DIRECTORIO FRANCISCANOHistoria franciscana |
|
[Título original: Le rôle de la prédication dans l'évolution de l'Ordre des Frères Mineurs d'après les écrits de saint François, en Franziskanische Studien 59 (1967) 53-64] Entre los documentos que nos informan sobre el ser y existir de los primeros hermanos menores y las relaciones que mantenían con sus contemporáneos, conservamos afortunadamente los escritos del que comenzó aquel movimiento y al que otros se unieron: Francisco de Asís. Fuente privilegiada de información, los escritos de Francisco no dejan, sin embargo, de ser difíciles de interpretar. Y esto, no tanto por la lengua de tales escritos, motivo de discusión, cuanto por las realidades en cuyo corazón nacieron. Todos los documentos que tenemos sobre los comienzos del movimiento franciscano, bien se trate de los escritos de Francisco o de sus primeros biógrafos, de los textos diplomáticos o de las crónicas, son unánimes en testimoniar claramente la existencia de una crisis de crecimiento de la Orden de los Hermanos Menores, crisis que estalló a la vuelta de los años 1219-1220 y que estaba lejos de quedar resuelta a la muerte de Francisco, en 1226. Ahora bien, los textos procedentes de Francisco que se refieren a la comunidad de los hermanos, es decir, las Reglas, las Admoniciones, las Cartas y el Testamento, fueron redactados entre 1219 y 1226,[1] es decir, o más de diez años después de los inicios, o, sobre todo, cuando, a causa de su crecimiento, la Orden nacida de Francisco resultaba cada vez más difícil de reunir, de visitar, de gobernar. Lo escrito vino, sin duda, en ayuda de lo oral, para tratar de resolver los problemas suscitados por la extensión y la diversificación. Cuánto más que, paralelamente al desarrollo de los problemas -y tal vez no totalmente independiente-, la salud de Francisco era cada vez más deficiente, haciendo más difíciles sus desplazamientos y limitando sus energías físicas, cuando debería haberse puesto a recorrer los caminos de Europa en todas las direcciones. Francisco, por ello, va a escribir y a pedir que se multipliquen las copias y se divulgue lo que escribe.[2] A los que no puede encontrar personalmente, procurará llegarse por escrito. Se comprende, por lo tanto, cuán delicado es interpretar lo que, en los escritos de Francisco, se refiere directamente a los hermanos. Todo cuanto proviene de los años 1219-1226 está marcado por la crisis de crecimiento y la evocación de los primeros años tenderá a hacerse, después de 1219, en relación con lo que se vivió entonces. Sin embargo, esos escritos pueden ser analizados y pueden iluminarnos sobre los comienzos de la vida de los hermanos, así como sobre los graves problemas surgidos después. Por lo que a nosotros se refiere, deseosos de comprender lo que se dice de la identidad y de las relaciones de los hermanos menores en los Opúsculos, y de captar mejor el papel desempeñado por la predicación en la evolución de la Orden, realizaremos nuestra investigación en dos tiempos: primero, discernir lo que los Opúsculos revelan de los diez primeros años de existencia de la fraternidad; después, deducir lo que dicen de las tensiones que se hicieron manifiestas hacia 1219 y que, como hemos dicho, distaban mucho de estar calmadas en 1226. Para el primer período, examinaremos el Testamento de Francisco en correlación con la Regla no bulada (1 R). Aquél recuerda los comienzos; ésta es un documento con estratos redaccionales múltiples, algunos de los cuales son manifiestamente muy antiguos y, en cualquier hipótesis, ciertamente anteriores al Concilio IV de Letrán, que se celebró en 1215.[3] Para el segundo período, ampliaremos nuestro campo de investigación y nos fijaremos, además de los dos textos ya citados, en la Regla bulada (2 R), en las Cartas y en las Admoniciones. I. LOS DIEZ PRIMEROS AÑOS DE LA «FRATERNIDAD» Francisco evoca, en los vv. 14-23 de su Testamento, los comienzos de la vida pública de los hermanos menores. Hace alusión a un texto que él hizo escribir y que el papa aprobó.[4] Este documento, redactado con miras a la visita a Inocencio III en la primavera de 1209, no se ha conservado como tal. Podría, sin embargo, pensarse que se encuentra difuso en la Regla no bulada, que lo habría reelaborado y ampliado según las necesidades de la vida cotidiana. Pero también se puede ver ciertamente en los vv. 16-23 del Testamento el tenor del propositum que Francisco sometió a la aprobación de Inocencio III y que, unos diecisiete años más tarde, en vísperas de morir, Francisco recuerda a sus hermanos. Los vv. 16-17 hablan de la admisión en la fraternidad, el v. 18 de la oración común, los vv. 19-23 de los hermanos entre los hombres, su conversatio, su modo de comportarse, incluido el trabajo. La admisión en el grupo de los hermanos incluye la distribución de todos sus bienes a los pobres, así como la modestia y la limitación del vestido.