DIRECTORIO FRANCISCANO
La Oración de cada día

CÁNTICO DE ISAÍAS (Is 26,1-4. 7-9. 12)
Himno después de la victoria sobre el enemigo

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[1Aquel día se cantará este canto en el país de Judá:]
Tenemos una ciudad fuerte,
ha puesto para salvarla murallas y baluartes:

2Abrid las puertas para que entre un pueblo justo,
que observa la lealtad;
3su ánimo está firme y mantiene la paz,
porque confía en ti.

4Confiad siempre en el Señor,
porque el Señor es la Roca perpetua.

[5Doblegó a los habitantes de la altura y a la ciudad elevada;
la humilló, la humilló hasta el suelo, la arrojó al polvo,
6y la pisan los pies, los pies del humilde,
las pisadas de los pobres.]

7La senda del justo es recta.
Tú allanas el sendero del justo;
8en la senda de tus juicios, Señor, te esperamos,
ansiando tu nombre y tu recuerdo.

9Mi alma te ansía de noche,
mi espíritu en mi interior madruga por ti,
porque tus juicios son luz de la tierra,
y aprenden justicia los habitantes del orbe.

[10Si se trata con clemencia al malvado,
no aprende justicia:
en tierra de honradez obra mal,
sin ver la grandeza del Señor.

11Señor, tu mano está alzada, pero no la miran;
que miren avergonzados tu celo por el pueblo,
que un fuego devore a tus enemigos.]

12Señor, tú nos darás la paz,
porque todas nuestras empresas
nos las realizas tú.

 

[Canto triunfal (vv. 1-6).- El profeta se traslada a la época venturosa en que tendrán cumplimiento los hechos vaticinados poco antes en 25,6-8: «El Señor de los ejércitos prepara para todos los pueblos en este monte un festín de manjares suculentos...». Entonces la ciudad no necesitará de fortificaciones, porque la salvación, es decir, la protección de Yahvé, será la verdadera muralla y fortaleza de dicha ciudad; sus ciudadanos serán un pueblo justo, es decir, no reinará en ella la iniquidad. Ese pueblo se mantendrá fiel y con ánimo firme, es decir, no vacilará en seguir la ley de Yahvé, y por eso éste conservará la paz en sus corazones, base de la felicidad mesiánica.

Ansias de justicia (vv. 7-10).- El tono de esta sección es muy similar al de los salmos clásicos. Dios allana, facilita la senda de los justos (v. 7) para que no haya obstáculos que los hagan caer. Por eso la nación espera también la manifestación de la justicia divina en la senda de tus juicios. La justicia de Dios se manifiesta de un modo inquebrantable y fijo como una senda o programa de acción. Dios camina siempre por la senda de su justicia, y, por tanto, la nación santa espera ver manifestarse su justicia y verle caminar por esta vía. El justo no piensa sino en el nombre o manifestación gloriosa de Yahvé (Ex 20,24) y en sus gestas, memoria o recuerdo (v. 8). Los justos no tenían otro anhelo sino cantar las glorias y gestas de Yahvé, y de noche y de día le buscan en su espíritu. Es el centro de sus meditaciones y reflexiones, suspirando por la manifestación de los juicios de Dios, dando una lección de justicia a los habitantes del orbe (v. 9).

Por último, el profeta suplica a Dios que les conceda la paz, símbolo de todos los bienes y expresión de su benevolencia para con ellos. Toda la historia de Israel es la historia de las gestas de Yahvé: todas nuestras empresas nos las realizas tú (v. 12).-- Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC]

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II

1. En el libro del profeta Isaías convergen voces diversas, distribuidas en un amplio arco de tiempo y todas puestas bajo el nombre y la inspiración de este grandioso testigo de la palabra de Dios, Isaías, que vivió en el siglo VIII antes de Cristo.

En este vasto libro de profecías que también Jesús desenrolló y leyó en la sinagoga de su pueblo, Nazaret (cf. Lc 4,17-19), se halla una serie de capítulos, que va del 24 al 27, denominada habitualmente por los estudiosos «el gran Apocalipsis de Isaías». En efecto, se encontrará en él una segunda y menor en los capítulos 34-35. En páginas a menudo ardientes y densas de símbolos, se delinea una fuerte descripción poética del juicio divino sobre la historia y se exalta la espera de salvación por parte de los justos.

2. Con frecuencia, como sucederá con el Apocalipsis de san Juan, se oponen dos ciudades contrapuestas entre sí: la ciudad rebelde, encarnada en algunos centros históricos de entonces, y la ciudad santa, donde se reúnen los fieles.

