encontrar en la Regla, aunque algunas de sus prescripciones hayan quedado superadas por los sucesos, un estímulo actual de auténtica vida franciscana; la voluntad de observar en la plenitud de su sentido literal-espiritual, hasta donde sea posible, cuanto permanece siempre espiritual y vital (la llamada interpretación del «contexto vital»); etc. IV. LOS CONTENIDOS DE LA REGLA Más que una lectura propia y verdadera, intentamos presentar un «índice de lectura». Es decir, no analizamos los capítulos y párrafos de la Regla, sino que, partiendo de ellos, destacaremos los temas y problemas que se originan de los mismos. Para mejor comprender nuestra exposición, recomendamos a los lectores que tengan a la vista el texto de la Regla. 1. Cap. 1: En nombre del Señor comienza la vida de los Hermanos Menores Capítulo fundamental. Plantea todos los temas básicos de la vida franciscana, que parcialmente hemos indicado al tratar de las opciones fundamentales. También hemos subrayado más arriba la consecutio de las ideas. Temática tratada por los autores: una vida, según el Evangelio, en la Iglesia de Roma (Esser). Regla y vida, observancia del Evangelio, obediencia y reverencia al Papa y a la Iglesia de Roma (Scheffer). «Hermanos Menores», fundamento evangélico, obligación de los votos prometidos, obediencia al Papa y a la Iglesia de Roma (Matanic). Temas y problemas: 1.º- Regla y Vida: se trata ante todo de una «vida» que precedió a una Regla, y de una Regla que no sustituye a la vida ni está destinada a reprimirla, sino más bien a esclarecerla y orientarla, a fijar algunas de sus exigencias fundamentales, con la añadidura de indicaciones no tan fundamentales, pero siempre espiritualmente orientadoras; trata también de cerrar la puerta a evasiones o desviaciones. 2.º- Regla y Evangelio: es una relación en la que debe profundizarse ampliamente. 3.º- Regla y vida religiosa, con la «elección» de los consejos evangélicos, cuyo contenido se distribuirá además en varios de los capítulos o párrafos siguientes. 4.º- Regla y vida de S. Francisco: es un problema implícito en el sentido de que la Regla nos viene a través de S. Francisco, quien recibió la inspiración divina y es la interpretación auténtica y «encarnada» de la Regla. 5.º- Regla e Iglesia, tema ya enunciado entre las opciones fundamentales, como también el siguiente y otros de este capítulo. 6.º- Fraternidad y minoridad, como calificativos propios de la familia franciscana. 7.º- Un problema que los resume y comprende todos podría ser: la vocación de la Orden y su carisma propio. Este es el tema del Documento fundamental del Capítulo de Madrid, 1973: La vocación de la Orden hoy, en Selec Franc n. 6 (1973) 281 ss. Como se ve, indicamos brevemente los contenidos que podrían desarrollarse ampliamente. 2. Cap. II: De aquellos que quieren tomar esta vida... Singularmente denso es este capítulo. Ya hemos apuntado anteriormente la sucesión de pensamientos del mismo. Temas y problemas: 1.º- La vocación individual. En la Regla no bulada se exigía explícitamente la «divina inspiración». Aquí queda implícita en la «voluntad», como recordando el acontecimiento personal de la «decisión» de la propia voluntad al que Francisco llegó a través de una larga crisis. 2.º- A semejante problema se aproxima hoy el de la búsqueda de las vocaciones. Podríamos preguntarnos si para S. Francisco existió este problema. Ciertamente no, explícita y técnicamente planteado. Pero ya había entonces un cierto proselitismo: habrían deseado, dicen las fuentes, que todos se hiciesen Hermanos; tanto era el amor y el gozo por la nueva vida abrazada (cf. 1Cel 27, 31, etc.; TC 9, 11, etc.). Y si tal era el deseo del alma, no les faltarían por cierto palabras ni ocasiones para expresarlo. El episodio de S. Francisco y del caballero de Rieti puede tener, al menos, un valor simbólico (Flor 37). Cf. W. Kempf: Las vocaciones, su búsqueda y selección, en CFR 2 (1969) 3-10. 3.º- La admisión y sus problemas. La Regla nos señala las directrices generales del proceso de admisión: examen de la segura catolicidad del candidato, de la libertad de vínculos obstaculizantes; propósito de una libre elección evangélica por parte del postulante, que acepta la palabra del Evangelio, y admisión por parte de la Orden; atención de ésta a no ser «solícita de sus cosas temporales». 4.º- El Noviciado. En la Regla puede observarse una actitud bondadosa y algo elástica hacia los novicios. Las prescripciones, además de presuponer el Noviciado en la Regla de 1221 por mandato apostólico, parecen referirse únicamente a los vestidos, dejando a los Superiores cierta libertad de aplicación. Hoy apuntaríamos más hacia la formación. Este es uno de los problemas cuyo planteamiento en el terreno histórico se investiga y orienta, más que sobre la Regla, sobre el «contexto vital». Cf. T. Matura: Problemas de iniciación a la vida franciscana, en CFR 5 (1972) 173-177. C. Koser: Vocación y formación a la vida franciscana, en Selec Franc n. 2 (1972) 27-71. 5.º- La Profesión: promesa hecha ante Dios y ante la Iglesia de observar «esta Vida y Regla», con carácter de perpetuidad por mandato eclesial para la Orden franciscana. Hay estudios que ponen de relieve los aspectos jurídico-litúrgicos, como el de L. Iriarte: El rito de la profesión, en Laurentianum 8 (1967) 178-212; otros, valoran los aspectos pedagógicos, por ejemplo, L. Iriarte: La profesión temporal, en Laurentianum 9 (1968) 113-126; De Ruiter intenta una verdadera exposición de los contenidos y valores de la vida y profesión religiosa. 6.