S. S. BENEDICTO
XVI
MENSAJE PARA LA XLVI JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
«Silencio y Palabra: camino de
evangelización»
(Domingo 20 de mayo de 2012)
Queridos hermanos y hermanas:
Al acercarse la Jornada Mundial de las
Comunicaciones sociales de 2012, deseo compartir con vosotros algunas
reflexiones sobre un aspecto del proceso humano de la comunicación que,
siendo muy importante, a veces se olvida y hoy es particularmente necesario
recordar. Se trata de la relación entre el silencio y la palabra: dos
momentos de la comunicación que deben equilibrarse, alternarse e
integrarse para obtener un auténtico diálogo y una profunda
cercanía entre las personas. Cuando palabra y silencio se excluyen
mutuamente, la comunicación se deteriora, ya sea porque provoca un
cierto aturdimiento o porque, por el contrario, crea un clima de frialdad; sin
embargo, cuando se integran recíprocamente, la comunicación
adquiere valor y significado.
El silencio es parte integrante de la
comunicación y sin él no existen palabras con densidad de
contenido. En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos;
nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que
queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos.
Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante, expresarse a
sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras
palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se abre así un
espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación
humana más plena. En el silencio, por ejemplo, se acogen los momentos
más auténticos de la comunicación entre los que se aman:
la gestualidad, la expresión del rostro, el cuerpo, como signos que
manifiestan la persona. En el silencio hablan la alegría, las
preocupaciones, el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una
forma de expresión particularmente intensa.
Del silencio, por tanto, brota una
comunicación más exigente todavía, que evoca la
sensibilidad y la capacidad de escucha que a menudo desvela la medida y la
naturaleza de las relaciones. Allí donde los mensajes y la
información son abundantes, el silencio se hace esencial para discernir
lo que es importante de lo que es inútil y superficial. Una profunda
reflexión nos ayuda a descubrir la relación existente entre
situaciones que a primera vista parecen desconectadas entre sí, a
valorar y analizar los mensajes; esto hace que se puedan compartir opiniones
sopesadas y pertinentes, originando un auténtico conocimiento
compartido. Por esto, es necesario crear un ambiente propicio, casi una especie
de "ecosistema" que sepa equilibrar silencio, palabra,
imágenes y sonidos.
Gran parte de la dinámica actual
de la comunicación está orientada por preguntas en busca de
respuestas. Los motores de búsqueda y las redes sociales son el punto de
partida en la comunicación para muchas personas que buscan consejos,
sugerencias, informaciones y respuestas. En nuestros días, la Red se
está transformando cada vez más en el lugar de las preguntas y de
las respuestas; más aún, a menudo el hombre contemporáneo
es bombardeado por respuestas a interrogantes que nunca se ha planteado, y a
necesidades que no siente. El silencio es precioso para favorecer el necesario
discernimiento entre los numerosos estímulos y respuestas que recibimos,
para reconocer e identificar asimismo las preguntas verdaderamente importantes.
Sin embargo, en el complejo y variado
mundo de la comunicación emerge la preocupación de muchos hacia
las preguntas últimas de la existencia humana: ¿quién soy
yo?, ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?,
¿qué puedo esperar? Es importante acoger a las personas que se
formulan estas preguntas, abriendo la posibilidad de un diálogo
profundo, hecho de palabras, de intercambio, pero también de una
invitación a la reflexión y al silencio que, a veces, puede ser
más elocuente que una respuesta apresurada y que permite a quien se
interroga entrar en lo más recóndito de sí mismo y abrirse
al camino de respuesta que Dios ha escrito en el corazón
humano.
En realidad, este incesante flujo de
preguntas manifiesta la inquietud del ser humano siempre en búsqueda de
verdades, pequeñas o grandes, que den sentido y esperanza a la
existencia. El hombre no puede quedar satisfecho con un sencillo y tolerante
intercambio de opiniones escépticas y de experiencias de vida: todos
buscamos la verdad y compartimos este profundo anhelo, sobre todo en nuestro
tiempo en el que "cuando se intercambian informaciones, las personas se
comparten a sí mismas, su visión del mundo, sus esperanzas, sus
ideales" (Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones
Sociales de 2011).
