DIRECTORIO FRANCISCANOHistoria franciscana |
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1.- Relaciones entre la pobreza de Francisco y los movimientos religiosos de su tiempo Como bien sabemos, Francisco no inventó la pobreza ni el retorno al Evangelio. Posiblemente no haya elemento alguno de su espiritualidad que no pueda encontrarse en otras partes. Y esto es válido incluso para su pobreza. Bastaría, por ejemplo, hacer un cotejo con las ideas de Roberto de Arbrissel o, mejor aún, con las de Etienne de Thiers (Muret). Pero no se trata, me parece, de si se pueden o no encontrar en los escritos de Francisco y en los de sus biógrafos «novedades» o elementos hasta entonces desconocidos. Se trata, más bien, de su entera personalidad, fuerza ésta que supo integrar de tal modo todos los elementos, que hizo de ellos una síntesis completamente nueva. Esto es lo que intentamos demostrar, considerando la pobreza de Francisco en sus relaciones con los movimientos religiosos de su tiempo y, sobre todo, con los movimientos que predicaban la pobreza evangélica. Si se quisiese establecer una especie de «máximo común denominador» de los movimientos religiosos de los siglos XI al XIII (lo que el carácter peculiar de cada uno de ellos haría imposible en último término), se podría hablar, a pesar de todo, de tres grandes componentes: la inspiración evangélica, una especie de «contestación» a nivel social y también una inspiración más o menos maniquea, sobre todo en los movimientos llamados heterodoxos. Las fuentes históricas que nos quedan de movimientos como el de los Valdenses, Albigenses, Patarinos, Humillados, Pobres de Lyón, etc., nos recuerdan a Francisco bajo muchos puntos de vista en lo concerniente a la inspiración evangélica de los mismos. Incluso se tiene muy frecuentemente la impresión de encontrarse, por lo que respecta a muchos textos de sus Reglas y Formas de vida, ante una especie de vulgarización, en el sentido estricto de la palabra, de un tesoro común del que cada uno podía tomar. Su fisonomía, en cuanto espiritualidad evangélica, se caracterizaba casi siempre por algunos rasgos salientes, tales como: 1) una exaltación pronunciada de la pobreza material y espiritual; 2) la práctica del trabajo manual y de las obras de caridad; 3) un celo apostólico modelado en los «Hechos de los Apóstoles»; 4) un estilo de vida que comportaba muchos elementos de la «vida religiosa» y que nos hacen pensar en las Terceras Ordenes que llegarían más tarde (hábito, Regla, disciplina religiosa, votos incluso, etc.). Todo esto se inspiraba «evangélicamente» sobre todo en los Hechos de los Apóstoles. Estos movimientos religiosos, en cuanto movimientos sociales, estaban muy fuertemente comprometidos a nivel social y aun político, y consiguientemente se manifestaban públicamente como grupos de carácter combativo (la mayoría de ellos, al menos). Estaban contra todo el que y todo lo que tuviese que ver con el lujo, el dinero y la superioridad social. Es en este sentido en el que la mayoría de estos movimientos religiosos era, al mismo tiempo, una especie de revolución social, una lucha por la emancipación de aquellos que no tenían un puesto en la sociedad, ni derecho alguno la mayor parte de ellos. Y puesto que, en todas partes, el clero y la nobleza eran los ricos y los «notables», contra ellos se dirigían principalmente las impugnaciones de los movimientos religiosos. La inspiración, digamos heterodoxa, de muchos de los movimientos religiosos provenía sobre todo del Oriente, y, más en concreto aún, era una influencia maniquea. Nos parece que este elemento es más bien secundario, aun cuando haya impregnado no pocos movimientos religiosos. Pero es un hecho el que el hombre (aun hoy) se haya sentido siempre atraído por el Oriente y su espiritualidad; sobre todo el hombre de la Edad Media, que se encontraba situado -con motivo de las Cruzadas- ante un mundo, una religión y una filosofía nuevos. Si quisiéramos ubicar a Francisco y su movimiento sobre el fondo de los movimientos religiosos de su tiempo, ¿dónde deberíamos encasillarlo? No, por cierto, al lado de ellos, como si Francisco pudiese considerarse una prolongación de tales movimientos, y menos aún, «como uno de