DIRECTORIO FRANCISCANO
ESTUDIOS SOBRE LOS ESCRITOS
DE SAN FRANCISCO Y
DE SANTA CLARA DE ASÍS

EL «OFICIO DE LA PASIÓN»
DE SAN FRANCISCO DE ASÍS,
MODELO PARA CELEBRAR
LA LITURGIA DE LAS HORAS

por Octaviano Schmucki, o.f.m.cap.

.

[Recomendamos vivamente, para mejor comprender este artículo y para sacarle mayor provecho, tener a mano el texto del Oficio de la Pasión de nuestro Padre san Francisco e irlo leyendo al ritmo del desarrollo del estudio. Advertirá el lector alguna errata]

I. ORIGEN Y CARACTERÍSTICAS GENERALES

1. El «Oficio de la Pasión», compuesto por san Francisco, no es algo absolutamente nuevo en la historia devocional del Cristianismo. En los intentos de una reforma monástica, promovidos por Benito de Aniane en 817, emerge una tendencia típica a prolongar el Oficio divino con plegarias de tipo personal y devocional. En esta corriente de oraciones devocionales, en continuo aumento con el pasar del tiempo, se inserta el Oficio de la Pasión del Pobrecillo. En la vida de san Ulrico de Augusta ( 973), se tiene noticia por primera vez de un oficio devocional en honor de la Cruz, compuesto por el preboste contemporáneo Gerardo. Por cuanto nos es dado saber de este tipo de plegaria paralitúrgica, hay que distinguir dos tipos redaccionales: el pequeño Oficio de la cruz, cuyas horas comprendían sólo un himno y una oración colecta, mientras que el «Ordo magnus de Cruce» o el «Officium sanctissimae Passionis Domini nostri Jesu Christi» constituía un verdadero ciclo de horas paralitúrgicas con tres lecturas.

2. Antes de afrontar el primer esquema del oficio votivo, será oportuno reconstruir, aunque sea a grandes rasgos, el carácter fundamental del mismo. Diversos autores han hecho notar que el título Oficio de la Pasión no expresa completamente su contenido. Aunque tal inscripción se lee en manuscritos antiguos, se subraya el hecho de que varios oficios votivos de la Pasión contienen una serie de salmos en honor de Cristo. El P. León Bracaloni cree, en cambio, que el título Oficio de la Pasión, adecuado para el primer esquema previsto para el Triduo sacro, fue extendido erróneamente a todo el oficio, mientras con mucha mayor propiedad «podría calificarse en sus diversas partes como una añadidura al Oficio de la B. Virgen María para los cinco tiempos del año» (Studi Francescani 12, 1940, 253).

Sin negar que el espíritu de san Francisco se ensanchara hacia otros misterios de Cristo cuando recitaba este oficio votivo, es indudable la intención del orante de dirigirse principalmente a la santa Pasión. Así resulta de la rúbrica inicial que se extiende ciertamente a todos los esquemas de salmos votivos: «Estos son los salmos que compuso nuestro beatísimo padre Francisco para veneración, recuerdo y alabanza de la pasión del Señor». Además, no se puede olvidar lo que Tomás de Celano refiere de la piedad de santa Clara: «Aprendió el Oficio de la Cruz, tal como lo había compuesto el amante de la cruz Francisco, y con similar afecto lo recitó a menudo» (LCl 30). Finalmente, hay que tener presente que el primer esquema abarca con mucho la mayor parte del año litúrgico, o sea, el tiempo que va de la octava de Epifanía a Pascua, y de la octava de Pentecostés al Adviento, a excepción de los domingos y días festivos. Los indicios recogidos hasta ahora, por consiguiente, convergen a identificar en el misterio de la redención la inspiración fundamental del oficio votivo de san Francisco. Pero se ha de puntualizar expresamente que él entiende el término «Pasión» en el sentido global del actual «misterio pascual», incluyendo en él la resurrección y ascensión de Jesucristo.