Pues bien, el cántico que acaba de proclamarse, y que está tomado del capítulo 26 de Isaías, es precisamente la celebración gozosa de la ciudad de la salvación. Se eleva fuerte y gloriosa, porque el Señor mismo ha puesto sus fundamentos y sus murallas de protección, transformándola en una morada segura y tranquila (cf. v. 1). Él abre ahora sus puertas de par en par, para acoger al pueblo de los justos (cf. v. 2), que parece repetir las palabras del salmista cuando, delante del templo de Sión, exclama: «Abridme las puertas del triunfo, y entraré para dar gracias al Señor. Esta es la puerta del Señor: los vencedores entrarán por ella» (Sal 117,19-20).

3. Quien entra en la ciudad de la salvación debe cumplir un requisito fundamental: «ánimo firme, ... fiarse de ti, ... confiar» (cf. Is 26,3-4). Es la fe en Dios, una fe sólida, basada en él, que es la «Roca eterna» (v. 4).

Es la confianza, ya expresada en la raíz originaria hebrea de la palabra «amén», profesión sintética de fe en el Señor, que, como cantaba el rey David, es «mi fortaleza, mi roca, mi alcázar, mi libertador; mi Dios, peña mía, refugio mío, mi escudo y baluarte, mi fuerza salvadora» (Sal 17,2-3; cf. 2 S 22,2-3).

El don que Dios ofrece a los fieles es la paz (cf. Is 26,3), el don mesiánico por excelencia, síntesis de vida en la justicia, en la libertad y en la alegría de la comunión.

4. Es un don reafirmado con fuerza también en el versículo final del cántico de Isaías: «Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú» (v. 12). Este versículo atrajo la atención de los Padres de la Iglesia: en aquella promesa de paz vislumbraron las palabras de Cristo que resonarían siglos más tarde: «Os dejo la paz, mi paz os doy» (Jn 14,27).

En su Comentario al evangelio de Juan, san Cirilo de Alejandría recuerda que, al dar la paz, Jesús da su mismo Espíritu. Por tanto, no nos deja huérfanos, sino que, mediante el Espíritu, permanece con nosotros. Y san Cirilo comenta: el profeta «pide que venga el Espíritu divino, por el cual hemos sido admitidos de nuevo en la amistad con Dios Padre, del que antes estábamos alejados por el pecado que reinaba en nosotros». El comentario se transforma luego en oración: «Oh Señor, concédenos la paz. Entonces admitiremos que tenemos todo, y nos parecerá que no le falta nada a quien ha recibido la plenitud de Cristo. En efecto, la plenitud de todo bien es que Dios more en nosotros por el Espíritu (cf. Col 1,19)» (vol. III, Roma 1994, p. 165).

5. Demos una última mirada al texto de Isaías. Presenta una reflexión sobre la «senda recta del justo» (cf. v. 7) y una declaración de adhesión a las decisiones justas de Dios (cf. vv. 8-9). La imagen dominante es la de la senda, clásica en la Biblia, como ya había declarado Oseas, profeta poco anterior a Isaías: «¿Quién es sabio para entender estas cosas, inteligente para conocerlas?: porque rectos son los caminos del Señor, por ellos caminan los justos, mas los rebeldes en ellos tropiezan» (Os 14,10).

En el cántico de Isaías hay otro componente, que es muy sugestivo también por el uso litúrgico que hace de él la liturgia de Laudes. En efecto, se menciona el alba, esperada después de una noche dedicada a la búsqueda de Dios: «Mi alma te ansía de noche, mi espíritu en mi interior madruga por ti» (Is 26,9).

Precisamente a las puertas del día, cuando inicia el trabajo y bulle ya la vida diaria en las calles de la ciudad, el fiel debe comprometerse nuevamente a caminar «en la senda de tus juicios, Señor» (v. 8), esperando en él y en su palabra, única fuente de paz.

Afloran entonces en sus labios las palabras del salmista, que desde la aurora profesa su fe: «Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti. (...) Tu gracia vale más que la vida» (Sal 62,2.4). Así, con el ánimo fortalecido, puede afrontar la nueva jornada.

[Audiencia general del Miércoles 2 de octubre de 2002]

MONICIÓN PARA EL CÁNTICO

Nuestro poema es un cántico de victoria y un himno de esperanza. Los habitantes de Jerusalén se sienten orgullosos de su ciudad, protegida por Dios y, por eso, victoriosa e inconmovible: hacia ella confluyen los justos que confían en el Señor. La ciudad enemiga, en cambio, la Babilonia orgullosa y dominante, ha sido derrotada. Esta acción de Dios es el fundamento de la confianza que siente el pueblo de Dios: El Señor es la Roca perpetua; todas nuestras empresas nos las realizas tú.