ellos». Sería difícil sostener esta tesis sin caer en contra-verdades históricas, es decir, en la incongruencia. Lo que llama inmediatamente la atención es que Francisco no parece haberse inspirado jamás en los movimientos de su tiempo, al menos, no directamente (incluso cuando en Asís había grupos heréticos, como ha demostrado A. Fortini en su «Nuova vita di S. Francesco»), pues las corrientes de ideas estaban ciertamente «en el ambiente» y no pretendemos hacer de Francisco un «self-made man» en el plano espiritual. Cada uno, en cuanto a su propia fisonomía espiritual, es deudor de su tiempo. El hecho de leer y escuchar el pasaje del Evangelio en la Porciúncula al estilo de los «predicadores itinerantes», es ya una prueba de ello. De igual manera, no se encuentra en Francisco absolutamente ninguna preocupación social. El no quiso «cambiar» nada, jamás pensó «contestar» contra nadie ni contra nada. Y cuando él, como los otros renovadores, dice: «Esto debe terminarse ahora mismo», no se refiere a los otros, la Iglesia, la sociedad, etc.; sino solamente, a sí mismo. Nos parece que la mayor parte de los movimientos religiosos del tiempo de Francisco hicieron la opción por una clase social, la de las gentes que, como diríamos hoy, están «marginadas», o mejor todavía, «el cuarto mundo». En esto, ellos partían ciertamente del Evangelio, pero de un Evangelio, sin embargo, intensamente coloreado por la mentalidad medieval. Una cosa típica de Francisco es que él jamás leía el Evangelio partiendo de una tesis preconcebida, jamás planteó interrogantes al Evangelio, como si fuese un libro o un manual. Para él, el Evangelio es una Persona, Cristo. Y por esto precisamente, él no llegará nunca a una especie de socialismo evangélico, ni a un humanismo, etc. Resulta muy difícil querer hablar de un socialismo o aun de una preocupación social en Francisco. A causa de su amor cautivo de Cristo, lo rechazó inconscientemente. Francisco, contrariamente a los otros movimientos religiosos, no parte jamás de una reacción contra las instituciones sociales o eclesiales defectuosas, ni tampoco de una teoría sobre las clases sociales; sino que parte de la sola llamada del Evangelio al retorno personal hacia Dios. ¿No es acaso por este motivo que Francisco, a diferencia de los otros renovadores de su tiempo, casi no presta atención al libro de los Hechos de los Apóstoles, ni fundamenta su fraternidad en las ideas que se encuentran en los primeros cristianos de los Hechos (como hicieron todos sus predecesores), sino en la Ultima Cena? Esto no es más que un pequeño rasgo peculiar, pero que dice mucho más que los textos, pues aquí se ve cómo Francisco pensaba y obraba inconscientemente. Aun cuando Francisco tiene muchos rasgos comunes con los otros renovadores de los movimientos religiosos de su tiempo, es, sin embargo, una figura singular, tanto por su manera totalmente diferente de leer el Evangelio (jamás abordaba el Evangelio con preguntas confeccionadas de antemano), cuanto por su preocupación puramente religiosa. De aquí que él no fuera nunca un opositor, contestatario, rebelde, sino siempre un servidor; y de esta manera es cómo Francisco dio precisamente su propia solución a los problemas sociales de su época. Hay, sin embargo, en Francisco, algunos rasgos específicos que podrían hacernos dudar y hacernos creer que él, a pesar de todo, optó por una clase social, v. gr.: la de los pobres. Tomemos un ejemplo muy significativo para escrutar el motivo y el alcance espiritual, social y humano del mismo. 2.- «Y después, me detuve un poco, y salí del siglo» (Test 3) Como otros muchos santos y fundadores de órdenes, Francisco, un buen día, dejó de verdad la casa paterna, una vida muy confortable, el dinero y la seguridad que le brindaban su condición de hijo de un mercader. Y asumió, consciente y públicamente, las consecuencias de ser expulsado de su vida anterior, en el famoso proceso ante el obispo de Asís. Debido a este proceso, Francisco se convirtió en un proscrito, según los Estatutos de los nuevos burgueses del Duocento: ya no podía él hacer valer sus títulos, ni sobre los bienes paternos ni respecto a los derechos de hijo; él quedaba, además, exiliado de la vida pública de