3. La rúbrica inicial nos informa, luego, sobre los elementos estructurales de cada hora paralitúrgica. «Téngase en cuenta que el bienaventurado Francisco recitaba así este oficio: en primer lugar decía la oración que el Señor y Maestro nos enseñó: "Santísimo Padre nuestro", etc...». Contrariamente a lo que alguna vez se ha afirmado, aquí no se trata de la «Paráfrasis del "Padrenuestro"», sino del «Padrenuestro» mismo. Inspirándose en la oración sacerdotal de Jesús, parece que Francisco anteponía normalmente el adjetivo «santo» o «santísimo» cuando se dirigía al Padre celestial. Según el mismo rubricista, el Pobrecillo, después del «Padrenuestro» introductorio, hacía seguir regularmente las «Alabanzas que se han de decir en todas las horas», antes y después de las mismas (cf. AlHor). De este mosaico de alabanzas divinas, tomadas principalmente del Apocalipsis, se deduce el maravilloso conocimiento del Santo de anticipar la Liturgia celestial cuando recitaba las horas canónicas.

Después de tal introducción, Francisco pasaba a la hora votiva misma, que invariablemente estaba constituida por estos elementos: primero recitaba la antífona en honor de la «Santa Virgen María» y celebraba sus admirables relaciones con las tres Personas de la santísima Trinidad; y otro tanto hacía en honor del arcángel san Miguel, de los otros coros angélicos y de todos los santos, pidiendo su intercesión ante Jesucristo. El corazón de cada hora está constituido, en cambio, por la composición salmódica del Pobrecillo de la que ya hemos hablado y de la que ofreceremos luego algunos ejemplos concretos. Cada hora concluye con el «Gloria al Padre» y con una exhortación a bendecir «al Señor Dios vivo y verdadero». Es importante destacar la vastedad de los horizontes espirituales del Seráfico Padre cuando celebraba la Liturgia de las Horas. Él se siente inserto en un coro literalmente cósmico. Sigue las etapas decisivas de la historia de la salvación y, con el ímpetu de la fe y de la confianza, se extiende hacia el destino definitivo del reino celestial. Francisco capta perfectamente la intención eminentemente latréutica y eucarística del Oficio divino.

II. EL PRIMER ESQUEMA DEL «OFICIO DE LA PASIÓN»

Estos datos históricos y espirituales, encaminados a favorecer la comprensión del oficio votivo de Francisco, habrán suscitado el deseo de aproximarse al texto mismo.

1) LA HORA VOTIVA DE COMPLETAS

Es significativo que Francisco inicie su oficio paralitúrgico con las Completas del Jueves santo. El rubricista nos indica también la motivación del Santo: «Porque en esa noche fue traicionado y apresado nuestro Señor Jesucristo». En efecto, la libre composición de diversos versículos de los salmos lleva al orante al Huerto de los olivos y lo hace testigo de la súplica de Jesús, triste hasta la muerte, al Padre: «¡Oh Dios!... pusiste mis lágrimas ante tu mirada» (Sal 55,8-9). Mis enemigos celebraron consejo para arruinarme (Sal 40,8 + 70,10). «Y contra mí hicieron males por vosotros, y me devolvieron odio a cambio de amor» (Sal 108,5). «En lugar de amarme, me calumniaban, mientras yo oraba» (Sal 108,4).

«Padre santo mío, rey del cielo y de la tierra, no te alejes de mí, porque la tribulación está cerca y no hay quien me ayude» (Jn 17,11; Mt 11,25; Sal 21,12. Nótense las añadiduras personales de Francisco). Después de la invocación de la ayuda divina contra los enemigos, Francisco sigue con un acento muy concreto: «Mis amigos y mis allegados se acercaron hacia mí y se quedaron parados, y mis vecinos se quedaron lejos» (Sal 37,12). «Alejaste de mí a mis conocidos, me consideraron como abominación para ellos, fui atrapado y no podía salir» (Sal 87,9). «Padre santo (Jn 17,11), no alejes de mí tu auxilio; Dios mío, atiende a mi auxilio» (Sal 21,20 + 70,12). «Ven en mi ayuda, Señor Dios de mi salvación» (Sal 37,23).

