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DIRECTORIO FRANCISCANOHistoria franciscana |
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I. LA ORDEN DE LOS HERMANOS MENORES HASTA 1517 Capítulo XIII El cultivo de la ciencia en la vocación minorítica Francisco no perteneció a la dase de los letrados; gustaba de llamarse "simple e ignorante" y, si se hizo admirar de los doctos, fue por el contraste entre la luz superior que demostraba y su condición de hombre sin letras. Pero poseía la suficiente cultura para valorar las actividades intelectuales y las aspiraciones de los hombres de estudio. Tuvo gran veneración por los "teólogos" y gran aprecio de la ciencia, pero no la contó entre los medios de formación y de acción de la fraternidad. Más aún, recelaba grandemente del afán de saber, y ello ante todo por el compromiso fundamental de ser pobres y menores en medio del pueblo de Dios. El saber, como el poder y el poseer, son las tres grandes tentaciones del orgullo humano, fuentes permanentes de desigualdad. La misma razón que llevó a Francisco a prescindir del dinero en medio de una sociedad en que el dinero comenzaba a ser omnipotente y le hizo escoger con los suyos el último lugar, esa misma razón de desapropio le movió a dejar de lado el recurso de la ciencia en un momento en que ésta hacía aparecer en Europa una nueva potencia: la universidad. Pero, además, el santo veía en el establecimiento de los estudios al interior de la fraternidad un germen de futuro desnivel entre los hermanos; temía por el día en que el hermano letrado se hiciera servir del hermano sencillo (LP 104). Recibía con gozo a los doctos que pedían el hábito; pero quería que hicieran la renuncia de su ciencia, no anulándola, sino liberándola de la tendencia del propio yo a apropiarse abusivamente los dones de Dios (2Cel 194). Debían ponerla luego al servicio de los demás. Pero la fraternidad no promocionaba a nadie. Tal es el sentido del precepto de la regla: "Los que no saben letras no se cuiden de aprenderlas"1. Pero Francisco no era un fanático. De la misma manera que admitió una adaptación a la realidad en punto a casas e iglesias, aceptó también el estudio como un hecho, derivado de la presencia creciente de hombres de escuela en el seno de la fraternidad, de la inevitable preponderancia de éstos en la vida y en el gobierno de la misma, y de la necesidad de la predicación docta al lado de la exhortación penitencial. El paso lo dio en forma ampliamente positiva a fines de 1223 o principios de 1224 al autorizar a san Antonio de Lisboa para enseñar la "sagrada teología" a los hermanos con la carta que llevaba como encabezamiento: "Fratri Antonio episcopo meo"2. El humilde maestro portugués, en efecto, había cumplido a la letra el desapropio que deseaba el fundador en los doctos. Pero ponía una condición, la misma que la regla establece para el trabajo manual: que "el estudio no apague el espíritu de oración y devoción". Con ello ponía al mismo nivel las dos formas de ocupación, en contra de la opinión corriente en las escuelas de que la actividad intelectual favorece la disposición del espíritu. Entre tanto, la presión de Hugolino y de los ministros iba llevando a la orden hacia una apertura cada vez mayor a los ambientes universitarios. Ya en vida de san Francisco habían ingresado grupos nutridos de estudiantes y maestros de las universidades de Bologna, París y Oxford. En estas tres ciudades, y a la sombra de las respectivas universidades, se formaban en 1231, en estudios generales propios, los lectores destinados a dirigir el progreso de los estudios en los principales conventos de cada provincia. Con ello, además del prestigio científico, los hermanos menores adquirían nuevas posibilidades de acción al servicio de la iglesia. Pero la prevención del fundador sería mantenida como una herencia por los grupos de celantes. "Ah, París, París -exclamaba fray Gil-, tú estás llevando a la ruina la orden de san Francisco"3. En el momento de la ruda persecución contra los espirituales, el poeta Jacopone de Todi acusará a París de haber destruido a Asís4. El mismo recelo volvería a reaparecer en los primeros brotes de la observancia y sería necesaria la