DIRECTORIO FRANCISCANO
La Formación Franciscana

LA FORMACIÓN PERMANENTE
EN LA ORDEN DE HERMANOS MENORES

Secretariado general OFM para la Formación y los Estudios (1995)

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«Incipiamus fratres...»

Este Documento oficial, querido por el Congreso de Moderadores para la Formación permanente celebrado en Asís en octubre de 1993, y redactado por el Secretariado general para la Formación y los Estudios con la ayuda de muchos hermanos, fue aprobado por el Ministro general, Fr. Hermann Schalück, el 2 de agosto de 1995, festividad de Santa María de los Ángeles en la Porciúncula.

PRESENTACIÓN DEL DOCUMENTO

La formación permanente es una exigencia y una condición de fidelidad al don divino de la vocación religiosa franciscana vivida en la Iglesia y en el mundo: el seguimiento de Cristo y la vida evangélica a la manera de san Francisco. Es el esfuerzo de discernimiento y de conversión que cada uno de nosotros está llamado a proseguir y a rehacer cada día, de manera que nuestra consagración bautismal sea actuada en toda su intensidad y profundidad hasta llegar a ser «un sacrificio espiritual ofrecido a Dios» (Rm 12,1).

El Documento La Formación Permanente en la Orden de Hermanos Menores, aprobado por el Ministro general, es un punto de llegada, todavía inicial, de un largo camino empezado por la Orden después del Concilio Vaticano II.

En efecto, la idea de una renovación continua en la vivencia del carisma es un aspecto que la Orden asumió prontamente cuando la Iglesia pidió a los religiosos volver a la primigenia inspiración de cada Instituto respetando el carisma del propio Fundador. De hecho, en las Constituciones Generales de 1970, n. 84, se cita el decreto Perfectae Caritatis, en el cual se afirma que los religiosos «han de esforzarse en perfeccionar cuidadosamente durante toda su vida la cultura espiritual, doctrinal y técnica» (PC 18).

Al año siguiente, el Capítulo general extraordinario de Medellín de 1971, aprobó el documento La Formación en la Orden de Hermanos Menores en el que este perfeccionamiento es llamado formación continuada (cf. n. 42), y fue retomado por las Constituciones Generales de 1973, en el artículo 174.

En 1981, el Consejo plenario de la Orden aprobó el Documento sobre la Formación. En lo que concierne a la formación permanente, este texto da testimonio del progreso realizado por la Orden en la toma de conciencia de su importancia y de su papel. A este tema le dedicó una buena parte, señalando las dificultades y las resistencias que aún encontraba en muchos hermanos, precisó el objetivo de la formación permanente y las razones que la hacen necesaria, definió las orientaciones a seguir y propuso una serie de sugerencias prácticas para promoverla (cf. CPO 81, 44-58).

El Capítulo general de 1985, por su parte, colocó la formación permanente como el elemento primordial, central y coordinador de toda la formación. En las Constituciones Generales, aprobadas en ese mismo Capítulo, inmediatamente después de haber subrayado los grandes principios de la formación franciscana (cf. CC.GG. 126-134), trata en primer lugar de la formación permanente (cf. arts. 135-137), la que es presentada como un «camino de toda la vida tanto personal como comunitaria, en el que se desarrollan de modo ininterrumpido las dotes propias, el testimonio evangélico y la opción vocacional...» (CC.GG. 135).

La Ratio Formationis Franciscanae, promulgada en 1991, sigue el mismo esquema. Comienza también estableciendo los grandes principios que deben orientar y caracterizar la formación franciscana. Con respecto a la formación permanente, después de dar una descripción bastante elaborada (cf. RFF 57-58), precisa sus objetivos, enumera los medios para su puesta en obra y determina las responsabilidades de cada uno, sea a nivel individual, sea a nivel de las Fraternidades locales y provinciales, sea a nivel de los Guardianes, Ministros provinciales y Moderadores provinciales para la formación permanente (cf. RFF 59-70).

Finalmente, el Capítulo general de 1991, reconociendo la importancia de la formación permanente, pidió al Secretariado general para la Formación y los Estudios la celebración de un Congreso de los Moderadores para la formación permanente de toda la Orden con el objetivo de continuar la profundización del concepto de formación permanente y ayudar a los hermanos de todas las Entidades a caminar con mayor fidelidad en el seguimiento de Jesucristo (cf. Acta Capituli generalis OFM 1991, Roma 1991, p. 560).

Como preparación para dicho Congreso, que se celebró en Asís, del 9 al 30 de octubre de 1993, una comisión «ad hoc» preparó un Instrumentum laboris, que fue estudiado previamente por todos los Moderadores y analizado durante el Congreso mismo (cf. Acta Congressus Moderatorum pro formatione continua OFM 1993, Roma 1994, pp. 353-381).

Los Moderadores allí reunidos se convencieron de la imprescindible actualidad de la formación permanente y, entre otras cosas, pidieron al Ministro general que enviara a toda la Orden un documento sobre este tema, que, junto con servir de estímulo a todos los hermanos, profundizara el argumento a partir del Instrumentum laboris y de los elementos analizados por los congresistas (cf. Ibidem, p. 655).

Del 6 al 12 de febrero de 1994, se reunió en la Curia General una nueva Comisión especial, formada por Moderadores que habían participado en el Congreso, para preparar un texto sobre la formación permanente, el que, con la valiosa ayuda de muchos otros hermanos, dio como resultado el Documento que ahora presentamos.

Esta breve síntesis acerca de la formación permanente en los últimos años, muestra de qué manera en nuestra Orden ha ido creciendo la conciencia sobre la importancia de la formación permanente y el deseo de vivir con mayor fidelidad nuestra vocación evangélica.

Estamos ciertos de que este Documento será un instrumento útil para ayudarnos mutuamente en el camino del continuo seguimiento de Cristo según el ejemplo de san Francisco.

Roma, 1º de agosto de 1995.

Fr. Sebastião Kremer, ofmFr. Saúl Zamorano, ofmSecretariado general para la Formación y los Estudios

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Siglas usadas en este Documento

Actus Actus beati Francisci et sociorum eius.

AG Concilio Vaticano II, Decreto Ad Gentes, 1965.

CC.GG. Constituciones Generales de la Orden de Frailes Menores. Madrid 1988.

CPO 81 «Documento sobre la formación». Consejo Plenario OFM, Roma 1981; cf. texto en Selecciones de Franciscanismo n. 31 (1982) 117-132.

EE.GG. Estatutos Generales de la Orden de Frailes Menores. Madrid 1991.

GS Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et Spes, 1965.

LG Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen Gentium, 1964.

MR Documento Mutuae Relationes, Congregación para los Obispos y CRIS, 1978.

PC Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae Caritatis, 1965.

PDV Exhortación apostólica Pastores Dabo Vobis, Juan Pablo II, 1992.

PI Instrucción Potissimum Institutioni, «Orientaciones sobre la formación en los Institutos Religiosos», CIVCSVA, 1990.

RFF Ratio Formationis Franciscanae, 1991.

VFC Documento La Vida Fraterna en Comunidad, CIVCSVA, 1994.

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LA FORMACIÓN PERMANENTE
EN LA ORDEN DE HERMANOS MENORES

INTRODUCCIÓN

1. El Concilio Vaticano II invitó a los religiosos a entrar en un proceso de renovación a fin de que el valor de la vida consagrada sea cada vez más fecundo para la vida de la Iglesia y del mundo (cf. PC 1), estableciendo como principio general: «El retorno constante a las fuentes... y a la primigenia inspiración de los institutos y una adaptación de éstos a las cambiadas condiciones de los tiempos» (PC 2).

Por este motivo, «el empeño constante de fidelidad a nuestros orígenes y a las exigencias del mundo de hoy ha llevado a nuestra Orden a considerar la formación inicial y permanente como una prioridad esencial que nos permita vivir más intensamente el Evangelio de Jesucristo pobre, humilde y crucificado según la intuición de san Francisco, de modo que lleguemos a ser verdaderos testigos de la presencia de Dios que libera y crea comunión» (Carta del Ministro general a los Ministros y Custodios, 25-XI-1992).

2. Los cambios profundos y rápidos que durante los últimos años se están operando en nuestro mundo, en la Iglesia y en la Orden nos desafían a resituar y a recrear constantemente nuestra identidad de hermanos menores en el nuevo contexto de la historia. Por otra parte, estos cambios no son algo que acontece sólo fuera de nosotros, sino que nos afectan en lo más vivo de nuestra existencia. Es necesario, por tanto, releerlos, de modo que, interpretándolos a la luz del Evangelio (cf. GS 4) y del carisma franciscano (cf. PC 2), nuestro tiempo pueda convertirse en un kairos, en un tiempo oportuno para la renovación de nuestra vocación de hermanos menores.

3. Como hermanos menores debemos también saber escrutar los signos de los tiempos para discernir en ellos los nuevos caminos por donde el Espíritu nos empuja a actualizar el carisma de siempre. El carisma franciscano es un don vivo e histórico. Sólo podremos ser fieles a él permaneciendo en actitud de conversión al Evangelio y de inserción creativa en la historia de los hombres de cada tiempo.

4. Por ser el carisma franciscano un don del Espíritu que se encarna en el entramado del mundo y de la historia y en personas concretas, es inevitable que estos cambios profundos afecten también a nuestro modo de vivir la identidad franciscana. Por eso, debemos hacernos cargo de todos estos cambios, de modo que, discerniendo en ellos los signos de los tiempos, se conviertan para nosotros en un nuevo instrumento hermenéutico que nos permita recrear con nuevo vigor y fidelidad histórica nuestra vocación de hijos y de hermanos menores.