[5] Es interesante subrayar de paso que los "braccis" (calzones) son pieza de vestir para la marcha.[6] Es cuestión de decencia: se arremangaban la túnica para andar mejor. El llevar los calzones de forma permanente implica, pues, desplazamientos frecuentes, una cierta vida itinerante. La oración común de los hermanos está centrada sobre dos polos: el oficio divino celebrado por todos, clérigos y laicos, y la frecuentación de las iglesias.[7] Así, pues, desde el principio, hay hermanos clérigos y hermanos laicos, pero esto no aparece como una cuestión importante y, de ninguna manera, como un elemento discriminatorio entre los hermanos. Esta distinción, en efecto, entre clérigos y laicos no afecta más que a la manera de celebrar el oficio divino, lo que es normal. Por lo demás, semejante distinción sólo se encuentra en este versículo, el 18, mientras los cuatro precedentes y los cinco siguientes se refieren a todos los hermanos sin distinción de ninguna clase. El encuentro con las gentes[8] viene considerado, ante todo, como una actitud: simplicidad y sumisión de los hermanos. Dentro de este contexto aparece el trabajo con toda la importancia que se le da: debe servir de ejemplo, ahuyentar la ociosidad y asegurar la subsistencia. Es obligatorio para todos y pone a los hermanos en relación con las gentes. Se trata, en efecto, de un salario y de la limosna. En caso de que sea insuficiente el primero, los hermanos pueden recurrir a la segunda, es decir, a la cuestación en especie, de puerta en puerta, cosa entonces prohibida a los clérigos y a los monjes.[9] En todas esas ocasiones de encuentro, los hermanos saludan a la gente con un anuncio de paz. El propositum así descrito por Francisco en los vv. 16-23 de su Testamento permitiría discernir a un cierto tipo de grupo que tenía una identidad social y un modo de relacionarse. Se trata de un grupo desinstalado, móvil, por no decir itinerante: los hermanos llevan vestido de marcha, no quieren más que el vestido y el alimento; el trabajo, la adquisición de lo necesario les lleva a los demás. Este grupo cumple un cometido, el oficio divino, que incumbe a toda vida que se compromete a ser religiosa. La principal presencia de los hermanos entre los hombres parece ser la del ámbito de trabajo, entre los demás. El grupo, compuesto de clérigos y de laicos, lleva una vida que no es la de los clérigos, asignados a un lugar del que perciben un beneficio y a quienes está prohibido mendigar, una vida que comparte muchos elementos -minoridad, trabajo- de la vida del pueblo, pero sin ser idéntica a ella. Los hermanos quieren dar ejemplo, más con las obras que con las palabras: el trabajo viene antes que el saludo de paz, que todavía es demasiado pronto para llamarle predicación. Estos vv. 16-23 del Testamento reaparecen en la Regla no bulada. Los vv. 16-17 están incluidos en el cap. 2 que trata de la admisión de los hermanos; el v. 18, en el cap. 3, sobre el oficio divino; los vv. 19-22, en el cap. 7, sobre el trabajo; y el v. 23, en el cap. 14, sobre el modo de ir los hermanos por el mundo. Ahora bien, un estudio de los estratos redaccionales de la Regla no bulada, teniendo en cuenta los desarrollos sucesivos y las añadiduras debidas a las nuevas circunstancias en la vida de la fraternidad, permite delimitar, si no un núcleo primitivo, sí al menos un conjunto bastante antiguo, anterior a 1215, que abarca el capítulo sobre el fundamento evangélico de la vida de los hermanos, el cap. 2 sobre la admisión de los candidatos, el cap. 3 sobre el oficio divino, el cap. 7 sobre el trabajo, completado por los capítulos 8 y 9 sobre el dinero y la limosna, y el cap. 14 sobre el modo de ir los hermanos por el mundo, completado por el cap. 17 que trata de los predicadores.[10] La coincidencia es interesante: los capítulos de la Regla no bulada que incluyen el contenido de los vv. 16-23 del Testamento, parecen ser ellos precisamente los capítulos más antiguos y, además, estos capítulos se suceden en el mismo orden que los versículos del Testamento, o sea: admisión de los hermanos, oficio divino, trabajo y modo de ir por el mundo. Francisco, al escribir su Testamento en 1226, en vísperas de su muerte y en un momento difícil para la Orden, habría, pues, recordado los elementos esenciales del propósito de 1209, respetando incluso su ordenamiento. Para ver si esta coincidencia es significativa, habrá que examinar la Regla bulada de 1223. Pero, antes de esto, estudiemos el contenido de los capítulos de la Regla no bulada que incluyen los vv. 16-23 del Testamento. Admisión y vestido de los hermanos (1 R 2) En el cap. 2 de la Regla no bulada, se encuentra la distribución de los bienes entre los pobres y la modestia del vestido, al igual que en los vv. 16-17 del Testamento, pero el texto ha sufrido ya algunas ampliaciones. En lo que se refiere a la admisión en la comunidad de los hermanos, se trata aquí de la forma e institución de la santa Iglesia:[11] la potestad de recibir en la