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DE SAN FRANCISCO Y DE SANTA CLARA DE ASÍS |
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«A TODOS ESTOY
OBLIGADO A SERVIR» (2CtaF 2) |
. | INTRODUCCIÓN[0] Cuando Tomás de Celano narra la forma de vida de los primeros hermanos, emplea las siguientes palabras para referirse a una jornada normal de trabajo: «Durante el día iban a las casas de los leprosos o a otros lugares decorosos y quienes sabían hacerlo trabajaban manualmente, sirviendo a todos humilde y devotamente» (1 Cel 39e). En esta frase del primer biógrafo de san Francisco se reflejan con toda evidencia las normas que guiaron a la primitiva Fraternidad durante los primeros años, en las que el concepto de trabajo aparece íntimamente unido al de servicio (cf. 1 R 7,1-12). De forma indirecta en ella se refleja también la experiencia del mismo Francisco, quien en su Testamento nos dejó un testimonio de su amor por el servicio y el trabajo (cf. Test 2 y 20), del cual dan crédito sus biógrafos en múltiples pasajes, particularmente cuando lo presentan sirviendo a los leprosos y habitando en sus mismas casas.[1] Según esto, el servicio aparece como un componente importante en el carisma de Francisco y como una de las principales exigencias de la forma de vida de los primeros hermanos. Hoy se escucha hablar mucho acerca del servicio, tanto a nivel de vida cristiana en general como de vida franciscana en particular. Desde este último punto de vista suele ser presentado como un elemento que condiciona todas las dimensiones de la vida de los hermanos[2] y como uno de los ingredientes fundamentales en el proceso de su formación.[3] Por lo mismo, dada su importancia en nuestra forma de vida, nos proponemos estudiar aquí cuál es el significado del servicio para san Francisco, a fin de deducir más fácilmente las repercusiones que hoy tiene en nuestra vida. Limitaremos nuestro campo de estudio a los opúsculos de san Francisco, en los cuales encontraremos el primero y el más seguro camino para conocer el pensamiento del Pobrecillo. Después de detenernos brevemente sobre el vocabulario relacionado con nuestro tema, analizaremos las tres grandes dimensiones que presenta el servicio en los opúsculos: el servicio a Dios, el servicio a los hermanos y las relaciones entre servicio y trabajo. Fijaremos luego nuestra atención en algunos pasajes que nos orientan hacia el fundamento cristológico del servicio, para finalizar con algunas propuestas de actualización. 1. EL VOCABULARIO DE FRANCISCO Cuando Francisco expresa en sus opúsculos la idea de servicio, no emplea un vocabulario unívoco. Varios son los términos latinos que aparecen unidos a este concepto. Conviene, por tanto, que iniciemos dando una mirada de conjunto a este vocabulario.[4] Uno de los términos que más aparecen es el verbo «servio, ire» (21 veces), al cual hay que agregar el verbo italiano «servire» (1 vez) y el sustantivo latino «servitium» (2 veces). Por medio de todos estos vocablos se expresan funciones o actitudes en relación con Dios o con los seres humanos. Sólo en uno o dos casos podría tomárseles como sinónimos de trabajo. Una palabra muy emparentada con las anteriores es el sustantivo «servus», cuya frecuencia es grande en los opúsculos (61 veces, incluyendo algunos títulos).[5] Dadas sus peculiares implicaciones, no lo estudiaremos específicamente aquí, y sólo lo tendremos en cuenta en cuanto nos brinda el fundamento teológico de la doctrina del siervo de Dios. Los verbos «ministro, are» (empleado 19 veces) y «administro, are» (2 veces) tienen en siete ocasiones el significado de servir a los demás, y en el resto de los casos, junto con el sustantivo «administratio», aparecen unidos a las funciones propias del sacramento del Orden, particularmente las de administrar el Cuerpo y la Sangre de Cristo y el servicio de la palabra de Dios. En el mismo sentido es empleado tres veces el sustantivo «ministerium», y una como «servicio de los hermanos» (ministerium fratrum). El sustantivo «minister» merece también un especial cuidado, dada su frecuencia (84 veces) y el peculiar sentido que tiene en los escritos de Francisco. No nos detendremos aquí en su estudio.[6] Bástenos recordar que siempre aparece en textos relacionados directamente con la Orden de los hermanos menores y referido a los hermanos que prestan el servicio de la autoridad, a veces apareado con el término «custodio» (minister et custos) y a veces unido al adjetivo «general» (minister generalis). Es muy importante tener en cuenta que Francisco no empleó ninguno de los términos usuales en su época para designar a los que ejercen la autoridad: abad, prior, maestro, superior, etc. Prefirió la palabra «ministro»,[7] la cual aparece en sus escritos unida al reduplicativo «siervo» (minister et servus) en quince ocasiones. El verbo «deservio, ire» (=servir con diligencia) sólo es empleado una vez, para indicar el especial empeño que se debe poner en mantener vivo el «espíritu de la santa oración y devoción, al cual deben servir (deservire) las demás cosas temporales» (2 R 5,2). El verbo «famulor, ari» aparece sólo en una ocasión, referido a Dios: «Sirviendo al Señor (Domino famulantes) en pobreza y humildad» (2 R 6,2). Según todo lo anterior tenemos que, si se excluyen los términos que hacen referencia al sacramento del Orden y al ámbito litúrgico, los cuales se traducen al español como «administrar» y «ministerio», los opúsculos de san Francisco emplean un total de 29 veces el verbo «servir» y 3 veces el sustantivo «servicio». Estos dos términos (como sustantivo y como verbo) serán el objeto de nuestra reflexión, aunque sin olvidar el apoyo que tienen en los sustantivos «siervo» y «ministro». 