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EL CUIDADO PASTORAL DE LAS
VOCACIONES |
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«Os daré pastores según mi corazón» (Jr 3,15) Tercer milenio. Siglo XXI. Año 2000. Fechas éstas que están en los labios de todos, en el interés de muchos y en la preocupación de no pocos. La Iglesia, por su parte, mira a todos estos acontecimientos con expectación y con mucha esperanza, en el convencimiento de que «también en el tercer milenio será fiel en asumir el camino del hombre, consciente de que no peregrina sola, sino con Cristo, su Señor» (Centesimus annus 62). Esta esperanza y optimismo que la Iglesia tiene de cara al futuro en lo referente a su misión, también lo vive en el campo vocacional. A pesar de la grave escasez de vocaciones sacerdotales y religiosas que afecta a no pocas regiones del mundo y que ciertamente supone «un auténtico desafío que concierne a toda la Iglesia» (Vita consecrata [=VC] 64), ésta sin embargo no deja de confiar en «la promesa del Señor que no puede fallar» (Juan Pablo II, Pastores dabo vobis [=PDV] 1) de dar a su Pueblo pastores según su corazón (cf. Jr 3,15) y de enviar obreros a su mies (cf. Mt 9,37-38). La Orden de los Hermanos Menores comparte esta esperanza viva en el Señor de la historia que, como en el pasado, también hoy sigue llamando a muchos a seguirle «más de cerca» (cf. Constituciones 5), según la forma del santo Evangelio, que el Altísimo mismo reveló a su siervo Francisco (cf. Test 14). Queremos ser realistas y al mismo tiempo mantener viva la esperanza. Y si el realismo nos lleva a tomar muy en serio el número de abandonos, que supone una verdadera sangría para la Orden, la falta de candidatos en algunas zonas y de perseverancia en otras, y la inevitable subida de la edad media en la Fraternidad universal (1); la esperanza actitud típicamente cristiana y franciscana nos lleva a una profunda convicción: «la entrega confiada no quedará defraudada, si, por nuestra parte, nos mantenemos fieles a la gracia recibida» (2) y asumimos «la grave responsabilidad de cooperar con la acción de Dios que llama, creando y manteniendo las condiciones en las cuales la buena semilla, sembrada por Dios, puede echar raíces y dar frutos abundantes» (PDV 2). Quedan aquí esbozadas las dos actitudes que deberán guiar este Congreso y cualquier reflexión sobre el Cuidado Pastoral de las Vocaciones. Por una parte, la lucidez siempre de la mano de la serenidad para examinar la situación en que nos encontramos. Por otra, la confianza que surge de la gracia de Dios, que es siempre promesa de futuro. «Lo que gratis habéis recibido, dadlo gratis» (Mt 10,8) Si la fe se refuerza compartiéndola, también la vocación se afianza en la medida en que se comunica. El Cuidado Pastoral de las Vocaciones no puede ser una simple estrategia para asegurar la continuidad de nuestras Entidades y de nuestras obras apostólicas; no puede ser un simple medio para conseguir nuevos «adeptos»; no puede obedecer a una preocupación, más o menos angustiosa, por el número y la supervivencia. El auténtico Cuidado Pastoral de las Vocaciones brota del gozo de sentirse «escogido, alcanzado y ganado por el Señor Jesús» (Fil 3,8-12); es exigencia del encuentro personal con el Señor (cf. Jn 1,40.45; 4,39; 12,22). «Considerad vuestra vocación» (1 Cor 1,26). Todos nosotros hemos sido llamados por el Señor. La fidelidad dinámica a esa llamada no puede limitarse a la esfera personal, sino que debe ser ocasión de desarrollo también para otras vocaciones. El gozo profundo de quien ha encontrado el tesoro escondido (cf. Mt 13,44), de quien se siente llamado, le lleva a hacer partícipes a los demás de esa misma alegría, «mediante el anuncio explícito» del Evangelio de la vocación (VC 64). «Ay de mí si no evangelizare», decía Pablo (1 Cor 9,16). Quien ha recibido la Buena Noticia de la vocación no puede menos de comunicarla