la ciudad. ¿Qué sentido hay que dar a este paso radical de Francisco? ¿Es una opción contra su propia clase social de hijo rico de un mercader? Según nos parece, tal gesto de Francisco no tiene en absoluto un alcance humano y social. El no obró en absoluto bajo la inspiración de móviles sociales ni humanos. Su exaltación de la pobreza, por ejemplo, no se explica por un desprecio de los bienes materiales, ni por el solo valor intrínseco de la pobreza, ni menos aún por una preocupación de los pobres que le habría llevado a querer hacerse pobre con los pobres y a rechazar el disfrutar mientras los pobres sufren. Nada de todo esto se encuentra en las fuentes. Incluso si Celano habla ya prematuramente de la pobreza como la escogida y la preferida de Francisco, se trata ciertamente de una interpretación hecha después de que los sucesos de su conversión llevaron a Francisco a vivir en pobreza. Hasta el momento de su conversión total, cuando la escena de la Porciúncula, Francisco no vivía en pobreza «franciscana»; ésta comenzará a ser un elemento esencial de su Forma de Vida sólo después de la lectura del Evangelio en la Porciúncula. Entonces y sólo entonces, emergen todos los elementos de la vida «franciscana». Por otra parte, Francisco usó todavía dinero antes de dicha escena, como nos lo enseñan las fuentes, y la pobreza no fue el motivo principal de su cambio de vida. Como dice Celano: «En efecto, la que había elegido para esposa era la vida religiosa» (1 Cel 7). Aun cuando Celano nos haya dado el motivo del comportamiento de Francisco, especialmente: como si Francisco quisiese convertirse en pobre con los pobres, no soñando en otra cosa que en compartir su vida de miseria, por nuestra parte estamos seguros de que todo esto lo ha visto Celano a través de las ideas y de la vida del Santo, tal como el biógrafo las ha conocido después. «Poco a poco se le vio retirarse del mundo», dice Celano (1 Cel 6); o con las palabras del mismo Santo: «Y después, me detuve un poco, y salí del siglo» (Test 3). El hecho está ahí, pero nos preguntamos: ¿por qué motivo? Ciertamente, no por un motivo social, humano. No hay indicio alguno en los propios escritos de Francisco ni en los de su biógrafo, que nos permita sostener tal opinión, aunque Celano nos dé con frecuencia la impresión de subrayar demasiado la atención de Francisco a la pobreza en sí. Francisco nunca tuvo como meta mejorar la condición de los pobres, elevar a un nivel superior a esta clase miserable. El no dirá jamás, por ejemplo: cuando un hermano haya recibido por casualidad dinero, que lo dé a los pobres; no, él ordena que se arroje al estercolero. Tampoco quería protestar contra nadie ni contra nada. Lo único que podemos recordar como motivo es de naturaleza puramente religiosa: no quería más que seguir a Cristo. Prendido por el Cristo vivo del Evangelio, quiso desembarazarse de todo. Es el proceso normal de una conversión general, aunque vivida y expresada en términos de la Edad Media. Su motivo acababa de completarse durante la escena de la Porciúncula: entonces sí quiso vivir expresamente en pobreza absoluta, pero, una vez más, lo quiso sólo por amor de Cristo pobre. El motivo que Francisco mismo nos da para el hecho de haberlo abandonado todo es muy significativo: «El Señor mismo me condujo entre los leprosos» (Test 2). Fue Dios quien dio el primer paso en este hecho, y la consecuencia del mismo fue: «Salí del siglo» (Test 3). Creo que podemos decir que el hecho de que Francisco lo abandone todo, familia, porvenir, etc., no tiene para él mismo ninguna significación social; fue un acontecimiento netamente religioso. Ciertamente, las consecuencias sociales de tal hecho fueron muy duras: de repente se convirtió en un exiliado, en un «marginado». El abandono de toda riqueza y de toda seguridad social, hace de Francisco evidentemente un miembro de una clase más baja; pero él nunca lo había contemplado esto deliberadamente. Francisco no eligió una clase social, eligió a Cristo pobre. 