Los conceptos graduales de este salmo permiten penetrar profundamente en la manera franciscana de aproximarse al misterio de la Pasión. Los ojos espirituales del orante ven desfilar delante de sí los momentos particulares de la agonía del Salvador en el Huerto de los olivos. Más aún, quedamos admirados de la maestría con que el Santo sabe reproducir una narración continuada con la ayuda de versículos de salmos preexistentes. Así, sentimos el llanto de Jesús; somos testigos de su condena en la sala del Sanedrín; participamos de su soledad sin consuelo tras el abandono de sus mejores amigos; escuchamos incluso el beso del traidor y presenciamos la captura de Jesús. Considero, sin embargo, que el centro sobre el que gravita este tipo de meditación religiosa es más profundo. Francisco revela aquí una extraordinaria fuerza introspectiva al captar los sufrimientos interiores del Redentor, su indecible decepción y tristeza, sus estremecimientos de horror frente a la inminente pasión y su total abandono al auxilio del Padre celestial.

2) LA HORA VOTIVA DE MAITINES

Respecto a Maitines nos falta, por desgracia, una introducción del rubricista que nos explique cuál es su intención. Ni el mismo salmo contiene un versículo que pueda referirse unívocamente a una escena determinada de la Pasión. No obstante, partiendo del punto seguro de las completas y considerando el tiempo en que se recitaban los primeros maitines, se puede intentar una interpretación más concreta, sin exponernos al peligro de subjetivismos. Parece que el pensamiento fundamental del salmo franciscano sea lo que está delante de los ojos de san Buenaventura para los maitines de su «Oficio de la Pasión», es decir: «... porque Cristo a esta hora de la noche fue apresado e insultado por los judíos» (Op. Omnia VIII, 145b).

Esta conjetura resulta afianzada por varios versículos del salmo. Ya al principio, el orante oye al Salvador que, en la noche, implora la ayuda del Padre: «Señor Dios de mi salvación, de día y de noche he gritado ante ti» (Sal 87,2). Tras una mirada retrospectiva sobre su continua unión con el Padre, indicada por Jesús con dos versículos del Salmo 21 (10-12), se tiene la impresión de asistir al escarnio de que fue hecho el Salvador durante la noche por parte de los centinelas de la guardia en la casa del Sumo Sacerdote (Lc 22,63-65): «Tú conoces mi afrenta y mi confusión y mi sonrojo» (Sal 68,20). «A tu vista están todos los que me acosan; afrenta y miseria soportó mi corazón» (Sal 68,21). Ciertamente corresponde en plenitud a la realidad histórica de soledad total esta evocación: «Y esperé a quien me compadeciera, y no hubo nadie, y a quien me consolara, y no lo encontré» (Sal 68,21). Tal vez sea aún más explícita la relación con los sucesos evangélicos en el versículo siguiente: «Los inicuos, ¡oh Dios!, se alzaron contra mí, y la sinagoga de los poderosos buscaron mi vida, y no te tuvieron presente» (Sal 85,14). Este versículo del salterio se adapta perfectamente a los primeros ultrajes a que Jesús fue sometido durante la espera nocturna, antes de la sesión del Sanedrín; y ello, tanto por la palabra «sinagoga» como por la descripción de cómo le agredieron violentamente. Pero también en este mal trance, el Salvador pone incondicionalmente su voluntad en la del Padre: «Tú eres mi Padre santísimo, Rey mío y Dios mío» (Sal 43,5).

Se puede lamentar que no aparezcan con mayor claridad los rasgos de la escena evangélica que aquí tiene absorta la mente de nuestro místico. Sin embargo, de cara a nuestro propósito de entrever la actitud con que Francisco celebraba el Oficio divino, es más significativo el que él, meditando la Pasión, no se entretenga en descripciones naturalistas de detalles evangélicos o incluso apócrifos, sino que inmediatamente se dirija al misterio central del don de obediencia de Jesús al Padre.

3) LA HORA VOTIVA DE PRIMA

Quizá es aún más difícil establecer un punto concreto de relación con la Pasión en el salmo de Prima. Parece que en el mundo contemporáneo a Francisco, fue común meditar durante la recitación de Prima la condena de Jesús pronunciada por Pilato. De los escritores de aquella época, cito únicamente las palabras de Ruperto de Deutz, abad benedictino: «Nuestro Señor, ya escupido..., y todavía por saturar de oprobios, comparece atado ante Pilato por nosotros» (Mt 21,11-31; PL 170, 13B).