º- Problemas conexos: a) El «convento» y la «Provincia». Son «Profesos» aquellos «que ya prometieron obediencia». Ahora bien, como problema conexo con la profesión tenemos que el entrar a formar parte integrante de la vida de la Orden es, sobre todo, aceptar la relación de obediencia entre personas. Es una dimensión nueva en la constitución del núcleo familiar de la vida religiosa en la Iglesia: ya no es el «monasterio» ni siquiera el «convento» (cf. K. Esser: Autoridad y obediencia, en Selec Franc n. 3, 1972, 17-30). Ni podemos acudir a un «contexto vital» precedente; recordemos la respuesta de Jordán de Giano a quien quería construirles un convento: «No hemos visto nunca un convento...» (Crónica n. 43). El convento es una evolución posterior. La Regla no conoce los «guardianes», en cuanto Superiores locales, sino los Custodios, los Ministros, las Provincias. La realidad comunitaria es la Provincia y la «fraternidad» general por medio de la Provincia. Cf. C. Koser: La Provincia, nuestra familia, en Selec Franc n. 2 (1972) 140-142. b) La «fraternidad». Excluido el convento, el problema se desplaza a la naturaleza de la comunidad franciscana y a su forma específica de «fraternidad». Cf. K. Esser: La comunidad fraterna, en CFR 1 (1968) 297-307. c) Igualdad y relación Clérigos-Laicos. La dimensión «fraterna» de la comunidad franciscana plantea de modo especial el problema «clérigos-laicos», del que ya hemos tratado más arriba. Cf. G. Baraúna: La promoción humana y cristiana de los hermanos no clérigos, en CFR 2 (1969) 25-63; A. R. Iraola: Derechos de los Hermanos, en Laurentianum 14 (1973) 279-295. 7º.- Los vestidos. El modo de vestir de los hermanos forma parte, por las prescripciones al respecto, de la opción fundamental apostólica, según el bello capítulo de Conti dedicado al «equipaje» del Apóstol. La Regla propone dos tipos: uno para los novicios y otro para los profesos. El sentido evangélico de la pobreza en el vestir se pone de relieve por la invitación a no enorgullecerse de haber tomado esta decisión (no se trata, por tanto, únicamente del vestido material en sí, que por cierto no tenía nada de «orgulloso», antes era su negación...), despreciando a los otros del mundo que no sólo no la toman, sino que además viven tal vez de manera completamente opuesta. La pobreza de los vestidos abre la puerta a la humildad y al conocimiento de sí mismo. Cada expresión de la Regla podría dar lugar a observaciones filológicas, histórico-jurídicas, de «contexto vital», etc. Indicaremos sólo algún ejemplo. Sabemos que en la Regla se suponen muchas cosas que existían en la vida práctica: la institución de los Ministros, el contenido del Noviciado, etc. El sentido de la presencia operante de Dios se señala con el recurso al «temerosos de Dios», o con el decidir «según Dios», etc. Cf. I. Omaechevarría: El «espíritu» en la Regla y Vida, en Selec Franc n. 8 (1974) 192-211. La intervención de los expertos, que revisaron la redacción de la Regla, se constata en la presencia de términos poco usuales en Francisco y que no aparecen en otros Escritos suyos: voto, monasterio, etcétera. 3. Cap. III: Del Oficio, del ayuno y de cómo deben ir por el mundo La sucesión de pensamientos se desarrolla así: ultimado el proceso para la «formación» de un verdadero Hermano Menor con la incardinación completa a la familia en la Profesión, se iluminan los diferentes deberes propios, comenzando por los característicos de la vida religiosa en la Iglesia de entonces: la oración pública y las prácticas penitenciales principalmente. Temas y problemas: 1.º- La oración pública, el Oficio divino. Resulta espontáneo volver la mirada a S. Francisco y a su actitud personal al tratar del Oficio divino, que comprendía en aquel tiempo también la Misa; así, por el «contexto vital», nos explicamos que en la Regla no haya disposiciones particulares al respecto; las habrá, sin embargo, en la Carta al Capítulo. El haber adoptado el Oficio «según el uso de la Curia de Roma» es expresión del sentido de catolicidad; la adopción del Salterio Galicano en lugar del Romano, como probablemente decían en los primeros tiempos, después que Inocencio III aprobase la Regla, es sentido práctico. Cf. Esser-Grau: Orar en comunión con 1a Iglesia, en Selec Franc n. 7 (1974) 57-62. Las fuentes documentan la forma de la recitación coral, aunque no vinculada al lugar del coro, sino hecha incluso por los caminos, que conservaba la disposición cronológica de las «horas» según el uso de la Curia romana. La idea de la «coralidad» del Oficio nos trae a la mente la del canto y la música: parece que S. Francisco no les era particularmente favorable. Los hermanos no-clérigos (en el doble sentido de la palabra: que no pertenecían al «clero» y que no eran instruidos) encontraban su oración común en la recitación del Padre nuestro, la oración del Evangelio, ya utilizada para tal fin en otros Institutos. Posiblemente ésta fue la forma primitiva de orar, cuando todavía no «eran clérigos», es decir, antes de la aprobación de Inocencio III. Aquí surge espontáneo el recuerdo de la Paráfrasis del Padre nuestro usada por S. Francisco. 2.º- La oración por los difuntos: completa el Oficio y es una nueva expresión de fraternidad efectiva. 3.º- Ayunos y abstinencias. Entramos en las prácticas «penitenciales» propias y características de la vida religiosa en general y particularmente de la monástica en aquel período. Cf. M. Erburu: El Fraile Menor ante los ayunos de la Regla, en Laurentianum 8 (1967) 512-525; F. Elizondo: Ayunos y abstinencias en la Regla franciscana, en Ius Seraphicum 1 (1955) 268-294. En torno a esta cuestión, aparte otras cosas, surgieron en 1219-1220 las dificultades y tensiones entre S. Francisco y el grupo de los hermanos ministros y «sapientes» (sentido o tendencia a la monaquización). La práctica ascética personal de S. Francisco va mucho más allá del compromiso religioso general y de la Regla en particular. Pero las fuentes nos recuerdan su moderación para con los otros y sus enseñanzas respecto al «hermano asno» (cf. 2Cel 129, 276ss). El sentido de responsabilidad dejado a la conciencia de los Hermanos en caso de «necesidad corporal», es muy propio de S. Francisco y conforme a su mentalidad. 4.