«EDUCAR A LA PAZ»
DEL MENSAJE DE S. S. JUAN PABLO II
PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
1 DE ENERO DE 2004
Me dirijo a vosotros, Jefes de las
Naciones, que tenéis el deber de promover la paz.
A vosotros, Juristas, dedicados a abrir
caminos de entendimiento pacífico, preparando convenciones y tratados
que refuerzan la legalidad internacional.
A vosotros, Educadores de la juventud, que
en cada continente trabajáis incansablemente para formar las conciencias
en el camino de la comprensión y del diálogo.
Y me dirijo también a vosotros,
hombres y mujeres que sentís la tentación de recurrir al
terrorismo como instrumento inaceptable, comprometiendo así, desde la
raíz, la causa por la cual estáis combatiendo.
Escuchad todos el humilde llamamiento del
sucesor de Pedro que grita: Aún hoy, al inicio del nuevo año
2004, la paz es posible. Y, si es posible, la paz es
también una necesidad apremiante.
(...)
La plaga funesta del
terrorismo
8. (...) La plaga del terrorismo se ha
hecho más virulenta en estos últimos años y ha producido
masacres atroces que han obstaculizado cada vez más el proceso del
diálogo y la negociación, exacerbando los ánimos y
agravando los problemas, especialmente en Oriente Medio.
Sin embargo, para lograr su objetivo,
la lucha contra el terrorismo no puede reducirse sólo a operaciones
represivas y punitivas. Es esencial que incluso el recurso necesario a la
fuerza vaya acompañado por un análisis lúcido y decidido
de los motivos subyacentes a los ataques terroristas. Al mismo tiempo,
la lucha contra el terrorismo debe realizarse también en el plano
político y pedagógico: por un lado, evitando las causas que
originan las situaciones de injusticia de las cuales surgen a menudo los
móviles de los actos más desesperados y sanguinarios; por otro,
insistiendo en una educación inspirada en el respeto de la vida humana
en todas las circunstancias. En efecto, la unidad del género humano es
una realidad más fuerte que las divisiones contingentes que separan a
los hombres y los pueblos.
En la necesaria lucha contra el terrorismo,
el derecho internacional ha de elaborar ahora instrumentos jurídicos
dotados de mecanismos eficientes de prevención, control y
represión de los delitos. En todo caso, los Gobiernos
democráticos saben bien que el uso de la fuerza contra los terroristas
no puede justificar la renuncia a los principios de un Estado de
derecho. Serían opciones políticas inaceptables las que
buscasen el éxito sin tener en cuenta los derechos humanos
fundamentales, dado que ¡el fin nunca justifica los
medios!
(...)
La civilización
del amor
10. Al final de estas reflexiones considero
obligado, no obstante, recordar que, para instaurar la verdadera paz en el
mundo, la justicia ha de complementarse con la caridad. El derecho es,
ciertamente, el primer camino que se debe tomar para llegar a la paz. Y los
pueblos deben ser formados en el respeto de este derecho. Pero no se
llegará al final del camino si la justicia no se integra con el amor. A
veces, justicia y amor aparentan ser fuerzas antagónicas.
Verdaderamente, no son más que las dos caras de una misma
realidad, dos dimensiones de la existencia humana que deben completarse
mutuamente. Lo confirma la experiencia histórica. Ésta
enseña cómo, a menudo, la justicia no consigue liberarse del
rencor, del odio e incluso de la crueldad. Por sí sola, la justicia
no basta. Más aún, puede llegar a negarse a sí misma,
si no se abre a la fuerza más profunda que es el amor.
Por eso he recordado varias veces a los
cristianos y a todas las personas de buena voluntad la necesidad del
perdón para solucionar los problemas, tanto de los individuos como
de los pueblos. ¡No hay paz sin perdón! Lo repito
también en esta circunstancia, teniendo concretamente ante los ojos la
crisis que sigue arreciando en Palestina y en Medio Oriente. No se
encontrará una solución a los graves problemas que aquejan a las
poblaciones de aquellas regiones, desde hace demasiado tiempo, hasta que no se
decida superar la lógica de la estricta justicia para abrirse
también a la del perdón.
El cristiano sabe que el amor es el motivo
por el cual Dios entra en relación con el hombre. Es también el
amor lo que Él espera como respuesta del hombre. Por eso el amor es
la forma más alta y más noble de relación de los
seres humanos entre sí. El amor debe animar, pues, todos los
ámbitos de la vida humana, extendiéndose igualmente al orden
internacional. Sólo una humanidad en la que reine la
«civilización del amor» podrá gozar de una paz
auténtica y duradera.
Al principio de un nuevo año deseo
recordar a las mujeres y a los hombres de cada lengua, religión y
cultura el antiguo principio: Omnia vincit amor! (Todo lo vence el
amor). ¡Sí, queridos hermanos y hermanas de todas las partes del
mundo, al final vencerá el amor! Que cada uno se esfuerce para que esta
victoria llegue pronto. A ella, en el fondo, aspira el corazón de
todos.
Vaticano, 8 de diciembre de
2003.