fraternidad está reservada al ministro, el cual debe exponer al candidato el tenor de la vida de los hermanos; después de un año de probación,[12] el que persevera es recibió a la obediencia y este vínculo es definitivo. Se menciona un cierto número de detalles, de casos particulares, como, por ejemplo, la dificultad de vender los propios bienes. En fin, se han añadido ya dos advertencias en este primer pasaje: que los hermanos se guarden, al admitir a un candidato, de entrometerse en sus negocios temporales y, sobre todo, de recibir dinero. El hábito se especifica más: una capucha que servirá para cubrir la cabeza. Y se refuerza la recomendación de llevar vestidos viles en oposición a los vestidos delicados y costosos que llevaban las gentes acomodadas y regias. Sin embargo, esta modestia del hábito podía atraer sobre los hermanos, llegado el caso, el calificativo de hipócritas.[13] El oficio divino y el ayuno (1 R 3) El oficio divino obliga a todos los hermanos: «Todos los hermanos, clérigos y laicos, cumplan con el oficio divino, las alabanzas y las oraciones según deben. Los clérigos cumplan con el oficio y digan por los vivos y por los difuntos lo que es costumbre entre los clérigos. Los laicos digan el credo y... padrenuestros con el gloria...» (1 R 3,3-4.10). Para cumplir este oficio, los clérigos podrán tener los libros necesarios, y los laicos que saben leer el salterio podrán tener uno. Aquí, más que en el v. 18 del Testamento, se nota la ambigüedad de las palabras clérigos y laicos. ¿Se trata de una distinción canónica o solamente de una distinción cultural entre los hermanos que saben leer y los que no saben?[14] Sea de ello lo que fuere, no se pone el acento en esto, sino más bien en la recitación del oficio divino por parte de todos los hermanos, actividad que les sitúa a todos, clérigos y laicos, en un contexto de vida religiosa. El desarrollo de la normativa sobre el ayuno, contenido en este mismo cap. 3, confirma lo que veníamos diciendo por cuanto no hace ninguna distinción entre los hermanos. El modo de servir y trabajar (1 R 7) Este capítulo comprende, en el mismo orden que en el Testamento, la actitud de sumisión de los hermanos, el trabajo realizado para asegurarse la subsistencia, para dar ejemplo y para evitar la ociosidad, el recurso a la limosna en caso de necesidad. La actitud fundamental, expresada aquí con las palabras: «... sean menores y estén sujetos a todos...» (1 R 7,2), queda realzada por la prohibición de ciertos trabajos o servicios que pueden engendrar escándalo o perjudicar al alma de los hermanos. Esta prohibición constituye una prohibición posterior exigida por situaciones concretas en que se encontraron los hermanos. Como salario de su trabajo, los hermanos podrán recibir de aquellos a quienes prestan tal trabajo todas las cosas necesarias, pero no dinero, aun con el riesgo de tener que acudir a la limosna «como los otros pobres».[15] Los que saben un oficio continúan ejerciéndolo, con tal que sea honesto, y para ello pueden tener los utensilios necesarios. Lo importante es dedicarse concienzudamente a algo que sea bueno, trabajo o servicio. Los vv. 13-16 son también añadiduras posteriores: una prohíbe a los hermanos toda apropiación, a fin de garantizar la acogida de cualquier persona que acuda a ellos; la otra les advierte seriamente que no se muestren tristes, sino alegres. Así, este mismo capítulo es el que trata de todo cuanto podría llamarse la inserción social de los hermanos, o, más sencillamente, su presencia habitual entre los hombres. Los hermanos iban a la gente y la gente venía a los hermanos, pero esta acogida mutua no siempre estaba exenta de dificultades, como bien lo dejan entrever las advertencias contenidas en este capítulo. El trabajo y el servicio, no sólo están integrados en ese encuentro con los hombres, sino que constituyen parte del mismo hasta tal punto importante que dos elementos que les están vinculados fueron muy pronto objeto de un desarrollo en dos capítulos distintos: la prohibición del dinero (cap. 8) y la mendicación (cap. 9). El cap. 8 de la Regla no bulada, recogiendo la prohibición, formulada ya en el cap. 7, de recibir dinero, la refuerza, especificándola en los casos de compra de vestidos o de libros, de salario del trabajo y de limosna; sólo se hace una excepción: para el caso de los hermanos enfermos. Además, prohíbe tener una ocupación que obligue a manejar dinero. Los hermanos no deben manejar el dinero, ni siquiera para otros. Ese dinero, que en aquel entonces se estaba convirtiendo en el nuevo símbolo del poder, los hermanos lo rechazan como algo incompatible con lo que son ellos. El cap. 9 es una reflexión sobre la condición social de los hermanos. Se nota que su situación planteaba cuestiones tanto a la gente como a los hermanos: vivir en compañía de personas de baja condición y despreciadas -pobres, enfermos, leprosos, mendigos- no es necesariamente fuente de alegría; la