DIRECTORIO FRANCISCANO

ESTUDIOS SOBRE LOS ESCRITOS
DE SAN FRANCISCO Y
DE SANTA CLARA DE ASÍS


LA MISERICORDIA EN SAN FRANCISCO DE ASÍS
SEGÚN SUS ESCRITOS

por Miguel Ángel Lavilla Martín, OFM

 

I. INTRODUCCIÓN

Francisco de Asís es el referente obligado para cualquier franciscana o franciscano. Éstos, si quieren ser tales, han de mirar a Francisco de Asís para que el mismo Espíritu anime, guíe y conforme su existencia. En esta mirada se descubre la misericordia como realidad fundamental en la experiencia religiosa de Francisco. Por estas razones reflexionamos sobre la misericordia en Francisco de Asís, para hacer nuestra esa misma misericordia.

Nuestra reflexión se centra en el estudio del tema en los Escritos de Francisco, fuente primera y básica para conocer la experiencia religiosa de Francisco; sólo en nota se alude a las biografías como apoyo para un trabajo personal. Este estudio se limita a los textos de los Escritos donde aparece la palabra misericordia. No se consideran aquellos pasajes donde la temática está en estrecha relación con la misericordia (por ejemplo: amar y hacer el bien).

Francisco no nos ofrece una definición al uso sobre la misericordia, ni tampoco explicaciones exhaustivas sobre la misma. Sin embargo, la misericordia aparece en los Escritos como una realidad muy rica en contenidos y de gran actualidad. La misericordia aparece como un gran río que atraviesa y nutre toda la existencia y todo el pensamiento de Francisco; y, a la vez, su existencia y pensamiento acrecientan el caudal de ese río.

Así, la misericordia en Francisco es: una experiencia central-fontal en su conversión, una manera de ser y actuar propuesta por él a todo hombre, y su pedagogía. Se presenta como una virtud, un valor y una actitud, válida para la mujer y el hombre de hoy.

P. Subercaseaux: Francisco en el Hospital de leprosos

II. LA MISERICORDIA: EXPERIENCIA CENTRAL-FONTAL
EN LA CONVERSIÓN DE FRANCISCO DE ASÍS

La misericordia aparece en el escrito más emblemático y personal de Francisco, en las primeras líneas de su Testamento:

«1El Señor de esta manera me dio a mí, el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: porque, como estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo al ver los leprosos.

»2Y el Señor mismo me condujo entre ellos e hice misericordia con ellos.

»3Y apartándome de ellos, aquello que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y después me detuve un poco y salí del siglo».

Ya es sintomático que la misericordia se encuentre entre las palabras utilizadas por Francisco para recordar su conversión. Francisco habla de misericordia cuando hace memoria de su historia personal e interpreta su experiencia religiosa. Por tanto, la misericordia no es una teoría abstracta o una ideología externa a Francisco, sino que pertenece al núcleo de sus vivencias, a lo íntimo de su persona, a la raíz de su biografía.

La importancia de este texto se debe al carácter autobiográfico del Testamento y a que en éste Francisco sintetiza, concreta y aclara su opción religiosa contenida en la Regla, de tal manera que se presenta como el escrito fundamental para entender su experiencia religiosa.

El texto se encuentra en la primera parte del Testamento (1-14), la de los recuerdos personales o histórico-narrativa, en la cual Francisco vuelve sobre sí mismo, constituida por una serie de proposiciones introducidas por la fórmula «el Señor me dio» (1.4.6.14); todo lo que se dice en esta parte se pone bajo el signo de la gracia divina. El análisis de este pasaje exigiría varias páginas, por ello nos limitaremos a comentarlo en líneas generales.

La frase: Y el Señor mismo me condujo entre ellos (los leprosos) e hice misericordia con ellos (los leprosos), no sólo se halla gráficamente en el centro del pasaje, sino que además es la idea central, porque en ella confluyen los paralelismos y las antítesis del texto y por ella adquieren sentido.

Los paralelismos son: El Señor de esta manera me dio a mí, … el comenzar a hacer penitencia / (Y el Señor mismo me condujo … e hice misericordia …) / salí del siglo.

Las antítesis: Como estaba en pecados... / Y apartándome de ellos; / aquello que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo.

Estos paralelismos y antítesis indican unos tiempos diferentes en la vida de Francisco, y unas maneras opuestas de ser y de actuar de éste, que pueden resumirse en un «antes» y un «después» de que Francisco hiciese misericordia con los leprosos.

En el «antes» Francisco se encontraba en «estado de pecados», en ruptura con Dios, con los hombres y consigo mismo; Francisco estaba de espaldas a Dios y a los hombres. Este estado le provocaba a Francisco una extrema amargura cuando veía a los leprosos, es decir, una percepción («me parecía»), un juicio y una valoración sobre los leprosos que él mismo califica de «amargo». Esta percepción repugnante, desagradable, despreciable, fastidiosa, dolorosa y penosa de Francisco ante los leprosos, se puede interpretar como que Francisco despreciaba y rechazaba a los leprosos, no los consideraba semejantes suyos, ni mucho menos prójimos suyos dignos de ser amados.

Una percepción y actitud común a la mayoría de sus contemporáneos, pues los leprosos eran vistos como aquellos que sufrían un castigo divino por sus pecados y como aquellos que eran peligrosos por su enfermedad contagiosa, de ahí que fuesen considerados «muertos en vida» y se les tratase como tales. Por ello, los leprosos eran marginados y excluidos de la sociedad hasta físicamente, siendo recluidos en lugares fuera de los centros urbanos, en las leproserías; padeciendo no sólo las consecuencias naturales de la enfermedad (dolor físico, etc.), sino también la miseria, la pobreza y la indefensión jurídica. Los leprosos eran considerados y tratados como «no personas», como seres no pertenecientes a la sociedad y carentes de derechos. Aunque existían personas e instituciones que atendían y servían a los leprosos en los lazaretos.

Con estos hombres enfermos y marginados, Francisco hace misericordia. Este «hacer misericordia» significa que Francisco sirve a los leprosos atendiéndolos y cuidándolos en sus necesidades.[1] Un servicio gratuito, generoso, entregado y solidario, que va más allá de la simple atención asistencial temporal. Como demuestran los términos: entre ellos, con ellos, de las mismas palabras de Francisco: me condujo entre ellos e hice misericordia con ellos; que denotan la convivencia de Francisco con los leprosos.[2] Francisco no espera a que vayan a pedirle ayuda los más necesitados y desdichados de su sociedad, sino que sale a su encuentro para ayudarles con la palabra, con el consuelo, con la ayuda material y participando de su sufrimiento e infelicidad, es decir, solidarizándose con ellos al vivir junto a ellos.[3]

El tiempo «después» de que Francisco hace misericordia con los leprosos se caracteriza por un cambio radical en su persona, en su estado vital y en su percepción y actitud ante los leprosos. Francisco está reconciliado con Dios y con los hombres, abandonando su «estado de pecados» («apartándome de ellos» se refiere a los pecados, aunque la sintaxis indique a los leprosos). A la vez, Francisco experimenta la dulzura en el trato con los leprosos, así cambia sus sentimientos y juicio sobre los leprosos (aquello que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo), cambio que afecta a toda su persona, sensibilidad, voluntad, inteligencia y actividad (del alma y del cuerpo). Francisco, por el ejercicio de la misericordia, adquiere un nuevo sentido (una nueva visión) del «otro», del leproso y de la miseria humana; así, considera a los leprosos como dignos de ser amados y los trata como hermanos[4] y no como extraños repugnantes, este es el significado de dulzura. La oposición entre amargo y dulzura indica el cambio radical en Francisco.

