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"RATIO FORMATIONIS
FRANCISCANAE" |
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Esta «Ratio» fue aprobada y promulgada el 11 de marzo de 1991, por decreto del Ministro General OFM, Fr. Juan Vaughn, quien establecía, además, «que, a tenor del art. 65 §§ 1-2 de los Estatutos generales, cada Provincia y Entidad competente la tenga como orientación fundamental de su propia Ratio Formationis, asegurando la unidad y continuidad entre la formación inicial y la permanente, con las debidas adaptaciones a las diversas exigencias y situaciones». PRESENTACIÓN Después del Concilio Vaticano II, el empeño de la Iglesia y de los Institutos de vida consagrada ha sido el de la renovación según las dos orientaciones fundamentales del mismo Concilio: retorno a los orígenes y adaptación a las cambiadas condiciones de los tiempos (PC 2). El empeño de la renovación, como búsqueda de identidad y fidelidad al propio carisma y a las exigencias del mundo de hoy, ha llevado a los Institutos a colocar la formación de sus miembros en el centro de sus preocupaciones. También nuestra Orden ha dado vida a un proceso de renovación que ha tenido momentos fuertes de examen y de empeño en los Capítulos Generales, desde el de 1967, con el que comenzó también el «aggiornamento» de la legislación, hasta el de 1985, en el cual se elaboraron las nuevas Constituciones Generales, promulgadas en 1987: en ellas está recogido y sintetizado todo el trabajo y el camino de renovación de la Orden en estos últimos 25 años. Durante este período ha madurado en los hermanos la conciencia de que la formación de los miembros de la Orden en la fidelidad a los orígenes del propio carisma y a los signos de los tiempos, es el primer desafío que se presenta a las Provincias, y también la premisa irrenunciable para la renovación de la Orden. Prueba de ello son los Documentos elaborados en los Capítulos Generales de Medellín y de Madrid y en el Consejo Plenario de 1981. Ellos tuvieron como tema central la formación, y se preocuparon de dar a la Orden orientaciones adecuadas a las exigencias de la renovación conciliar y de la misión específica del hermano menor hoy, en la fidelidad al seguimiento de Cristo pobre y crucificado y al anuncio del Evangelio (cf. CPO 81, Presentación). Durante la celebración del Congreso de Maestros de novicios (8-X a 5-XI de 1988) y del Congreso de Maestros de hermanos de profesión temporal (6-X a 3-XI de 1990), emergió una nueva conciencia de la Orden sobre el significado de la formación franciscana: que no es asunto de cada Entidad, Nación o Conferencia. La formación, que se realiza concretamente en cada una de nuestras Entidades, necesita de la vida, de los principios, de las orientaciones y de los valores franciscanos vividos hoy en la Fraternidad entera que es la Orden de los Hermanos Menores. En efecto, las diversas reuniones del Consejo Internacional y del Comité Ejecutivo para la Formación y los Estudios, y los Congresos de Maestros han sido una expresión de la necesidad de compartir la riqueza de experiencias de toda la Fraternidad, para poder ofrecer con humildad a los hermanos los bienes que el Señor obra a través de ellos en todas partes en donde la Orden está presente. Fruto de esta conciencia y corresponsabilidad ha sido la elaboración de la «Ratio Formationis Franciscanae», en la que han participado, de un modo o de otro, los Ministros y los formadores de toda la Orden. La «Ratio Formationis Franciscanae», más que un documento jurídico, se propone ofrecer a toda la Orden los principios que animan y orientan la acción formativa franciscana a nivel de la Orden, suministrando inspiración, principios, líneas programáticas y métodos pedagógicos, para formar al hermano menor hoy en su realidad concreta, y de modo que se pueda asegurar la necesaria unidad y coherencia en los programas de formación permanente e inicial que cada Entidad debe elaborar. La «Ratio Formationis Franciscanae», al afrontar los diversos aspectos de la formación, se propone presentar los elementos básicos que permitan a los hermanos y a cada candidato poder vivir el seguimiento de Cristo como cometido fundamental de la formación franciscana y tener a Jesucristo pobre, humilde y crucificado, como único Maestro, a ejemplo de san Francisco. La «Ratio Formationis Franciscanae» está dividida en tres partes: I. Vocación evangélica del hermano menor; II. La formación franciscana; III. Formación general, teológica, profesional y ministerial en el espíritu franciscano. La primera parte tiene como punto de partida el art. 1 de las CC.GG. y los principios y valores típicamente franciscanos de los primeros cinco capítulos de las mismas Constituciones. Fundamentándose principalmente en los Escritos de san Francisco y en las CC.GG., se subrayan las principales características de la vida del hermano menor hoy y que son fundamentales para la formación, tanto permanente como inicial. Cada parágrafo está dividido en dos partes: a) el enunciado del principio; b) la aplicación concreta, teniendo en cuenta la persona del hermano menor. La segunda parte comienza con una breve exposición del modelo que debe estar siempre presente, a saber, san Francisco, ejemplo de la vida y de la formación franciscana. Continúa, luego, con la exposición de los temas principales, siguiendo siempre la misma estructura del capítulo VI de las CC.GG. La tercera parte se refiere al título VI del capítulo VI de las CC.GG.: «Otros aspectos de la formación». Después de una introducción, en la que se exponen las motivaciones de fondo de una adecuada y sólida formación para llegar a ser testimonios y anunciadores eficaces de la Palabra de Dios y colaboradores en el servicio de la Iglesia, se desarrollan cuatro aspectos principales: 1) La formación general; 2) La formación teológica; 3) La formación profesional; 4) La formación para los ministerios. En esta parte la «Ratio» se propone dar orientaciones para la formación permanente e inicial que apuntan a la adquisición de las actitudes características que están en la base del servicio específico que cada uno está llamado a prestar en la Orden, en la Iglesia y en la sociedad. La «Ratio», que, como se afirma en el n. 4, «se propone identificar y comprender los contenidos esenciales del carisma franciscano, para encarnarlos cada vez con mayor autenticidad en nuestro tiempo», es ofrecida a todos los hermanos sin distinción, puesto que todos somos llamados a renovarnos continuamente en nuestra respuesta de fidelidad al carisma originario, a ejemplo de san Francisco que, «permaneciendo firme en el propósito de santa renovación, estaba siempre dispuesto a comenzar nuevamente» (1 Cel 103). Fr. Sebastián Kremer, OFM * * * ABREVIATURAS Bahía: «El Evangelio nos desafía». Mensaje del Consejo Plenario OFM, Salvador-Bahía 1983; cf. texto en Selecciones de Franciscanismo n. 37 (1984) 51-63. CC.GG.: Constituciones Generales de la Orden de Frailes Menores. Madrid 1988. CPO 81: «Documento sobre la formación». Consejo Plenario OFM, Roma 1981; cf. texto en Selecciones de Franciscanismo n. 31 (1982) 117-132. Mad: «La vocación de la Orden hoy». Declaración del Capítulo General OFM, Madrid 1973; cf. texto en Selecciones de Franciscanismo n. 6 (1973) 281-292. Med F: «La formación en la Orden de los Hermanos Menores». Documento del Capítulo General extraordinario OFM, Medellín 1971. MR: «Mutuae Relationes». Documento de las SS. Congregaciones para los Obispos y para los Religiosos e Institutos Seculares, 14-V-1978. Or: «Orientaciones sobre la formación en los Institutos religiosos». Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, 2-II-1990. * * * * * * «RATIO FORMATIONIS FRANCISCANAE» INTRODUCCIÓN 1. La formación franciscana tiene su fundamento en el encuentro personal con el Señor, y se inicia con la llamada de Dios y la decisión de cada uno de seguir con san Francisco las huellas de Cristo pobre y crucificado, como discípulo suyo, bajo la acción del Espíritu Santo. 2. La formación franciscana es un proceso continuo de crecimiento y de conversión que compromete toda la vida de la persona, llamada a desarrollar la propia dimensión humana, cristiana y franciscana, viviendo radicalmente el santo Evangelio, en espíritu de oración y devoción, en fraternidad y minoridad. 