corta frase: «Y deben gozarse...»,[16] lo muestra bien a las claras. Además, la limosna hace sentir vergüenza y no siempre es rentable. Ante tales dificultades, los hermanos se vieron obligados a clarificar lo que ellos querían: «seguir la humildad y la pobreza de nuestro Señor Jesucristo» (1 R 9,1). A consecuencia de lo cual, ellos son pobres, contentos cuando pueden comer y vestirse, felices de estar con los pobres, aunque este medio ambiente no parezca, sin embargo, exclusivo; los hermanos irán, si es necesario, a pedir limosna «como los otros pobres» (1 R 9,3; 7,8), porque ésta es la justicia, el derecho del pobre que no tiene el salario de un trabajo para subsistir. Los hermanos llevan, pues, una existencia que conoce la necesidad, que carece de ley: deberán arreglárselas como Dios les dé la gracia. Cómo han de ir los hermanos por el mundo (1 R 14) Este capítulo contiene el saludo de paz del v. 23 del Testamento. Aquí se comprende mejor el contexto en que se sitúa el mismo. El cap. 7, en resumidas cuentas, estaba muy centrado en la presencia de los hermanos entre los hombres con motivo de sus actividades temporales y de la adquisición de lo necesario para su subsistencia material: trabajo, servicio y limosna. El asunto era evidentemente importante; las precisiones y las reflexiones integradas o añadidas en el cap. 7 lo atestiguan. Pero no es suficiente encontrar a los hombres a nivel de las servidumbres cotidianas; es necesario saber también la misión que lleva consigo una vida que apela al Evangelio. De esto precisamente trata el cap. 14 de la Regla no bulada: los hermanos tienen que anunciar la paz. El anuncio de la paz, en la Escritura, está asociado a la venida del reino de Dios y a su predicación. El cap. 14 ha de situarse en esta línea: es un tejido de reminiscencias de ocho perícopas evangélicas tomadas de Lucas y de Mateo, seis de las cuales están extraídas de los discursos de misión.[17] Al igual que para Jesús y los discípulos en el Evangelio, al igual que para tantos otros individuos y movimientos religiosos de los siglos XII y XIII, la misión significó para los hermanos menores, en primer lugar, una itinerancia acompañada de la predicación de la paz. Recuérdense a Roberto de Arbrissel, a Norberto de Xanten, a los Pobres de Lyon, a los Humillados. Todos estos hombres se pusieron en camino y comenzaron a predicar. Esto no dejó de plantear problemas de contenido y de autoridad, de ortodoxia y de jurisdicción: ¿qué se puede decir al respecto?; y ¿quién lo puede decir? Los hermanos menores se vieron envueltos en estas dificultades suscitadas por la predicación. En el cap. 14 de la Regla no bulada, la predicación forma parte de la misión de todos los hermanos en calidad de anuncio de la paz. En el cap. 17, se convierte en forma e institución de la santa Iglesia,[18] en oficio concedido por el ministro a ciertos hermanos por un tiempo indeterminado, pero no para siempre. Si bien el cap. 17 introduce una innovación con respecto al cap. 14, haciendo aparecer un oficio de la predicación confiado a ciertos hermanos, recuerda, sin embargo, en el v. 3: «que todos los hermanos prediquen con las obras» (1 R 17,3). Conclusión: vida y relaciones de los hermanos en sus orígenes Hemos reconocido, en el Testamento de Francisco, un propósito de vida expuesto muy sencillamente. Este propositum parece corresponder muy bien a los trozos más antiguos de la Regla no bulada, documento posterior a 1220 si se le considera en su forma actual, pero testigo de una larga elaboración comenzada muy pronto, proseguida constantemente y, con toda verosimilitud, detenida en 1223 por la promulgación de la Regla bulada.[19] El propósito de vida de los hermanos menores, tal como se deduce del examen del Testamento y de la Regla no bulada, comprende las condiciones para la admisión, la vida religiosa, la vida material entre los hombres y la misión. Rápidamente, situaciones nuevas, casos concretos que se presentaron, provocaron transformaciones de los capítulos de la Regla no bulada que expresaban este propositum. Unas veces se pone en guardia y otras se prohíbe, a veces se precisa, a veces se reflexiona. En sus comienzos, el grupo de los hermanos menores aparece como no-instalado, móvil, practicando una vida religiosa, llevando una existencia socialmente cercana a los pobres, encontrando sus medios de subsistencia en el ejercicio de un oficio o prestando servicios en casa de otros, pidiendo limosna en especie si el trabajo no ha provisto lo necesario, rechazando el dinero de manera categórica, consciente de tener por misión predicar la paz, cosa que el grupo se esforzará en hacer más con el ejemplo y las obras, que con la palabra que, por lo demás, queda muy pronto reservada a algunos, juzgados capaces por el ministro. Este grupo comprende clérigos y laicos. Esto no parece plantear problemas, ni ser siquiera una cosa importante. La distinción entre clérigos y laicos interviene