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LA "RATIO STUDIORUM" |
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La «cuestión de los estudios» representa en la historia de nuestra Orden una problemática amplia y compleja, que con frecuencia se plantea en el contexto más general de la «cuestión de la identidad» de los Hermanos Menores. Esta problemática provocó reiterados enfrentamientos y divisiones nada fraternas en el ámbito de la familia franciscana, particularmente entre los llamados «espirituales» y los que, para simplificar, pudiéramos llamar «intelectuales». Una presentación de la Ratio studiorum no es el lugar adecuado para una exposición detallada de lo que pudiéramos llamar «cuestión de los estudios» en la Orden. Son muchos los que han tratado este tema (1) y yo mismo me ocupé de él en otra ocasión (2). Sin embargo considero necesario hacer una síntesis de dicha «cuestión», con la única finalidad de ilustrar las razones que están a la base de la problemática de los estudios en nuestra Orden. Ello nos ayudará a comprender las motivaciones de fondo que aparecen en la Ratio studiorum OFM. I. LOS ESTUDIOS EN LA HISTORIA DE 1. La «cuestión de los
estudios» a la luz de la advertencia La «cuestión de los estudios» en la Orden franciscana está profundamente vinculada a la interpretación de la advertencia de Francisco en la Regla Bulada non curent nescientes litteras: «Y los que no poseen estudios no se preocupen de adquirirlos» (Rb 10,7). A lo largo de nuestra historia, tanto los defensores de los estudios como los que se oponían a ellos han hecho frecuente recurso a esta advertencia de la Regla. Unos veían en ella un texto en el que sólo se prohibían los estudios a los no clérigos (4), otros en cambio se apoyaban en ella para condenar la «opción intelectual» que parecía ser asumida por la mayoría de los hermanos (5). Por este motivo creo conveniente comenzar haciendo algunas anotaciones sobre la advertencia, para pasar luego a ver las reacciones de la Orden ante el problema de los estudios. 1.1. Algunas anotaciones literarias sobre la advertencia "non curent nescientes litteras litteras discere" La advertencia forma parte del capítulo 10 de la Regla bulada o segunda Regla. Dicho capítulo tiene dos partes claramente distintas entre sí. La primera parte (Rb 10,1-6) trata de las relaciones fraternas y jurídicas entre los Ministros y los demás hermanos. Estos versículos no ofrecen novedad alguna a lo dicho por Francisco en los capítulos 4-6 de la Regla no bulada o primera Regla. La segunda parte (Rb 10,7-12), siguiendo el esquema del apóstol Pablo en Gál 5,19-23, trata sobre el espíritu de minoridad que debe animar a todos los hermanos, recordando lo que se debe evitar (caveant fratres) y lo que se debe hacer (sed attendant). En su conjunto tampoco aquí hay novedades respecto a lo que se dice para los predicadores en el capítulo 17 de la Regla no bulada. La única novedad en todo el capítulo se encuentra en nuestra advertencia: non curent nescientes litteras litteras discere (Rb 10,7). El aspecto novedoso de la advertencia se puede apreciar tanto desde el punto de vista literario como de contenido. Una primera constatación salta a la vista. Teniendo en cuenta la historia redaccional del capítulo 10 de la Regla bulada donde aparece nuestra advertencia, es fácil constatar que la única novedad que se introduce en este texto en relación con otros de la Regla no bulada, de los que ciertamente depende, es precisamente non curent nescientes litteras litteras discere (Rb 10,7b). Siempre, desde un punto de vista literario, la advertencia, aun siendo ciertamente de Francisco, sin embargo hace violencia al texto. El sujeto no son ya omnes fratres, todos los hermanos (Rb 10,7a y 8), sino sólo (fratres) nescientes litteras. Por otra parte el non curent, del versículo 7b, rompe la relación literaria del sed attendant (Rb 10,8) con el caveant (Rb 10,7a). Finalmente, la «advertencia» del versículo 7b no parece encajar con el «tono moral» de los demás versículos. Si atendemos al contenido, la advertencia de Francisco sobre los estudios, dentro del contexto en que se encuentra, resulta ambigua en su significado. Así lo demuestran las diversas y divergentes interpretaciones que se han dado del texto en cuestión a lo largo de los siglos, como veremos luego. Con toda probabilidad fue Francisco mismo el que quiso una formulación no unívoca en su contenido y su apertura jurídica. Notemos, además, que aquí es usada la fórmula de admiración y no de prohibición, que tantas otras veces aparece en la Regla. 1.2. Interpretaciones de la advertencia a los "nescientes litteras" a lo largo de la historia de la Orden y la «cuestión de los estudios» Debido a esta ambigüedad, las interpretaciones de la advertencia non curent nescientes litteras, ayer como hoy, han sido muy diversas. Señalemos sólo sumariamente algunas de ellas. Las que a nuestro entender parecen ser las más representativas (6). 1.2.1. Documentos oficiales: Bulas pontificias y Constituciones del s. XIII Los documentos oficiales del primer siglo franciscano, las Bulas pontificias (7) y las Constituciones (8), muestran un juicio positivo sobre los estudios. En estos documentos, los estudios son considerados perfectamente compatibles con la vocación franciscana. Es más, algunos de estos testimonios documentales ponen como condición preliminar a la aceptación de nuevos candidatos el que, entre otros requisitos, tengan una cierta preparación literaria. En relación con la advertencia de Francisco bien se puede afirmar que ésta no es considerada un texto problemático. Baste constatar que no aparece citado en las Bulas pontificias de estos primeros tiempos de la Fraternidad. Es tan pacífico que la Regla no se opone a los estudios, que ni merece ser aclarada. La dirección intelectual que iba tomando la Fraternidad no suponía, por tanto, oficialmente un problema particular. El estudio simplemente necesitaba ser regulado como otros tantos valores adquiridos en la naciente Orden. Por esto, dicha «cuestión» en este primer siglo de vida franciscana sólo aparece en relación con la pobreza, tal como la presenta el capítulo 6 de la Regla bulada, o con el precepto de trabajar, tal como aparece en el capítulo 5 de la misma. Usar los libros ¿va contra la pobreza? Era una de las «dudas» de los hermanos de la primera hora. La respuesta de estos documentos es clara: usar libros no atenta contra la pobreza. El estudio ¿ha de considerarse trabajo?, se preguntaban otros. La respuesta también es clara: la actividad intelectual como la actividad apostólica es un modo de cumplir con el mandato de Francisco sobre el trabajo. Por este motivo, los hermanos ocupados en este tipo de trabajo no están obligados a trabajar manualmente. Ateniéndonos a la legislación que sigue a la muerte de Francisco, que la Orden necesitase una preparación sólida y seria era tan claro como lo era el derecho/deber de recitar el oficio divino, el derecho/deber de trabajar. 