5. El deseo de comprender mejor esta exigencia y de intensificar la formación permanente ha ido creciendo paulatinamente en toda la Orden y se manifestó visiblemente con motivo del Congreso de Moderadores para la formación permanente, celebrado en Asís en el mes de octubre de 1993, durante el cual los Moderadores tuvieron la oportunidad de intercambiar experiencias sobre la formación permanente y de profundizar sus exigencias.

Durante el mismo Congreso surgió la propuesta de elaborar un documento que, teniendo en cuenta los aspectos allí analizados, se propusiera animar a los hermanos a considerar la importancia vital de la formación permanente y a responder conscientemente a ella.

Objetivos del Documento

6. El presente documento tiene la finalidad de profundizar el espíritu, los contenidos y la necesidad de la formación permanente en nuestra Orden, ya expuestos en la Ratio Formationis Franciscanae, así como animar a los hermanos a responder a ella con generosidad, ofreciendo, además, algunos medios y propuestas concretas para poder organizar adecuadamente la formación permanente en todos los niveles de la vida de las Fraternidades.

7. Con este propósito, el documento se articula en dos partes, de la siguiente manera:

En la primera parte:

El capítulo I describe, a grandes rasgos, el camino de crecimiento del hermano menor y los desafíos a los que se debe responder con un espíritu siempre nuevo.

El capítulo II presenta algunas razones antropológicas, teológicas y franciscanas de un camino que necesita siempre crecer y renovarse según el ejemplo de nuestros modelos esenciales, Jesús de Nazaret y Francisco de Asís. Presenta también los contenidos fundamentales de la formación permanente.

El capítulo III ofrece una reflexión sobre la comprensión de la formación permanente y sobre sus objetivos, para llegar a una visión más profunda y unitaria de la misma.

En la segunda parte:

El capítulo IV se refiere al lugar y al ámbito en donde se realiza la formación permanente, a saber, la Fraternidad como centro primario.

El capítulo V recuerda algunos criterios básicos que son importantes para garantizar la formación permanente.

En fin, el capítulo VI contiene aspectos más prácticos y organizativos que permitan poner en práctica la formación permanente a diferentes niveles.

En la conclusión, cada hermano es invitado a proseguir en el camino de la vida evangélica y franciscana guiados por la exhortación de nuestro padre Francisco: «Hijos míos, grandes cosas hemos prometido, pero mucho mayores son las que Dios nos ha prometido a nosotros; mantengamos lo que nosotros hemos prometido y esperemos con certeza lo que nos ha sido prometido» (Flor 18).

PARTE I
NECESIDAD Y CONTENIDOS
DE LA FORMACIÓN PERMANENTE

«Comencemos, hermanos, a servir al Señor Dios» (1 Cel 103)

Capítulo I
El desafío de la formación permanente

Llevemos a término lo que hemos comenzado (cf. 1 Cel 92)

1) Un camino de perfección

8. «[Francisco] era, de hecho, perfectísimo entre los perfectos; pero, lejos de reconocerse tal, se consideraba imperfecto del todo», y, a menudo, imploraba humildemente a Dios «poder consumar perfectamente lo que simple y devotamente antes había comenzado» (1 Cel 92).

San Francisco estuvo siempre en búsqueda de una perfección más alta. Así, para el hermano menor, la vocación no es una realidad estática, sino un proceso de crecimiento en la vida evangélica y en el seguimiento de Jesucristo, «que se encarna en las situaciones actuales y en las culturas propias de cada pueblo y de cada región» (CPO 81, 3). El hermano menor se encuentra en un camino ya iniciado pero aún inacabado; está sujeto a crisis e incertidumbres y siempre tiene necesidad de una nueva luz y de una nueva gracia.

9. En este camino de crecimiento en la vida evangélica y en el seguimiento de Jesucristo, el hermano menor es guiado, bajo la acción del Espíritu del Señor, por las Constituciones Generales, que presentan el proyecto de vida y que exigen discernimiento y participación activa (CC.GG. 12). Ellas hacen una relectura del espíritu de la Regla adaptada al mundo actual, y reproponen los elementos esenciales del carisma franciscano, que son: «Llevar una vida radicalmente evangélica en espíritu de oración y devoción y en comunión fraterna; dar testimonio de penitencia y minoridad; y, abrazando en la caridad a todos los hombres, anunciar el Evangelio al mundo entero y predicar con las obras la reconciliación, la paz y la justicia» (CC.GG. 1 § 2).

Esta «forma de vida» es asumida como un proyecto personal por cada hermano menor, que se empeña, con la profesión de los consejos evangélicos, en actuar y construir en la propia vida tal proyecto fundamental y común para todos. Así, las dotes propias, los carismas personales y la vocación misma de cada hermano «se desarrollan de modo ininterrumpido según el ejemplo de san Francisco» (CC.GG. 135; cf. arts. 32; 42-43; 67).

10. La formación permanente, como toda la formación franciscana, se realiza en la vida cotidiana del hermano menor. En efecto, la formación franciscana «es un proceso continuo de crecimiento y de conversión que compromete toda la vida de la persona, llamada a desarrollar la propia dimensión humana, cristiana y franciscana, viviendo radicalmente el santo Evangelio, en espíritu de oración y devoción, en fraternidad y minoridad» (RFF 2). Estos son los contenidos esenciales del carisma franciscano que el hermano menor está llamado a encarnar cada vez con mayor autenticidad en su vida y en su tiempo (cf. RFF 4).

11. Teniendo en cuenta esta visión dinámica de la vida franciscana, la Orden, después del Concilio Vaticano II, ha hecho un largo camino en la toma de conciencia de la importancia de la formación permanente para la vida de cada hermano y de toda la Fraternidad; camino que tuvo una etapa significativa e importante en la celebración del Congreso de Moderadores para la formación permanente en 1993.

2) Luces y sombras

12. Durante el Congreso, que se vivió como una gran experiencia de fraternidad y de compartimiento vocacional, entre otras cosas, se constataron luces y sombras en la vida de la Orden, que significan otros tantos desafíos para la formación permanente.

13. En general, se constató que, a pesar de la disminución numérica de las vocaciones y del considerable envejecimiento de los hermanos, aún se mantiene una buena parte de los compromisos asumidos con anterioridad. Los hermanos están sobrecargados de empeños, privados de tiempo y de fuerzas para una actualización; algunos se han vuelto inamovibles, a veces desgastados a nivel psico-físico, y no pocas veces con la sensación de asistir a «la época final de la Provincia». Tales situaciones exigen nuevos itinerarios de recuperación y de vida, como el retorno cotidiano al Evangelio y a la Regla, una espiritualidad positiva de la ancianidad, la valentía de las opciones preferenciales, la desmitificación de las «obras» propias y la recuperación del gozo de la itinerancia.

14. En algunas situaciones particulares, los hermanos están demasiado empeñados en las actividades pastorales, por lo que, a menudo, viven solos y tienen necesidad de recuperar el sentido de la fraternidad. Se encuentran también Fundaciones o «misiones» que aún están fuertemente ligadas a las Provincias «madres», de las que reflejan las orientaciones pastorales y el estilo de vida, y que tienen necesidad de una acción de concientización y de formación para insertarse en las Entidades locales y darse un rostro franciscano inculturado. En otros lugares, se privilegia la formación de los jóvenes candidatos autóctonos y se siente la exigencia de dar continuidad a una formación que deberá prolongarse, en la misma línea, durante toda la vida.

15. Hay, también, hermanos que comparten los sufrimientos de sus pueblos, afligidos por guerras fratricidas, por el hambre y las enfermedades, forzados a nuevos éxodos apocalípticos, o bien, hermanos que son considerados indeseables y son marginados, despreciados, haciéndoles sentirse de hecho forasteros y peregrinos. Ellos necesitan sentirse miembros efectivos de la fraternidad y ser apoyados y estimulados en su formación a la fortaleza y la cortesía franciscana, a la reconciliación, al espíritu ecuménico y a la disponibilidad al don total de la propia vida.

16. Otros sufrimientos y heridas afectan a hermanos individuales un poco por todas partes. Hay algunos que muestran una cierta apatía o una insuficiente conciencia de las exigencias de la propia vocación; otros son incapaces de dar respuestas adecuadas a los nuevos desafíos; y otros que se han dejado permear por la cultura secularizada. Hay también algunos que se sienten heridos por experiencias vividas en el mundo o a causa de una formación inadecuada o de experiencias comunitarias negativas o de incomprensiones con los «superiores» u otros hermanos. En fin, hay quien ha sido herido por la violencia física o psicológica. Todos estos sufrimientos deben ser asumidos y curados, y son otros tantos desafíos para la formación permanente.

17. No obstante, también existen luces que son «signos» de una nueva mentalidad y de una nueva conciencia de la identidad franciscana. Se constata que ha crecido el sentido de la participación y de la solidaridad a diversos niveles. Ha aumentado la sensibilidad a los valores fundamentales del carisma propio indicados por la Orden. Se encuentra una mayor seriedad y responsabilidad en la actuación de la formación inicial y permanente. La dimensión contemplativa es percibida cada vez más como la asunción del «espíritu de oración y devoción», como la búsqueda del rostro de Dios en los hombres y en la creación, y, por tanto, es considerada como algo esencial en la vida del hermano menor y practicada con una mayor asiduidad. La vocación peculiar a la minoridad encuentra también una adhesión cada vez mayor de parte de los hermanos, muchos de los cuales se sienten contentos de poder servir a los pobres de hoy como hermanos. Ha crecido también la conciencia de constituir una fraternidad con una apertura universal. La comunicación, que es un signo de comunión, está llegando a ser más intensa con intercambios de ideas y de experiencias. Los hermanos manifiestan una mayor creatividad y emprenden nuevas iniciativas evangelizadoras que son el fruto de una maduración interior. La búsqueda de nuevas formas de presencia franciscana, donde el testimonio de vida es más importante que el «hacer», es también una fuente de reflexión vocacional para los jóvenes más sensibles.