solamente a propósito del oficio divino, en que se refiere al hecho de si saben o no leer: los hermanos quieren celebrar el oficio, se someten al uso establecido, dicen unas oraciones de memoria si no saben leer. Y si el oficio de la predicación no se confiere a todos, no se dice, sin embargo, que esté reservado a los clérigos o a los laicos, sino a aquellos cuya capacidad haya sido reconocida. Finalmente, al poner en guardia contra la vanagloria que puede nacer de las funciones de ministro y de predicador, únicos cargos oficiales que producen una cierta separación entre los hermanos durante los primeros tiempos de la Orden, Francisco suplica a todos sus hermanos, ya prediquen, oren o trabajen, tanto a los clérigos como a los laicos, que procuren humillarse en todo:[20] ninguna clase de hermanos, ninguna actividad puede escaparse de esta actitud fundamental. II. LA CRISIS DE CRECIMIENTO (1219-1226) Francisco recordaba en su Testamento los elementos de la vida de los hermanos que le parecieron siempre esenciales, aun en vísperas de su muerte. Aunque hubieran pasado una quincena de años entre los comienzos evocados y el momento en que escribe, sus palabras guardan una notable conformidad con los capítulos básicos de la Regla no bulada. ¿Es tan grande esta conformidad con el propósito de vida descrito por la Regla bulada en 1223? Esto es lo que tenemos que investigar ahora. La admisión en la Orden El cap. 2 de la Regla bulada ha conservado el conjunto de elementos contenidos en el cap. 2 de la Regla no bulada: la admisión del candidato por el ministro, la distribución de los bienes a los pobres (sin intervención de los hermanos), el año de probación seguido de la recepción definitiva a la obediencia, la modestia del hábito. Dos modificaciones, sin embargo, han sido introducidas por la Regla bulada y podrían ser bastante significativas. La primera se refiere a la misión del ministro cuando acoge a los candidatos. Ya no se trata de explicarles el tenor de la vida de los hermanos, como en la Regla no bulada, sino de examinarlos sobre la fe católica y los sacramentos de la Iglesia.[21] Esto quiere decir, ciertamente, que los hermanos deben ser ortodoxos, pero esto se inscribe también en la línea de otros llamamientos de Francisco a situarse en la Iglesia y a someterse a sus prescripciones.[22] La segunda modificación se encuentra en el v. 17, donde ya no se añaden a la descripción del hábito las perícopas evangélicas: «los que visten con lujo...» (Lc 7,25; Mt 11,8), sino una exhortación imperativa de no despreciar ni juzgar a los que, contrariamente a los hermanos, visten bien y comen exquisitamente. Mientras en la Regla no bulada había que justificar el uso de un hábito que atraía las burlas, en 1223 es preciso procurar que el uso de ese mismo hábito no autorice a los hermanos a despreciar a los otros. Con el paso de los años, la gente, sin duda, tuvo cada vez un mayor aprecio por los hermanos; la actitud de éstos debió tender a resentirse de ello. La vida religiosa de los hermanos La Regla bulada, en el cap. 3, estableció la obligación de decir el oficio divino, no ya «según lo que es costumbre entre los clérigos» (1 R 3,4), sino «según la ordenación de la santa Iglesia romana, a excepción del salterio» (2 R 3,1). A este respecto, la distinción entre clérigos y laicos aparece más tajante que en la Regla no bulada: los clérigos dicen el oficio que se contiene en los breviarios romanos, los laicos dicen Padrenuestros. Pero, ¿qué es de los laicos que saben leer? ¿Ya no los hay? ¿Quedan asimilados a los clérigos? Las palabras clérigos y laicos ¿son empleadas en su sentido canónico o en su sentido cultural? La cuestión es delicada y ha sido ya objeto de estudios más amplios.[23] Indiquemos simplemente que los clérigos aparecen 23 veces en los escritos de Francisco,[24] a veces solos, a veces en correlación con los laicos. En todos los contextos en que los clérigos aparecen aisladamente y en los que no es cuestión del oficio divino, se trata siempre de funciones sagradas, es decir, de casos en los que la palabra clericus tiene su sentido canónico. En tales ocasiones, Francisco se incluye entre los clérigos, dirigiéndose a ellos en primera persona del plural, aunque, por otra parte, él se llame iletrado.