DIRECTORIO FRANCISCANO
La Oración de cada día

VÍA CRUCIS EN EL COLISEO
PRESIDIDO POR JUAN PABLO II
Viernes Santo de 2002 (29-III-02)

Meditaciones compuestas por catorce Periodistas
acreditados ante la Santa Sede

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PRESENTACIÓN

La comunidad cristiana de Roma, junto con numerosos peregrinos procedentes de todo el mundo, se congrega cada año en torno al Sucesor de Pedro junto al Coliseo, en la tarde del Viernes Santo, conmemoración litúrgica de la Pasión del Señor, para el tradicional y piadoso ejercicio del Vía Crucis.

Millones de fieles participan de este momento de contemplación y oración a través de la televisión. La Urbe y el Orbe se reúnen en cierto sentido en torno al misterio de la pasión y muerte del Señor, cuya representación es seguida a través de lecturas bíblicas, oraciones, comentarios y cantos. El camino de la cruz se desarrolla desde el interior del Coliseo hasta los pies del Palatino.

Las catorce estaciones, como ya ha ocurrido otras veces en estos últimos años, se desgranan según un esquema estrictamente bíblico, con textos escogidos preferentemente del Evangelio de San Marcos.

El Santo Padre invita cada año a personas de varias nacionalidades y de diversas iglesias o comunidades eclesiales a comentar las estaciones del Vía Crucis. La novedad de los comentarios del Vía Crucis 2002 proviene de la multiplicidad de los autores: catorce periodistas y profesionales de la comunicación social, hombres y mujeres, todos laicos, acreditados ante la Sala de Prensa del Santa Sede, de varias naciones, representantes de conocidos periódicos y redes televisivas, atentos a los acontecimientos de la crónica diaria, pero también sensibles al mundo del espíritu, formados en el lenguaje claro y esencial de los «medios de comunicación», acostumbrados a la transmisión de las noticias cotidianas. Ellos han sabido conectar el misterio de Jesús Nazareno con los hechos de la historia contemporánea: personas y rostros, circunstancias y lugares de nuestro mundo que constituyen también un Vía Crucis cotidiano, donde Cristo vive y sufre todavía en muchos de nuestros hermanos y hermanas: en los pequeños y en los pobres, en los desheredados y en los enfermos, en los presos y en los perseguidos, en los sin techo y sin patria. La meditación de cada una de las estaciones une a menudo el acontecimiento de Jesús de Nazaret con el de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, víctimas de la violencia, de la guerra, de la persecución, del terrorismo.

Se ha confiado a las mujeres periodistas el comentario de las estaciones en que las mujeres -María, la Madre de Jesús, las discípulas que han seguido al Maestro hasta el Calvario, las hijas de Jerusalén- son protagonistas y testigos de varios episodios de la pasión del Señor.

También hoy -lo han expresado bien los comentaristas de este Vía Crucis 2002- en el rostro de Cristo resplandece el rostro de Dios. En su pasión se leen los sufrimientos de la humanidad. En los rostros atormentados de hombres y mujeres de nuestro tiempo se distingue el rostro de Cristo acusado, escarnecido, crucificado. Pero su victoria pascual, su triunfo sobre el mal y sobre la muerte es esperanza para toda la humanidad, promesa y anticipación de una vida nueva.

ORACIÓN INICIAL DEL SANTO PADRE

V/. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R/. Amén.

Hermanos y hermanas: ha llegado la penumbra de la noche, noche del Viernes Santo de 2002. De nuevo la Iglesia de Roma se prepara a revivir, en la escucha de la Palabra, el último tramo de la vida de Cristo: desde el Huerto de los Olivos a la tumba excavada en el Jardín.

Vía Crucis. Camino de dolor, que Cristo recorre en obediencia al proyecto salvador del Padre. Camino suyo y nuestro: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24).

Vía Crucis. Espacio de la revelación del Amor trinitario: del Padre que «tanto amó al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3,16); del Hijo, que amó a sus amigos hasta dar la vida por ellos (cf. Jn 15,13); del Espíritu de paz, de misericordia y de consuelo.

Vía Crucis. Escuela de vida evangélica, donde el discípulo, dirigiendo la mirada al Crucificado, aprende cómo se ama a Dios sobre todas las cosas y se entrega la vida por los hermanos; cómo el perdón vence la ofensa, y al mal se le combate con el bien; cómo el corazón se abre al amigo y con la aflicción se alivia la pena.

Vía Crucis. Súplica por la reconciliación y la paz, para que en Asia, en África, en Medio Oriente, cesen los graves conflictos actuales, cese el derramamiento de sangre y, por la acción del Espíritu, se quiebre la dureza del corazón y «los enemigos se abran al diálogo, los adversarios se estrechen la mano, y los pueblos se encuentren en la concordia» (Lit. Rom.).