1.2.2. Comentarios privados a la Regla, del 1240 a la Bula "Exiit qui seminat", del año 1276 Jacobo de Vitry resume la actividad de los hermanos en cuatro clases: el trabajo manual de los hermanos laicos, el trabajo del sufrimiento de los enfermos, el trabajo de la predicación de los que anuncian el evangelio, y el trabajo del estudio de los otros. El mismo obispo y cardenal, contra aquellos que defendían que no era conveniente estudiar, recordará que era necesario emplear no sólo las manos, sino también la inteligencia (9). Esta última observación nos lleva a pensar que entre los hermanos ya comenzaba a rondar la sospecha sobre la conveniencia y «bondad» de los estudios, basada en la dificultad de conciliar los estudios con la sencillez de vida. Esta sospecha encontrará su «caldo de cultivo» en las ideas joaquinitas que en aquellos momentos comenzaban a tener gran difusión en la Orden. A estas sospechas contra los estudios, nacidas en el seno de la Fraternidad misma, se añaden los ataques de los maestros seculares de París contra las Órdenes Mendicantes, franciscanos y dominicos, a las que se les quiere negar el derecho a enseñar y predicar (10). Aunque a estos ataques pondrá fin la Bula Romanus Pontifex de Alejandro IV (1256), es bueno tener presente esta situación para entender los comentarios a la Regla y otros escritos de este período que tocarán el tema de los estudios. En un primer grupo de escritos, de carácter marcadamente polémico (11), los estudios aparecen como componente esencial de la opción apostólica hecha por la Orden; opción que es presentada como el munus primario y determinante de la Fraternidad. En línea de máxima, esta misma visión positiva de los estudios es la mantenida por los comentarios a la Regla de la segunda mitad del siglo XIII. La «opción intelectual» no sólo no es contraria a la Regla, sino que es una necesidad y un deber de la Orden, dicen los comentarios a la Regla con fines apologéticos (12). Los estudios son asumidos pacíficamente por los hermanos, por eso esta «cuestión» no merece un trato especial, parecen decir con su silencio los comentarios con fines formativos (13). Los textos de este período se mueven pues en una línea interpretativa común de la advertencia a los nescientes litteras: la advertencia de Francisco no puede contradecir el mandato dado por éste a sus frailes, el mandato de predicar. Tal actividad necesita de una preparación adecuada. Los estudios y la opción intelectual están por tanto en consonancia con la Regla. 1.2.3. De la Bula "Exiit qui seminat" (1276) a la disputa de Aviñón (1309-1312) Como ya apuntamos anteriormente, la Bula Exiit qui seminat señala un momento muy importante en la evolución de la Orden. Ésta adquiere definitivamente la «bula de ciudadanía» dentro de la Iglesia: el ideal de vida franciscano, tal como lo presenta la Regla, es reconocido oficialmente por la Iglesia como camino de santificación. Por otra parte, a la Orden franciscana le es reconocida la legitimidad de su actividad intelectual y pastoral dentro de la Iglesia (14). Pero las reacciones no se hicieron esperar. Muy pronto surgieron dos corrientes opuestas e irreconciliables entre sí: la de la Comunidad, favorable a los estudios, y la de los «espirituales», contraria a los mismos, por considerarlos contra la intentio Francisci. En este contexto sobresalen las figuras de Pedro Juan Olivi (15), Ubertino de Casale (16), Raimundo de Fronsac (17), Bonagrazia de Bérgamo (18), Gonzalo de Balboa (19) y Ángel Clareno (20). Mientras Olivi, Raimundo de Fronsac, Bonagrazia de Bérgamo y Gonzalo de Balboa, todos de la escuela de Buenaventura, son partidarios de los estudios y los ven fundamentalmente en función de la predicación; Ubertino de Casale y Ángel Clareno, al frente de los «espirituales» y basándose en la advertencia nescientes litteras, rechazan rotundamente la opción intelectual de la Orden en cuanto la consideran traición a la intentio Francisci. Los primeros defienden los estudios partiendo de Francisco pero acentuando las exigencias pastorales de la Orden. Los segundos condenan los estudios basándose en Francisco interpretado por sus compañeros. Los primeros optan por llegar a la intentio Francisci a través de las interpretaciones oficiales dadas por la Iglesia (21). Los segundos afirman llegar al pensamiento genuino de Francisco a través de la interpretación dada por el mismo Francisco y recogida en los materiales eliminados por Buenaventura (22). Dos interpretaciones que corresponden a dos concepciones distintas de la Orden y que condicionarán la futura interpretación del non curent nescientes litteras y, en cierto sentido, la evolución de la Orden misma. Dos almas que muy pronto dejarían de sentir unidas, dos pulmones que pronto dejarían de respirar juntos. 