DIRECTORIO FRANCISCANO

Fr. José Rodríguez Carballo,
Ministro General OFM

CARTA DE NAVIDAD 2007:
«Verbum caro factum est» (Jn 1,14)

A TODOS LOS HERMANOS
PAZ Y BIEN

En la Noche Santa del Nacimiento de Jesús el Cristo, la belleza de Dios se aposentó en un establo, la gracia de Dios se llegó hasta la carne y la sangre del hombre, el Hijo de Dios, para despojarse de sí mismo (Flp 2,7), eligió el corazón de una noche, y la que era signo de tristeza y de muerte, se transformó para todos en una luminosa Noche Buena; porque el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14). El silencio se rompió para siempre y la Palabra, descendiendo del seno del Padre (cf. Adm 1,18), dio comienzo al canto nuevo de la Nueva Humanidad.

Alegraos, hermanos, porque nos ha nacido un niño, que es el Mesías prometido, el Señor, de quien esperábamos la salvación. Pero alegraos aún más porque ese Niño que ha nacido para nosotros es el Hijo de Dios. Alegraos, los que creéis, porque en esta noche sucedió lo que esperabais, y multiplica el gozo su llegada inesperada: Dios se hizo uno de tantos, quiso habitar en medio de su pueblo, tomó nuestra condición humana (cf. Flp 2,1-7). Esta no es la noche del silencio sino de la Palabra. Tal fue la comunicación de Dios con el hombre, que este Hombre Nuevo es Dios de Dios y Luz de Luz, sin dejar de ser verdadero hombre.

En esta noche bendita, unido a todos los hermanos y a todos los pobres de la tierra, quiero acercarme con respeto y reverencia al misterio de Belén, a aquel pobre Pesebre donde Dios mismo se nos comunica y se hace Buena Noticia para todos; y al Altísimo, omnipotente y Buen Señor, pido con humildad que nos conceda a todos, junto con la alegría y el recogimiento interior, la gracia de contemplar admirados este misterio de amor, de balbucir asombrados una plegaria de agradecimiento, y de cantar con los ángeles un pregón de gloria y paz para todos los hombres que ama el Señor.

1. «AL PRINCIPIO ERA EL VERBO...» (Jn 1,1)

En la noche santa de Navidad, la Sabiduría de Dios se ha hecho para nosotros Palabra de vida. Desde el principio, ella, como colaboradora del Padre en la obra de la creación, fue guiando a los hombres, para que comprendieran el gran misterio de la salvación. Dios fue educando a sus hijos a través del tiempo, y fue hablándoles desde siempre, como un Amigo a sus amigos (cf. Dei Verbum 2), con distintos lenguajes y distintos signos, para que los hombres fueran entendiendo que Dios es el Dios con nosotros... el Emmanuel (Mt 1,23).

Al principio Dios creó todo para que todo hablase de Él, pues el mundo fue hecho por la Palabra, todo fue creado por Él y para Él (Col 1,16). A la orden de Dios, con la fuerza de su Palabra, los seres cobraron existencia y se hicieron realidad; hasta llegar al ser humano, corona de la creación. Terminada la obra de la creación, el hombre quedaba preparado para leer en las criaturas, como en un libro, el mensaje dejado por su Creador.

Pero Dios nos habló también en la historia, una historia de salvación hecha de acontecimientos de gracia y experiencias de pecado, para que los creyentes vislumbrasen que era en la vida de su pueblo donde Dios se había hecho compañero de camino para todos. Estableció con el hombre una Alianza, una palabra dada en forma de pacto, en la que Dios garantizaba su asistencia y compañía. Y cuando el pueblo olvidaba la alianza con su Dios, la voz de los profetas, eco de la voz divina, reclamaría fidelidad al Dios creador, al Dios de la historia: Volved a mí de todo corazón... pues de ti sacaré al que ha de ser soberano de Israel (Jl 3,12 y Miq 5,1).

2. «LA PALABRA SE HIZO CARNE...» (Jn 1,14)

Al llegar la plenitud de los tiempos, toda la creación se estremeció como una parturienta, pues el tiempo y las criaturas cobraron su plenitud y madurez. En el seno de la pobrecilla Virgen María Inmaculada, Dios hizo su nido, para darnos la Vida que engendra toda vida. La Palabra era la vida y la vida era la luz de los hombres (Jn 1,4). Y en el silencio de las cosas, la Palabra vino a su casa; en la oscuridad del universo, brilló la luz verdadera que ilumina a todo hombre (cf. Jn 1,9); y en el frío de la noche, Dios caldeó el corazón de la humanidad toda entera.