Francisco identifica su estado de pecado con el sentimiento de amargura y la figura de los leprosos. La penitencia será el medio a través del cual él tome conciencia de su situación de pecado y se sensibilice ante la condición de los leprosos, y así cambie sus relaciones con Dios y con los leprosos. Los leprosos son para Francisco el lugar de encuentro con Dios, consigo mismo y con la realidad de la miseria humana; para él los leprosos equivalen a un verdadero sacramento de Dios y del hombre en este mundo.

El hacer penitencia es la conversión, la «metanoia» en sentido bíblico, el cambio que conduce al hombre de la vida centrada en su propio yo a una vida totalmente sometida y abandonada a la voluntad, al reinado y al señorío de Dios. La conversión implica el servicio a Dios y a los hombres, porque el penitente ya no actúa por sí y para sí, siguiendo su propio yo, sino como el siervo obediente de Dios. Esta conversión en Francisco es un cambio radical en los criterios de valor y de juicio, indicado a través de la antítesis amargo - dulzura.[5] Este cambio total se fundamenta y se materializa en el hice misericordia con los leprosos, en el encuentro misericordioso con aquellos que la sociedad rechazaba. Este ejercicio de la misericordia es el momento más decisivo de la conversión de Francisco, causa y fruto de la misma.

Francisco tras convivir con los leprosos sirviéndolos, se detuvo en reflexionar (después me detuve un poco) y cambió de vida (y salí del siglo). Un cambio de óptica y de comportamiento con el cual Francisco abandona tajantemente los valores y la lógica corrientes en su tiempo. La alteración de valores ante los leprosos significaba más que una transformación espiritual, pues se trataba de una opción de vida social, de un cambio de «estado social», que comportaba situarse al margen de la sociedad, junto con aquellos que eran excluidos por ésta, los leprosos, ayudándolos y participando de su sufrimiento y de su desdicha. Una opción social consistente en pasar de una posición legalmente precisa, la de mercader, a la condición de aquellos que carecían de un «status» regularmente reconocido, y que, por lo tanto, eran los no «protegidos», los indefensos de la autoridad.

El protagonista de todo el relato, de la historia hasta aquí descrita, es el Señor, así lo muestran la mención en primer lugar del Señor y que éste sea el sujeto gramatical de los verbos principales. Francisco, los leprosos y el siglo (las categorías mentales y éticas de la sociedad de Francisco) aparecen en un segundo plano. Aunque Francisco sea coprotagonista, éste es primeramente receptor de la acción divina.

Dios es quien conduce a Francisco a los leprosos (el Señor mismo me condujo entre ellos) y quien le concede el don de hacer la misericordia con ellos, que transforma a Francisco, abandonando los pecados, cambiando sus sentimientos, sus valores y forma de vida, de tal manera que la amargura se le mutó en dulzura. Francisco resume todo esto en: el comenzar a hacer penitencia; confesando que esto lo ha recibido del Señor: el Señor de esta manera me dio a mí. Su conversión y su servicio a los leprosos son don gratuito del Señor, pura gracia, y, a la vez, acogida, o sea respuesta de Francisco. La misericordia de Dios mueve a Francisco a «hacer misericordia», él le da todo lo que es y hace.[6]

J. Segrelles: Francisco lava a un leproso

III. DIOS MISERICORDIOSO SALVADOR,
FUENTE DE TODA MISERICORDIA

Resulta sintomático que Francisco sólo atribuya el adjetivo misericordioso a Dios, y como epíteto, con lo cual subraya el significado del mismo. Francisco adquiere esta viva conciencia de la misericordia de Dios no sólo a través de la escucha y lectura de la Palabra de Dios y de la celebración de la liturgia, sino también por haberla experimentado en su propia historia personal, como ya se vio en su Testamento. Aún más, lo segundo precede a lo primero, pues Francisco considera e interpreta sus vivencias a la luz de la historia de la salvación de Dios en favor de los hombres, del amor y misericordia de Dios derramada en la historia, de manera culminante en y a través de su amado Hijo Jesucristo. Por tanto, la fe de Francisco en el misericordioso Dios no es el fruto de la asimilación de una doctrina especulativa, sino de su experiencia sumergida en la Palabra de Dios.

Para Francisco, Dios es misericordioso, es decir: de corazón compasivo, de sentimientos de misericordia. Con esta confianza Francisco invoca, en su oración, al Señor. Así, se aprecia en la oración conclusiva de su Carta a toda la Orden: Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios (CtaO 50).

En esta oración, resumen del contenido de la Carta a toda la Orden, Francisco invoca a Dios con cuatro epítetos, los dos primeros: omnipotente, eterno, hacen clara referencia a la transcendencia de Dios; los otros dos: justo y misericordioso, a su inmanencia. Para Francisco, Dios no es sólo el «totalmente Otro», que supera en todo a los hombres, que posee todo el poder (omnipotente) y todo el tiempo (eterno), sino también aquel que se ha abajado a los hombres y está presente en medio de ellos. Porque Dios se ha revelado justo y misericordioso a los hombres mediante la justificación y salvación realizada en Jesucristo (Rom 3,23-26).

Esta misericordia de Dios es la manifestación de su omnipotencia y eternidad. Es la superabundancia de los dones divinos para el hombre, que supera los méritos del mismo, la medida de la estricta justicia.

Francisco es muy consciente de esto; prueba de ello es su profunda fe en Dios como fuente de todo bien, constante primordial en sus Escritos. Para Francisco, el hombre ante Dios es indigente, necesitado (miserable), por su pecado, y deudor de él en todo, por ser su criatura.[7] El hombre no puede conformarse a Dios por sí sólo, su religión (su fe operante), su seguimiento de Jesucristo y, por tanto, su misericordia para con los demás, es pura gracia de Dios a través de su Hijo Jesucristo, bajo la acción del Espíritu Santo.

Francisco, desde esta confianza y certidumbre, pide a Dios que nos conceda la gracia de que sea él mismo quien haga en nosotros su propia voluntad, y aún más, que nuestro deseo coincida con su voluntad.[8] Para que por la acción multiforme del Espíritu Santo, podamos seguir las huellas de Jesucristo (realización de la voluntad de Dios);[9] y, así, podamos gozar de la misma vida de Dios, de su familiaridad.[10]

En las Alabanzas del Dios Altísimo, oración autógrafa de Francisco, fruto y reflejo de su experiencia mística en el monte Alverna, Francisco vuelve a llamar misericordioso a Dios:

«Tú eres esperanza nuestra,
tú eres fe nuestra,
tú eres caridad nuestra,
tú eres toda dulzura nuestra
tú eres vida eterna nuestra;
Grande y admirable Señor,
Dios omnipotente, misericordioso Salvador» (AlD 6).