1.2.4. Los Constituciones y los Comentarios a la Regla de los siglos XIV y XV, y la división de la Orden Este período se caracteriza por el gran número de Constituciones que fueron promulgadas en poco más de siglo y medio, 13 en total, y que muy bien se pueden dividir en dos grupos: el de la corriente «conventual» (23) y el de la corriente «observante» (24). Las primeras se sitúan, con algunos particulares, en la misma línea que las Narbonenses, y por lo tanto están claramente a favor de los estudios. Las segundas, aun cuando critican el modo como los «conventuales» conciben los estudios, sin embargo valoran positivamente el elemento intelectual dentro de la Orden. Esta visión positiva de los estudios que se encuentra en las Constituciones señaladas, no es la que encontramos en los Comentarios a la Regla del mismo periodo. Así, en los documentos provenientes del círculo de los Fraticelli (25), entre las opciones contrarias a la pobreza franciscana se señalan los estudios con fines personales. Según estas fuentes, con claro influjo de Ubertino de Casale, los estudios, tal como se realizan, no son compatibles con el espíritu de sencillez propio de la vocación franciscana, sino ocasión de riqueza y soberbia. Hay dos comentarios a la Regla, de autores desconocidos, escritos en la mitad del siglo XIV, que nos interesan particularmente en cuanto al tema del que nos ocupamos. El primero (26) encuentra la solución al «problema» de los estudios en el consejo de Pablo a los Corintios: «Cada cual permanezca en la vocación a la que ha sido llamado» (1 Cor 7,17). Para este comentarista anónimo, los estudios no sólo no son condenados por la Regla, sino que incluso no hay preeminencia de la vida espiritual sobre los estudios. Lo importante es que cada uno permanezca fiel a la vocación que ha recibido del Señor. El segundo comentario (27) no condenará los estudios, sin embargo dará preeminencia a la vida espiritual sobre la actividad intelectual. Siempre en este periodo hay que señalar el comentario a la Regla de Bartolomé de Pisa (28). Para este autor, que en su obra privilegia las fuentes buenaventurianas, la opción intelectual de la Orden es una consecuencia normal del desarrollo de la misma. Los estudios no sólo forman parte integrante de la misión constitutiva de la Orden, sino que se sitúan en continuidad con cuanto ha querido Francisco. Al lado de estos textos hay otros de «cuño observante» que merecen ser citados. El primero pertenece a la observancia francesa y lleva por título Quaerimoniae constantienses. El texto muestra dependencias literarias de la obra de Ubertino de Casale y aun cuando no se opone directamente a los estudios, sin embargo, muestra una gran desconfianza sobre ellos al no ver la posibilidad de poder conciliarlos con otros valores esenciales de la vida franciscana, particularmente la pobreza y la devoción, que son más importantes que cualquier otro valor. Otros textos provienen del ambiente de la reforma villacreciana, en España, de Juan de Capistrano y de Cristóforo de Varese. La observancia ya había sido reconocida jurídicamente. Y de nuevo surgen las dos almas de la Orden: la eremítica y contemplativa, fuertemente contraria a los estudios (29), y la que tiende a la actividad pastoral en la Iglesia y en el mundo, en cuyo proyecto los estudios eran el punto de partida (30). Es importante notar como la advertencia de Francisco toma de nuevo gran protagonismo. Mientras para los que se manifiestan a favor de los estudios, la advertencia non curent nescientes litteras no significa problema alguno; para los otros, la «admonición» de Francisco plantea muchos interrogantes sobre los mismos. Por el momento el alma «pastoral» parecía prevalecer sobre el alma «eremítica»; los estudios entraban con fuerza entre los observantes, gracias sobre todo a Juan de Capistrano. Sin embargo el «problema de los estudios» no se había resuelto definitivamente sino que aparecería de nuevo tan sólo 50 años más tarde con la reforma capuchina. Esta reforma, que nace limitando mucho los estudios (31), muy pronto asumirá la validez y organización de los mismos en función de la predicación (32). Validez y organización que serán ratificadas por Constituciones sucesivas, las del 1638 y las del 1643, lo que marcará en lo sucesivo la evolución de la reforma. Esta línea que encontramos en los «textos oficiales» no es, sin embargo, la única que se encuentra en la reforma capuchina, tal como se observa en los comentarios capuchinos a la Regla. Al igual que había sucedido antes de dicha reforma, también ahora se dejan sentir los dos pulmones: el que respira favorablemente a los estudios (33) y el que los ve con sospecha (34). 1.3. Conclusiones sobre «la cuestión de los estudios» en la historia de la Orden Franciscana Como ya hemos indicado anteriormente, la «cuestión de los estudios» en la Orden franciscana, particularmente en los momentos de mayor polémica, está vinculada a la interpretación dada a la advertencia de la Regla non curent nescientes litteras. De cuanto se ha dicho creo que podemos sacar algunas conclusiones: 1. Del texto non curent nescientes litteras no se puede deducir con claridad la intentio Francisci sobre los estudios. Lo más que podemos deducir es que Francisco no condena los estudios; pero al mismo tiempo es necesario recordar que tampoco los prescribe a los clérigos. El parecer de Francisco sobre los estudios únicamente puede vislumbrarse teniendo en cuenta otras fuentes. Para nuestro propósito, y basándonos en dichas fuentes, creo que baste decir que Francisco, sin condenar los estudios, no daba sin embargo a éstos un lugar preferente en la formación de los hermanos. No se puede negar que él da más importancia en la formación al trabajo manual que al intelectual. Aquél es obligatorio para todos los hermanos (cf. Test 20-21), mientras éste es un instrumento para la predicación (cf. 2 Cel 63). Por otra parte, en la primitiva fraternidad había hermanos «indoctos» (cf. Test 19) y hermanos «letrados» (cf. 1 Cel 57; 2 Cel 63). Sin duda alguna, Francisco se alegraba que personas instruidas entrasen en la Orden y se dedicasen al estudio de la Sagrada Escritura, pero a condición que «no descuiden el ejercicio de la oración» (cf. LM 11,1; CtaAnt). Dio permiso a Antonio para que enseñase teología a los hermanos y por lo tanto para que se estudiase (cf. CtaAnt) (35), pero se muestra preocupado por la «curiosidad del saber» (2 Cel 195) y la «letra que mata» (Admonición 7; cf. CtaAnt). Está claro que para Francisco Dios es el Absoluto. 2. Dada la imposibilidad de encontrar en la advertencia de Francisco un argumento claro en favor o en contra de los estudios, la interpretación de la advertencia y la «cuestión de los estudios» dependerán de la imagen que se tenga de la Orden. Quienes tenían una «imagen pastoral» de la misma, no veían en la advertencia oposición alguna de Francisco a los estudios. Según éstos, sólo a los hermanos laicos les estaba prohibido estudiar. Como consecuencia defenderán los estudios como necesarios para desarrollar la misión de predicar que la Orden había recibido de la Iglesia. Al contrario, los que tenían una visión «espiritualista» de la Orden y defendían una presencia humilde y sencilla de los frailes en el mundo, veían en la advertencia una oposición del «iletrado e idiota» Francisco a los estudios y por lo tanto a la opción intelectual de la Orden desde sus orígenes. De lo dicho anteriormente creemos que es fácil deducir que la «cuestión de los estudios» no es el punto central de la discusión; ésta gira en torno a la vocación y misión de la Orden. Los estudios sólo serán «cuestión» cuando entre en juego la identidad del Hermano menor y al defender una determinada visión de la forma vitae de los Hermanos. 