18. El camino, pues, de la formación permanente ya ha sido iniciado y se han dado muchos pasos. Ahora debemos llevar a término lo que hemos comenzado.

Capítulo II
Razones de la formación permanente

Francisco «estaba siempre dispuesto a comenzar de nuevo» (1 Cel 103)

19. La formación franciscana debe estar atenta al crecimiento humano, cristiano y franciscano de cada hermano (cf. CC.GG. 127 § 1; RFF 44). Los diferentes aspectos de este crecimiento se desarrollan unitariamente en la vida práctica, si bien son distintos teóricamente (cf. RFF 55).

Son muchas las razones que justifican la formación permanente; entre ellas, se destacan algunas siguiendo los tres niveles mencionados y que pueden ser objeto de una profundización ulterior.

1) Razones antropológicas de la formación permanente

20. La vida humana es un camino hacia la madurez. Ésta se logra a través de un proceso continuo de formación. Nadie puede detenerse en su camino porque la vida empuja desde dentro. Y cada uno tiene potencialidades que necesitan desarrollarse, crecer y madurar de una manera equilibrada y responsable en todos los aspectos de la vida. La formación permanente comienza cuando el hombre adopta una actitud de apertura hacia sí mismo, para comprenderse y aceptarse, de apertura al otro, a la sociedad, al cosmos y a Dios. El desarrollo progresivo de la propia capacidad de apertura constructiva constituye la mejor garantía de una madurez equilibrada.

21. La historia en la que vive el hombre exige la formación continua a través de una información puntual y de una conciencia crítica. Cada persona vive inmersa en una realidad compleja y cambiante en la que se realiza a través de las relaciones con los demás hombres y con la sociedad. Esta inter-relación hace posible y estimula su capacidad de pensar, de conocer la realidad, de imaginar cómo ella podría y debería ser. En relación con la realidad global, es posible al hombre perfeccionar su conciencia crítica para conocer no solamente las apariencias de los fenómenos, sino también sus causas y consecuencias. Todo este proceso de conocimiento y de maduración forma parte de la formación permanente, que se transforma en algo indispensable para caminar junto con la historia (cf. CPO 81, 3).

22. La justa autonomía y libertad y un buen equilibrio psicológico, sobre cuya base pueda madurar la vida afectiva de cada uno, son el resultado de un constante esfuerzo formativo. Es, por esto, importante que cada hermano pueda acoger la propia existencia y la propia vocación como una realidad verdadera, bella y buena. «Todo esto hace a la persona fuerte y autónoma, segura de la propia identidad, no necesitada de diversos apoyos y compensaciones, incluso de tipo afectivo; y refuerza el vínculo que une al consagrado con aquellos que comparten con él la misma llamada» (VFC 37). El camino hacia la madurez humana, premisa de una vida evangélica, es un proceso de «continuo enriquecimiento, no sólo en los valores espirituales, sino también en los de orden psicológico, cultural y social» (VFC 35).

23. Las actividades profesionales exigen una continua actualización. En un mundo donde la tecnología avanza a un ritmo cada vez más veloz y las profesiones requieren una mayor especialización, actualizarse y formarse continuamente para los nuevos resultados y las nuevas conquistas forman parte de la condición del hombre de hoy. La formación profesional permite la realización personal y el desarrollo de las propias dotes para ponerlas al servicio de los demás, solidarizarse con los trabajadores compartiendo su vida y responder de manera adecuada y cualificada a las necesidades de la época actual (cf. RFF 170; PI 67).

2) Razones teológicas de la formación permanente

24. «Crecía en sabiduría, edad y gracia» (Lc 2,52).

Jesús de Nazaret llegó a la misión pública a través de una maduración progresiva de la dimensión humana, intelectual y espiritual. La mayor parte de su vida se desarrolló en el silencio y en el escondimiento. En la discreción de la vida cotidiana tuvo lugar su crecimiento integral, en la sencillez, laboriosidad y humildad, y durante el desarrollo de su ministerio siempre fue atento y fiel a la voluntad del Padre que lo conducía al cumplimiento de su misión.

El hermano menor, llamado por Dios a pertenecerle totalmente (consagración) para anunciar la buena noticia (misión), tiene necesidad de profundizar e interiorizar su vocación, de hacerla crecer en cada uno de sus aspectos hasta la madurez, de tomar cada vez más conciencia de la misión a la que ha sido llamado. El hermano menor tiene necesidad de renovarse y de crecer en la cotidianidad de la vida, en el silencio, en la fidelidad laboriosa y en la escucha de la voz de Dios, para saber lo que Él quiere y querer siempre lo que le agrada (cf. CtaO 50).

25. «Vuelto hacia el seno del Padre» (Jn 1,18).

Jesús estuvo siempre y totalmente «encaminado» hacia el Padre. Él es no sólo Palabra cercana y vuelta al Padre, no sólo «Palabra hecha carne», y, por consiguiente, no sólo respuesta y participación, no sólo discurso y experiencia, sino particularmente la Palabra encaminada totalmente hacia el seno del Padre. Su vida tuvo una sola dirección y un único interés: estar con el Padre y actuar para el Padre.

El hermano menor, amado por Dios, sólo puede tener la misma orientación y el mismo interés. La opción fundamental de su vida es la de «glorificar el nombre de Dios» (Jn 12,27), y su oración: «Sea glorificado tu Nombre». Glorificar el Nombre significa dejar traslucir en la propia existencia el rostro de Dios. Esta es la finalidad de la consagración y de una formación que ayuda continuamente al hermano menor a hacerse don y a ser revelación de Dios a los hombres.

26. «Pasemos a la otra orilla» (Mc 4,35).

Luego de haber realizado diversas curaciones y de haber proclamado el Reino de Dios, Jesús deja a la muchedumbre, se retira con sus discípulos, va hacia el lago, donde reposa y confirma la fe de sus amigos, y después pasa a la otra orilla para retomar su ministerio.

La experiencia de Jesús invita al hermano menor a dar también él un paso hacia «otras orillas». En cada edad de la vida y durante cualquier servicio o ministerio hay «pasos interiores» que hay que realizar. Puede ser el paso del hombre viejo, que está siempre al acecho, al hombre nuevo; el paso del espíritu de una actitud de apatía a la de una búsqueda de autenticidad creativa; o bien el paso de un intimismo individualista a un testimonio profético de comunión; el paso de un activismo exagerado a una acción fecunda y plena de espíritu y vida. Cada uno tiene necesidad de pasar a horizontes siempre nuevos y a niveles cada vez más altos o más profundos de vida. Y muchas veces la «travesía» implica una purificación, una tempestad (cf. Mc 4,37-39); por eso, esto no puede ocurrir sin la compañía y en pos de Jesús, que, por lo demás, sigue invitando a cada uno a pasar a otra orilla.

27. «Te seguiré adondequiera que vayas» (Mt 8,19).

«Ven y sígueme» (Mt 19,21), dice Jesús a cada uno. La respuesta afirmativa vincula al hermano menor de una manera original con la persona y el misterio de Cristo. La vocación propia del hermano menor es el seguimiento «radical» de Jesucristo pobre y humilde, bajo la acción del Espíritu Santo, hasta la consumación en el misterio pascual.

«Te seguiré adondequiera que vayas», repite el hermano menor, para imitar y compartir no sólo la vida, no sólo las acciones, sino también el destino histórico de Jesús. La vida franciscana es un camino que hay que recorrer con valentía y generosidad, sin detenerse nunca, en la fidelidad a las continuas llamadas, sin rehusarse a seguir a Jesús incluso cuando se entrevé la cruz. Ejercitándose en la virtud (cf. LM 6,9), el hermano menor sigue más de cerca y refleja con mayor claridad el anonadamiento del Salvador (cf. CC.GG. 64). Cada hermano está invitado a «progresar» gozosamente en el camino del seguimiento y de la caridad (cf. LG 43a).

28. «Te recomiendo que reavives el don de Dios que está en ti» (2 Tim 1,6).

La invitación del apóstol Pablo se refiere al «don» fundamental del Señor que es la gracia bautismal elevada a vocación particular. Este don debe ser «reavivado», o sea, reencendido, para que sea como el fuego que calienta y fortifica. No debe permanecer escondido y estéril, por miedo o pereza, como el talento de la parábola (cf. Mt 25,24-25), sino que debe desarrollarse, crecer y dar fruto abundante. Y, por otra parte, «es Dios mismo el que reaviva su propio don, más aún, el que libera toda la extraordinaria riqueza de gracia y de responsabilidad que en él se encierran» (PDV 70).

La renovación continua del don de Dios en el hermano menor es efecto de un dinamismo de gracia intrínseco al don mismo y, al mismo tiempo, es el resultado de la responsabilidad y de la decisión personal de cada uno, bajo la acción del Espíritu del Señor.

3) Razones franciscanas de la formación permanente

29. «Deben desear tener el Espíritu del Señor y su santa operación» (2 R 10,8).

La vida y la formación del hermano menor es ante todo una experiencia de fe y de comunión con el Señor. «Bajo la acción del Espíritu Santo», el hermano menor «se dona totalmente a Dios» (CC.GG 1 § 1), «sigue incesantemente a Cristo» (CC.GG. 126) y «proclama el Evangelio a toda criatura» (CC.GG. 83 § 1). El hermano menor repite cada día con san Francisco: «Mi Dios y mi todo» (Flor 2). Y no solamente trata de no apagar «el espíritu de oración y devoción» (2 R 5,2), sino que está «siempre dispuesto a acoger la inspiración del Señor» (CC.GG. 83 § 2), «en una continua obra de discernimiento para reconocer la acción del Espíritu» (RFF 12).