º- El testimonio en el mundo. Las exposiciones de viejo estilo no daban excesivo relieve a los párrafos siguientes por considerarlos simples exhortaciones. Sin embargo, observa Esser, en este punto precisamente comienza de veras el cuerpo de la Regla: la animación de la «vida de los Hermanos Menores». El «cuando van por el mundo» es una expresión impregnada del sentido de una realidad existencial y de la condición de vida de los Hermanos Menores; mucho más que el opuesto inexistente en la Regla: «cuando están en el convento». El andar por el mundo es la situación más normal para su vida y actividad. Su presencia en el mundo debe constituir un testimonio de vida cristiana virtuosa; y es evidente que su comportamiento está inspirado en la misión de los Apóstoles: decir «Paz a esta casa»; comer «de todos los alimentos que les pongan delante». En coherencia con la minoridad, queda prohibido, al andar por el mundo, caballar, costumbre y privilegio de la nobleza, del alto clero, de la burguesía enriquecida. 5.º- Inserción en el mundo. Es un problema conexo, del que se habla particularmente hoy. También él forma parte de la «misión de los Apóstoles». 6.º- Igualmente, se plantea el problema opuesto: la «fuga del mundo» o el «retiro». El ejemplo de S. Francisco, que quería los habitáculos fuera de los muros de la ciudad o del burgo, pero suficientemente vecinos para poder actuar entre los hombres, nos indica su actitud general y el esfuerzo por conciliar las vertientes contemplativa y activa del espíritu franciscano. La reglamentación de la vida en los eremitorios indica claramente que se trata de situaciones particulares temporales. Cf. O. Schmucki: «El secreto de la soledad» y El programa contemplativo, en Selec Franc n. 8 (1974) 166-169 y 170-173. Tanto en la primera Regla como en el Testamento encontramos la misma ilación de pensamientos que en este capítulo, lo que es un indicio claro de que fue S. Francisco quien lo redactó. También hay que destacar en este capítulo la amplitud de miras; que supera el literalismo cuando, por la «necesidad» o por el deseo serio de no ser gravoso a los demás exigiendo alimentos especiales, permite la dispensa de dos preceptos. 4. Cap. IV: Que los hermanos no reciban dinero Ilación de pensamientos: tras haber expuesto en el cap. III la minoridad con que los hermanos han de presentarse en el mundo y la plena aceptación del estilo de los Apóstoles en cuanto al andar por el mundo y a la hospitalidad, la Regla pasa a la prohibición de tener y usar dinero. El pasaje evangélico prohíbe a los Apóstoles llevar oro y plata en sus bolsas. Temas y problemas: 1.º- Prohibición del uso del dinero. A la prescripción evangélica Francisco añade por su parte una fuerza y radicalidad casi rabiosas contra este instrumento de grandeza y de poder, con el que había tenido dolorosamente algo que ver en su experiencia personal. Además, hay que tener presente el sentido del dinero en el contexto histórico de entonces: era un valor mucho más real que en nuestros días y tenía una fuerza cualificante de «anti-minoridad» mucho mayor (cf. C. Koser: Formas actuales de pobreza franciscana, en Selec Franc n. 2, 1972, 201ss). 2.º- El dinero hoy. La prohibición del uso del dinero ha experimentado en la práctica una profunda modificación que se refleja en las diversas legislaciones de las familias franciscanas. Es un tema muy relacionado con el de la renovación. Cf. C. Koser: ibid. 3.º- Proveer a los hermanos en sus necesidades. Es muy de resaltar cómo, aun cuando se diera en Francisco un rechazo del dinero tan marcado y típicamente personal, la legislación prevé el empeño que en el «cuidado de los hermanos» han de tener los Superiores, quienes deben encontrar, según el propio sentido de responsabilidad personal, el modo de afrontar las necesidades particulares, como vestidos, enfermedades, etcétera. 5. Cap. V: Del modo de trabajar La ilación de pensamientos es evidente. El cap. IV ha prohibido de manera drástica el recurso al dinero. Debe haber, sin embargo, alguna forma de resolver las necesidades de alimento, vestido y demás exigencias, al menos esenciales, de la vida. La forma es el trabajo y su consiguiente recompensa. Temas y problemas: 1.º- Obligación de trabajar. «Sobre el modo de trabajar», ha sido la interpretación justa que se ha hecho siempre de este capítulo. También en este caso, el «contexto vital» nos enseña que la obligación de trabajar (repetida en el Testamento) y la fuga del ocio constituían uno de los quicios de la vida primitiva. No era necesario hacerlos objeto de un precepto. 2.º- Tipología del trabajo. No está expresada en la Regla bulada; hay que buscarla, lo mismo que el deber de trabajar, en el contexto vital. La «misión de los Apóstoles» y el mandato apostólico de Inocencio III «de predicar la penitencia», influyeron cada vez más para dar al trabajo una orientación ministerial. El trabajo manual en obras ajenas o en las propias (la Regla no bulada piensa en los Hermanos que tienen instrumentos para ejercer su oficio), estaba ya en declive en 1223, y consiguientemente se encontraba en fermentación y crisis el asunto del trabajo en la Orden, con el peligro del ocio al que se hace una tímida referencia. 3.º- Problema colateral: el estudio. Con la cualificación ministerial del trabajo de la Orden, nace el problema de los estudios, que ciertamente había surgido ya antes y en torno a la composición de la Regla. En la carta-obediencia de S. Francisco a S. Antonio se pone en evidente relación el estudio con este capítulo de la Regla, las mismas modalidades, las mismas expresiones: «Pláceme que enseñes a los hermanos... a condición de que con el estudio no se extinga el espíritu de la santa oración y devoción, como se dice en la Regla». Cf. Peterchans: Imagen del Hermano Menor como Profesor, en CFR 6 (1973) 106-114. 4.º- Trabajo y vida religiosa. El trabajo debe realizarse «con fidelidad y devoción»; de modo que «se excluya el ocio», finalidad que persigue también el Testamento; de tal manera que no impida la oración, y esto es una referencia evidente al trabajo por cuenta y en obras ajenas. El Documento sobre «La Vocación de la Orden hoy», del Capítulo de Madrid de 1973, se ocupa de este asunto; cf. Selec Franc n. 6 (1974) 289-290 y sus notas. Véase Esser-Grau: Trabajo y vida de penitencia, en CFR 4 (1971) 204-208; S. Ara: El espíritu de trabajo en la Regla franciscana, en Estudios Franciscanos 68 (1967) 49-68. 