3. El diálogo entre las dos posturas no resultó fácil. ¿Quién tenía razón? A juzgar por cuanto dice Raimundo de Fronsac -defensor de los estudios y del tener libros- de que sunt etiam excessus circa paupertatem in multitudine librorum (36), no cabe duda que hubo excesos por parte de los que habían hecho opción intelectual dentro de la Orden. Los privilegios de quienes obtenían el grado de Maestro, la poca observancia reinante en algunos Estudios generales de la Orden, el costo económico para conseguir los grados académicos y el acceso a los grados sin la debida preparación, explican ciertas reservas contra el modo de estudiar y sobre todo contra las motivaciones para estudiar por parte de los que no eran favorables a los estudios (37). Lo que resulta difícil es justificar ciertas afirmaciones contra los estudios en sí mismos; y lo que es más difícil todavía es el justificar los ataques contra los estudios recurriendo al mismo Francisco. 4. Desde las fuentes, la «cuestión de los estudios» se resuelve poniéndolos en diálogo permanente con la vida. De tal forma que podemos decir que los estudios no entran en conflicto con la forma vitae franciscana, siempre y cuando los hermanos no olviden que, «sobre cualquier otra cosa», han de dar prioridad en sus vidas «al Espíritu de la santa oración y devoción» (Rb 5,2; cf. Rb 10,8), y siempre permanezcan menores y sujetos a todos (cf. Rnb 7,2). Francisco quiere que cualquier clase de trabajo sea realizado «fiel y devotamente» (Rb 5,1) y no «bajo pretexto de alguna recompensa o ventaja» (Rnb 22,20.25). Él mismo pide que «nada, por tanto, sirva de obstáculo, nada separe, nada se interponga» (cf. Rnb 23,10) a la vocación del Hermano Menor: «Seguir las huellas de su amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo» (CtaO 51), y a su primer y fundamental compromiso: tener «el corazón vuelto al Señor» (cf. Rnb 22,19.25). Los estudios han de encuadrarse dentro de este marco de prioridades. 5. En cualquier caso, la «cuestión de los estudios» obligó a la Orden a un debate mucho más amplio y radical sobre su propia identidad; debate que llegó hasta nuestros días. Hoy, gracias a la reflexión profunda y serena que se ha hecho sobre la forma vitae de los Hermanos, particularmente después del Concilio y la promulgación de las nuevas Constituciones Generales, estamos en grado de afirmar que la respuesta sobre la intentio Francisci no está en un aut-aut, sino en un et-et. Francisco, reafirmando lo esencial, es decir, el espíritu del Señor, y colocándolo como criterio de todo lo demás, no sólo no condena o prohíbe los estudios, sino que manifiesta «estar de acuerdo» en que se enseñe y, consiguientemente, en que se estudie (cf. CtaAnt 2). II. LOS ESTUDIOS EN LA ORDEN En los últimos años es fácil observar en nuestra Orden una doble tendencia en relación a los estudios. Por una parte se constatan hermosas realidades que ponen de manifiesto la preocupación de nuestra Orden por los estudios: renovación del Pontificio Ateneo Antoniano de Roma, el Colegio San Buenaventura de Grottaferrata, el Studium Biblicum Franciscanum de Jerusalén, la Comisión Escotista, y creación de algunos nuevos Centros de estudio en la Orden (38). Por otra parte es innegable que a raíz del Vaticano II, con la creciente disminución de vocaciones y la «tentación» de una pastoral fácil e inmediata, vinieron a menos los Centros de Estudio propios de la Orden (39), y la preocupación por la formación de nuevos profesores. Esta última constatación es la que hacía Fr. Hermann Schalück en su Informe al último Capítulo general: «El progresivo envejecimiento de la Orden y la creciente necesidad de personal -decía el entonces Ministro general-, conduce a diversas Provincias a poner inmediatamente a los jóvenes hermanos en distintas actividades, creando así la convicción de que los estudios tienen su punto focal en la utilidad pastoral. Esta orientación tendrá, sin embargo, con el tiempo, efectos negativos, porque mina en la base la razón de los estudios que reside, en cambio, en el crecimiento humano, en el amor y en la profundización de las motivaciones de fe, en el servicio a la causa del Evangelio. Así mismo determina una disminución del nivel y de la calidad de los estudios, del interés por intereses científicos que no sean sólo filosóficos o teológicos y, además, una escasa consideración por la investigación científica, de la misión de los profesores y de sus exigencias profesionales» (40). Mientras hemos alcanzado suficiente claridad, al menos en cuanto a los principios de la formación franciscana, largo es el camino que nos queda por recorrer en relación con los estudios. Hay que superar la mentalidad, bastante frecuente, según la cual los estudios están sólo en función de la actividad pastoral. Peor todavía es la mentalidad, no ausente en nuestra Orden, según la cual los estudios son un medio de promoción social, dentro y fuera de la Fraternidad. Es necesario asegurar a todos los hermanos igualdad de condiciones para estudiar, teniendo en cuenta sus dotes, así como las necesidades de la Fraternidad provincial o internacional, y siempre sin rebajar las exigencias, para nivelar a todos. Si queremos una renovación profunda en cuanto a la formación intelectual y los estudios en la Orden, es necesario que entremos en el orden de ideas que los estudios van considerados de lleno dentro del carisma franciscano y no sólo como un apéndice necesario. 