¡Paz a los de cerca y a los de lejos! Paz a ti, Jerusalén, ¡ciudad amada por el Señor! Paz a ti, Roma, ciudad de muchos mártires, raíz de la civilización cristiana.

Oremos (breve pausa de silencio).

Padre santo y misericordioso,
concédenos recorrer con fe y amor
el camino de la cruz,
para que participando de la pasión de Cristo,
podamos llegar con Él a la gloria de tu Reino.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R/. Amén.

PRIMERA ESTACIÓN
Jesús en el Huerto de los Olivos

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Marcos 14,32-36:

Llegaron a una propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí, mientras yo hago oración». Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia. Y les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad». Y adelantándose un poco, caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora. Y decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú».

MEDITACIÓN

El huerto lleno de olivos no ofrece alivio esta tarde. Conmueve el rostro abatido en tierra, lacera la angustia que oprime tanto su corazón.

Los amigos elegidos como compañeros duermen; los mismos que habían prometido: Siempre estaremos contigo, Jesús. También las promesas, ahora, duermen. Poco antes, después de la cena, Pedro se jactaba: Aunque todos huyan, yo no me iré. Pero ahora, ni siquiera logra tener abiertos los ojos.

Jesús debía recorrer estos últimos pasos solo. El largo trayecto de palabras y milagros, un recorrido tan poblado de gente, lo ha traído hasta aquí: a un rincón de tierra pedregosa, a una soledad inmensa, que da miedo. Rostro en tierra: nada de majestuoso en esta escena, si no es la sinceridad de un hombre que confiesa: Mi alma está triste hasta la muerte. Él, que calmó las aguas agitadas por el viento, ahora no puede apaciguarse a sí mismo.

La tempestad es la angustia, que le hace temblar la mente y el corazón, como inquieta el ánimo de millones de hombres y mujeres, ayer, hoy y mañana.

La lucha puede durar mucho, y en este jardín sólo acabará cuando el Hijo le diga al Padre: «Lo que tú quieras». Una paz profunda seguirá a la oración.

ORACIÓN

Jesús, tú, que has entrado en Getsemaní lleno de angustia y has salido con el ánimo decidido y apaciguado, conforta a quien gime en el temor o es atenazado por la duda.

Tú, que has experimentado nuestra debilidad, concede fortaleza y esperanza a todos los desesperados de la tierra.

Tú, que caminas cada día a lado de los oprimidos por las cargas de la vida, permanece a nuestro lado, paso tras paso.

A ti, Jesús, postrado en tierra, con el rostro bañado de sangre, el honor y la gloria con el Padre y con el Espíritu, por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

Todos: Padre nuestro...

SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús, traicionado por Judas, es arrestado

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Marcos 14,43.45-46:

De pronto se presenta Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes, de los escribas y de los ancianos. Nada más llegar, se acerca a él y le dice: «Rabbí», y le da un beso. Ellos le echaron mano y lo prendieron.

MEDITACIÓN

«En cuanto cayó del árbol el discípulo traidor, el diablo voló, a su rostro se acercó..., con un beso quemó de parte a parte aquellos labios que en la noche de la traición habían besado a Cristo» (Alexander Puskin, poeta ruso, 1836).

En aquella trágica noche oscura de Getsemaní, «la noche en que fue entregado» (1 Co 11,23), el Hijo de Dios, con sus palabras y sus gestos, suscita en nosotros sentimientos diferentes, a veces contrastantes: advertimos la riqueza del diálogo espiritual con los discípulos y experimentamos la alegría de la cena común; contemplamos las más altas y puras intenciones y nos estremecemos por la mezquindad de la traición.

Jesús, sabio y clarividente, siguiendo el designio salvador del Padre, se encamina hacia el sacrificio para la liberación del género humano. Al discípulo traidor le queda sólo el desprecio universal por los siglos, la «maldición de Judas», el abismo tenebroso.

De la muerte de Cristo florece la vida nueva, memoria y anuncio de una esperanza imperecedera: la salvación universal.

ORACIÓN

Señor Jesús, en nuestras divisiones, fruto amargo del pecado, enséñanos el camino hacia la unidad, el camino que conduce a la riqueza indecible del Evangelio y de la Redención. Debe llegar el tiempo establecido por el Padre, en el cual se manifiesta el amor que perdona y une.

Tú, sabio Maestro de vida; tú, bueno y paciente ante la traición del discípulo y a la prepotencia de los gobernantes, danos en estos días de violencia inaudita y de brutal oposición entre los hombres, un rayo de tu calma y tu serenidad. Danos sentimientos de paz y perdón, porque no hay paz sin perdón, no hay perdón sin compasión.