3. Francisco procuraba asemejarse a los pobres (2 Cel 8) Celano es quien nos dice también que Francisco quería asemejarse a los pobres, si no de hecho, al menos en su interior. Y en el mismo pasaje nos dice que el Santo «se tenía por uno de ellos» (2 Cel 8). Esto nos brinda la ocasión de profundizar un poco más en nuestro tema, pues verdaderamente hay muchos rasgos en el retrato que de él nos pinta su biógrafo, que podrían hacernos pensar que Francisco, a pesar de todo, quiso compartir la vida de los pobres para protestar de esta manera contra las clases poderosas y ricas. Esta tesis, por otra parte, revive todavía en algunos autores de nuestros días. También está esa forma, llamémosla típicamente «franciscana», de comportarse con los pobres y los desheredados, que nos puede llevar a la tentación de catalogar a Francisco entre los marginados y los mendigos. Pero también aquí seguiríamos una pista falsa. Así por ejemplo: cuando Francisco vendió todos sus bienes y se desinteresó del dinero (1 Cel 8); cuando pidió prestadas las ropas de un pobre y comió en compañía de los pobres en la plaza de San Pedro (2 Cel 8); cuando cierto día se presentó en Greccio como un peregrino pobre y mendicante, para protestar contra el «confort» de algunos hermanos (2 Cel 61); etc. Un buen día, Francisco habría dicho, refiriéndose a un pobre más pobre que los hermanos: «La miseria de este hombre es para nosotros una gran afrenta, constituye una severa censura de nuestra pobreza» (2 Cel 84). Pero una vez más, Francisco, en todas estas actitudes y palabras, deja entrever con toda claridad de qué se trata: su preocupación no es convertirse en un pobre ni hacerse semejante a los pobres en sí, en cuanto tal, no; él lo dice con toda precisión en una cita de Celano: «La pobreza tiene a Cristo, y, por él, todo en todas las cosas» (2 Cel 84). Se trata de Cristo y siempre de Él. Cuando Francisco se despojó en presencia del obispo de Asís, exclamó: «De ahora en adelante podré decir con toda libertad: Padre nuestro que estás en los cielos... Desnudo iré al encuentro de Cristo» (2 Cel 12). Un detalle muy significativo; encontramos siempre, en cada pasaje, esta motivación: se trata de Cristo y no de la pobreza ni de los pobres. Además, Francisco se comporta con toda naturalidad tanto con los pobres como con los ricos; se encuentra a gusto con los más grandes y se siente Hermano de todo el mundo (cf. v. gr.: 1 Cel 76). También es significativa, a este respecto, su intervención ante aquel pobre que se había rebelado contra su patrón: Francisco no quería protestas, sino la reconciliación con Dios (2 Cel 89). No se encuentra indicio alguno, ni en sus escritos ni en los de su biógrafo, que indique en el comportamiento de Francisco la voluntad de ser un reformador social, de querer asociarse a los marginados y a los pobres. El no quiere más que vivir a Cristo e invitar a los demás a hacer otro tanto. Pero, dado que la figura de Cristo para las gentes de la Edad Media era sobre todo la de un Cristo pobre y humillado, iban naturalmente en pos de un Cristo económicamente pobre. Es, pues, por su amor muy concreto a Cristo, como Francisco favoreció, indirecta e inconscientemente, una necesaria rectificación del espíritu feudal o burgués. El título de reformador social o de afiliado a la clase de los más pobres no le cuadra a Francisco, a no ser en la medida en que contribuyó indirectamente a poner la sociedad de su tiempo ante las exigencias últimas de la fraternidad humana fundada en Dios y reunida por un Cristo que se hizo pobre para enriquecernos. La pobreza y la vida de mendigo y de marginado no eran más que el medio privilegiado para llegar a esto. Cuando se contempla a Francisco desde esta perspectiva, se ve de inmediato otro elemento muy diferente al que pudiera hacernos pensar en un cierto socialismo evangélico, como hacen algunos autores. Pero la tesis de éstos se desarrolla más bien a partir de un prejuicio, que a partir de las fuentes auténticas y de las palabras del mismo Santo. Este otro elemento, que puede ayudarnos en nuestra investigación, hay que buscarlo en la que yo diría que es la dirección que toma siempre la pobreza de Francisco: el servicio a los otros, la «relación a». 