DIRECTORIO FRANCISCANO

Historia franciscana

HISTORIA FRANCISCANA

por Lázaro Iriarte, OFMCap

I. LA ORDEN DE LOS HERMANOS MENORES HASTA 1517

Capítulo III
DE SAN FRANCISCO A SAN BUENAVENTURA (1226-1257):
PRIMERA CONTIENDA EN TORNO AL IDEAL DEL FUNDADOR

En esta segunda fase de la evolución de la orden intervienen los mismos factores, pero de un modo más decisivo. El grupo de los hombres de letras, al que pertenecen todos los ministros generales sucesores inmediatos de san Francisco, es cada día más numeroso y más influyente. Por otra parte, la Sede romana impulsa positivamente una posición ventajosa de la orden mediante privilegios y exenciones que la apartan cada día más de la sencillez inicial. Gregorio IX, en especial, no conocerá límites en su solicitud por desembarazar de todo obstáculo el apostolado de los menores.

A favor de estos factores, la orden se irá transformando de fraternidad compuesta de clérigos y legos en el mismo pie de igualdad, dada a la humilde predicación profética de la penitencia, incondicionalmente sometida a todos los grados de la jerarquía, en orden de clérigos, exenta de la jurisdicción episcopal, bien organizada internamente y consagrada a una acción eclesial de gran amplitud de medios. Dos obstáculos se ofrecieron bien pronto a este desenvolvimiento: el Testamento de san Francisco y la desconfianza del clero secular.

La bula "Quo elongati". La exención

Fray Elías siguió gobernando la orden hasta el capítulo de 1227, en que fue elegido general el provincial de España Juan Parenti (1227-1232). La tensión interna, centrada cada vez más en la manera de entender la fidelidad a la regla, se manifestó vivaz en el capítulo de 1230. Juan Parenti, que hermanaba a la perfección las aspiraciones de los letrados con el genuino espíritu de san Francisco, afirmó que la regla no necesitaba declaración alguna y debía observarse a la letra. Pero los ministros, en general, estaban persuadidos de que la solución no podía venir de dentro de la orden, sino que había que buscarla en una intervención de la autoridad suprema. Estaba de por medio la voluntad contraria del fundador, expresada en el Testamento, al que los celantes apelaban como a la única interpretación genuina de la regla. Fueron tres, principalmente, los puntos controvertidos: cómo entender la cláusula: "La regla de los hermanos menores es ésta: guardar el santo evangelio...". ¿Obliga, en virtud de la regla, la observancia de todo el evangelio?- ¿Cómo mantener la prohibición tajante del dinero siendo así que la orden en realidad ya no podía vivir sin él?- ¿Cómo compaginar la pobreza absoluta, aun en común, con la posesión, ya imprescindible, de bienes muebles e inmuebles?

Una comisión fue encargada de obtener de Gregorio IX una respuesta de autoridad. Y con fecha 28 de setiembre de 1230 apareció la bula Quo elongati, primera declaración pontificia de la regla. En ella el papa, después de exponer las dificultades surgidas y alegando su calidad de antiguo amigo y colaborador de san Francisco, al corriente por lo mismo de las intenciones de éste, establecía: 1.º El Testamento carece de fuerza obligatoria, por más que su observancia sea altamente recomendable. 2.º Sólo están obligados los hermanos menores a los consejos evangélicos expresados en la regla. 3.º Se declara ser conforme a la regla la institución de los nuncios, como representantes de los bienhechores, y el depositar en manos de los amigos espirituales las limosnas en dinero para las necesidades inmediatas. 4.º Los hermanos menores no poseen nada, ni en particular ni en común; ningún derecho tienen sobre los inmuebles, y sólo el simple uso de hecho sobre los libros y utensilios; no pueden disponer de ellos sin el consentimiento del cardenal protector. 5.º Siguen otras disposiciones sobre las atribuciones de los superiores.

En lugar de asumir la responsabilidad de las adaptaciones a la luz del espíritu de la regla, como hubiera querido el fundador, el capítulo optó por la vía de las declaraciones de autoridad sobre el sentido de la letra. Esta solución jurídica, unida a la distinción escolástica entre precepto y consejo, señala el final de la etapa heroica. Los intereses de la institución prevalecen sobre el reclamo del puro ideal.

En lo sustancial Gregorio IX mantiene íntegro el programa de san Francisco, algo suavizado con miras a la acción apostólica de la orden. La decisión relativa al Testamento fue un golpe doloroso en extremo para el sector de los celantes1.

Quitada de en medio la autoridad del Testamento, ya no había trabas para la obtención de privilegios pontificios, otro de los puntos discutidos en el capítulo de 1230.