energía de san Juan de Capistrano para disiparlo. Bajo los inmediatos sucesores de san Francisco, pero especialmente bajo Haymón de Faversham, el estudio se convirtió en la actividad primordial de los hermanos. Juan de Parma, docto él mismo, no frenó la marcha emprendida, pero insistió en que la ciencia debía subordinarse a la santidad. San Buenaventura, que recibió en el gran convento de París su formación religiosa e intelectual, no podía concebir la vida y la acción de la orden sin el cultivo de la ciencia sagrada. Siendo general se esforzaría en demostrar que el trabajo intelectual está en plena conformidad con la regla y con la intención de san Francisco: éste quiso la predicación, luego tuvo que querer el estudio sin el cual aquélla no es posible5. El seráfico doctor asigna, con todo, a los recursos intelectuales un papel secundario y define el espíritu franciscano del estudio con tales caracteres que bien pudiera suscribirlos el mismo san Francisco. Contrapone a los monjes y a los mendicantes en el modo de darse a las cosas divinas: aquéllos lo hacen per modum supplicatorium; éstos, per modum speculatorium. Pero entre las dos órdenes cultivadoras del estudio, por otra parte, hay esta gran diferencia: "Unos (los predicadores) se aplican principalmente a la especulación... y después a la unción; los otros (los menores) se aplican principalmente a la unción, y después a la especulación. ¡Y que jamás falte en nosotros tal amor o unción!"6 Esta diferencia aparece clara en los escritos de los dos santos doctores que personifican esas dos concepciones, y más particularmente en la definición que ambos dan de la teología, respondiendo a la cuestión de si es ciencia especulativa o ciencia práctica. Santo Tomás: "La sagrada doctrina comprende en sí misma ambas, la especulativa y la práctica...; pero es más especulativa que práctica, porque trata más principalmente de las cosas divinas que de los actos humanos"7. San Buenaventura: "La ciencia teológica es un hábito afectivo, intermedio entre el conocimiento especulativo y el conocimiento práctico, y tiene como finalidad tanto la contemplación como el hacer que seamos buenos, y más principalmente hacer que seamos buenos (et quidem principalius ut boni fiamus)8. Y según otra noción: "La ciencia teológica es el conocimiento piadoso de la verdad revelada" (veritatis credibilis notitia pia)9. El santo doctor lo practicaba en sí mismo. "Cualquier verdad la reducía a oración", dice su biógrafo Bernardo de Bessa. Entre dos opiniones disputadas, se decidía por la que más favoreciera a la piedad y más redundara en gloria de Dios. Nunca se contentaba con la mera especulación. Su lema era: "Quien da preferencia a la ciencia sobre la santidad no medrará"10. Los datos de la experiencia mística han de juntarse, en el método bonaventuriano, a los de la observación científica y a los de la especulación filosófica. En el sistema franciscano, concebido así unitariamente, la ciencia de las ciencias es la sagrada Escritura, única que deben cultivar los hermanos menores, según Buenaventura; sólo para profundizar en ella permite el estudio de las ciencias profanas. Teología no es otra cosa que la sacra pagina, la palabra de Dios escrita, enseñada y hecha vida. Divide el trabajo científico en cuatro categorías, según el orden de excelencia: 1.ª Sagrada Escritura. 2.ª Santos padres (originalia sanctorum). 3.ª Teólogos (summae magistrorum). 4.ª Filósofos y escritores profanos. Estos últimos sólo se deben estudiar como de paso, transeundo et furando. Tal es la metodología para llegar a la ciencia; pero, si se quiere conseguir la sabiduría, es imprescindible la santidad de vida: timorata, impolluta, religiosa, aedificatoria11. Organización de los estudios Ya desde el siglo XIII se establecieron los llamados estudios particulares en la mayor parte de los conventos. Todos los clérigos, sin excluir guardianes, predicadores ni confesores, estaban obligados a asistir a las explicaciones del lector señalado para cada comunidad. Generalmente eran clases públicas, a las que se admitía a los extraños. Con el fin de proveer a la instrucción de los que pedían el hábito sin tener la ciencia requerida, fueron apareciendo los