Esta oración es expresión de un camino de meditación que tiene su punto de partida y de llegada en Dios.[11] Refleja un movimiento circular que abraza toda la historia de la salvación: el Dios uno y trino, creador del universo,[12] por amor a los hombres, envió a su Hijo para ofrecerles la salvación;[13] y los hombres que acogen este don, confiados en que su destino está en Dios, quien les da la eternidad (AlD 6). Las acciones benéficas de Dios en favor del hombre a lo largo de la historia, incluidas sus virtudes, son tan grandes que Francisco carece de suficientes palabras para celebrarlas. Todos esos beneficios manifiestan el ser misericordioso de nuestro Salvador.

La confianza de Francisco en la misericordia de Dios se refleja claramente en su Exposición del Padre Nuestro. Misericordia a través de la cual Dios Padre nos perdona todos nuestros pecados:

«Y perdónanos nuestras deudas:
por tu misericordia inefable,
por la virtud de la pasión de tu amado Hijo
y por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tus elegidos» (ParPN 7).

La misericordia del Padre es inefable (indecible) porque es impensable, inconcebible para la mente humana. Misericordia que es perdón constante para nosotros, que nos muestra un Dios siempre vuelto e inclinado hacia nosotros.[14] El Padre realiza su misericordia por medio de la fuerza infinita de la pasión de su Hijo.

Es este mismo Hijo, precisamente, quien experimentó la misericordia del Padre a lo largo de toda su vida terrena, pero de manera especial en su pasión y resurrección. Así lo ora Francisco en su Oficio de la Pasión (celebración de todos los misterios de Cristo, no sólo de su Pasión), en donde acompaña a Jesús en su largo camino desde el prendimiento hasta la resurrección, pasando por la muerte en cruz.

En los seis primeros salmos del Oficio de la Pasión (OfP) es Jesús quien ora al Padre. En OfP 3, Jesús dirigiéndose a su Padre manifiesta su plena confianza en Él, puesto que su Padre, por su misericordia, lo ha liberado de sus enemigos y torturadores,[15] lo ha librado del sufrimiento y de la muerte.[16] Y en OfP 4, Jesús invoca el auxilio de su Padre, le pide misericordia, ante las vejaciones físicas y psíquicas que le causan sus enemigos, y ante el abandono y rechazo de sus amigos. Jesús no desespera ante la inhumanidad a la que es sometido, sino que espera seguro en su Padre que lo salvará.[17]

Esta misericordia de Dios Padre para con su Hijo Jesucristo es la misericordia que Dios ha tenido para con nosotros los hombres. Por ello, Francisco canta los dos momentos cumbres de la historia en los cuales Dios nos ha dado su misericordia: el día de Navidad y el día de Pascua.[18] La encarnación y la resurrección de Jesús son la máxima expresión de la misericordia de Dios.

Por tanto, para Francisco, la misericordia de Dios no se limita a su perdón,[19] sino que se derrama sobre toda nuestra historia personal y universal (pasada, presente y futura), justificando con creces el nombre de misericordioso dirigido exclusivamente a Dios, pues su obra y su nombre se identifican totalmente. Así, Francisco confiesa en la Regla no bulada:

«Amemos todos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con toda la fuerza y fortaleza, con todo el entendimiento, con todas las fuerzas, con todo el esfuerzo, con todo el afecto, con todas las entrañas, con todos los deseos y voluntades al Señor Dios, que nos dio y nos da a todos nosotros todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida; que nos creó, redimió y por sola su misericordia nos salvará; que a nosotros miserables y míseros, pútridos y hediondos, ingratos y malos todo bien nos hizo y nos hace» (1 R 23,8).

Este texto pertenece al capítulo 23 de la Regla no bulada, que es una acción de gracias (vv. 1-6) y una exhortación (vv. 7-11). El pasaje reproducido concreta la súplica a servir permanentemente al Señor Dios en la verdadera fe y conversión. Esta verdadera fe y conversión consisten en amar a Dios con todo nuestro ser y con todas nuestras potencias o dimensiones. Amar totalmente al Señor que nos ha dado todo nuestro ser y toda nuestra vida, al crearnos y al redimirnos del pecado; y un día nos dará la vida eterna (nos salvará) por su inmensa bondad, por pura gracia (por sola su misericordia), sin que nosotros tengamos méritos para merecerlo (por nuestros límites, nuestras carencias y nuestros pecados).

Toda nuestra historia está marcada por la bondad, la misericordia, que el Señor ha derrochado sin medida y gratuitamente sobre nosotros. Por ello, para Francisco, Dios es el maestro y guía de la misericordia. Por lo mismo, Francisco insiste en el ejercicio de la misericordia entre los hermanos menores y con los demás, convencido de que Dios nos da la misericordia que nosotros realizamos; de ahí que la misericordia no resulte un imposible, ni tampoco una heroicidad del hombre; si toda nuestra vida (ser y actuar) son pura gracia, no podía serlo menos «nuestra» misericordia.

Th.-A. Ribot: El Buen Samaritano

IV. LA MISERICORDIA: FORMA DE VIDA
PROPUESTA POR FRANCISCO A TODO HOMBRE

Francisco en sus Admoniciones ofrece un programa de vida a todo cristiano, propuesta que consiste en una vida evangélica asentada en la desapropiación. La síntesis de estas Admoniciones se encuentra en la Adm 27, donde Francisco resume en pocas palabras su enseñanza sobre la misericordia:

«Donde hay misericordia y discreción,
allí no hay superfluidad ni endurecimiento» (Adm 27,6).

La Admonición 27 es un cántico de alabanza a las virtudes, presentando la relación de éstas entre sí, con las cuales el cristiano supera y vence los vicios. En ella se ofrecen los medios de purificación a través de los cuales el cristiano llega a ser tal. Por esta razón, Francisco empieza hablando de la caridad, que ahuyenta los miedos particulares en las relaciones interpersonales, y el desconocimiento (ignorancia) voluntario de la existencia y de las necesidades del «otro», permitiendo amar a los demás verdaderamente.

Tras esto se comprende que Francisco presente la misericordia como la virtud que confunde el endurecimiento del corazón, el mayor impedimento para la caridad.[20] Y la presenta junto a la discreción que vence lo superfluo. La discreción es el discernimiento, la capacidad de distinguir para elegir. Las dos virtudes son próximas en su aplicación. La misericordia, la compasión y el perdón procedentes del corazón necesitan ojos para reconocer las necesidades de los demás y comprender sus deficiencias. Además, la discreción, en el sentido de justa medida, moderación o indulgencia, evita todo exceso de endurecimiento de corazón, en el sentido de ceguera espiritual. En las fuentes franciscanas el discernimiento aparece unido a la misericordia, está asociado a la libertad y a la piedad, expresa magnanimidad y generosidad, condescendencia y disponibilidad, mitiga austeridad y rigor, es medida de amor y de compasión.

La misericordia necesita del discernimiento, pues en la misericordia no sólo entran en juego los sentimientos y la voluntad, sino también la inteligencia y el conocimiento; son necesarios los ojos para ver y aplicar una mirada de compasión y de perdón sobre el hermano, de reconocimiento y aceptación del «otro» como hermano.