A ti, Jesús, que al amigo que te traiciona le muestras tu rostro benigno, la alabanza y el honor, con el Padre y con el Espíritu, hoy y por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

Todos: Padre nuestro...

TERCERA ESTACIÓN
Jesús es condenado por el Sanedrín

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Marcos 14,55.60-62.64:

Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín andaban buscando contra Jesús un testimonio para darle muerte; pero no lo encontraban. Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y, poniéndose en medio, preguntó a Jesús: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Dios bendito?». Y dijo Jesús: «Sí, yo soy». Todos juzgaron que era reo de muerte.

MEDITACIÓN

La máquina judicial se pone en movimiento. La que condena sin pruebas, acusa sin motivo, juzga sin apelación, oprime al inocente. Justicia sumaria, expeditiva, de las dictaduras modernas y de las situaciones de guerra. Justicia aplicada a veces -suprema blasfemia- en el nombre del Dios que perdona y concede la gracia.

Jesús preso. Como todas las víctimas de la arbitrariedad, los presuntos culpables de delitos de conciencia. Se resisten, se niegan a doblegarse al yugo del sistema, de la imposición que sofoca y destruye la personalidad y la identidad. Control de identidad: «¿Quién eres?».

Cada uno que entra en prisión recibe un número. En todo momento ha de mostrar la propia matrícula, entregar la placa. En la hora de la arbitrariedad, tarea y mérito de la Iglesia es decirle que él no es un número, que cada hombre tiene derecho de ser llamado por su nombre.

«¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Dios bendito?» (Mc 14,61). La respuesta es brillante: «¡Sí, yo soy!» (Mc 14,62). Mostrar la propia identidad y anunciar la propia fe son a veces hechos que pueden llevar a la muerte. Pero ¿cuántos son los que buscan a Dios?, ¿cuántos son quienes lo buscan tras las rejas?, ¿cuántos están en la prisión de su vida, de sus sufrimientos?, ¿cuántos en el escarnio soportado y en la tortura padecida?

Hombres y mujeres de todas las cárceles, acorralados, marcados, heridos, sin respuesta a las preguntas esenciales: sobre el sentido de la vida y sobre el mal, sobre el arrepentimiento, el perdón y la salvación, sobre el misterio de la Cruz y de la Redención.

Pueblo de carne y sangre. Tierra de encuentros, de rostros, de voces, de gritos. Tierra del Evangelio.

ORACIÓN

Jesús, basta que tú digas «Yo soy», para que acudamos a ti. En las prisiones, hombres y mujeres te suplican. Velan y ruegan en la noche. Nos enseñan el aire que allí se respira, el mal que oprime, la libertad que se busca. Escucha su súplica. Si no se sienten perdonados, queridos por ti y por nosotros, si se les niega la esperanza, están doblemente condenados, encerrados en el brazo de la muerte.

Concédeles a ellos cuanto nos has concedido a nosotros: la fe en ti y en tu presencia, el amor a la vida, la esperanza en un mundo nuevo. Danos a nosotros y a ellos los medios para buscarte, para aceptar la espera y para encontrarte.

A ti, Jesús, Pastor bueno y Señor de nuestras vidas, Amigo de rostro clemente, la alabanza pura y grata, con el Padre y con el Espíritu, en el tiempo y en la eternidad.

R/. Amén.

Todos: Padre nuestro...

CUARTA ESTACIÓN
Jesús es negado por Pedro

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Marcos 14,72:

Inmediatamente cantó un gallo por segunda vez, y Pedro recordó lo que le había dicho Jesús: «Antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres». Y rompió a llorar.

MEDITACIÓN

El gallo canta por segunda vez, y las lágrimas de Pedro caen hasta el suelo. ¿Qué le ha ocurrido a Cefas, la Roca? Ha vuelto a negar a su Redentor, no una, ni dos, sino tres veces. Así como vaciló su fe cuando trató de caminar sobre el agua, ahora, una vez más, Pedro manifiesta su debilidad. Había prometido ostentosamente morir antes que renegar de su Maestro. Pero al final, basta una joven sirvienta para que se avergüence de su amistad con Jesús.

Pero, apenas la mirada de Jesús se cruza con la de Pedro, el Apóstol reconoce su triste error. Humillado, llora y pide perdón a Dios. Grande es la lección de Pedro: hasta los más íntimos ofenderán a Jesús con el pecado. El canto del gallo nunca será ya el mismo para el Príncipe de los Apóstoles: le recordará para siempre su miedo y su fragilidad.