estudios provinciales. Las constituciones de Narbona exigían en los candidatos para clérigos haber cursado el Trivium y el Quadrivium; pero las de 1316 aflojaron en este rigor, contentándose con la habilidad para el estudio. De aquí que con el tiempo se fueran introduciendo los estudios gramaticales y la lógica. También se hizo general, ya desde el siglo XIII, el estudio de la filosofía en las casas provinciales de formación no obstante la prevención existente contra esta ciencia aun por parte de la legislación eclesiástica. Los estudios provinciales de filosofía y teología no eran tan numerosos en la orden como los de artes. Los religiosos de dotes más relevantes eran enviados a los estudios generales, que aparecieron muy pronto, preferentemente junto a las grandes universidades. El más famoso de estos centros fue el de París. Varios doctores de la Sorbona habían ingresado en la orden ya en vida de san Francisco, entre otros Haymón de Faversham. Siguióles en 1235 Alejandro de Hales, maestro regente de los más afamados, que trasladó su cátedra al convento de los menores, con lo que el Studium quedó incorporado a la universidad. Cada provincia podía enviar a París dos estudiantes que hubieran cursado antes en los estudios provinciales. Ya hablamos en otro lugar de la lucha que hubieron de sostener los mendicantes a mediados del siglo XIII por causa de las cátedras regentadas por ellos. Debido al favor dispensado a los hijos de san Francisco por el canciller de la universidad de Oxford, Roberto Grosseteste, también en el convento de esta ciudad tuvo carácter público el estudio general de los menores. En un principio fueron regentes algunos maestros de la universidad, pero desde 1245, en que fue puesto al frente Adán de Marsh, estuvo a cargo de doctores de la orden. Tanto el estudio de París como el de Oxford podían conferir grados universitarios para toda la orden. También en Cambridge fue incorporado a la universidad el estudio general en 1240 y recibió las mismas prerrogativas que el de Oxford, pero no alcanzó tanto prestigio. En el siglo XIV fueron recibiendo otros varios centros el poder de conferir grados, por lo que el capítulo general de 1421 tuvo que restringir este derecho a los ya existentes en la Curia Romana; Bolonia, Padua y Perusa, para la familia cismontana; París, Oxford, Toulouse y Cambridge, para la ultramontana; en 1437 se añadieron Salamanca, Lérida, Montpellier, Colonia, Florencia, Nápoles, Génova y otro lugar a elección del ministro general. En el método de desarrollar las lecciones y las disputas, así ordinarias como extraordinarias, poco difería la orden franciscana de las otras órdenes y de lo que se usaba en las universidades. La duración de los estudios varió mucho en el curso de los tres siglos. San Buenaventura exigía cuatro años para los que hubieran de desempeñar el cargo de lector en las provincias; en 1316 se redujo a tres años la duración, y luego a dos; en 1500 de nuevo se exigían tres años. Diariamente se tenían lecciones mañana y tarde, pero eran relativamente pocos los días destinados a ellas, ya que las vacaciones solían extenderse desde Pentecostés hasta la fiesta de san Francisco, además de las interrupciones de Navidad y Pascua. En dichas lecciones se exponían dialécticamente las sentencias de Pedro Lombardo y se explicaba la sagrada Escritura, añadiendo aplicaciones morales. La pasividad de los alumnos en las lecciones hallaba su contrapeso en las disputas ordinarias, a las que se daba gran importancia. Y unas y otras tenían su complemento imprescindible en los sermones, en que habían de ejercitarse lectores y estudiantes. Dos veces al año, y en ocasiones muy extraordinarias, como la celebración del capítulo general, solían celebrarse las disputas solemnes, llamadas de quolibet, en que cada orden religiosa hacía gala de sus mejores talentos. Desde fines del siglo XIII, los estudiantes, al salir del noviciado, eran colocados bajo el cuidado de un magister iuvenum hasta la edad de veinticinco años, antes de la cual a nadie se confería el sacerdocio. En virtud de la exención, expresamente confirmada en este particular por Alejandro IV y Clemente IV, las casas de estudio de la orden gozaban de absoluta