La misericordia conjura la dureza de corazón, es decir, que el centro vital de la persona esté vuelto sobre sí mismo, no abierto a Dios y a los demás. La dureza del corazón es vivir sometido al egoísmo del propio «yo», es vivir centrado sobre sí mismo y cerrado a los demás. El hombre de corazón duro, que no tiene misericordia, impide la expansión del amor que proviene de Dios y que él nos lo ha dado para que llegue a los demás a través de nosotros; por ello el hombre sin misericordia, al excluir a los demás del amor de Dios, se está excluyendo a sí mismo del amor de Dios y de su Reino. Por contra, el hombre misericordioso difunde el amor de Dios, construyendo así el Reino de Dios y perteneciendo al mismo.

La misericordia junto con la discreción permite al cristiano mantener unas relaciones auténticas y justas con los demás; así podrá corregirlos y perdonar sus faltas sin caer en ningún extremismo (abandono, escándalo o condena).

La dureza y los extremismos se evitan cuando la misericordia rige en la propia vida. Así, en la Carta a todos los fieles (segunda redacción), Francisco exhorta a todos aquellos que han recibido la potestad de juzgar:

«28En cuanto a los que recibieron potestad de juzgar a otros, ejerzan el juicio con misericordia, así como ellos mismos quieren obtener misericordia del Señor.

»29Pues habrá juicio sin misericordia para aquellos que no hicieren misericordia» (2CtaF 28-29).

Es muy esclarecedor que Francisco diga estas palabras después de tratar, con agudeza sin par, sobre el amor al prójimo (2CtaF 26-27: …Y si alguno no quiere amarlos como a sí mismo, al menos no les acarree males, sino que les haga bien). La misericordia concreta el amor al prójimo.

Francisco dirige la exhortación a los jueces y a los sacerdotes (por el sacramento de la reconciliación)[21] para que juzguen con misericordia, tal como ellos quieren obtener misericordia del Señor, recordándoles que su esperanza en el Juez misericordioso la deben manifestar en hechos concretos, usando misericordia con los otros.

La maldición del v. 29 es una cita literal la Carta de Santiago 2,13, muestra de la fidelidad de Francisco a la Palabra de Dios en su pensamiento sobre la misericordia. Santiago, hablando del respeto debido a los pobres y de la no acepción de personas que debe haber dentro de la comunidad cristiana, recuerda a los cristianos que sólo el amor y la misericordia hacia los hermanos, sin acepción de personas, puede salvar al hombre en el juicio que sólo pertenece a Dios.

La advertencia de Santiago tiene un contenido escatológico: en vuestras acciones, en las relaciones con los hombres, pensad en el juicio, que se ejercerá según el criterio de vuestro amor y misericordia. Pues Dios, único juez que puede salvar o perder (cf. Sant 4,12), Señor rico en compasión y misericordia (cf. Sant 5,11), tendrá misericordia con aquellos que han tenido misericordia y han amado; sin embargo, no tendrá misericordia con aquellos que no la han tenido.

La Carta de Santiago funda la ética cristiana sobre esta motivación escatológica, orientando radicalmente la vida del cristiano hacia la meta escatológica, el juicio que se resolverá en salvación o condenación.

Francisco, en 2CtaF 26-29, está en plena sintonía con el texto bíblico, él ha captado el sentido profundo del mismo. Por otra parte, la motivación escatológica como fundamento de la ética de Francisco es frecuente en su pensamiento.[22] Como también el principio evangélico: Todo lo que queréis que os hagan los hombres, también vosotros hacedlo a ellos (Mt 7,12), y la formulación negativa del mismo que aparece en el AT: No hagas a nadie lo que no quieras te hagan (Tob 4,15). Este principio se refleja en la frase: así como ellos mismos quieren obtener misericordia del Señor.[23]

La exhortación de Francisco a los magistrados no es un alegato contra la justicia o el derecho. Para Francisco la misericordia no anula la justicia, ni tampoco la da por supuesta. La prueba de ello es el concepto tan amplio de justicia que tiene Francisco, que supera la idea de lo estrictamente debido según unas leyes escritas. Para Francisco lo que se debe por justicia no es misericordia.[24]

Por otro lado, Francisco es consciente que la justicia, entendida como dar a cada uno lo que le es debido, es insuficiente para fundamentar las relaciones humanas desde la fe cristiana, pues, queriendo aplicar la justicia (derecho) hasta las más extremas consecuencias, existe el peligro de cometer las mayores injusticias. De ahí que la aplicación del derecho no debe estar separada de la práctica de la caridad y de la misericordia (de los principios morales que se derivan del evangelio), pues la justicia perfecta y definitiva es la de Dios, que se rige por el principio del amor.[25]

Francisco es el heraldo de la misericordia de Dios y a todos exhorta a ser misericordiosos, máxime a sus hermanos. Muchos son los pasajes de los Escritos en los cuales Francisco insiste a los hermanos a tener actitudes de misericordia (aunque no la mencione), tanto ad intra como ad extra de la fraternidad; no obstante, aquí nos limitamos a comentar los pasajes donde Francisco utiliza la palabra misericordia. En especial nos detenemos en el escrito de Francisco que refleja y sintetiza por antonomasia su visión y mensaje sobre la misericordia, la Carta a un Ministro:

«1Al hermano N., ministro: El Señor te bendiga.

»2Te digo, como puedo, acerca del caso de tu alma, que todas aquellas cosas que te impiden amar al Señor Dios, y cualquiera que te hiciere impedimento, ya hermanos ya otros, aun cuando te azotaran, debes tenerlo por gracia. 3Y así lo quieras y no otra cosa. 4Y esto tenlo por verdadera obediencia del Señor Dios y mía, porque sé firmemente que ésta es verdadera obediencia.

»5Y ama a aquellos que te hacen esto. 6Y no quieras otra cosa de ellos, sino lo que el Señor te diere. 7Y ámalos en esto; y no quieras que sean mejores cristianos. 8Y ten esto por más que un eremitorio.

»9Y en esto quiero conocer, si tú amas al Señor y a mí, siervo suyo y tuyo, si hicieres esto, a saber, que no haya algún hermano en el mundo, que haya pecado todo cuanto haya podido pecar, que, después que haya visto tus ojos, nunca se retire sin tu misericordia, si busca misericordia. 10Y si no buscara misericordia, que tú le preguntes si quiere misericordia. 11Y si pecara mil veces después delante de tus ojos, ámalo más que a mí, para esto, para que lo atraigas al Señor; y que siempre tengas misericordia de los tales. 12Y, cuando puedas, comunica esto a los guardianes, que por tu parte estás resuelto a obrar así. (…)

»14Si alguno de los hermanos, instigándolo el enemigo, pecare mortalmente, esté obligado por obediencia a recurrir a su guardián.

»15Y todos los hermanos, que sepan que ha pecado, no le causen vergüenza ni detracción, sino tengan gran misericordia acerca de él, y mantengan muy oculto el pecado de su hermano; porque no hay necesidad de médico para los sanos, sino para los enfermos.