abiertamente a los demás y de invitarles explícitamente a seguir, también ellos, a Jesús. Es necesario pasar de una «pastoral de espera» a una «pastoral de propuesta»; es necesario pasar de una «pastoral de retaguardia» a una «pastoral de vanguardia». El Señor no deja de llamar. Esta es la certeza que motiva nuestra esperanza. Pero al mismo tiempo Él quiere tener necesidad de nosotros para hacer sentir dicha llamada. Y esto debe urgirnos al compromiso de invitar a otros a seguirle. «Venid y veréis» (Jn 1,39) Es más, la vocación vivida con gozo es siempre noticia, historia fascinante de la cual se hace partícipes a los demás. La vocación acogida con estupor y vivida con entusiasmo se torna necesariamente invitación a muchos: «Venid y veréis» (Jn 1,39). Pero no se trata sólo de informar e iluminar. De lo que se trata, sobre todo, es de testimoniar y manifestar «la belleza de la entrega total de sí mismo a la causa del Evangelio» (VC 64), de una vida toda para el Señor. «Venid y veréis», esa es la regla de oro del Cuidado Pastoral de las Vocaciones (VC 64). «Venid y veréis», esa es la mejor «propaganda» vocacional, la única que a la larga da resultado y en la que no podemos escatimar esfuerzos. «Mírame, date cuenta de lo que hay, fíjate cómo me he realizado, que alegría y que libertad encontré», deberíamos poder decir todos nosotros a los jóvenes que nos rodean. «El ejemplo de la propia vida dice el Concilio es la mejor recomendación del proprio Instituto y una invitación a abrazar la vida religiosa» (Perfectae caritatis 24). Mirando a los consagrados y a sus vidas, los jóvenes podrán comprender bien la llamada que Jesús no cesará jamás de hacer resonar en medio de ellos. La experiencia demuestra que el mejor medio del Cuidado Pastoral de las Vocaciones es el trato directo de los jóvenes con hermanos felices de su vocación y de su opción como Hermanos Menores. El testimonio es la mediación privilegiada e insustituible de toda pastoral vocacional, cuando éste se manifiesta en una vida llena de alegría en el servicio del Señor. No creo exagerar si digo que el problema de las vocaciones está condicionado muchas veces por los que estamos dentro. Ciertamente hemos de prestar mucha atención a los medios que empleamos para trabajar con los jóvenes. Está claro que debemos crear grupos juveniles en torno a nuestras fraternidades y para ello se necesitan plataformas adecuadas. También hemos de mejorar en las técnicas a fin de poder comunicarnos lo mejor posible con el mundo juvenil. Pero las vocaciones no van a depender tanto de las plataformas o técnicas, cuanto de la trasparencia del mensaje que logremos ofrecer los que hemos sido llamados y hemos dado una primera respuesta. Los jóvenes parecen tener dificultades a la hora de optar por una vida religioso/franciscana que se les presenta poco significativa en la nueva sociedad y con estructuras anacrónicas que parecen cortar las alas y sofocar inútilmente energías generosas. En cambio permanece intacto el hechizo del Evangelio vivido, de una vida gozosamente entregada, de no pocos Hermanos y fraternidades. Los jóvenes nos desafían a hablar de lo que «sabemos por experiencia». No les molesta oír hablar de Dios, siempre y cuando les hablemos de quién es Dios para nosotros, de cómo vivimos y experimentamos nuestra relación con él. Tampoco les molesta que les hablemos de la vida religiosa y franciscana, siempre y cuando hablemos de cómo vivimos los valores de esa vida por la que hemos optado. Lo que no soportan es que les «hablemos de memoria», como quien cumple con una función que le ha sido encomendada. El Cuidado Pastoral de las Vocaciones tiene que partir de la experiencia: «Lo que sucedió desde el principio, lo que hemos oído, lo que han visto nuestros ojos, lo que contemplamos y nuestras manos tocaron... eso que hemos visto y oído, eso es lo que os anunciamos» (1 Jn 1,1.3). El lenguaje de la