3. El seguimiento de Jesucristo, según la forma de san Francisco, lleva al hermano menor a comprometerse con la Iglesia y a ponerse al servicio de los hombres de nuestro tiempo, como mensajeros de reconciliación y de paz. 4. La «Ratio» trata de exponer la «razón» o sea, el motivo, el fundamento, el principio orientativo y el sentido último de la vida y de la formación de todo hermano menor, con miras a dar unidad, coherencia y gradualidad a la acción formativa. Por eso, se propone identificar y comprender los contenidos esenciales del carisma franciscano, para encarnarlos cada vez con mayor autenticidad en nuestro tiempo. I. VOCACIÓN EVANGÉLICA DEL HERMANO MENOR 1. Seguimiento de Cristo 5. La vida de los hermanos menores es «seguir más de cerca a Jesucristo, movidos por el Espíritu Santo» (CC.GG. 1 § 1; 5 § 2), fieles a la propia vocación de menores (cf. CC.GG. 64), en un continuo camino de conversión (cf. CC.GG. 32 § 2), según la forma observada y propuesta por san Francisco. El hermano menor, conducido por el Espíritu, se hace discípulo del Señor, considerándolo como único Maestro de su vida de penitencia. 6. La Regla y Vida de los hermanos menores es observar el santo Evangelio (cf. 2 R 1,1), siguiendo a Cristo pobre y humilde (cf. 1 R 9,1). El hermano menor fundamenta su vida y formación en el Evangelio y en la Regla, meditada y acogida en su corazón a la luz del ejemplo y de los Escritos de san Francisco y de sus seguidores (cf. CC.GG. 2 § 2). 7. La forma de vida evangélica de los hermanos menores según la Regla de san Francisco, es interpretada y aplicada en el mundo de hoy por las Constituciones Generales de la Orden de Hermanos Menores (cf. CC.GG. 10; 12 § 1). El hermano menor, para vivir el carisma franciscano, debe conocer las Constituciones Generales y los Estatutos Generales y Particulares, y ordenar su vida personal y fraterna en conformidad con los mismos (cf. CC.GG. 12 § 2). 2. Entrega total a Dios 8. Para seguir más de cerca las huellas de Jesucristo y observar fielmente el santo Evangelio, los hermanos menores viven la alianza con Dios consagrándose totalmente a Él en la Iglesia, mediante la profesión religiosa, para el bien de los hombres (cf. CC.GG. 5 §§ 1-2). El hermano menor es llamado a observar el santo Evangelio «viviendo en obediencia, sin nada propio y en castidad» (2 R 1,1), ayudado por la gracia del Señor y por el vigor de la caridad fraterna, según el espíritu de san Francisco. 9. Para seguir a Cristo, «que puso su voluntad en la del Padre» (2CtaF 10), los hermanos menores renuncian a sí mismos y entran en la Obediencia (cf. 2 R 2,11; 10,2) prometiendo obedecer al Señor Dios, servirse y obedecerse unos a otros (cf. 1 R 5,14), y obedecer a los Ministros y siervos de la Fraternidad (cf. 2 R 10,1-3; CC.GG. 7 §§ 1-2). El hermano menor es formado en la obediencia madura y responsable a través de la escucha de la Palabra de Dios, el diálogo con los hermanos y con los Ministros, el servicio y la comunión fraterna. 10. Para seguir a Cristo, «que por nosotros se hizo pobre en este mundo» (2 R 6,3), los hermanos se despojan radicalmente de sí mismos y de cualquier cosa, y viven como menores «entre los pobres y débiles» (1 R 9,2), anunciando al mundo las bienaventuranzas con alegría (cf. CC.GG. 8 § 3). El hermano menor adquiere progresivamente la disponibilidad personal para compartir «todo lo que tiene» (Hch 3,6), en cuanto siervo y sujeto a toda humana criatura por Dios (cf. 2CtaF 47), llevando una vida humilde, laboriosa y sobria. 11. Para seguir radicalmente a Cristo con corazón indiviso «por el Reino de los cielos» (Mt 19,21), los hermanos menores viven la castidad como don de Dios «con corazón y ánimo puro» (cf. Adm 16,2), y se dedican totalmente a Él, viviendo una vida evangélica y fraterna (cf. CC.GG. 9 § 3). El hermano menor sostiene la propia vida en castidad con la dedicación generosa a la misión propia de la Orden, con el cuidado de una sólida madurez afectiva en las relaciones con los hermanos y con todas las demás personas, y con una mirada sencilla y serena hacia las criaturas (cf. CC.GG. 9 §§ 3-4). 3. Espíritu de oración y devoción 12. La vida de seguimiento de los hermanos menores está apoyada por una experiencia de fe, alimentada por la Palabra de Dios y el encuentro personal con el misterio de Dios en Jesucristo por la potencia del Espíritu Santo. El hermano menor contempla el infinito amor de Dios hacia él y es conducido a buscar y encontrar a Jesucristo en las Escrituras, en la historia, en cualquier aspecto de la vida, en el hermano y en toda la creación, en una continua obra de discernimiento para reconocer la acción del Espíritu. 13. Los hermanos menores responden a la llamada de Jesús: «Conviértete y cree al Evangelio» (Mc 1,15), viviendo el Evangelio y meditando los misterios de la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. El hermano menor, por un proceso continuo de conversión, es una nueva criatura en Cristo y, como san Francisco, su vida entera se convierte gradualmente en una oración de alabanza que celebra la presencia y la acción amorosa de Dios. 14. A través de la oración en común, los hermanos menores profundizan su deseo de servir, amar, honrar y adorar al Señor con sencillez, en la fraternidad, dentro de la Iglesia. El hermano menor pone la oración en el centro de la vida de la fraternidad. Sobre todo a través de la Eucaristía y de la Liturgia de las Horas celebra, en nombre de la Iglesia, el misterio de la salvación realizado por Cristo. 15. En la oración cotidiana, los hermanos menores escuchan y acogen la voluntad del Padre para comprender y responder a la santa operación de Dios en la propia vida y en el mundo. El hermano menor se pone ante Cristo pobre y crucificado, su Maestro, afirmando continuamente su fidelidad a Él y al Evangelio, a la Iglesia, a la Orden y a su misión, al hombre y a nuestro tiempo. 16. En el seguimiento de Cristo, que recibió la carne de nuestra frágil humanidad en el seno de la Virgen María (cf. 2CtaF 4), los hermanos menores participan con los hombres en la oración y la alabanza al Padre. El hermano menor cultiva una particular devoción a la Virgen María, Patrona de la Orden, practica las «formas franciscanas del culto mariano» (CC.GG. 26 § 2), y trata de alimentar en la sana religiosidad popular la propia vocación y la fe del pueblo de Dios. 4. Fraternidad 17. Siguiendo las huellas de Cristo pobre, humilde y crucificado, que reunió en torno a sí a los discípulos y les lavó los pies, los hermanos viven en fraternidad, en el servicio y en la donación recíproca (cf. CC.GG. 38). El hermano menor progresa en el conocimiento y en la aceptación de sí mismo y de los demás, cultivando intensamente el espíritu de familiaridad (cf. 2 R 6,7), de modo que la fraternidad entera se convierta en el lugar privilegiado del encuentro con Dios (cf. CC.GG. 39; 40). 18. La fraternidad está constituida por hermanos que no se han elegido, sino que son un don de Dios el uno para el otro (cf. Test 14); es el lugar en el que la gracia del Espíritu Santo hace visible la figura de Cristo, del que cada hermano lleva y expresa un rasgo (cf. EP 85), y es el ambiente de reconciliación y de paz en el que es posible el encuentro con Cristo vivo y verdadero. El hermano menor acoge a los otros como don del Padre, vive la plena comunión en la oración, se alegra del bien que Dios obra en cada uno (cf. Adm 17), y considera la fraternidad como elemento constitutivo y característico de su ser de menor y de su vocación evangélica. 19. La fraternidad es el lugar primario en el que el Evangelio es vivido y anunciado, puesto que en ella cada hermano es evangelizado, y de ella recibe la misión de evangelizar. El hermano menor desarrolla la misión propia de la Orden de acuerdo con la fraternidad y en nombre de la misma fraternidad, haciendo a los hermanos partícipes de ella (cf. CC.GG. 112 § 2). 