Por fuertes que sean las embestidas del mal, no debemos acobardarnos, porque Dios hará que su pueblo salga victorioso en el combate: «El poder del infierno no derrotará a la Iglesia» (Mt 16,18). Dios se sirve, con frecuencia, de «lo débil del mundo para humillar a lo fuerte» (1 Co 1,27); los pasos del pueblo justo entrarán en la ciudad.

Que este cántico, recitado al empezar el nuevo día, dé optimismo a nuestra jornada: Mi alma, Señor, te ansía, mi espíritu madruga por ti, tú nos darás la paz en este día, porque en ti confiamos y en ti tenemos una ciudad fuerte.

En la celebración comunitaria, si no es posible cantar la antífona propia, este cántico se puede acompañar cantando alguna antífona que exprese la gloria de la ciudad de Dios o la confianza en el Señor, por ejemplo: «Ciudad celeste, tierra del Señor», sólo el estribillo (MD 601) o bien «El Señor es mi fuerza» (MD 647).

Oración I: Tú, Señor, eres nuestra ciudad fuerte, tú, nuestra muralla y baluarte de salvación, tú nos darás la paz porque en ti confiamos; sé tú, pues, nuestra ayuda y protección durante la jornada que empezamos, porque todas nuestras empresas de hoy deseamos que nos las realices tú. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: Señor Jesús, Hijo amado de Dios, que, confiando siempre en el Padre, tu Roca perpetua, te entregaste a realizar su voluntad, haciéndote obediente hasta la muerte; haz que también nosotros, esperando contra toda esperanza, mantengamos nuestra paz confiando en ti. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

[Pedro Farnés]

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NOTAS A LOS VERSÍCULOS DEL CÁNTICO

V. 1: Tenemos una ciudad fuerte: salmo de alabanza que canta las glorias de Jerusalén, cuya fortaleza viene del Señor. Jerusalén dista mucho de ser la ciudad del caos que menciona antes Isaías en 24,10. La perspectiva continúa siendo escatológica.

V. 4: El Señor es la Roca perpetua: metáfora varias veces repetida en el AT para dar a entender la firmeza de la fidelidad divina.

V. 8: Tu nombre y tu recuerdo: el «nombre» es la personalidad del que lo lleva, y no simplemente un medio accidental de distinguir a un hombre de otro. Se identifica en cierta manera con la persona. El tono de este pasaje (vv. 7-16) es tranquilo y meditativo, intercalado con humilde y confiada súplica.

[F. L. Moriarty, En La Sagrada Escritura. Texto y comentario, de la BAC]

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MONICIONES PARA EL REZO CRISTIANO DEL CÁNTICO

Este himno forma parte del llamado «Apocalipsis de Isaías» (cc. 24-27). Su autor no es Isaías, sino que pertenece a una época tardía. Los temas que concurren en el «Apocalipsis» intentan describir la instauración del orden definitivo. Nuestro himno está tomado de dos contextos: de un himno de victoria a la ciudad del Señor, que sustituye a la soberbia ciudad de los hombres, Babilonia o Moab, ahora humillada (vv. 1-6), y de una súplica y reflexión sobre los juicios del Señor (vv. 7-19). La primera parte de nuestro himno de Laudes (vv. 1-4) tiene un tema central, del que se derivan otros: la confianza. Judá puede confiar porque su Dios es una roca perpetua. Jerusalén es una sólida fundación cuyas murallas aseguran la salvación. La súplica (vv. 7-9.12), por su parte, se centra en la sentencia que el Señor pronunciará y ejecutará. Así será confundido el enemigo y el pueblo alcanzará la paz.

Modo de rezarlo. Tanto el himno a la ciudad como la súplica son composiciones colectivas, aunque en la segunda se incluyan algunas reflexiones sapienciales. Por ello este himno puede ser salmodiado a dos coros:

Coro 1.º, Himno a la ciudad: «Tenemos una ciudad... es la Roca perpetua» (vv. 1-4).

Coro 2.º, Súplica colectiva: «La senda del justo... nos las realizas Tú» (vv. 7-9.12).

