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VIACRUCIS: PENÚLTIMA
ESTACIÓN
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La Penúltima estación de Gerardo Diego la componen dos décimas llevadas con una fluidez y naturalidad tales que parece que escribir tan artísticamente como él resulta de lo más fácil; es la difícil sencillez del artista. La primera décima es un una secuencia de requiebros afectivos, un ir y venir de un lado al otro de la emoción y el dolorido sentimiento. Inicial descripción presentativa del conjunto marmóreo de Madre e Hijo, que acaso remita a la conocida y delicadísima escultura de Miguel Ángel, «La Piedad»; una brevísima referencia al escenario del Calvario lejano y vacío, y al canto, una desolada exclamación, para pasar de inmediato a una oración consoladora: «no llores». La décima segunda apunta ambiguamente, para preparar la sorpresa poética, a un doble destinatario, sujeto agente del grupo, del «prodigio desnudo»: ¿el escultor tal vez? Se habla de materia escultórica y de instrumento, el buril. Pero no. No es el escultor, es el alma misma pecadora del poeta: «- Yo fui el rudo artífice, el profano que modelé ese triunfo de la muerte». [Fr. Ángel Martín, o.f.m.] He aquí helados, cristalinos, ¿Quién fue el escultor que pudo |
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