20. Los hermanos menores, en su seguimiento de Cristo, reconocen que el carisma franciscano se manifiesta de diferentes modos en la vida de los hombres y mujeres que se inspiran en san Francisco (cf. CC.GG. 55). El hermano menor vive en comunión de vida y de acción con la Familia franciscana, promoviendo las distintas formas del carisma de san Francisco con espíritu de colaboración por el Reino de Dios. 21. La experiencia de la paternidad de Dios y de la fraternidad con Cristo lleva a los hermanos menores a hacerse hermanos de todos los hombres y de toda criatura, en espíritu de minoridad, de sencillez, de alegría y de solidaridad. El hermano menor acoge a todos con bondad, sin excluir a nadie, ama a todos los hombres, en particular a los pobres y débiles, a los que sirve con amor materno, rechaza la violencia, trabaja por la justicia y la paz, y respeta la creación. 5. Minoridad 22. Para conformarse a nuestro Señor Jesucristo, «que se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte» (Flp 2,8), los hermanos menores consideran la minoridad como elemento esencial de su vocación específica y la viven fielmente en pobreza, humildad y mansedumbre, entre los más pequeños, sin poder ni privilegio (cf. CC.GG. 64; 66 § 1; 85). El hermano menor descubre su propia pequeñez y la total dependencia de Dios, fuente de todo bien, y vive como peregrino y extranjero (cf. 2 R 6,2), reconciliado y pacífico, acogedor, hermano y súbdito de toda criatura (cf. 2CtaF 47). 23. La minoridad expresa el modo en que los hermanos menores viven en fraternidad, en la escucha y el diálogo, manifiestan las propias necesidades, se prestan servicio mutuamente con humildad, en obediencia recíproca, y tratan de buscar en común cómo Dios los llama a proclamar el Reino con las obras y la palabra. El hermano menor aprende a conocerse a sí mismo y a hacer partícipes a los demás de los propios dones, hasta la total renuncia de sí mismo por amor de los hermanos. 24. Los hermanos menores testimonian ante el mundo a Cristo pobre y humilde con una vida verdaderamente pobre en el uso de los bienes, y trabajan «con fidelidad y devoción» (2 R 5,1), con alegría y gratitud, sabiendo que todo es don de Dios. El hermano menor, como san Francisco, trabaja de buena gana con sus propias manos (cf. Test 20), para edificar el Reino de Dios, sostener a la fraternidad y compartir con los pobres y los necesitados aquello que tiene (cf. Hch 3,6). 25. Los hermanos menores siguen el ejemplo de san Francisco, que fue conducido por Dios en medio de los leprosos; escogiendo la vida y la condición de los pobres, se identifican con ellos, sirven a los oprimidos, a los afligidos y a los enfermos, y se dejan evangelizar por ellos (cf. CC.GG. 66 § 1; 96 § 2; 97 § 1). El hermano menor se sensibiliza y trabaja por eliminar todas las formas de injusticia y las estructuras deshumanizadoras existentes en el mundo, hace una opción explícita por los pobres, convirtiéndose en la voz de los sin voz, como instrumento de justicia y de paz, y como levadura de Cristo en el mundo. 6. Evangelización 26. Los hermanos menores, discípulos del Señor y anunciadores de su Palabra, a ejemplo de los Apóstoles, participan en la misión evangelizadora de la Iglesia (cf. CC.GG. 83 § 2), y llevan «a todos cuantos encuentran a su paso la paz y el bien del Señor» (CC.GG. 85). El hermano menor cultiva la actitud de benevolencia y diálogo respecto a las diversas culturas y religiones, atento a los signos de los tiempos, para vivir y anunciar fielmente los valores del Evangelio a los hombres de hoy. 27. Los hermanos menores se sienten personalmente comprometidos en las exigencias del Evangelio, «sabiendo bien que nadie puede evangelizar, si antes no acepta ser evangelizado» (cf. CC.GG. 86). El hermano menor, alimentado con el Pan de la vida en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo, progresa en la asimilación de los valores evangélicos, antes de anunciarlos a los otros. 28. Los hermanos menores celebran la presencia de Cristo y hacen oír su voz entre la gente con el testimonio de su vida, sometidos a todos y confesando que son cristianos (cf. 1 R 16,6; CC.GG. 89 § 1). El hermano menor da testimonio de la vida a través de la comunión fraterna, la vida contemplativa y penitente, el servicio en la fraternidad y en la sociedad humana, como hombres de paz, en alegría y sencillez de corazón. 29. Cuando place al Señor, los hermanos menores proclaman explícitamente el Evangelio con el testimonio de la palabra (cf. 1 R 16,7), anunciando sobre todo el misterio de Cristo pobre y crucificado, predicando la penitencia, la reconciliación y la paz a todos los hombres. El hermano menor está atento a vivir el Evangelio que anuncia, antepone la palabra «ponderada y casta» a la palabra retórica y académica, prefiere la «brevedad de sermón», y usa «expresiones sencillas y materiales, sabiendo bien que es más necesaria la virtud que las palabras» (2 Cel 107). 7. En la Iglesia y en el mundo 30. El seguimiento de Cristo según la forma de san Francisco se realiza de modo auténtico y pleno en la Iglesia (cf. CC.GG. 1 § 1), Cuerpo de Cristo y «sacramento de salvación para nuestro tiempo» (CC.GG. 87 § 3). El hermano menor cultiva la fe en Dios en la Iglesia, vive en comunión con el pueblo de Dios (cf. CC.GG. 4 § 1) en obediencia y reverencia a los Pastores (cf. CC.GG. 4 § 2), para cumplir la palabra del Crucifijo de San Damián dirigida a san Francisco: «Vete, repara mi casa» (2 Cel 10). 31. La Iglesia particular es el lugar en el que los hermanos menores viven el propio carisma, contribuyen al crecimiento de la comunidad eclesial y le prestan sus servicios (cf. MR 37; CC.GG. 105; 115). El hermano menor, animado por la fidelidad a la Iglesia (cf. Med F 28), participa en su misión mediante el testimonio de vida y el trabajo apostólico según el carisma franciscano. 32. Siguiendo a Cristo, que puso su morada en el mundo, los hermanos menores son llamados a vivir su carisma entre todos los hombres y a estar atentos a los signos de los tiempos, como instrumentos de justicia y de paz. El hermano menor adquiere la visión franciscana del mundo y del hombre, desarrolla un equilibrado juicio crítico acerca de los acontecimientos (cf. CC.GG. 129 § 2; 131 § 1), y descubre en el mundo el bien que Dios realiza en él (cf. Med F 52). 33. Para ser fieles a la propia vocación, los hermanos menores se encarnan en las situaciones concretas del pueblo en el que viven, descubren en él los diversos rostros de Cristo y en él encuentran la forma adecuada de vida franciscana. El hermano menor cultiva su vocación en el medio cultural concreto en el cual vive su fraternidad, en diálogo con los hombres del propio tiempo (cf. CC.GG. 130). 34. Los hermanos menores, fieles al estilo de vida profético recibido de san Francisco, se esfuerzan creativamente por descubrir nuevos caminos para promover y difundir los valores evangélicos. El hermano menor, como heraldo de la paz, la lleva en el corazón y la propone a los demás (cf. CC.GG. 68 § 2), y está preparado para denunciar con vigor todo lo que sea contrario a la dignidad humana y a los valores cristianos. 35. Para seguir con mayor perfección a Cristo, los hermanos menores miran con particular atención a María, «Virgen hecha Iglesia» (SalVM 1), «hija y esclava del altísimo Rey» (OfP Ant 2), que ha dado al mundo al Salvador. El hermano menor, discípulo del Señor, a ejemplo de María, trata de vivir la propia condición de siervo discreto y fiel, siempre solícito para acoger y proclamar las maravillas que Dios obra en la Iglesia y en el mundo de hoy. II. LA FORMACIÓN FRANCISCANA 1. A ejemplo de san Francisco 36. El seguimiento de Cristo por san Francisco estuvo marcado por el encuentro con el Crucifijo de San Damián, por el encuentro con el leproso y por la escucha del Evangelio. Estas experiencias lo hicieron crecer en su amor apasionado a Cristo pobre y crucificado, hasta la plena conformidad con Él en el Alverna. 37. La fuerte experiencia de Dios como Padre y sumo Bien caracterizó la vida de san Francisco, lo llevó a una actitud de agradecimiento y alabanza al Creador por sus maravillas, y lo hizo hermano de todos los hombres y de todas las criaturas. 