[25] El sentido canónico parece prevalecer sobre el sentido cultural. La vida material de los hermanos entre los hombres Mientras la exhortación de estar sujetos a los demás se encuentra en las Admoniciones 19 y 23 y en la Carta a los fieles,[26] está ausente de la Regla bulada en la que, además, la palabra minor sólo se utiliza al principio: «La regla y vida de los hermanos menores...» (2 R 1,1). En 1223, según la Regla bulada, ya no trabajan más que aquellos hermanos a quienes el Señor les ha dado esta gracia: «Aquellos hermanos a quienes el Señor ha dado la gracia del trabajo, trabajen fiel y devotamente...» (2 R 5,1). Por trabajo se entiende siempre una actividad remunerada llevada a cabo en casa ajena. Pero han desaparecido las motivaciones -adquisición de lo necesario para la subsistencia, ejemplo y ocupación buena-, las modalidades concretas -oficio, herramientas, ciertos puestos- y el trabajo en forma de servicio prestado a otros. Por otro lado, en la Regla bulada, el pasaje sobre el trabajo viene después de las recomendaciones sobre la actitud de los hermanos «cuando van por el mundo» (2 R 3,10-14) y está insertado entre la prohibición de recibir dinero y la ampliación sobre el tema de la limosna. Ha habido, pues, un deslizamiento de acento y un cambio en la ordenación del propositum tal como se encuentra en el Testamento y en la Regla no bulada. Estos documentos consideraban el trabajo como fuente de subsistencia y como valor de ejemplo. Bien se tratase del ejercicio de un oficio o de un servicio, todos los hermanos debían «sudar» en una ocupación buena: «Todos los hermanos procuren ejercitarse (insudare) en obras buenas» (1 R 7,10). Van a pedir limosna en especie cuando la necesidad lo exige. Este recurso a la limosna tenía algo de infamante; hubo necesidad de reflexionar sobre el particular y darle una justificación. Por lo demás, la limosna iba más a la par con el servicio que con el ejercicio de un oficio. Este último proporcionaba ordinariamente un salario, mientras que el servicio tiene, sin duda, como principal característica el ser prestado gratuitamente a gentes que no podían pagárselo: los leprosos, por ejemplo. En este caso, la subsistencia debe ser y es buscada, pedida como limosna en otra parte: la limosna no es un salario, sino «la herencia y justicia» que se debe a los pobres (1 R 9,8). La Regla bulada, en sí misma, habla poco del trabajo en cuanto ejercicio de un oficio y, con ello, parece indicar bien que los hermanos que trabajaban no eran ya la mayoría. Paralelamente a esto, al hablar de la limosna, la Regla bulada no recoge ya el concepto de necesidad, sino que emplaza simplemente a los hermanos a que vayan a pedir limosna «como peregrinos y forasteros».[27] ¿Por qué los hermanos parece que buscan su subsistencia más en la limosna y menos en el trabajo? Dicho de otro modo: ¿cuál es la ocupación no remunerada que moviliza a los hermanos hasta el punto de que han de buscar su subsistencia en la limosna? La respuesta a esta pregunta se encuentra en la evolución del último párrafo del propositum de los hermanos menores. La misión Al presentar la misión de los hermanos en último lugar, el Testamento y la Regla no bulada la definían como un anuncio de la paz y se ponía el acento principalmente sobre la actitud de los hermanos, su comportamiento, sus gestos. Muy pronto, sin embargo, apareció un oficio de predicador, concedido a ciertos hermanos, para un tiempo. La predicación se convierte así, en la comunidad, en una realidad institucional que crea una dualidad de misión entre los hermanos: en adelante, estarán aquellos que predican con las obras y, ocasionalmente, unas palabras de exhortación,[28] porque esto forma parte de la vida de hermanos menores, y aquellos que tienen el oficio de la predicación con la palabra. Tal vez se tenga una manifestación de esta dualidad en los dos modos de comportarse que pueden adoptar los hermanos cuando van entre sarracenos: o bien ser sumisos y pacíficos y confesar que son cristianos, o bien anunciar la palabra de Dios y bautizar (1 R 16,6-7). La Regla bulada sitúa la misión antes que la vida material entre los hombres, inmediatamente después de las prescripciones que se refieren a la vida religiosa de los hermanos. Y se trata precisamente del elemento misional y apostólico que interesa a todos los hermanos, es decir, del contenido de los capítulos 14 y 15 de la Regla no bulada, puesto que el caso de los predicadores y el de los hermanos que van entre infieles se tratan más adelante, entre los casos particulares (2 R 9 y 12). Paralelamente a la disminución del espacio ocupado por el trabajo y a la ausencia de mención del servicio en casa de los demás, paralelamente también a la evolución de la práctica de la limosna, este pasaje de la misión antes de la vida material entre los hombres, en la Regla bulada, podría ser el índice de un cambio importante en la vida de los hermanos menores. En efecto, si esos cambios y esas variaciones de los textos son significativos, corresponden a transformaciones importantes de la fraternidad y del modo de relación de los hermanos menores. Desarrollar más y más la predicación llevaba a modificar el contenido y la importancia de la misión en el conjunto de la vida de los hermanos. Esto llevaba consigo muchas consecuencias. Era, en primer lugar, a corto o a largo plazo, modificar la estructura interna de la Orden. Durante los primeros años, la predicación fue la única función, con la de ministro, que producía una cierta separación entre los hermanos; todavía era este un cargo que se confiaba en atención a la aptitud