ORACIÓN

Señor, danos un corazón humilde y contrito. Haz que sepamos derramar lágrimas por nuestras culpas, para volver a tu bondadoso abrazo cada vez que te demos la espalda. Haz que aprendamos de Pedro a no dar por descontada nuestra fe ni a suponer que somos mejores que los otros. Ayúdanos a conocernos a nosotros mismos como somos realmente, frágiles, pecadores, necesitados constantemente de tu perdón.

A ti, Jesús, que miras al amigo con rostro sereno, la alabanza y la gloria con el Padre y con el Espíritu, por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

Todos: Padre nuestro...

QUINTA ESTACIÓN
Jesús es juzgado por Pilato

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Marcos 15,14-15:

Pero ellos gritaron con más fuerza: «¡Crucifícalo!». Pilatos, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarlo, para que fuera crucificado.

MEDITACIÓN

«¡Sea crucificado!» (Mt 27,22). Este grito resuena con fuerza cada vez que un ser humano es maltratado. A diario cada uno de nosotros se convierte en juez. Nos consideramos con derecho a juzgar y condenar el comportamiento de los otros, pero rechazamos ser objeto de la crítica o del juicio ajeno. Siempre encontramos una justificación para nuestras culpas y errores.

Jesús responde con el silencio frente a la hipocresía y a la soberbia del poder, la indiferencia de quienes no asumen su propia responsabilidad. Confirma así la enseñanza que dio a sus discípulos: «No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados» (Lc 6,37).

Jesús, maniatado, se siente libre. Al aceptar el misterio de la Cruz, nos indica el verdadero amor y la verdadera justicia.

ORACIÓN

Señor Jesús, Te rogamos que nos libres de la hipocresía y de la indiferencia, de la tentación de lavarnos las manos ante la injusticia. Concédenos la humildad necesaria para reconocer nuestros errores. Enséñanos a rechazar cualquier componenda con la injusticia y la mentira.

Ayúdanos a conseguir el silencio interior para escuchar el grito de los que sufren. Dales tu luz a los que siempre buscan una justificación para sus culpas.

A todos nosotros, Señor, tú que diste tu sangre como precio de nuestra libertad, préstanos tu voz para alzarla en defensa de los oprimidos, de los que sufren en silencio, para que se haga realidad en el mundo la paz, la justicia y el perdón.

A ti, Jesús, el condenado de rostro inocente, la alabanza pura y agradecida, junto con el Padre y el Espíritu, en el tiempo y en la eternidad.

R/. Amén.

Todos: Padre nuestro...

SEXTA ESTACIÓN
Jesús es flagelado y coronado de espinas

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Marcos 15,17-19:

Los soldados lo vistieron de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron en la cabeza. Y se pusieron a saludarlo: «¡Salve, Rey de los judíos!». Y lo golpeaban en la cabeza con una caña, lo escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él.

MEDITACIÓN

Cristo, tú eres el verdadero Rey, pero los hombres se han burlado de ti, te han coronado, no para adorarte, sino para denigrarte. Sufrimos contigo porque los hombres están ciegos y sordos a tu mensaje de salvación. Tu Reino no es de este mundo; sin embargo nosotros, los hombres, esperamos favores, poder, éxito, riquezas: un mundo sin sufrimiento. Pero nosotros provocamos dolor a los demás, incluso a los que aún no han nacido, y a los animales. Con tu sacrificio nos has enseñado a romper la espiral de la violencia. Verdadero hombre, has sufrido dolores indecibles; contemplando tu rostro, logramos soportar nuestros dolores, con la esperanza de ser recibidos en tu Reino, el auténtico y único Reino.

ORACIÓN

Oh Jesús, nuestro Rey, perdona nuestra incoherencia: lloramos tu dolor, y perjudicamos los demás para hacer prevalecer nuestro egoísmo. Sé para nosotros, extraviados, un guía seguro; para nosotros, débiles, fortaleza en la prueba; para nosotros, volubles, firmeza en el seguimiento. Haz que la violencia de los hombres sea vencida por tu mansedumbre y que el sufrimiento incomprensible, amparado en la fe, se convierta en instrumento de paz y salvación.

A ti, Jesús, Rey coronado de espinas, de rostro sereno y pacífico, honor y gloria, con el Padre y el Espíritu, en el tiempo efímero y en el día sin fin.

R/. Amén.

Todos: Padre nuestro...

SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús es cargado con la cruz

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Marcos 15,20:

Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y lo sacaron fuera para crucificarlo.

MEDITACIÓN

Jesús ha cargado sobre sus hombros la cruz que estaba destinada a cada uno de nosotros. Ésta es, ante nuestros ojos, el símbolo de la paradoja y la contradicción. A pesar de estar investido de la gloria y del poder que el Padre le dio, Jesús aceptó una muerte horrible, ignominiosa, más aún, vergonzosa. Sabía que la cruz era el único camino para entrar en la intimidad del hombre; una muerte violenta, como el único medio para entrar dulcemente en nuestros corazones.