38. El don concedido a san Francisco fue el de comenzar a hacer penitencia. Esto trajo consigo un proceso de conversión continua, que cambió en dulces las cosas que antes le parecían amargas. San Francisco fue inducido después a abandonar la mentalidad y las actitudes de este mundo, a despojarse de sí y de sus cosas propias, para pasar de una vida centrada sobre sí a una gradual conformidad con Cristo (cf. Test 1. 3-4). 39. El itinerario de san Francisco es ejemplar para la vida y la formación de los hermanos de nuestro tiempo, llamados también a recorrer el mismo camino hasta alcanzar la plena estatura de Cristo (cf. Ef 4,13), fieles a la misión de anunciar el Evangelio a todas las gentes (cf. 2 R 12). 2. Principios de la formación franciscana 1) Principios generales 40. El hermano menor, bajo la acción del Espíritu Santo, es el protagonista principal de su propia formación, responsable de asumir e interiorizar todos los valores de la vida franciscana, capaz de autonomía e iniciativa personal (cf. CC.GG. 129 §§ 1-2). 41. La formación franciscana es un proceso dinámico de crecimiento, en el que el hermano menor abre el propio corazón al Evangelio en la vida diaria, comprometiéndose en la conversión continua, para seguir a Jesús cada vez con más fidelidad en el espíritu de san Francisco. 42. El proceso formativo está atento a la unicidad de cada hermano y al misterio inherente a él con sus particulares dones (cf. CC.GG. 129 § 1), para favorecer su crecimiento mediante el conocimiento de sí y la búsqueda de la voluntad de Dios. 43. La formación franciscana tiene lugar en la fraternidad y en el mundo real, donde el hermano menor experimenta el poder de la gracia, es renovado en su mente y en su corazón, y desarrolla su vocación evangelizadora. 44. La formación franciscana está atenta al crecimiento humano, cristiano y franciscano del hermano, a fin de que pueda seguir a Jesús con todo el corazón según la forma de san Francisco. 2) Principios específicos 45. La formación franciscana es integral, es decir, tiene en cuenta al hombre en su totalidad, para que desarrolle «de un modo armónico sus dotes físicas, psíquicas, morales e intelectuales» (cf. CC.GG. 127 § 2), y se inserte activamente en la vida social y comunitaria (cf. CC.GG. 128). 46. La formación franciscana es un camino en el que se cultivan los aspectos fundamentales de nuestra vida consagrada, por lo cual, toda iniciativa está dirigida al crecimiento en el espíritu de oración y devoción, en la fraternidad, en la minoridad, en el servicio y en la evangelización. 47. La formación franciscana es experiencial, es decir, está atenta a la vida y a las dotes de cada persona, favorece la experiencia concreta del estilo propio y de los valores franciscanos en lo cotidiano tanto de la fraternidad como de cada uno. 48. La formación franciscana es práctica en cuanto apunta a transformar en obras lo que se aprende (cf. Adm 7), especialmente mediante una constante habituación a la pobreza y al trabajo (cf. CC.GG. 77 § 1; 127 § 4), basada en el ejemplo de san Francisco (cf. Test 24). 49. La formación franciscana está inculturada en las condiciones de vida del ambiente y del tiempo en que se desarrolla, permaneciendo fiel al Evangelio y a la tradición de la Orden (cf. CC.GG. 130). 50. La formación franciscana está abierta a nuevas formas de vida y de servicio (cf. CC.GG. 131 § 1), atenta a las renovadas llamadas del mundo y de la Iglesia (cf. CPO 81,7-8). 51. La formación franciscana está organizada en etapas que comprometen a la persona desde el inicio del proceso vocacional y durante toda su vida como hermano menor. 52. La formación franciscana es «orgánica, gradual y coherente» (CC.GG. 133) en sus distintas etapas, en cuanto que promueve el desarrollo de la persona de forma armónica y progresiva, en el pleno respeto de cada uno. 53. La formación franciscana dedica un tiempo adecuado al estudio, según los dones particulares de cada uno (cf. CC.GG. 162) y «sin olvidar que la cultura no se limita a la dimensión intelectual de la persona» (Or 91), para permitir al hermano menor alcanzar un conocimiento cada vez más pleno de Dios y para un mejor servicio a los hombres. 54. La formación franciscana promueve un auténtico sentido de disciplina, dirigida a la honesta autocomprensión, al autocontrol, a la vida fraterna y al servicio (cf. CC.GG. 132). 3) Aspectos concretos del crecimiento humano, cristiano y franciscano 55. Los aspectos del crecimiento humano, cristiano y franciscano se desarrollan unitariamente en la vida práctica, si bien son distintos teóricamente. 56. Entre los aspectos del crecimiento humano, cristiano y franciscano, la formación presta atención a: 1. Aspectos del crecimiento humano a) Respecto a la persona: b) Respecto a la comunidad: c) Respecto al mundo: 2. Aspectos del crecimiento cristiano a) Respecto a Dios: b) Respecto a la Iglesia-mundo: 3. Aspectos del crecimiento franciscano a) Respecto a Dios: b) Respecto a la fraternidad: c) Respecto a la Iglesia-mundo: NOTA: Una lista más detallada de los aspectos del crecimiento humano, cristiano y franciscano se encuentra en el Apéndice. 3. Formación permanente 1) Descripción 57. La formación permanente es un itinerario de toda la vida, tanto personal como comunitario, en el descubrimiento de Cristo pobre, humilde y crucificado, en sí mismos, en los hermanos, en el servicio, en la propia cultura y en toda la realidad contemporánea. Es, por tanto, un proceso de conversión, un crecimiento personal, espiritual, profesional y ministerial, de modo que el hermano menor está siempre dispuesto a comenzar a obrar el bien, según la exhortación de san Francisco (cf. CC.GG. 135). 58. La formación permanente se realiza en el contexto de la vida cotidiana del hermano menor, en la oración y en el trabajo, en sus relaciones tanto internas como externas a la fraternidad, y en la relación con el mundo cultural, social y político en el que se mueve. 2) Objetivos 59. El objetivo fundamental de la formación permanente franciscana es el de animar, nutrir y sostener la fidelidad, tanto de cada uno como de la fraternidad, a la propia vocación en todas las dimensiones de la vida humana, cristiana y franciscana, en el espíritu de la Orden y en su misión, para construir el Reino de Dios en tiempos y condiciones en continuo cambio. 60. La formación habilita al hermano menor para asumir una actitud contemplativa capaz de escuchar a Dios, que pide a cada uno ser evangelizado y evangelizar, y para apoyarse en las dificultades, en los desafíos y en los cambios provocados por su contexto vital. 61. La formación permanente cultiva la capacidad espiritual, doctrinal y profesional, la puesta al día y la maduración del hermano menor, de modo que pueda desarrollar, en forma cada vez más adecuada, su servicio a la Orden, a la Iglesia y al mundo. 62. La formación permanente favorece la renovación de cada hermano y de las fraternidades locales y provinciales en la relación con el pueblo de Dios, respetándolo, sirviéndolo y aprendiendo de él. 3) Medios 63. Cada hermano es estimulado a asumir la responsabilidad de su propio crecimiento humano, cristiano y franciscano, a través del diálogo con los hermanos, el Guardián y el Ministro provincial (cf. CC.GG. 137 § 1). 64. Los hermanos de cada fraternidad tienen la responsabilidad de crear un ambiente de confianza, en el que todos puedan expresar libremente sus propias necesidades, pensamientos y sentimientos. Es importante para los hermanos promover las capacidades de comunicación, de resolución de los conflictos y de construcción de la fraternidad. Si se juzga necesario, se aconseja el recurso a expertos. 