Fr. José Rodríguez Carballo,
Ministro General OFM
CARTA DE NAVIDAD 2008:
«Y, siendo sobremanera rico,
quiso escoger la pobreza en este mundo» (2CtaF 5)
QUERIDOS HERMANOS Y
HERMANAS:
Es Navidad: la fiesta de las fiestas para el
padre san Francisco (2 Cel 199). Es Navidad: finalmente Dios ha plantado su
tienda entre nosotros, desposándose para siempre con la humanidad. Es
Navidad: «Cuando llegó la plenitud de los tiempos», la
omnipotencia y soberanía de Dios se ha revelado en un niño.
«Alegrémonos y gocémonos» en el Señor.
Hagamos fiesta: la Palabra se hace carne.
Con razón es Noche Buena. En este día, hecho por el Señor,
brote del corazón y de los labios de cada hermano y hermana un canto de
gozo, pues el Poderoso, cuyo nombre es santo, ha hecho cosas grandes por
nosotros, y la gloria del Señor habita nuestra tierra.
En este tiempo de gracia miremos, hermanos y
hermanas, al Poverello para aprender de él a acoger y celebrar el
misterio de la encarnación y del nacimiento de nuestro Señor
Jesucristo.
«Y EL VERBO SE HIZO
CARNE» (Jn 1,14)
El Hijo de Dios se hizo carne, asumió
nuestra naturaleza humana en su debilidad y fragilidad. Finalmente el proyecto
divino se ha realizado en un hombre, es visible, accesible, palpable. El Verbo
encarnado no es un mito, es una persona, que se insertó totalmente en la
historia humana, asumiendo nuestra misma carne. La vieja Tienda del encuentro,
morada de Dios entre los israelitas durante su peregrinación por el
desierto, ha sido sustituida definitivamente. Desde ahora la tienda de Dios, el
lugar donde él habita en medio de los hombres, es una persona, una
«carne», y se llama «Emmanuel [...], Dios con nosotros» (Mt
1,23).
Los profetas habían anunciado
días de ira, de juicio, de venganza y de castigo. Se podría decir
que Dios había perdido la paciencia, y al hombre pareciera que no le
quedaba otra salida que hundirse en el polvo. Y cuando parece que todo
había terminado, Dios toma la iniciativa: «Porque un niño
nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9, 5), es el «Hijo del
Altísimo», cuyo nombre es Jesús, el Salvador (cf. Lc
1,31-32). Esta es la gran sorpresa de la Navidad: el día que
teníamos que rendir cuentas, «se manifestó la bondad de Dios
nuestro Salvador y su amor a los hombres» (Tit 3,4). Y aquí
está también la «noticia, motivo de alegría» de
la Navidad: «Con amor eterno te he amado» (Jer 31,3), ¡tú
has vuelto a ser alguien porque alguien te ama!
A un cierto momento de su vida, Francisco
descubre el significado profundo de la encarnación del Verbo: el Padre
ama tanto a la humanidad que envía al Hijo. Desde entonces ese misterio
de amor será para él motivo de contemplación constante,
porque no deja de asombrarle y, al mismo tiempo, de entusiasmarle: la
«Palabra del Padre, tan digna, tan santa y gloriosa, fue anunciada por el
mismo altísimo Padre desde el cielo, por medio del santo ángel
Gabriel, [y vino] al seno de la santa y gloriosa Virgen María en el que
recibió la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad. Y, siendo
sobremanera rico, quiso escoger la pobreza en este mundo, junto con la
bienaventurada Virgen, su madre» (2CtaF 4-5). Misterio de amor, de pobreza
extrema y de humana fragilidad, eso es la encarnación, el misterio que
celebramos en estos días de Navidad.
Por la encarnación, el Hijo de Dios,
sin dejar de serlo, asume todas nuestras debilidades, excepto el pecado, y el
que era sobremanera rico, se hace pobre y siervo por nosotros, para redimirnos
por su pasión y muerte: «Y te damos gracias porque así como
nos creaste por tu Hijo, así también por el santo amor con que
nos amaste, hiciste que él, verdadero Dios y verdadero hombre, naciera
de la gloriosa siempre Virgen beatísima Santa María, y quisiste
que nosotros, cautivos, fuéramos redimidos por su cruz y sangre y
muerte» (1 R 23,3). Aquí está la razón más
profunda por la que Francisco amaba la Navidad más que las demás
fiestas. Aquí está la única razón que justifica el
que celebremos la Navidad: El Padre ha querido salvarnos y redimirnos, por eso
nos envía al Hijo.
Pero Francisco no sólo se queda en la
admiración, sino que la contemplación de este misterio de
abajamiento y humillación es determinante en su modo de seguir a
Jesús: «La suprema aspiración de Francisco, su más
vivo deseo y su más elevado propósito, era observar en todo y
siempre el santo Evangelio y seguir la doctrina de nuestro Señor
Jesucristo y sus pasos con suma atención, con todo cuidado, con todo el
anhelo de su mente, con todo el fervor de su corazón. En asidua
meditación recordaba sus palabras y con agudísima
consideración repasaba sus obras. Tenía tan presente en su
memoria la humildad de la encarnación y la caridad de la pasión,
que difícilmente quería pensar en otra cosa» (1 Cel 84).