Es difícil llevar esta cruz paradójica en el mundo contemporáneo, globalizado, dominado por el poder económico, político, militar. Los poderosos del mundo se alían para llevar a cabo represalias, para atacar poblaciones pobres y exhaustas. Se justifica incluso el terrorismo en nombre de la «justicia» y de la «defensa» de los pobres. Un mensaje violento, el de los hombres poderosos: irrumpe violentamente en nuestro corazón y nuestro corazón se petrifica.

También por esta gran parte de la humanidad doliente, por las víctimas de la violencia y la injusticia, Jesús lleva la cruz.

ORACIÓN

Señor, danos la fuerza y la valentía para compartir tu cruz y tus sufrimientos en la vida cotidiana y en las tareas profesionales. Infunde en nosotros el espíritu de servicio y sacrificio, para que no aspiremos al poder y a la gloria, sino a ser instrumento de solidaridad y de paz, para quienes están agobiados por la violencia y la injusticia de los poderosos del mundo.

A ti, Jesús, cargado con la cruz y con el rostro cansado, nuestro saludo lleno de gratitud y estupor, con el Padre y el Espíritu, por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

Todos: Padre nuestro...

OCTAVA ESTACIÓN
Jesús es ayudado por el Cireneo a llevar la cruz

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Marcos 15,21:

Entonces obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara la cruz.

MEDITACIÓN

Un hombre que venía del campo entró en Jerusalén por negocios. Un cortejo extraño le cerraba la calle. En una calle estrecha y abarrotada, soldados, mujeres que lloraban, algunos fanáticos con ojos llenos de odio y un condenado, que ya no tenía fuerzas para llevar sobre los hombros el madero de la vergüenza. Los soldados buscan a alguien que lo alivie de este peso. No lo hacen por piedad: han de respetar la hora de la ejecución. Eligen al primero que encuentran a mano, porque parece bastante robusto.

Un hombre que venía del campo entró en Jerusalén por negocios. Ha ganado mucho: cinco minutos en la historia de la salvación y una frase en el Evangelio. Ha conocido gratuitamente el peso de la cruz. Así se desvela el misterio. La cruz es demasiado pesada para Dios, que se ha hecho hombre. Jesús necesita solidaridad. El hombre necesita solidaridad. Se nos ha dicho: «Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas» (Ga 6,2).

Solidaridad.

ORACIÓN

Señor, tú dijiste: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mc 8,34). ¿Cómo puedo hacerlo? Enséñamelo tú, y con tu gracia vence en mí el miedo al odio ajeno, el miedo al dolor, el miedo a una muerte solitaria, el miedo al miedo. Señor, apiádate de mi debilidad.

A ti, Jesús, abatido por la fatiga, el rostro sellado por el cansancio, nuestro amor solidario y agradecido, con el Padre y el Espíritu, con los que eres un solo Dios, en este tiempo que pasa y en la eternidad inmutable.

R/. Amén.

Todos: Padre nuestro...

NOVENA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Lucas 23,27-31:

Lo seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose a ellas, les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Sepultadnos! Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?».

MEDITACIÓN

Un lamento fúnebre acompaña el camino del Condenado a muerte. A lo largo de la vía que lleva al Calvario las mujeres lloran y se dan golpes de pecho. No saben que a cambio de sus lágrimas, recibirán la profecía tremenda del tiempo futuro.

No lloréis por mí. Ahorrad vuestro llanto para los años y los días futuros, Porque, si tratan así al Inocente, ¿qué será de vosotras y de vuestros hijos? Jesús conoce la respuesta a la pregunta que dirige a las mujeres de Jerusalén.

Él, cargado con la cruz, se tambalea bajo el peso del pecado y del dolor de los hombres, que ha querido como a hermanos. Ya sabe lo larga que es en la historia la vía dolorosa que lleva a los «Calvarios» del mundo.

ORACIÓN

Señor Jesucristo, tú que conoces la profundidad de nuestro corazón, la capacidad de bien y de mal que hay en cada hombre, enséñanos a perdonar y a pedir perdón, a tener piedad de nosotros mismos y de los demás.

Acuérdate de Jerusalén, bendecida por tu amor y destrozada por el odio de los hombres. Da a los hombres y a las mujeres de aquella Tierra Santa paz y resurrección.

A ti, Jesús, en cuyo rostro resplandece la luz del Padre y la ternura de la Madre, alabanza y gloria con la Luz eterna y el eterno Amor, en el tiempo de la espera y en el cumplimiento eterno.

R/. Amén.