2. SERVIR A DIOS Para Francisco, «servir» significaba, ante todo, una peculiar actitud ante Dios o una especial relación con Él. Varios son los pasajes de sus opúsculos que hacen referencia a esta dimensión de servicio. Lo primero que llama la atención a este respecto es que «servir a Dios» está íntimamente unido a «hacer penitencia». De todos es bien sabido que la vida del cristiano y, más específicamente, la del hermano menor, es concebida por Francisco como una vida en penitencia, entendida ésta última ante todo como una permanente conversión del corazón.[8] El cristiano tiene como tarea básica de su vida «conocer, adorar y servir en penitencia» al Señor Jesús (cf. 1 R 23,4). Estos tres verbos serán, en definitiva, los elementos determinantes en el juicio final de Dios. Quienes no hacen penitencia,[9] «sirven corporalmente al mundo con los deseos de la carne, y no observan lo que prometieron al Señor» (1CtaF 2,5; cf. 2CtaF 65), y llegan a engañarse y a enceguecerse hasta un punto tal que, en una total inversión de los valores, consideran que es amargo que el hombre sirva a Dios (cf. 1CtaF 2,11; 2CtaF 69). La vida en penitencia lleva, por tanto, como una consecuencia necesaria, a que el servicio a Dios esté en el centro de las preocupaciones del cristiano. Francisco concibe el servicio a Dios como un acto voluntario y libre que el hombre realiza en el ámbito de la Iglesia,[10] pero también como algo que capitaliza toda su existencia. Todos los epítetos que utiliza cuando se refiere a este tema son de una reiteración tal, que llegan casi hasta la saciedad y nos hacen ver cómo para él era impensable que existiese una persona, un rincón en el mundo o un instante de la historia, en los que Dios no fuese servido: «Todos nosotros, en todas partes, en todo lugar, a toda hora y en todo tiempo, diaria y continuamente » (1 R 23,11). Pero, además del aspecto cuantitativo, Francisco piensa en la dimensión cualitativa del servicio a Dios: «Removido todo impedimento y pospuesta toda preocupación y solicitud, de cualquier modo que mejor puedan » (1 R 22,26; cf. Frag 1,15). Es decir, que no le son suficientes todos los hombres, sino que quiere que todo el hombre entre con todo su ser y de la mejor forma que pueda al servicio de Dios. La prioridad absoluta de Dios en la vida del hombre exige la totalidad de éste a su servicio. Los opúsculos de Francisco no definen en qué consiste el servicio a Dios. Su autor no es un perito en definiciones académicas. Él es ante todo un hombre simple e idiota[11] que, cuando expresa su fe en Dios, explota como un volcán maravilloso de palabras, a través de las cuales deja traslucir el fuego que arde en su interior con epítetos que dan los matices diversos de esa única realidad que es Dios para él. Así, cuando habla de «servir» a Dios, emplea frecuentemente este verbo unido a varios otros, como «amar, honrar y adorar»,[12] «conocer y adorar»,[13] o «conocer y obedecer».[14] Pero donde se muestra inagotable es en la parte final de la gran oración que se encuentra en la Regla no bulada, en la cual parece que solamente con una sucesión de doce verbos el Pobrecillo alcanza a expresar cuál es la tarea fundamental del hombre sobre la tierra: «Creamos verdadera y humildemente, y tengamos en el corazón, y amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y sobreexaltemos, magnifiquemos y demos gracias al altísimo y sumo Dios eterno » (1 R 23,11). Nótese cómo de todos estos verbos, al menos diez indican una peculiar actitud del hombre que reconoce la grandeza y la bondad de Dios, ante la cual reacciona con expresiones de agradecimiento, de adoración, de acción de gracias, de alabanza. Son verbos que indican oblatividad, y entre todos ellos aparece el verbo «servir». El servicio, por tanto, aunque no sea definido, participa de esta corriente de oblatividad de la criatura agradecida frente a su Creador. Es importante resaltar que, cuando Francisco piensa en el servicio a Dios, piensa también en el servicio al hombre. Servir a Dios no es para él una mistificación ni una evasión de la realidad presente; al contrario, implica un compromiso concreto con los hombres, y precisamente con los más marginados de la sociedad. A este respecto es muy significativa la lectura que él hace del pasaje evangélico del juicio final, cuando vendrá el Hijo del hombre y se identificará con los hambrientos, los desnudos, los enfermos, etc. (cf. Mt 25,31-46). A este pasaje hace referencia en una de las secuencias de la gran anáfora que constituye el capítulo 23 de la Regla no bulada, donde dice: «Y te damos gracias porque tu mismo Hijo vendrá en la gloria de su majestad a arrojar al fuego eterno a los malditos que no hicieron penitencia y no te conocieron, y a decir a todos los que te conocieron y