Para comunicarse a los hombres, la Palabra ha escogido la
kénosis, el anonadamiento, el vacío, el despojo. El camino
que trae Dios a los hombres empieza en Belén y termina en el Calvario,
comienza en el pesebre y termina en la cruz. Esto lo entendió muy bien
Francisco. Desde entonces ya no hay otro camino para que el hombre se pueda
comunicar con Dios, ya no hay otra manera de celebrar cristiana y
franciscanamente la Navidad que no sea vaciándonos de nosotros mismos,
asumiendo la minoridad como la forma concreta que califique todos nuestros
ministerios (cf. El Señor nos habla en el camino,=Shc, 28), y la
lógica del don, como capacidad de salir de nosotros mismos para
ir al encuentro del otro, del distinto, como entrega gratuita a los otros,
similar al constante entregarse de Dios a nosotros (cf. Shc 22).
«OS TRAIGO UNA BUENA
NUEVA, UNA GRAN ALEGRÍA,
QUE ES PARA TODO EL PUEBLO» (Lc 2,10)
Los relatos evangélicos destacan la
alegría y el gozo que trae consigo la encarnación del
Señor. Fue María la primera en recibir con alegría el
anuncio del ángel Gabriel, y su Magníficat presagia el
gozo de todos los anawim. Juan Bautista salta de gozo en su presencia
cuando aún está en el seno de su madre. La encarnación es
motivo de gozo para todo el pueblo.
También Francisco «celebraba con
inefable alegría el nacimiento del niño Dios» (2 Cel 199).
«Quería que en este día todo cristiano saltara de gozo en el
Señor» (EP 114). «Este es el día que hizo el
Señor alegrémonos y gocemos en él» (Ofp 25). La
Navidad era, pues, día de alegría para Francisco. Pero la
alegría de la Navidad, la alegría cristiana, no es como la del
mundo, que pretende encontrarla en la acumulación de disfrute, en la
diversión, en los regalos, en el consumo... El gozo de la Navidad surge
de la admiración y el agradecimiento por el abajamiento del Hijo de
Dios, por haber tomado la fragilidad y humildad de nuestra carne, por haber
escogido la pobreza de este mundo, junto con la bienaventurada Virgen, su madre
(cf. 2CtaF 4-5). Por este motivo, para Francisco la verdadera alegría se
alcanza recorriendo, como Jesús, el camino del desprendimiento y de la
donación total. Porque la pobreza es el camino salvador y redentor que
condujo a Jesús a nosotros, por eso la celebración de la Navidad
produce un gozo distinto: el gozo de la pobreza. He ahí la fuente
de la verdadera alegría navideña: el sentirnos tan pobres que
necesitamos de alguien que nos salve, y haga que nuestra esterilidad sea
fecunda, como fecunda fue la esterilidad de Alcaná y Ana (cf. 1 Sm
1,1-20). Sólo así seremos también nosotros, como lo fueron
Isaac, Sansón y Samuel, hijos de la gracia de Dios, hijos de
Dios.
Este modo de entender y de vivir Francisco
la Navidad nos ha de llevar a una revisión profunda de cómo
vivimos este importante tiempo litúrgico, pues puede que nuestra
celebración de la Navidad sea un tanto ambigua. Y así, junto a
valores como el fomento de los encuentros familiares, la mayor
predisposición a compartir y a reconciliarse, el reavivar los
sentimientos de fraternidad universal, las hermosas celebraciones
litúrgicas y la transmisión a los niños de aspectos
importantes de la fe por medio del Belén, nos encontramos con un
consumismo y derroche desmesurados que ignoran a gran parte de la humanidad que
vive con lo imprescindible o con menos que eso, y que igualmente ignora el
deterioro ecológico que ese consumismo produce. Quizás
está ahí el vicio de fondo de nuestra fiesta: celebramos nuestra
Navidad, y no la suya. Quizás hemos deformado la Navidad. Si esto fuera
así, hemos de recuperar el modo franciscano de celebrarla.
Navidad es movimiento, ganas de abandonar
los cómodos parajes. Vivimos la Navidad sólo si aceptamos
dejarnos desinstalar, si vamos donde él está. El Emmanuel, el
Dios-con-nosotros, es el Dios que se hace buscar, y se deja encontrar
sólo por los que saben que son pobres. Permitidme una pregunta que me la
hago a mí mismo: ¿Y si alguien nos pidiese que le contáramos
nuestra Navidad, dejando a parte los regalos, el menú, las tarjetas...?
Quitada toda esa mercancía, ¿nos quedaría algo nuevo que
contar? También Navidad puede ser un tiempo propicio para escuchar la
advertencia de san Pablo de no acomodarnos a los criterios de este mundo (cf.
Rom 12,2), y vivir esta fiesta de tal modo que resulte un «patente
testimonio profético contra los falsos valores de nuestro tiempo»
(CC. GG. 67).