Todos: Padre nuestro...

DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es crucificado

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Marcos 15,24:

Lo crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qué se llevaba cada uno.

MEDITACIÓN

Jesús es crucificado. Sus manos y sus pies son traspasados por crueles clavos. Despojado de sus vestidos, es cubierto ahora por los pecados del mundo. Por amor se deja crucificar y en el amor el sufrimiento humano adquiere valor salvífico. Apoyadas en esta certeza, generaciones de hombres y mujeres, de jóvenes y viejos, siguen al Crucificado en esta radical experiencia de amor.

Las llagas del Salvador siguen hoy sangrando, agravadas por los clavos de la injusticia, de la mentira y del odio, de los ultrajes, de los sacrilegios y de la indiferencia. Sobre la palma de sus manos traspasadas por los clavos está escrito el nombre de aquellos que siguen siendo crucificados con él.

ORACIÓN

Señor Jesús, clavado sobre el madero por nuestro amor, danos tu libertad. Enséñanos a vencer el miedo al sufrimiento con la fuerza que brota de tu cruz. Haznos penetrar en este misterio de amor, que transforma en momentos de gracia incluso los simples acontecimientos de cada día.

Jesús, levantado en la cruz, atrae hacia ti a cuantos buscan tu rostro; ayuda a cuantos participan en tus sufrimientos a descubrir el sentido de su misteriosa llamada y a compartir tu pasión y el dolor del mundo.

A ti, Jesús, crucificado, en cuyo rostro resplandece la misericordia, nuestra adoración perenne y agradecida con el Padre y con el Espíritu, hoy y en los siglos eternos.

R/. Amén.

Todos: Padre nuestro...

UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús promete su reino al buen ladrón

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Lucas 23,33-34.39-43:

Llegados al lugar llamado Calvario, lo crucificaron allí a él y a los dos malhechores, uno a la derecha y el otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti mismo y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu reino». Jesús le dijo: «Yo te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso».

MEDITACIÓN

«Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43): es la palabra más consoladora qué Jesús pronuncia en el Evangelio. Es aún más alentador el hecho de que la dirija a un malhechor. El buen ladrón seguramente había matado, quizás más de una vez, y no sabía nada de Jesús, sino lo que había oído gritar a la muchedumbre.

Pero he aquí que escucha las palabras de perdón que el Nazareno dirige a quienes los crucifican e intuye, como en un relámpago, de qué reino había hablado aquel «profeta». Enseguida lo defiende del escarnio del otro malhechor y enseguida invoca la salvación. Un sentimiento de solidaridad y un grito de ayuda han bastado para salvarlo.

Aquel ladrón nos representa a todos. Su rápida aventura nos enseña que el reino predicado por Jesús no es difícil de alcanzar para cualquiera que lo invoque.

ORACIÓN

Señor Jesús, qué has prometido el paraíso al malhechor que te habló desde la cruz junto a la tuya, acuérdate también de nosotros, ahora que estás en tu reino. Haz que llegue, consoladora, tu promesa de vida eterna y de eterno amor a cada mujer y a cada hombre que afronta el acontecimiento de la muerte.

A ti, Jesús, el Condenado del rostro acogedor, la alabanza y el agradecimiento perenne, con el Padre y con el Espíritu, hoy y por los siglos eternos.

R/. Amén.

Todos: Padre nuestro...

DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús en la cruz, su Madre y el discípulo

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Juan 19,25-27:

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.

MEDITACIÓN

María, tú estás erguida a los pies de la Cruz; el discípulo más joven está a tu lado. En medio del estruendo de los soldados y de la muchedumbre, vosotros levantáis, silenciosos, la mirada hacia Cristo.

María, ¿has levantado las manos para recoger la sangre que goteaba de la cruz, savia del árbol de la vida? ¿Han regado tus lágrimas la tierra, donde tantas madres dejan a sus propios hijos?

Tú, desde el principio, has meditado en tu corazón, en el silencio y en el abandono, en la paz y en la confianza, lo que viste y oíste. Ahora ofreces a tu Hijo al mundo, y recibes al discípulo que él amaba. Desde aquel instante, Juan te acoge en la morada del corazón y en su vida, y la fuerza del Amor se difunde en él. Él es ahora, en la Iglesia, el testigo de la luz y con su Evangelio revela el amor del Salvador.

ORACIÓN

Jesús, que desde la Cruz diriges tu mirada a tu Madre y al discípulo, danos, en medio de los sufrimientos, la audacia y la alegría de acogerte y de seguirte con confiado abandono.

Cristo, fuente de la vida, de toda gracia y de toda belleza, concédenos contemplar tu rostro sonriente, rostro de quien salva al mundo y lo guía hacia el Padre.