independencia. Los lectores eran nombrados por los superiores de la orden a tenor de las constituciones; para los estudios generales, el nombramiento correspondía al ministro general en el capítulo o con el consejo de un número determinado de religiosos prudentes; para los estudios provinciales, al ministro provincial. Con el tiempo, el oficio de lector llegó a adquirir gran importancia, y los que lo ostentaban, sobre todo en los estudios generales, gozaban de amplios privilegios y exenciones12. El pensamiento franciscano y sus más insignes representantes No puede hablarse de una escuela franciscana cerrada en el sentido de que un autor fuera impuesto como maestro único a toda la orden; sólo en épocas de decadencia, y por espíritu de rivalidad con otros institutos, apareció el dogmatismo exclusivista13. Pero sí ha de hablarse de una tendencia peculiar, con su punto de partida y su meta perfectamente caracterizados; de un organismo doctrinal que crece dentro de una síntesis, siempre formulada, pero nunca escrita. Más que moldes rígidos, estos caracteres propios forman un clima intelectual peculiar, que distingue sin esfuerzo lo franciscano. Y este clima o forma mentis halla su fuente en la espiritualidad misma de san Francisco. Predominio del amor sobre la especulación, he ahí la dialéctica franciscana. Primacía de la voluntad sobre el entendimiento, he ahí el rumbo de las ascensiones franciscanas. Mirar a Dios como Bien antes que como Verdad, he ahí el fin del vivir y del pensar franciscano. "En el binomio amor-voluntad -dice el P. Gemelli- concuerdan todas las corrientes franciscanas". El pensamiento filosófico franciscano enlaza, a través de la tradición medieval y de san Agustín, con el platonismo. Esta tradición patrística, mejor agustiniana, en que tan bien encajaba el sentido franciscano de la vida, dominó en la iglesia de Occidente hasta la mitad del siglo XIII, es decir, hasta que el aristotelismo cristianizado por santo Tomás de Aquino, fue ganando terreno en las escuelas14. Dos son los centros, modeladores de la época, donde se forman los grandes doctores franciscanos de los siglos XIII y XIV: París y Oxford. A todos precedió, como ya hemos dicho, el modelo del sabio franciscano en la mente de san Francisco, el Doctor Evangélico san Antonio de Padua, procedente de las aulas de Coimbra y de la espiritualidad agustiniana, maestro, predicador, hombre de gobierno y representante al mismo tiempo del partido de los celantes. Pero el maestro orientador de la ciencia franciscana fue Alejandro de Hales († 1245). Doctor Irrefragabilis, maestro regente de la Sorbona. Es el primer escolástico que trató de servirse, como auxiliar, de toda la filosofía aristotélica para elaborar su incompleta Summa Theologica, iniciando así una nueva era en la ciencia cristiana. Discípulos de Alejandro de Hales fueron Juan de la Rochelle († 1245), asociado al maestro en la cátedra, decidido apologista de la filosofía de Aristóteles y no exento de averroísmo; Guillermo de Midletown († c. 1260), regente en París, autor de importantes comentarios a los libros sagrados; Alejandro de Bremen († 1271), notable también por sus comentarios bíblicos; Odón Rigaud († 1275), regente de la cátedra, cuyo comentario a las sentencias gozó de gran crédito, y el más insigne de todos, Buenaventura de Bagnoregio, que sucedió a Guillermo de Midletown como regente antes de 1260. El Doctor Seráfico, llamado más bien Doctor devotus en su tiempo, cuya vida corre paralela a la del Doctor Angélico desde que juntos escalaron el doctorado en París en 1257 hasta la muerte de ambos a poca distancia en los días del segundo concilio de Lyon (1274), es el forjador de la síntesis de la filosofía tradicional frente a la síntesis tomista levantada sobre el aristotelismo. Del Estagirita toma la ciencia, de Platón la sabiduría y de san Agustín la interpretación cristiana de ambas. Para san Buenaventura no hay más que un maestro, Cristo, y una ciencia, la que une a Él. Las ciencias naturales se reducen a la filosofía y ésta, con ellas, a la teología; y la dogmática, que se basa en la fe, se reduce a su vez a la mística, que se basa juntamente en la fe y en el conocimiento experimental. Los