A partir de entonces, el lenguaje de Dios había de ser la debilidad y la pobreza, la pequeñez y la fragilidad. A partir de entonces, los hombres verían sólo un Niño indefenso envuelto en pañales, un pesebre, unos pastores que creyeron por encima de las apariencias, una estrella, verían a María ofreciéndonos al Niño en sus brazos, y a José, como nuevo Abraham, custodiando al pequeño. Fe humilde que contempla, adora, reflexiona, vive y celebra. Lo simple, hablaría, lo que no cuenta, sería enaltecido para confundir a los que cuentan; lo cotidiano tendría fuerza para humanizar el corazón de piedra, porque la Palabra se hizo carne y Dios se hizo Evangelio.

En Jesús, Dios ya no habla en figuras, sino por medio del Hijo; ya no salva por intermediarios, sino en persona, pues Jesús es la única Mediación, presencia personal y tangible del Dios tres veces santo. Jesús es alguien con quien podemos relacionarnos, alguien a quien escuchar, alguien a quien seguir, alguien a quien amar, pues la Palabra la tocaron nuestras manos y la contemplaron nuestros ojos, la hemos oído,... el Verbo de la vida (1 Jn 1,1).

En este tiempo de gracia contemplamos su gloria, y vemos un Dios tan humano que, en el niño de Belén, nos sentimos invitados a ser "como Dios". Y en la contemplación de la Palabra divina, aprendemos a escuchar las múltiples palabras del hombre (cf. El sabor de la Palabra, p. 5), pues también en los hombres Dios nos habla hoy. En efecto, Dios habla sobre todo en los pobres, en la humanidad debilitada y necesitada, en los que sufren, en el rostro desfigurado de todos los leprosos, pues el Hijo de Dios, no sólo quiso hacerse hombre entre los hombres, sino que se ha hecho pobre entre los pobres, débil y necesitado, siervo sufriente y desfigurado. La pobreza de Cristo aparece bajo un aspecto maravillosamente humano, ella es signo de su amistad, de su parentela con la humanidad. Y los hermanos somos presencia de este Dios que se ha hecho uno de tantos entre los pobres del mundo. Puesto que la Gloria de Dios es el hombre que vive (cfr. San Ireneo, Contra las herejías, Libro 4, 20,5-7), no descansemos hasta que el hombre viva para Dios y encuentre en la Palabra el sentido y la Vida.

3. DIOS HA HABLADO EN EL HIJO...
EL «SILENCIO DE DIOS»
(Heb 1,1)

En esta noche, clara como el día, Dios Padre nos ha hablado en el "Hijo". La Palabra de Dios, hecha carne en la plenitud de los tiempos, es revelación admirable de la paternidad divina, a la que sólo se puede responder aceptando en la fe la gracia de la filiación en Cristo Jesús. El Divino Niño de Belén no es uno más entre los profetas o los maestros, es el "Hijo muy amado", es la Palabra hecha Buena Noticia. Por esto podemos comprender por qué Dios se ha quedado mudo y no tiene más que decirnos, porque todo nos lo ha dicho junto y de una vez en esta sola Palabra que es el Hijo (cf. S. Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, Libro 2, cap. 22).

Dios calla y habla en el recién nacido, Dios se esconde y se manifiesta en la pequeñez; cuando parece que todo se queda en silencio, quizás podamos escuchar el balbuceo de un Niño que nos habla en la intimidad de la vida, en el corazón; cuando parece que todo pierde sentido, la Palabra de Vida puede resonar con mayor fuerza, ayudándonos a encontrar el Camino y la Verdad; y si buscamos una palabra que decir, primero hemos de escuchar, perseverantes en la oración, a la Palabra hecha carne, al Dios hecho Evangelio. Entonces el silencio se rompe en mil pedazos, y el sin-sentido también, y vuelven a sonar las voces del cielo que cantan: "Gloria a Dios" (cf. Lc 2,14), porque ha nacido para nosotros el Salvador, el Mesías, el Señor.

¡Qué importante, hermanos míos, es acercarse diariamente a la escucha atenta y orante de la Palabra! ¡Cuánta fuerza se recibe de este Dios que se hace tangible y humano! ¡Qué gran misterio el de la Palabra! Pongamos los ojos y la vida sólo en el Niño de Belén, en la Palabra de Dios que nos visita, y hallaremos allí mucho más de lo que pedimos o deseamos. Combinemos el agradecimiento profundo para con un Dios que nos ama así, tan humanamente, con la práctica del amor que se acerca y comparte: entonces brillará tu luz como aurora y tus heridas sanarán enseguida (Is 58,8).