5.º- Trabajo y sustento. La Regla considera el trabajo como la primera fuente del sustento franciscano. La legislación reciente ha recogido de nuevo este concepto. 6.º- Trabajo y recompensa. Es una cuestión estrechamente unida a la precedente. La ganancia debe limitarse a las necesidades del sustento «para sí y para los otros hermanos», para aquellos otros, naturalmente, que no pueden dedicarse a trabajos remunerados, ya porque son incapaces (ancianos y enfermos), ya porque están consagrados a tareas de otro género (servicios dentro de la fraternidad, etc.). Es una bella dimensión comunitaria del trabajo. Además, la recompensa ha de recibirse con estilo acorde a la minoridad: sin exigencias de estricta justicia e igualdad o paridad entre prestación de trabajo y remuneración; y aún más, recibirse humildemente, cual si se recibiese una limosna, «como seguidores de la altísima pobreza». Por último, debe comprender las cosas necesarias al cuerpo, es decir, las que sirven para las necesidades primarias. Pero se excluye el dinero, siguiendo la norma estricta del capítulo precedente. 6. Cap. VI: Que nada se apropien... La ilación de pensamientos es muy lógica, aunque no vemos la necesidad de hacer de las primeras palabras del cap. VI el final del cap. V, como hace Esser. Obtenida, como por limosna, la recompensa que permite satisfacer las necesidades del cuerpo para sí y para los compañeros, los hermanos no deben preocuparse de poseer otras cosas, antes bien deben orientarse hacia la completa expropiación: renuncia a la propiedad de lugares y de bienes muebles, para llevar aquella vida «menesterosa» que les caracterizaba, como decía la gente (cf. AP 16; TC 34). Vida ciertamente penosa, «de penuria» dice Ubertino de Casale, pero gozosa por su perspectiva escatológica. Por lo demás, había un lenitivo incluso para el tiempo terrestre: el amor fraterno que era su casa y su riqueza, expresado con tonalidades casi maternales, y que será efectivo ante las particulares necesidades reales: confianza en el manifestar las propias necesidades, asistencia a los enfermos, premura en el prestarse servicios recíprocos, etcétera. Temática que estudian los expositores: vida de altísima pobreza, el ejemplo de Cristo, carácter escatológico de la pobreza, la caridad fraterna como salvaguardia de la altísima pobreza (Esser). Pobreza integral y mutuo amor fraterno, ideas espirituales que están detrás de la exigencia de la total expropiación franciscana, el primado de la caridad evangélica (Matanic). Temas y problemas: 1.º- Expropiación y propiedad. La cualificación radical de la pobreza franciscana se funda en la renuncia a la propiedad, tanto en privado como en común según la terminología tradicional. En este elemento se basa uno de los puntos candentes de la renovación. Cf. La Vocación de la Orden hoy, en Selec Franc n. 6 (1974) 287-289. 2.º- La altísima pobreza. Naturaleza de la pobreza a la que Francisco llama «altísima». San Buenaventura desentraña los contenidos de la misma. Cf. en este mismo número el estudio de H. Schalück: Implicaciones teológicas del concepto de pobreza en S. Buenaventura, en Selec Franc n. 10 (1975) 105-112. Ver también L. Iriarte: La «altísima» pobreza franciscana, en Estudios Franciscanos 68 (1967) 5-47. Aquí consideramos la pobreza como actuación práctica de la vida de altísima pobreza, que así se definía precisamente la vida franciscana. Su actuación es una expresión de la minoridad, y debe contemplarse especialmente en sus valores espirituales: imitación de la pobreza de Cristo, que se hizo pobre por nosotros en este mundo, y a quien debemos «adherirnos enteramente»; visual escatológica: «porción que lleva a la tierra de los vivientes», que «hemos de desear sobre todo», que nos hace elegir ser sobre la tierra «peregrinos y forasteros», con todo cuanto estas situaciones comportan de pobreza, humildad, inseguridad, provisionalidad. Cf. L. Iriarte: «Appropriatio» et «expropriatio», en Laurentianum 11 (1970) 3-35, donde el autor, al exponer la doctrina de S. Francisco, desborda los límites meramente pauperísticos de este capítulo de la Regla para extenderse a otras expropiaciones interiores más radicales. Ver también Esser-Grau: La pobreza, prefiguración del Reino, en Selec Franc n. 4 (1973) 28-41. 3.º- Administración de bienes. Es un tema relacionado con el de la propiedad y del que no trata explícitamente la Regla, pero que subyace en los capítulos IV, V y VI. Cf. S. Ara: La administración de los bienes temporales, en Estudios Franciscanos 65 (1964) 371-392; Id.: Organización administrativa, en Estudios Franciscanos 69 (1968) 69-109. 4.º- Pobreza y limosna. La cuestión de la limosna se plantea en relación con el trabajo, pues habrá que recurrir a ella, según el Testamento, cuando «no nos dieren la recompensa del trabajo»; por tanto, es un medio supletorio. Pero ya en la vida y en la Regla no bulada de S. Francisco, como también aquí, se pone en evidencia un valor autónomo de la limosna pedida, por cuanto es medio ascético y expresión de minoridad. 5.º- El amor fraterno. En este capítulo consideramos algunas aplicaciones prácticas de la fraternidad. La inolvidable página de Celano sobre la caridad fraterna de los primeros hermanos (1Cel 38), se presenta con acentos aún más sustanciales en el presente capítulo que se refiere al «encontrarse juntos» los hermanos, donde ha de manifestarse: amistad recíproca («domesticos invicem», familiares entre sí, como de la misma casa); apertura confiada («manifiéstense con confianza...»), evidentemente provocadora de ayuda («como haría la madre en la necesidad de su hijo»). Cf. Q. Giménez: Vivencia franciscana en la vida fraterna, en CFR 5 (1972) 117-120. 6.