La acción de los menores se veía entorpecida por la oposición que hallaba en los clérigos y en los obispos, quienes pretendían ejercer sobre ellos las atribuciones jurisdiccionales que les otorgaba el derecho vigente. Sabemos cuál era el sentir de san Francisco en este particular; pero Gregorio IX pensaba de muy distinta manera. Con la bula Nimis iniqua, de 21 de agosto de 1231, después de recriminar con vehemencia la conducta de algunos prelados con los hermanos menores, declaró a éstos exentos casi completamente de la jurisdicción episcopal; en adelante sólo dependerían de los obispos en cuanto a la fundación de los conventos y a la predicación, pero gozarían de plena autonomía en la vida interna de las comunidades, en el culto y en la administración de sacramentos y en la utilización de los donativos de los fieles2.

Generalato de fray Elías (1232-1239)

Juan Parenti se vio desbordado muy pronto por el partido evolucionista; no sintiéndose en condiciones de frenar el rumbo iniciado, presentó la renuncia. Para darle un sucesor fue convocado en Rieti el capítulo de 1232, en el que fue elegido fray Elías. Este su segundo gobierno de la orden tiene gran importancia en este período de la evolución.

Mucho se ha discutido en torno a la personalidad de Elías de Cortona. Si hemos de atenernos a la mayoría de los cronistas antiguos, su gobierno fue sumamente funesto para la orden. Autores modernos, en cambio, lo presentan como un hombre genial, víctima de la incomprensión y de un mezquino espíritu de partido; según ellos, no habría tenido otra tacha que el orgullo que le impidió sobrellevar dignamente su desgracia3.

No se puede negar que la orden le debe mucho y que hasta fue providencial su manera enérgica y absolutista de regirla en aquel primer impulso evolutivo. Su adversario más despiadado, Salimbene de Adam, entre los trece cargos que le imputa, señala un mérito digno de encomio: el haber promovido en la orden los estudios teológicos4.

Es innegable que fray Elías había gozado de la confianza de san Francisco, quizá precisamente, como observa Renan5, porque éste admiraba en aquel organizador genial las dotes que él no poseía. Elías, por la misma ley del contraste, amaba sinceramente al santo carismático e imprevisor.

Quería a su orden grande y poderosa. Su primera ambición fue hacer del fundador una gloria, más que un modelo de imitación; con esta mira dedicó su atención primordial al espléndido monumento de la basílica que albergaba sus restos y del sacro convento. Hubiera querido rivalizar con las grandes abadías benedictinas; y su imagen de gobierno se asemejó más al rumbo de un abad que al estilo del "ministro y siervo", desapropiado para "utilidad común", que san Francisco había dejado descrito en la regla. Fue grandísima su influencia personal con el papa Gregorio IX y con el emperador Federico II.

Gobernante centralizador, no se cuidó de visitar personalmente las provincias, sino que cumplió este deber por medio de visitadores adictos a su persona e investidos de plenos poderes, que tenían a los provinciales en continuo sobresalto. Aumentó por propia autoridad a 72 el número de provincias, creando así un verdadero ejército de funcionarios que dependían directamente de él. En la distribución de oficios, prefería de manera escandalosa a los legos, como más fáciles de dominar. Amparado en las atribuciones casi ilimitadas que le concedía la regla, en virtud de la cual sólo tenía que dar cuenta al capítulo general -bien se cuidaría de no convocarlo nunca- ejercía un poder absoluto, nombrando, trasladando y relevando a su talante ministros y custodios.

Amplió los conventos de estudio y secundó válidamente las iniciativas de la santa Sede en favor de las misiones de Oriente.

Fray Elías supo desentenderse de los hermanos celantes dispersándolos o castigándolos duramente. Por otra parte, su sistema personal de gobierno y la incesante exacción de contribuciones a los provinciales para dar cima a las obras de Asís, acabaron por exacerbar los ánimos de todos. El golpe fue preparándose entre los ministros de las provincias ultramontanas. El jefe de la resistencia fue Haymón de Faversham, quien se dirigió a Roma a la cabeza de una comisión para denunciar al general y pedir su deposición; la mayoría de las provincias hicieron causa común en él. Fray Elías se esforzó en vano para conjurar el golpe.

Las constituciones de 1239

El impulso de Haymón de Faversham (1240-1244)

Convocado por Gregorio IX y bajo su presidencia personal, se reunió el capítulo general en Roma en 1239. En él fue depuesto fray Elías y fue elegido en su lugar Alberto de Pisa, provincial de Inglaterra.