4. «DE CONTINUO TRAÍA EN SUS LABIOS
LA CONVERSACIÓN SOBRE JESÚS...»
(1 Cel 115)

Bien sabemos el cariño particular que nuestro Hermano Francisco tenía por esta fiesta del Nacimiento del Hijo de Dios. Era para él la Fiesta de las Fiestas, en la que Dios hecho pequeñuelo se crió a los pechos de madre humana (2 Cel 199). Profesaba a las letras del Santo Evangelio, que son espíritu y vida, y al nombre del niño de Belén (cf. 1 Cel 86), un gusto y cariño especial. La vida de nuestro seráfico Padre fue para los hombres de su tiempo una epifanía del Evangelio. Francisco fue un imitador fidelísimo de Cristo, un heraldo animoso del gran Rey, un enamorado de Jesús, de quien a todos hablaba y a quien en todo veía. Francisco se hizo hombre evangélico (cf. 1 Cel 86), y las palabras de la Buena Noticia fueron por él vividas y practicadas aún en los detalles más pequeños. Hermanos, ¿qué decimos nosotros al mundo de la Palabra que ha nacido en la humildad de nuestra carne? ¿Qué decimos nosotros de aquel a quien amamos?

Tú, como Francisco, ¿has contemplado con tus ojos a Cristo, nacido de la Virgen María y hecho Evangelio para los pobres? Entonces para ti ha brillado la luz verdadera que ilumina la vida; entonces has recibido gracia sobre gracia, pues te has acercado al que es la plenitud de la gracia. Si te has acercado a Cristo, te has acercado al templo de la santidad de Dios; y, si le has acogido por la fe, entonces también tú has nacido esta noche con Cristo, pues no has nacido ni de carne ni de sangre, sino de Dios (cf. Jn 1,13-16). Tú, hermano mío, alaba y bendice conmigo al Señor que ha bajado del cielo, a la Palabra que se ha hecho carne, pues ha querido compartir con nosotros nuestra condición débil y mortal, porque eres de Cristo y vives en Cristo. Tú alaba al Señor, porque has conocido su amor. ¿Qué decimos de Dios? ¿Es nuestra vida una bendición, un bien decir de Dios?

Si los hombres quieren silenciar a Dios, habrá que elevar un canto de alabanza para romper este silencio. Si algunos desean que Dios no sea adorado en este niño de Belén, tendremos que repetir incansables que no hay Omnipotente sino Dios (cf. CtaO 6-9). El Evangelio no se puede callar; Jesús recién nacido en esta noche, hace brotar dentro de nosotros los creyentes una fuerza de fe que nos empuja a vivir el Evangelio, a guardarlo en el corazón, a anunciarlo también con la palabra.

CONCLUSIÓN

Queridos hermanos, ha llegado la plenitud del tiempo con el nacimiento de la Palabra encarnada. La creación entera ha entrado en fiesta, pues ha nacido el Primogénito de toda criatura y ahora todas las cosas se hacen nuevas en Cristo. Las voces de los hombres que tenían un mensaje de parte de Dios han gritado vislumbrando este momento del nacimiento del Dios que se hace hombre. Y si el silencio se hace arduo, Dios nacerá cada día para invitarte con su Palabra a seguirle, y para que tu vida encuentre la lógica del don que se te ha regalado.

Os invito en esta noche santa a no dormir, a romper el silencio sobre Dios, con gozo y con capacidad de atraer a otros a este Dios que es amor, que tanto nos ha amado, y que nos ha revelado ese amor en el Hijo que nos ha nacido; os invito a romper el silencio y a dar una respuesta ardiente de amor a quien así nos ha amado. Os invito a que nuestra vida bendiga siempre al Señor. Os invito a clamar con el pueblo los cantos de nuestra tierra que hablan del nacimiento de la Palabra; o a rezar con la Iglesia, que no se cansa de cantar la gloria de esta noche: ¡Oh admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una Virgen, y hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad (Liturgia de las Horas, Antífona de la octava de Navidad).

Alegrémonos y felicitémonos mutuamente hermanos. Os deseo de corazón una feliz fiesta de Navidad y que nos acompañe siempre la bendición del Seráfico Padre.

Roma, 8 de diciembre de 2007,
Solemnidad de la Inmaculada Concepción.

Fr. José Rodríguez Carballo, ofm,
Ministro General.

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