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¿QUÉ TENGO YO, QUE MI AMISTAD
PROCURAS?
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. | ¿Qué tengo yo, que mi amistad
procuras? ¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras, ¡Cuántas veces el ángel me decía: ¡Y cuántas, hermosura soberana, * * * * * Entre las rimas sacras de Lope, es éste un poema que, por su aparente simplicidad, por la espontánea fluencia de sus versos y la sinceridad de los sentimientos expresados en ellos, ha sonado siempre como sencilla oración popular, lejos de toda afectación y fácil a la inteligencia de cualquier lector. Sus frases transcurren sin tropiezo, sin esfuerzo expresivo alguno, con elocución supuestamente fácil, a pesar de la clásica dificultad de la estructura del soneto. Su facilidad no tiene otra explicación que la que dota a su autor de un dominio total del idioma y una destreza singular en el arte de versificar. El tema, mil veces vivido por el poeta, tan proclive al desvío como al arrepentimiento, expone una de tantas situaciones de incomodidad interior, ante la sucesión de sus vivencias de hombre pecador que se sabe llamado por Dios, una y otra vez, a la conversión inaplazable. El enfoque compositivo destaca la amorosa y paciente espera silenciosa de Cristo, sujeto a todos los agravios que infiere la infidelidad, con tal de alcanzar al fin una atenta respuesta. En su espiritual desconsuelo, el poeta imagina la dureza de su indiferencia como la actitud de quien sabe a Jesús desamparado a la intemperie fría de la noche, sufriendo el relente tras la puerta, mientras se excusa una y otra vez, sin lograr desalentar por eso las esperanzas de Cristo. Por eso iniciará el poema preguntando ya a Jesús la razón por la que se empeña tanto en procurar su amistad: "¿Qué tengo yo?", pregunta el poeta. La expresión afectiva ha elegido, por eso, los recursos patéticos de la pregunta, en el primer cuarteto, y la admiración en el resto de las otras tres estrofas, para destacar mejor la hondura sentimental del alma acongojada por su empecatado extravío. La composición va dando curso a un desarrollo graduado de efectos sensibles que rematan su dramatismo en un diálogo con el ángel de la guarda, de intervenciones contrapuestas, que va de los intentos suplicantes que interpretan a Cristo a los desplantes renuentes y esquivos del hombre de fe, pero tibio cristiano que fue siempre Lope. La supuesta presencia de Jesús apostado a la puerta, es una imagen asimilable a la que se expresa en la parábola evangélica del buen pastor, en línea con otro soneto suyo que inicia su andadura precisamente invocando a Jesús como pastor de los suyos: "Pastor que tus silbos amorosos..." El poema concluye con un quiasmo bellísimo, lleno de contraste y equilibrio expresivos. Quienes han recorrido la biografía del genial poeta y dramaturgo, reconocen la sinceridad con que, en su soledad y vejez no siempre feliz, el escritor recurría a la plenitud expresiva del arte poética para confesar confuso por qué atrevidos recovecos se empeñó en conducir su propia montura. La grandeza de su obra con que ha premiado al mundo entero, le redime no poco de sus desatenciones para con Dios y sus semejantes. (Fr. Ángel Martín, o.f.m.) |
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