animación vocacional debe ser mensaje que llega al interlocutor, le conmueve, le estimula, le convence. Y hay un sólo modo de lograr todo esto: llegar a la totalidad de la persona del otro a través de una experiencia vital percibida por el otro como significativa para la propia realización y felicidad. El Cuidado Pastoral de las Vocaciones, responsabilidad de todos los hermanos Pensado así el Cuidado Pastoral de las Vocaciones ya no se puede decir que incumbe a unos pocos. Es tarea de todos los hermanos. Todos hemos de tratar «de despertar en el pueblo de Dios la conciencia del deber que le corresponde respecto a las vocaciones» (Constituciones 144). A todos incumbe «la responsabilidad de promover y apoyar las nuevas vocaciones» (Constituciones 145,2). Por desgracia son todavía muchos los hermanos que cuando se habla de vocaciones piensan que se trata de un problema que deben resolver los «encargados». Se impone, por tanto, pasar de la «mentalidad de la delegación» en unos pocos, a la «mentalidad del compromiso» de todos, en la responsabilidad del Cuidado Pastoral de las Vocaciones. Y «no basta una preocupación de tipo emotivo, es preciso, más bien, el compromiso de todos a nivel operativo» (PDV 60). No basta que todos digan sentirse preocupados por la escasez de vocaciones, es necesario que cada uno asuma su responsabilidad en «promover y apoyar» nuevas vocaciones. Asumir esta responsabilidad por parte de todos y cada uno de los hermanos está exigiendo, en primer lugar, que cuidemos la calidad de vida, que nos empeñemos seriamente en ser fieles a nuestra identidad evangélica de Hermanos Menores, que comporta, como bien sabemos, «llevar una vida radicalmente evangélica en espíritu de oración y devoción y en comunión fraterna; dar testimonio de penitencia y minoridad; y, abrazando en la caridad a todos los hombres, anunciar el Evangelio al mundo entero y predicar con las obras la reconciliación, la paz y la justicia» (Constituciones 1,2). Este compromiso en mejorar nuestra calidad de vida no puede ser solamente individual, sino que ha de ser comunitario. La vocación es un don que hemos recibido cada uno de nosotros, pero para ser vivido en fraternidad y ser manifestado como fraternidad. Cada uno de nosotros somos como una tesela del gran mosaico de la vida franciscana. Éste sólo podrá mostrar su belleza y atractivo si aparece en su integridad. En este contexto quisiera subrayar que se hace necesario: Un compromiso de todos por hacer de Dios/Jesús la opción de nuestra vida. Este primado no puede ser negociable en la vida de quienes quieren ser propuesta vocacional. Nuestras fraternidades deben ser comunidades vivas de fe, lugares propicios para el encuentro con Dios, con todo lo que ello lleva consigo. Un compromiso por parte de todos de vivir y manifestarse como familia, creando fraternidades en las que se den relaciones interpersonales auténticas, basadas en la igualdad, en el respeto, en la amistad, la solidaridad y el amor; fraternidades abiertas, acogedoras, celebrativas; fraternidades hogares; fraternidades transparentes, auténticas, creativas y corresponsables. Un compromiso por parte de todos para anunciar el Evangelio siendo pobres y menores, haciendo del hombre el lugar de encuentro con Dios. Este compromiso, a su vez, está exigiendo una fe encarnada, antídoto de cualquier falso espiritualismo; una existencia abierta a las necesidades de los hombres, a sus problemas y a sus anhelos; el que vivamos desapropiados y libres, como «peregrinos y extranjeros en este mundo» (1 R 6,2; Constituciones 72-73). Asumir la responsabilidad del Cuidado Pastoral de las Vocaciones por parte de todos y cada uno de los hermanos está exigiendo también un acercamiento real al mundo de los jóvenes. Me temo que en muchas ocasiones no sean los jóvenes los que están lejos de nosotros, sino nosotros los que estamos lejos de los jóvenes. Estamos lejos del mundo de