«EL ROSARIO DE LA VIRGEN MARÍA»
De la Catequesis de Juan Pablo II el 16 de
octubre de 2002
Amadísimos hermanos y hermanas:
2. El centro de nuestra fe es Cristo,
Redentor del hombre. María no lo eclipsa, ni eclipsa su obra
salvífica. La Virgen, elevada al cielo en cuerpo y alma, la primera que
gustó los frutos de la pasión y la resurrección de su
Hijo, es quien nos conduce del modo más seguro a Cristo, el fin
último de nuestro obrar y de toda nuestra existencia. Por eso, al
dirigir a la Iglesia entera, en la carta apostólica Novo millennio
ineunte, la exhortación de Cristo a «remar mar adentro»,
añadí que «en este camino nos acompaña la
santísima Virgen, a la que (...) junto con muchos obispos (...)
consagré el tercer milenio» (n. 58). E, invitando a los creyentes a
contemplar sin cesar el rostro de Cristo, expresé mi vivo deseo de que
María, su Madre, sea para todos maestra de esa contemplación.
3. Hoy quiero renovar ese deseo con mayor
claridad mediante dos gestos simbólicos. Dentro de poco firmaré
la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae. Además,
juntamente con este documento, dedicado a la oración del Rosario,
proclamo el año que va desde octubre de 2002 hasta octubre de 2003
«Año del Rosario». Lo hago no sólo porque este
año es el vigésimo quinto de mi pontificado, sino también
porque se celebra el 120° aniversario de la encíclica Supremi
apostolatus officio, con la que, el 1 de septiembre de 1883, mi venerado
predecesor el Papa León XIII comenzó la publicación de una
serie de documentos dedicados precisamente al Rosario. Hay, asimismo, otra
razón: en la historia de los grandes jubileos existía la buena
costumbre de que, después del Año jubilar dedicado a Cristo y a
la obra de la Redención, se convocaba uno en honor de María, para
implorar de ella la ayuda con el fin de hacer que fructificaran las gracias
recibidas.
4. Para la exigente, pero
extraordinariamente rica, tarea de contemplar el rostro de Cristo juntamente
con María, ¿hay un instrumento mejor que la oración del
Rosario? Con todo, debemos redescubrir la profundidad mística que
entraña esta oración sencilla, tan querida para la
tradición popular. En efecto, esta plegaria mariana en su estructura es
sobre todo meditación de los misterios de la vida y de la obra de
Cristo. Al repetir la invocación del «Ave
María», podemos profundizar en los acontecimientos esenciales
de la misión del Hijo de Dios en la tierra, que nos han transmitido el
Evangelio y la Tradición. Para que esa síntesis del Evangelio sea
más completa y ofrezca mayor inspiración, en la carta
apostólica Rosarium Virginis Mariae he propuesto añadir
otros cinco misterios a los actualmente contemplados en el Rosario, y los he
llamado «misterios de luz». Comprenden la vida publica del Salvador,
desde el bautismo en el Jordán hasta el inicio de la Pasión. Esta
sugerencia tiene como finalidad ampliar el horizonte del Rosario, para que
quien lo reza con devoción y no mecánicamente pueda penetrar
aún más a fondo en el contenido de la buena nueva y conformar
cada vez más su vida a la de Cristo.
5. María, Reina del Santo Rosario,
lleve a los hijos de la Iglesia a la plenitud de la unión con Cristo en
su gloria.
[L'Osservatore Romano, edición
semanal en lengua española, del 18-X-02]