La vida de comunión con el Señor y con el Espíritu requiere ser vivida de una manera personal y «reanimar la búsqueda continuada de un verdadero encuentro personal con Jesús, de un coloquio confiado con el Padre, de una profunda experiencia del Espíritu» (PDV 72).

El hermano menor está llamado a identificar cada vez más sus propios sentimientos y actitudes con los de Jesucristo, siguiendo el ejemplo de san Francisco (cf. RFF 39).

30. «Yo, hermano Francisco, quiero perseverar hasta el fin» (UltVol 1).

El escrito enviado a Clara por Francisco un poco antes de morir es una insistente exhortación a perseverar en «seguir la vida y la pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucristo y de su santísima Madre» (UltVol 1). Francisco sintió, hasta el fin de sus días, la exigencia de permanecer fiel a lo que había emprendido en su forma de vida: el camino evangélico y la altísima pobreza. Y a sus hermanos repite las palabras que escribió en el Testamento: que «las entendáis sencillamente y sin glosa, y las guardéis hasta el fin» (Test 39); y en la Regla no bulada exhorta a «seguir siempre la voluntad del Señor y agradarle» (1 R 22,9).

La perseverancia y la fidelidad a la vocación de hermano menor requieren un cuidado continuo; por eso el hermano menor está llamado a «animar, nutrir y sostener la fidelidad, tanto de cada uno como de la Fraternidad» (RFF 59).

31. «Se proponía llevar a cabo obras más grandes» (1 Cel 103).

Lejos de creer que ya había llegado, Francisco, «aunque estuviese ya consumado en gracia ante Dios y resplandeciese en santas obras entre los hombres del siglo, sin embargo, estaba siempre pensando en emprender cosas más perfectas» (1 Cel 103). El mismo biógrafo observará más tarde que a Francisco, «aun después de haber acumulado en los tesoros del Señor méritos incontables, se le veía siempre con el mismo ánimo que al principio, cada vez más dispuesto a ejercitarse en las cosas del espíritu. Consideraba ofensa grave no estar haciendo algo bueno; tenía por retroceso no adelantar continuamente» (2 Cel 159). «No pensaba haber llegado aún a la meta», insiste el biógrafo (1 Cel 103).

La vida de Francisco fue un camino decidido y expedito hacia la configuración más radical con Cristo y hacia la identificación más total con los pobres.

También la vida y la formación del hermano menor es un camino, un «itinerario» de toda la vida, «en el descubrimiento de Cristo pobre, humilde y crucificado» (RFF 57).

32. «Lo que me parecía amargo, se me cambió en dulzura» (Test 3).

Para Francisco, la verdadera conversión interior es la que transforma las cosas «amargas» para el hombre viejo en «dulzura del alma y del cuerpo» para el hombre nuevo. Y la salida «del siglo» que le sigue, además de ser un hecho físico y social, es sobre todo un acontecimiento interior.

El encuentro con el leproso fue sólo el inicio, el momento en que Francisco «comienza» a hacer penitencia porque la conversión evangélica es un trabajo exigente que no acaba nunca, y en el que hay que «perseverar hasta el fin» (Test 39).

Cercano al fin, «clavado ya en cuerpo (por los estigmas) y alma a la cruz juntamente con Cristo (...), decía a sus hermanos: “Comencemos, hermanos, a servir al Señor...”» (LM 14,1).

Así, el hermano menor, que, como Francisco, ha recibido la gracia de «comenzar a hacer penitencia», recordando las palabras de Jesús: «Convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15), «renueva incesantemente el espíritu de conversión», «se esfuerza en producir frutos dignos de penitencia mediante la continua conversión del corazón» y «procura servir en penitencia a los más pequeños de entre los hombres» (CC.GG. 32 §§ 1-3).

He aquí el itinerario fundamental de la vida y de la formación de los hermanos: un continuo proceso de conversión personal (cf. RFF 57).

33. «Recuerda tu propósito» (2 CtaCl 11).

A la beata Inés de Praga, ya encaminada en la vía de la penitencia y llamada a no volver atrás, santa Clara le da un punto de referencia esencial de fidelidad: «Recordando tu propósito, y mirando siempre tu punto de partida, conserva lo que tienes; haz lo que haces, y jamás cejes» (2 CtaCl 11).

También Francisco evoca a menudo sus inicios. Escribe san Buenaventura: «Se abrasaba también en el ardiente deseo de volver a la humildad de los primeros tiempos, para servir, como al principio, a los leprosos y reducir a la antigua servidumbre su cuerpo, desgastado ya por el trabajo y sufrimiento» (LM 14,1). Y en el Testamento, aludiendo a su «salida del siglo», Francisco vuelve a la «humildad de los inicios», cuando se dedicaba a la reparación de las iglesias pobres, donde adoraba al Señor.

La memoria renovada de los orígenes y de las motivaciones de la vocación personal, funda y sostiene el camino de crecimiento y de formación continua «en el contexto de la vida cotidiana del hermano menor» (RFF 58). Quien está en camino de formación «está siempre dispuesto a comenzar a obrar el bien» (RFF 57).

34. «Sean menores» (1 R 7,3).

Francisco aspiraba a la observancia perfecta del Evangelio: «Tenía tan presente en su memoria la humildad de la Encarnación y la caridad de la Pasión, que difícilmente quería pensar en otra cosa» (1 Cel 84). Su concepción de la vida llevaba la impronta del anonadamiento de Jesucristo, humilde, pobre y crucificado. Por esto quiso hacerse pequeño, más pequeño, y quiso que sus hermanos se llamasen y fuesen realmente «menores» (cf. 1 Cel 38).

Ser menor es «llegar a ser» cada vez más pequeño, en la progresiva conformidad a Cristo pobre y crucificado y en el progresivo despojo de sí mismo, para «restituir» todo bien a Dios a quien pertenece (cf. CC.GG. 65).

La minoridad es nuestra vocación específica. Pero nunca se es verdaderamente menores; se llega a ser tal cada día, «mediante la negación constante de sí mismos y la asidua conversión a Dios» (CC.GG. 67), como «siervos y sometidos a todos» (CC.GG. 64), insertos en la condición de vida de los más pequeños, «morando siempre entre ellos como menores» (CC.GG. 66 § 1).

En este camino de «llegar a ser cada vez más pequeños» son necesarias la perseverancia, la paz interior y el gozo del espíritu, conservando siempre el «idéntico propósito de santidad» (2 Cel 145).

35. «El Señor me dio hermanos» (Test 14).

Los hermanos menores existen en cuanto «viven vida fraterna en común» (CC.GG. 38). Por su naturaleza, «la Orden de Hermanos Menores es una fraternidad» (CC.GG. 1 § 1), la que, en su origen más profundo, viene de Dios: «Cada hermano es un don de Dios a la Fraternidad» (CC.GG. 40). Ésta constituye una parte del proyecto salvífico del Padre, que pasa a través de cada hermano. La fraternidad es un don que se acoge cada día de nuevo y con gratitud, y es también el lugar privilegiado del encuentro con Dios y con los hermanos (cf. CC.GG. 40).

Por otra parte, cada hermano está llamado a construir siempre de nuevo la fraternidad en una dinámica de reciprocidad y de corresponsabilidad (cf. CC.GG. 45 § 1). Y cada uno debe también crecer al interior de la Fraternidad y junto con los hermanos (cf. CC.GG. 42). Los hermanos caminan juntos en la vía del seguimiento radical de Cristo; juntos y porque hermanos, van al encuentro de los más pequeños, juntos y porque hermanos, llegan a ser «fermento de comunión entre todos los hombres» (CC.GG. 52) y «signo profético de una nueva familia humana» (CC.GG. 87 § 2). En la Fraternidad es donde «cada hermano es evangelizado, y de ella recibe la misión de evangelizar» (RFF 19). Ningún hermano vive solo, sino siempre en fraternidad y con la Fraternidad, cuya renovación y crecimiento continuo cada uno debe favorecer. Los hermanos, «unidos en verdadera fraternidad, se ayudan a alcanzar la plena madurez humana, cristiana y religiosa» (CC.GG. 39). Y, por otra parte, la Fraternidad ayuda a cada hermano a buscar «los signos de la voluntad del Señor Dios» (CC.GG. 7 § 3), a «dar un claro testimonio» de la pobreza (CC.GG. 8 § 3) y a vivir la castidad «como un don de Dios» (CC.GG. 9 § 2).

36. Renovar continuamente la «forma de vida».

«El mismo Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio» (Test 14). San Buenaventura refiere que Francisco «escribió con palabras sencillas, para sí y para los suyos, una pequeña forma de vida, en la que puso como fundamento inquebrantable la observancia del santo Evangelio» (LM 3,8). Y la Orden reafirma hoy que la vida de los hermanos menores es vivir el Evangelio «según la forma observada y propuesta por san Francisco» (CC.GG. 1 § 1). El Evangelio es la forma (formación) esencial. Esta forma es el espíritu, el vigor, el «don» dado interiormente a cada uno, el cual, en la medida en que vive auténticamente, forma y construye a sí mismo.

El hermano está llamado a volver continuamente a este vigor evangélico, a dejarse coger nuevamente por Cristo, a «enamorarse» nuevamente de Jesús y de san Francisco, a ser poseído por el Espíritu que actúa en cada uno y lo forma según la forma de vida «observada y propuesta por san Francisco».