adoraron y te sirvieron en penitencia: "Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que os está preparado desde el origen del mundo"» (1 R 23,4). Nótese cómo aquí el verbo «servir» está en la misma categoría de «conocer» y «adorar», y los tres constituyen una condición de vida. Por lo mismo, servir a Jesucristo es servir en penitencia a aquellos con quienes él se identifica, es decir, los que tienen hambre y sed, los enfermos, los encarcelados, los oprimidos, etc. El servicio a Dios tiene un elemento cualificante de gran importancia para Francisco: la humildad. Se trata de una cualificación que, al parecer, está ya implícita en el concepto teológico de servicio. No obstante, en dos ocasiones aparece indicada en los opúsculos como un indicio de la preocupación de Francisco a fin de que el servicio a Dios se haga dentro de ese espíritu. En efecto, cuando exhorta a los hermanos a seguir la desapropiación de Jesucristo, los envía a vivirla «como peregrinos y extranjeros sirviendo en pobreza y humildad al Señor en este siglo» (2 R 6,2), es decir, como una condición que comporta toda la existencia del hermano menor (el gerundio «sirviendo» indica actitud permanente), animado por el espíritu de la humildad y de su aliada inseparable, la pobreza.[15] Pero no solamente es una exigencia para los hombres; lo es también para todas las criaturas, como lo expresa la estrofa final del Cántico de las criaturas: «Load y bendecid a mi Señor, y dadle gracias y servidle con grande humildad».[16] Porque servir a Dios no es para Francisco una actitud privativa del hombre; es algo que debe ser propio de toda criatura que sale de las manos de Dios. Más aún, en la mente de Francisco, las criaturas son para el hombre verdaderos modelos de servicio al Creador, como bien lo expresa en una de sus Admoniciones: «Y todas las criaturas que hay bajo el cielo, de por sí sirven, conocen y obedecen a su Creador mejor que tú» (Adm 5,2). 3. SERVIR A LOS HERMANOS Otra de las dimensiones del concepto de servicio hace referencia a los hermanos. Son varios los pasajes de los opúsculos de Francisco que aluden a esta dimensión. En algunos de ellos aparece claramente que el servicio es una tarea prioritaria de todos los hermanos, de la cual ninguno debe eximirse. En efecto, en un párrafo exhortativo de la Regla no bulada, que está dirigido tanto a los ministros y siervos como a todos los hermanos (1 R 5,7ss), se encuentra una frase de gran vigor, a juzgar por el empleo del subjuntivo y del imperativo en los verbos: «Y ningún hermano haga mal o hable mal de otro; sino, más bien, "por la caridad del espíritu", voluntariamente sírvanse y obedézcanse "unos a otros" (cf. Gál 5,13)» (1 R 5,13-14; cf. Frag 2,7). Nótese la vehemencia de la motivación («por la caridad del espíritu»), con la cual se ubica el servicio fraterno en la perspectiva de la caridad, que es uno de los frutos del Espíritu Santo. Es un servicio que se hace «voluntariamente» (voluntarie), es decir, como un acto propio de quien es persona libre y responsable, y no como el resultado de una imposición o de una estructura jurídica. Servir al hermano es, para Francisco, el acto libre de una persona que sabe amar. Es, además, una acción que tiene una doble dirección ("unos a otros") y que, por lo mismo, hace que el hermano no esté siempre a la expectativa de ser servido, quizás alegando derechos o privilegios, sino que, con la convicción de que es siervo, piense que también él tiene obligaciones y, por lo mismo, se adelante a servir a los demás. Más aún, es un servicio que se fundamenta en la confianza de los hermanos que mutuamente se manifiestan su necesidad: «Y confiadamente manifieste el uno al otro su necesidad para que le encuentre lo necesario y se lo suministre» (1 R 9,10; cf. Frag 2,20). Esta confianza no procede de unas relaciones funcionales, sino de unas relaciones primarias de amistad, las cuales son de suyo recíprocas y engendran a su vez un doble movimiento en los servicios, es decir, haciéndolos también recíprocos y, por lo mismo, suficientemente efectivos. El servicio fraterno tiene una manifestación muy concreta en el servicio a los hermanos enfermos. Las disposiciones que Francisco dejó al respecto son breves pero claras y, sobre todo, con una firme fundamentación evangélica: «Si alguno de los hermanos cayere en enfermedad, dondequiera que estuviere, los otros hermanos no lo abandonen, sino que se designe a uno de los hermanos o más, si fuere necesario, para que le sirva, "como quisieran ellos ser servidos" (cf. Mt 7,12)» (1 R 10,1; cf. 2 R 6,9). Es el mandamiento evangélico del amor el que le da sentido al servicio a los hermanos; la referencia a sí mismo, como prototipo del servicio deseado, indica el cuidado exquisito que se exige para con el hermano enfermo. Por otra parte, es sirviendo a los enfermos como se expresa la verdadera capacidad de amar y el valor auténtico de la caridad, pues allí no hay recompensa inmediata, tal como lo expresa Francisco en una de sus Admoniciones: «Bienaventurado el siervo que tanto ama a su hermano cuando está enfermo, que no puede recompensarle, como cuando está sano, que puede recompensarle» (Adm 24). Quizás donde aparece con más énfasis y con mayor frecuencia el concepto