65. Las fraternidades provincial y local, sensibles a las necesidades del crecimiento humano y a los respectivos problemas, tienen la responsabilidad de crear y organizar programas específicos de formación, para encauzar las necesidades particulares que surgen de las fases naturales de desarrollo o de transición en la vida, como, por ejemplo, el primer encargo, la crisis de la medianía de edad, la ancianidad, una enfermedad grave, los cambios profesionales, la edad de la jubilación, la muerte, la dependencia del alcohol y las drogas, etc. 66. La fraternidad pone a disposición los medios necesarios para la formación permanente de los hermanos, tanto desde el punto de vista doctrinal como de la experiencia concreta, a fin de que el Evangelio esté vivo en la realidad concreta de nuestro tiempo. Se sugieren: años sabáticos, retiros, experiencias de eremitorio, dirección espiritual, grupos de oración, grupos de apoyo o terapia, lecturas (periódicos, libros, etc.), actualización de las bibliotecas de las casas, actualización teológica, franciscana y profesional, viajes formativos, etc. 67. El Guardián promueve la formación permanente de la fraternidad local y de cada uno de los hermanos mediante el Capítulo local, días de retiro, retiros anuales, compartimiento de la Palabra de Dios, revisiones periódicas de vida, recreo común, reuniones fraternas, jornadas de estudio, entrevistas personales con cada hermano, etc. (cf. CC.GG. 137 § 2). 68. El Ministro provincial y su Definitorio procuren elegir como Guardianes a hermanos que favorezcan y faciliten la formación humana, cristiana y franciscana de cada hermano. 69. Al Ministro provincial le corresponde el cometido de animar y ordenar la formación permanente en la Provincia por medio de los Capítulos, del Consejo de formación, del Moderador para la formación permanente, de comunicaciones periódicas y visitas personales a las fraternidades (cf. CC.GG. 137 § 3). 70. El Moderador provincial para la formación permanente tiene la tarea de organizar, coordinar y dar a conocer los programas disponibles en la Provincia, en las diócesis, en el Estado o país, y de animar a los hermanos a participar, organizar e iniciar otras actividades para la formación permanente según las necesidades específicas, profesionales y ministeriales. 4. Formadores y fraternidad en las casas de formación 1) Fraternidades formativas 71. Cada fraternidad y la Fraternidad provincial por entero tienen la responsabilidad de acoger y formar en nuestro estilo de vida a los nuevos miembros. Sin embargo, algunas Casas son designadas específicamente como fraternidades responsables de la formación inicial. 72. Puesto que en la Casa de formación la tarea primaria es la formación inicial, todos los hermanos de esa fraternidad formativa están orientados a la acogida y la ayuda al crecimiento de los formandos en su vocación franciscana, aunque no todos sean designados expresamente como formadores o miembros del «coetus formatorum». 73. Un elemento fundamental de la formación franciscana consiste en el hecho de que un nuevo miembro aprende a ser y a convertirse en hermano menor dentro y mediante la participación cotidiana en la vida de una fraternidad concreta. 74. La fraternidad de formación es una sola, compuesta por los formandos, por los expresamente designados como formadores y por otros hermanos profesos solemnes que viven juntos, haciendo de la fraternidad el lugar privilegiado para la conversión continua, compartiendo la vida común y la mutua responsabilidad. 75. Cada miembro llega a la fraternidad con su propia personalidad, historial, dotes y limitaciones. Cada uno lleva en sí los signos del propio entorno social y familiar y la buena voluntad de crecer en la propia vocación. Es importante que haya un respeto a la diversidad, colaboración entre jóvenes y mayores, comprensión para con los que yerran o que aún no han aprendido. 76. En la Casa de formación se debe favorecer una atmósfera de confianza, diálogo y cortesía, que facilite la oración personal y comunitaria, la escucha de la Palabra de Dios, el estudio y el trabajo. 77. Los hermanos profesos solemnes de la Casa de formación que no son expresamente designados como formadores, colaboran en la formación inicial principalmente por medio de: El buen ejemplo, 78. La fraternidad de formación participa en la vida de la Iglesia local y universal, de la Orden y de la Fraternidad provincial. 79. La fraternidad de formación está atenta al mundo, a la historia, a la realidad social concreta, y abierta especialmente a los pobres y marginados, en sintonía con nuestra identidad de menores. 80. En las pequeñas fraternidades formativas entre los pobres es esencial que los formadores vivan con los formandos, para garantizar el camino formativo de un auténtico crecimiento en la minoridad y pobreza evangélica según el espíritu de san Francisco. 2) Los formadores 81. Los hermanos encargados de una responsabilidad específica en la formación asuman este servicio voluntariamente y con espíritu de gozoso servicio a sus hermanos. Manifiesten la alegría de su propia vocación y el entusiasmo por su ministerio. 82. Los formadores tengan un conocimiento experiencial de Dios a través de la oración, una sabiduría derivada de la escucha atenta y prolongada de la Palabra de Dios, y un amor por las realidades espirituales y franciscanas. 83. Así como san Francisco era sensible ante las necesidades de sus hermanos, así también los formadores sean atentos para con aquellos a los que sirven. Deben poseer las cualidades humanas de discernimiento, equilibrio, serenidad, paciencia, comprensión, espíritu de alegría y un verdadero afecto para aquellos que les están encomendados. 84. Los formadores posean la capacidad de trabajar juntos, de dialogar y escuchar a los otros hermanos de la Casa de formación y a los formadores de las otras fraternidades. 85. Los formadores dispongan de tiempo para dar la primacía al propio servicio. Sus otras actividades deben ser compatibles con su cometido principal. 86. Los formadores confíen más en el ejemplo que en las palabras al realizar su cometido de ayudar a los candidatos a ser cada vez más conformes a la imagen de Cristo, único Maestro. 87. Los formadores, conscientes de que el Espíritu del Señor es el verdadero formador de los hermanos menores, tienen un rol especial de acompañar a los candidatos en el discernimiento de la auténtica llamada de Dios a la vida franciscana y de ayudar a la fraternidad, especialmente en la persona del Ministro provincial, a evaluar las capacidades de los candidatos. 88. Los formadores deben prefijarse como meta el hacer cada vez más responsables de la propia vida y formación a los jóvenes que les son encomendados, recordando que la vía principal del acompañamiento de los formandos es mediante el diálogo personal. 3) Algunas consecuencias prácticas 89. El Maestro de una Casa de formación, junto con el «coetus formatorum», es el responsable directo de la formación en la fraternidad y, como tal, responde ante el Ministro provincial. 90. El Maestro obra en coordinación con los formadores de las otras Casas de formación y en colaboración con el Secretario para la formación, el Consejo de formación, el Moderador de la formación permanente y el responsable del cuidado pastoral de las vocaciones. 91. El Maestro se interesa personalmente por la formación completa e integral (humana, cristiana y franciscana) de los formandos y tiene encuentros regulares con ellos, a nivel personal y comunitario. 92. A fin de dedicar una adecuada atención a cada una de las personas en formación, es importante que el número de formandos encomendados a un Maestro no sea demasiado grande. 93. Es esencial que los formadores sean preparados para afrontar este servicio, sobre todo a través de cursos específicos y otros medios adecuados. Además, el «aggiornamento» de los que ya están comprometidos con este trabajo es una prioridad para toda la Orden (cf. CPO 81, 60). 94. Los formadores sean conscientes de que no poseen todos los requisitos necesarios para dar esta formación y, por ello, cuando sea necesario u oportuno, pidan la ayuda de personas especializadas en este campo. 95. En cada Fraternidad provincial, los formadores presten especial atención a la propia formación permanente, y tengan encuentros regulares entre ellos y con los formadores de la Conferencia de Ministros provinciales. 96. La elección del Guardián y de los miembros de la fraternidad de las Casas de formación (y especialmente del «coetus formatorum») es de la máxima importancia; el «coetus formatorum» incluya, en cuanto sea posible, hermanos clérigos y laicos, jóvenes y ancianos, para sacar ventaja de todos los dones presentes en la fraternidad (cf. CPO 81, 71). 97. El Guardián, responsable del recto ordenamiento de la Casa (cf. CC.GG. 140 § 3), ejerce su cometido en estrecha colaboración con el Maestro, respetando tanto la peculiaridad de la Casa de formación como la responsabilidad formativa del Maestro. 