4. «Debemos ser siervos y estar sujetos a toda humana criatura» (2CtaF 47). Es típico en Francisco, como también en Clara, el que pobreza y obsequiosidad vayan siempre a la par. No tenemos por qué plantearnos aquí demasiadas cuestiones sobre las intenciones de Francisco; en este punto, más que en otros, es manifiesto que su intención es imitar en el más alto grado al Hijo de Dios, hecho hombre, misterio que debió dejar estupefacto a Francisco: el gran Dios que se hace servidor, niño, pequeño, y que llega hasta someterse a los hombres. Todas las veces que él alienta a sus hermanos para que se ocupen en servicios humildes y poco estimados, añade siempre que también nuestro Señor lo hizo. Bajo este punto de vista, es interesante notar cómo Francisco concluye la frase que hemos puesto de título: «Debemos ser siervos y estar sujetos a toda humana criatura por Dios» (2CtaF 47). Aquí tenemos una vez más el motivo y el alcance de tal actitud: nada de contestación contra el poder, etc., en sí; más bien, sólo la imitación de Cristo siervo y pobre. Y cuando Francisco habla de los oficios en el verdadero sentido de la palabra, de los servicios que los hermanos pueden desempeñar «en el mundo», les dice que no se empleen jamás en un servicio que pueda dar a los hermanos alguna clase de poder, como por ejemplo, el ser tesorero, canciller o intendente; ellos deben, al contrario, ser menores y sumisos a todos (1 R 7). Es evidente, aun cuando no se busquen los motivos que Francisco da también, que aquí se trata de la imitación de Cristo pobre y siervo. Además, en el mismo capítulo de la Regla, Francisco prohíbe a los hermanos «entablar litigio contra cualquiera» para reivindicar sus bienes (1 R 7). Es evidente que Francisco, al escoger la condición de pobre, al querer él y sus hermanos ser los servidores de todos, no quiso «levantar una clase social en contra de la otra, sino que estableció una situación en la que la lucha carecía de sentido» (T. Matura: Francisco de Asís, una réplica en nombre del Evangelio, en Selecciones de Franciscanismo 1, 1972, 21). Su respuesta a todo movimiento de crítica, de revolución, es: «No reivindicar nada» (1 R 7). Siguiendo siempre las huellas de Cristo «anonadado», Francisco «rehúsa toda forma de poder» (T. Matura: l. c., p. 17), y comprende, podríamos decir que sin saberlo, que toda opción por una clase social, por más baja y despreciada que fuese ésta, sería de nuevo, de una u otra manera, un acaparar, convertirse en un poderoso, un «maior». La minoridad en su sentido más amplio es la llave que nos abrirá aquí la puerta al misterio de Francisco. Podemos decir lo mismo con esta otra expresión, muy querida por Francisco y repetida muchas veces en sus Admoniciones, el «siervo del Señor»; me parece que aquí nos encontramos en la fuente de toda su fisonomía espiritual: él quiere liberarse de todo lo que es extraño al hombre, no quiere más que ser lo que es, a saber, vivir conscientemente su condición de criatura de Dios. Ahí está su pobreza, ahí está también su «minoridad» y su rechazo de todo poder. Y aquí nos encontramos ante el núcleo de lo que llamamos el franciscanismo. Cuando Francisco quiere para sí y para sus hermanos los puestos menos elevados, los servicios peor «pagados», etc., quiere vivir su libertad. Ha intuido cómo el hombre se ha hecho tan prisionero de sus deseos, se ha rodeado de tantos signos de su poderío, que ha perdido esta libertad y, por esto, ha perdido también a sus hermanos y hermanas, ya que los demás hombres se convierten en «adversarios» cuando llegan a ser poderosos. No se trata de pobreza, ni de estar en favor o en contra de una clase social; se trata solamente de esta libertad a la que el hombre ha sido llamado, para hacerla cada vez más verdadera. Todo esto constituye también la verdadera redención. En el comportamiento de Francisco encontramos lo que Buenaventura formuló teológicamente algunos años después de la muerte del santo Fundador. El Doctor Seráfico habla de la «paupertas veritatis», que no es otra cosa que la aceptación de no ser más que criaturas; el hombre debe aceptar que es «un mendigo de Dios». Entonces podrá vivir la «paupertas gratiae», es decir, quedar liberado completamente de todo cuanto nos hemos construido alrededor de nosotros mismos para hacernos poderosos («dioses», diría nuestro primer padre Adán); entonces podrá actuar la gracia y nosotros quedar repletos de la operación del Espíritu del Señor. Y, como