»16Igualmente por obediencia estén obligados a enviarlo a su custodio con un compañero. 17Y el custodio mismo atiéndale misericordiosamente, como él querría que se le atendiese, si estuviera en caso semejante. 18Y si cayere en otro pecado venial, confiéselo a un hermano suyo sacerdote. 19Y si no hubiere allí sacerdote, confiéselo a un hermano suyo, hasta que haya sacerdote, que lo absuelva canónicamente, como se ha dicho. 20Y éstos no tengan enteramente potestad de imponer otra penitencia sino ésta: vete y no peques más. (…)

Sin pretender un análisis exhaustivo de la carta, una lectura detenida de la misma nos permite exponer lo que sigue.

El tema principal de la carta es la misericordia, de tal manera que podríamos titularla Misericordia. El vocabulario lo indica, pues Francisco utiliza cuatro veces el verbo amar y seis veces la palabra misericordia, más una misericordiosamente. Si atendemos al proverbio: «de la abundancia del corazón habla la boca», nos encontramos aquí ante un texto que nos desvela el ser más íntimo de Francisco y sus inquietudes más acuciantes.

La carta es la respuesta de Francisco a un hermano ministro (responsable de un grupo de hermanos), que le plantea su propio caso de conciencia, su situación personal: los hermanos de quienes es responsable, a quienes sirve, le causan problemas y sufrimientos, impidiéndole amar al Señor; es decir, le obstaculizan su vida religiosa, tal como él la entiende, por ello quiere retirarse a un eremitorio (vv. 2. 8).

Francisco responde al ministro, discerniendo su caso, de manera personal, afectuosa y realista, con un lenguaje sencillo, concreto e inmediato (como si le estuviese hablando cara a cara), y con un mensaje muy radical, del cual está plenamente convencido Francisco.

De la respuesta de Francisco destacamos sólo dos aspectos: todo es gracia y la única réplica al mal es el bien, la misericordia.

Francisco exhorta, con humildad y sinceridad, al ministro a que considere todo como gracia de Dios (vv. 1-3. 6), a que viva las cosas de cada día como don del Señor, incluidas las diversas contrariedades y la misma misericordia que debe ejercer con los hermanos pecadores. Esta aceptación de todo como gracia debe hacerlo voluntariamente y con agradecimiento gozoso, renunciando a la propia voluntad (desapropiándose), entregándose totalmente al Señor y no queriendo nada fuera de lo que el Señor da. Para ello se requiere que confíe absolutamente en Dios. Estas son las notas que distinguen la verdadera «vida religiosa» (v. 4: verdadera obediencia del [al] Señor Dios).

Ante el mal que uno padece sólo existe una respuesta: el amor; no se trata de huir del mal (ignorándolo o sufriéndolo con estoica resignación), sino de afrontarlo con el bien, con la fuerza del amor. Por ello Francisco le dice al ministro que ame a aquellos que le causan daño (vv. 5-7).

El ministro ha de manifestar este amor ejerciendo la misericordia en su auténtica manifestación, es decir, perdonando sin reservas al hermano pecador. Pues la mayor miseria del hombre es el pecado (tema frecuente en Francisco) que clama una compasión sin límites.

Francisco pide al ministro que sea misericordioso siempre y sin medida para con los hermanos cuando pequen, independientemente de quién sea ese hermano (antipático o simpático, etc.), y de cuál haya sido su pecado (v. 9). Esta misericordia desbordante es el criterio para verificar el amor del ministro al Señor y a Francisco (Y en esto quiero conocer, si tú amas al Señor y a mí. Este criterio vale para todos nosotros, no sólo para el ministro). El amor y la misericordia para con los enemigos y pecadores, junto con la acogida de todo como gracia, dan la medida de nuestra «vida religiosa». Por ello vale más una vida regida por estas actitudes que una vida retirada del mundo en oración; de ahí que Francisco le diga al ministro: Y ten esto por más que un eremitorio (v. 8). Francisco, aun estimando la vida contemplativa en la soledad, no la admite como huida y refugio del mundo con sus problemas y conflictos.

Además de lo ya dicho, la «lógica» de la misericordia con el hermano que peca, tal como Francisco la presenta, requiere dos actitudes fundamentales. Primera, que la mirada (expresión de la persona misma) sobre el hermano pecador sea acogedora, comprensiva y reconciliadora, de tal manera que éste se sienta perdonado y experimente la misericordia, sin que tenga que mediar la palabra. El hermano aprecia y recibe la misericordia a través del rostro (la mirada) del ministro. La mirada es el ámbito inmediato de las relaciones humanas, que las condiciona en un sentido u otro, de ahí su valor ético (v. 9). La segunda actitud consiste en salir al encuentro del hermano pecador, tomar la iniciativa para posibilitar la reconciliación (v. 10).

Esta misericordia para con el hermano pecador, que recuerda a la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-31) y conecta con el Cántico del hermano sol, v. 10, tiene como fin la atracción del hermano a Dios (para que lo atraigas al Señor, v. 11). Así, con la misericordia se le ayuda al hermano a gozar del amor de Dios; pues la misericordia no es un medio para alcanzar la perfección de quien la ejerce, sino que mira y busca el bien supremo de quien la recibe.

Del v. 15: Y todos los hermanos…, se deduce que el mensaje radical de la carta, que su propuesta de misericordia, va dirigida a todos los hermanos y no sólo a los ministros («superiores»). Con esto queda claro que no se puede hacer una lectura simplista de la carta, adjudicando cómodamente sus exigencias sólo a los «superiores».

La misericordia con el hermano que ha pecado se traduce en actitudes concretas y sencillas (aunque exigentes): no avergonzarlo en privado o en público, ni tampoco degradarlo y humillarlo, sino que se ha de guardar en secreto el pecado del hermano.

La causa de esta misericordia para con el hermano que peca, y de las actitudes que la acompañan, es proclamada por la misma Palabra de Dios (Mt 9,12): porque no hay necesidad de médico para los sanos, sino para los enfermos (v. 15). Su razón última y primera es el mensaje y la obra redentora de Jesús, manifestación cumbre de la misericordia de Dios para con los hombres, y por tanto la mayor gracia que nos ha concedido. Por ello, este v. 15 es el fundamento teológico del mensaje de la carta, que le da pleno sentido evangélico y, por tanto, cristiano. Esta constatación excluye cualquier sospecha sobre la motivación del mensaje de la carta, mostrando claramente que esa motivación no radica en una filosofía humana, ni tampoco en una concepción-experiencia enfermiza del hombre, sino en la fe en el misterio de la cruz redentora de Cristo.

En el v. 17 Francisco propone la "regla de oro" (Mt 7,12) como la máxima norma en el comportamiento con el hermano que peca; se trata de ponerse en su lugar, de empatizar con el hermano. La obediencia y la autoridad en la fraternidad comportan intrínsecamente, como su elemento constitutivo, el amor, el respeto y la aceptación afectuosa y paciente que cada uno querría para sí. Esta actitud no sustituye a la corrección fraterna, ni exime de la misma.[26]

La misericordia para con el hermano que peca también se ha de traducir en la penitencia que los hermanos sacerdotes deben imponerle, la cual es determinada por el mismo Jesús cuando dice: vete y no peques más (cf. Jn 8,11). Un criterio evangélico que limita la potestad de los hermanos sacerdotes: Y éstos no tengan enteramente potestad de imponer otra penitencia sino ésta: vete y no peques más (v. 20).[27]

La Carta a un Ministro nos desvela el talante de Francisco, quien, como siervo de Dios y de todos, respeta al máximo a la persona, su libertad y su proceso de crecimiento; que se guía por el amor, la misericordia, la bondad, la comprensión y la solicitud para con los hermanos. A la vez, esta carta nos muestra a Francisco como un diligente maestro en el discernimiento y como un auténtico pedagogo en el acompañamiento de los hermanos.

