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Celano: Vida segunda de San Francisco (2 Cel) |
Tomás de Celano: Introducción: Lázaro Iriarte, o.f.m.cap. Texto tomado de: Biblioteca de Autores Cristianos (BAC 399) Introducción Tomás de Celano ingresó en la fraternidad en 1214 ó 1215, cuando San Francisco regresó de España, renunciando a su proyectado viaje a Marruecos. «Dios en su bondad -escribe él mismo al referir el hecho- tuvo a bien acordarse de mí y de muchos otros... A poco de la vuelta del Santo a la iglesia de Santa María de la Porciúncula, se reunieron a él resueltamente algunos letrados y nobles» (1 Cel 56s). Al número de esos letrados, que Francisco recibía con alborozo aun a sabiendas de que en manos de ellos se pondría a prueba la sencillez evangélica inicial, pertenecía Tomás. No figuraría entre los «compañeros» íntimos del Fundador; pero, por su cultura y por la amplia experiencia de la difusión de la Orden, poseería una visión más realista que ellos del ideal común. En 1221 formó parte de la expedición a los países germánicos. En 1223 estaba al frente, en calidad de custodio, del grupo de hermanos de la región renana. En 1224 regresó a Italia. Asistió a la canonización del Fundador el 16 de julio de 1228 en Asís y, asimismo, a la traslación del cuerpo del Santo en 1230. Debió de residir habitualmente en Asís, o al menos aquí trabajó en diferentes tiempos en la composición de la Vida segunda, del Tratado de los Milagros y de la Leyenda de Santa Clara. Parece que pasó los últimos años de su vida en su tierra natal, los Abruzzos. Murió en Tagliacozzo hacia 1260. Hombre de amplia cultura eclesiástica, hábil escritor y buen latinista, era también poeta. La crítica ha vuelto a atribuirle la paternidad de la secuencia Dies irae. Y no le faltaba el vuelo oratorio, efectista, que aparece en muchos pasajes de sus obras. Teólogo y moralista, pero no hombre de cátedra, tiene una visión del mundo y de los acontecimientos muy dominada por los esquemas ascéticos tradicionales. La «Vida segunda» (1246-47) En 1246, o, más exactamente, a partir de la decisión del capítulo general de 1244, Celano tuvo que asumir de nuevo la tarea de biógrafo oficial de San Francisco; esta vez por mandato del ministro general, Crescencio de Jesi. Así lo afirma en el prólogo. No habla, sin embargo, en nombre propio, sino como jefe de un equipo de compiladores: «Plugo a la santa asamblea del capítulo general pasado y a vos, reverendísimo padre..., encomendar a nuestra pequeñez el encargo de escribir para consuelo de los presentes y recuerdo de los venideros, los hechos y los dichos del glorioso Padre nuestro Francisco; a nosotros que tuvimos de él un conocimiento mayor que los demás por el trato familiar y constante con él por espacio de muchos años». Todo hace pensar que Celano no fue solamente el encargado de sistematizar y dar forma al material recibido de los «tres compañeros» reunidos en Greccio -León, Ángel y Rufino- y de otros informadores, sino que él mismo formaba parte del grupo, a no ser que se trate de un mero gesto de cortesía fraterna para con los autores del «florilegio», teniendo a la vista la carta con que ellos presentaban los relatos al ministro con fecha 11 de agosto de 1246. Esta identificación con sus colaboradores aparece en forma más viva en la plegaria final, dirigida a San Francisco: «Mientras escribíamos, nos sentíamos bajo el dulce encanto de tu recuerdo, y quisiéramos hacerlo gustar a otros...». Que se trata, más bien, de un recurso literario, aparece a continuación en la petición que hace por sí mismo: «Y te suplicamos con todo el afecto del corazón, padre benignísimo, por este hijo tuyo, que ahora y en otro tiempo escribió, por devoción, tus méritos; él, juntamente con nosotros, te ofrece y dedica esta obra, que ha logrado llevar a término...» (2 Cel 221-24). Lo cierto es que las páginas de la Vida segunda, por la unidad de estilo, por el lenguaje, por la sistematización de los temas, ponen de manifiesto la mano de Celano como único responsable de la redacción. El título dado por el autor era: Memoriale in desiderio animae (Is 26,8) de gestis et verbis sanctissimi Patris nostri