Capítulo III
Comprensión y objetivos de la formación permanente

Los hermanos «sean siempre fieles» (TestS 5)

37. «La formación permanente de los hermanos es un itinerario de toda la vida tanto personal como comunitario (CC.GG. 135), en el descubrimiento de Cristo pobre, humilde y crucificado, en sí mismos, en los hermanos, en el servicio, en la propia cultura y en toda la realidad contemporánea» (RFF 57).

1) Comprensión de la formación permanente

38. La formación permanente es un camino.

La formación permanente es un crecimiento dinámico, un camino, que abarca todas las componentes de la vida (humana, cristiana, franciscana, profesional, ministerial) y es un proceso de maduración de todas las dimensiones de la persona (corporal, psicológica, afectiva, espiritual, intelectual). Es un camino de crecimiento integral y «de más alta perfección» (1 Cel 103).

Este itinerario concierne tanto a la vida personal como a la vida de la Fraternidad local y provincial. Está en continuidad con la formación inicial, de la que representa una profundización y una ampliación. Entre la formación permanente y la formación inicial existe una intrínseca unidad, en la que la primera constituye el ambiente vital de la segunda y la precede. Ambas obedecen a los criterios de continuidad, gradualidad y unicidad (cf. CC.GG. 133; RFF 52).

La formación permanente no es otra etapa después de la inicial, sino que es una actitud de vida.

39. La formación permanente es una conversión continua.

La formación permanente es esencialmente «un proceso de conversión, (...) de modo que el hermano menor está siempre dispuesto a comenzar a obrar el bien, según la exhortación de san Francisco» (RFF 57).

El «proceso de conversión» implica la reiteración cotidiana del propio sí a la voluntad de Dios, la renovación de la donación total al Señor, «la continua conversión del corazón» (CC.GG 32 §2), la práctica de la penitencia franciscana, el ejercicio de la reconciliación de palabra y de obra (cf. CC.GG. 33 § 1) y, «llevados del espíritu de conversión, acepten de buen grado los sufrimientos del tiempo presente» (CC.GG. 34 § 1).

Forman parte de este mismo proceso de conversión el hacerse realmente menores, es decir, llegar a ser cada vez más pequeños en sentido evangélico, el volver continuamente a los orígenes de la vocación personal y el renovar siempre de nuevo el entusiasmo por la vida evangélica y por Cristo el Señor.

40. La formación permanente es una exigencia de fidelidad.

La formación permanente es una exigencia de fidelidad a sí mismos y a Dios, a la propia vocación y misión en la Iglesia y en el mundo. Permite construir esta fidelidad y asegurar su permanencia durante todo el tiempo de la historia personal y comunitaria. Es signo, condición y medio, no de una fidelidad estática, inmutable, a menudo enferma de anquilosis y de esclerosis, sino de una fidelidad que, al mismo tiempo que respeta los valores tradicionales, desea ser creadora e innovadora, abierta a los desafíos y a las llamadas del tiempo presente, en vista de un porvenir fructífero y lleno de esperanza.

La formación permanente es, en particular, una exigencia de fidelidad al don de la vocación franciscana, que impulsa al hermano menor a seguir a Jesucristo según el ejemplo y las huellas de san Francisco y, por tanto, «a llevar una vida radicalmente evangélica...» (CC.GG. 1 § 2). El carisma de Francisco es un don del Espíritu transmitido a sus discípulos «para ser vivido por ellos, conservado, profundizado y desarrollado constantemente en armonía con el Cuerpo de Cristo en permanente crecimiento» (MR 11).

Por otra parte, para los hermanos presbíteros, la formación permanente es también una exigencia de fidelidad a la gracia del sacramento del presbiterado que han recibido y que los «hace partícipes no sólo del “poder” y del “ministerio” salvífico de Jesús, sino también de su “amor”» (PDV 70).

41. La formación permanente es una necesidad vital.

Los contenidos y las características expuestas sobre la formación permanente muestran toda su importancia y actualidad. Es un verdadero proceso vital, necesario para alimentar y calificar la vida franciscana de una manera cada vez más elevada y para salvaguardar la propia identidad, haciéndola signo y testimonio elocuente y transparente.

La formación permanente es necesaria para evitar la indiferencia y el cansancio espiritual. Permite a cada uno alimentarse continuamente para responder con un renovado vigor a su servicio y acción evangelizadora.

La formación permanente es también necesaria para que cada hermano menor ocupe el puesto que le corresponde y realice su cometido en la Fraternidad, en la Iglesia y en el mundo de hoy. Permite a cada uno percibir mejor las situaciones que surgen y sus desafíos, comprender las nuevas condiciones y adquirir los conocimientos y competencias indispensables para hacer frente a los desafíos socio-culturales que siempre se presentan.

La formación permanente es necesaria, en fin, para no dejar el crecimiento del hermano menor a la improvisación o a la espontaneidad. La formación permanente requiere, pues, un itinerario programático, organizado, planificado y evaluable.

2) Objetivos de la formación permanente

42. El objetivo general de la formación permanente es el mismo indicado para la formación franciscana en general, a saber, «conseguir que todos los hermanos y los candidatos puedan, bajo la inspiración del Espíritu Santo, seguir incesantemente a Cristo en el mundo actual según la forma de vida y la Regla de san Francisco» (CC.GG. 126).

En función de este objetivo general, se encuentran en la «Ratio Formationis Franciscanae» cuatro objetivos específicos que ayudan a precisar mejor lo que se quiere conseguir con la formación permanente.

43. «Animar, nutrir y sostener la fidelidad».

La formación permanente franciscana tiene la finalidad de «animar, nutrir y sostener la fidelidad, tanto de cada uno como de la Fraternidad, a la propia vocación en todas las dimensiones de la vida humana, cristiana y franciscana, en el espíritu de la Orden y en su misión, para construir el Reino de Dios en tiempos y condiciones en continuo cambio» (RFF 59). Por este motivo, exige:

a) Fundamentar la vida de la Fraternidad local y provincial en el espíritu y en la misión propia de la Orden;

b) crear una dinámica de vida fraterna gozosa donde cada hermano sea acogido y amado por lo que es, por los dones recibidos del Señor, por el bien que ofrece al hermano a través de la propia caridad y generosidad;

c) llegar –al interior de la Fraternidad en la que vive– al corazón de cada hermano y hacer brotar de sus íntimas y más personales exigencias todas las riquezas de la gracia de Dios y de la naturaleza del hombre;

d) madurar en la vida de fe, que conduzca cada vez más a una experiencia auténtica de la cruz y de la resurrección de Cristo en la propia vida (VFC 35).

44. «Asumir una actitud contemplativa».

«La formación permanente habilita al hermano menor para asumir una actitud contemplativa capaz de escuchar a Dios que pide a cada uno ser evangelizado y evangelizar, y mantenerse firme en las dificultades, en los desafíos y en los cambios provocados por su contexto vital» (RFF 60).

Asumir una actitud contemplativa es sobre todo fundamentar la propia vida en Dios, fuente de todo bien, observando el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo (cf. 2 R 1,2). En este contexto, la formación permanente apunta a:

a) Construir una auténtica vida de oración personal y comunitaria;

b) ofrecer motivaciones fuertes que den razón de la propia consagración, de la vida en fraternidad y de la misión evangelizadora;

c) alcanzar un nivel tal que el hermano menor logre una auténtica calidad de vida que le ayude a superar la mediocridad, la superficialidad, la rutina, etc.

45. «Cultivar la capacidad espiritual, doctrinal y profesional».

«La formación permanente cultiva la capacidad espiritual, doctrinal y profesional, la puesta al día y la maduración del hermano menor, de modo que pueda desarrollar en forma cada vez más adecuada su servicio a la Orden, a la Iglesia y al mundo» (RFF 61).

La formación espiritual, teológica, profesional y ministerial en el espíritu franciscano es un derecho y un deber de cada hermano (cf. CC.GG. 160-165; EE.GG. 101; RFF 157-189). La formación permanente responde a estas exigencias del hermano:

a) Promoviendo un continuo «aggiornamento» y maduración mediante la preparación y formación intelectual-doctrinal, técnico-profesional, práctico-experiencial;

b) ayudando a los hermanos a acoger y a vivir a nivel humano, psicológico y profesional los cambios de la vida personal, eclesial y civil, a comprenderlos y a manejarlos en las diversas situaciones de la vida;

c) ayudando a los hermanos a vivir en plenitud todas las edades de la vida: los primeros años de vida religiosa y de ministerio, la madurez y la vejez.

46. «Favorecer la renovación».

«La formación permanente favorece la renovación de cada hermano y de las Fraternidades locales y provinciales, en la relación con el pueblo de Dios, respetándolo, sirviéndolo y aprendiendo de él» (RFF 62).

En el proceso de renovación, la formación permanente apunta a:

a) Llevar al hermano menor a comprender lo que sucede en el mundo en el que vive y a asumir críticamente los valores de las culturas de los pueblos (inculturación), a vivir lo que acontece a su alrededor y a ir más allá, con una respuesta de fe a las situaciones concretas (encarnación);

b) ofrecer al hermano menor la capacidad de abrirse a las dimensiones del mundo: una visión global de la historia y de sus problemas, aun en el ámbito local en el que se mueve.

PARTE II
ORGANIZACIÓN DE LA FORMACIÓN PERMANENTE

«Yo he concluido mi tarea; Cristo os enseñe la vuestra» (2 Cel 214)

Capítulo IV
Lugar y ámbito de la formación permanente

La fraternidad es el centro primario de la formación permanente(cf. CC.GG. 137 - 2)

47. «La Fraternidad local es el lugar en donde se comparten la vida y la fe de los hermanos y es también el centro del testimonio evangélico; es, pues, primariamente en y a través de su vida que se realiza la formación permanente» (CPO 81, 49; VFC 43).