º- Los enfermos. Un caso de necesidad particular es la enfermedad, la cual impide este género de vida que comporta el «andar por el mundo» propio del franciscanismo, e inmoviliza al hermano enfermo («ceciderit...», cayese enfermo: como un herido en la batalla...). Por supuesto, no se le puede dejar abandonado, sino que la misma fraternidad hecha de amor más que materno hacia el otro, como dice la Regla, se consolida y deja sentimentalismos, sublimándose en el precepto evangélico de servirlo «como querríamos ser servidos». 7. Cap. VII: Penitencia que se ha de a los hermanos que pecan Aquí la ilación de pensamientos se hace más difícil; pero se la puede descubrir por un doble camino. El pensamiento de los hermanos enfermos físicamente, a quienes es necesario atender, probablemente hace pensar en la asistencia debida a los enfermos espiritualmente (Esser). O también: el pensamiento del gran amor recíproco en la fraternidad, hace pensar en la anti-fraternidad; porque las culpas reservadas en la Orden no pueden tener otras dimensiones que las de antifraternidad: escándalos que humillan a toda la fraternidad, violaciones graves de la caridad, etcétera. Temática de los comentadores: actitud del verdadero pobre, actitud caritativa del hermano humilde (Esser); penitencia de quien ha pecado, pecados en el Hermano Menor, comportamiento con el pecador (Scheffer); absolución y penitencia por los pecados reservados (Matanic). Temas y problemas: 1.º- Interesarse por la culpa del hermano. Es una dimensión fraterna en el plano comunitario; no se trata de faltas que afectan sólo al foro de la conciencia individual. En ellas está interesada toda la fraternidad: en primer lugar, el hermano que ha «caído»; pero también, y especialmente en el caso particular contemplado en el Testamento, todos los otros hermanos, el Guardián más vecino, el Ministro general, el Cardenal protector. 2.º- La reservación. Problema de carácter jurídico, que regula el derecho según los tiempos. 3.º- Relación fraternidad-culpables. La fraternidad no debe perder su característica de fraterna; así el Superior ha de imponer la penitencia con misericordia (recuérdese la Carta a un Ministro), y los hermanos «no deben irritarse». La Regla no bulada aconsejaba además no divulgar fuera las faltas del hermano. Se vuelve, pues, al tema del amor fraterno, dejado en suspenso al final del capítulo precedente, y nos encontramos en el mismo clima de formación de mentalidad. 4.º- La confesión sacramental. De ella se trata de pasada al referirse a los casos reservados. El «contexto vital» nos habla de las otras dimensiones: frecuencia, recurso a los sacerdotes de la Orden, que entonces eran ya varios, antes que a los extraños, etcétera. 5.º- Expulsión de la fraternidad. La Regla bulada no contempla la consecuencia extrema de la anti-fraternidad, la expulsión de la familia. La Regla no bulada, al contrario, trata de ella a propósito de infracciones graves contra la castidad, y también el Testamento, a propósito de errores en la fe. Este capítulo parece que fue uno de los que entraron más tardíamente en el «contexto vital» de la primitiva fraternidad, cuando se tuvo «la experiencia del pecado, tras de la cual fue tomando cuerpo la organización jurídica de la «reservación», con las consiguientes complicaciones para la absolución. El texto de la Regla refleja la situación de las relaciones jerárquicas y de los sacerdotes en la vida de fraternidad en aquellos momentos: todavía no identificada, pero en camino. 8. Cap. VIII: Elección del Ministro general y Capítulo de Pentecostés La ilación de pensamientos parece sufrir una rotura. Puede decirse que aquí comienza una nueva parte de la Regla. Ha terminado la descripción-reglamentación de la vida propia y universal de los hermanos en todas sus dimensiones y deberes. Ahora se habla de la estructura organizativa y de las tareas particulares en el ámbito de la fraternidad. Temas y problemas: 1.º- Estructura de la Orden. Brota el problema de la unidad de la Orden y, por tanto, el de la naturaleza de su centralismo, el de su división territorial y geográfica, que está relacionada con otros problemas de actualidad como, por ejemplo, el del pluralismo. 2.º- Ejercicio de la autoridad en la Orden. Reaparecerá en el capítulo X: sentido de servicio. Sus líneas fundamentales se encuentran, más que en la Regla, en el «contexto vital» y los testimonios de las fuentes históricas. El término «ministro» es del vocabulario evangélico. 3.º- El Ministro general. La problemática al respecto trata de: a) su persona: un hermano entre los otros, idóneo para el servicio y utilidad de los hermanos; b) su elección, por los Ministros provinciales y Custodios en el Capítulo general; c) sus deberes, de los que nada se codifica sino la mención ocasional a su facultad de instituir predicadores; este asunto se da por supuesto en el contexto vital y es explicable además tal actitud porque, al tiempo de redactar la Regla, el Ministro general era el mismo S. Francisco; hubiese parecido extraña una legislación que le afectase; d) sus poderes: según la Regla es un gobierno absoluto y universal; las limitaciones vinieron más tarde, especialmente a partir de 1239, con la superioridad del Capítulo sobre el General; e) su duración: ilimitada; hasta la muerte o caso análogo, o deposición por «insuficiencia». 4.º- Capítulo general. No tiene una verdadera y específica legislación. Lo convoca el General cuando y como quiere. Su periodicidad es más o menos trienal ad libitum del Ministro; antes de esta Regla se celebraba incluso anualmente. Participan los Ministros y Custodios; antes, todos los hermanos. Nada se dice sobre los asuntos a tratar, excepto la elección del General o su eventual deposición. Sólo el contexto vital nos da a conocer el amplio alcance de los debates capitulares y de su importancia vital para la normativa que guiaba a la Orden en su evolución. 5.