Hay que considerar con interés
los diversos sitios, aplicaciones y redes sociales que pueden ayudar al hombre
de hoy a vivir momentos de reflexión y de auténtica
interrogación, pero también a encontrar espacios de silencio,
ocasiones de oración, meditación y de compartir la Palabra de
Dios. En la esencialidad de breves mensajes, a menudo no más extensos
que un versículo bíblico, se pueden formular pensamientos
profundos, si cada uno no descuida el cultivo de su propia interioridad. No
sorprende que en las distintas tradiciones religiosas, la soledad y el silencio
sean espacios privilegiados para ayudar a las personas a reencontrarse consigo
mismas y con la Verdad que da sentido a todas las cosas.
El Dios de la revelación
bíblica habla también sin palabras: "Como pone de manifiesto
la cruz de Cristo, Dios habla por medio de su silencio. El silencio de Dios, la
experiencia de la lejanía del Omnipotente y Padre, es una etapa decisiva
en el camino terreno del Hijo de Dios, Palabra encarnada... El silencio de Dios
prolonga sus palabras precedentes. En esos momentos de oscuridad, habla en el
misterio de su silencio" (Exhortación apostólica
postsinodal, Verbum Domini, 21). En el silencio de la cruz habla la
elocuencia del amor de Dios vivido hasta el don supremo. Después de la
muerte de Cristo, la tierra permanece en silencio y en el Sábado Santo,
cuando "el Rey está durmiendo y el Dios hecho hombre despierta a
los que dormían desde hace siglos" (cf. Oficio de Lecturas del
Sábado Santo), resuena la voz de Dios colmada de amor por la
humanidad.
Si Dios habla al hombre también
en el silencio, el hombre igualmente descubre en el silencio la posibilidad de
hablar con Dios y de Dios. "Necesitamos el silencio que se transforma en
contemplación, que nos hace entrar en el silencio de Dios y así
nos permite llegar al punto donde nace la Palabra, la Palabra redentora"
(Homilía durante la misa con los miembros de la Comisión
Teológica Internacional, 6 de octubre 2006). Al hablar de la
grandeza de Dios, nuestro lenguaje resulta siempre inadecuado y así se
abre el espacio para la contemplación silenciosa. De esta
contemplación nace con toda su fuerza interior la urgencia de la
misión, la necesidad imperiosa de "comunicar aquello que hemos
visto y oído", para que todos estemos en comunión con Dios
(cf. 1 Jn 1,3). La contemplación silenciosa nos sumerge en la fuente del
Amor, que nos conduce hacia nuestro prójimo, para sentir su dolor y
ofrecer la luz de Cristo, su Mensaje de vida, su don de amor total que
salva.
En la contemplación silenciosa
emerge asimismo, todavía más fuerte, aquella Palabra eterna por
medio de la cual se hizo el mundo, y se percibe aquel designio de
salvación que Dios realiza a través de palabras y gestos en toda
la historia de la humanidad. Como recuerda el Concilio Vaticano II, la
Revelación divina se lleva a cabo con "hechos y palabras
intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras
realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y
confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las
palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido
en ellas" (Dei Verbum, 2). Y este plan de salvación culmina
en la persona de Jesús de Nazaret, mediador y plenitud de toda la
Revelación. Él nos hizo conocer el verdadero Rostro de Dios Padre
y con su Cruz y Resurrección nos hizo pasar de la esclavitud del pecado
y de la muerte a la libertad de los hijos de Dios.
La pregunta fundamental sobre el sentido
del hombre encuentra en el Misterio de Cristo la respuesta capaz de dar paz a
la inquietud del corazón humano. Es de este Misterio de donde nace la
misión de la Iglesia, y es este Misterio el que impulsa a los cristianos
a ser mensajeros de esperanza y de salvación, testigos de aquel amor que
promueve la dignidad del hombre y que construye la justicia y la
paz.
Palabra y silencio. Aprender a comunicar
quiere decir aprender a escuchar, a contemplar, además de hablar, y esto
es especialmente importante para los agentes de la evangelización:
silencio y palabra son elementos esenciales e integrantes de la acción
comunicativa de la Iglesia, para un renovado anuncio de Cristo en el mundo
contemporáneo. A María, cuyo silencio "escucha y hace
florecer la Palabra" (Oración para el ágora de los
jóvenes italianos en Loreto, 1-2 de septiembre 2007), confío
toda la obra de evangelización que la Iglesia realiza a través de
los medios de comunicación social.
Vaticano, 24 de enero 2012, fiesta de
San Francisco de Sales.
[Del servicio informático de la
Santa Sede]