los jóvenes cuando en la cultura juvenil actual sólo descubrimos aspectos negativos. Estamos lejos del mundo de los jóvenes cuando pensamos que la juventud es una «enfermedad que pasa con los años» y rechazamos sin más sus interpelaciones, muchas veces justas. Estamos lejos del mundo de los jóvenes cuando nos molestan e intentamos evitarlos. En cambio nos acercamos al mundo real de los jóvenes cuando, a pesar de las dificultades que encontramos, intentamos comprenderlos, nos dejamos interrogar y cuestionar por ellos, creamos para ellos ámbitos de convivencia en nuestras casas, dedicamos parte de nuestro tiempo a escucharles y acompañarles en su camino de fe. Asumir la responsabilidad del Cuidado Pastoral de las Vocaciones por parte de todos y cada uno de los hermanos está pidiendo, finalmente, que tengamos el coraje y la valentía de hacerles una propuesta clara y explícita. Dentro de un proceso vocacional, del que hablaremos luego, tiene que haber un momento en el que se haga la propuesta vocacional. A aquellos jóvenes que muestran indicios de vocación hay que plantearles, con delicadeza pero sin misterios, la pregunta: ¿Y tú, por qué no? Una propuesta, siempre sin coartar al joven, de lo que da sentido a nuestra vida, lejos de ser una imposición, es un servicio que ellos tienen derecho a esperar de nosotros. Si a nosotros nos ha hecho y nos hace felices el ser Hermanos Menores, ¿por qué no puede hacer felices a otros? Algunas prioridades y opciones del Cuidado Pastoral de las Vocaciones Este Congreso se ha propuesto, entre otros objetivos, el de ofrecer a la Orden algunas líneas orientativas para poder impulsar a nivel local y provincial el Cuidado Pastoral de las Vocaciones. Para ello creo que es necesario partir de unas prioridades y opciones que luego se concretizarán en unas líneas de acción concretas. A continuación os presento algunas de estas prioridades y opciones que considero fundamentales a la hora de plantearse el Cuidado Pastoral de las Vocaciones y que espero que puedan ser reflexionadas y profundizadas en estos días de Congreso. Asumir, a nivel comunitario y provincial, la responsabilidad de ser Animadores vocacionales, pasando del Animador vocacional a la fraternidad vocacional y de ésta a la Provincia toda ella agente de pastoral vocacional. Esto supone, como ya dijimos, cambiar de mentalidad. Opción clara y decidida por una pastoral juvenil, como base privilegiada para un Cuidado Pastoral de las Vocaciones eficaz. «El modo más auténtico para secundar la acción del Espíritu será el invertir las mejores energías en la actividad vocacional, especialmente con una adecuada dedicación a la pastoral juvenil» (VC 64). El Cuidado Pastoral de las Vocaciones se da, principalmente, en la pastoral juvenil y debe surgir, ordinariamente, de ella. Pero si esto es cierto, es evidente, también, que la Pastoral vocacional no surge de cualquier tipo de pastoral juvenil. Hay pastorales juveniles absoluta o parcialmente estériles en cuanto a vocaciones se refiere, lo que es signo de que también en cuanto proceso de fe carecen de fiabilidad. Toda pastoral juvenil debe ser explícitamente vocacional y debe tener como objetivo el despertar en los jóvenes la conciencia de la «llamada» divina a fin de que puedan experimentar y gustar la belleza de la donación en un proyecto estable de vida. La pastoral juvenil es completa y eficaz cuando se abre a la dimensión vocacional. Optar por una pastoral juvenil en clave de evangelización y de procesos de fe. También esto supone cambiar de mentalidad. Ya no se trata de «entretener» a los jóvenes, de que lo «pasen bien». Tampoco se trata del «reclutamiento vocacional» sin más. Se trata de asumir la evangelización de los jóvenes como tarea principal. Si toda vocación auténtica nace de la fe, vive de la fe, persevera con la fe, una fe sentida y vivida cotidianamente, con simplicidad y generosidad de espíritu, en