de servicio referido a los hermanos, es en los textos donde Francisco indica la condición y los deberes de quienes ejercen el servicio de la autoridad dentro de la Fraternidad. Es un servicio de gran importancia, no por los honores o privilegios que podría comportar, sino por el papel que tiene en la animación de los hermanos en su fidelidad al Evangelio. Por ello Francisco lo llama «ministerio de los hermanos» (ministerium fratrum), empleando una palabra, «ministerium», que en el lenguaje ordinario es reservada para las funciones litúrgicas. Quien ejerce el «ministerio» es el «ministro», término adoptado por Francisco como el más adecuado para expresar su concepción de la autoridad. Se trata de un término que, como nombre de una autoridad, encierra en sí mismo un criterio de conducta.[17] Esto se hace todavía mucho más claro cuando aparece unido a la palabra «siervo», con lo cual se le da a la expresión «ministro y siervo» un verdadero carácter programático. Francisco tenía una conciencia muy clara de que el servicio a los hermanos era una cualidad inherente a la condición del que es «ministro y siervo». Por ello, entre las pocas disposiciones de carácter institucional que dejó, cuando se refiere a la destitución del ministro general, el único criterio que establece es que sea incapaz para el servicio común de los hermanos: «Y si alguna vez apareciere a la generalidad de los ministros provinciales y custodios que el sobredicho ministro no es suficiente para el servicio y utilidad común de los hermanos, estén obligados los sobredichos hermanos, a quienes está confiada la elección, a elegirse otro para custodio en el nombre del Señor» (2 R 8,4). Podríamos decir que el ministro general es en la Orden como el prototipo de los ministros, y por ello se enfatiza en este texto que el ministerio que debe prestar a los hermanos está consustancialmente unido a su cargo y, por lo mismo, quien no pueda servir a los hermanos, no puede ser su ministro. También en el caso de los ministros la inspiración es netamente evangélica. Como tendremos ocasión de reflexionar más adelante, Cristo es el modelo de servicio que guió a Francisco. Es bastante significativo que en uno de los primeros documentos que elaboró la primitiva Fraternidad tan pronto como creó la institución de los ministros, aparezcan estas palabras: «Y recuerden los ministros y siervos que dice el Señor: "No vine a ser servido sino a servir" (Mt 20, 28)».[18] Se trata de un servicio muy concreto y eficaz, que debe estar revestido de un profundo sentido de humildad, como lo recuerda el mismo Francisco en una de sus Admoniciones: «Los que han sido constituidos sobre los otros, gloríense de esta prelacía tanto cuanto si hubieran sido encargados del oficio de lavar los pies a los hermanos» (Adm 4,2). 4. SERVIR Y TRABAJAR En los opúsculos de Francisco, el concepto de servicio está unido algunas veces al de trabajo. Se trata de una unión expresada en tres ocasiones por medio de la reduplicación de palabras, no siempre fácil de explicar. Una de estas reduplicaciones se encuentra en la introducción a la Carta a todos los fieles, en donde el redactor emplea los infinitivos «servire» y «administrare»: «Como soy siervo de todos, a todos estoy obligado a servir y a administrar (administrare) las olorosas palabras de mi Señor» (2CtaF 2). ¿Se trata realmente de una reduplicación o más bien de dos verbos que significan cosas diferentes? No es fácil dar una respuesta justa. La única diferencia que se podría establecer en este caso sería atribuir a «servir» un significado genérico, aplicable a cualquier clase de servicio, en tanto que «administrar» estaría más unido al servicio de la Palabra de Dios, en consonancia con el uso más frecuente que en este sentido hace Francisco de este término y de otros afines.[19] Las otras dos reduplicaciones unen los verbos «servir» y «trabajar», pero tampoco en esta unión hay mucha claridad, pues mientras en un caso los une una conjunción copulativa: «Del modo de servir y trabajar» (1 R 7, Título), en el otro los enlaza una disyunción: «Todos los hermanos, dondequiera que estuvieren en casa de otros para servir o trabajar, no sean mayordomos ni cancilleres ni presidan en las casas en que sirven; ni acepten algún oficio que engendre escándalo o cause perjuicio a su alma (cf. Mt 8,36)» (1 R 7,1-2; cf. Frag 2,10). Para el rubricista que hizo el título del capítulo 7 de la Regla no bulada resultaba más lógico el empleo de la conjunción «y», con la cual se pone en evidencia la sinonimia de «servir y trabajar»; no ocurre lo mismo en el texto del capítulo, en donde la disyunción parece establecer una diferencia neta entre ambos conceptos. Sin embargo, en el curso de la frase, la segunda vez que aparece el verbo «servir» está haciendo clara referencia a los trabajos antes mencionados (mayordomos, cancilleres, etc.). Todo lo anterior nos lleva a pensar que en la mente de Francisco no existe el concepto de trabajo aislado del concepto de servicio. Si esto es así, el trabajo no puede ser para él la simple ejecución material o mecánica de determinadas acciones, de las cuales quizás se pueda recabar lo necesario para subsistir; al trabajo él quiere agregar el sentido del servicio, el cual, a la luz