<J. Benlliure: Bernardo da sus bienes a los pobres

V. LA MISERICORDIA: PEDAGOGÍA DE FRANCISCO

La experiencia de conversión marcó tan profundamente a Francisco, que influyó no sólo en su estilo personal de vida, sino también en las relaciones con sus hermanos. La misericordia no sólo es una experiencia fundante en Francisco y una dimensión central de su propuesta cristiana, sino también su pedagogía.

De la Carta a un Ministro y de otros escritos de Francisco se desprende que éste propone y ejerce una pedagogía con sus hermanos. Ésta se caracteriza por una paciente humanidad y una intensa misericordia, que persigue el crecimiento de la persona, respetando su libertad y responsabilidad, sin obligar sino dejando hacer según la inspiración que cada uno recibe del Señor. No obstante, esta inspiración se tiene que discernir,[28] y al hermano también se le ayuda (ama) corrigiéndolo fraternalmente, a la manera evangélica y no a la manera de los poderosos de este mundo.[29]

La pedagogía de Francisco no persigue un ideal de perfección (no quieras que sean mejores cristianos, CtaM 7), sino la conducción de la persona a su realización, ayudándole a descubrir y a experimentar que Dios le ama y le da su plenitud, a pesar de su ceguera o pecado (Y si pecara mil veces después delante de tus ojos, ámalo más que a mí, para esto, para que lo atraigas al Señor, CtaM 11).

Esta pedagogía tiene como medio principal la misericordia, el amor sin medida y sin condiciones. Misericordia que se explaya a través de numerosas actitudes hacia el otro. Algunas de estas actitudes ya han sido comentadas; a continuación las recordamos y apuntamos otras, sin pretensión de ser exhaustivos.

La aceptación gratuita del otro tal cual es, como diferente y como don de Dios, respetándolo y renunciando a «mirarlo» según nuestros deseos, proyectos o cálculos. El respeto a la libertad de conciencia del otro, posibilitando su iniciativa y responsabilidad personal. Amar al otro en todas circunstancias, perdonándolo, como nosotros queremos ser amados y perdonados, reconociendo nuestro pecado y mediocridad como cristianos. No pretender del otro más de lo que de nosotros mismos nos exigimos.[30] Dar al hermano que peca todas las posibilidades para su sanación, su reconciliación. Huir de la murmuración, de la crítica y del juicio destructivo sobre el otro. La renuncia del ejercicio a cualquier tipo de violencia sobre los otros, ni la consecución de algún ideal, por elevado que sea (ni siquiera el evangélico), justifica el uso de medios coercitivos al estilo de los empleados en las sociedades. En cualquier proyecto o decisión individual y comunitaria, el mínimo que se debe asegurar por encima de todo es el amor fraterno.

Para Francisco era tan importante transmitir estos valores al ministro, que incluso llega a confesarle que estima más su amor por el hermano pecador, que el amor hacia él mismo (ámalo más que a mí).

* * *

Francisco vive en y desde la plena convicción que sólo la misericordia de Dios nos dio todo nuestro ser, nos da la redención y nos dará la salvación, por su Hijo Jesucristo. Francisco encarna esta fe con actitudes concretas en su propia vida, en su anuncio del Evangelio y en su animación de la fraternidad de los hermanos menores, como responsable de la misma. Para Francisco, la misma misericordia de Dios nos demanda e impulsa a ser misericordiosos con los demás, para que experimenten el amor de Dios. También nuestra misericordia es pura gracia de Dios, y como tal necesita comunicarse a los demás.

La misericordia, para Francisco, no es una doctrina aprendida; tampoco es un sentimentalismo efusivo, dependiente de los estados de ánimo de la persona; ni tampoco el mero cumplimiento de una ley, de las «obras de misericordia» (Francisco ni las nombra); ni tampoco un medio para tranquilizar la conciencia o para alcanzar la perfección personal, sino que es una experiencia personal, enraizada en la Palabra de Dios y guiada por ésta; una vivencia de la misericordia de Dios que le conduce a practicar la misericordia con todos sin excepción. Praxis que se refleja en su amor, sensibilidad, afecto, disponibilidad, iniciativa, acogida, bondad, comprensión y servicio atento para con las personas necesitadas (de dentro y de fuera de la fraternidad); de manera especial, en su amor y perdón para con quienes pecan, por ser la mayor expresión de la necesidad y ante la cual cuesta más ser misericordioso. Y algo muy importante, Francisco vive estas actitudes con alegría y paz.

Además de los textos de los Escritos comentados, otros tantos reflejan cómo la misericordia es constitutiva de la forma de vida de los hermanos menores, que por ser hermanos, menores y siervos de Dios y de todos, deben servirse mutuamente y a todos deben servir, especialmente amando y perdonando sin límites a quienes pecan, y compartiendo la suerte de los excluidos, despreciables, pequeños, débiles, enfermos y pobres. No obstante, estas páginas bastan para mostrar que en Francisco se cumplieron las palabras del Señor: Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Esta reflexión no busca provocar desazón, malestar o desesperanza, sino que intenta ser un recuerdo de lo prometido para proseguir el camino de nuestro compromiso; y no porque hasta ahora no hayamos hecho nada o poco, sino porque nuestra vocación nos exige comenzar cada día ese camino con espíritu renovado.

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NOTA BIBLIOGRÁFICA

Los Escritos de San Francisco de Asís. Texto latino de la edición crítica de Kajetan Esser. Traducción española y comentario filológico por Isidoro Rodríguez y Alfonso Ortega, con la colaboración de José García y Antonio López. Prólogo de Juan Meseguer. Murcia, Publicaciones del Instituto Teológico de Murcia OFM, Ed. Espigas, 1985.

ÁVILA, Martí, La Carta a un Ministro, en Selecciones de Franciscanismo, Vol. XXIII, n. 69 (1994) 453-463.

BAZARRA, Carlos, Francisco pedagogo, en Cuadernos Franciscanos n. 99 (1992) 130-136.

ESSER, Kajetan, De la virtud que ahuyenta el vicio (Admonición 27 de san Francisco, 2.a parte)», en Selecciones de Franciscanismo, vol. XXI, n. 63 (1992) 323-328.

LAVILLA MARTÍN, Miguel Ángel, La imagen del siervo en el pensamiento de San Francisco de Asís, según sus escritos. Valencia, Ed. Asís, 1995.

TEMPERINI, Lino, Misericordia, en Dizionario Francescano. Spiritualità. Padova, Edizioni Messaggero, 1983, col. 997-1.006.