Para evitar que se repitiera la experiencia de un régimen absoluto, el capítulo acordó decisiones de gran transcendencia para el futuro de la orden. Promulgó las primeras constituciones, que regulaban la vida de los hermanos, especialmente en lo tocante al gobierno. No se conserva el texto de este primer código legislativo, pero se puede reconstruir hasta cierto punto a través de la revisión promulgada en 1260 por san Buenaventura.

Se restringieron los poderes del ministro general, quitándole el nombramiento de los provinciales, custodios y guardianes; en adelante, los ministros provinciales serían elegidos capitularmente, y los custodios y guardianes nombrados por el provincial; la autoridad de éste quedaba robustecida. Se reconoció la supremacía de los capítulos sobre los ministros. Se impuso al general la obligación de convocar cada tres años el capítulo y de visitar las provincias personalmente o por medio de comisarios nombrados por el mismo capítulo general. El número de provincias fue reducido a 32, 16 cismontanas y 16 ultramontanas. Finalmente, a imitación de los dominicos, se instituyó el capítulo de "definidores", que debía reunirse cada dos años.

Alberto de Pisa murió a los pocos meses. Le sucedió Haymón de Faversham, maestro de la universidad de París. A este insigne general pertenecen gran parte de los méritos que suelen atribuirse a san Buenaventura en la evolución de la orden. Había sido el alma del capítulo de 1239. Si fray Elías había tomado como modelo la autoridad abacial benedictina, Haymón era entusiasta admirador de la organización y de la eficacia apostólica, no menos que del prestigio doctrinal, de la orden de santo Domingo. En la aproximación de las dos órdenes hermanas se va en esta época más allá tal vez de lo que los santos fundadores habían pretendido. Haymón dio, además, a la vida litúrgica de los hermanos menores su fisionomía propia6.

Consecuencias de la evolución

La orden se había constituido en la primera potencia religiosa de la iglesia. Todo cedía ante su influencia, respaldada como se hallaba por la protección decidida de los papas. Pero esta misma conciencia de la importancia como institución la fue lanzando hacia un alejamiento acelerado del programa primitivo de vida.

No sólo queda atrás la fraternidad itinerante de los comienzos, sino que se abandonan los "lugares" sencillos, fuera de poblado, para situarse en conventos amplios en el interior de las ciudades, con iglesias abiertas al culto y con una acción pastoral fija, cada vez más autónoma, lo que hace aumentar la enemiga del clero secular.

Se transforma la fisionomía interna de la fraternidad, que se hace clerical. Los legos son excluidos de toda función de gobierno, se les reservan los servicios domésticos y se restringe su admisión a la orden. Se prohíbe el trabajo manual fuera de casa.

En materia de pobreza se crean medios estables de vida; sobre todo en las casas destinadas al estudio. Los estudios, en efecto, son organizados en serio y los menores afirman su presencia en los grandes centros del saber.

La limosna, admitida por san Francisco sólo como medio subsidiario, se convierte en recurso normal y aun principal. La orden se hace "mendicante". El trabajo manual ya no es el medio de sustentación, y ni siquiera apreciado. Para faenas más humildes se emplean criados seglares.

El estilo interno de vida se hace cada vez más monástico. Claustro, hospedería, oficio coral, misa conventual, silencio regular, etc., entran en la nomenclatura corriente. Y, como consecuencia, se adopta una pedagogía de familia inspirada en la ascética monacal.

El nuevo género de vida lleva consigo una administración más complicada, títulos de posesión, capitales pecuniarios disponibles, necesidad de urgir judicialmente los legados testamentarios... Se echaban de menos nuevas justificaciones jurídicas que no estaban previstas en la bula Quo elongati7.

La bula "Ordinem vestrum"

En 1241, en un intento de hallar respuesta a las nuevas exigencias y de aquietar las conciencias echando mano de la autoridad doctrinal, el capítulo de definidores ordenó que en cada provincia se designase una comisión para solucionar los puntos dudosos de la regla. La provincia de Francia respondió con la conocida Expositio Quatuor Magistrorum, que, aunque no tuvo carácter oficial, es como el índice de las aspiraciones de la "comunidad", posición moderada entre el ala conservadora y el sector de los relajados, que tampoco faltaba.