1) La vida cotidiana de la Fraternidad

48. «La formación permanente se realiza en el contexto de la vida cotidiana del hermano menor, en la oración y en el trabajo, en sus relaciones tanto internas como externas a la Fraternidad, y en la relación con el mundo cultural, social y político en que se mueve» (RFF 58). Es el ámbito de las experiencias y de la vocación vivida en lo concreto. Esta cotidianidad es el lugar por excelencia de la formación permanente, es decir, del crecimiento continuo del hermano menor en su vocación.

49. El ambiente interno de la Fraternidad.

«El Señor me dio hermanos» (Test 14). Este mensaje fundamental de san Francisco significa que el Señor mismo invita a cada hermano a hacerse cargo el uno del otro, en un don recíproco, consciente de que la Orden, por su naturaleza, es una única Fraternidad constituida por hermanos clérigos y laicos, con igualdad de derechos y deberes (cf. CC.GG. 3 - 1), particularmente en lo que se refiere a la vocación y misión propias. Cuando se acepta este don como responsabilidad y empeño cotidianos tratándose unos a otros como hermanos, perdonándose mutuamente, procurando resolver los conflictos y ayudándose en sus necesidades, se está actuando la formación permanente.

Las ciencias humanas pueden favorecer el crecimiento de la fraternidad, sobre todo en momentos de conflicto o «cuando hay personas claramente incapaces de vivir la vida comunitaria por problemas de madurez humana y de fragilidad psicológica o por factores prevalentemente patológicos» (VFC 38; cf. RFF 64).

50. Si un hermano, a causa de su misión particular que le ha sido confiada por la Fraternidad, se viere precisado a vivir solo durante un cierto período de tiempo, no por eso deja de ser miembro de la Fraternidad y puede permanecer siempre en un proceso de formación permanente, buscando todos los medios para favorecer y reforzar los vínculos fraternos, particularmente a través de visitas frecuentes, correspondencia, reuniones y vida a tiempo parcial con los hermanos y otros medios adecuados (cf. CC.GG. 236; VFC 65).

51. Una Fraternidad abierta.

«El carisma otorgado por Dios a san Francisco hace patentes y pone de manifiesto todos sus múltiples frutos tanto entre los hermanos menores como en los otros miembros de la Familia franciscana» (CC.GG. 55 § 1). Los hermanos, por tanto, deben estar en disposición de aprovechar todas las ocasiones posibles para reunirse y compartir, promoviendo incluso reuniones y encuentros para secundar proyectos comunes (cf. CC.GG. 55 § 2).

En la apertura a la Provincia, a la Orden, a la Familia franciscana, a la Iglesia, al pueblo de Dios, especialmente a los pobres y oprimidos, se demuestra que la Fraternidad no vive para sí misma. Hospitalidad, solidaridad y caridad activa para con los pobres, así como el vivir entre ellos, son también signos concretos de esta apertura (cf. CC.GG. 52).

2) La vida de la Iglesia

52. «El seguimiento de Cristo según la forma de san Francisco se realiza de modo auténtico y pleno en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y sacramento de salvación para nuestro tiempo» (RFF 30). «El hermano menor, animado por la fidelidad a la Iglesia, participa en su misión mediante el testimonio de vida y el trabajo apostólico según el carisma franciscano» (RFF 31).

En sus relaciones con el pueblo de Dios, y gracias a los estímulos y aportes que recibe, la Fraternidad encuentra múltiples ocasiones de formación permanente, para sí misma y para cada uno de los hermanos (cf. CC.GG. 114 - 2).

Consciente de colaborar activamente en la vida de la Iglesia, cada hermano debe tratar de participar en las diferentes actividades y programas que se organizan a nivel de las Iglesias locales, de las Conferencias de Religiosos y de la Familia franciscana.

3) El mundo y la cultura

53. Enviados al mundo, los hermanos menores ponen en obra sus recursos humanos para anunciar, con el testimonio de su vida y con la palabra, el mensaje de amor de Cristo y para denunciar el mal. Por consiguiente, acogen los desafíos que el mundo actual les lanza y se empeñan en «percibir las semillas del Verbo y la secreta presencia de Dios, tanto en el mundo actual como también en muchos elementos de otras religiones y culturas, a cuyo estudio deben dedicarse con gran respeto» (CC.GG. 93 - 2; cf. PI 91).

Compartiendo la vida concreta de los pueblos, los hermanos se esfuerzan por comprender su cultura y evangelizarla, adaptando su propio comportamiento, teniendo en cuenta las tradiciones y la vida de la comunidad local y confrontando su pensamiento con esa cultura, como hermanos y menores entre la gente (cf RFF 33; CC.GG. 96 - 1; AG 18; 22).

Capítulo V
Algunos criterios de programación

La formación permanente se fundamentaen la espiritualidad franciscana (cf. CC.GG. 136)

1) Programación de la formación permanente

54. «Las Fraternidades provincial y local, sensibles a las necesidades del crecimiento humano y a los respectivos problemas, tienen la responsabilidad de crear y organizar programas específicos de formación para encauzar las necesidades particulares que surgen de las fases naturales de desarrollo o de transición en la vida, como el primer encargo, la crisis de la medianía de edad, ancianidad, enfermedad grave, cambios profesionales, edad de la jubilación, muerte, dependencia de alcohol y las drogas, etc.» (RFF 65).

Para el buen éxito de la formación permanente en la Fraternidad es importante programarla y llevarla a cabo en fraternidad y no abandonarse a ideas o acciones improvisadas.

55. Para una adecuada programación y organización de la formación permanente es importante tener debidamente en cuenta algunos criterios básicos para garantizar el desarrollo de la identidad del hermano menor y de cada Fraternidad en el proceso de la formación permanente.

Tres criterios tienen una particular importancia y deben ser tenidos debidamente en cuenta.

2) La primacía del carisma franciscano

56. El proyecto de vida, como está contenido en las Constituciones Generales, afirma que el contenido principal de toda la formación franciscana es conseguir que cada hermano pueda seguir a Jesucristo según la forma de vida de san Francisco (cf. CC.GG. 126). De este enunciado emergen algunas implicaciones:

a) La vida franciscana debe ser el objetivo primero y principal de la formación en todas sus etapas. Por tanto, la referencia al carisma franciscano debe ser prioritaria en toda la vida y en todas las actividades (cf. CC.GG. 127 - 4; CPO 81, 12; RFF 46);

b) la adquisición de los valores peculiares de la identidad franciscana, ya expresados en las Constituciones Generales (cf. CC.GG. 1 -2), deben ser objeto de un empeño constante.

3) La centralidad de la persona

57. La formación franciscana debe dirigirse primariamente a la persona del hermano, en su realidad concreta y en todas sus dimensiones, reconocida como la responsable última y decisiva de su crecimiento y, por lo mismo, de su empeño de conversión (cf. CC.GG. 129 §§ 1-2; 137 § 1; CPO 81, 48; RFF 40 y 63).

De la centralidad de la persona emergen algunas exigencias:

a) La formación debe ser «personalizada», es decir, actuada a partir de cada persona y según la medida de cada persona (cf. CC.GG. 129 § 1; RFF 42);

b) la formación debe ser «integral», es decir, atenta a todas las dimensiones de la persona humana (cf. RFF 45);

c) la formación debe hacerse en un «clima de diálogo», es decir, capaz de crear «un ambiente de confianza, en donde todos puedan expresar libremente sus propias necesidades, pensamientos y sentimientos» (RFF 64);

d) la formación debe ser «responsable», es decir, tendente a ayudar a la persona a gestionar su propia vida con profundo sentido de responsabilidad y de coherencia (cf. CC.GG. 129 § 2).

4) La realidad concreta

58. El hermano menor debe encarnarse en la situación concreta del pueblo en el que vive (cf. RFF 33; 49), teniendo presente que la vocación franciscana se expresa en una doble fidelidad: al carisma de san Francisco en su núcleo esencial, tal como emerge de su persona, de su vida y de sus Escritos; y al hoy y aquí, es decir, al contexto histórico-cultural, social y eclesial (cf. CC.GG. 92-94; CPO 81, 10). Esta fidelidad y presencia exige:

a) El conocimiento de las fuentes y de la tradición de la Orden;

b) la re-interpretación (o re-creación) del carisma en comunión eclesial y a la luz del hoy y aquí;

c) la capacidad de discernimiento, la valentía de la innovación, así como la relativización de lo ya adquirido y de lo ya vivido, el impulso de la profecía y la búsqueda de nuevas formas de presencia y de servicio en las diferentes situaciones del mundo de hoy (cf. CC.GG. 131 § 1; CPO 81, 11).

Capítulo VI
Los agentes y los medios de la formación permanente

La responsabilidad de la formación permanente
atañe a todos los hermanos
(cf. CC.GG. 138)

59. Las Constituciones Generales (cf. CC.GG. 137-139) determinan los principales responsables de la formación: cada hermano, en cuanto responsable último y decisivo; la Fraternidad local y provincial, como lugar privilegiado; los Ministros y los Guardianes, en cuanto animadores de la vida cotidiana.

Por otra parte, el modo de vivir en fraternidad y su organización ofrecen algunas indicaciones para la distribución de las distintas responsabilidades y los medios posibles para poder desarrollar la formación permanente en los diversos niveles.

1) Cada hermano

A) Sus responsabilidades

60. «Cada uno de los hermanos tiene la responsabilidad última y decisiva de ocuparse de su formación permanente y de llevarla a cabo» (CC.GG. 137 § 1).