F. Francken: La parábola del hijo pródigo

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N O T A S:

[1] Así se entiende el «hice misericordia» si se considera 1 R 8,8-10; así lo interpreta Tomás de Celano, 1 Cel 17: «servía a todos (los leprosos) por Dios con extremada delicadeza: lavaba sus cuerpos infectos y curaba sus úlceras purulentas, según él mismo lo refiere en el testamento: Como estaba en pecado, ...practiqué con ellos la misericordia». También 2 Cel 9; LM 2,6; TC 11.

(Las abreviaturas utilizadas son las empleadas en Selecciones de Franciscanismo).

[2] Así lo narran los biógrafos: 1 Cel 17: «...se fue donde los leprosos; vivía con ellos y servía a todos...»; LM 6,2: «convivió con ellos»; TC 11: «entre ellos moraba». Esta convivencia solidaria con los leprosos era esencial en la forma de vida de la primitiva fraternidad de los hermanos menores, 1 R 9,2: «Y deben gozarse, cuando conviven con personas viles y despreciables, con pobres y débiles y enfermos y leprosos y los mendigos del camino».

[3] San Buenaventura en LM 1,6 y después de él tantísimos autores explican la motivación fundamental de esta solidaridad de Francisco con los leprosos, de su actitud amorosa y servicial para con ellos, en que Francisco identifica a los leprosos con Cristo crucificado, que apareció despreciable como un leproso. Según esta línea interpretativa, Francisco descubre a Cristo siervo paciente a través de leprosos; a la vez, la contemplación de Cristo, que en su encarnación y pasión asume la enfermedad y el dolor del hombre, impulsa a Francisco a solidarizarse con los leprosos, a hacer misericordia con ellos. Sin embargo, el texto del Testamento no da pie a pensar que Francisco fuese consciente de todo esto al principio de su conversión.

[4] Según los biógrafos, Francisco llamaba «hermanos cristianos» a los leprosos (LP 64, EP 58).

[5] Esta oposición fundamental del Testamento aparece en 2CtaF 69 con sus términos invertidos, pero con el mismo sentido: «...al cuerpo le es dulce hacer el pecado y amargo servir a Dios». Según el Test 1-3, estas palabras se pueden entender como: es dulce servir a Dios y amargo pecar. Francisco en Test 1-3 ilustra la relación entre el no vivir en penitencia y el servir al mundo, y lo amargo que le resulta al yo egoísta del hombre el servir a Dios (2CtaF 63-69). Para Francisco el vivir en penitencia es entregarse absolutamente al servicio de Dios. Un servicio que tiene como única traducción el ejercicio de la misericordia para con los otros hombres, especialmente para con los que sufren y para con los marginados por la sociedad. El servicio a Dios y el servicio a los hombres son inseparables. El pecado, la negativa a servir a Dios y a los hombres, produce la amargura en el hombre por la repugnancia y el vacío que siente ante su situación. El «hacer misericordia» es el medio liberador del pecado y es la fuente de la dulzura. Por otra parte, para Francisco toda la dulzura se encuentra en Dios, quien merece el nombre de «dulce» (1 R 23,9.11), dulzura de la cual nos hace partícipes a través de su Hijo Jesucristo, por quien gozamos de la familia de Dios (lCtaF 13; 2CtaF 56).

[6] Francisco atribuye su fe, su fraternidad y su vocación (forma de vida) a la acción de la misericordia del Señor Dios: el Señor me dio (Test 4, 6), el Altísimo mismo me reveló (Test 14). Aunque él no utilice la palabra misericordia, sí lo hacen los biógrafos para referirse a la intervención de la misericordia divina en la vocación de Francisco: 1 Cel 7, 17, 26, 92, 98; 2 Cel 20; TC 13, 36; AP 10; LM 1,3; 2,8; 8,3; 9,9; Lm 1,1. Y a la presencia constante de la misericordia divina en diferentes circunstancias de la vida de Francisco: 1 Cel 34, 50, 98; 2 Cel 116, 120, 156; TC 46; AP 8, 18; LM 6,6; Lm 3,7. Santa Clara también lee toda su vida bajo la luz de la acción del Padre de las misericordias: TestCl 2-4, 16, 31. Sobre la misericordia ejercida por Francisco, puede verse: 1 Cel 68, 111, 118; 2 Cel 32, 38, 85, 89; TC 59; EP 28, 91; LM 12,11.

[7] Sobre esta pobreza e infelicidad del hombre (además de otros textos que ya se indicarán más adelante): CtaO 25, 50; 1 R 22, 6-7: ...nosotros por nuestra culpa somos hediondos, miserables y contrarios al bien; pero para el mal, prontos y voluntariosos, porque como dice el Señor en el Evangelio: Del corazón proceden y salen los malos pensamientos, adulterios, fornicaciones, homicidios, hurtos, avaricia, maldad, impudicia, envidia, falsos testimonios, blasfemia, insensatez (cf. Mc 7,21-23; Mt 15,19). Sin embargo, la imagen del hombre en Francisco no es unilateral, no se reduce a la dimensión de pobreza y límite, pues Francisco reconoce la elevada dignidad de cada hombre en virtud de su origen, Adm 5,1: Considera, oh hombre, en cuán grande excelencia te ha puesto el señor Dios, porque te creó y formó a imagen de su amado Hijo según el cuerpo, y a semejanza de él según el espíritu. También 1 R 23,1.

[8] CtaO 50: Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios, danos a nosotros miserables hacer por ti mismo, lo que sabemos que tú quieres, y siempre querer lo que te place.

[9] CtaO 51: ...para que interiormente limpiados, interiormente iluminados y por el fuego del Espíritu Santo abrasados podamos seguir las huellas de tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo.

[10] CtaO 52: ...y a ti, Altísimo, llegar por sola tu gracia, que en Trinidad perfecta y en simple Unidad vives y reinas y eres glorificado, Dios omnipotente, por todos los siglos de los siglos. Amén.

[11] Tanto por el contenido como por la forma, existe un paralelismo entre el principio y el final de la oración. Aparece una correspondencia entre los vv. 1-2 y los términos Grande y admirable Señor, Dios omnipotente, entre el n. 3 y misericordioso Salvador. También entre ...Señor ..., que haces maravillas (v. 1) y ...admirable Señor (v. 6).

[12] AlD 1-3: Tú eres santo Señor Dios único, que haces maravillas. Tú eres fuerte, tú eres grande, tú eres altísimo, tú eres rey omnipotente, tú Padre Santo, rey del cielo y de la tierra. Tú eres trino y uno, Señor Dios de dioses, tú eres el bien, todo bien, el sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero.

[13] AlD 4-5: Tú eres amor, caridad; tú eres sabiduría, tú eres humildad, tú eres paciencia, tú eres belleza, tú eres mansedumbre, tú eres seguridad, tú eres descanso, tú eres gozo, tú eres nuestra esperanza y alegría, tú eres justicia, tú eres templanza, tú eres toda nuestra riqueza a satisfacción. Tú eres belleza, tú eres mansedumbre, tú eres protector, tú eres custodio y defensor nuestro; tú eres fortaleza, tú eres refrigerio.

[14] La petición confiada de la misericordia de Dios debía ser continua en la oración de los hermanos menores, 1 R 3,5: Y por los defectos y negligencias de los hermanos digan cada día "Miserere mei Deus" con el "Pater noster".