se ve, ya no se trata aquí de pobreza en sentido estricto, sino de «riqueza» -que no se piense más en categorías sociales, en clases, en contestación, etcétera-. No hay más que el Reino de Dios. Pero se ve también que actuando de esa manera, los problemas sociales, la lucha de clases, etc., quedarían resueltos. Mas ahora nos hemos alejado ya demasiado de nuestra exposición histórica. Creía, sin embargo, que nuestro estudio debía llegar a este punto, pues ateniéndose sólo a los textos, no se penetra jamás en la verdadera riqueza de esta vida que fue la rica y fascinante vida de Francisco. Ahora podemos emprender también el estudio de la segunda cuestión, a la que podemos responder con mayor brevedad, puesto que lo hemos hecho ya parcialmente en páginas anteriores. 5. Una libertad a salvar Queremos ver ahora si Francisco y su mensaje pueden aún inspirar los movimientos religiosos y, sobre todo, los grupos franciscanos de hoy en lo que concierne a su actitud frente a la sociedad técnica y capitalista. ¿El comportamiento de Francisco puede todavía enseñarnos algo, sobre todo ahora que vivimos inmersos en una contestación global? Como ya hemos dicho, se puede naturalmente buscar en los textos más auténticos razones para inspirar un cierto movimiento de protesta, de contestación e incluso de revolución. Pero pienso que entonces estaríamos «manipulando» a Francisco y su mensaje. ¿Optó Francisco por una clase social? No. Optó por Cristo, por la libertad en Cristo. Y con esto se ha dicho todo sobre su pobreza, su actitud «social» y su manera de protestar. Él protestó, pero a su manera. Él se liberó, él salvó, sí, su libertad, al hacerse completamente disponible, primero, al impulso del Espíritu del Señor, y enseguida, como él mismo dice: «a toda criatura humana» (2CtaF 47). ¿En qué clase social se podría encasillar a Francisco? Yo respondería con el P. Matura: «Francisco no estaba en ninguna parte y, sin embargo, aparece en todas» (l. c., p. 20). Se encuentra a gusto con los marginados y se comporta como hermano con los más poderosos precisamente porque no estaba en ninguna parte y lo estaba en todas: no pertenecía a ninguna clase social, pero de tal forma se convirtió en «hermano» que las podía enriquecer a todas con su propia riqueza. Y sólo cuando se es hermano, cuando se ama, o lo que significa lo mismo, cuando se es libre según el Evangelio, se puede enseñar la verdad, se puede decir la verdad. Francisco nos incita a una protesta global, pero a una protesta que es de tal modo verdadera y auténtica que debe empezar por nosotros mismos: ¡hay que salvar la propia libertad! El hombre de hoy es fácilmente engañado, alienado de sí mismo, precisamente por sus propios esfuerzos para hacerse más libre, porque no hace más que cambiar de decorado, mientras el núcleo permanece el mismo: es aún tan esclavo, estructurado, prisionero, etc., como antes. Tenemos sólo otra estructura, otra forma de sociedad; pero todavía no la verdadera libertad. Todo esto, me parece, es lo que Francisco tiene como mensaje, sobre todo hoy. Y no tiene ya más importancia en qué clase social viva yo, o por cuál de las clases quiera interesarme, o a cuál de ellas quiera entregarme. Allá donde yo sepa ser un verdadero hermano, alguien que pueda enseñar a los otros cómo he llegado a ser «un hombre nuevo», alguien que se ha liberado del propio «poder», me encontraré sobre las huellas del Poverello, a quien debería llamársele más bien el Hermano Universal, pues acentuar como se ha hecho siempre esta famosa pobreza, es desconocer a Francisco en lo más profundo de su pensamiento. El no optó por la pobreza, como tampoco lo hizo por una clase social, cualquiera que sea. El optó por la libertad. Y es en esta «clase» en la que él quiere que le sigan los demás hermanos y hermanas. Por su manera de vivir la libertad, Francisco lo criticó todo: toda clase social, toda forma de vivir que disminuye la libertad de los hijos de Dios. Quien quiera seguirle por este camino será forzosamente contestatario, no-conformista, rebelde; pero de una manera eficaz y sin perderse de nuevo. [En Selecciones de Franciscanismo, vol. III, núm. 9 (1974) 287-295] |
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