personal. Pero, en 1215, el Concilio IV de Letrán reservó la predicación al obispo, con la obligación de delegarla si él personalmente no podía atenderla, y definió la predicación como el anuncio de la palabra de Dios seguido de la administración de los sacramentos (Constitución 10). La predicación se convierte, en toda la Iglesia de Occidente, en algo muy importante, pero también algo muy reservado: para poder servir a la Iglesia en la predicación, hará falta ser o hacerse, no sólo clérigo, sino incluso sacerdote. Entre los hermanos menores, como en las otras Ordenes, el número de clérigos tenderá a aumentar, y la predicación oficial -o el oficio de la predicación- introducirá una diferencia entre los hermanos a nivel de la misión de la Orden, al mismo tiempo que ocupará un lugar preponderante en la vida de los hermanos. La diferencia entre clérigos y laicos comenzará a entrar en juego. El incremento de la predicación tenía que modificar también la vida material de los hermanos y su modo de presencia, por la disminución paralela del trabajo en casa de otros y por la modificación del habitat; debía modificar las relaciones de los hermanos con el clero secular y necesitar cada vez más la obtención de privilegios. Semejantes transformaciones no podían menos que suscitar vivas reacciones. En sí mismas, no eran malas. Importaba integrar más la Orden de los Hermanos Menores en la Iglesia. Los hermanos se integraron activamente, respondiendo a lo que pedía la jerarquía de la Iglesia en el siglo XIII. Pero es necesario reconocer que esto hacía también de la vida de los hermanos algo que era bastante diferente de lo que ellos habían vivido en sus comienzos. Hubo problemas y Francisco pone en guardia, de modo cada vez más apremiante, contra los peligros de la predicación: que los hermanos lleven cuidado con la vanagloria,[29] que sean breves y tengan la mira puesta en la utilidad y edificación del pueblo, que no menosprecien al clero secular y no prediquen sin autorización del obispo (2 R 9). La advertencia se hace más fuerte en los vv. 24-26 del Testamento, es decir, inmediatamente después de los vv. 14-23 que recuerdan los orígenes: que los hermanos lleven cuidado con los edificios que se construyen para ellos, y, sobre todo, que no vayan a pedir privilegios, ya sea para una iglesia, para una residencia o para la predicación; si en alguna parte no les va bien con eso, que se marchen a otro lugar, porque lo importante es hacer penitencia.[30] Para Francisco, la constatación de esta evolución fue dramática. Él quería a la Orden de los Hermanos Menores en la Iglesia, pero él la quería también fiel a la «forma del santo Evangelio».[31] Muere el 3 de octubre de 1226, cuando los hermanos respondían generosamente a las necesidades que expresaba la Iglesia en esta época, pero se encontraban en una tensión creciente con relación a su propósito de vida. N O T A S: [*] Escritos de san Francisco. [1] K. Esser: Ueber die Chronologie der Schriften des hl. Franziskus, en Arch. Franc. Hist. 65 (1972) 20-65; reproducido en K. Esser: Studien zu den Opuscula des hl. Franziskus, Roma 1973, pp. 299-340. [2] Cf. CtaCle 15: «Sepan que son benditos del Señor Dios los que hicieren copias de este escrito, para que sea mejor guardado»; 1CtaCus 9: «Y sepan que tienen la bendición del Señor Dios y la mía todos mis hermanos custodios que reciban este escrito y lo guarden consigo, y hagan sacar copias...»; etc. [3] Sobre este particular pueden verse, entre otros, los excelentes trabajos publicados por los PP. Kajetan Esser y David E. Flood. [4] Test 15: «Y yo lo hice escribir en pocas palabras y sencillamente y el señor papa me lo confirmó». [5] Test 16-17: «Y los que venían a tomar cata vida, daban a los pobres todo lo que podían tener, y se contentaban con una túnica, remendada por dentro y por fuera; con el cordón y los calzones. Y no queríamos tener más». [6] Cf. Regla de S. Benito, 55. Los monjes tienen como vestidos una túnica y una cogulla (manto o capotillo), pero las que viajan reciben unos calzones que, al regreso, deberán devolver, después de haberlos lavado. [7] Test 18: «El oficio lo decíamos los clérigos al modo de los otros clérigos, y los laicos decían padrenuestros; y bien gustosamente permanecíamos en iglesias». [8] Test 19-23: «Y éramos indoctos y estábamos sometidos a todos. Y yo trabajaba con mis manos, y quiero trabajar; y quiero firmemente que todos los otros hermanos trabajen en algún oficio compatible con la decencia. Los que no lo saben, que lo aprendan, no por la codicia de recibir la paga del trabajo, sino por el ejemplo y para combatir la ociosidad. Y cuando no nos den la paga del trabajo, recurramos a la mesa del Señor, pidiendo limosna de puerta en puerta. El Señor me reveló que dijésemos este saludo: El Señor te dé la paz». [9] Los Statuta Capitulorum Generalium de los Cistercienses, por ejemplo, nos cuentan varios casos de sanciones contra monjes que habían mendigado de puerta en puerta y en las iglesias, e incluso contra un abad que había enviado a mendigar a uno de sus monjes. Los hechos relatados tuvieron lugar en 1195, 1207 y 1211. Cf. J. M. Canivez, Statuta..., I, Lovaina 1933, pp. 193-194, n. 78; p. 340, n. 34; p. 385, n. 32. [10] Cf. el análisis realizado sobre el conjunto del texto por D. E. Flood: Die Regula non bullata der Minderbrüder, Werl (Westf.) 