º- Ministros provinciales y Custodios. Se supone su presencia y figura, pero no se legisla; queda por tanto remitida al contexto vital. Son los únicos Superiores que, con el Ministro general, vienen designados con un nombre propio en la Regla. Esta desconoce la palabra «guardián», cuya figura, sin embargo, como se deduce del contexto vital, es la de cabeza de las pequeñas fraternidades en movimiento; cuando se redactó el Testamento estaba ya «localizado». Su responsabilidad en la fraternidad particular queda más bien absorbida en el contexto orgánico de la Provincia, única división administrativa real de la fraternidad universal. El asunto de sus derechos y deberes, salvo los expresados explícita pero sólo accidentalmente en la Regla, es posterior. 6.º- Provincias y Capítulos provinciales. El sentido de la Provincia, según la Regla, no es el de la unidad administrativa de gran autonomía; su finalidad es facilitar la asistencia a los hermanos dispersos por regiones remotas. Los Capítulos son libres, a juicio del Ministro, una vez después del Capítulo general; posiblemente se reunieran más por Custodias que por Provincias. No son electivos: los Ministros son elegidos por el General, según el contexto vital no expresado en la Regla. Sirven, sobre todo, para informar a los hermanos de los resultados y decisiones del Capítulo general. Son, pues, un instrumento de unidad y cohesión de la fraternidad universal. 7.º- Capítulo conventual. No existe una referencia particular al mismo en la Regla. Sin embargo, la nueva legislación, en el clima de renovación conciliar, lo ha introducido como un retorno a los orígenes. En el Sítz im Leben primitivo podría identificarse y reconocerse en aquellos coloquios y consejos que tenía frecuentemente S. Francisco con sus compañeros. El mismo hecho de dar al Capítulo el apelativo de «general» indica que los había también de otro género. Cf. C. Koser: El Capítulo conventual y la vida de fraternidad, en Selec Franc n. 2 (1972) 105-150. 8.º- La estructura de la Orden señalada en la Regla, que la indica de pasada, remitiendo a la realidad vital presente en aquellos momentos, fue trastornada jurídica e ideológicamente a partir de 1239 con la deposición de Fray Elías, el Capítulo relativo a ello y los sucesivos recursos a la Santa Sede. Los puntos más importantes de esta transformación fueron: el Ministro general subordinado al Capítulo; limitación de sus poderes y de su duración en el cargo; efectividad de los Ministros provinciales y estructuración jurídica de los organismos electivos correspondientes: Capítulos provinciales y voz de los electores; un marcado y decidido paso hacia la clericalización y la minusvaloración de los hermanos laicos. En lo ideológico podemos referir a este período un marcado progreso de la provincialización, con tendencia a la independencia recíproca y a un sistema casi federativo, al estilo de los Monasterios; así también, la creación de la fraternidad local y conventual, con menoscabo de la unidad de la fraternidad provincial, que era geográfica grosso modo: dentro de un amplio límite, no constituida por determinados centros locales, sino, con frecuencia, por fraternidades originariamente en movimiento. 9. Cap. IX: De los predicadores Para descubrir la ilación de pensamientos hay que recordar que hemos entrado en una sección de la Regla en la que se trata de categorías particulares de obligaciones. Tras haber hablado de los Superiores, se considera como primer empeño el de la predicación y los predicadores. Esto es coherente con la vocación de la «misión de los Apóstoles» y con el auge que estaba tomando en la Orden el ministerio y el sacerdocio. El P. Esser ve la ilación en el paso lógico y real, en la mente de S. Francisco, del Capítulo provincial, que destina a los hermanos a los diversos campos de trabajo, a la predicación, que será su primera tarea. Temas y problemas: 1.º- La predicación en 1a Orden. El tema de la calificación apostólica de la Orden en la perspectiva de la Missio Apostolorum y del mandato de predicar la penitencia, ocupa hoy un primer plano entre los problemas de la renovación. La primera Regla presentaba una concepción menos calificada que la segunda: todos debían predicar, al menos con las obras; el testimonio de vida se admitía casi sobre el mismo plano. En la Regla de 1223 los predicadores son una categoría bien definida, con exámenes, permisos, tareas especiales y oficiales. 2.º- Institución de los predicadores. Terreno jurídico sujeto a la variabilidad del derecho, tanto dentro como fuera de la Orden. De hecho, muy pronto llegaron los cambios, bajo Gregorio IX, respecto a la prescripción de la Regla. 3.º- Predicación y jerarquía. Siempre dentro de los límites del derecho por cuanto se refiere al ejercicio de este ministerio, la predicación es uno de los canales en que mejor se manifiesta el aspecto profético de la vida franciscana, con el consiguiente sentido de censura de los eventuales males de la Iglesia. Cf. W. van Dijk: El franciscanismo, contestación permanente en la Iglesia, en Selec Franc n. 3 (1972) 31-45. 4.º- Predicación y profetismo. La exhortación sobre el modo de predicar nos lleva especialmente a este género de consideraciones. Se trata de predicación desde el púlpito, pero siempre popular y penitencial; contenidos evangélicos; imitación de Cristo; un aspecto particular: el anuncio de la paz (cf. La Vocación de la Orden hoy, en Selec Franc n. 6, 1974, 290-291 y las notas correspondientes). 5.º- En relación con estos temas está el del sacro ministerio en toda su amplitud: confesiones, asistencia a parroquias, a la TOF, etcétera. La «exhortación» amplia con que se cierra el capítulo, hecha casi íntegramente de referencias evangélicas, viene a decirnos cuán presente estaba este tema en el corazón de Francisco y cómo hay que recordar tanto sus otros Escritos como las biografías. El mandato de la predicación y el examen reservado al Ministro general se relacionan probablemente con la idea de Ministro general del capítulo anterior, y reaparecerá en el capítulo siguiente refiriéndose al ejercicio de la autoridad del Ministro provincial. Desde otra perspectiva y habida cuenta de que la Regla trata de los predicadores antes que de los Ministros provinciales, es de creer que la importancia de aquella tarea fuese preeminente en la consideración de los hermanos; y probablemente constituiría un desarrollo de la misma actitud considerarla también de importancia preeminente sobre el ministerio del lectorado, como anota Jordán de Giano (Crónica, 54). 