Para llegar, en nuestro caso concreto, a un juicio recto, se ha de tener presente que la oración en cuestión, el salmo compuesto por nuestro Padre, coincide prácticamente con el Salmo 56, cuyos versículos quedan dispuestos de forma diferente. Por otra parte, no carece de importancia lo que subraya el rubricista: «Téngase en cuenta que este salmo se dice siempre en prima». En efecto, ese salmo ocupa tal lugar en los esquemas dominicales y festivos, excepto en el ciclo festivo de Navidad. Este destino más amplio puede haber influido en la elección de versículos cuyo significado es más genérico.

Según la interpretación mística que sin duda Francisco aplica al texto salmódico, aquí el Redentor adolorido expresa su confianza incondicional en la protección omnipotente del Padre y, mientras levanta su grito, sabe ya que va a ser escuchado. Por eso, habla del sufrimiento como si ya hubiese sido superado. Permanece el recuerdo de la victoria sobre la perfidia de los enemigos, y esto le hace brotar del corazón un cántico de alabanza: «Clamaré al santísimo Padre mío, al Altísimo; al Señor, que se puso a mi favor» (Sal 56,3). «Envió Dios su misericordia y su verdad; libró mi vida de mis fortísimos enemigos y de los que me odiaron, pues eran mucho más fuertes que yo» (Sal 17,18 + 56,4c-5a).

De este modo se comprende claramente cómo el Santo podía usar sin contradicciones el mismo salmo sea para el tiempo de Pasión sea para los otros tiempos litúrgicos. Para la Semana santa, él pensaba en la confianza victoriosa de Cristo sufriente que, no obstante la ingratitud y la preponderancia de la maldad humana, se arroja a los brazos del Padre previendo la victoria de la resurrección. La elección de términos tales como «lazo» (laqueus) y «fosa» (fovea; vv. 6-7) hace pensar en una conexión intencional con la sentencia deliberada antes por el Sanedrín y con los testigos perjuros, aunque ahora nos falten elementos para comprobarlo con seguridad.

4) LA HORA VOTIVA DE TERCIA

A primera vista parecería que también respecto a Tercia se presenta la misma dificultad que hemos notado al hablar de Prima. En la literatura espiritual de la Edad Media, la conexión espiritual de esta hora litúrgica con la Pasión de Cristo, especialmente con la condena de Jesús por parte de Pilato y con la crucifixión, se hace casi común. Según un autor reciente, también la hora de Tercia en el Oficio de la Pasión de Francisco recuerda con vivacidad los hechos acaecidos ante el Procurador romano, especialmente al pueblo judío que, sin piedad, pidió la condena a muerte (cf. Collectanea Franciscana 30, 1960, 138). Sin lugar a dudas esta interpretación es digna de atención. Después que Cristo, con las palabras del Salmo 55,2-3, se ha lamentado de los enemigos que lo han pisoteado y atormentado todo el día, continúa: «Todos mis enemigos tramaban males contra mí, pronunciaron palabras perversas contra mí» (Sal 40,8-9). Las expresiones del salmista: «tramaban males contra mí» y la que reproduce Francisco en su versículo siguiente: «conspiraron contra mí», dejando aparte interpretaciones forzadas, se refieren a la condena a muerte, demagógicamente arrancada a Pilato. Siguen los versículos del Salmo 40,7, y del 21,8 y 7, que hablan con exactitud casi histórica de la salida afuera de los enemigos para confabularse entre ellos, del ser Jesús objeto de irrisión y de mofa por parte del pueblo. Un comentador reciente del Oficio de la Pasión piensa aquí en la flagelación. No es imposible que el orante se refiera a la escena del «Ecce Homo». Ciertamente Francisco tiene delante de los ojos espirituales los dolores morales y físicos del Salvador que él, orando, presenta al Padre celestial. El salmo, como en otras ocasiones, termina en tono de abandono confiado: «Padre santo, no alejes de mí tu auxilio, atiende a mi defensa» (Jn 17,11; Sal 21,20).