98. En especial, el Guardián de una Casa de formación, además del deber de favorecer el bien de la fraternidad y de los hermanos, de cuidar la vida y la disciplina religiosa, y de moderar la actividad de la Casa (cf. CC.GG. 237), debería: a) Cuidar que el Maestro esté libre de oficios o compromisos que le impidan dedicarse al programa formativo; b) sostener, a través de ejemplos y palabras, la responsabilidad formativa del Maestro; c) ejercer su cometido como miembro del «coetus formatorum», si forma parte de él (cf. CC.GG. 140 § 2), bajo la dirección del Maestro; d) favorecer formas de participación de los formandos en el Capítulo local como medio de formación. 99. En las Casas grandes, donde la formación es una actividad entre otras, es oportuno elaborar un Ordenamiento especial para establecer los diversos cometidos del Guardián, Maestro, Ecónomo, formadores y otros hermanos profesos solemnes de la Casa. 100. Los formadores esfuércense por integrar su trabajo en el contexto cultural de los lugares en los que son llamados a servir (cf. CPO 81, 66). 101. En cada Provincia procúrese dar a conocer a la Fraternidad provincial las particularidades del programa de formación, sus cambios, y favorecer la participación de los hermanos: a) Estimulándolos a visitar a los formandos; b) invitándolos a compartir su competencia y experiencia con los formandos; c) comprometiéndolos a ofrecer a los formandos sus experiencias apostólicas, con la debida consulta al Maestro. 5. Cuidado pastoral de las vocaciones 1) Descripción 102. El cuidado pastoral de las vocaciones emana del testimonio de vida franciscana, individual y comunitaria, y consiste en el conjunto de las actividades pastorales desarrolladas por los hermanos y las fraternidades a fin de que cada cristiano pueda seguir la propia vocación especifica en la Iglesia, y, en particular, en la propuesta del carisma de san Francisco como proyecto global de vida (cf. CC.GG. 144; 145 § 2). 2) Objetivos 103. la pastoral vocacional se propone hacer sensible al pueblo de Dios de su responsabilidad respecto a la vocación de cada hombre (cf. CC.GG. 144), y «suscitar, acoger y sostener nuevas vocaciones» (CPO 81, 24) a la Orden de Hermanos Menores. 104. La pastoral vocacional hace consciente a cada Fraternidad provincial de que el testimonio de vida de los hermanos es la principal fuerza atractiva para los cristianos que buscan su vocación (cf. CC.GG. 145 § 1). 105. La pastoral vocacional ayuda a las fraternidades a anunciar y proponer con el ejemplo y con la palabra una imagen clara, completa y realista de la vida del hermano menor hoy. 106. La pastoral vocacional prepara a las fraternidades para acoger a aquellos que se muestran interesados por el carisma franciscano, para que encuentren una propuesta concreta de vida, según la invitación de Jesús: «Venid y lo veréis» (Jn 1,39). 107. La pastoral vocacional sostiene y acompaña a los aspirantes en su camino de fe, para que se conozcan a sí mismos, descubran cada vez mejor la figura de Jesucristo y la de san Francisco, y puedan discernir la propia vocación, a fin de llegar a una elección de vida. 108. La pastoral vocacional presta especial atención a la fe católica de los posibles candidatos a la Orden (cf. 2 R 1), teniendo en cuenta que los ambientes de los que proceden no siempre ofrecen la posibilidad de conocer y practicar una auténtica vida de fe. 3) Medios 109. Cada Fraternidad provincial elabore un plan de pastoral vocacional en comunión con la Iglesia local y con la Familia franciscana. 110. La Fraternidad provincial actúe de modo que cada hermano se sienta responsable de las vocaciones; favorezca la formación de algunos hermanos en la pastoral juvenil y vocacional, y confíe esta tarea a hermanos o fraternidades que sean más aptos para este tipo de actividad. 111. Cada Fraternidad provincial disponga de las estructuras necesarias para acoger y cultivar las vocaciones a la vida franciscana, por ejemplo, casas de acogida, centros vocacionales, etc. 112. Cada Fraternidad local, para cuidar las vocaciones, arbitre los medios más adecuados para entrar en contacto y en diálogo con la cultura circundante y especialmente con la realidad de los jóvenes de hoy. 113. El cuidado pastoral de las vocaciones es coordinado por el Animador provincial de las vocaciones, al que corresponde realizar el plan provincial de pastoral vocacional, sensibilizar a los hermanos, favorecer la participación de colaboradores locales, y actuar en unión con el Secretariado provincial para la Formación y los Estudios, según las disposiciones de los Estatutos Generales. 114. La pastoral vocacional tiene su ambiente principal y natural en los movimientos juveniles, en las actividades locales e iniciativas provinciales, y en otras realidades eclesiales, y encuentra la mejor colaboración en la presencia y la actividad de la Segunda Orden, de la Orden Franciscana Seglar y de los demás Institutos de la Familia franciscana. 115. El acompañamiento vocacional debe seguir un proceso de formación preciso y preestablecido que promueva la madurez humana, cristiana y vocacional, y que comprenda al menos las siguientes fases, adaptadas a los diferentes lugares y culturas: a) La necesaria iniciación en la vida de fe y primera experiencia vocacional; b) profundización de la propuesta vocacional, a través del conocimiento de la vida religiosa, de la espiritualidad franciscana, de las características y actividades de la Orden; c) decisión de los aspirantes de emprender el camino de formación inicial y de experimentar la vida franciscana. 116. El camino del aspirante debe ser evaluado para comprobar la autenticidad de su vocación y de su idoneidad personal. Por eso, cada Provincia o Conferencia establezca algunos criterios fundamentales de discernimiento, como por ejemplo: Razonable salud psico-física;
6. La formación inicial Introducción 117. La formación inicial es el tiempo privilegiado en que los candidatos, con un especial acompañamiento del Maestro y de la fraternidad formadora, se inician en el seguimiento de Cristo, según la forma de san Francisco y la sana tradición de la Orden, asumiendo e integrando progresivamente sus particulares dones personales con los valores auténticos y característicos de la vocación evangélica del hermano menor. 118. La formación inicial está estructurada en tres etapas consecutivas: el Postulantado, el Noviciado y el tiempo de la profesión temporal, en las cuales el candidato crece y madura hasta asumir definitivamente la vida y la Regla de los Hermanos Menores con la profesión solemne. 119. En la formación inicial se aplican los valores característicos de la vocación evangélica del hermano menor (cf. supra nn. 5-35) y los principios formativos (cf. supra nn. 36-56) en el modo adecuado para cada etapa formativa y en el respeto del camino de cada candidato. 120. La formación inicial ofrece la misma formación franciscana a todos los candidatos, de modo que haya igual oportunidad para todos, según las propias capacidades y los cometidos que cada uno es llamado a desarrollar en la Orden, en la Iglesia y en el mundo. 121. En la formación inicial es de gran importancia que entre las diversas etapas haya armonía y colaboración entre los formadores y gradualidad de contenidos y de métodos formativos. A. El Postulantado a) Descripción 122. El Postulantado es una etapa necesaria para la adecuada preparación al Noviciado (cf. canon 597 § 2), durante la cual el postulante reafirma la propia determinación de convertirse a través de un progresivo paso de la vida seglar a la forma de vida franciscana. 123. El postulante, como candidato a la Orden franciscana, participa en la vida fraterna sin estar ligado a las obligaciones de la vida religiosa. b) Objetivos 124. El Postulantado franciscano permite al postulante verificar su decisión de iniciar el seguimiento de Jesucristo según la forma de vida de san Francisco, y de prepararse adecuadamente al Noviciado (cf. CC.GG. 126; 149). 125. El postulante, ayudado por los formadores, se dedica especialmente a su formación humana y profundiza su compromiso bautismal. 126. El postulante conoce y experimenta gradualmente la vida franciscana en la Fraternidad local y provincial (cf. CC.GG. 149). 127. El postulante y la fraternidad formativa local llegan a una decisión responsable con relación al ingreso en el Noviciado, a través de la verificación de las motivaciones vocacionales y de la idoneidad del postulante a la vida franciscana (cf. CC.GG. 149-150). c) Medios 128. En cada Provincia sea elaborado y puesto en práctica un programa propio que conduzca al postulante a: 1) Un crecimiento humano que