10. Cap. X: Amonestación y corrección de los hermanos La ilación de pensamientos la hemos indicado en parte más arriba. En orden a la asistencia sobre todo espiritual y a la preservación del espíritu franciscano de los hermanos que «van por el mundo», dedicados especialmente a la predicación, se encomiendan al Ministro provincial las oportunas y competentes facultades, tanto para el ejercicio fructuoso de la autoridad por su parte, como para una comprometida correspondencia por parte de los hermanos. Tal correspondencia exige una destacada superación del propio egoísmo, lo que justifica la amplia y sobrenatural exhortación acerca de la renuncia de sí mismo y del amor a la cruz y al sacrificio. Temas y problemas: 1.º- El gobierno religioso es eminentemente espiritual. Esta es la primera dimensión del gobierno franciscano, según la mentalidad de S. Francisco, que aquí nos viene presentada en los puntos principales de su dinámica de animación de la fraternidad. 2.º- Relación autoridad-obediencia. Antes de entrar en los conceptos distintos relativos a cada uno de los términos, merece una especial atención la relación entre ellos, por cuanto ésta crea el equilibrio entre las dos realidades que separadamente podrían aparecer deformes: autoridad absolutista por una parte, obediencia no humana por la otra. Cf. C. Koser: Autoridad y obediencia, en Selec Franc n. 7 (1974) 86-93 y n. 8 (1974) 223-224. K. Esser: Autoridad y obediencia en la primitiva familia franciscana, en Selec Franc n. 3 (1972) 17-30. El n. 2 de CFR 1 (1968) 97-160, está consagrado a este tema. 3.º- Ejercicio de la autoridad. La doctrina y la práctica que presenta la Regla están fundadas eminentemente sobre el Evangelio del «servicio», y filtradas a través de S. Francisco. Cf. L. Boisvert: La autoridad según S. Francisco, en CFR 4 (1971) 223-236. El P. Esser define justamente la fisonomía de esta autoridad como «fraterna»; y una de sus expresiones más significativas es la visita que debería precisamente ser siempre fraterna; dicha visita, en el contexto vital, tiene el sentido de participación de la vida del Superior en la de toda la fraternidad, de su continua presencia móvil, y de la unidad de la familia, especialmente en el ámbito provincial. La reglamentación de las visitas canónicas, representativas de las visitas del Ministro general, es una formalización jurídica posterior. 4.º- El ejercicio de la obediencia en los súbditos. Así como la autoridad se considera «fraterna», otro tanto debería serlo la obediencia. Recordemos el texto de Celano según el cual los Superiores deben ser incluso «amados»; y la lealtad, fe y confianza con que se aconseja a los súbditos aquí en la Regla que acudan a los Superiores. La descripción de la obediencia en este capítulo es muy «contextual», es decir, está muy ligada a la descripción de la dinámica de la vida franciscana que S. Francisco traza aquí; no se enuncian principios teóricos, sino que se nos sumerge en una corriente de espiritualidad, como queda patente en la exhortación que sigue y en la expresión de que hemos renunciado a la propia voluntad «por Dios». 5.º- Obediencia y autoridad en perspectiva de responsabilidad colectiva. Es uno de los aspectos y valores que hoy se cultivan particularmente, y uno de los puntos focales de la renovación. Cf. C. Koser: El capítulo conventual y la vida de fraternidad, en Selec Franc n. 2 (1972) 105-150; S. Verhey: Responsabilidad colectiva en la fraternidad, en CFR 4 (1971) 271-278. 6.º- El «espíritu del Señor». El verdadero contexto de la obediencia sobrenatural es el «espíritu del Señor», del que deben estar animados los hermanos. Este es todo el sentido de la exhortación final, que supera los limites de los contenidos del capítulo para elevarse, como sucede en el capítulo VI respecto a la pobreza y en el III respecto al andar por el mundo, a la descripción del ideal entero de la vida franciscana en sus metas más altas de pureza y de sacrificio, de amor de Dios, de imitación y seguimiento de Cristo, de renuncia de sí mismo. 11. Cap. XI: Los hermanos no entren en los monasterios de monjas Ilación de pensamientos: el cap. X contemplaba a los hermanos que se encuentran en medio del mundo, peregrinando o trabajando entre los hombres, donde podían encontrarse con peligros contra su alma o con dificultades para observar la Regla; en tales situaciones, debían recurrir a los Superiores, los cuales tenían la obligación de escucharles y proveer según los casos. Pero hay situaciones peligrosas en las que basta la vigilancia de sí mismo y la cautela para sustraerse al peligro; a este fin precisamente miran las prescripciones del cap. XI, que fijan la atención de modo especial en los peligros contra la castidad. Temas y problemas: 1.º- La castidad. La Regla habla de ella más bien bajo el aspecto negativo. Hay que tener en cuenta, sin embargo, el contexto más amplio antes indicado. Cf. K. Esser: La castidad y la virginidad según S. Francisco, en CFR 3 (1970) 29-39. 2.º- Relaciones con mujeres y aspectos pedagógicos. Han sido objeto de atención por parte de los Superiores de las familias franciscanas en este último período. 3.º- De los «preceptos» de este capítulo, salvo el primero que se resuelve en la ley natural y evangélica, los otros dos pertenecen al terreno jurídico y, como el mismo derecho, están sujetos a evolución en lo que respecta a su actuación. 