dos ejes de su síntesis filosófica son el ejemplarismo y el iluminatismo. El ejemplarismo es la esencia misma de la metafísica; en lugar de considerar las cosas en sí mismas, al estilo de los peripatéticos, prefiere considerarlas en la esencia divina, en las ideas ejemplares de Dios, que son como el molde de las cosas creadas; el mérito del filósofo está en ir descubriendo en los seres las huellas de Dios, más o menos perfectas, hasta llegar al mismo Dios. La iluminación especial consiste en la visión intuitiva de los primeros principios, contuitio, y en la percepción sobrenatural de las verdades básicas. Es verdadera iluminación divina, sin la cual no habría fijeza en nuestros conocimientos, por carecer de una base en que descansar. Esta iluminación natural no es completa si no se añade a ella la sobrenatural de la fe y de la contemplación mística hasta llegar al éxtasis. Siguiendo a Alejandro de Hales, considera a Dios más como Bien que se comunica que como Causa que crea. La obra maestra de san Buenaventura es el Itinerarium mentis in Deum, bella síntesis de sus concepciones filosóficas, teológicas y místicas. Otro ensayo de síntesis es el opúsculo De reductione artium ad Theologiam. De sus obras teológicas son las más importantes: Commentarii in quatuor libros Sententiarum, Breviloquium, Collationes in Hexaëmeron y los comentarios al Eclesiastés, Sabiduría, san Juan y san Lucas15. Entre los doctores de París, discípulos más o menos directos de san Buenaventura, merecen destacarse Gilberto de Tournai († 1284), antiaverroísta; Guillermo de la Mare († c. 1298), refutador del tomismo; Pedro Juan Olivi († 1298), el venerado maestro de los espirituales, que escribió multitud de comentarios al libro de las Sentencias y a varios libros del Nuevo Testamento; Mateo de Acquasparta († 1302), lector en Bologna y después regente en París; Ricardo de Mediavilla († c. 1308), llamado Doctor Solidus, maestro regente, notable por sus ideas filosóficas; Juan de Erfurt († p. 1309), buen decretalista; el cardenal Juan de Murro († 1312), asimismo maestro regente; Gonzalo de Balboa († 1313), regente en París, maestro de Duns Scoto, escribió importantes tratados filosóficos (figuran bajo el nombre de Gonsalvus Hispanus); Alejandro de Alessandria († 1314), asimismo regente en París, buen moralista16. Gran parte de las lumbreras franciscanas del continente procedían de las islas británicas; el Studium de Oxford se había convertido en escuela de maestros de primer orden17. El fundador, Roberto Grosseteste, gran amigo de los hermanos menores, supo comunicar al centro una solidez científica y una amplitud enciclopédica que le distinguía entre los demás de la época. Los doctores allí formados, conocedores del griego y del hebreo, demostraban una gran superioridad respecto a los demás colegas escolásticos, que habían de fiarse de versiones latinas. Al ser nombrado obispo de Lincoln en 1235, Grosseteste dejó la cátedra en manos de los franciscanos, que en 1247 tendrían su primer regente de la orden en la persona de Adam de Marsh († 1259), hombre de gran influencia en su patria. Junto a él sobresalen Ricardo Rufus de Cornwall († c. 1260); Tomás de York († c. 1260), autor de la primera suma de metafísica del siglo XIII; Juan de Gales (Wallensis) († c. 1285), que después fue regente en París y dejó escritas importantes obras de filosofía y teología, y el más famoso y original de todos, Rogerio Bacon († 1292), Doctor Mirabilis. Su preocupación fue dar a la teología una base científica; despreciaba a los escolásticos por su desconocimiento de las lenguas bíblicas. Es el padre del método experimental en las ciencias; intuye y profetiza gran parte de los inventos modernos; es al mismo tiempo filósofo, matemático, astrónomo, geógrafo, físico, químico y filólogo. No fue Bacon el único franciscano con vocación científica experimental. Tal vez la posición filosófica que, siguiendo a san Agustín, sostenía el conocimiento directo intelectual de lo individual y concreto, en contra de la tesis aristotélico-tomista, favoreció el interés por la realidad física. Hacia mediados del siglo XIII escribía su De proprietatibus rerum Bartolomé de Glanville (Anglicus); y por el mismo