«El hermano menor, bajo la acción del Espíritu Santo, es el protagonista principal de la propia formación, responsable de asumir e interiorizar todos los valores de la vida franciscana, capaz de autonomía e iniciativa personal» (RFF 40).

Cada hermano debe, pues, acoger el desafío de la formación permanente: el binomio «libertad y fidelidad» y el binomio «derechos y deberes». Cada hermano tiene el deber, radicado en la profesión religiosa, de ser fiel al don de Dios y a la «conversión cotidiana» que viene del don mismo.

Cada hermano debe tener en cuenta las relaciones de ayuda y de responsabilidad existentes con los otros medios y agentes de la formación, y esto debería facilitar su cometido. Los reglamentos y las normas que provienen de la autoridad no son suficientes para hacer que la formación permanente suscite la disponibilidad a la renovación y al crecimiento continuo, si cada uno no se decide a aprovechar los tiempos, los medios y las situaciones para este fin.

Por último, cabe subrayar que la responsabilidad del hermano como agente de formación no se limita solamente a su persona; cada uno tiene la responsabilidad de animar y estimular a los demás hermanos, de modo que no descuiden la propia formación.

B) Algunos medios de actuación

61. Entre los medios más importantes para llevar a cabo la formación permanente, se sugieren:

a) Un proyecto personal de formación permanente (por ejemplo, lecturas específicas, tiempos de oración, breves períodos de retiro y de soledad, dirección espiritual, etc.), establecido en diálogo con el Guardián y el Ministro provincial. Este proyecto debería insertarse en el marco del programa global de la Fraternidad provincial y local y responder a las necesidades particulares del hermano, teniendo en cuenta su edad, su servicio o ministerio, su propio contexto de vida, su vocación personal en la sociedad y en su país, en la Iglesia local, etc. (cf. CC.GG. 137 § 1).

b) Lectura, estudio y meditación, en un espíritu de oración y devoción, de la Biblia, de las Fuentes franciscanas, de los Documentos de la Iglesia, de la Orden y de la Provincia, y de los autores espirituales (cf. CPO 81, 55; CC.GG. 2 § 2; 22 § 1; 162).

c) Promoción de encuentros y de diálogo con los hermanos, con el Guardián y con el Ministro, creando un ambiente de confianza, en donde todos puedan expresarse libremente (cf. RFF 63-64).

d) Una puesta al día práctica, para llegar a ser cada vez más competentes en los diversos ministerios, teniendo en cuenta los nuevos desafíos del tiempo presente.

e) Períodos sabáticos que permitan «tomar distancia con relación a la vida ordinaria, para “releerla” a la luz del Evangelio...» (PI 70), de la Regla y de las Fuentes franciscanas y del espíritu y vida de san Francisco. Estos períodos deberían ser realizados de tal manera que ayuden a los hermanos a descubrir siempre de nuevo la manera de ser fieles a Dios y a conservar el entusiasmo por la propia forma de vida.

f) La participación activa en los programas de formación permanente de la Fraternidad local y provincial y en las iniciativas de los responsables.

2) La Fraternidad local

A) Lugar privilegiado de la formación permanente

62. «Puesto que la Fraternidad misma es el centro primario de la formación permanente, incumbe a cada hermano, y en primer lugar al Guardián, la obligación de procurar que la vida ordinaria de la Fraternidad impulse la acción formativa» (CC.GG. 137 § 2).

«La formación franciscana tiene lugar en la Fraternidad y en el mundo real, donde el hermano menor experimenta el poder de la gracia, es renovado en su mente y en su corazón, y desarrolla su vocación evangelizadora» (RFF 43).

«Los hermanos de cada Fraternidad tienen la responsabilidad de crear un ambiente de confianza, en el que todos puedan expresar libremente sus propias necesidades, pensamientos y sentimientos. Es importante para los hermanos promover las capacidades de comunicación, de resolución de los conflictos y de construcción de la Fraternidad» (RFF 64).

B) Cometido del Guardián

63. El Guardián debe ser consciente de que, por su ministerio en medio de los hermanos, es el animador primero e indispensable de la formación permanente en la Fraternidad local (cf. CPO 81, 51; RFF 68).

El Guardián debe tener siempre presente que su autoridad es un servicio evangélico a la Fraternidad, a su construcción en vista del logro de las propias finalidades espirituales y apostólicas (cf. VFC 43-50). Por este motivo, es un deber del Guardián prepararse adecuadamente para su cometido de animador, mediante el programa provincial de formación permanente y la participación en los encuentros de los demás responsables que se organicen a nivel provincial.

En comunión con sus hermanos, el Guardián debe estimular, planificar y evaluar la formación permanente en la propia Fraternidad, ofreciendo los recursos necesarios para la misma (cf. CC.GG. 137 § 3; EE.GG. 2 § 2; 10-11; RFF 67).

El Guardián debe procurar que su Fraternidad tenga un proyecto de formación permanente y debe también ser el garante de tal proyecto (cf. RFF 65).

C) Algunos medios de actuación

64. En conexión y en armonía con el programa trienal de formación permanente de la Provincia, el Guardián debe cuidar de que en la Fraternidad se pueda elaborar, examinar y revisar en Capítulo local un proyecto de vida comunitaria y de formación permanente que debería tener principalmente los siguientes objetivos y medios:

a) Construir una auténtica vida fraterna en común y favorecer el espíritu de oración y devoción de la Fraternidad, teniendo en cuenta su particular contexto;

b) determinar espacios y momentos específicos o tiempos intensivos de reflexión, de intercambio y de diálogo entre los hermanos, por ejemplo, Capítulo local, días de retiro, ejercicios espirituales anuales, compartimiento de la Palabra de Dios, revisiones periódicas de vida, recreos en común, encuentros fraternos, jornadas de estudio, etc.;

c) ayudar a los hermanos a apreciar y desarrollar los aspectos más importantes de la vida en común, como la comunicación, las relaciones interpersonales, la capacidad de resolver los conflictos, el sostén a los hermanos en crisis, etc.;

d) desarrollar el sentido fraterno del tiempo libre y de la celebración (por ejemplo, con ocasión de los cumpleaños, jubileos, fiestas litúrgicas, tiempos de recreo en común, etc.);

e) preocuparse mayormente del modo de vivir la opción fundamental por los pobres y profundizar nuestra conciencia de ser miembros de la Iglesia local y de ser peregrinos en este mundo.

3) La Fraternidad provincial

65. «Para emprender una formación adecuada, tome conciencia la Fraternidad provincial de que ella misma es una comunidad formativa, en cuanto que el testimonio de vida de todos los hermanos tiene importancia capital para promover los valores franciscanos en todos sus miembros» (CC.GG. 139 § 1).

Es deber de cada Provincia elaborar su propio Plan de formación, observando las normas del derecho y asegurando la continuidad entre la formación inicial y la formación permanente (cf. EE.GG. 70 § 3; 75 § 1).

A) Cometido del Ministro provincial

66. El Ministro provincial es el animador principal e indispensable de la formación permanente en la Provincia (cf. CC.GG. 138; EE.GG. 70 § 1; CPO 81, 51); en cuanto tal, debe animar y estimular a todos los agentes de la formación permanente y velar que se lleven a cabo los programas establecidos (cf. CPO 81, 54).

El Ministro provincial debe tener una relación constante y afectiva con cada uno de los hermanos de la Fraternidad provincial (cf. CC.GG. 221 § 1). Debe tener una relación especial con los Guardianes y con el Moderador provincial para la formación permanente, para que puedan cumplir su oficio en unión con él. Debe, además, visitar periódicamente las Fraternidades (cf. RFF 69).

«El Ministro provincial y el Definitorio provincial procuren elegir como Guardianes hermanos que favorezcan y faciliten la formación humana, cristiana y franciscana de cada hermano» (RFF 68).

B) Algunos medios de actuación

67. El Ministro provincial tiene el deber de promover y planificar la formación permanente en la Provincia, sirviéndose de la colaboración del Capítulo provincial, del Definitorio provincial y de los demás organismos existentes en la Provincia (cf. CC.GG. 137 § 3; RFF 69). Por otra parte, debe procurar que en los Capítulos (provincial y local) se elaboren programas de formación permanente (cf. EE.GG. 74 § 1; 70 § 1).

El programa debería contener los siguientes aspectos:

a) Tener en cuenta las necesidades del crecimiento humano de los hermanos y encauzar las necesidades particulares que surgen de las fases naturales de desarrollo o de transición en la vida, como el primer encargo, la crisis de la medianía de edad, ancianidad, enfermedad grave, cambios profesionales, edad de la jubilación, muerte, dependencia del alcohol y las drogas, etc. (cf. RFF 65; PI 70);

b) poner a disposición los medios necesarios para la formación permanente de los hermanos, tanto desde el punto de vista doctrinal como de la experiencia concreta, «a fin de que el Evangelio esté vivo en la realidad concreta de nuestro tiempo» (RFF 66) y los hermanos estén en grado de responder a los desafíos del mundo y a las necesidades de la Iglesia de hoy, de vivir la propia identidad y ejercer su misión evangelizadora de hermanos menores de una manera significativa en este mundo y en esta Iglesia;

c) promover reuniones para examinar y estudiar los problemas de la vida y de las actividades de la Provincia (Capítulos provinciales espirituales o de las esteras; encuentros de hermanos según las diversas actividades que desarrollan, etc.);

d) tener presentes, en la actuación del programa, los siguientes medios: períodos sabáticos, retiros, experiencias de eremitorio, dirección espiritual, grupos de oración, grupos de apoyo o terapia, lecturas (periódicos, libros, etc.), puesta al día de las bibliotecas locales, «aggiornamento» teológico, franciscano y profesional, viajes formativos, etc.;

e) organizar reuniones o encuentros periódicos de los Guardianes y de los demás responsables de la vida de la Fraternidad: para suministrarles ayuda, estímulo, apoyo y formación; para prever y organizar los pasos y los medios para actuar el programa de formación permanente; para asegurar su coherencia.