1. Motivaciones para estudiar Tal vez este descenso en los estudios es lo que hizo que en los últimos años abundasen las intervenciones de la Iglesia y de la Orden sobre la necesidad y el significado de los estudios en nuestra vocación y misión. Algunas de estas intervenciones ponen de manifiesto la necesidad de una conveniente preparación en orden a una mayor eficacia: «A todos los religiosos debe darse la ocasión para que, de acuerdo con sus aptitudes e inclinaciones, adquieran la suficiente formación técnico-profesional, mediante cursos, conferencias y coloquios, a fin de que así su actividad sea más eficaz» (41). Otras intervenciones hablan de la necesidad de los estudios partiendo de la continua y rápida evolución de la sociedad. Así el Capítulo general Extraordinario celebrado en 1971 en la ciudad de Medellín, Colombia, basándose en dicha evolución, pide una «sólida preparación intelectual para todos», de tal forma que ésta «no sea inferior» a la de nuestros coetáneos. El Capítulo subraya que la preparación intelectual comprende, no sólo los estudios teológico-filosóficos, sino también «estudios literarios y científicos», de acuerdo con «las necesidades de nuestros días» (42). En este mismo contexto se mueve el Capítulo general de 1977 al partir de la constatación de que nuestro mundo está marcado «por rápidos cambios», que exigen de nosotros una adecuada y sólida formación intelectual (43). La mayor parte de las intervenciones, sin embargo, parten de las exigencias del «ministerio apostólico» o «evangelización». La primera en este sentido, en los últimos años, es del mismo Capítulo de Medellín que pide que, «los estudios de filosofía y de las ciencias afines, se lleven a cabo de tal manera que los candidatos perfeccionen su formación humana, agudizando su sentido crítico intelectual y adquiriendo un conocimiento más profundo de la cultura antigua y moderna. De este modo -dice el Capítulo- se preparan para el ministerio apostólico» (44). Por su parte el entonces Ministro general de la Orden, Fr. John Vaughn, tuvo dos intervenciones muy importantes en orden a privilegiar la relación entre el estudio y la evangelización. La primera intervención fue a través de la Carta a toda la Orden, Estudios y misión en la Orden de los Hermanos Menores hoy (13-VI-81), con ocasión de la publicación de la Constitución Apostólica, Sapientia Christiana, del 750 aniversario de la muerte de S. Antonio de Padua, del Centenario de la fundación del Colegio de San Antonio en Roma, y del octavo centenario del nacimiento de San Francisco. En aquella ocasión, el Ministro general, partiendo de la historia y tradición de la Orden, y hablando de la «función preeminente e insustituible» de los estudios y de la investigación en nuestra Fraternidad, se expresaba en estos términos: «Un dato claro emerge de la historia: desde los inicios hasta hoy la Orden ha visto siempre los estudios en función del mandato de predicar que ha recibido de la Iglesia... El mandato de poenitentia praedicanda, pedido por san Francisco y a él concedido por el Papa Inocencio III, postula una preparación teológica y escriturística». Y añadía: «La Orden ha comprendido, desde los inicios, que sin el estudio y la debida ciencia no puede lograr su fin de evangelizar a los fieles y a los infieles, a los pobres y a los ricos y que la ciencia, unida a la santidad, es un medio necesario para la realización de la misión que ella misma ha recibido de la Iglesia». Y es que, «según la Regla, la predicación de los hermanos debe ser examinata et casta, es decir, acrisolada en el estudio y en la meditación, y recta. Ambos términos expresan la idea de que la preparación de los hermanos debe tener los mismos requisitos que la palabra de Dios». Y aún: «Justamente es la conciencia del mandato recibido de la Iglesia de predicar la penitencia entre los fieles y los infieles y la obediencia a la Iglesia, lo que convence a san Francisco acerca de la necesidad de los estudios y lo impulsa a fundar una Escuela Teológica» (45). La segunda intervención tuvo lugar en otra Carta a toda la Orden, La formación franciscana y científica de los Hermanos (23-IV-87). En ella el Ministro general pone en estrecha relación la formación y los estudios con la evangelización. La razón de ser de los estudios se expresa claramente en este fragmento de la Carta: «Si está abierta a su dimensión intelectual, esa formación responderá con seguridad a las exigencias de un testimonio evangélico y de evangelización que se advierte en los hombres de nuestro tiempo, contribuyendo a formar frailes para hoy, capaces de leer, acoger y vivir con serenidad e inteligencia los valores cristianos de la cultura contemporánea» (46). Será de esta forma como los hermanos podrán «ser más útiles a la edificación del Reino de Dios» (47). Será Juan Pablo II, sin embargo, quien insista más en la necesidad de los estudios en orden a la evangelización, llegando incluso a poner la formación intelectual «como una exigencia fundamental de la evangelización» (48), llamando la atención sobre las exigencias de dicha evangelización: «Ésta [la evangelización] lejos de hacerse a fuerza de eslóganes o por medio de ideologías efímeras o de opiniones discutibles que podrían desorientar a los pobres, requiere una inversión intelectual prolongada y profunda, sin duda austera, pero eficaz a largo plazo» (49). En este momento me parece importante subrayar cómo el Papa, al igual que había hecho Fr. John Vaughn, basa su afirmación en lo que él llama «fidelidad a la tradición de vuestra Orden» (50), afirmando luego que «el mandato de poenitentia praedicanda exige una preparación intelectual seria desde el punto de vista de las ciencias humanas y sagradas. También la nueva evangelización. ¿No es esto lo que enseñaron los Santos y los Doctores de vuestro Instituto, para quienes el edificio de la Orden debe construirse sobre dos muros, el de la santidad de vida y el de la ciencia?» Y termina este interesante párrafo con el deseo de que «la predicación de los hermanos sea hoy más "examinada y casta", a saber, afinada en el estudio, recta y sin confusión» (51). Haciéndose eco de este «recordatorio» del Papa, el mismo Capítulo de 1991 reconoce la necesidad «hoy más que nunca» de «promover en nuestra Orden la formación intelectual», como «exigencia fundamental de la evangelización». Estos estudios alcanzan ciertamente a «las ciencias filosóficas y teológicas... que nos permiten descubrir las palabras del Señor que son espíritu y vida», pero también a las ciencias «humanas que nos permiten comprender la problemática del hombre contemporáneo» (52). A este propósito, cabe señalar que será el mismo Capítulo el que introduzca un nuevo artículo en los Estatutos Generales, en el que se