de lo que hemos reflexionado precedentemente, comporta un significado más profundo, más de carácter teológico y humano. En el trabajo debe repercutir necesariamente el sentido de una vida orientada en función de Dios y de los hermanos. No está de más subrayar en el texto anteriormente citado el carácter de minoridad que debe tener el servicio y el trabajo de los hermanos en medio del mundo: no deben buscar cargos de renombre, ni los puestos que dan brillo en la sociedad, ni, sobre todo, los oficios que «puedan engendrar escándalo» o tergiversar el sentido que debe tener la vida de los menores en medio del mundo. Por ello, un poco más adelante la misma Regla no bulada volverá sobre el tema con estas palabras: «Pero los otros servicios que no son contrarios a nuestra vida, los pueden hacer los hermanos en los lugares con la bendición de Dios» (1 R 8,9). Nótese que aquí no se habla de trabajo sino de «servicio» y que, a juzgar por el contexto, este vocablo tiene un significado amplio, más de carácter evangélico, puesto que está hablando del servicio a los leprosos. Una última consideración a propósito de esta dimensión del servicio a los demás es el carácter de obligación que tenía para Francisco: «Como soy siervo de todos, a todos estoy obligado a servir» (2CtaF 2). Es una obligación que brota no de una ley externa ni de estructura jurídica alguna, sino del fondo de su convicción de siervo. Llamarse siervo no era para Francisco una simple frase ni significaba una concepción idealizada de la vida; llamarse siervo era saberse siervo, sentirse siervo y comportarse como siervo. Ser siervo implica necesariamente servir, y Francisco sabía que esa era su tarea. Pero era una tarea para con todos los hombres sin excepciones y sin los exclusivismos que pueden proceder del corazón egoísta o de los diversos intereses creados. 5. COMO LO HIZO JESUCRISTO Después de haber visto las dimensiones que tiene el servicio según las enseñanzas de Francisco, es lícito que queramos saber cuál es el origen que tienen esas enseñanzas. En otras palabras, nos preguntamos por las motivaciones que lo llevaron a un tal sentido del servicio. A la luz de lo que hemos reflexionado, la respuesta no se hace esperar: su máxima motivación es el ejemplo de Jesucristo. Por otra parte, es de todos conocido el papel que tuvo Jesucristo en la vida de Francisco. Seguir a Jesucristo fue la máxima preocupación de su corazón y el punto de partida de todas sus enseñanzas, hasta el punto que no nos podríamos imaginar a Francisco de Asís sin hacer referencia a su estrecha unión con Jesucristo. No nos detendremos aquí a desarrollar esta doctrina, que suponemos suficientemente conocida,[20] pero nos serviremos de ella como de fundamento para una breve consideración sobre algunos textos de los opúsculos en los que, de manera indirecta pero muy clara, Francisco hace referencia a Jesucristo como modelo de servicio. Llama la atención ver la preferencia que manifiesta Francisco en sus escritos por la frase evangélica que dice: «No vine a ser servido sino a servir» (Mt 20,28). En efecto, aparece una vez como punto de partida para una breve Admonición sobre la apropiación de lo que el amanuense llamó «la prelacía» (cf. Adm 4,1), y otra vez en la Regla no bulada para recordar a los «ministros y siervos» el sentido de su autoridad (cf. 1 R 4,6). En ambos casos está acompañada de la expresión: «porque dice el Señor», la cual, en el lenguaje de Francisco, constituye un verdadero argumento de autoridad. El contexto de esta frase evangélica es el famoso pasaje en el cual la madre de los hijos del Zebedeo le pide a Jesús para sus hijos un puesto de privilegio en su reino (cf. Mt 20,20-25). Es indudable que este episodio gozó de la simpatía de Francisco, pues varias de sus frases aparecen esparcidas en sus opúsculos.[21] Pero donde más estuvo presente fue en el capítulo quinto de la Regla no bulada que lleva por título: «La corrección de los hermanos en pecado», y precisamente en un párrafo dedicado a las relaciones de minoridad y de servicio que se deben dar entre los hermanos (cf. 1 R 5,9-15; Frag 2,6-7). En él se dice que ellos no deben ejercer ninguna clase de dominio, ni entre sí ni con nadie, y para dar fuerza a este mandato, cita algunas frases del pasaje en cuestión: «"Los príncipes de las naciones las dominan, y los que son mayores ejercen el poder en ellos" (Mt 20,26). Y todo el que "quisiere hacerse mayor entre ellos, sea su ministro" (cf. Mt 20,26b) y siervo; y "el que es mayor" entre ellos "se haga como el menor" (Lc 22,26)» (1 R 5,10-12). Toda la exhortación culmina sintetizando las relaciones de minoridad y de servicio como un fenómeno de obediencia, y presentando a Jesucristo como el modelo de esta obediencia calificada de verdadera y santa: «Esta es la verdadera y santa obediencia de nuestro Señor Jesucristo» (1 R 5,15). En otras palabras, Jesucristo es propuesto aquí indirectamente como el modelo de minoridad y de servicio para los hermanos. Llama la atención observar cómo el texto anteriormente comentado comienza citando al evangelista Mateo y termina citando a Lucas. Se trata de una mezcla muy típica de la forma de escribir de Francisco, la cual tiene ordinariamente una razón de ser. En este caso