68. Otra tarea importante es la formación de formadores, de profesores y de hermanos expertos en los diversos campos (por ejemplo, en Sagrada Escritura, Teología, Liturgia, Derecho, Filosofía, Escritos y Espiritualidad franciscana, Psicología, Sociología, etc.) (Cf. CC.GG. 142).

En fin, entre otros medios posibles, sería muy útil la preparación de subsidios adecuados para uso de los Capítulos locales, que ayuden a los hermanos a «escuchar a los demás, a participar los propios pensamientos, a revisar y evaluar el camino recorrido, a pensar y a programar juntos» (VFC 31).

C) El Secretariado provincial para la Formación y los Estudios

69. «Es incumbencia del Secretario promover y coordinar, bajo la dependencia del Ministro provincial, todo lo referente a la formación en la Provincia» (EE.GG. 71 § 2), y, por tanto, debe cuidar de que exista continuidad entre la formación permanente y la formación inicial.

Debe organizar encuentros periódicos de todos los que se dedican a la formación (inicial y permanente) «con objeto de evaluar sus propias experiencias, facilitar la mutua colaboración y promover, por medio de criterios comunes, la unidad de orientación» (CC.GG. 143).

D) El Moderador provincial para la formación permanente

70. Además del papel de cada hermano, del Guardián, del Secretario provincial para la Formación y los Estudios y del Ministro provincial, los Estatutos Generales establecen que en cada Provincia haya un Moderador para la formación permanente (cf. EE.GG. 74 § 2), que es miembro del Secretariado para la Formación y los Estudios (cf. EE.GG. 71 § 1).

«El Moderador provincial para la formación permanente tiene la tarea de organizar, coordinar y dar a conocer los programas disponibles en la Provincia, en las diócesis, en el Estado o país, y de animar a los hermanos a iniciar, organizar y participar en otras actividades para la formación permanente según las necesidades específicas, profesionales y ministeriales» (RFF 70).

En base a lo dicho anteriormente, el Moderador para la formación permanente:

a) Es el colaborador más inmediato del Ministro provincial en la tarea de animación de la formación permanente en la Provincia;

b) es miembro del Secretariado provincial para la Formación y los Estudios (cf. EE.GG. 71 § 1);

c) tiene un cometido y un papel determinados en los Estatutos particulares y/o peculiares;

d) es el promotor y ejecutor principal de los programas de formación permanente elaborados por el Capítulo provincial;

e) debe velar para que la comprensión, los medios y los agentes de la formación sean «operativos» en todos los niveles de la Provincia;

f) debe ofrecer a los hermanos, en comunión con los demás agentes de la formación, los medios necesarios para que participen en la elaboración concreta del proyecto de formación permanente y para que éste se lleve a cabo;

g) tiene la tarea de organizar, coordinar y dar a conocer los programas disponibles;

h) debe organizar periódicamente sesiones de formación permanente para todos los hermanos de la Provincia y estar presente activamente;

i) debe visitar, en la medida de lo posible, a los hermanos y a las Fraternidades para ayudarles concretamente en la realización del programa de formación permanente.

71. Para la ejecución de estos cometidos, es deseable que el Moderador para la formación permanente:

a) Sea liberado, en la medida de lo posible, de otro oficio para poder desarrollar mejor su servicio;

b) tenga la posibilidad de servirse de colaboradores;

c) tenga siempre el apoyo del Ministro provincial y del Definitorio;

d) tenga la posibilidad de perfeccionarse utilizando todos los medios disponibles;

e) tenga la posibilidad de encontrarse con los Moderadores de su Conferencia para compartir ideas, experiencias, recursos y medios.

4) La Conferencia de Ministros provinciales

72. «Compete a cada Conferencia fomentar la vida y actividad de los hermanos» (EE.GG. 176 § 1).

«A fin de promover y conservar el mayor bien, foméntense entre las Conferencias, sobre todo entre las más próximas, relaciones mutuas, intercambio de noticias e informaciones, búsquedas e iniciativas comunes» (EE.GG. 178).

La vida, las actividades y la formación permanente de los hermanos deben ser promovidas a nivel de las Conferencias mediante la colaboración entre los encargados de la formación y algunas iniciativas comunes de la misma Conferencia (cf. CC.GG. 143; EE.GG. 176; 179).

5) El Gobierno general de la Orden

A) El Ministro general

73. El Ministro general es el primer responsable de la formación en la Orden y, como tal, debe animar y estimular a todos los agentes de la formación y velar para que se lleven a cabo los programas previstos (cf. CC.GG. 134).

En sus visitas fraternas a las Entidades de la Orden, incrementará y robustecerá «el espíritu franciscano» (CC.GG. 199) y estimulará y confirmará los planes de formación permanente, sea personalmente sea a través de los Definidores generales.

Por medio del Visitador general, prestará una especial atención a la comprensión, a los planes, a los medios y a los agentes de la formación permanente en cada Entidad y cuidará de que en el Capítulo provincial se elabore el programa de formación permanente (cf. CC.GG. 74 § 1).

B) El Secretariado general para la Formación y los Estudios

74. En conformidad al artículo 68 § 1 de los Estatutos Generales, el Secretariado general para la Formación y los Estudios incrementará la colaboración y el diálogo entre los Moderadores para la formación permanente, a través de congresos, encuentros u otros medios apropiados.

En la medida de lo posible, el Secretario general para la Formación y los Estudios participará en las reuniones de los Moderadores para la formación permanente de las Conferencias.

Preparará también subsidios para la formación permanente y dará a conocer las diversas iniciativas y experiencias que se realizan en la Orden.

Apoyará las iniciativas de formación permanente que se hacen a nivel de las Conferencias, como la «Experiencia Asís», y a nivel de la Familia franciscana, como los Centros de espiritualidad y de franciscanismo.

Propiciará la organización de períodos sabáticos según las circunstancias y necesidades.

75. Los medios propuestos o sugeridos no son ciertamente exhaustivos; sólo tienen la finalidad de orientar a los diferentes agentes de la formación permanente en la búsqueda de los instrumentos más adecuados que permitan el logro de los objetivos fijados, adaptándolos a las circunstancias específicas y a las necesidades reales de los hermanos.

Compete, pues, a cada hermano encontrar la manera más adecuada para favorecer el camino de crecimiento personal y comunitario en respuesta a la propia vocación.

CONCLUSIÓN

76. La vocación propia de la Orden y de cada hermano consiste en seguir a Jesucristo pobre y humilde en fraternidad. Esta vocación es un don precioso que el Espíritu concedió a la Iglesia. Por el don de la vocación, santa Clara, «pequeña planta de nuestro padre san Francisco» (BenCl 6), invita a la gratitud, como exhorta en su Testamento: «Del Padre de las misericordias, del que lo otorga todo abundantemente, recibimos y estamos recibiendo a diario beneficios por los cuales estamos nosotras más obligadas a rendir gracias al mismo glorioso Padre; entre ellos se cuenta el de nuestra vocación» (TestCl 2). Sin duda, reconocer los dones del Señor, además de manifestar la nobleza del corazón, revela la disponibilidad para considerar atentamente la propia vocación (cf. 1 Cor 1,26).

77. La formación permanente requiere este sentimiento de agradecimiento al Creador de todas las cosas, que en su poder y ternura sigue sosteniendo nuestra vocación y nos impulsa a crecer hasta llegar a «la madurez de la plenitud de Cristo» (Ef 4,13).

El camino hacia la madurez no sólo exige profundizar los diversos aspectos de la vida y en los diversos niveles de la Orden, sino que exige también y sobre todo saber «integrar cada vez más armónicamente entre sí estos mismos aspectos, alcanzando progresivamente la “unidad interior”» (PDV 72). La formación permanente ayuda al hermano menor a captar el sentido profundo del propio «ser» y el significado evangélico del propio «hacer».

78. La Iglesia y el mundo esperan que nosotros, en nuestras Fraternidades, seamos fermento evangélico y profético; y solamente podemos serlo en la medida en que seamos capaces de renovarnos desde el Evangelio y desde nuestras Fuentes. Esta renovación, que no es otra cosa que el desafío de la formación permanente, sólo será posible en la medida en que juntos, como Fraternidad universal, tomemos conciencia de que debemos convertirnos incesantemente y ser capaces de calificar nuestra presencia y nuestro testimonio en la realidad cotidiana de nuestra vida en el seno de nuestras Fraternidades locales.

79. Este es el cometido y el empeño de cada hermano menor, a quien ha sido confiada la consigna de nuestro Padre: «Yo he concluido mi tarea; Cristo os enseñe la vuestra» (2 Cel 214). Esta es también la mejor manera de prepararnos a la celebración del jubileo del segundo milenio del nacimiento de nuestro Redentor Jesucristo, teniendo siempre presente la admonición que san Francisco repite a cada uno de nosotros: «Dichoso el siervo que atesora en el cielo los bienes que el Señor le muestra, y no desea, con la mira en la recompensa, ponerlos de manifiesto a los hombres, porque el Altísimo mismo pondrá de manifiesto sus obras a quienes le agrade. Dichoso el siervo que guarda en su corazón los secretos del Señor» (Adm 28).

[En Selecciones de Franciscanismo, vol. XXIV, n. 72 (1995) 438-478]

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