Señor, a ti se dirige nuestra alabanza, acompañada por la Iglesia y por tu Madre: concédenos descubrir en la locura de la cruz la promesa de nuestra resurrección.

A ti, Jesús, cuyo rostro resplandece en la hora de las tinieblas, como rostro de Maestro, de Hijo, de Amigo, nuestro amor y nuestra gratitud, con el Padre y con el Espíritu, en el tiempo que pasa y en la perenne eternidad.

R/. Amén.

Todos: Padre nuestro...

DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Marcos 15,34-37:

A las tres de la tarde gritó Jesús con fuerte voz: «Eloí, Eloí, lama sabactaní?», -que quiere decir- «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?». Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: «Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarlo». Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró.

MEDITACIÓN

Nunca, como en la hora de su muerte, la hora más importante en la historia de la humanidad, Jesús ha estado más cerca de nosotros. Como uno de nosotros, en el momento final, Jesús se ve impotente y lleno de angustia. Nos morimos solos. Los clavos traspasan su carne, pero sobre todo su espíritu.

¿Quizás el Padre lo ha abandonado? Sufre por el dolor de su Madre, escogida para dar la vida a un Hijo que verá morir. Sin embargo, Jesús, en el amor y en la obediencia, acepta el proyecto del Padre. Sabe que sin el don de su vida nuestra muerte sería sin esperanza; las tinieblas de la desesperación no se convertirían en luz; el dolor no desembocaría en el consuelo, en la esperanza de la eternidad.

ORACIÓN

Gracias, Jesús, por haber vencido nuestra muerte con tu muerte. Haz que las cruces de quienes, como tú, mueren a manos de otros hombres, se transformen en árboles de la vida.

Gracias, Jesús, por haber hecho de la cruz, lugar de sufrimiento y de muerte, la señal de nuestra reconciliación con el Padre. Haz que tu sacrificio enjugue todas las lágrimas que hay en el mundo, sobre todo las de quien, como tu Madre, lleva la cruz de la muerte de un inocente.

A ti, Jesús, con la cabeza inclinada sobre la cruz y el rostro ya apagado, la alabanza adorante y perenne, en el día que no tiene ocaso y en el día de la luz inextinguible.

R/. Amén.

Todos: Padre nuestro...

DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es puesto en el sepulcro

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Marcos 15,46:

José de Arimatea, comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro.

MEDITACIÓN

Tras el estruendo del trueno en el momento de la muerte, el gran silencio. Los discípulos de la noche, que por temor siguieron de forma oculta al Maestro, ahora ya no tienen miedo. A la luz del día, piden a Pilato el cuerpo de Jesús para enterrarlo.

La Virgen del gran silencio, que ha llevado en su vientre el Fruto bendito -Aquel que el universo no puede contener-, acoge de nuevo en su regazo el cuerpo de Jesús bajado de la Cruz: lo contempla y lo adora, lo venera en su inmenso dolor.

El Rey duerme, pero su Esposa vela: es el día del descanso de Dios. También la creación duerme con su Rey en espera de que despierte. El Hijo de Dios desciende a los infiernos para rescatar a los retenidos por la muerte. Su luz interrumpe las tinieblas del Hades. Tiembla la tierra y los sepulcros se abren. Jesús viene para liberar a los justos y llevarlos a la luz de la resurrección.

Él ha sido absorbido por la oscuridad de la muerte, pero para ser devuelto a la plenitud de la luz y la vida: como la ballena retuvo en su vientre a Jonás, para devolverlo después de tres días, así también la tierra abrirá sus fauces para liberar el cuerpo luminoso del Viviente.

ORACIÓN

Jesús, tú te has hecho el más pequeño entre los hombres, te has dejado caer en la tierra como un grano de trigo. Ahora, de este grano ha germinado el árbol de la vida, que abraza el universo.

Señor, haz que, así como las piadosas mujeres fueron temprano a tu tumba con bálsamo y ungüentos, también nosotros vengamos hacia ti con los aromas y perfumes de nuestro pobre amor.

Jesús, en nuestras iglesias tú esperas: esperas anhelante a alguien que sepa hacerse pequeño y humilde como tú en la Eucaristía, adorarte y testimoniar tu amor delante de los hombres, reconocerte en el pobre y en el que sufre. Haz que cada uno de nosotros se convierta en adorador y testigo tuyo en el misterio del Sagrario y en el sacramento del hombre hambriento, sediento, enfermo.

A ti, Jesús, del rostro sereno en la rígida solemnidad de la muerte, nuestro amor y nuestra adoración, en esta hora tardía y en el día que no conoce ocaso.

R/. Amén.

Todos: Padre nuestro...