Se vio la necesidad de recurrir nuevamente a una intervención del papa. Y se obtuvo de Inocencio IV la bula Ordinem vestrum (14 noviembre 1245), segunda declaración pontificia de la regla. Por ella se permitía el recurso a los amigos espirituales no sólo para las necesidades urgentes, sino aun para las cosas meramente útiles o cómodas. Se declaraba que todos los bienes de la orden, muebles e inmuebles, mientras no se los reservaran los bienhechores, eran propiedad de la Sede apostólica -ius et proprietas sancti Petri, derecho y propiedad de san Pedro-; en consecuencia, se instituía el cargo de procurador o representante del papa (del mismo modo que el "nuncio" representaba a los bienhechores). En la bula se hacían otras declaraciones dirigidas a dar mayor eficacia a la acción apostólica y a los estudios. Se decretaba, finalmente, la exención absoluta de los conventos e iglesias8.

A completar esta bula vino más tarde el breve Quanto studiosius (19 agosto 1247), que facultaba a los provinciales para nombrar o sustituir por sí mismos los procuradores u "hombres de confianza". Equivalía a dejar de hecho en manos de los hermanos toda la administración. Y muchos de ellos se preguntarían si todo esto no pasaba de ser un ardid jurídico para burlar la regla con un renunciamiento ilusorio.

En efecto, la cláusula de la regla Nihil sibi approprient, «nada se apropien» (2R 6,1), que en la mente del fundador tenía un sentido netamente evangélico9, adquiría ahora el alcance puramente jurídico de prohibición del dominio legal. Todo el empeño oficial de la orden era hacer de la pobreza evangélica un problema de distinción entre propiedad y uso; lo que importaba no era tanto ser pobres y menores, cuando poder afirmar la ausencia de todo derecho de propiedad en común.

No tardó en producirse, primero, la protesta dolorida e impotente de los restos de la fraternidad primitiva, y luego, el descontento general. Flotaba en el ambiente una especie de remordimiento colectivo como de haber ido demasiado lejos, de haber ultrajado, sobre todo, a Dama Pobreza, la herencia más preciada del seráfico Padre.

En el seno de la orden se perfilaba cada vez más una doble tendencia: la de los espirituales, como si dijéramos la extrema derecha, aunque sin formar todavía un partido muy definido, y la de la comunidad, que seguía el rumbo impreso oficialmente a la orden y aceptaba la evolución como un hecho irreversible. Los "espirituales", denominados así porque alegaban su derecho a observar espiritualmente la regla (2R 10), creían que no era posible conciliar el entusiasmo por la ciencia y el afán de prestigio con la pobreza prometida; lejos de seducirles el brillo alcanzado por la orden, les causaba miedo. Daban peso a este partido los "compañeros de san Francisco", que aún vivían en gran número y que no acertaban a separarse de la cuna de la orden: fray Bernardo, fray Gil, fray Rufino, fray León, fray Ángel, santa Clara. Las narraciones que ellos hacían de los tiempos heroicos despertaban la añoranza de aquella libertad, originalidad y sencillez que ahora parecían perdidas para siempre. Esta minoría hacía caso omiso de las declaraciones y de los privilegios de los papas. Para ellos, san Francisco seguía siendo la "regla viva" y sus enseñanzas directas el punto constante de referencia.

La vía media de Crescencio de Jesi (1244-1247)

Haymón murió en 1243. El sucesor, Crescencio de Jesi, se percató de la situación, pero no estaba en condiciones de remediarla. Comenzó por obtener la bula Ordinem vestrum, ya mencionada, paso que disgustó grandemente a los espirituales, a los que persiguió sañudamente, y aun a gran parte de la "comunidad". Añadióse que, por su mucha edad, no podía visitar las provincias personalmente. Por otra parte se malquistó el partido de los avanzados con su empeño por encaminar la orden por el justo medio.

Dándose cuenta de que san Francisco seguía siendo forma minorum, mandó se recogiesen todos los datos relativos al fundador y a los primeros tiempos. Tomás de Celano, el biógrafo oficial, a base de los relatos así reunidos, en especial los de los "tres compañeros", compuso su Vita II, que es un elogio de la vida común. No faltan en ella mordaces protestas contra las manifestaciones de relajación de los acomodaticios y contra las singularidades de los celantes. Pero la fisionomía espiritual del Poverello aparece a plena luz.

Mas esto no trajo la paz. Crescencio, descalificado ante la mayoría, llegó a perder el favor de Inocencio IV por su resistencia a tomar la dirección de las clarisas. El papa le ordenó convocar el capítulo general en Lyon, y fue elegido Juan de Parma.

La marcha atrás de Juan de Parma (1247-1257)

Bene et opportune venisti, sed tarde venisti!, bien venido pero tarde, exclamó fray Gil al tener noticia del nuevo ministro general10. Efectivamente, era el hombre más indicado para empuñar el timón de la orden en aquellas circunstancias. Eminente por su saber y por su amor a los estudios, estaba por otra parte profundamente identificado con el ideal de san Francisco. "El edificio de la orden -decía- descansa sobre dos columnas, la ciencia y la virtud"; pero no estaba conforme con la preponderancia que se venía dando a la primera11. Su norma de gobierno era el propio ejemplo.

