DIRECTORIO FRANCISCANO
Fuentes biográficas franciscanas

Proceso de canonización de Santa Clara (Proceso)


 

PROCESO DE CANONIZACIÓN DE SANTA CLARA

Introducción, traducción y notas:
Ignacio Omaechevarría, o.f.m.

Texto tomado de:
Escritos de Santa Clara
y documentos complementarios.

Edición bilingüe preparada por
Ignacio Omaechevarría, o.f.m.

Biblioteca de Autores Cristianos (BAC 314)
Madrid, 1999, 4ª edición (reimpresión), págs. 60-115.

Proceso I-VI

Proceso VII-XX

Introducción
por Ignacio Omaechevarría, o.f.m.

Fue como una revelación cuando el P. Zeferino Lazzeri dio a conocer al público esta pieza de excepcional interés para confrontar los datos de la Leyenda y de las crónicas medievales y para mejor ilustrar, en contacto directo con las primeras compañeras de santa Clara, algunos aspectos de su maravillosa vida. Las declaraciones de las monjas se recogieron del 24 al 28 de noviembre de 1253.

El acto tuvo lugar -escribe Sarasola- «en el minúsculo claustro de San Damián de Asís, el 24 de noviembre de 1253, tres meses después de la muerte de la santa. El jardincillo, que tantas veces perfumaron las rosas y violetas acariciadas de sus manos, condensa en ese día otoñal toda la melancolía de las montañas y llanuras de Umbría, hecha sangre de alma y afectos transidos de tristeza en el corazón de las mujeres que en el claustro se hallaban congregadas. Son: Pacífica de Guelfuccio, Benvenuta de Perusa, Felipa, Amata, Cristiana, Benvenuta de Diambra, Cristiana, Francisca, Beatriz de Favarone de Asís, Cecilia, Balbina, Angeluccia, Inés, Lucía. Hijas de altivos guerreros, gallardearon su florida adolescencia en las salas de los castillos y palacios señoriales. Más de una vez, al lado de su amiga Clara, lucieron la gentileza de los andares y rostros juveniles; más de una vez remansaron en los ojos y el corazón de los nobles mozos feudatarios ensueños de seducción y ventura. La ardiente y sutil canción trovadoresca trenza y exalta la sugestión de esos nombres de hermosas castellanas. Ahora son pobres mujeres caducas que se consumieron en llama interior al contacto del alma encendida que se extinguió» (1).

Formaban el tribunal messer Bartolomé, obispo de Espoleto, comisionado al efecto por Inocencio IV en virtud de una bula datada el 18 de octubre de 1253; y su notario Martino; y Leonardo, arcediano de Espoleto; y Giacomo, arcipreste de Trevi; y tres Frailes Menores: Fr. Marcos, capellán del monasterio; Fr. Ángel de Rieti, y Fr. León, que había tenido trato frecuente con la santa y que había asistido junto al lecho de la moribunda. El obispo comenzó por leer solemnemente la bula del Papa, que fue escuchada en emocionado silencio. Y se procedió a tomar declaración al grupo de trece monjas seleccionadas entre las que mejor habían conocido a Clara, si bien en el curso del proceso salió a relucir un milagro relacionado con una de las hermanas dejadas al margen, por lo que también ésta fue luego llamada a declarar, y además se recogió igualmente el testimonio de una enferma en su celda, resultando de este modo quince las declarantes. La sesión de clausura de la fase «damianita» del proceso se tuvo nuevamente en el claustro del monasterio el día 28 de noviembre por la mañana. Y por la tarde del mismo día, el tribunal se trasladó a la iglesia de San Pablo para registrar los dichos de los caballeros Hugolino de Pietro Girardone y Ranieri de Bernardo, pariente de la santa, y Pietro de Damiano, y de madonna Bona de Guelfuccio. Y el 29 se cerró la parte del proceso relativa a la vida y virtudes en la misma iglesia de San Pablo, con la deposición de Giovanni de Ventura, compañero de infancia de la difunta abadesa en su casa paterna. Luego seguiría probablemente, en otros días y lugares, la parte relativa a los milagros, de la que no conocemos el paradero.

No vamos a resumir aquí el contenido de las declaraciones, que pueden leerse íntegras a continuación; pero creemos útil destacar, a título de orientación, algún que otro punto, como el de la nobleza de linaje de santa Clara, que se complacen en poner de relieve Ranieri de Bernardo, quien asegura que «madonna Chiara fue de las personas más nobles de Asís tanto por parte del padre como de la madre»; o Pietro de Damiano, el cual concreta que «de su casa eran siete caballeros, todos nobles y poderosos» (2); o el de la simpatía que la santa sintió por aquel puñado de quijotescos operarios que fueron a ayudar a Francisco en su obra de restauración de la Porciúncula, cuando el santo no era aún sino un idealista incomprendido y, por eso mismo quizá, más comprendido por la joven piadosa y soñadora de la casa de Favarone de Offreduccio. En efecto, por la declaración de Bona de Guelfuccio se sabe que Clara, «mientras estaba aún en el siglo», entregó a la declarante cierta cantidad de dinero para los que trabajaban en la Porciúncula, a fin de que pudieran procurarse carne (3).