confianza y amistad con el Señor, y si nadie se arriesga a seguir a un extraño ni da la vida por un desconocido, entonces es necesario evangelizar a los jóvenes: anunciarles a Jesucristo, darles a conocer a Jesucristo, su vida, sus palabras, la obra de salvación que Dios ha realizado a través de Él, como la Buena Noticia para el hombre de hoy. Y es necesario proponerles un itinerario de fe. Es necesario proponerles claramente el «evangelio» del seguimiento de Cristo, con sus exigencias. Más que hablar de crisis de vocaciones habría que hablar de crisis de fe. Se hace urgente proponerles un itinerario de fe y acompañarles en ese camino, de tal modo que el joven pueda hacer una opción vocacional responsable y libre, «pronta y generosa, que hace operante la gracia de la vocación» (VC 64). Vuestra mayor responsabilidad, como Animadores del Cuidado Pastoral de las Vocaciones, es la de acompañar a los jóvenes a un conocimiento profundo de Cristo, a la fe en Él, a la amistad con Él. Toda vocación es acto de amor, del amor del Señor que llama y del amor de aquel que responde. Toda vocación es acto de fe: «En tu nombre echaré las redes» (Lc 5,5). Situar el Cuidado Pastoral de las Vocaciones dentro de la pastoral general de la Iglesia y no sólo en una parcela de la misma. La Pastoral vocacional debe considerarse como una actividad íntimamente inserta en la «pastoral ordinaria», debe ser vista como una «dimensión connatural y esencial de la pastoral eclesial, o sea, de su vida y de su misión» (PDV 34). Formar Animadores del Cuidado Pastoral de las Vocaciones. Es urgente la preparación de Animadores que, teniendo clara su opción vocacional, conozcan el mundo de los jóvenes y conozcan también unas estrategias, métodos y técnicas que les permitan desarrollar, con cierta dignidad, su misión de animadores y acompañantes espirituales y vocacionales. Llevar a cabo un Cuidado Pastoral de las Vocaciones en colaboración con los demás agentes de la Pastoral vocacional. «Es preciso que la tarea de promover las vocaciones se desarrolle de manera que aparezca cada vez más como un compromiso coral de toda la Iglesia» (VC 64). Esto requiere colaboración en la programación y en el desarrollo de las actividades de Pastoral vocacional con los Animadores de Pastoral vocacional de las diócesis, de la Familia franciscana y de otros Institutos. Un buen planteamiento del Cuidado Pastoral de las Vocaciones pide que se haga dentro de una perspectiva eclesial. Orar incesantemente para que el Señor envíe obreros a su mies. Este es el medio más eficaz, sin duda, en el Cuidado Pastoral de las Vocaciones. La oración por las vocaciones «es el primer e insustituible servicio que podemos ofrecer a la causa de las vocaciones». Pero orar por las vocaciones supone: «ponernos en marcha para buscarlas, promoverlas y provocarlas..., crear el ambiente donde sea posible y fácil escuchar la llamada de Dios..., asumir la tarea de convertirnos cada vez más al Señor que nos llama a seguirle». El papel del animador del Cuidado Pastoral de las Vocaciones El Animador del Cuidado Pastoral de las Vocaciones es, en muchos casos, el primer mediador entre Jesús que llama y el llamado. Esta delicada vocación/misión que habéis recibido exige, en primer lugar, que tengáis clara conciencia de haber optado vosotros mismos por Jesús, o mejor, clara conciencia de que Jesús optó por vosotros: «No me habéis elegido vosotros, sino que yo os elegí a vosotros» (Jn 15,16). Exige de vosotros una clara conciencia de la llamada/elección por parte de Jesús para compartir su misma vida y misión, y que ahora os envía para que, por mediación vuestra, otros participen también de esa vida/misión. En este sentido no podéis olvidar que vuestra misión de Animadores del Cuidado Pastoral de las Vocaciones pasa necesariamente por ser testigos de la obra que Dios ha realizado y sigue realizando en vosotros. ¿Cómo podríais mediar en