JUAN PABLO II
Palabras al final del Vía Crucis

Adoramus te, Christe, «Te adoramos, oh Cristo». Hoy, Viernes santo, en el centro de toda la liturgia se encuentra: «Te adoramos, oh Cristo».

La Iglesia no pronuncia hoy las palabras sacramentales de la Eucaristía: «Esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros... Éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados».

La Iglesia canta: «Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo. Te adoramos, oh Cristo».

El centro de la liturgia de hoy es este. El vía crucis en el Coliseo nos lleva también a esto: «Por tu santa cruz redimiste al mundo; redimiste al mundo».

Después de la muerte en cruz, el cuerpo de Cristo fue sepultado. Esta tumba, este sepulcro, cerca del Gólgota, se ha convertido en lugar de un misterioso cambio.

«Lucharon vida y muerte en singular batalla, y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta».

Como Cristo había anunciado, «al tercer día resucitó». Así nosotros caminamos en esta jornada, en este Viernes santo, cerca del Gólgota, cerca de la tumba abierta, cerca de la tumba vacía, con gran esperanza.

Mañana, Sábado santo, es el día del silencio, de la misteriosa atención al manifestarse del misterio de la Resurrección. «Al tercer día», el domingo por la mañana, el que fue crucificado y sepultado saldrá de la tumba.

«Lucharon vida y muerte en singular batalla, y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta».

Y nosotros lo esperamos, «al tercer día», el domingo por la mañana, como vencedor de la muerte, como Salvador del mundo.

«Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Porque por su santa cruz redimiste al mundo».

Que el Señor nos inspire un profundo silencio y una profunda esperanza, para llegar a aquel momento, cuando las mujeres encuentren la tumba vacía: «No está aquí. Ha resucitado». Resurrexit! «No está aquí». Resurrexit!

¡Alabado sea Jesucristo!

* * * * *

1. Crucem tuam adoramus, Domine!- ¡Adoramos tu Cruz, oh Señor!

Al final de esta sugestiva conmemoración de la pasión de Cristo, nuestra mirada queda fija en la Cruz. Contemplamos en la fe el misterio de la salvación, revelada por ella. Jesús muriendo ha quitado el velo de delante de nuestros ojos, y ahora la Cruz brilla en el mundo con todo su esplendor. El silencio pacificador de Aquel, que la maldad humana ha colgado en aquel Leño, comunica paz y amor. En la Cruz muere el Hijo del hombre, haciéndose cargo de todo sufrimiento humano e injusticia. En el Gólgota muere por nosotros Aquel que con su muerte redimió al mundo.

2. «Mirarán al que traspasaron» (Jn 19,37).

En el Viernes Santo se cumplen las palabras proféticas que el evangelista Juan, testigo ocular, refiere con meditada precisión. Al Dios hecho hombre, que por amor aceptó el suplicio más humillante, lo contemplan multitudes de toda raza y cultura. Cuando los ojos son guiados por la intuición profunda de la fe, descubren en el Crucificado al «testigo» supremo del Amor.

En la Cruz Jesús reúne en un solo pueblo a judíos y paganos, manifestando la voluntad del Padre celeste de hacer de todos los hombres una única familia reunida en su nombre.

En el dolor agudo del Siervo sufriente se vislumbra ya el grito triunfante del Señor resucitado. Cristo en la Cruz es el Rey del nuevo pueblo rescatado del peso del pecado y de la muerte. Aunque el curso de la historia pueda aparecer convulso y confuso, nosotros sabemos que, caminando tras las huellas del Nazareno crucificado, alcanzaremos la meta. Entre las contradicciones de un mundo dominado a menudo por el egoísmo y el odio, nosotros, los creyentes, estamos llamados a proclamar la victoria del Amor. Hoy, Viernes Santo, testimoniamos la victoria de Cristo crucificado.

3. Crucem tuam adoramus, Domine!

Sí, te adoramos, Señor elevado en la Cruz entre la tierra y el cielo, Mediador único de nuestra salvación. ¡Tu Cruz es el estandarte de nuestra victoria!

Te adoramos, Hijo de la Virgen Santísima, erguida al pie de tu Cruz, con actitud valiente de compartir tu sacrificio redentor.

Por medio del Leño en el cual has sido crucificado ha venido al mundo entero la alegría - Propter Lignum venit gaudium in universo mundo. De esto somos hoy aún más conscientes, mientras nuestra mirada se proyecta hacia el prodigio inefable de tu resurrección. «¡Adoramos, Señor, tu Cruz, alabamos y glorificamos tu santa resurrección!».

Con estos sentimientos, a todos, queridos Hermanos y Hermanas, dirijo una cordial felicitación pascual, que acompaño complacido con mi Bendición.

[Cf. L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, del 5-IV-02]

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