Mas preguntémonos: ¿Cómo ha llegado hasta nosotros el proceso de santa Clara, cuando nada se sabe, en cambio, de procesos más célebres del siglo XIII? Es oportuno recordar que las actas de este género, una vez utilizadas para la canonización, y, en este caso, también para la redacción de la Leyenda, ya no interesaban. Y así ocurrió indudablemente con las actas de nuestro proceso, las cuales, sin embargo, fueron de nuevo consultadas hacia fines del siglo XV y principios del siglo XVI por el autor de una biografía italiana anónima y por Mariano de Florencia. Mas luego el singular documento cayó de nuevo en el olvido, hasta que Lazzeri nos lo descubrió otra vez en 1920, en el códice misceláneo 1975-2040 de la Biblioteca privada de Landau (ahora en la Bibl. Nacional de Florencia, colección Landau-Finaly, ms. 251), procedente del monasterio de Santa Chiara Novella de Florencia.

Dentro del citado códice misceláneo, el documento que nos afecta ocupa 34 folios, que formaban opúsculo aparte, hasta que se unieron varias piezas diversas en un volumen. Mas no se trata de las actas originales del proceso, que sin duda se redactaron en latín, sino de una versión del siglo XV en dialecto umbro. El opúsculo debió de llegar del monasterio de Santa Chiara de Perusa, de donde procedían la abadesa Magdalena del Conte Umberto di Romagna y otras tres monjas, que en 1453 fueron a la nueva fundación florentina, llevándose consigo seguramente, o haciéndose enviar luego, una vida de santa Clara, o sea la versión umbra de nuestro proceso (Z. Lazzeri).

De esta versión umbra del siglo XV, publicada por Lazzeri, se han hecho algunas traducciones o adaptaciones recientes, una en italiano moderno, debida a Nello Vian, en 1961; otra en inglés, por Nesta de Robeck, en su St. Clare of Assisi, en 1951; y otra en francés, a cargo de las Clarisas de Toulouse, en 1961, bajo el título de J'ai connu Madame Ste. Claire. Estas ediciones son útiles, pero resultan insuficientes.

A falta del original latino, no damos en este caso sino la traducción española, desde luego la primera en nuestra lengua, llevada a cabo sobre el texto umbro de Lazzeri, que es el único que se conoce, pero que no creemos necesario reproducir en estas páginas.

El original latino lo tenemos solamente de la bula por la que el papa Inocencio IV encarga al obispo de Espoleto la instrucción canónica del proceso.

* * * * *

Notas:

1) Sarasola, San Francisco de Asís, Madrid 1960, 2.ª ed., 186. El P. Sarasola hace un uso amplio del Proceso en su capítulo sobre santa Clara.

2) Proceso XVIII-4 y XIX-1. En todo caso, el tío Monaldo se presentará en Sant'Angelo di Panzo, para rescatar a Inés, no con siete, sino con doce caballeros. En otro terreno, ya es hora de que desaparezca de las biografías de la santa el supuesto apellido "Scifi", que no es sino una deformación de "Scipii" o "Cipii", patronímico analógico de "Scipio" o "Scipione", hermano de Favarone, el padre de Clara. Limitándonos a los miembros del linaje que más de cerca nos interesan, destaquemos que el abuelo de Clara fue Offreduccio, del cual se conocen cinco hijos: Paolo, Monaldo (el tío que interviene en primera línea en la persecución de Inés), Scipio o Scipione (padre de Fr. Rufino), Hugolino (padre de Monaldo iunior y de Martino, el cual, a su vez, será padre de Amata y Balbina, que seguirán a Clara al monasterio), y Favarone, desposado con Hortulana, padre de Inés, Beatriz y Clara.

3) Proceso XVII-7. Z. Lazzeri y F. Casolini, entre otros, aplican este gesto de la santa a la pequeña casa que el Común de Asís hizo construir en la Porciúncula mientras S. Francisco estaba fuera, y que el santo, a su regreso, quiso derribar. Yo opino, por el contexto de las circunstancias, que la casa levantada por el Común de Asís para los Frailes en la Porciúncula hay que referirla a una época más tardía. En la declaración de madonna Bona, «mientras estaba aún en el siglo», se trataba de otra cosa, de la obra de restauración que el Poverello llevó a cabo al principio de su conversión -sin que la hubiera terminado del todo al escuchar el pasaje evangélico decisivo para la nueva fase de su vida- con algunos pocos voluntarios reunidos con él ante aquella invitación extraña: «Quien me dé una piedra, tendrá un premio: quien me dé dos piedras, tendrá dos premios». Fue por estos originales obreros espontáneos por quienes Clara sintió simpatía, mientras los demás se reían de ellos. A los del Común no les faltaría la carne, aun sin el concurso de Clara.