podría pensarse que él leyó el discurso de Jesús a los hijos del Zebedeo en el contexto en que lo presenta Lucas, es decir, dentro de la cena pascual (cf. 22,24-27). Esto nos explica por qué, un poco más adelante y dentro de la misma unidad temática, la Regla no bulada evocará indirectamente la figura de Jesús que lava los pies a sus discípulos, al recordar a los ministros su obligación de servir caritativamente a los hermanos y al pedir que todos se llamen y se comporten como hermanos menores: «Y ninguno sea llamado prior, sino que todos sin excepción se llamen hermanos menores. Y "el uno lave los pies del otro" (cf. Jn 13,14)» (1 R 6,3-4). Para Francisco la minoridad no era un concepto abstracto. Cuando él pide que los hermanos se llamen menores, no está empleando una figura retórica sino que, con su gran sentido de la concretez, está pensando en el Cristo servidor, en el Jesús que se abaja para lavar los pies a sus discípulos. Es este Cristo servidor el que motiva y da sentido al servicio de los hermanos propuesto por Francisco, especialmente cuando piensa en los ministros, a quienes los amonesta con estas palabras: «Los que han sido constituidos sobre otros, gloríense de esa prelacía tanto como si hubiesen sido destinados al oficio de lavar los pies a los hermanos. Y cuanto más se turban por quitárseles la prelacía que por quitárseles el oficio de lavar los pies, tanto más se acumulan bolsas para peligro del alma» (Adm 4,2-3). Servir a los hermanos tiene todas las connotaciones de la minoridad. Para Francisco el ejercicio de la autoridad es un servicio, y servir es como lavarles los pies a los otros, porque es hacer lo que hizo Jesucristo, el cual lavó los pies a sus discípulos. 6. REPERCUSIONES Y APLICACIONES El análisis de los textos que se refieren al servicio en los opúsculos de Francisco nos ha permitido descubrir que, aunque no hay una definición de la palabra ni se encuentra una presentación sistemática del mismo, sí nos ofrece un concepto bastante claro a través de las tres dimensiones que hemos descubierto, es decir, en sus relaciones con Dios, con los hermanos y con el concepto de trabajo. En todas ellas se ve claramente que servir no es una actividad como cualquiera de las muchas que puede ejercer el ser humano, sino que es la consecuencia de una toma de posición fundamental ante Dios, ante los demás y ante sí mismo. Es la toma de posición del que se sabe menor, del que quiere ser siervo. Tal actitud encuentra su razón de ser y su fundamento en Jesucristo, el siervo paciente, el que lavó los pies de sus discípulos. A manera de conclusión de cuanto hemos visto precedentemente y a fin de que este análisis no se quede en una simple reflexión especulativa, tratemos de ver hasta qué punto la concepción de servicio que presentan los escritos de Francisco puede repercutir en nuestra vida hoy. Ante la imposibilidad de desarrollar aquí cada uno de los aspectos que propondremos, nos bastará un enunciado de los mismos, a manera de sugerencias de actualización para una reflexión que posteriormente podría ser ampliada según los intereses de cada cual. 1. Hemos visto que, para Francisco, Dios debe ocupar el primado absoluto en la vida del hombre. Una tal prioridad de Dios implica necesariamente que el hombre en su totalidad se dedique a su servicio. Esto nos invita a cuestionarnos hasta qué punto todo nuestro ser y toda nuestra historia personal están en la dinámica de esa prioridad absoluta de Dios, o si, por el contrario, estamos cultivando la dicotomía de servir en parte a Dios y en parte a nuestros intereses egoístas. 2. En la mente de Francisco el servicio a Dios está en estrecha relación con la vida de penitencia y, por lo mismo, con el servicio al hombre; no es una evasión de la realidad ni una mistificación. Por ello, sólo en la medida en que haya manifestaciones concretas de amor y de servicio a los demás, particularmente a los más marginados de la tierra, sabremos si estamos amando y sirviendo como debemos a Dios. 3. Una de las notas características del servicio fraterno es la reciprocidad, es decir, el doble movimiento en el intercambio de servicios entre los hermanos. Dicha característica brota del valor que se da a la persona del hermano y es la expresión de un acto voluntario y libre y, por lo mismo, totalmente responsable. Esto exige de cada uno, entre otras cosas, una búsqueda permanente del hermano, una atenta preocupación por procurarle aquello que necesita y un sentido de exquisita cortesía aun para adivinar sus gustos e intereses. 4. El servicio recíproco presenta dos exigencias fundamentales: a) por parte del que lo ofrece, debe ser indiscriminado, es decir, sin acepción de personas; b) por parte del que lo recibe, debe ser humilde, es decir, sin temor de expresar sinceramente la propia necesidad al hermano. 