1967, pp. 105-140. [11] 1 R 2,12: «Nadie sea recibido contra la forma e institución de la santa Iglesia». [12] Consecuencia de la bula Cum secundum consilium, del 22-IX-1220 (Bullarium Franciscanum I, 6), en la que Honorio III, entre otras cosas, prohibía a Francisco y a los custodios de los Hermanos Menores que admitiesen a ninguno a la profesión si antes no había hecho un año de noviciado. [13] 1 R 2,15: «Y, aunque les tachen de hipócritas, sin embargo, no cesen de obrar bien, ni busquen en este siglo vestidos caros, para que puedan tener vestido en el reino de los cielos». [14] Cf. L. C. Landini: The Causes of the Clericalization of the Order of Friars Minor, Chicago 1968, pp. XXII-XXVI. [15] 1 R 7,7-8: «Y por el trabajo puedan recibir todas las cosas que son necesarias, menos dinero. Y, cuando sea menester, vayan por limosna como los otros pobres». [16] 1 R 9,2: «Y deben gozarse cuando conviven con gente de baja condición y despreciada, con los pobres y débiles, y con los enfermos y leprosos, y con los mendigos de los caminos». [17] Mt 5,39. Lc 6,29; 6,30; 9,3; 10,4; 10,5; 10,7; 10,10. [18] 1 R 17,1: «Ningún hermano predique contra la forma e institución de la santa Iglesia...». [19] Sólo hemos tocado los pasajes de la Regla no bulada relacionados con nuestro estudio. El análisis del conjunto del texto confirma que existía una legislación escrita desde antes del Concilio IV de Letrán (Flood: Die Regula non bullata der Minderbrüder, Werl, p. 139), aun cuando la redacción de la Regla no bulada que ha llegado hasta nosotros es ciertamente posterior al 22 de septiembre de 1220, fecha de la bula Cum secundum consilium que se evoca en el cap. 2 de la Regla; cf. la nota 12. [20] 1 R 17,5: «Por lo que, en la caridad que es Dios, ruego a todos mis hermanos, predicadores, orantes, trabajadores, tanto clérigos como laicos, que procuren humillarse en todo». [21] 2 R 2,2: «Y los ministros examínenlos diligentemente sobre la fe católica y los sacramentos de la Iglesia». [22] 2 R 3,1 y 12,4; 1 R 2,12 y 17,1; CtaCle 13; 1CtaCus 4; CtaO 30. [23] Véase la bibliografía y el estudio hecho sobre las fuentes de la historia franciscana primitiva por L. C. Landini, The Causes of the Clericalization of the Order of Friars Minor, Chicago 1968. [24] Adm 26,1; 1CtaCle 1 y 13; 2CtaCle 1; 1CtaCus 2; 2CtaCus 4; 2CtaF 1 y 33-34; CtaO 41; Test 18. 29. 38. La palabra clericus sólo aparece una vez en la Regla bulada (2 R 3,1), por ocho veces en la Regla no bulada: 3,3.4; 15,1; 17,5; 19,3; 20,1; 23,7. La palabra laicus, en los Opúsculos, se utiliza siempre en correlación con clericus, a excepción, tal vez, de 1 R 23,7, donde las dos palabras van mezcladas en la larga enumeración de los órdenes. [25] CtaO 39: «... ni dije el oficio según manda la Regla o por negligencia, o por mi enfermedad, o porque soy ignorante e indocto». [26] Adm 19,4: «Y dichoso aquel siervo que no es colocado en lo alto por su voluntad y desea estar siempre a los pies de otros»; Adm 23,1: «Dichoso el siervo que es hallado tan humilde entre sus súbditos como lo sería si se encontrase entre sus señores»; 2CtaF 47: «Nunca debemos desear estar sobre otros, sino, más bien, debemos ser siervos y estar sujetos a toda humana criatura por Dios». [27] 2 R 6,2: «Y, cual peregrinos y forasteros en este siglo, que sirven al Señor en pobreza y humildad, vayan por limosna confiadamente...». [28] 1 R 21 contiene un cierto número de fórmulas capaces de inspirar las exhortaciones que hacen los hermanos cuando están entre la gente. [29] Adm 6,3: «Por eso, es grandemente vergonzoso para nosotros los siervos de Dios que los santos hicieron las obras, y nosotros, con narrarlas, queremos recibir gloria y honor»; cf. también Adm 21 y 28. [30] Test 24-26: «Guárdense los hermanos de recibir en absoluto iglesias, moradas pobrecillas, ni nada de lo que se construye para ellos, si no son como conviene a la santa pobreza que prometimos en la Regla, hospedándose siempre allí como forasteros y peregrinos. Mando firmemente por obediencia a todos los hermanos que, estén donde estén, no se atrevan a pedir en la curia romana, ni por sí ni por intermediarios, ningún documento en favor de una iglesia o de otro lugar, ni so pretexto de predicación, ni por persecución de sus cuerpos; sino que, si en algún lugar no son recibidos, márchense a otra tierra a hacer penitencia con la bendición de Dios». [31] Test 14; «... el mismo Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio». [En Selecciones de Franciscanismo, vol. VIII, núm. 22 (1979) 103-116] |
|