12. Cap. XII: De los que van entre infieles Ilación de pensamientos: sentimos casi tener que reducirnos al contexto en que se encuentra uno de los valores fundamentales del franciscanismo, el apostolado misionero. Pero de alguna manera su aspecto positivo ha sido contemplado en los capítulos precedentes, especialmente en el III (ir por el mundo), en el IV (fraternidad dondequiera que se encuentren), en el IX (predicación), en el X (vida de entrega y sacrificio, hasta exponer el propio cuerpo, como decía el cap. XVI de la Regla no bulada). Aquí, en lugar de ello, se recuerda, además de la divina inspiración y de la incumbencia del Superior, la presencia de los peligros más grandes que pueden encontrar los hermanos al ir por el mundo, a saber, cuando se hallan en tierras de infieles. Es necesario que sean bien «idóneos para ser enviados», y en ello se funda el principal control, aquí especificado, por parte de los Superiores. Entre los peligros que ofrecen las tierras de infieles, podría presentarse incluso el de la pérdida de la fe o el de la oposición a la sujeción eclesiástica; por esto aparece el precepto del Cardenal Protector, cuya misión es prevenir las desviaciones de toda la Orden (recuérdense las prescripciones del Testamento sobre los apóstatas o no católicos), para que la fraternidad se mantenga en su condición de vida según el Evangelio, en pobreza y humildad, en la Iglesia. Así se vuelve a los conceptos iniciales de la Regla. Temas y problemas: 1.º- Vocación misionera de la Orden. Se podría hablar de un primado del ideal misionero dentro de los ideales de la vida franciscana. Y en algún sentido es verdad, por cuanto forma parte, entre las más nobles y cualificadas, del carisma fundamental apostólico («misión de los Apóstoles») de la Orden. Cf. K. Esser: La misión apostólica de los Hermanos Menores, en CFR 4 (1971) 77-84. Evidentemente, esta preferencia arranca de la actitud también preferencial manifestada en la experiencia vivida por S. Francisco. Cf. P. Anasagasti: El alma misionera de S. Francisco. 2.º- Opción por el mundo musulmán. En la opción misionera de S. Francisco encontramos un aspecto aún más preferencial: el que se refiere al mundo musulmán. Aunque interpretado de diversas maneras, hay que ponerlo ciertamente en relación con el deseo de su salvación, con la situación concreta que permitía ponerse en contacto con ellos en toda el área mediterránea (contexto vital), con la actuación del deseo místico del martirio, con una forma sustitutiva (¿contestataria?) de la Cruzada... El P. Basetti Sani ha venido publicando, desde hace más de quince años, innumerables libros y artículos sobre el tema. Su producción sobre el particular ha sido acogida por la crítica con cierta perplejidad, porque se deja llevar de un excesivo subjetivismo y misticismo en ciertas interpretaciones históricas, y de un optimismo, tal vez no del todo justificado, en algunas prospectivas prácticas de evangelización. 3.º- Santos Lugares y ecumenismo. Junto a la opción por el mundo musulmán, y por una asociación de ideas semejante a la de S. Francisco, recordamos la custodia de los Santos Lugares, hecho posterior, pero conexo con la «misión» de la Provincia de Ultramar (o de Siria). No tiene fundamento en la Regla, aunque ciertamente sí en la vida de Francisco que encontró uno de los más poderosos estímulos para ir a Oriente en la devoción a los Santos Lugares, si bien tal vez no pudo arribar a ellos. De alguna manera relacionado con esto, al menos por la vecindad de las regiones orientales, se puede explicar en buena parte el ecumenismo y las relaciones que con el mismo han mantenido S. Francisco y el franciscanismo. Así hay trabajos que estudian el tema refiriéndolo a la persona de S. Francisco, mientras otros tratan de su espiritualidad como factor de cohesión y de estímulo a la unidad, o se refieren a la acción concreta de los franciscanos. 4º.- Vocación, institución, formación de los misioneros. En cuanto a la vocación, S. Francisco habla de la «divina inspiración» por la que los hermanos quieren ir a misiones. La institución pertenece al campo histórico-jurídico. Lo que dice la Regla es un desarrollo del contexto vital preexistente. La formación de los misioneros es un asunto eminentemente pedagógico. Los Estatutos para Misiones de las familias franciscanas hacen referencia a la Regla y, más genéricamente, al espíritu misionero de S. Francisco. El Documento del Capítulo de Medellín de 1971 habla explícitamente de los orígenes franciscanos; cf. Documentos del Cap. Gen. OFM, 1971, Sevilla 1972, pp. 75-116. 5º.- El Cardenal Protector. Original y característica es la figura del Card. Protector en la Orden franciscana. Las relaciones de S. Francisco, especialmente con Hugolino, en concomitancia con los momentos críticos por los que pasó la Orden en 1219-1220, fueron determinantes. Esta institución, ligada a contingencias y situaciones históricas particulares, sobrevivió, cambiando su significado con el tiempo, hasta que se consideró superflua en el contexto jurídico-eclesiástico de la vida religiosa después del Vaticano II. 6.º- Principio y fin. Minoridad evangélica en la Iglesia, esto es la Regla. A estas palabras nos lleva y en ellas se resume la conclusión del capítulo XII y de toda la Regla. De esta manera el final nos lleva de nuevo al principio, creando aquella unidad espiritual y religiosa que es la «Regla del bienaventurado Francisco». * * * Un «excursus» de este género y los mil temas tocados de pasada, nos hacen presentir las dimensiones que debería tener hoy una exposición de la Regla. Son en verdad tan amplias y comprometedoras que acaban por desalentar. ¿Podrá hablarse todavía de un solo tipo de explicación de la Regla? ¿No será mejor orientarnos hacia la idea de Garra y en parte del Werkbuch alemán, es decir, hacia la preparación de tantas exposiciones cuantos son los sectores o aspectos desde los que puede ser contemplada? Por ejemplo: composición, origen y desarrollo; Sitz im Leben o contexto vital; sentido filológico, espiritual; aspectos jurídicos, históricos, de actualidad, etc., etc. ¿Podremos soñar en una colección seria a cargo de especialistas en cada sector? ¡Para los sueños está siempre el camino abierto...! [En Selecciones de Franciscanismo, vol. IV, núm. 10 (1975) 66-94] |
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