5. Para Francisco, la actitud de servir nace de la convicción de que se es menor y siervo de todos, haciendo del servicio una cualidad inherente a la condición de hermano menor. Es una convicción que debe ser común a todos los hermanos menores, sean clérigos o laicos. No debe haber, por tanto, excepciones entre los hermanos para servir, ni por razón de los cargos, ni de los méritos, ni de los grados académicos, ni de las órdenes sagradas. Los hermanos que son clérigos están llamados a prestar un servicio específico en la Iglesia, pero siempre como hermanos menores; su condición de clérigos no anula en ningún momento su condición prioritaria de hermanos menores, la cual conlleva la tarea de ser misioneros de la fraternidad y de la minoridad en la Iglesia; su vocación específica les exige una permanente preocupación por realizar su sacerdocio ministerial como menores y por tener como tarea primordial la evangelización a través de la fraternidad y minoridad. 6. El nombre de «ministros y siervos» para designar a quienes prestan el servicio de la autoridad es de por sí una clara indicación para determinar la naturaleza de su oficio. Su tarea es el servicio y la utilidad común de los hermanos en función de la fidelidad al Evangelio. Esta concepción de la autoridad comporta una revisión profunda de la concepción que de este servicio se tiene en algunos ámbitos, en los que ser ministro o guardián es tomado como un honor y hasta como un instrumento de dominio sobre los demás. Exigiría también la corrección de algunas estructuras administrativas y aun de ciertos procesos de elección (por ejemplo, de los ministros provinciales), en los que las presiones y los juegos políticos desvirtúan la naturaleza de este servicio. 7. La estrecha relación que hay entre los términos «servicio» y «trabajo» en los opúsculos de Francisco le dan a este último una connotación teológica de gran valor, la cual exigiría un replanteamiento de ciertos criterios en el enfoque actual del trabajo. Entre estos criterios vale la pena mencionar los siguientes: a) El hermano menor no trabaja prioritariamente para ganar dinero, ni para ocupar el tiempo, ni para adquirir dominio, sino para realizar su vocación de servidor y para compartir como menor la condición de los menores de la tierra. b) El trabajo de los hermanos menores es un servicio testimonial al pueblo con el cual conviven; esto implica saber adoptar el mismo tipo de trabajo que ejecuta el pueblo y renunciar a otros trabajos lucrativos que no son populares. c) Los trabajos domésticos, aun los más pequeños, tienen un valor grande de servicio a la Fraternidad; deben ser, por tanto, revalorizados y ejecutados indistintamente por clérigos y no clérigos. 8. La insistencia de Francisco en que los trabajos de los hermanos deben ser compatibles con su condición de menores, es decir, no buscando puestos de prestigio ni cargos de renombre, invita a revisar ciertas actitudes arrivistas, a replantear el espíritu con que se ejecutan algunos servicios clericales y aun a corregir la forma clerical como algunos hermanos no clérigos enfocan su servicio al pueblo y a la evangelización, pues algunas veces actúan como pequeños curas. Una correcta comprensión de las enseñanzas que nos dejó Francisco sobre el servicio y una adecuada actualización de las mismas a través de nuestra forma de vida, permitirá que el término «servicio» sea más que un simple eufemismo y nos hará creíbles ante los demás. N O T A S: [0] N. del E.- Según el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia, «servicio» significa en primer lugar «Acción y efecto de servir». Y las principales acepciones de «servir» son: «1. Estar al servicio de alguien. 2. Estar sujeto a alguien por cualquier motivo haciendo lo que él quiere o dispone. 3. Dicho de un instrumento o de una máquina: Ser a propósito para determinado fin. 4. Ejercer un empleo o cargo propio o en lugar de alguien. 5. Hacer las veces de otro en un oficio u ocupación. 6. Aprovechar, valer, ser de utilidad. (...) 12. Dar culto o adoración a Dios y a los santos, o emplearse en los ministerios de su gloria y veneración. 13. Obsequiar a alguien o hacer algo en su favor, beneficio o utilidad». [1] Cf. 1 Cel 17 y 103; 2 Cel 9 y 98; LM 1,6; 2,6; 8,5; 14,1; Lm 1,8; 7,1; TC 11; LP 9. 64. 65; EP 44 y 58. Conviene tener a la vista los Escritos de San Francisco. 1 R 7,1-2: "Todos los hermanos, en cualquier lugar en que se encuentren en casa de otros para servir o trabajar, no sean mayordomos ni cancilleres, ni estén al frente de las casas en que sirven; ni acepten ningún oficio que engendre escándalo o cause detrimento a su alma; sino que sean menores y súbditos de todos los que están en la misma casa". Test 2 y 20: "Y el Señor mismo me condujo entre los leprosos, y practiqué la misericordia con ellos"; "Y yo trabajaba con mis manos, y quiero trabajar; y quiero firmemente que todos los otros hermanos trabajen en trabajo que conviene al decoro". [2] A manera de ejemplo, bastaría una mirada rápida a las Constituciones Generales OFM para ver cómo el servicio aparece en relación con Dios (cf. arts. 5,2; 19,2; 28,1), consigo mismo (cf. arts. 8,1; 64), con los hermanos de la Fraternidad (cf. arts. 7,3; 38; 42,1; 44; 84), con todos los hombres, en especial con los más pequeños de entre ellos (cf. arts. 32,3; 53; 72,1; 78,1), con la Iglesia (cf. arts. 5,2; 72,1; 84; 105; 115,1), con el trabajo (cf. arts. 76,1; 78,2; 79,1), etc. [3] También desde este punto de vista las CC. GG. ofrecen algunas indicaciones. Cf. arts. 131,1; 132; 153,2. [4] Para el estudio del vocabulario me he servido de Godet, J.