tiempo apareció el Tractatus super totam astrologiam, de Bernardo de Verdun; Buenaventura de Iseo († 1260) se hacía conocer por su libro de medicina y alquimia; el obispo de Cartagena Pedro Gallego († 1267), además de traducir del árabe varios tratados de Aristóteles y de Averroes, dejó una Summa Astronomica y un tratado De animalibus; Pedro Peregrino de Maricourt († p. 1269), se hizo famoso por su Epistola de magnete, atrayendo la atención por primera vez sobre la desviación magnética, y por sus conocimientos de física experimental; fue maestro de Rogerio Bacon, que lo alababa grandemente por su pasión de investigador; finalmente, el eminente colaborador del rey de Castilla Alfonso el Sabio en el impulso cultural y preceptor del príncipe Sancho, Juan Gil de Zamora († p. 1318), que dejó escritas obras históricas, una Historia naturalis, un Liber de arte musica y un tratado Contra venena. Volviendo a la escuela de Oxford, hallamos a Juan de Pecham († 1292), regente de París, autor de importantes tratados teológicos y filosóficos, y uno De sphaera; Rogerio Marston († 1303), teólogo plenamente agustiniano. Aunque no fue miembro de la primera orden, no puede faltar en la lista de las grandes inteligencias franciscanas el doctor iluminado Ramón Lull († 1316), cuya originalísima producción está plenamente impregnada de la atmósfera minorítica y ha tenido gran influencia en la evolución posterior de la filosofía en ciertos sectores de la orden. Filósofo, místico, poeta y apóstol, ve la ciencia sólo en función de la conversión de los incrédulos, herejes e infieles. Su obra más conocida, y para él la más importante, es el Ars magna, especie de máquina dialéctica con que pretende resolver todos los problemas científicos19. El siglo de oro de la ciencia franciscana se prolonga hasta mediados del siglo XIV. Sobresalen Hugo de Novo Castro († p. 1322), Doctor Scholasticus, defensor de la doctrina sobre la Inmaculada Concepción; Vidal de Four († 1327), con su principal obra De rerum principio; Aufredo Gontier († 1328), discípulo de Scoto, lector en el estudio general de Barcelona; Francisco de Meyronnes († p. 1328), el más célebre de los fieles seguidores de Scoto; Bertrand de la Tour († c. 1332), Doctor Famosus, regente en París, autor de varios comentarios sobre el Nuevo Testamento; Juan de Bassolis († 1333); Guillermo de Alnwick († 1333), regente en París, seguidor de Scoto; Guillermo Rubió (de Rubione) († c. 1333), notable como filósofo, y su compatriota Antonio Andrés de Aragón († c. 1333); Paulino de Venecia († 1344), autor de un tratado De regimine rectoris sobre la autoridad pública; Francisco Rubei de Ascoli († p. 1334), maestro en París; Bonagrazia de Bérgamo († 1340), Doctor Decretalium, que empleó su dialéctica excepcional contra los papas Juan XXII y Benedicto XII, no menos que contra los espirituales; Álvaro Paes (Alvarus Pelagii, † 1350), otro decretalista, pero defensor del pontificado contra Bonagrazia, Ockham y Marsilio de Padua; Pedro de Navarra (de Atarrabia, † 1347), Doctor Fundatus; Nicolás de Lyra († 1349), Doctor Planus, regente en París, insigne escriturista, autor de Postillae perpetuae in universam sacram Scripturam, obra que ejerció gran influencia; escribió también varios tratados dirigidos a los hebreos; Gerardo Eudes (Odonis) († 1349), Doctor Moralis, que fue ministro general de la orden; Poncio Carbonell († 1350), que escribió numerosos comentarios a los libros sagrados; Landulfo Caracciolo de Nápoles († 1351), Doctor Collectivus, autor de un tratado sobre la Inmaculada Concepción; Pedro de Aquila († 1361), Scotellus, notable filósofo, y Juan de Roquetaillade (Rupescissa, † p. 1365), original en sus ideas escatológicas. Dos ingenios poderosos imprimirían nuevos rumbos al pensamiento en las escuelas. Pedro de Aureole (Aureoli, † 1322), Doctor Facundus, discípulo de Scoto, pero después adversario tanto del scotismo como del tomismo, aunque gran defensor de la doctrina de la Inmaculada Concepción, fue autor de un Compendium sensus litteralis sacrae Scripturae, que sirvió de manual en las escuelas durante mucho tiempo; pero lo que le hace ser considerado como iniciador de la vía moderna es su conceptualismo en