5) LA HORA VOTIVA DE SEXTA

La hora de Sexta, a causa de su recitación durante el tiempo en que el Señor fue crucificado, encontró muy pronto la correspondiente interpretación. Así, ya Hipólito de Roma ( 235) justifica este tiempo especial de oración por el hecho de que el Redentor fue colgado de la cruz a la hora de sexta. Muchos siglos después, el abad Ruperto de Deutz podrá escribir: «A la hora de sexta, Cristo el Señor, por nosotros, fue elevado en la cruz, para atraer a sí todas las cosas» (cf. Jn 12,32; PL 170, 14A).

En la primera parte, Francisco cita el Salmo 141,2-5. Prescindiendo del hecho de que éste es el salmo que él recitó antes de morir, las palabras: «Cuando me falta el aliento...» aluden claramente a la situación del mártir que lucha en la cruz con la muerte (Sal 141,4a). Igualmente, los restantes versículos se adaptan sin dificultades relevantes a las condiciones en que se encontraba Cristo sufriendo los indecibles tormentos de la crucifixión. El Salvador grita con toda su voz su oración ante el Padre (Sal 141,2s). En el camino de su vida, los enemigos le habían tendido clandestinamente trampas (Sal 141,4). El Crucificado se siente abandonado de todos (Sal 141,5). «Porque por ti soporté afrentas, la confusión cubrió mi rostro» (Sal 66,8). Para hacer todavía más claro y alusivo el discurso, Francisco deja que el Hombre de dolores continúe: «Padre santo, me devoró el celo de tu casa, y las afrentas de los que te afrentaban cayeron sobre mí» (Jn 17,11; Sal 68,10). A continuación, con versículos tomados de diversos salmos (34,15; 68,5; 34,11-12; 37,21), pasa como revista a los diversos tipos de dolor sufrido: la flagelación, «se amontonaron sobre mí las desdichas (en latín: flagella), y no lo supe»; los innumerables perseguidores injustos; los testigos inicuos; los interrogatorios sufridos y, sobre todo, la amarguísima ingratitud. El Redentor prorrumpe nuevamente en un grito de confianza incondicional: «Tú eres mi Padre santísimo, Rey mío y Dios mío» (Sal 43,5).

6) LA HORA VOTIVA DE NONA

La hora de Nona, ya desde el tiempo paleocristiano, recibió del Evangelio una impronta propia. Puesto que, según los Sinópticos, el Salvador expiró a la hora de nona (cf. Mt 27,45-50; etc.), ya el orden eclesiástico de Hipólito prevé una hora especial de oración en memoria del hecho del fallecimiento de Cristo. Los autores modernos que han comentado el Oficio de la Pasión permanecen extrañamente inciertos al indicar el significado de la hora de Nona (cf. Collectanea Franciscana 30, 1960, 140s). Una respuesta a la cuestión sobre qué contemplaba el Pobrecillo cuando recitaba esta hora, la tenemos analizando el salmo respectivo. Se abre citando el libro de las Lamentaciones (1,12): «Vosotros todos, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como mi dolor». ¿Quién es el autor, el sujeto agente de esta lamentación? Puesto que Cristo, hacia el final de la composición de san Francisco, usando la primera persona singular del yo, habla de su muerte y resurrección, la respuesta es inequívoca: el Redentor moribundo invita a la compasión. Es obvia, por consiguiente, la conclusión de que Francisco nos presenta el autorretrato del Hombre de dolores, trazando sus rasgos salientes con la ayuda de algunos versículos tomados del Salmo 21,14-19, sin que, por lo demás, siga el orden progresivo que los versículos tienen en el texto bíblico.

He aquí los elementos evocados, siguiendo la línea continuativa de la composición sálmica: los asesinos me acorralaron como una jauría; se sortearon mis vestidos; taladraron mis manos y mis pies; como leones, abrieron sus fauces contra mí; dislocaron todos mis huesos; los malos tratos debilitaron mis fuerzas como cera derretida; la lengua se me pegó al paladar; como comida me dieron hiel y para mi sed me dieron vinagre. En un expresivo paso del Salmo 21,16, al Salmo 68,27, dentro de un mismo versículo del salmo franciscano, Francisco apuntó incluso a la muerte de Jesús: «Y me llevaron al polvo de la muerte, y aumentaron el dolor de mis heridas».