«ALLÍ LA
SIMPLICIDAD RECIBE HONOR,
LA POBREZA ES ENSALZADA,
LA HUMILDAD ES VALORADA» (1Ce1 85)
El relato del pesebre que Francisco
preparó el día de Navidad en Greccio, describe a Jesús en
el misterio de su humildad y su pobreza, de su exclusión e
indefensión, usando expresiones como «invalidez del
niño», «rey pobre», «pequeña ciudad»,
pesebre, heno, buey y asno... (1 Cel 84-86).
En Greccio, junto a Francisco, aprendemos a
mirar, comprender y sentir de otra manera. Acostumbrados a mirar lo que
destaca, lo que da prestigio, se nos pide descubrir y dejamos vivificar por la
presencia misteriosa y silenciosa de Dios en lo pequeño y escondido, en
lo sencillo, pobre y humilde de nuestras vidas y de la vida. Se nos invita a
acercarnos a ese niño desde la ternura y la pobreza y no desde la
agresividad o la prepotencia. Para encontrarnos con el recién
nacido no hay otro camino que hacernos sencillos y pequeños, como
María, José, y los pastores.
Greccio y Belén son una llamada a ser
fieles a una dimensión esencial de nuestra forma de vida: la
minoridad. Las Constituciones Generales nos dicen: «Para seguir más
de cerca y reflejar con mayor claridad el anonadamiento del Salvador, adopten
los hermanos la vida y la condición de los pequeños de la
sociedad, morando siempre entre ellos como menores» (CC. GG. 66,1; cf. CC.
GG. 97,1). Greccio y Belén son una llamada a «vivir el Evangelio
como menores entre los menores» (Shc 33). Greccio y Belén nos
llaman a observar los acontecimientos y a leer la realidad desde los pobres
(cf. CC. GG. 97,2) y a aprender de ellos (cf. CC. GG. 93,1) porque es
así como verdaderamente les podremos servir.
«QUERÍA QUE EN
ESTE DÍA LOS RICOS
DEN DE COMER EN ABUNDANCIA
A LOS POBRES Y HAMBRIENTOS» (2 Cel 200)
Otro aspecto importante de los relatos de la
Navidad de Francisco es el gozo por la manifestación histórica de
la dinámica del don de Dios a la humanidad.
En Belén nos encontramos con la
lógica del don (cf. Shc 19-25). En Jesús «ha
aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre» (Tit 3,4-5). En
Jesús «ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación
para todos los hombres» (Tit 2,11). Ante ese don extraordinario de Dios a
la humanidad, brota el estupor, el agradecimiento y la alabanza, pero
también la respuesta desde la lógica del don. Si Dios nos
ha dado todo y se ha dado a sí mismo en su Hijo, nosotros somos
invitados también a entrar en un movimiento de restitución, a
darnos totalmente a Él (cf. 1 R 17,17), e igualmente a «entregar y
entregarnos gratuitamente a los otros, a través de un movimiento del
don, que es similar al constante entregarse de Dios» (Shc 22).
De este modo la celebración de la
Navidad ha de activar en nosotros la puesta en práctica de algunos de
los medios que nos hemos propuesto en el proyecto La gracia de los
orígenes para los años 2008-2009: Cuidar que toda Entidad
establezca formas concretas de expropiación y de restitución de
nuestros bienes a los pobres, que son nuestros maestros y señores;
verificar en cada Fraternidad local el uso de nuestros espacios, buscando
realizar opciones solidarias y generosas en el compartir; y colaborar
activamente en el Fondo solidaridad que se ha abierto en la Curia general para
salir al paso de necesidades urgentes, tanto dentro como fuera de la
Orden.
CONCLUSIÓN
Hermanos y hermanas: la Navidad de este
año está envuelta en el oscuro manto de la crisis
económica. Esta situación, grave para muchos, no puede dejarnos
indiferentes. Después de un breve recorrido por la experiencia de
Francisco os invito a celebrar la Navidad desde la perspectiva de la minoridad
vivida con gozo en el hoy de un mundo donde abunda la pobreza y el deterioro de
la creación nos desafía. Tratar de vivir los valores que nos ha
transmitido Francisco: acogida gozosa de la Palabra, agradecimiento por todos
los bienes que recibimos de Dios en primer lugar el don de su Hijo (cf. Adm
1,17), cercanía y servicio a los hermanos con los que vivimos,
encuentro con Dios en lo sencillo y pequeño de la vida, compartir las
condiciones de vida de los pequeños de la sociedad y estar a su servicio
restituyéndoles nuestros bienes. Será sin duda la mejor manera de
celebrar la gran noticia del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús
nacido en Belén, y el mejor testimonio que podemos dar de esa buena y
gran alegría a nuestro mundo, profundamente necesitado de ella.
A todos vosotros, mis queridos hermanos y
hermanas, os deseo una celebración sencilla, gozosa y solidaria del
nacimiento del Señor, y que su Espíritu nos mantenga la
pasión por Dios y por la humanidad en el 2009.
¡FELIZ NAVIDAD!
Roma, 8 de diciembre de 2008
Solemnidad de la Inmaculada Concepción,
Reina y Madre de la Orden de Hermanos Menores