«Considerad la roca de que habéis sido tallados»

El protoparente de Israel, Abrahán, es un ejemplo de confiada entrega al Señor. La alianza que Dios selló con él unilateralmente (Gn 15) suscita la confianza de Israel cuando su existencia se ve amenazada. Dios, que rescató a Abraham, invita a los descendientes a considerar la firmeza de su fe. La fe del padre ha pasado a los hijos que hoy cantan a la Roca perpetua. Pasa, con mayor razón, a nosotros, hijos de la fe de Abrahán, porque de entre los descendientes de Abrahán sobresale uno: Jesucristo, hijo de Abrahán (Mt 1,1), descendencia excelsa del padre común. Para los cristianos es la roca de la que hemos sido tallados (Ga 3,16). Su fe, su adhesión completa al Padre, es iniciación y será consumación de la nuestra. Conocedores de la Roca de la que hemos sido tallados, queremos confiar siempre en el Señor.

«El justo vivirá por su fidelidad»

Las puertas de la ciudad firme se abren para dar paso a un pueblo justo: «Procede honradamente, practica la justicia, tiene intenciones leales...» (Sal 15,1). Es decir, se mantiene fiel a Dios, a su palabra, a su voluntad. Ha hecho de Dios el exclusivo valor de su vida. ¿Dónde está ese pueblo? Apenas se puede contar con nadie. ¿Quién hallará un hombre de fiar? El Siervo sostenido por Dios, sobre el que Dios pone su Espíritu, para que repose sobre él (Jn 1,32), practica fielmente la justicia, sin que las pruebas le hagan infiel a su misión, pues Dios es su fuerza. Jesús, cumplidor de la Escritura y de la obra del Padre, es hombre de fiar. Es el justo que vive por su fidelidad. Posibilita a la vez a cuantos crean, vivir plenamente por él. Abrid las puertas para que entre este pueblo justo.

«Ahora es el juicio de este mundo»

La escena del paraíso, el diluvio, la condena de Sodoma y Gomorra, el exterminio de los cananeos o el juicio contra Egipto son algunos de los antecedentes que llevan al pueblo oprimido a desear con toda su alma y durante las veinticuatro horas del día que Dios pronuncie su sentencia. Separando a los inocentes de los culpables, el enemigo quedará confundido y el pueblo vivirá en paz. Pues bien, ya se ha dictado la sentencia. Es ésta: la Luz ha venido a este mundo, pero los hombres prefirieron las tinieblas a la Luz (Jn 3,19). Quienes rechazan a Cristo y a sus discípulos creyendo que poseen la función de juzgar, de expulsar, han sido expulsados del ámbito del Padre (Jn 12,31). Por el contrario, para quien se adhiere a Jesús, el juicio de Dios es su Luz. Puede esperar confiadamente porque si Dios justifica, ¿quién condenará? El Señor nos dará la paz.

Resonancias en la vida religiosa

¡Nuestras empresas nos las realizas Tú!: La existencia cristiana se apoya en la confianza ilimitada en Dios Padre, nuestra roca fuerte y perpetua. Confianza, que es ansia del nombre y del recuerdo de Dios en medio de la noche, que es impaciente madrugar. En ella encontramos la fuente de nuestra paz.

La Iglesia y sus comunidades forman una ciudad fuerte, un pueblo justo, leal, lleno de firmeza, «porque confía en Dios» y cuando confía en Dios.

Sin embargo, la ciudad de los hombres lucha contra la ciudad de Dios. Pretende minar nuestra confianza e inducir a la impotencia nuestras actuaciones. Hay en nosotros, a pesar de todo, una convicción profunda que desbarata los planes de nuestros enemigos: Dios mismo es el protagonista de todas nuestras empresas: «Todas nuestras empresas nos las realizas Tú».

Hemos de estimular en nuestra comunidad la confianza en el Señor. Desde el anochecer hasta el amanecer hemos de encontrar en Él nuestro reposo y nuestra consistencia. Entonces nuestra misión carismática, como comunidad, encontrará allanados sus senderos y logrará sus objetivos. Seamos transparencia del Dios que protagoniza nuestra historia.

Oraciones sálmicas

Oración I: Dios de Abrahán, que suscitaste en él un ejemplo de obediencia y de fe, haz inconmovible nuestra confianza en ti; justifícanos con tu justicia y llena de firmeza nuestro ánimo. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: Dios justo, que pusiste tu Espíritu sobre Jesús para que practicara fielmente la justicia, sin que la tentación le hiciera infiel a la misión; haz que tu pueblo viva por su fidelidad, a pesar de las pruebas, y comunícale tu Espíritu de justicia. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración III: Oh Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, al enviar a tu Hijo a este mundo, lo has establecido como juez de vivos y muertos; con Él ha llegado la Luz en la cual es posible discernir lo justo de lo injusto; no permitas, Señor, que nos desviemos de la senda de tus juicios; que aprendamos a vivir en justicia y que nunca dejemos de confiar en ti. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

[Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]

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