No existe ya duda de que el Santo, en su meditación sálmica, no considera una situación determinada del Redentor sufriente. En efecto, inmediatamente después del versículo antes citado, Francisco deja proseguir al Señor en su diálogo con el alma: «Me dormí y desperté (en latín resurrexi), y mi Padre santísimo me acogió con gloria» (Sal 3,6 + 72,24). Nuestro místico, pues, no se detiene en la Pasión. Si bien proyecta y extiende este mismo salmo para el Viernes santo, supera el ámbito del simple hecho histórico de la muerte de Jesús para recordar a Cristo divinamente glorificado en la resurrección.

Hacia el final de la hora, Francisco cambia el enfoque de la plegaria. Si hasta ahora, con versículos sin variaciones o ligeramente modificados, ha presentado a Cristo en coloquio con el alma, ahora el orante se vuelve al Señor para alabarlo, porque «ha redimido las almas de sus siervos con su propia sangre santísima, y no abandonará a nadie que espere en él» (Sal 33,23). Después, la mirada del Santo se proyecta hacia el fin del tiempo y protesta con maravillosa certeza de fe: «Y sabemos que viene, que vendrá a juzgar con justicia» (Sal 95,13).

7) LA HORA VOTIVA DE VÍSPERAS

Un comentador ha delineado el contenido de este salmo como un canto del atardecer por la victoria magnífica del Redentor resucitado (cf. Collectanea Franciscana 30, 1960, 142). Que en esta composición el júbilo se abre camino en un contexto de luto, implícito en la hora canónica, nos lo asegura ya el versículo inicial: «Aplaudid todas las gentes, aclamad a Dios con voz de júbilo» (Sal 46,2). E inmediatamente el Santo nos expone el motivo de su alegría sin límites: «Porque el santísimo Padre del cielo, nuestro Rey antes de los siglos, envió de lo alto a su amado Hijo y ha realizado la obra de la salvación en medio de la tierra» (Sal 73,12). Según el designio eterno, el Señor, con su muerte en la cruz, ha realizado nuestra redención en esta hora histórica del mundo. El simple recuerdo de este acontecimiento hace desencadenar en el alma del místico una nueva oleada de alabanza enternecida. Es un dato sintomático el que Francisco inserte aquí versículos salmódicos previstos para el salmo común a todas las horas paralitúrgicas de Navidad.

Pero tampoco aquí el orante puede limitarse a simples palabras y afectos. Al hecho grande de la muerte de Cristo en la cruz, él debe corresponder con el ofrecimiento de su seguimiento a la cruz: «Ofreced vuestros cuerpos y cargad con su santa cruz y seguid hasta el fin sus santísimos preceptos» (cf. Sal 95,8; Lc 14,27; 1 Pe 2,21). Inmediatamente después, sigue un versículo digno de atención particular: «Tiemble la tierra entera en su presencia; decid entre las naciones que el Señor reinó desde el madero» (Sal 95,9-10). La edición crítica del P. Esser ha vuelto segura la añadidura «regnavit a ligno», «desde el madero». En el Salterio mismo esta interpolación se remonta a un copista cristiano. En cualquier caso, se encuentra por primera vez en el Salterio de Verona y, a continuación, aparece en varios Salterios vétero-latinos, así como también en el Salterio Romano que sin duda era conocido por Francisco. Por obra y gracia del célebre himno de la cruz «Vexilla Regis» de Venancio Fortunato ( a principios del s. VII), la expresión «desde el madero» ha encontrado un puesto fijo en la liturgia (cf. Collectanea Franciscana 30, 1960, 143). De la lectura «reinó desde el madero» deriva que Francisco, además del profundo sentido de alegría del Cristianismo antiguo por la «Pasión dichosa», tuvo presente en su ánimo el pensamiento de la realeza de Cristo en la cruz.