dice que los Estudios en toda la Orden sean regulados por una propia Ratio studiorum (53); decisión que será recordada en el Capítulo del 1998 (54). De estas afirmaciones aparece claro que en los últimos años, la reflexión ha llevado a ver la razón de los estudios en relación con las necesidades de la evangelización. Y en este sentido, si «la Evangelización no es para los Hermanos Menores un apostolado facultativo, sino esencial a su vocación/misión»; si «la evangelización es un deber ineludible... que incumbe a cada uno y a las fraternidades», y «deriva directamente de nuestra profesión, por mandato de Cristo y de la Iglesia», no nos puede extrañar que «la Orden haya comprendido, desde los inicios, que sin el estudio y la debida ciencia no puede lograr su fin de evangelizar...» (55). Así las cosas, creo que se necesita una doble clarificación sobre la necesidad de no desvincular ni la evangelización ni los estudios de nuestra propia vida. 2. La Evangelización y los estudios Tanto los estudios como la evangelización misma están en estrecha relación con la forma de vida evangélica que el Señor inspiró a Francisco y que nos hemos propuesto seguir al profesar en la Orden de Frailes Menores. En efecto, la evangelización no termina con la actividad pastoral o predicación. Evangelizar no es simplemente un oficio, un trabajo o una actividad, como puede ser cualquier otra desvinculada de la vida. Evangelizar es en primer lugar nuestra forma vitae; es nuestro modo de seguir a Jesucristo pobre y crucificado, y es nuestro modo de testimoniar el Evangelio. Con razón nuestras Constituciones Generales ponen en estrecha relación la evangelización con el testimonio de vida. Tampoco los estudios han de verse como algo extraño a la vida, ni reducirse a la simple adquisición del saber, a la preparación para un oficio o el desempeño de un trabajo más o menos cualificado. La sabiduría franciscana no consiste en poseer muchas verdades, sino sobre todo en «ser poseídos por la verdad y en ser testimonios de aquella verdad que trasciende» (56). La preparación intelectual tampoco se puede reducir a un amontonar conocimientos o a «un simple bagaje cultural, sino que comporta una asunción de los conocimientos contemplativa, que favorezca la Fraternidad y que habilite para la misión evangelizadora» (57). Sólo así «el estudio... será el camino por excelencia para llegar a la madurez humana del intelecto, capaz de llegar a la verdad de cada cosa», y sólo así hará posible una capacidad crítica en condiciones de «apuntar inteligentemente, con rigor y disciplina, más allá de las apariencias y de las opiniones, a la esencia de las cosas» (58). Teniendo en cuenta nuestra tradición, hemos de afirmar que los estudios y la preparación intelectual han de estar al servicio del Evangelio, del hombre, de la vida y de «la búsqueda incondicional de la Verdad» (59). Y de este modo y sólo de este modo, también, los Centros de estudio serán verdaderos lugares de evangelización, pues en ellos, profesores y alumnos, «se dedicarán plenamente, con cordialidad y disponibilidad evangélica, a conocer la Verdad y a atestiguarla con la vida fraterna, con las publicaciones, la enseñanza, la solidaridad con los pobres y los necesitados» (60). Para nosotros, los estudios han de estar animados por la llamada a vivir y manifestar nuestra vocación de Hermanos Menores. Aquí parece oportuno subrayar con el Capítulo de Medellín que la necesidad de los estudios no deriva sólo de la necesidad de «alimentar adecuadamente» de doctrina teológica «al pueblo de Dios»; sino también -siguiendo la doctrina conciliar (61) y a San Buenaventura (62)- de la necesidad de «transformar la doctrina de la teología en alimento para la propia vida espiritual» (63). Pues para «profundizar posteriormente nuestro carisma y para preparar las personas a ponerlo en práctica, una función preeminente e insustituible deben tener la investigación científica y el estudio» (64). Todo esto nos lleva a afirmar con Fr. Hermann Schalück que «la presunción, la superficialidad, la indiferencia por las ciencias humanas y sagradas han de considerarse una ofensa al don de la vida, al hombre y a la Verdad. Con tales disposiciones no existe calidad de servicio, ni siquiera calidad de testimonio y de vida. Considero que el presentarse a servir una causa noble, como el Evangelio y el hombre, sin la debida preparación o sin capacidad de diálogo o de lectura de los signos de los tiempos, es un abuso y una falta de respeto. Por tanto, creo que el dedicarse al estudio es un deber fundamental de todos los hermanos, cada uno según sus propios dones» (65). III. LA "RATIO STUDIORUM OFM" En este contexto que acabamos de describir, se ha de situar la Ratio studiorum OFM, «In notitia veritatis proficere» (LM 11,1), pedida primero por el Capítulo de San Diego (1991) y luego por el Capítulo de Asís (1997), en cuya elaboración participó una Comisión internacional nombrada ad hoc por el Definitorio general (66). A fin de ayudar a la comprensión de la Ratio, creo importante decir cuanto sigue: 1. Título de la "Ratio" La Ratio lleva por título «In notitia veritatis proficere». El título ha sido tomado de un texto de la Leyenda Mayor de San Buenaventura quien pone en boca de Francisco estas palabras: «Quiero que mis hermanos sean discípulos evangélicos y de tal modo progresen en el conocimiento de la verdad que crezcan en pura simplicidad» (LM 11,1). El texto elegido como título de la Ratio, al ser leído en relación con los estudios, quiere indicar, en primer lugar, el objetivo último de éstos: progresar en el conocimiento de la verdad, que en este caso bien se puede identificar con Cristo, al cual el Hermano Menor, en cuanto discípulo, quiere seguir en todo momento, también en y con el estudio. Para lograr este progreso en el conocimiento de la verdad, conocimiento progresivo y nunca acabado, el Hermano Menor ha de permanecer toda su vida en actitud de discípulo frente al Evangelio. Es en la escuela del Evangelio donde el franciscano aprende a Cristo; es en la escuela del Evangelio donde quien ha profesado «seguir las huellas de Cristo pobre y crucificado» puede acercarse al conocimiento de aquel que es la verdad. Pero por más que se acerque al conocimiento de la verdad, el Hermano Menor no podrá dejar de «crecer en pura simplicidad», pues todo cuanto de bueno puede haber en él le viene de aquel que es «todo bien, sumo bien», la verdad plena. A Él pues todo ha de ser restituido con corazón simple y gozoso, sin nada apropiarse, pues nada de bueno nos pertenece. De este modo, el título de la Ratio indica también que el estudio, como el trabajo, ha de realizarse «fiel y devotamente» (Rb 5,1) y no bajo «pretexto de alguna merced» para no apartar del Señor ni la mente ni el corazón (Rnb 22,20.25). Y los criterios que han de guiar la actividad intelectual de los hermanos han de ser «el espíritu del Señor y su santa operación» (Rb 10,8) y la vida en simplicidad y minoridad (Rnb 7,2). 