[15] OfP 3,5: Envió Dios su misericordia y su verdad; arrancó mi alma de mis fortísimos enemigos y de aquellos que me odiaron, porque se hicieron fuertes contra mí. Véase el v. 4 de este Salmo.

[16] OfP 3,11: Porque se ha engrandecido hasta los cielos tu misericordia; y hasta las nubes, tu verdad. Véanse los vv. 6-9.

[17] OfP 4,1: Ten misericordia de mí, Dios, porque me ha pisoteado el hombre, atacándome todo el día me ha atribulado. Véase todo el Salmo.

[18] OfP 9,4; OfP 15,5: En aquel día mandó el Señor su misericordia, y de noche su cántico. El mismo versículo repite Francisco el día de Navidad (Salmo 15 del OfP) y el Domingo de Resurrección (Salmo 9 del OfP); nótese que Francisco añade el término aquel a las palabras del Sal 41,9, para subrayar la concretez del mensaje y para señalar los días de Navidad y Pascua.

[19] Francisco, con las palabras del salmista, también se dirige al Señor para invocar y cantar su misericordia en los momentos de tribulación, inseguridad y angustia. OfP 11,9; OfP 12,10: Ayudador mío, a ti salmodiaré, porque Dios es mi acogedor, Dios mío, misericordia mía. OfP 12,7: Escúchame, Señor, porque tu misericordia es benigna; mírame según la multitud de tus misericordias. OfP 13,5: Los que me atribulan exultarán si fuese vacilante; pero yo he esperado en tu misericordia. Y en la Bendición a fray León, Francisco pide al Señor que con su misericordia proteja a León: El Señor te bendiga y te guarde; te muestre su faz y tenga misericordia de ti (BenL 1).

[20] Francisco no menciona a la misericordia en su Saludo a las virtudes; sin embargo, se deduce que la misericordia está presente en el binomio caridad-obediencia, SalVir 3. 13-18.

[21] Cf. 2 R 7,2-3, más adelante aludimos a este texto.

[22] Cf. CtaCle 14; 1CtaF 2,22; CtaA 8; 1 R 4,6. Por otra parte, Francisco advierte contra la apropiación del poder de juzgar (condenar); él exhorta a no juzgar a nadie porque es un poder que sólo le corresponde a Dios, quien no se equivoca, pues ve el secreto de los corazones: Adm 26; 1 R 9,12; 11,11; 2 R 2,7.

[23] Sobre la aplicación concreta en la vida cotidiana de la "regla de oro" (Mt 7,12), véanse: 1 R 4,4-5; 6,2; 10,1; 2 R 6,9; Adm 18,1; CtaM 17; 2CtaF 43.

[24] 1 R 9,8: Y la limosna es la herencia y la justicia, que se debe a los pobres, que nos adquirió nuestro Señor Jesucristo.

[25] Estas ideas fueron desarrolladas doctrinalmente durante los siglos XII-XIII, dando lugar a la equidad cristiana, concepto y realidad que define la justicia desde la perspectiva cristiana. Así se tempera la justicia, humanizándola, haciendo ver en el otro no un objeto o un simple individuo, sino una persona; así se subordina el derecho a la ética cristiana, se adaptan las leyes a los casos particulares y se supera la letra de la ley escrita.

[26] Francisco propone la "regla de oro" como principio de acción a todos los hermanos, no sólo a los ministros, y para diferentes situaciones de la vida, no sólo ante el pecado del otro; véanse los textos ya indicados en la nota 23. Francisco en 2CtaF 43-44, dirigiéndose a quienes reciben la obediencia de los otros hermanos, dice: Y para cada uno de sus hermanos haga y tenga la misericordia, que querría se le hiciese a él, si estuviera en caso semejante. Y no se irrite contra el hermano por el delito del hermano, sino que con toda paciencia y humildad benignamente lo amoneste y soporte. Porque todos estamos necesitados de misericordia, del amor y del perdón de Dios y de los demás, como Francisco nos lo recuerda unas líneas después, al referirse a nuestra condición pecadora (2CtaF 46). Por otra parte, del texto anterior se deduce que para Francisco la misericordia no excluye la corrección fraterna, hecha con paciencia, humildad y benignidad.

[27] Esta limitación no se aprecia en 2 R 7,2; sin embargo, se sigue insistiendo que la penitencia ha de estar marcada por la misericordia: Los ministros mismos, si son sacerdotes, impónganles penitencia con misericordia... Además se advierte sobre los obstáculos que impiden el amor y la misericordia para con el hermano que peca, 2 R 7,3: Y deben guardarse de airarse y conturbarse por el pecado de alguno, porque la ira y la conturbación impiden en sí y en otros la caridad. Una advertencia frecuente en Francisco, cf. Adm 11; 1 R 5,7-9; 2CtaF 44.

[28] Sobre el discernimiento, además de la CtaM, pueden verse: Adm 11; 19; 24; 25; 27,6; 1 R 16,4; 1 R 17; 2 R 12,1-2.

[29] Sobre la corrección fraterna: Adm 22; 23; 2CtaF 44; 1 R 5,3-9; 2 R 10,1.

[30] Es evidente el contraste entre la propuesta de Francisco en CtaM 5-11 (no querer de los hermanos otra cosa que lo que el Señor nos da en ellos y no obligarlos a ser mejores cristianos) y lo que Francisco dice en otros escritos sobre la corrección o expulsión de los hermanos que no son católicos (CtaO 44; 1 R 19,1-2; Test 31-33). Esta actitud dura de Francisco se entiende si se considera que para Francisco la catolicidad (vinculación a la Iglesia) es imprescindible para vivir el Evangelio del amor y de la misericordia.

* * *

ALGUNAS CUESTIONES
PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y GRUPAL

1. Cuando escucho o pronuncio la palabra misericordia, ¿qué entiendo, qué quiero decir? Trata de formular una respuesta concreta.

2. ¿Qué experiencia personal tengo de misericordia? Trata de recordar momentos concretos de tu historia personal en los que hayas experimentado misericordia y hayas hecho misericordia.

- ¿Qué sentimientos has tenido o se han provocado en ti?

- ¿Qué o quién te movió a hacer misericordia?

- ¿Qué actitudes asumiste?

- ¿Qué «sabor» te dejaron esas experiencias concretas?

3. Tras una lectura pausada y meditada de la Carta a un Ministro de san Francisco, ¿qué sentimientos y pensamientos te sugieren este texto?; ponlos por escrito. Trata de iluminar situaciones personales y comunitarias a la luz de esta carta.

4. ¿Qué es para mí la gracia en mi vida cotidiana?

5. ¿Cómo vivo las adversidades?

6. ¿Cómo reacciono ante las desdichas y las necesidades de los demás?

7. ¿Qué actitudes y gestos de misericordia debo cultivar o acrecentar hacia los hermanos de mi fraternidad, hacia los destinatarios de mi actividad pastoral o misión, y hacia aquellos que no tienen ninguna relación con mi fraternidad o con mi pastoral?

[En Selecciones de Franciscanismo, vol. XXVI, núm. 77 (1997) 263-284]

 


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