una obra en la cual vosotros os sentís extraños? Sólo quien ha recibido el Evangelio de la vocación puede comunicarlo a los demás. El Animador del Cuidado Pastoral de las Vocaciones es también el mediador privilegiado entre la Orden que acoge y el candidato que pide ser acogido. Generalmente sois vosotros, si no el primer fraile que el candidato encuentra, sí el que luego le dedicará más tiempo. Esta misión con la que habéis sido agraciados por vuestra Provincia exige de vosotros claro sentido de pertenencia a la Orden y un compromiso serio para vivir los elementos esenciales de la forma de vida franciscana. A través del testimonio de vida, y también con vuestra palabra, sois llamados a mostrar la belleza de la forma de vida que el Altísimo reveló a Francisco (cf. Test 14) y que cada uno de nosotros hicimos propia por la profesión (cf. Constituciones 5). Conocer cada día mejor y más profundamente esa forma de vida y tratar de experimentar a diario sus valores perennes, es el gran desafío de vuestro ministerio en favor de la Orden y de los jóvenes que el Señor os confía. El Cuidado Pastoral de las Vocaciones es una pastoral, como hemos ya dicho, de contagio. Pero sólo contagia el que está infectado. Sólo un Animador contento de ser franciscano puede mostrar la belleza de este don a los demás. Sólo un Animador que se siente existencialmente Hermano Menor puede decir con seguridad y credibilidad: «Venid y veréis» (Jn 1,39), «venid también vosotros a trabajar a mi viña» (Mt 20,7). El Animador del Cuidado Pastoral de las Vocaciones es también la persona puesta por Dios y la Orden al servicio del joven/candidato. Esto exige que conozcáis y améis a los jóvenes, teniendo en cuenta sus flaquezas, pero también sus muchas posibilidades. Exige que tengáis una preparación adecuada en las ciencias humanas y en las del espíritu para poder ayudar al joven/candidato a conocerse en profundidad y, desde su realidad, abrirse al proyecto que Dios tiene sobre él. Este servicio a los jóvenes exige, también, dedicar mucho tiempo a escucharles y acompañarles en sus luchas, derrotas y victorias. Mucho tiempo y mucha paciencia. En vuestro acompañamiento se trata, sobre todo, de que sean ellos los que crezcan en el proprio conocimiento y en el conocimiento/amor de Jesucristo. No tengáis prisa. Sabed esperar. El Señor tiene su propia ritmo, y también cada joven/candidato. Y tened siempre confianza en los jóvenes. El fruto puede llegar en el momento menos esperado (cf. Jn 4,35). 1) En los últimos diez años abandonan la Orden unos 88 hermanos profesos solemnes. La mayor parte de ellos en los cinco primeros años después de la profesión o de la ordenación sacerdotal. Pensamos que ello se debe en gran parte a la falta de acompañamiento espiritual y vocacional. Por este motivo hemos pedido que cada Entidad elabore un proyecto concreto que asegure el acompañamiento de los más jóvenes al menos durante los primeros cinco años después de la profesión solemne o de la ordenación sacerdotal (cf. Prioridades para el sexenio 1997-2003, 5,4). Según algunos estudios, la reducción numérica de los religiosos europeos puede llegar en pocos años hasta el 50%. En algunas Entidades de la Orden, donde abunda el número de candidatos, preocupa la poca perseverancia, de tal modo que en cifras globales creemos poder afirmar que en la Orden no se trata tanto de un problema de falta de vocaciones, cuanto de la poca perseverancia de éstas. Según cálculos aproximados, en muy pocos años las dos terceras partes de los religiosos en la Iglesia tendrán más de sesenta años. Nuestra Orden, a falta de datos precisos, parece seguir la misma tendencia. 2) Juan Pablo II, Alocución final al Sínodo (27 de octubre 1990), en L'Osservatore romano, 28 octubre 1990. [Giacomo Bini, OFM, «In verbo tuo», en Selecciones de Franciscanismo vol. XXX, n. 88 (2001) 13-22] |
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