garantice un suficiente equilibrio psico-físico; 2) una relación personal con
Cristo, con la voluntad de conversión y de consagración a Dios y
de entrega a los hermanos; 3) un conocimiento inicial del
carisma y de la vida franciscanos, compartiendo la vida de los hermanos; 129. El postulante es acompañado por un Maestro en una fraternidad donde pueda encontrar un modelo concreto de vida franciscana que lo ayude a descubrir las propias capacidades, a superar las resistencias hacia esta forma de vida, y a discernir la propia vocación. 130. El postulante sea iniciado en la capacidad de análisis y en la valoración crítica de la realidad en la que es llamado a vivir el carisma franciscano. 131. En la evaluación de la idoneidad del postulante ténganse en cuenta principalmente los siguientes criterios de discernimiento: Equilibrio psico-físico; B. El Noviciado a) Descripción 132. El Noviciado es el tiempo en el que el novicio inicia la vida en la Orden, continúa el discernimiento y la profundización de la propia decisión de seguir a Jesucristo en la Iglesia y en el mundo de hoy según el espíritu de san Francisco, y conoce y experimenta más profundamente la forma de vida franciscana (cf. CC.GG. 152). b) Objetivos 133. El novicio es introducido en el conocimiento más profundo y vivo de Jesucristo, de las exigencias radicales del seguimiento y de la llamada divina a la vida franciscana. 134. El novicio experimenta la vida propia de la Orden participando en la fraternidad local e integrándose gradualmente en la Fraternidad provincial (cf. CC.GG. 130; 139). 135. El novicio continúa su formación humana y cristiana, y conforma su corazón y su mente con Jesucristo en el espíritu de san Francisco (cf. CC.GG. 152; 127). 136. El novicio purifica y profundiza sus motivaciones, verifica las intenciones y discierne su idoneidad para la vida franciscana (cf. CC.GG. 152). 137. El novicio se prepara para vivir teórica y prácticamente, en la Iglesia y en la Orden, una comunión más profunda con los hombres de hoy en su realidad histórica, social, política, cultural y religiosa (cf. CC.GG. 127 § 3; 130). 138. El novicio cultiva la dimensión del trabajo y el espíritu de evangelización con un proyecto personal de vida y un conocimiento de la realidad nacional y eclesial, en la que debe buscar, como hermano menor, el último lugar en la sociedad. c) Medios 139. Cada Provincia debe tener un programa propio y bien articulado a fin de que los novicios puedan conocer y comenzar a vivir la vida religiosa en el seguimiento de Jesús según la forma de san Francisco (conforme a los artículos 152-154 de las CC.GG. y las disposiciones del art. 81 de los EE.GG.), de modo que: 1) El novicio sea introducido en la teología de la vida religiosa, especialmente de la teología de la Regla, de las Constituciones Generales y de la espiritualidad franciscana, basada principalmente en los escritos de san Francisco y la sana tradición de la Orden. Al mismo tiempo, sean formados a la práctica de la vida evangélica, en el ejercicio de la comunión fraterna y en la participación de las actividades de los hermanos; 2) el novicio se dedique diariamente a la lectura y meditación de la Sagrada Escritura y, sobre todo, del Santo Evangelio, dejándose transformar la mente y el corazón por la fuerza de la palabra de Dios; 3) el novicio sea guiado a desarrollar el aspecto contemplativo, en la fidelidad a la oración personal y comunitaria, y a vivir más profundamente el Misterio Pascual, en la celebración activa de la Liturgia, a ejemplo de María, «Virgen hecha Iglesia» (SalVM 1), y en los ejercicios de piedad recomendados por la sana tradición de la Orden. 140. La formación del novicio es animada y guiada por el Maestro, el cual sea idóneo y maduro en la vida franciscana (cf. CC.GG. 139 § 2), capaz de acompañar y comprender al novicio, sostenido por la colaboración del «coetus formatorum» y de la Fraternidad local. 141. El novicio hágase constantemente disponible para frecuentes revisiones, con los demás novicios y con los formadores, para evaluar los progresos en el seguimiento de Cristo y en la adquisición de las aptitudes propias para la vida en la Orden. 142. El novicio participe en algunas actividades apostólicas, especialmente con los pequeños y pobres, para completar la formación de modo que aprenda a unir acción y contemplación (cf. CC.GG. 154 § 2). 143. El novicio desarrolle las capacidades para conocer, juzgar críticamente y participar de la realidad desde la perspectiva franciscana. 144. La verificación de la idoneidad del novicio para la primera profesión se debe hacer teniendo en cuenta principalmente los siguientes criterios de discernimiento: Adecuado nivel de madurez humana y
afectiva y capacidad de tener buenas relaciones interpersonales; C. Tiempo de la profesión temporal a) Descripción 145. El tiempo de la profesión temporal perfecciona la formación inicial franciscana en sus diversos aspectos, teóricos y prácticos, a fin de hacer al hermano apto para llevar más integralmente la vida y la misión propia de la Orden en el mundo de hoy, y prepararle a emitir la profesión solemne (cf. CC.GG. 157; 158 § 1). b) Objetivos 146. El hermano continúa madurando como persona humana, cristiana y franciscana mediante la profundización, la interiorización y la vivencia del carisma franciscano en su vida. 147. El hermano menor es llamado a crecer en su participación activa, en la corresponsabilidad y en la identificación con la vida y el trabajo de la Fraternidad local y provincial. 148. El hermano menor asume progresivamente la responsabilidad de su misión en la Iglesia y en el mundo, en sintonía con el carisma franciscano, los propios dones y aspiraciones, y las necesidades del pueblo de Dios. 149. El hermano menor continúa su discernimiento y preparación para asumir un compromiso definitivo con la profesión solemne en la Orden de los Hermanos Menores. c) Medios 150. Cada Provincia debe disponer de un programa propio y común para todos, de modo que los hermanos de profesión temporal adquieran una formación general, sistemática (espiritual y apostólica, doctrinal y práctica) y conforme a los dones recibidos de Dios, para que puedan prestar un servicio a la fraternidad, a la Iglesia y a todos los hombres, que responda a las expectativas y a las necesidades del mundo contemporáneo. 151. El programa de formación debe contener la profundización del carisma franciscano y, entre otras actividades y experiencias formativas, debe ofrecer a todos los hermanos de profesión temporal, independientemente de su opción, el estudio en los siguientes aspectos: 1) Franciscano: 2) Teológico: 3) Humanístico: 152. El hermano de profesión temporal debe ser acompañado por un Maestro y por un «coetus formatorum». 153. El hermano de profesión temporal participe en la vida de la fraternidad local y provincial en la que vive, para que comprenda la importancia de la vida fraterna, acepte la realidad de esta vida y se sienta responsable de ella, respetando a los otros en sus diferencias. 154. El hermano de profesión temporal participe en las diversas actividades apostólicas, especialmente con los más pobres, y evalúe junto con sus formadores el trabajo para discernir más claramente las necesidades de la Iglesia, de la Orden y del mundo, y las propias capacidades y carismas. 155. El hermano de profesión temporal insértese y solidarícese con la realidad del mundo y de la problemática del propio país en el que está llamado a vivir su vocación. 156. En la evaluación de la idoneidad
del hermano para la profesión solemne, algunos de los criterios que
deberían tenerse en cuenta son: III. FORMACIÓN GENERAL,