Propúsose como fin volver al fervor primitivo y a las antiguas tradiciones. Para unificar mejor el espíritu de la orden mediante la compenetración de las provincias entre sí, dispuso que los capítulos generales se celebrasen alternativamente en Italia y al otro lado de los Alpes. Para él, la mejor interpretación de la regla era el Testamento de san Francisco. Se mostraba enemigo de los privilegios pontifícios. En la lucha con los enemigos de fuera prefería que se impusiese el ejemplo y la mansedumbre de los hermanos menores. Visitó a pie todas las provincias, despertando en todas partes la adhesión firme a la regla y al Testamento. En 1254 el capítulo general de Metz renunció totalmente al breve Quanto studiosius y suspendió la aplicación de la bula Ordinem vestrum en todo aquello en que se separaba de la Quo elongati. Era un paso atrás de la orden entera ante el peligro de infidelidad a su propia vocación.

Pero había una minoría recalcitrante que consideraba este modo de proceder como perjudicial a la prosperidad de la orden y, ya que no había modo de proceder directamente contra el general, por la veneración universal de que era objeto, sacaron partido del único lado vulnerable que ofrecía: su simpatía por las ideas del abad Joaquín de Fiore, condenadas hacía poco por Alejandro IV. Obtuvieron del papa que le invitase por las buenas a presentar la dimisión.

Juan de Parma reunió al punto el capítulo, que fue presidido en Roma por Alejandro IV en persona. Formuló con sencillez su renuncia, pero los capitulares se negaron a aceptarla. Por fin, en vista de que seguía inquebrantable en su decisión, le rogaron que él mismo señalara su sucesor, y designó entonces a Buenaventura de Bagnoregio, maestro en París, de edad de cuarenta años. Juan de Parma se retiró al eremitorio de Greccio12.


NOTAS:

1. H. Grundmann, Die Bulle "Quo elongati" Papst Gregors IX, en AFH 54 (1961) 3-25.- F. Elizondo, Bullae "Quo elongati" Gregorii IX et "Ordinem vestrum" Innocentii IV, en Laurentianum 3 (1962) 349-367.

2. Gratien de París, Historia de la fundación y evolución de la Orden de Frailes Menores en el siglo XIII. Buenos Aires, Ed. Desclée de Brouwer, 1947, 124-129.

3. E. Lempp, Frère Elie de Cortone. Paris 1901.- F. S. Attal, Frate Elia, compagno di san Francesco. Genova 1953, 2.ª ed.- G. Odoardi, Un geniale figlio di san Francesco: Frate Elia di Assisi..., en MF 54 (1954) 91-139; A. Pompei, Frate Elia nel giudizio dei contemporanei e dei posteri, en MF 54 (1954) 539-635.- R. B. Brooke, Early franciscan gouvernement. Elias to Bonaventure. Cambridge 1959, 83-105, 137-177.

4. Chronica, ed. Holder-Egger, MGH SS XXXII, 96.

5. François d'Assise, en Nouvelles d'histoire religieuse, Paris 1884, 344.

6. Gratien de París, Historia de la fundación y evolución de la Orden de Frailes Menores en el siglo XIII. Buenos Aires, Ed. Desclée de Brouwer, 1947, 144-154.- R. B. Brooke, Early franciscan gouvernement. Elias to Bonaventure. Cambridge 1959, 225-231, 293-296 (ha puesto de manifiesto la dependencia de las constituciones de 1239-1260 de las de los dominicos).

7. Cf. Lázaro de Aspurz [Iriarte], Communitatis franciscalis evolutio historica, en Laurentianum 7 (1966) 110-151.

8. F. Elizondo, Bullae "Quo elongati" Gregorii IX et "Ordinem vestrum" Innocentii IV, en Laurentianum 3 (1962) 367-394.

9. L. Iriarte, "Appropriatio" et "expropriatio" in doctrina s. Francisci, en Laurentianum 11 (1970) 3-35.

10. A. Clareno, Historia septem tribulationum, IV, 3, ed. A. Ghinato, Roma 1959, 97.

11. T. de Eccleston, De adventu fratrum minorum in Angliam, ed. A. G. Little, Paris 1909, 92.

12. Gratien de París, Historia de la fundación y evolución de la Orden de Frailes Menores en el siglo XIII. Buenos Aires, Ed. Desclée de Brouwer, 1947, 226-232.

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