2. Contenido de la "Ratio studiorum OFM" La Ratio contiene seis capítulos. El primero con el título «Formación intelectual del Hermano Menor», además de aclarar el significado del documento y su finalidad, coloca el estudio en el contexto de las prioridades de la vida franciscanas y del itinerario formativo. El segundo trata de las «Áreas de estudio»: partiendo del Itinerario de San Buenaventura, las áreas de estudio son divididas en tres grandes núcleos, Dios, la creación y el hombre. El tercero habla de los «Estudios específicos»: estudios para las sagradas Órdenes y para los ministerios eclesiales laicales, los estudios profesionales y técnico/manuales, los estudios superiores, los estudios para formadores. Al final del capítulo se trata de los grados académicos. El cuarto capítulo trata el tema de los «Agentes»: todos los hermanos, los profesores y los estudiantes. El capítulo quinto trata de las «Estructuras y medios al servicio de los estudios», dedicando especial atención a los Centros de Estudio e Investigación, las Bibliotecas y Archivos, la Actividad editorial y la Informática. Finalmente, el capítulo sexto presenta dos «Programas de estudios franciscanos»: el primero para los que frecuentan Centros de estudios superiores, de la Orden o no, y el segundo para todos los hermanos, tanto profesos solemnes como simples. En los seis capítulos, la Ratio trata de responder a preguntas como éstas: ¿por qué estudiar? (arts. 9-18), ¿cómo estudiar? (arts. 19-30), ¿cuándo estudiar? (arts. 31-43), ¿qué estudiar? (arts. 44-98), ¿quién debe estudiar? (arts. 99-117), ¿dónde estudiar? (arts. 118-129), ¿qué medios utilizar? (arts. 130-140). 3. Objetivo de la "Ratio studiorum OFM" La Ratio no es un documento estrictamente jurídico, sino que quiere ofrecer los principios básicos, el sentido y la finalidad de los estudios en la vida de los Hermanos Menores. Al mismo tiempo, presenta un programa de estudios específicamente franciscanos para aquellos hermanos que frecuentan Centros de estudios superiores, propios o ajenos, y un programa también de estudios franciscanos para todos los hermanos, independientemente de su opción vocacional, que se ha de realizar ya sea durante la formación permanente, ya sea durante la formación inicial. Por otra parte, reconociendo la diversidad de situaciones en que viven y trabajan los hermanos, la Ratio studiorum de la Orden deja a la Ratio studiorum de cada Provincia o Conferencia la programación específica de animación y de promoción de la vida intelectual en su territorio, así como el programa de estudios específicos que se deberán hacer, según la etapa de formación en que se encuentran los hermanos o según las áreas del saber elegidas. 4. Algunos principios subrayados por la "Ratio studiorum OFM" Sin pretender señalar todos los principios subrayados por la Ratio studiorum OFM, quiero, sin embargo, indicar algunos elementos que me parecen dignos de ser destacados. 4.1. Un hilo conductor: los estudios como servicio La idea del estudio como servicio atraviesa toda la Ratio studiorum: servicio a la verdad, servicio a nuestra forma vitae y servicio a los demás. Servicio a la verdad. La primera y fundamental vocación del estudioso es el servicio apasionado en la búsqueda y en la transmisión de la verdad, a través de la enseñanza y la investigación. Tanto el estudioso como el investigador son, por vocación, «diáconos de la verdad». Su tarea privilegiada consiste pues en buscar, descubrir y transmitir la verdad, de modo desinteresado, en todos los campos del saber. El estudioso no es ni se debe sentir poseedor de la verdad. Su gran privilegio es el de ponerse a su servicio, o mejor aún, el de dejarse poseer por ella (cf. Ratio studiorum, 4). Como reza en la misma Ratio: el Hermano Menor aprecia el estudio como itinerario y como medio para ser iluminado por Dios en la mente y el corazón (cf. OrSD), y así poder ser, «con gran humildad» (Cánt 14), testigo, anunciador y servidor de la Verdad y el Bien» (Ratio studiorum, 13). Servicio a nuestra "forma vitae". Además de reconocer que estudiar es situarse en comunión con la gran tradición de la Orden, haciendo suyo el pensamiento de san Buenaventura expresado magistralmente en el Itinerario (Pról. 4; cf. Ratio studiorum, 19), la Ratio studiorum OFM subraya fuertemente la unión profunda que debe reinar entre lo que últimamente se dio en llamar «prioridades» del carisma franciscano y la formación intelectual; entre la forma vitae de los hermanos y los estudios. Éstos están al servicio de la calidad de aquélla, así como de la misión a la que el Hermano Menor ha sido llamado. La Ratio studiorum OFM explícitamente hace suya la afirmación de Tomás de Eccleston, según el cual la Orden de los Hermanos Menores se edifica sobre la santidad de vida y el estudio (67). La Ratio studiorum OFM no sólo no ve contraposición alguna entre la vocación y la vida del Hermano Menor y los estudios, sino que éstos son integrados plenamente en aquélla (cf. nn. 19-30). En este contexto adquiere particular importancia el hecho que los Maestros franciscanos sean propuestos como ejemplo admirable de este diálogo fecundo entre la ciencia y la santidad. Al igual que Antonio, Buenaventura, Duns Escoto, Roger Bacon, Alejando de Hales, Guillermo de Ockham, Bernardino de Siena, Juan de Capistrano, Nicolás de Lira... hicieron en su tiempo, también hoy el Hermano Menor está llamado a realizar el «milagroso» encuentro de la santidad con la ciencia, de la «reina sabiduría» con la «santa y pura sencillez» (SalVir 1), de modo que «progresen en el conocimiento de la verdad, crezcan en la pura simplicidad, sin separar la sencillez colombina de la prudencia de la serpiente» (LM 11,1). Servicio