TEOLÓGICA, Introducción 157. Para ser testigos y anunciadores
eficaces de la Palabra de Dios y para colaborar al servicio de la Iglesia y en
la construcción del Reino, los hermanos menores tienen necesidad de que
su formación franciscana, inicial y permanente, se realice y se
perfeccione a través de una adecuada y sólida preparación:
158. Esta formación permite a los hermanos menores ejercer el trabajo como un don del Señor (cf. 2 R 5,1), mediante el cual se ganan el pan de cada día (cf. 1 R 7,4-7; Test 20-21) y se insertan en la sociedad. 159. En esta formación póngase
en evidencia que el hermano menor, fiel a su opción de pobreza, escoge y
asume el trabajo en espíritu: 1. Formación general 1) Descripción 160. La formación general apunta a la adquisición de una cultura y una instrucción que permitan al hermano situarse como actor en su época y en su medio (cf. Med F 41-48), lo que se llama también «formación humana» (cf. Med F 62-64). 161. Esta formación, en sus diversos aspectos, ofrece varias posibilidades y es promovida para responder a las necesidades de la formación permanente y de la inicial. 2) Objetivos 162. La formación general favorece un
desarrollo personal y suministra unos instrumentos de comprensión y de
análisis que permiten: 3) Medios 163. La formación general está atenta: a) Al estudio de las ciencias humanas, entre
ellas: 2. Formación teológica 1) Descripción 164. La formación teológica pretende profundizar y completar la formación cristiana y franciscana del hermano menor según sus posibilidades y sus opciones, para vivir plenamente el misterio de Cristo y poder ser más útil en la edificación del Reino de Dios (cf. CC.GG. 160 § 1). 2) Objetivos 165. La formación teológica
permite al hermano menor: 166. La formación teológica
quiere proponer un modo franciscano de hacer teología: 167. Esta formación quiere proponer
una teología franciscana que responda a los desafíos de nuestra
época: 3) Medios 168. La Orden y las Provincias promuevan la
formación teológica, tanto a través de adecuados medios
propios y en unión con la Familia franciscana como a través de
otras instituciones. En particular: 3. Formación profesional 1) Descripción 169. La formación profesional tiende a la adquisición de una competencia de orden manual, técnico, artístico y científico, durante la formación inicial y permanente, que permita al hermano menor vivir su misión ejerciendo un oficio o una actividad cualificada en la sociedad, en la Iglesia y en la Orden. 2) Objetivos 170. La formación profesional permite
al hermano menor: 3) Medios 171. Para la elección de esta formación profesional, se tendrán en cuenta a la vez las aptitudes y las aspiraciones de cada uno, las necesidades y prioridades de la fraternidad, de la Provincia, de la Orden (cf. CC.GG. 79), de los lugares y de las personas. 172. Esta formación profesional se
realizará de manera que: 4. Formación para los ministerios y las órdenes sagradas 1) Descripción 173. La formación para los ministerios y las órdenes sagradas consiste en la preparación teórica y práctica del hermano menor, según las exigencias de la Iglesia, de la vocación franciscana específica y las necesidades de los hombres, para la edificación del Reino de Dios. 2) Objetivos 174. La formación para los ministerios y las órdenes sagradas ayuda al hermano a profundizar y madurar, bajo la acción del Espíritu y con la guía de los formadores, la llamada a los diversos servicios en la Iglesia, como menor. 175. Esta formación impulsa al hermano menor a hacer una experiencia de vida más directa con el pueblo, para conocer mejor sus problemas y sus expectativas y llevarles el anuncio del Evangelio. 176. Esta formación lleva al hermano menor a una comprensión franciscana de los ministerios y de las órdenes sagradas, para vivirlos y ejercerlos con competencia, en fidelidad al espíritu de san Francisco (cf. CC.GG. 164). 3) Medios 177. La formación práctica para cualquier servicio ministerial se realiza ante todo en la experiencia cotidiana de vida en la fraternidad, en la comunidad eclesial, en la sociedad y en particular entre los pobres. 178. Para ayudar al hermano menor en el
discernimiento de una llamada a los ministerios y a las órdenes
sagradas, téngase presente: 179. La preparación del hermano menor
para el servicio de la evangelización requiere: 180. El hermano menor, fiel al ejemplo y a
las palabras de san Francisco, tiene una particular estima por los ministerios
de la Caridad, de la Palabra, de la Eucaristía y de la
Reconciliación. * * * APÉNDICE 1) Aspectos del crecimiento humano 1. Sentido de identidad y aceptación de sí (cf. Med F 16); 2. sentido de libertad personal, iniciativa y responsabilidad de la propia vida (cf. Med F 16; 22; 33; CC.GG. 129 § 2; 141 § 2); 3. capacidad de discernir, decidir y tomar un compromiso (cf. Med F 16); 4. capacidad de trascender y superar el egocentrismo (cf. CC.GG. 67; 132; Med F 16); 5. conciencia y aceptación del don de la propia sexualidad y deseo de vivir y de crecer en el celibato y en castidad (cf. CC.GG. 9 §§ 1-2); 6. voluntad de desarrollarse a sí mismo física, psicológica, intelectual, moral y espiritualmente (cf. CC.GG. 127 § 2); 7. disponibilidad para el trabajo manual (cf. CC.GG. 76; 80); 8. apertura y receptividad hacia nuevos valores, actitudes, perspectivas y experiencias (cf. Med F 16); 9. capacidad de aceptar, vivir, dialogar y trabajar con otros, incluso de diferentes culturas (cf. CC.GG. 40; 93; 129 § 1; Med F 16; 22; 34-36); 10. capacidad de desarrollar relaciones interpersonales positivas con hombres y mujeres (cf. Med F 22; 35-36; 51); 11. sentido de justicia y de paz (cf. Med F 36; CC.GG. 1 § 2; 68); 12. capacidad de ser solidario con los pobres (cf. CC.GG. 97 §§ 1-2; 78 § 1; 8 § 3; Bahía 31,1). 2) Aspectos del crecimiento cristiano 1. Voluntad de buscar y hacer la voluntad de Dios (cf. CC.GG. 7 § 1; Med F 15-16; Mad 5); 2. voluntad de orar y ser una persona centrada en Dios (cf. Med F 44; CC.GG. 1 § 2; 19); 3. relación personal con Jesucristo, alimentada por la celebración regular de los sacramentos y por la reflexión sobre su Palabra (cf. CC.GG. 21-22; 33 §§ 2-3; 35 § 2; Mad 5; CPO 81, 36b), y serio empeño en seguirlo; 4. una fe viva traducida en palabra y acción (cf. CC.GG. 89 § 1; 84; 1 § 2); 5. conocimiento de la fe católica y amor a la Iglesia (cf. CPO 81, 39c; CC.GG. 4 § 1); 6. conciencia de la presencia de Dios y de su acción salvífica en la propia vida, en la Iglesia y en el mundo (cf. CC.GG. 4 § 1; 20 § 2; Med F 44); 7. voluntad de ser evangelizado y de evangelizar (cf. CC.GG. 83 § 2; 86; Med F 27; Bahía 11; 15; 18a; 28-29); 8. espíritu profético, misionero y ecuménico (cf. CC.GG. 4 § 1; 116 § 1; 127 § 3; 95; Med F 28; 59). 3) Aspectos del crecimiento franciscano 1. Vida de penitencia expresada en la continua conversión a Cristo y a la vida evangélica según el espíritu de san Francisco (cf. CC.GG. 1 § 2; 6; 7 § 1; 8 § 1; 9 § 1; 32-34; 92 § 1; 153 § 2); 2. vida como hermanos menores caracterizada por un corazón pacífico y humilde, y por un espíritu alegre y cortés (cf. CC.GG. 8 §§ 2-3; 64; 66 § 1; 97; Med F 26; Bahía 22; CPO 81, 26); 3. vida fraterna expresada en la capacidad de vivir con los otros como hermanos, de abrazar la gran familia franciscana, y de estar en hermandad con todos los pueblos (cf. CC.GG. 1; 38-44; 50-63; 87; Med F 25; Mad 15a y 17; CPO 81, 26); 4. espíritu de oración y devoción (cf. CC.GG. 19-20; 24; 28-31; Med F 43; Mad 29); 5. vida de disponibilidad y buena voluntad para el servicio y el trabajo (cf. CC.GG. 76-81; Med F 54; Mad 28); 6. vida de pobreza y sencillez, y voluntad de estar con y por los pobres (cf. CC.GG. 8 § 3; 34 § 2; 53; 72 § 3; 78 § 1; 82 § 1; 87 § 3; 97; Med F 54; Mad 28); 7. vida de justicia y de paz (cf. CC.GG. 1 § 2; 68-69; 96 § 2; Med F 56; Mad 16; 34; Bahía 16; 35; 37-38); 8. amor y respeto reverencial por la creación y el ambiente, como reflejo de la presencia de Dios (cf. CC.GG. 9 § 4; 71; Bahía 16); 9. actitud contemplativa en la vida personal, comunitaria y profesional (cf. CC.GG. 29; 153 § 2). [En Selecciones de Franciscanismo, vol. XX, n. 58 (1991) 95-138] |
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