filosofía. Guillermo de Ockham († 1347), Venerabilis Inceptor, se formó en Oxford; excomulgado por Juan XXII por su campaña en favor de Luis de Baviera y por sus doctrinas revolucionarias sobre la potestad eclesiástica, enemigo de la escolástica y en particular de su maestro Scoto, creó un sistema filosófico propio, que se ha llamado nominalismo. Establecía una línea divisoria entre el dominio de los sentidos y el campo de la revelación, negaba a la razón el poder de remontarse más allá de lo que se encierra en el mundo. El hombre -enseñaba- limita su conocimiento a los datos de la experiencia, el cristiano conoce por la fe lo que está más allá del universo visible, lo universal; pero la fe no debe coartar la libertad de la razón en la investigación de lo concreto ni imponer leyes morales absolutas a la voluntad humana. El ockhamismo fue la filosofía del siglo XIV; se impuso en las universidades, particularmente en la de París, y prestó armas muy preciosas a las herejías reformistas, desde Wiclef a Lutero20. El siglo XIV, escaso en figuras de relieve en su segunda mitad, se cierra no obstante con dos escritores relevantes: el catalán Francisco Eiximenis († 1409), autor de numerosas obras en latín y en lengua vulgar, entre las que destacan El crestiá y Regiment de Princeps, y el griego cretense Pedro Philargis de Candía, futuro papa Alejandro V († 1410), gran humanista, literato y teólogo; enseñó el griego en Oxford y en algunos centros de Italia. El siglo XV, rico en impulsos de renovación interna y en obras de apostolado, dejó poco margen para la especulación y para los ocios científicos entre los observantes; éstos, por otra parte, tardaron en superar el primer recelo contra los estudios y el desdén por los grados académicos. Los conventuales siguieron manteniendo alto el prestigio científico y contaban con centros muy acreditados, si bien no fue grande la producción. Las energías científicas se consumían en gran parte en la defensa de la Inmaculada Concepción de María, logrando triunfos sonados, como el de la pretendida definición del concilio de Basilea. En esa ocasión se distinguieron Pedro Porcher († 1447) y Juan de Segovia († 1458). Merecen también citarse, como inmaculistas y como escritores, Juan Bremer († 1444), maestro en Erfurt; Conrado Bömlin († 1449), divulgador de la teología en lengua alemana; Antonio de Rho († p. 1450); Guillermo de Vaurouillon († 1463); Enrique de Werl († 1463), autor de un tratado De Immaculata Conceptione B. M. Virginis; Matías Döring († 1469), a quien se atribuye un opúsculo contra el primado del papa; Nicolás Lackmann († 1479), maestro en Erfurt, buen jurista; Antonio Trombetta († 1517), que tomó parte en el V Concilio de Letrán; Lucas Pacioli († 1517), divulgador del álgebra en Occidente. Todos ellos conventuales y, en su mayoría, alemanes. A los que hay que añadir Francisco della Rovere, elevado al pontificado con el nombre de Sixto IV († 1484), scotista renombrado y gran autoridad intelectual, que supo asimilar las aspiraciones humanistas de la época con todas sus luces y sombras en el ambiente de la curia pontificia. Entre los observantes son conocidos Ángel de Chivasso († 1495), moralista, autor de una Summa casuum, y los españoles Alfonso López de Espina († c. 1495), que escribió la obra apologética Fortalicium fidei, y Juan de Marchena († p. 1502), cosmógrafo, colaborador de Cristóbal Colón. En España se inició la renovación científica a fines del siglo bajo la iniciativa del cardenal Jiménez de Cisneros († 1517), que, con la fundación de la universidad de Alcalá (1508), de signo totalmente renacentista, y con la edición de la monumental Biblia Sacra Polyglotta, llamada complutense, incorporó los elementos de la cultura humanista a la ciencia cristiana, abriendo los cauces de la teología positiva. NOTAS: 1. Sobre la actitud del fundador hacia los estudios y la ciencia se han emitido pareceres encontrados. Véase H. Felder, Geschichte der wissenschaftlichen Studien im Franziskanerorden, Freiburg i. Br. 1904, 58-96; E. Gilson, La filosofía de san Buenaventura, Buenos Aires 1948, 49-54; Gratien de París, Historia de la fundación..., 96-105; L. de Sarasola, San Francisco de Asís, Madrid 1960, 394-417.