-F. - Mailleux, G., Opuscula sancti Francisci, scripta sanctae Clarae. Concordances. Index. Listes de fréquence. Tables comparatives (Corpus des Sources Franciscaines, V). Lovaina 1976. [5] Para un estudio detenido sobre este tema, cf. M. Steiner, «Todos nosotros, hermanos menores y siervos inútiles» (1 R 23,7). El «siervo» en los Escritos de S Francisco, en Selecciones de Franciscanismo n. 24 (1979) 373-384 [con versión informatizada en esta misma sección de nuestro sitio web]. [6] Para una visión general del mismo desde el punto de vista institucional, cf. F. Uribe, Strutture e specificità della vita religiosa secondo la regola di S. Benedetto e gli opuscoli di S. Francesco d'Assisi, Roma 1979, pp.201-208. Traducción al español: La vida religiosa según san Francisco de Asís, Oñate, Ed. Franciscana Aránzazu, 1982, pp. 66-74. [7] Etimológicamente viene de «minor» (menor) y del sufijo «ister» (más, mayor); «minister»: el más pequeño. Cf. I. Rodríguez, Los escritos de san Francisco de Asís, Murcia, Ed. Espigas, 20032, 1985, pp. 609-611. [8] Cf. F. Uribe, Strutture e specificità, 241-244; La vida religiosa, 113-117, y bibliografía. [9] El Manuscrito de la Biblioteca de Guarnacci, el más antiguo y auténtico de los que contienen la primera recensión de la Carta a los fieles (1CtaF), titula la segunda parte de la misma así: «De illis qui non agunt poenitentiam», «De aquellos que no hacen penitencia». Cf. K. Esser, Gli Scritti di S. Francesco d'Assisi, Padua, Ed. Messaggero, 1982, pp. 212ss. [10] 1 R 23,7 : "Y todos los que quieren servir al Señor Dios dentro de la santa Iglesia católica y apostólica...". [11] Cf. VerAl 11 : "E insistiendo yo de nuevo, me responde: Vete, tú eres un simple y un ignorante; ya no vienes con nosotros; nosotros somos tantos y tales, que no te necesitamos". Test 19: "Y éramos iletrados y súbditos de todos". CtaO 39: "En muchas cosas he pecado por mi grave culpa, especialmente porque no he guardado la Regla que prometí al Señor, ni he rezado el oficio como manda la Regla, o por negligencia, o con ocasión de mi enfermedad, o porque soy ignorante e iletrado". [12] Cf. 1 R 22,26: "Mas en la santa caridad que es Dios, ruego a todos los hermanos, tanto los ministros como los otros, que, removido todo impedimento y pospuesta toda preocupación y solicitud, del mejor modo que puedan, hagan servir, amar, honrar y adorar al Señor Dios con corazón limpio y mente pura, que es lo que él busca sobre todas las cosas". Cf. Frag 1,15. [13] Cf. 1 R 23,4: "Y te damos gracias porque ese mismo Hijo tuyo vendrá en la gloria de su majestad a enviar al fuego eterno a los malditos, que no hicieron penitencia y no te conocieron, y a decir a todos los que te conocieron y adoraron y te sirvieron en penitencia: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que os está preparado desde el origen del mundo (cf. Mt 25,34)". [14] Cf. Adm 5,2: "Y todas las criaturas que hay bajo el cielo, de por sí, sirven, conocen y obedecen a su Creador mejor que tú". [15] Es muy sintomático que en su original Saludo a las Virtudes, Francisco las presente unidas: «Señora santa pobreza, el Señor te salve con tu hermana la santa humildad» (SalVir 2). Cf. también 2 R 12,4: "para que, siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica (cf. Col 1,23), guardemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, que firmemente hemos prometido". 1 R 9,1: "Todos los hermanos empéñense en seguir la humildad y pobreza de nuestro Señor Jesucristo, y recuerden que ninguna otra cosa del mundo entero debemos tener, sino que, como dice el Apóstol: teniendo alimentos y con qué cubrirnos, estamos contentos con eso (cf. 1 Tim 6,8)". Cf. Frag 1,73. [16] Cánt 14. Nótese cómo también aquí el verbo servir aparece acompañado de varios verbos de significado oblativo (loar, bendecir, dar gracias), tal como lo subrayábamos precedentemente. [17] No sabemos si Francisco adoptó la palabra «ministro» porque conocía su origen etimológico; quizás era más fácil para él relacionarla con el verbo «ministrare»: servir. [18] 1 R 4,6. Cf. D. Flood, La genèse de la Règle, en Flood - Van Dijk - Matura, La naissance d'un charisme. Une lecture de la première Règle de saint François, París 1973, pp. 23-84. [19] Cf. 2CtaF 33. 34. 35; Adm 26,3; 1 R 19,3; Frag 1,57; 2,28; 1CtaCle 4-5; 2CtaCle 4-5; 1CtaCus 4; Test 10. 13. [20] Es fácil encontrar en la reciente literatura franciscana estudios sobre este tema, enfocados desde distintos puntos de vista. Me limito a indicar algunos, a manera de ejemplo: C. C. Billot, La «marcha» según los Escritos de san Francisco, en Selecciones de Franciscanismo n. 12 (1975) 281-296; S. J. Piat, Saint François d'Assise à la découverte du Christ pauvre et crucifié, París 1968; M. Steiner, Seguir las huellas de la humildad de Cristo, en Sel. Fran. n. 20 (1978) 193-209; F. Uribe, Strutture e specificità, pp. 314-322; Idem, La vida religiosa, pp. 204-214; H. Delesty, ¿«Imitar» o «seguir» a Cristo?, en Sel. Fran. n. 42 (1985) 389-393; C. Iammarrone, La «sequela di Cristo» nelle Fonti Francescane, en Miscellanea Francescana 82 (1982) 417-461. [21] Cf. 1CtaF 1,9; 2CtaF 60; 1 R 4,6; 5,10-11; 22,55; Frag 1,21.28; 2,6; Adm 4,1. [Selecciones de Franciscanismo, vol. XIX, n. 57 (1990) 399-413] |
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