a los demás. Estudiar no puede considerarse un privilegio. Los privilegios dan poder a unos hermanos sobre otros. Ni pueden ser considerados como un premio a nuestras cualidades. Éstas no siempre son mayores que las de los que no han podido estudiar. El estudio ha de colocar al Hermano Menor al servicio de la fraternidad (cf. Ratio studiorum, 23-24) y, al mismo tiempo, de los demás. Para él, el estudio es un instrumento para servir a los hombres en la caridad de Cristo (cf. Ratio studiorum, 5). Al servicio de todos, sin excluir a ninguno, pero al servicio sobre todo de los pobres (cf. Ratio studiorum, 25-27). Servicio a la evangelización. Haciéndose eco de la genuina tradición de la Orden, la Ratio ratifica que su misión es la evangelización. El Hermano Menor es miembro de una Fraternidad evangelizadora, y asume plenamente la llamada de Juan Pablo II al Capítulo general de 1991: El estudio es una exigencia fundamental de la evangelización (68). El Hermano Menor ha de asumir el estudio con renovado amor y ponerlo al servicio del Evangelio y de la nueva evangelización (cf. Ratio studiorum, 29). 4.2. La importancia de los estudios específicamente franciscanos La Ratio studiorum OFM subraya fuertemente otro aspecto: la importancia que se ha de dar a los estudios franciscanos, filosóficos y teológicos. Nada que lleve y muestre al Creador, nada que nos pueda ayudar a conocer mejor la problemática del hombre actual y de la creación, podrá considerarse ajeno a los intereses y por lo tanto al estudio del Hermano Menor. En cualquier caso, la Ratio deja bien claro que el conocimiento de Francisco, de Clara y de los demás Maestros franciscanos ha de considerarse prioritario, no tanto para repetir lo que ellos dijeron, sino para actualizarlo y hacer sentir su voz en el mundo de hoy, de tal modo que haya un diálogo constante entre los valores del carisma y del patrimonio franciscano y los problemas y esperanzas del hombre de hoy. De este modo la Ratio studiorum OFM, haciendo suyo cuanto viene afirmado por las Constituciones Generales (art. 166 § 1), reconoce, al mismo tiempo, la plena actualidad del patrimonio cultural que la Orden ha acumulado a lo largo de los siglos (cf. n. 17) y sale al paso de una laguna bastante generalizada en la Orden: la falta de una formación específicamente franciscana. 4.3. La igualdad de oportunidades para todos los hermanos en cuanto a los estudios Otro principio que aparece reiteradamente afirmado en la Ratio studiorum OFM, y que es de suma importancia para que los hermanos lleguemos a formar una fraternidad de iguales (cf. Constituciones Generales, 3 § 1), es la igualdad de oportunidades que se han de ofrecer a clérigos y laicos en cuanto a la formación intelectual. La opción vocacional no puede ser nunca motivo de discriminación, tampoco en lo referente a la formación intelectual. Si el estudiar está en función de buscar, conocer y apreciar la Verdad hasta dejarse poseer por ella de modo que podamos ser sus testigos, anunciadores y servidores; si la formación intelectual mira a «progresar en el conocimiento de la verdad» (LM 11,1), a crecer en la fe y dar razón de la propia esperanza; si el estudio responde a la necesidad del desarrollo del ser humano en su totalidad, y es gracia que se debe poner al servicio de los demás, tal como se afirma en la Ratio, entonces fácilmente se comprenderá que estudiar es «fundamental en la vida y formación» de todos los Hermanos Menores, y que ya no puede ser considerado «privilegio» de unos pocos, sino un derecho de todos, cuyo único límite son las dotes de cada uno y las necesidades de la Fraternidad. Se entenderá también por qué la Ratio studiorum OFM exhorta a todos los hermanos a asumir el estudio con renovado amor. 4.5. La atención a los problemas del hombre actual A mi juicio cabe señalar, todavía, otro aspecto importante presente en la Ratio studiorum OFM: la atención que se ha de prestar, a la hora de estudiar, a la problemática del hombre contemporáneo y a las condiciones en que vive cada hermano y en las que desarrolla su misión. Teniendo en cuenta esas condiciones, los interrogantes y los retos que nos llegan del mundo en que vivimos y muy particularmente del pensamiento actual, el estudio aparece como necesario a fin que los hermanos puedan entablar un diálogo crítico, y a la vez fecundo, con el hombre de hoy. Consciente de esta posibilidad, la Ratio studiorum OFM, «In notitia veritatis proficere» (LM 11,1), anima a los hermanos a insertarse en los nuevos «areópagos» de la cultura moderna y a tener una presencia activa en los ambientes en los cuales se hace cultura. El Hermano Menor ha de dejar de ser mero espectador y mero consumidor de cultura. Está llamado a «situarse como actor en su época y en su medio» y a colaborar activamente en la creación de cultura. Sólo así podrá ejercer una actividad cualificada en la sociedad, en la Iglesia y en la Orden. Los nuevos areópagos, el diálogo al interno de la Iglesia, con otras religiones y culturas, tan subrayado en la Ratio studiorum OFM, suponen interlocutores bien preparados. 5. Conclusión La Ratio studiorum OFM, «In notitia veritatis proficere» (LM 11,1), llega en un momento delicado e importante para la Orden. Debido a los cambios habidos en los últimos años en el mundo, en la Iglesia y en el seno de nuestra Fraternidad, los hermanos debemos empeñarnos en «resituar y recrear constantemente nuestra identidad de Hermanos Menores en el nuevo contexto de la historia» (69). Para responder convenientemente a este reto, es necesario, entre otros medios, hoy más que nunca, promover en nuestra Orden la formación intelectual (70). La Ratio studiorum OFM apuesta claramente por la promoción de los estudios. Subrayando que el sentido último de la formación intelectual y los estudios será siempre la vida y la formación integral del Hermano Menor, la Orden ofrece la Ratio studiorum OFM a todos los hermanos a fin de que, sin «apagar el espíritu de oración y devoción» (cf. CtaAnt 2), a través de los estudios «progresen en el conocimiento de la verdad -«In notitia veritatis proficere»- y crezcan en pura simplicidad» (LM 11,1). [José Rodríguez Carballo, OFM, La «Ratio Studiorum» de la Orden de Hermanos Menores, en Selecciones de Franciscanismo vol. XXX, n. 90 (2001) 366-389] |
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