Para la fiesta de la Ascensión, anota el rubricista, Francisco añade, como elementos integrantes, una profesión de fe en este misterio divino y el conocido versículo de Nona sobre la espera del fin de los tiempos. Sin saberlo, el Santo, al poner de relieve la venida final de Cristo, nuevamente presenta la herencia de la primitiva cristiandad. En efecto, ya en san Cipriano ( 258) la oración de la tarde está empapada de la espera del retorno de Cristo. Algunos siglos después, de forma espléndida, escribirá san Pedro Damián: «... en el oficio de la alabanza vespertina, la santa Iglesia de los elegidos espera a su Esposo» (PL 145, 226B).

III. CONCLUSIÓN

Me parece oportuno detenerme aún por unos instantes y recoger algunas ideas-clave que se deducen de esta lectura incompleta del Oficio de la Pasión.

1. Francisco, que más de una vez se autocalifica de «ignorante», revela su extraordinaria sabiduría cristiana precisamente en este oficio votivo. Él leyó y meditó el Salterio veterotestamentario con los ojos fijos de la fe cristiana. Es evidente su intento de descubrir en los Salmos la línea mesiánica de la revelación y la profecía de los misterios cristológicos. La celebración de la Liturgia de las Horas, en la que los Salmos ocupan un puesto tan relevante, supone ineludiblemente una lectura cristiana de los mismos.

2. En su esfuerzo por interpretar cristianamente los Salmos, destaca sin duda la así llamada cristologización ascendente o desde abajo; es decir, en la inmensa mayoría de los casos, él oía a Jesucristo hablarle a su Padre. Esta perspectiva eminentemente litúrgica, que realiza el papel de Cristo mediador, tiende a favorecer el asociarse místico del orante a la función soteriológica de intercesión.

3. El Pobrecillo, además, trató de captar los nexos que unen bien sea Salmos enteros o versículos aislados con los misterios de Cristo. Merece destacarse al máximo que él jamás limita -ni siquiera el Viernes santo- la visual a sola la Pasión de Cristo, y mucho menos a los dolores físicos atroces de su sufrimiento, sino que la proyecta a la obra salvífica del Redentor en toda su amplitud. Partiendo de la predestinación eterna de Cristo, Francisco pasa a su nacimiento en el tiempo, a la realeza en la cruz, a la resurrección, ascensión y venida definitiva al final de los tiempos. Donde acentúa mayormente la meditación de la Pasión, allí mismo emergen, como punto focal, el sufrimiento interior y el abandono filial a la voluntad del Padre. Creo que no es necesario explicar cuán llena de actualidad y provecho para celebrar auténticamente el Oficio sea la perspectiva religiosa que acabamos de apuntar.

4. En el Oficio de la Pasión se abre un vastísimo horizonte de oración cósmico-coral, por cuanto el Santo se siente miembro del universo entero que vicariamente alaba al Creador y da gracias al Redentor. Con singular insistencia se repite la referencia a la Iglesia celeste de María Santísima, de los Ángeles y de los Santos, en cuya alabanza escatológica él participa vivamente. Sin haber sido nunca teólogo, el Pobrecillo vivió una teología de la oración litúrgica que sólo el Concilio Vaticano II nos ha enseñado a redescubrir.

Puntos para la reflexión personal
o el diálogo fraterno

(Consúltese también el artículo anterior del mismo autor)

1) ¿Cómo evitar, en la celebración de las horas litúrgicas, el peligro del formalismo jurídico y del ritualismo litúrgico?

2) ¿Cómo crear, en la recitación de la Liturgia de las Horas, una relación vital con nuestro tiempo y con nuestro ambiente concreto?

3) ¿Cómo suscitar un clima más contemplativo en nuestras Fraternidades durante la Liturgia de las Horas?

4) ¿Cómo encontrar, en el campo litúrgico, el justo equilibrio entre búsqueda intemperante de lo nuevo y fijación esclerotizada?

5) ¿Cómo alcanzar la justa síntesis entre oración personal individual y oración comunitaria, evitando tanto el individualismo como el colectivismo religioso?

6) ¿Cómo hacer realidad el deseable salto de calidad de la celebración litúrgica de las horas?

[En Selecciones de Franciscanismo, vol. VIII, n. 24 (1979) pp. 497-506]

.