Francisci. Un «memoriale», en la nomenclatura de la época, era algo diferente de una leyenda. En efecto, no se trata de una biografía propiamente dicha, sino de una ejemplificación consistente en refrescar en la memoria de los hermanos las enseñanzas y los hechos de Francisco dignos de imitación. Aquí precisamente estriba la diferencia fundamental con la Vida primera: ésta es una biografía, con una sucesión cronológica bien cuidada, destinada al pueblo fiel; la Vida segunda, por el contrario, es una agrupación ordenada de cuanto interesa saber a un hijo de San Francisco para una mayor fidelidad a su magisterio. No se tiene en cuenta el público de fuera, sino el lector de casa. Es un libro para la fraternidad. Pero la fraternidad ha sufrido una transformación muy notable en los dos decenios transcurridos desde que Celano escribió su Vida primera. Hay toda una problemática interna, centrada en la formulación práctica del ideal y en la aplicación de la letra y del espíritu de la Regla. Esta problemática no sólo condiciona las actitudes oficiales de la «comunidad», sino aun el material proporcionado a Celano por los informadores. A la tensión latente, a veces irrumpente, entre las dos tendencias, espiritual y jurídica, se añade, como en toda institución religiosa adulta, una pedagogía de familia, con tendencia cada vez más acusada hacia la ascética monástica tradicional. De aquí que muchas de las máximas puestas en boca de Francisco se hallen en contradicción con las enseñanzas contenidas en sus escritos personales. Hay un clima polémico, al que con frecuencia cede el mismo Celano, a veces conscientemente, guiado del deseo de presentar la vida del Fundador como dechado y ejemplo (véase 2 Cel 26 y 221). Sólo que, a fuer de hombre de la «comunidad» y ligado a un encargo oficial, se esfuerza por poner de relieve los valores de la vida regular, disciplinada y ordenada, con una marcada desconfianza hacia la espontaneidad de los primeros años, que tan bellamente había descrito en la primera biografía. A veces, no duda en modificar las palabras del Fundador para mejor servir a las posiciones de la comunidad en la interpretación de la Regla. Así, por citar un ejemplo, atribuye por su cuenta a Francisco la distinción entre propiedad y uso, violentando la fuente de que se ha servido; en este caso, el texto conservado por la Leyenda de Perusa (compárese 2 Cel 18 y 59, con LP 56 y 57). El plan de la obra aparece en el prólogo. Se propone, en primer lugar, completar el relato de la conversión de Francisco con pormenores que no constan en la Vida primera, «porque no habían llegado a conocimiento del autor». La visión que en esos 11 capítulos ofrece de la juventud de Francisco difiere bastante de la que dio en 1228. Entonces era el pecador sacado de su triste situación por la gracia de Dios; ahora es el gran predestinado, «siervo y amigo del Altísimo, hijo de la gracia» ya desde el nacimiento. La segunda parte (nn. 26ss), mucho más extensa, trata de poner en claro «lo que Francisco quiso para sí y para los suyos, cuál fue su intención santa, agradable y perfecta, su ejemplaridad en el modo de darse a las enseñanzas celestiales y a la más alta perfección» (Pról. 2). Sigue un esquema ascético muy bien ideado, dejando de lado divisiones convencionales de escuela. Los temas se agrupan y relacionan en una visión genuinamente franciscana, sobre todo cuando presenta los elementos integrantes de la fraternidad. El estilo es menos cultivado que en la Vida primera. La narración marcha rápida, densa, viva, sincera. El entusiasmo cálido de los relatos originales no ha quedado traicionado al mejorar la prosa. Ninguna otra fuente biográfica ofrece tan copiosa información como la Vida segunda. Por ello es de consulta obligada para todo estudioso de San Francisco y de su espiritualidad. Pero deberá utilizarla con cautela, sabiendo leer más allá de la letra, que tantas veces refleja posiciones polémicas de los informadores, apreciaciones personales del biógrafo o, quizá, criterios oficiales dictados por Crescencio de Jesi con miras a eliminar el contraste entre los ideales del Fundador y la mentalidad evolucionada de la «comunidad». |