- C. Berubé, De la théologie a l'Ecriture chez St. Bueaventure, CF 40 (1970) 7-70. 2. K. Esser, Die Opuscula des hl. Franziskus von Assisi, Grottaferrata (Roma) 1976, 147-154. 3. Chron. XXIV Generalium, AF III, 263. 4. Poesi spirituali, ed. B. Brugnoli, Firenze 1914, 57. 5. Epist. de tribus quaestionibus, 9, Opera omnia, VIII, 334. 6. In Hexaëmeron, Collat. XXII, 21s; Opera omnia, V, 440. 7. Summa theol., P. I., q. 1., a. 4 resp. 8. Proem. in I Sentent., q. 3 ; Opera omnia, I, 13. 9. De donis Sp. Sancti, Coll. IV, 13; Opera omnia, V, 476. 10. In Hexaëm. Coll. XIX, 3; Opera omnia, V, 420. 11. Hilarinus a Lucerna, De spiritu studiorum franciscano, CF 3 (1933) 161-181.- A. Kleinhans, De studio s. Scripturae in Ordine fr. minorum saec. XIII, en Antonianum 7 (1932) 413-440.- G. H. Tavard, Transiency and permanence. The nature of Theologie according St. Bonaventure. St. Bonaventure, N. Y., 1954.- Felicianus a Floriana, De natura theologiae ad mentem s. Bonaventurae. Marsa (Malta) 1956. 12. H. Felder, Geschichte der wissenschaftlichen Studien im Franziskanerorden. Freiburg i. Br. 1904, 317-369, 380-546.- B. Kurtscheid, De lectorum ordinis minorum formatione. Quaracchi 1930.- M. Brlek, De evolutione iuridica studiorum in ordine minorum. Duvrovnik 1942.- L. Di Fonzo, Studi, studenti e maestri nell'ordine dei francescani conventuali dal 1223 al 1517, MF 44 (1944) 167-195.- E. Frascadore - H. Oms, Bibliografia delle Bibliografie - Gli studi e l'ordine dei minori, AFH 57 (1964) 316-366. 13. Desde 1331 las constituciones obligaron a dar la preferencia a Alejandro de Hales y más explícitamente lo impuso como maestro indiscutido el capítulo general de 1373. Las constituciones alejandrinas de 1500 añadieron, junto a él, a san Buenaventura, Francisco de Meyronnes y Ricardo de Mediavilla. Duns Scoto se impondría progresivamente desde mediados del siglo XVI. M. Brlek, Legislatio ord. fr. minorum de Doctore Inmaculatae Conceptionis, en Antonianum 29 (1954) 497-522. 14. E. Longpré, S. Augustin et la pensée franciscaine, en France Francisc. 15 (1932) 5-76.- C. Morón Arroyo, Aristotelismo y augustinismo en la universidad de París en la segunda mitad del siglo XIII, en La Ciudad de Dios 176 (1963) 646-665.- Hadrianus a Krizovljan, Primordia scholae franciscanae et thomismus, CF 31 (1961) 133-175. La prevención de los franciscanos contra el tomismo provenía del parentesco que creían ver en él con el averroísmo, y creció al ser condenado Siger de Brabant en 1277. El general Bonagrazia, en el capítulo de Strasburgo (1282), dio orden a los provinciales de no difundir la Summa de fray Tomás, sino sólo entre los lectores mejor preparados, y aun éstos debían tener a la vista el Correctorium fratris Thomae de Guillermo de La Mare, que era una verdadera refutación general del tomismo. AFH 26 (1933) 139. 15. Me limito a citar las tres obras importantes publicadas con ocasión del centenario: S. Bonaventura 1274-1974. 5 vols. Grottaferrata (Roma) 1973-1974. El vol. V contiene sólo la bibliografía.- San Bonaventura maestro di vita francescana e di sapienza cristiana. Atti del Congresso Int. di S. Bonaventura, Roma 19-26 sett. 1974. 3 vols. Roma 1976.- B. Distel-Brink, Bonaventurae scripta authentica, dubia vel spuria, critice recensita. Roma 1975.- Y la bibliografía indicada en el Index de CF 1931-1970, p. 90-97. 16. Cf. P. Glorieux, Répertoire des maitres en théologie de Paris au XIIIe siècle. II, Paris 1934. Mis au point en Rech. Théol. Anc. Méd. 18 (1951). 17. A. G. Little - Fr. Pelster, Oxford Theology and Theologians 1282-1302. Oxford 1934.- C. K. Brampton, Sobre la licenciatura de los lectores franciscanos en Oxford entre los años 1286 y 1330, en Estudios Eclesiásticos 38 (1963) 249-254. 18. E. Gilson, Jean Duns Scot. Introduction à ses positions fondamentales. Paris 1952. Y la bibliografía indicada en el Index de CF 1931-1970, p. 303-308. 19. E. W. Platzeck, R. Lull, sein Leben, seine Werke, die Grundlage seines Denkens. 2 vols. Roma-Düsseldorf 1962-1964.- J. N. Hillgarth, Lulio, Raimundo - Lulismo, en Dicc. Hist. Ecl. Esp., II, Madrid 1972, 1359-1367 (amplia bibliografía). 20. Para la bibliografía sobre Ockham y el ockhamismo véase Index de CF cit. p. 257-259. |